Capítulo 18

Hinata

Cuando besé a Naruto no estaba pensando en lo que hacía. En las consecuencias que eso podría tener más adelante. En si cambiaría las cosas o no. En por qué hacerlo o por qué no. Sólo pensé que tenía que agradecerle de alguna forma todas sus preocupaciones por mí, su manera de cuidarme, su manera de protegerme hasta cuando dice que no lo está haciendo.

Y él quería un beso.

Llevaba queriéndolo desde que nos caímos en aquel hoyo. A lo mejor desde antes, y yo no supe verlo hasta ese momento. Pero desde entonces no me han pasado desapercibidas todas las veces que capto su mirada sobre mí y, más específicamente, sobre mi boca, cuando estamos muy cerca. Nunca se ha lanzado a por mis labios y yo se lo agradezco, pero sé que lleva días esperando ese gesto.

Sin embargo, no esperaba que me gustase besarlo. Hasta ayer, un beso no era para mí más que un movimiento de una boca contra otra, con un montón de saliva de por medio y muy poco sentido. Era algo mecánico. Nunca había sentido nada con ellos. Y ayer… algo fue distinto. El nudo en el estómago por el ataque de los bandidos, el miedo agarrado a mi pecho por la mención de lord Toneri, todo se disolvió cuando presioné mis labios contra los de él.

No tenía que ser así. Tenía que ser un beso más, un agradecimiento en el que yo le daba a él lo que quería y los dos nos quedábamos contentos y con nuestras deudas pagadas. Era la única manera en la que yo podía aportarle algo de verdad, y nada más. No tenía que significar nada, igual que no significó nada el beso que le di en Duan.

No tenía que haber consecuencias.

Pero las hay.

Naruto se ha mantenido callado todo el día, por ejemplo. Siento su mirada de vez en cuando, aunque yo no sé qué hacer cuando me mira. Normalmente me habría burlado de él, pero ahora no me siento capaz. No tenía que haberlo besado. No voy a volver a hacerlo. ¿Qué espera?

«Espera lo que todos los hombres. Todos son iguales, Hinata».

Elimino enseguida la voz de Toneri de mi cabeza. No, él no. Él no me ve como un objeto que añadir a su colección. Últimamente ni siquiera ha estado con tantas chicas. De hecho, creo que no recuerdo cuál fue la última muchacha con la que se ha revolcado. No me doy cuenta hasta ahora de eso. ¿Hace cuántos días que el príncipe no regala sus atenciones a una mujer?

Y, de pronto, me asusto. Porque caigo en la cuenta de que, en los últimos días, el príncipe sólo ha tenido ojos para mí.

Si Naruto fuese como el resto de los hombres, si sólo quisiera de mí algunas caricias entre dos cuerpos desnudos, hasta estaría bien. Él nunca saltaría sobre mí sin que yo se lo permitiese, igual que no lo ha hecho hasta ahora.

Puedo soportar el deseo de una persona, sobre todo si esa persona no hace nada contra mí más que… mirarme. Estoy acostumbrada al deseo. He vivido con él muchos años.

Pero no estoy acostumbrada al amor. No quiero que nadie me quiera. La idea de que los sentimientos del príncipe estén acercándose a eso me paraliza. No quiero hacerle daño. Yo no puedo quererlo. No puedo querer a nadie. No sé querer a nadie. Y aunque supiese, ¿qué futuro tendríamos, él y yo? Ninguno. No voy a dejarlo todo por… un sentimiento. No ahora que tengo una oportunidad de hacer mi vida. Y él tiene su corona, su trono en un lugar en el que hasta hace unas semanas yo era una prostituta. Un lugar al que yo ni siquiera puedo volver. Al que no quiero volver.

Nos vamos a separar. ¿Es que él no es consciente de eso? No puede haber sido tan estúpido como para desarrollar algún tipo de sentimiento por mí pese a todo lo que juega en nuestra contra.

Cuando miro de reojo a su caballo, ahí está otra vez: me estaba observando de soslayo. Los dos apartamos la vista al mismo tiempo. Lo he estropeado todo con ese beso.

—¡Allí!

Me sobresalto con la voz de Konohamaru que, sentado delante de mí en el caballo, levanta su brazo para señalar hacia delante. Aunque aún nos falta camino para llegar a Royse, capital de Sienna, no importa, porque debemos de estar en los límites: ante nosotros vemos un amplio prado… y en el centro, la Torre. He escuchado ya varias veces las disputas sobre la forma de las Torres entre Naruto y Konohamaru, porque la de Verve era un edificio que nada tenía de particular, pero esta Torre sí es una torre: circular, inmensa, que intenta rasgar el cielo y que sería capaz de cortar nubes por la mitad. Tiene un montón de balcones alrededor de toda su estructura, tal vez para observar toda la explanada salpicada de árboles y colinas que la rodea, o tal vez para ver la capital cerca y poder protegerla a su manera. Konohamaru parece emocionado y eso me da algo con lo que distraerme. Le sonrío.

—¿La has echado de menos?

El niño asiente un poco.

—Se supone que no importa, porque ya no puedo volver a estudiar aquí, pero… pasé mucho tiempo en ella. Era… mi hogar. —Me mira, dubitativo—. ¿Creéis que podríamos parar, aunque sea a verla?

No puedo evitar revolverle los cabellos en el gesto cariñoso que ya me he acostumbrado a prodigarle. Él siempre sonríe cuando lo hago.

—Claro que sí. ¿Tienes amigos ahí? —Sonrío, burlona—. ¿Alguna chica guapa de la clase que te gustase? La manera en que el pequeño enrojece es especialmente reveladora. —¡Hinata! —Vaya, vaya… —susurra Naruto a nuestro lado, divertido por el descubrimiento.

—Que no…

—Nuestro pequeño se hace mayor —le digo al príncipe, mirándole con consternación—. ¿Qué hemos hecho mal? Yo quería que fuese inocente para siempre… Konohamaru enrojece todavía más.

—¡No es lo que piensas!

—Ahora dejarás a tu pobre madre por esa muchacha… —digo, dramáticamente, como si yo fuera su progenitora.

—Es un amor imposible, ¿vale? —estalla el chiquillo, tan colorado que parece un tomate maduro.

Todos nos quedamos callados, el príncipe y yo mirando al muchacho y él hiperventilando de la vergüenza. Su reacción es tan adorable que casi me cuesta asimilarla.

—Konohamaru, eres un encanto —declaro, con verdadero orgullo de madre.

—¿Qué? ¿Por qué? —murmura él, confundido y aún más apurado.

—Lo eres —sonrío, sacudiendo la cabeza—. ¡Yo voto por que la misión del día sea hacer posible el amor del niño!

—Yo no voto por meterme en el romance de nadie —declara el príncipe—. Pero sí voto por hacer sentir al enano la vergüenza de su vida.

—La verdad —murmura Konohamaru—, empiezo a dudar de si deberíamos parar…

Pero ya está decidido, así que en cuanto alcanzamos la Torre, todos descendemos de nuestros caballos. De cerca, la construcción aún parece más alta, como si no pudiéramos alcanzar a ver el final. El chiquillo parece encantado de volver a verla. A nuestro alrededor hay muchos con la misma túnica que él, lo que me hace preguntarme hasta qué punto su indumentaria es legal. Si no se graduó y tampoco sigue estudiando, ¿no debería dejar ese uniforme? No se lo pregunto, porque no deseo hacerle daño. En cambio, le rodeo los hombros con un brazo y me inclino hacia él.

—Así pues —murmuro, pícara—, ¿cómo se llamaba tu amorcín?

—¡No es mi amorcín! —exclama, volviendo a ruborizarse. Después, baja la voz con una pequeña sonrisa—: Y se llama Hanabi…

—¿Konohamaru?

Todos nos sobresaltamos y nos giramos siguiendo el sonido de una voz a nuestras espaldas, dulce y suave como las campanillas. Bajo mi brazo, el aprendiz de hechicero se queda muy quieto y casi puedo sentir el estremecimiento que lo recorre al observar a la muchachita que tenemos frente a nosotros: rostro redondeado e infantil, ojos grises, más claros que los míos,pelo largo y liso, azabache. Viste una túnica azul y en sus labios hay una gran sonrisa.

—¡Konohamaru, eres tú!

Por la mirada de Konohamaru no me cuesta adivinar que es ella . La forma en que sonríe, no tan natural como siempre, mucho más avergonzado y titubeante, y el modo en que levanta torpemente su mano bastan para deducirlo.

—H-hola, Hanabi.

—¿Qué haces aquí? Te fuiste tan rápido… No parece contenta con su marcha, y me pregunto si ella sentirá algo también por él.

—B-bueno… —Konohamaru no es capaz de hablar sin balbucear, cosa que me arranca una sonrisa—. Pasaba por aquí y… —Carraspea—. ¿Puedo presentarte a mis amigos? Hinata y Naruto… —indica, señalándonos con un gesto. Hanabi no se para ni un segundo a pensar en mí.

—¿Naruto? —repite, abriendo mucho los ojos—. ¿Naruto del Remolino? Oh, estupendo. Una pequeña admiradora. Ahora tendremos que soportar el ego hinchado de Naruto durante horas. El muchacho sonríe con orgullo ante el reconocimiento y hace una reverencia encantadora que no le pega nada.

—A sus pies, jovencita.

La niña enrojece.

—¿Naruto del Remolino, el héroe? Antes de que el príncipe pueda abrir la boca y presumir de lo bien que suena, carraspeo.

—No le llames así o se le subirá a la cabeza. Pero para la chiquilla ya no existe nada más que su ídolo, por lo que se acerca a él emocionada, con los ojos brillantes.

—He oído hablar mucho de vos, mi señor. En realidad, todos lo hemos hecho. Vuestras hazañas cruzan ya toda Konohagakure.

—¿Hazañas? —repite Naruto con orgullo—. Sólo he hecho mi deber. Qué mal le queda la falsa modestia.

—¿Podríais contarme cómo matasteis a la mantícora, príncipe Naruto? ¡O a las ghuls! ¿Es cierto que habéis visto una gorgona? Me encantaría escuchar vuestras versiones… De hecho, apuesto a que todos en la Torre querrían. No siempre tenemos un invitado tan importante…

Por primera vez lamento todas las historias que he ido contando sobre él en los mercados. Estoy dispuesta a marcharme y dejarlo con su baño de gloria cuando veo a Konohamaru, que mira a la chiquilla con ojos de perrito abandonado, completamente dejado de lado.

Le doy un codazo a Naruto antes de que pueda empezar a hablar y sonrío a la niña.

—En realidad, Konohamaru podría contártelo también. Ha acompañado a Naruto durante todo su viaje. Le lanzo una mirada al príncipe lo bastante clara como para que hasta su corto entendimiento identifique lo que tiene que hacer.

—Oh. Sí. Claro. Konohamaru. —Carraspea, mirando al niño y luego a la chica—. Es casi como un escudero, ¿sabes?

El pequeño enrojece cuando toda la atención de su amiga vuelve a él.

—¿De verdad? —le pregunta, impresionada.

—B-bueno, no ha sido para tanto…

Hanabi se olvida de nosotros cuando coge del brazo a Konohamaru, haciéndolo ruborizar todavía más.

—Así que has vivido maravillosas aventuras, ¿verdad?

—U-unas pocas…

—¿Me las contarás? —sonríe ella, emocionada.

—¡C-claro!

Konohamaru nos dedica una mirada dubitativa a Naruto y a mí mientras su amiga le arrastra, pero yo sonrío para decirle que no se preocupe.

—¡No te olvides de contarle cómo me salvaste de morir envenenada por las ghuls con esa fantástica poción! —le recuerdo a propósito, despidiéndome con la mano.

La muchacha suelta una exclamación asombrada mientras se lleva secuestrado a nuestro amigo, que balbucea una respuesta a sus preguntas, pero parece encantado con la repentina atención.

—Francamente —dice Naruto a mi lado—, nunca creí que tú, de entre todas las personas del mundo, fueras a ser una casamentera.

Casi me hace gracia la valoración, no sé si porque nunca pensó que pudiera serlo o porque ahora considere posible que lo sea. Me dejo caer sentada en el prado, con tranquilidad.

—¿Por qué lo dices? El príncipe se sienta a mi lado.

—No te tenía por una romántica. Dudo. Quizás este sea un buen momento para saber qué es lo que se le pasa por la cabeza (o peor, por el corazón) en lo que a mí respecta. Quizá, después de todo, él sepa cómo soy. Quizá sepa que no puedo querer. O quizás, al menos, pueda dejárselo claro antes de que sea demasiado tarde. Aún puedo evitar que nos hagamos mucho daño. Aún no es tarde si corto esto de raíz.

—No soy una romántica —le aclaro, mirándolo de soslayo. No sé si le gusta la respuesta porque no me mira.

—Ahora, hace un momento, tú…

—Son niños —apuro—. Se supone que esto es lo que tienen que vivir, ¿no? Enamorarse, desenamorarse, sufrir por amor o creer sufrir… Disfrutar de esa sensación. ¿No es lo que les toca? ¿No tienen derecho a probarlo?

No sé cómo identificar la mirada que fija sobre mí. Hace que me tense. No sé qué está pensando. Al final, sin embargo, aparta la vista.

—Se les acabará pasando. Como a los adultos.

—Pero que algo vaya a acabar no significa que no se pueda disfrutar de ello por el tiempo que dure.

No he terminado de hablar cuando me doy cuenta de lo hipócrita que es por mi parte decir eso. ¿No estaba pensando yo hace un rato que un romance entre nosotros no tendría sentido porque nos vamos a separar? Aparto la vista, turbada. ¿Cuál de mis dos pensamientos es el correcto? ¿El que evita daños o el que al menos te dejará el recuerdo de haberlo intentado?

—¿Tú… lo probaste? —me pregunta él, para mi sorpresa. No comprendo lo que quiere decir y él lo nota, así que hace una mueca—. El… amor. ¿Te quedaste prendada de alguien en algún momento? Lo observo en silencio. ¿De quién quiere que me quedase prendada si estaba obligada a fingir? Si nunca le importaba a nadie. Si nadie me después de todo, él sepa cómo soy. Quizá sepa que no puedo querer. O quizás, al menos, pueda dejárselo claro antes de que sea demasiado tarde. Aún puedo evitar que nos hagamos mucho daño. Aún no es tarde si corto esto de raíz.

—No soy una romántica —le aclaro, mirándolo de soslayo. No sé si le gusta la respuesta porque no me mira.

—Ahora, hace un momento, tú…

—Son niños —apuro—. Se supone que esto es lo que tienen que vivir, ¿no? Enamorarse, desenamorarse, sufrir por amor o creer sufrir… Disfrutar de esa sensación. ¿No es lo que les toca? ¿No tienen derecho a probarlo? No sé cómo identificar la mirada que fija sobre mí. Hace que me tense. No sé qué está pensando. Al final, sin embargo, aparta la vista.

—Se les acabará pasando. Como a los adultos.

—Pero que algo vaya a acabar no significa que no se pueda disfrutar de ello por el tiempo que dure.

No he terminado de hablar cuando me doy cuenta de lo hipócrita que es por mi parte decir eso. ¿No estaba pensando yo hace un rato que un romance entre nosotros no tendría sentido porque nos vamos a separar? Aparto la vista, turbada. ¿Cuál de mis dos pensamientos es el correcto? ¿El que evita daños o el que al menos te dejará el recuerdo de haberlo intentado?

—¿Tú… lo probaste? —me pregunta él, para mi sorpresa. No comprendo lo que quiere decir y él lo nota, así que hace una mueca—. El… amor. ¿Te quedaste prendada de alguien en algún momento?

Lo observo en silencio. ¿De quién quiere que me quedase prendada si estaba obligada a fingir? Si nunca le importaba a nadie. Si nadie me importaba a mí. No había sitio para esos sentimientos. Sigue sin haberlo. Si quisiera a alguien, le haría demasiado daño. No puedo querer a alguien sin quererme a mí misma. No puedo querer a alguien sin curarme antes todas las heridas.

—A mí no me dejaron —susurro sin más.

Quizá debería decirle que sigo sin poder hacerlo. Que no me creo capaz de poder tener una relación de ese tipo porque no sabría cómo hacerlo. ¿Qué significa querer, de todos modos? ¿Cómo lo identificas? ¿Qué implicaciones y consecuencias tiene?

Él no tiene las respuestas a las preguntas que no me atrevo a pronunciar. Él sólo… baja la vista y aprieta los puños. Trago saliva. ¿Le estoy haciendo daño? No quiero hacerle daño. No sé qué pasa por su cabeza. No lo entiendo. No sé qué siente. No sé cómo actuar.

Si nunca le hubiera besado, a lo mejor esto no estaría pasando. Y aun así, cada vez que intento arrepentirme, no puedo evitar pensar que estuvo bien. Que fue dulce y lanzó un cosquilleo agradable por mi cuerpo. Aunque pensé que me recordaría a todos los besos que me habían robado, a todos los cuerpos, a todos los asaltos a mi boca, cuando lo besé no hubo pasado.

Eso estuvo bien, ¿verdad? Fue como un gran instante de… calma. Pero no debí hacerlo sin saber qué era lo que él sentía. No sin saber si eso iba a hacerle más daño. Quizá pueda adivinarlo ahora. Quizás este sea el momento de que me diga algo.

—¿Y tú? —me aventuro, mirando la hierba—. ¿Alguna de tus conquistas te duró más de una noche? Él tarda en responder.

—Nada… Nada grave. No soy muy constante. No me permito serlo.

Soy un príncipe: al final me casarán con quien… aporte algo al país. Mejor no encapricharme.

Casi suspiro con alivio. Tiene las cosas claras. El amor tampoco es para él: no puede permitírselo y lo sabe. Y, aunque durante un momento me siento liberada, es un segundo antes de sentir una presión en el estómago. ¿Eso va a ser su existencia? ¿Un montón de obligaciones, incluida la del matrimonio? La de tener que estar con alguien a quien no desea… ¿En qué se diferencia eso de mi vida? Puede que no sea lo mismo, pero sigue siendo tener que entregar tu cuerpo y, peor aún, tu vida a otra persona, por encima de tus propios deseos. No quiero que viva eso. Y a él, sin embargo, no parece importarle.

—¿Lo soportarás, príncipe?

—¿A qué te refieres?

—Disfrutas… demasiado de esto. —Hago un ademán a nuestro alrededor que pretende abarcar todo lo que ven nuestros ojos e incluso lo que no—. Del mundo, quiero decir. Del poder de hacer lo que quieras dentro de él. Después de todas estas aventuras, de todo lo que estás viendo… ¿Podrás volver a estar encerrado entre cuatro paredes, con todas las imposiciones que te pongan, incluso en la cama?

Me encuentro deseando que diga que no será capaz. Que lo echará demasiado de menos. Entonces le ofrecería venir conmigo. ¿Por qué no? Hacemos un gran equipo. Veríamos todo el mundo ahí fuera. Me podría ayudar en mi negocio de ensueño, cazando monstruos terribles. Seríamos invencibles. Pero sé que eso no va a pasar.

Porque él, después de todo, como yo, tiene un sueño. Y son sueños demasiado contrarios.

—Tendré que acostumbrarme. ¿No es igual cuando eres niño? Vives pequeñas aventuras cada día y luego vuelves a casa… —Se queda un instante callado, mirando al cielo—. ¿Sabes? Tenía un muy buen amigo. Éramos inseparables, casi como hermanos. Me escapaba del castillo e íbamos a jugar juntos a la ciudad. Aunque suene estúpido, pensé que… siempre íbamos a estar juntos. Por supuesto, no fue así. Él se marchó un día y yo me quedé solo, como antes de conocerlo. —Suspira y se revuelve los cabellos—. Supongo que siempre hay un momento en el que creemos que somos invencibles. Un instante en el que nos olvidamos de la vida real, hasta que ella misma nos obliga a despertar. Me siento igual con este viaje. Como si… se me permitiese creer que va a ser así para siempre.

No soy capaz de decir nada mientras intento imaginarme al chico a mi lado mucho más pequeño, siempre solitario o echando en falta a otra persona. Casi me parece una visión extraña, teniendo en cuenta lo independiente que se muestra siempre. Supongo que, a su modo, él también lleva una máscara. Nos quedamos callados, cada uno enfrascado en su propio futuro. Un futuro en el que el otro no va a estar. Es el príncipe el que espanta esa sombra lejos de nosotros, tumbándose despreocupadamente en la hierba.

—De todos modos, aún falta para el final. Haré grandes cosas antes de que me pongan un grillete en el pie.

—¿Y qué planeas hacer? El muchacho me dedica su media sonrisa.

—¿Seducirte a ti? No sé cuánto de verdad hay en sus palabras, pero prefiero encajarlo como una más de sus bromas.

—¿Cómo no lo adiviné?

Él sonríe.

—Pienso hacerme un nombre, ya lo sabes. Aún tenemos que ayudar a Konohamaru. ¿Y sabes qué no he visto nunca? Las islas. Tal vez, cuando la hermana del enano esté sana y salva, visite

Granth o Rydia. Granth. Miro al cielo, pensativa. Cuando fantaseaba con escapar del prostíbulo más de una vez pensé en esa isla como un posible destino. En mis libros siempre aparecía como una tierra llena de riqueza y posibilidades. Al parecer, allí las mujeres tienen algunas oportunidades más, ya que ha habido muchas princesas en la familia real que han luchado por una posición de poder.

—Quizá nos veamos en Granth algún día. Seguro que pasaré por allí en algún momento…

—¿Y por qué no vamos juntos? La pregunta es tan repentina que me sobresalta y me hace bajar la vista hacia el príncipe. Se incorpora, con los ojos azules clavados en mí.

—No te sorprendas tanto. No es ninguna locura. ¿Por qué no aprovechar que tenemos destinos parecidos?

—No tenemos destinos parecidos, Naruto. El chico calla y sé que he hablado demasiado rápido, que he sido demasiado tajante. Me he asustado. Sé lo que está haciendo. Intenta ampliar nuestro tiempo juntos. Pero eso sólo sería una prórroga. Unos días más, acaso unas semanas. Al final, la despedida llegaría de igual manera; puede que nos dirijamos al mismo lugar físico durante unos días, pero nuestros destinos no tienen nada en común.

—Sabes que nos vamos a separar, ¿verdad? —insisto. Necesito que me diga que lo sabe. Que lo sabe y que no le importa. Necesito que lo diga porque yo misma empiezo a dudar de que esto sea tan fácil como quiero plantearlo. ¿Cuándo ha empezado a ser demasiado tarde para no echarnos de menos?

Él aparta la vista. Sus puños se aprietan de nuevo.

Esta vez no tengo ninguna duda de que le he hecho daño.

—Claro que lo sé. No te estoy pidiendo matrimonio. Sólo… Sólo te pregunto si… si quieres seguir un poco más…

No lo sé. Aparto la vista al suelo, turbada. Me aprieta el pecho y siento la tentación de empezar a buscar con la mano lo que sea que no me deja respirar. Sí, quiero seguir viajando con él. Quiero seguir descubriendo el mundo a su lado. Pero no, no quiero que esto vaya a más. Quiero tener una vida sola. Así nadie podrá hacerme daño. Así no podré hacer daño a nadie. Quiero que me olvide. No quiero ser importante para él de una manera que no sé si puedo corresponder. O quizá sí quiera. Quizá quiera intentarlo. Quizá quiera ver si sus besos pueden darme siempre esa calma. Si puedo curarme un poco de su mano. Pero no quiero, porque nos vamos a separar tarde o temprano, y entonces el dolor llegará de igual manera.

No podemos escapar. Por eso callo. Porque hay demasiados pensamientos corriendo por mi cabeza y no le encuentro sentido a ninguno de ellos. Porque no sé cómo decirle lo que pienso si él no me dice lo que siente.

Hemos decidido juntos un montón de direcciones en el camino, en distintas encrucijadas que han ido apareciendo durante estos días. Izquierda o derecha, siempre igual, con disputas, pero caminando el uno al lado del otro.

Este es el único momento en el que nos sentimos perdidos. Porque tomemos el camino que tomemos…, al fin, cada uno escogerá el suyo.

Y ya no viajaremos juntos nunca más.