Capítulo 19
Naruto
Hay silencios que se alargan hasta la eternidad. Que duelen por cada latido que desgastan. Por cada cosa que no se dice, pero se guarda. Por cada cosa que se entiende de ellos.
Por cada miedo que despiertan. A esos silencios hay que matarlos antes de que ellos te maten a ti. Por eso me levanto al cabo de unos minutos. Por eso soy incapaz de soportar quedarme aquí, esperando algo que sé que no va a llegar. No va a engañarme y yo no quiero seguir engañándome. Mejor cortar esto de raíz.
—¿Príncipe?
Respiro hondo y me sacudo la ropa, aunque sé que estoy impecable.
—Creo que me iré adelantando, si no te importa —le digo, forzando mi mejor media sonrisa—. Los placeres de la ciudad me llaman.
No sé por qué lo digo, pero supongo que me gustaría pensar eso. Que voy a encontrar consuelo entre los brazos y las piernas de alguna chica bonita. ¿Consuelo? No. Yo no necesito consuelo. El consuelo es para aquellos que han perdido algo. Yo necesito… alivio. Tengo la mente nublada. Quiero encontrar una distracción.
Algo que me quite de la cabeza lo que nunca debería haberse colado dentro.
¿En qué momento se me ocurrió proponerle que siguiéramos juntos? Como si hubiera algo que nos mantuviese unidos, más allá de la propia presencia de Konohamaru. Hinata me mira desde abajo, con una expresión que no llego a reconocer del todo.
—Esto es porque ayer, por llegar tan tarde, no pudiste retozar con ninguna hija, sobrina, prima o empleada de la posadera, ¿verdad? En algún momento de los pasados días eso dejó de hacerme gracia.
—Tenía una carta que escribir —le aclaro. Una carta larga en la que, sorprendiéndome a mí mismo, no sólo le conté a mi padre el ataque, sino muchas otras cosas sobre el viaje. Y algunas que no tenían que ver con él—. Si me voy, ¿estaréis bien solos? Ella parpadea, asombrada.
—¿Estabas hablando en serio?
Cuando empezamos a viajar juntos ni siquiera habría dudado de que así fuera. ¿Qué ha cambiado? Aparte de todo , por supuesto.
—Me apetece ver Royse y explorarla… a fondo.
Hinata, para mi profunda satisfacción, frunce el ceño. Una parte de mí quiere pensar que son celos, pero no las tengo todas conmigo. Hinata, la chica de hielo, la del corazón de piedra, no siente nada por los demás. Tal vez considere que soy repugnante. Me encojo de hombros. Que piense lo que quiera. No es como si fuera a quitarme el sueño. No es como si fuera a importarme.
Aunque lo hace.
—De acuerdo. —Hace un gesto, no sé si de despedida o simplemente de que me da permiso para retirarme—. Disfruta. Quiero decir que lo haré.
Quiero decir que me emborracharé de los besos de otra para olvidar, como se olvida con una botella barata tras otra. Pero cierro la boca y no hablo, porque la posibilidad de que acabe como después de una borrachera danza por encima de mi cabeza: mareado, sucio y con el corazón dolorido. Miserable.
Pero es mejor sentirse miserable que no sentir nada. Monto y pongo rumbo a la ciudad. No miro atrás. Me repito una y otra vez que no estoy dejando tras de mí nada por lo que merezca la pena luchar.
Las calles de Royse deben de estar llenas de muchachas bonitas con sonrisas seductoras que se morirían por tener a un príncipe en su cama. Estoy seguro de que encontraría a alguna de mi agrado en el mercado. Estoy seguro de que en todas las ciudades, en este o cualquier otro mundo, hay burdeles en los que las muchachas se aplicarían en convertir todos mis deseos de placer en realidad por la cantidad adecuada. Personalmente, no lo sé.
Estoy en la capital de Sienna, sí, y podría salir a descubrir si hay sitio para mí entre sus gentes, pero no lo hago. En su lugar, me quedo en la primera posada que encuentro y pido una jarra de lo más fuerte que tienen. Ni siquiera saboreo el alcohol. Me enjuago la boca antes de tragar cada vez, pero es como si tuviera la lengua dormida. Tengo esa sensación de agradable calor en el estómago, como un estallido, aunque hasta eso desaparece tras un par de sorbos.
Este no eres tú, Naruto.
Asiento ante mi propio pensamiento. Soy una sombra de quien comenzó esta aventura. He perdido el rumbo. Ni siquiera llevo una luna fuera de casa y ya no me reconozco al mirarme. No, no ha habido un cambio físico notable, excepto que llevo un poco más de barba y tengo una fea cicatriz en el hombro que atestigua mi estúpida heroicidad. El cambio más importante está dentro, donde nadie lo puede ver a primera vista. Mi objetivo sigue siendo la corona, no me arrepiento de todo lo que pueda haber hecho o visto en el camino. Me sigue gustando la sensación de libertad. De que estoy haciendo lo correcto, después de todo. Ayudar a los demás me llena más de lo esperado, si bien ya no busco sus agradecimientos. Me llega con saber que detrás queda algo bien hecho. Que he contribuido a mejorar la vida de alguien.
Pero claro, luego está Hinata, la razón de que esté en esta mesa bebiendo y sintiendo pena de mí mismo en vez de disfrutar de una agradable acompañante.
Por supuesto, en ella prefiero no pensar.
Bebo un trago especialmente largo.
Por favor, ¿puedo estar borracho ya?
Una jarra de licor después, ante la que que me vuelvo a preguntar exactamente lo mismo, sintiéndome cada vez más liviano, la puerta se abre y mis compañeros de viaje entran. Me enderezo en mi asiento. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? La segunda jarra está por la mitad, así que supongo que no el suficiente. No me siento todo lo bien que desearía.
—¿Por qué no le dices que se una a nosotros? Si tanto te gusta… —escucho que pregunta la chica al hechicero, que tiene el rostro rojo.
Casi siento pena por él. No te enamores, Konohamaru. No merece la pena, complicará las cosas. Aprovéchate de ella mientras puedas y, si no puedes, huye en dirección contraria.
—No puedo hacer eso. Ella es una gran estudiante… necesita seguir en la Torre.
Se paran muy cerca de mí, pero creo que no me han visto. Cometo el error de hablar, porque al parecer la bebida no ha hecho más efecto que volverme más tonto de lo que ya era:
—¿Qué tal la cita?
—¡No era una cita! —exclama él en un acto reflejo, y se gira hacia mí.
Hinata también se da la vuelta, y nuestros ojos chocan antes de que yo pueda bajar la vista, lo cual hago al instante. Mi reflejo me devuelve la mirada desde el fondo del vaso. Oh, ¿esa es la pinta que tengo? Ambos se acercan.
—¿Y tu cita? —me pregunta ella, suspicaz.
—Es una ciudad bonita —miento. O puede que diga la verdad. No lo sé. No la he visto—. Un poco ruidosa para mi gusto. Nuestra relación no llegaría a ningún lado.
Lo único ruidoso aquí es mi cabeza llena de pensamientos que se repiten una y otra vez. La única relación sin futuro es la que mantengo conmigo mismo.
Qué poético. Quizá sí que ya esté borracho, después de todo, y no sé si eso es bueno: normalmente se me suelta demasiado la lengua. Creo que ya estoy empezando a arrepentirme de todo lo que voy a decir.
—No hablaba de la ciudad… —me presiona Hinata—. No querías pasear por la ciudad…
—Era eso o quedarme aquí bebiendo —le digo, y alzo la jarra con demasiada emoción, por lo que algo de la bebida amenaza por desbordarse—. ¿Queréis tomar algo? Ella parece dispuesta a protestar, pero tras un intercambio de miradas con Konohamaru los dos se sientan, cada uno a un lado de mí.
—Sí… supongo que estaría bien —murmura ella, no muy convencida.
Le hago un gesto al tabernero. Espero que entienda que quiero algo normal para mis compañeros. Por mucho que piense que sería divertido emborrachar al hechicero por primera vez en su vida, decido que eso sería jugar con la magia y no quiero ver cómo le explota la cabeza. Además, con lo protectora que es la chica con él, me metería en un lío que prefiero evitar. Bastante tensión tenemos ya con problemas que ni siquiera me he buscado.
—¿Qué te pasa? Pareces muy… simpático —comenta el chico, suspicaz—. ¿Ha ocurrido algo bueno?
Sí, pero no sé su nombre. Se me escapa una sonrisa. Quizá debería dejar a las mujeres por la bebida. No puede haber mucha diferencia: a una botella puedes cambiarla por otra con todavía más facilidad y sabes que no te quieren a su lado cuando se han acabado.
Naruto el Borracho. Estoy seguro de que su corte será una fiesta. Ese sí que es un rey por el que merece la pena luchar. Le pondré la corona de reina a un bonito cáliz de oro. No se notará la diferencia: callada, sumisa y tan hermosa que reluce. Dejo escapar una risita por lo bajo.
—Brindo por nuestros brillantes futuros. —Miro a Hinata, alzando mi bebida—. Cada uno por su lado, no te preocupes. Les sirven sus jarras, pero los ojos de mis compañeros están fijos en mí. Sus expresiones de sorpresa, la de Hinata teñida además por lo que parece un ligero malestar, son realmente graciosas.
—Naruto… —tantea Konohamaru—, ¿cuánto llevas bebido…? Sonrío. Debo de estar haciéndolo, me duelen las mejillas.
—Oh, sólo una jarra y media. ¡Le pedí lo más fuerte que tuviera y es obvio que me han timado! ¡Ni siquiera sabe a nada! No me doy cuenta de que he alzado la voz hasta que algunos de los lugareños me miran. El hechicero a mi lado sonríe nervioso y me aparta la bebida de delante. Hago pucheros.
—Pero por mala que sea, aún no me la he acabado, ¡no me la quites! Al verme extender la mano, el chico me pega en el dorso y aparta aún más mi único consuelo.
—Deberías irte a dormir por hoy —me recomienda Hinata. Tiene ese bonito ceño suyo fruncido. Le van a salir arrugas antes de tiempo si sigue poniendo esa expresión tan a menudo. Apoyo la cara en una mano.
—Me voy a la cama… si te vienes tú conmigo.
—¿Por qué no vas a buscarte a otra para eso, como antes? —rebate, dejando los ojos en blanco. Abro la boca, pero Konohamaru me interrumpe tirando de mi brazo. Me hace levantar, y yo me tambaleo y tropiezo con la mesa, que se desplaza un poco hacia un lado.
—Te acompañaré hasta tu cuarto, príncipe.
Me suelto con algo más de fuerza de la necesaria y señalo a Hinata con el dedo, antes de darme cuenta de que me veo ridículo. Bajo la mano.
—No, no. Si quieres saberlo, te lo voy a decir. —Me dejo caer en la silla de nuevo y me inclino sobre la mesa, hacia ella—. La culpa es tuya. Toooda tuya. ¿Sabes lo que has hecho? —Bajo la voz—. Me has castrado. Como si fuera un perro amaestrado que va detrás de ti. ¿Estás contenta? Ella se echa un poco hacia atrás, incrédula. Abre mucho los ojos.
Qué ridícula está.
—Estás borracho, príncipe. Konohamaru trata de atrapar mi brazo para arrastrarme hacia mi cuarto. Yo lo esquivo y le pongo una mano en la frente, apartándolo de mí. Lo veo boquear y dar manotazos al aire, indignado. Puede que sí haya bebido algo más de la cuenta.
—¡Y eso también es culpa tuya! —le recrimino a Hinata, empujando al niño para que me deje en paz—. ¿Cómo pretendes que me olvide de todo, si no puedo tirarme a la primera que pasa, como siempre he hecho?
La chica aprieta los labios. Esos bonitos labios que no puedo dejar de pensar en besar. ¿Tan horrible sería que me lanzase sobre ella, aquí y ahora? La veo ponerse en pie. El movimiento es tan súbito que hasta yo me mareo.
—¡Te estás comportando como un imbécil! ¡Yo no te he hecho nada! No te he puesto esa jarra en las manos y mucho menos te he prohibido que… retoces con la que te dé la gana. ¿Se puede saber, entonces, de qué demonios me estás hablando, Naruto del Remolino?
Me levanto. Yo también puedo parecer alto, y no permitiré que ninguna plebeya me hable desde arriba, incluso si es ella. Apoyo las manos en el borde de la mesa para no caerme. El mundo amenaza con darse la vuelta ante mis ojos.
—Te estoy hablando de que llevo días babeando por ti y tú ni siquiera te has dado cuenta. ¡Esto es todo culpa tuya! —¿No he dicho ya eso? Da igual—. Tú me… ¡Me has rebajado a esto! ¡Y ayer vas y me besas! Me besas . ¿Se puede saber en qué estabas pensado? ¿No era suficiente tortura ya? ¡Joder! ¿Es que eres la única que no ve lo mucho que me afecta cada vez que estás alrededor?
Me balanceo hacia delante y hacia atrás sobre las puntas de los pies, pero no me caigo. Quizá sería más fácil así. Quizá podría fingir que me desmayo y acabar con la conversación. Por suerte, tras unos primeros instantes en los que me mira con los ojos muy abiertos, ella aparta la mirada al suelo, esquiva, y yo sonrío como si hubiera ganado una batalla.
—¡Naruto…! —sisea Konohamaru, como si pudiera ver todos los errores en mis palabras que yo no soy capaz de percibir. Tira de mí, pero es demasiado blando y débil para moverme.
—No creí que fuese a significar nada para ti —murmura Hinata, como si no lo hubiese escuchado—. ¿A cuántas has besado desde que nos conocemos? —Nuestros ojos vuelven a encontrarse. ¿Es eso una acusación? No, claro que no, príncipe de los bufones. A ella le da igual a quién beses y con quién te acuestes—. No pensé que fuese a ser diferente. No tendría por qué ser diferente. Era sólo un beso. Tenía que ser sólo un beso.
—¡Pues no lo fue! —estallo, y no me había dado cuenta, pero estoy jadeando—. ¡Las otras son otras y tú eres tú! —Brillante. Qué elocuencia—. Y es obvio que soy un necio por pensar así, ya que tú no sientes nada. Por supuesto, tú eres la chica de hielo. —Doy un paso atrás—. Pero a lo mejor yo no soy de piedra, y tengo sentimientos, y algunos de esos son para ti. Bajo la vista. A lo mejor ha sido un error, pero eso ya no puedo evitarlo. A lo mejor fue un error desde el primer momento. A lo mejor deberíamos dejarlo, ahora que hemos llegado hasta aquí. A lo mejor…
—¿Y a eso se debe todo esto? ¿A que yo no… siento nada, como tú dices? ¡Ni siquiera me has preguntado qué siento! Ni siquiera has… tratado de hablar directamente conmigo de lo que sentías o para saber qué sentía yo. Pero da igual, porque acabas de demostrar que eres como todos los demás —me reprocha, y yo clavo la vista en su su expresión de dolor. ¿A ella le duele? No tiene ni idea. No sabe nada. ¿Quiere compararme con sus clientes? Adelante. Que haga lo que quiera—. Eres… egoísta —dice, y yo tengo ganas de echarme a reír—. No sientes más por mí que cualquiera de los hombres que pagaban por tenerme. Sólo quieres conseguirme, como ellos. Quieres… que haga lo que tú quieres y, si no recibes eso, te conviertes en… esto. —Me señala con la mano, apretando los dientes—. Me… reclamas, como si yo te hubiera llevado a esta actitud que tú solo has elegido. Pues escúchame bien: no pienso actuar de una manera porque es lo que a ti te gustaría. Ni por todo el oro de Konohagakure, Naruto del Remolino.
Sus ojos brillan. Aguanta las lágrimas. Se las traga. Creo que no la entiendo. Creo que nunca la entenderé. Creo que ella tampoco me ha entendido. Creo que yo mismo no me entiendo.
—Desde mañana, viajáis solos —proclama, con la barbilla alzada. ¿Por qué tiene que comportarse así?—. Tú lo has dicho, ¿no? Cada uno por su lado. Le lanza una mirada de disculpa a Konohamaru. Aunque él susurra su nombre, ella niega con la cabeza y se da la vuelta. Se marcha.
Realmente se marcha, ahora, como se marchará mañana. Aprieto los puños. Que haga lo que quiera. No he hecho nada malo. No tengo por qué arrastrarme, ni ante ella ni ante nadie. Si ha decidido, no seré yo quien la detenga.
