Capítulo 16

Hinata

He estado a punto de morir muchas veces en mi vida, desde aquella enfermedad que me pilló desprevenida y después se llevó a mi padre. Unas veces por golpes, otras veces por hambre, otras veces de pura desesperación. Los días más duros en el prostíbulo yo misma coqueteé con la idea del suicidio, aunque al final ni siquiera me atrevía a tocar mi piel con el filo de mi puñal. Cada vez que caía en la desesperanza y el deseo de acabar con todo podía ver sin dificultad la mirada reprobatoria de mi padre si lo hiciese. ¿Para eso había dado él todos sus ahorros por mí? ¿Para eso había muerto salvándome? Supongo que eso es lo que siempre me ha hecho sobrevivir, incluso si no tenía muchos motivos para continuar adelante. Supongo que eso ha sido lo único que me ha hecho levantarme y caminar sin un destino determinado.

De todas las veces que he estado a punto de caer, de perderlo todo, esta ha sido la más dulce.

Coger la mano que me ofrecía todos mis sueños ni siquiera dolió. Me dieron lo que prometían. Lo tenía todo. De pronto era una gran mercader con un gran negocio; de pronto tenía dinero, era respetada, tenía una vida.

Viajaba por todos lados, veía el mundo más allá de sus confines. Los hombres admiraban mi trabajo y, de hecho, había más mujeres como yo. Konohagakure era un lugar más justo y mi padre seguía vivo. Qué estupidez. Mi padre murió hace demasiado tiempo y Konohagakure sigue siendo el mismo antro que ha sido siempre. Sigo siendo pobre y sigo siendo… nadie.

Porque no soy nadie.

Porque nunca seré nadie. Quizá por eso cogí esa mano.

Quizá por eso cuando me prometieron todo lo que siempre he querido ni siquiera dudé. Me dijeron que nadie volvería nunca a tratarme como un objeto, que nadie vería más en mí sólo un cuerpo que poseer, que nadie volvería a despreciarme… Me dijeron que haría sentir orgullosa a mucha gente. Que yo misma me sentiría orgullosa de mí misma. Que haría grandes cosas, porque para eso estaba en este mundo. Para eso mi padre me salvó. Porque él creía en mí. Porque él sabía que sería una gran mujer.

Sólo que eso no es verdad. Lo único que su hija hizo después de que él muriese fue ser ladrona y prostituta. Fue venderse. Si mi padre hubiera estado vivo para verme con esos hombres, ¿qué habría dicho? Se habría lamentado de dejar-me vivir. Pero no tenía más opción, ¿verdad? No tuve más opción.

«Era lo que tenías que ser. Porque es para lo único para lo que sirves».

Aprieto los párpados. En la promesa de las ghuls esa voz también había desaparecido. La voz de Toneri era un lejano recuerdo, completamente distorsionado. La voz de mi propia inseguridad. La voz que no deja de decirme que da igual todo lo que intente: no soy válida. Y porque lo sé, cogí esa mano.

El miedo me aprisiona el pecho. El miedo al fracaso, que había estado intentando evadir hasta ahora. El miedo a golpearme con el suelo en cuanto me quede sola. Cuando Naruto y Konohamaru se dirijan cada uno a su destino (uno con su corona, el otro con su hermana), yo seré la única de los tres que se quedará vagando y perdida. A ellos les queda familia. A ellos les queda un hogar. ¿A mí qué me queda, aparte de mis frágiles e inalcanzables sueños? Aparte de ese anhelo desesperado de sentirme dueña de mi propia vida, más allá del poder de otros sobre mí. De tener una misión, una función, de ser útil. Es lo único que quiero. Poder desempeñar un papel que me haga feliz. Poder llegar a sentirme orgullosa de mí misma.

«Eras útil en el prostíbulo. Tu utilidad era dar buenos ratos entre tus piernas a aquel que lo quisiera».

No. No. No.

No quiero ser sólo eso.

Pero quizá lo sea.

La voz de mi orgullo trata de batallar contra todas mis dudas. Se hincha y pelea, y dice que ella cree en mí. Pero suena demasiado queda, demasiado incierta. Dice que puedo hacer grandes cosas, pero ¿puedo? Si de verdad creyese que puedo conseguirlo, si de verdad creyese que algún día seré lo bastante buena, no habría agarrado aquella mano.

Si de verdad creyese que puedo ser más de lo que hasta ahora he sido, no me estaría planteando que quizá no habría estado tan mal morir así, con la cabeza llena de todos mis deseos cumplidos. Moriría en una fantasía, pero era una buena fantasía. ¿Quién no querría morir con todos sus sueños realizados, incluso si no son ciertos? Qué débil eres, Hinata. Qué estúpida eres, Hinata. Qué cobarde eres, Hinata.

Me encojo un poco más. Sólo quiero dejar atrás todo. Sólo quiero olvidar quién fui y que la gente olvide también. Sólo quiero empezar de nuevo. Sólo quiero tener una vida normal. Sólo quiero tener mi vida…

La puerta de la cabaña abriéndose me obliga a cortar el hilo oscuro sobre el que mis pensamientos hacen equilibrios. Oigo unos pasos, pero no abro los ojos. La leña es removida. Después, alguien se acerca. Unas manos preocupadas acomodan la capa que cubre mi cuerpo, asegurándose de que no coja frío.

Naruto.

«Creo que eres buena negociando y que serías igual de buena con ese cuerpo o con cualquier otro». Su voz sustituye por un brillante momento la de Toneri y me obliga a abrir los ojos. ¿Por qué lo cree? Antes de que pueda separarse, cojo su muñeca. Su expresión es de genuina sorpresa.

—¿Hinata? —susurra.

No sabe todo lo que se me pasa por la cabeza y yo no sé cómo verbalizarlo. No se me da bien hablar de mis sentimientos. No sé si quiero hacerlo. No sé si quiero que vea a la persona que hay debajo del trabajado disfraz que me pongo frente a él. Está bien si sigue creyendo que soy fuerte.

Está bien si sigue creyendo que nada puede acabar con mi seguridad. Hasta cuando esa seguridad no existe.

—¿Estás bien? Asiento, recobrando mi apariencia tranquila. Lo suelto y me incorporo, aunque él abre la boca:

—Deberías descansar. Konohamaru dice que…

—Estoy bien —lo corto, antes de que se siga preocupando. Aunque me gusta que se preocupe por mí, en realidad. Es una sensación cálida. Cuando alguien se preocupa por ti es porque le importas, ¿no es cierto? Y yo hacía mucho que no le importaba a nadie—. Deberíais… dormir dentro —susurro, en un pobre intento de hablar de algo que no lo incluya a él mirándome con esa expresión perdida, sin saber qué hacer o qué decir—. Me sentiré mal si Konohamaru y tú estáis a la intemperie mientras yo estoy aquí, al calor. Naruto se humedece los labios y trata de sonreír; no es un gesto tan real como otras veces.

—¿Me estás ofreciendo un sitio en tu cama? Porque sabes que no voy a desaprovecharlo…

Sonrío un poco, agradeciendo su intento de normalizar la situación. ¿Tanto le he asustado? Cuando desperté parecía ansioso. Ahora mismo, de hecho, aún parece inquieto.

—Sólo he dicho que deberíais dormir dentro. Evidentemente, yo me quedo la cama y vosotros dos dormís en el suelo. Él se lleva una mano al pecho en un gesto dramático y yo tengo que contener las ganas de sonreír.

—El suelo está tan frío y duro como tu corazón. Pienso que es una manera bastante acertada de definir mi corazón, pero no lo digo. Prefiero poner los ojos en blanco.

—El fuego te dará calor.

—Preferiría que tú me dieses calor… Abro la boca. Él adivina lo que voy a decir y sonríe.

—Ni por todo el oro de Konohagakure—decimos al mismo tiempo.

Doy un respingo, sorprendida, pero, cuando él se echa a reír con una carcajada espontánea, divertido por el sonido de nuestras voces al unísono, yo no consigo contener el tirón que siento en las comisuras de los labios. Incluso se me escapa una risita, que intento disimular con un carraspeo.

—¿Por qué lo haces? —me pregunta de pronto. Lo miro, sin comprender—. ¿Por qué disimulas? ¿Por qué te esfuerzas en tener esa apariencia tan imperturbable, cuando no eres así, muchacha de hielo?

Trago saliva. Porque así es más fácil parecer fuerte. Porque así es más difícil que me hagan daño. Porque así parecerá que no siento. Porque así no seré tan vulnerable. Porque así no se verán todas mis fisuras. Pero no lo digo. A cambio, contesto con otra pregunta:

—¿Qué te ofrecieron?

La sonrisa se le borra de la boca como si el ladrón más diestro del mundo se la hubiera quitado en un instante. Para mi sorpresa, aparta la vista. Parece turbado.

—La corona —susurra.

Supongo que lo esperaba. ¿Qué si no? Está haciendo todo este viaje por ella. Para sentirse digno de llevarla. O para hacer sentir a los demás que la merece. ¿Se la ofrecería su padre? Quiere hacerle sentir orgulloso, al fin y al cabo. Quizás esos seres adoptaran su forma…

—¿Pensaste en cogerla?

Cuando asiente, me siento un poco mejor. Menos débil. Menos estúpida. No he sido la única capaz de caer en la tentación más absurda del mundo. Aunque él no cayó, y yo sí.

—Se me pasó por la cabeza —admite—. Estuve… a punto de hacerlo. La recompensa que venía con ella era… demasiado buena.

—¿Recompensa? ¿Además de la corona? ¿Qué podrías desear más que eso?

—No más…, aunque tal vez sí igual… —Calla y me observa. No sé identificar su mirada, pero antes de que pueda preguntar más, él sacude la cabeza—. Había una chica. Llevaba la corona y me la ofrecía mientras se desnudaba… Adelante, dilo: soy un pervertido. Bueno, ahora me siento considerablemente menos estúpida. Él ha estado a punto de morir por un deseo puramente sexual. Hombres.

—Eres un pervertido —declaro, dándole la razón. El príncipe intenta mantener su orgullo intacto:

—Seguro que a ti te tentaron conmigo atado a una cama, completamente desnudo.

—Oh, sí. Y cumplieron: aquí te tengo —le digo, haciendo un ademán hacia el catre.

—No estoy atado ni desnudo…

Le dedico una sonrisa burlona.

—Eso es tan fácil de solucionar…

Como ayer en el hoyo, se pone nervioso. O quizás habría que quitar la palabra «nervioso» de esa afirmación, y sería aún más correcta. Se remueve y carraspea.

—Pues adelante, porque la ropa de pronto me aprieta un poco… Se me escapa una carcajada, porque no me esperaba que fuese a admitirlo. Me llevo una mano a la cara con incredulidad e intentando cubrir las muestras de mi risa. Cuando lo observo, él está sonriéndome, tranquilo. Me encojo un poco. ¿Por qué me mira así? Cuando sonríe no parece el mismo príncipe depravado y pretencioso de siempre. Parece alguien más… inocente, pese a que esa sea la última palabra que podría definirlo.

—¿Y bien? —pregunta, sorprendiéndome.

—¿Y bien, qué?

—A mí me ofrecieron la corona; a Konohamaru, al parecer, ingresar en la Torre de hechicería de Idyll… Y a ti ¿qué te ofrecieron?

La pregunta me desestabiliza. Me trae de vuelta las imágenes que todavía están en mi cabeza. Prados con flores de luces de estrellas. Castillos sobre el agua. Bosques eternos con seres que nacían de las sombras. Sonrisas. Ánimos. Heridas curadas. Tranquilidad.

A Naruto también le mengua la sonrisa. Aparta la vista y los dos nos quedamos en silencio.

—Está bien —dice él, sobresaltándome—. No tienes que contármelo. Me estremezco, pero clavo la vista en su capa. No quiero que sepa que duele. Ni cuánto. No quiero que vea lo débil que soy. No quiero que vea las heridas; son sólo mías. Tengo que soportarlas yo, nadie más. No quiero su lástima. No quiero la lástima de nadie.

—Escucha, Hinata… —comienza, dubitativo—. A veces… podemos querer algo con todas nuestras fuerzas o… por simple capricho. Pero eso no significa que vayamos a ser más felices si lo logramos. ¿Has pensado en eso? No entiendo lo que quiere decir. ¿Cómo puede ser una persona infeliz teniendo lo que quiere?

—¿No crees que serás más feliz cuando consigas la corona?

—No sé si «feliz» es la palabra. No la quiero para ser feliz. Pero… me sentiré un poco más útil y más realizado.

Cojo aire. No quiero admitir que eso suena bastante parecido a lo que yo siento. Alzo la vista y me encuentro con que él también me está mirando. Nunca me había sentido tan pequeña ante su mirada grisácea.

—Para mí eso es la felicidad, Naruto —le confieso, aunque ni siquiera sé por qué. Ahora mismo agradecería una botella de licor, como la de nuestra primera conversación de verdad, para deshacer el nudo en mi garganta—. Para ti es… sentido del deber, si quieres llamarlo así. Quieres reinar porque quieres ayudar, ¿no es cierto? Porque… es tu hogar y quieres hacer algo por él y por su gente. Yo no quiero hacer nada por nadie: quiero ser dueña de mi propia vida. Quiero ser útil, pero no por lo que eso pueda suponer en la vida de los otros, sino… en la mía propia. ¿Lo entiendes? No soy tan honorable como tú… Supongo que, además, soy una egoísta. Sólo pienso en mí.

—Han estado decidiendo por ti toda la vida, Hinata —defiende él, frunciendo el ceño—. Nadie te va a culpar por querer llevar las riendas de lo que haces y con quién. O para qué. Ya sea para otros o para ti, lo importante es lo que tú quieras hacer, y el resto… está de más.

Me vuelve a asombrar. Lo prefiero cuando hace sus estúpidas bromas o cuando me tira los trastos sin ninguna delicadeza, porque así al menos sé cómo rebatirle y defenderme. Pero no sé qué decir cuando me habla con tanta franqueza. Cuando demuestra que, como yo, tiene mucho más bajo su apariencia despreocupada. Aparto la vista a la ventana. La luz del atardecer empieza a desaparecer tras el cristal roto y polvoriento.

—Adoptaron la forma de mi padre. Me dijeron que tendría mi propio negocio, igual que él había tenido el suyo. Que ganaría mi propio dinero, con el que pagar mi propia casa. Viajaría por todo el mundo para encontrar los objetos más increíbles y mi fama me precedería. La gente me respetaría. No importaría quién hubiera sido o dónde hubiera estado. Sería libre y valorarían mi trabajo…

Y todo eso se ha ido al despertar. Y no voy a poder volver a alcanzarlo. ¿Cómo podría? Soy sólo una niña estúpida jugando a un juego cuyas reglas no ha aprendido bien. Las ghuls han demostrado lo débil que soy. He caído en su truco. Nadie más lo ha hecho, excepto yo. No sirvo para nada. Ni siquiera para resistirme a mis propios deseos.

—Era bonito, ¿no? —susurra Naruto, sin dejar de mirarme.

Asiento. Era precioso. Me sentía completa. Me sentía viva. Me sentía… nueva. Como si nunca me hubieran hecho ningún daño. Confiaba en mí, en los demás. ¿Podré hacer eso de verdad algún día? Parece improbable, por mucho que trate de mantener la imagen de muchacha segura de sí misma. El príncipe ha descubierto ya mi disfraz, según parece. ¿A quién pretendo seguir engañando, entonces? Aunque él no lo sabe todo. Él no lo entiende todo. Él no entiende qué es tener dos voces enfrentadas en tu cabeza: la que está constantemente repitiendo lo que otros te han hecho creer y la que quiere sobreponerse a esos pensamientos sin conseguirlo. Él no entiende que me da miedo no poder volver a soportar el toque de otra persona. Que me asustó su cercanía en el hoyo y que me quedé paralizada por el terror. Me asusta no poder conseguir tener una vida normal por mucho que lo intente.

No quiero amor en mi vida, no lo necesito, pero me asusta no sentirlo. Me asusta que alguien me trate bien y no poder darme cuenta de que lo hace. Me asusta desconfiar demasiado del mundo como para no creer en lo bueno. Me asusta darme cuenta de que me he quedado vacía por dentro. Que sólo queda lugar para la desconfianza y el odio, para los recuerdos amargos que me siguen acompañando cada noche en mis pesadillas. Ni siquiera sé cómo responder a los gestos cariñosos de Konohamaru. Ni siquiera sé cómo demostrarles a mis compañeros que les he cogido cariño y que me apenará separarme cuando llegue el momento. Se me ha olvidado cómo dar amor de la misma manera que me he olvidado de lo que era recibirlo.

—¿Hinata?

Alzo la vista. No sé cuánto tiempo he estado callada, mirando mis manos, con las que cogí todos mis sueños en un momento. Con las que ofrecí mi vida a cambio de conseguir una pobre imitación de todo lo que quería hecho realidad.

El roce de los dedos de Naruto en la mejilla me coge por sorpresa. Me tenso, mirándolo, abriendo mucho los ojos. Su caricia no se parece en nada a las del resto de hombres que me han tocado. No es brusca ni falsamente tierna. Me quedo muy quieta, apretando las manos en torno a la tela de su capa. Es dulce. Repasa el contorno de mi pómulo al tiempo que sus ojos parecen acariciarme.

—No necesitas ningún… hechizo para hacer realidad todo lo que desees. Sé que tú puedes conseguirlo por ti misma. Sé que puedes ser todo lo que te propongas. No dejes… No dejes que nadie te haga creer lo contrario. Yo creo en ti. ¿Significa eso algo?

«Yo creo en ti».

Al principio, ni siquiera reacciono. Me limito a mirarlo mientras él me sigue sosteniendo el rostro con delicadeza. Con más delicadeza de la que recuerdo en… en… ni siquiera recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que me tocaron con tanto cuidado. Como si temiese romperme. Como si creyese que soy arena y voy a escurrirme entre sus dedos. Quizá lo haga. Quizá me desintegre bajo su toque.

«Yo creo en ti».

Sus palabras se cuelan un poco más hondo en mi cabeza. ¿Cuánto hace que nadie…? ¿Cuánto hace que yo misma no creo en mí? ¿Cuándo empecé a olvidarme de mí misma para hacer caso a todo lo que otros me decían? Así me mantuvieron tanto tiempo en aquel lugar: haciéndome sentir nada, haciéndome sentir inútil, haciéndome creer que nadie esperaba nada de mí más que un rato de disfrute.

«Yo creo en ti».

Pierdo visión. Se enturbia. Se me nubla. Me apresuro a bajar la cabeza. Esto es ridículo. Yo no lloro. Hace mucho que dejé de llorar. Hace mucho que se me acabaron las lágrimas. Hace mucho que me cansé de mojar la almohada y de limpiarme el rostro. Hace mucho que dejé de bañarme en mi propio llanto.

No. Yo no lloro.

No lloro…

Pero entonces llega más de lo que puedo soportar.

Con el mismo cuidado con el que ha tocado mi mejilla, su abrazo. Naruto me hace apoyar contra su pecho con tanta delicadeza que cuando me encuentro con la cara escondida contra su camisa apenas soy consciente de cómo he llegado hasta allí. Siento la presión tierna de su brazo alrededor de mis hombros, su manera de rodearme, de protegerme, de suspirar contra mi oído.

Dos lágrimas se descuelgan de mis párpados en el tiempo que tardo en reaccionar.

Me está abrazando. Me está abrazando como si fuera cristal y fuese a resquebrajarme entre sus brazos si me aprieta demasiado. Me está abrazando con… ¿cariño? ¿Puedo despertar eso en alguien, siquiera? ¿Puede alguien quererme, siendo como soy? ¿Siendo una muñeca de trapo rota a la que han recosido muchas veces para que tenga una apariencia bonita? ¿Por qué hace esto…? ¿Por qué me abraza? ¿Por qué parece que le importo? No lo merezco. No soy suficiente ni siquiera para esto.

Como si sintiera mis dudas, sus brazos se estrechan con algo más de seguridad a mi alrededor. Me aprieta contra sí y un par de lágrimas se me escapan de nuevo, sin pedir permiso. No quiero llorar. No me hagas llorar. No hagas que me rompa ante ti. No hagas que te muestre esto. No quieres ver esto. No quieres ver todo lo que hay. No quieres ver el dolor y las heridas y el daño y el miedo. No me abraces porque descubrirás que se me ha olvidado cómo devolver un abrazo.

Pero no puedo decirle todo eso. No me sale la voz. Naruto no pide nada a cambio. Ni siquiera que lo abrace en respuesta. Lanza una caricia suave por mi espalda que me parece capaz de sanar hasta los arañazos de la mantícora. Y heridas mucho más profundas. Se me escapa un sollozo.

Quiero que me cure. Quiero que me ayude a creer en mí. Que me enseñe de dónde saca la idea de que yo puedo hacer grandes cosas. Que me diga cómo conseguir su seguridad. Que me haga valiente. Quiero convertirme de verdad en la persona que siempre finjo ser. Porque es más fácil ser ella que ser yo . Mis manos se alzan. Y lo hacen temblando. Se han olvidado. «¿Qué haces?» parecen preguntar. «No sabemos qué pretendes». Quiero recordar de verdad lo que era abrazar y que te abracen. Quiero creer que aún tengo oportunidad para recibir cariño y darlo. Poso las palmas sobre la espalda torpemente. Estrecho con suavidad. ¿Con cuánta fuerza está permitido abrazar a una persona? ¿O cuánta fuerza es poca? No quiero que piense que no quiero abrazarlo o que me siento obligada a seguirle el juego. Quiero hacerlo. Quiero hacer esto. Quiero apoyarme contra su pecho.

Quiero que no se separe. Que no me suelte.

Aprieto un poco más, y él hace lo mismo en respuesta.

La sensación es cálida. Reconfortante. Cómoda. Como volver a casa después de mucho tiempo.

No me hace daño.

Escondo el rostro contra su camisa.

Me echo a llorar.