Capítulo 20

Hinata

«Te lo dije, Hinata: no le importas a nadie».

Ni siquiera a él. Ni siquiera al único al que le he contado todo. Ante el que me he desnudado de la única manera en la que no lo había hecho con nadie.

Ni siquiera a la persona a la que he besado por primera vez de manera voluntaria. Ni siquiera al único hombre en el que he confiado desde hace años. Ni siquiera a Naruto. No sé cuántas horas llevo llorando. No sé cómo algún recodo de mi almohada aún está seco. No sé cuántas lágrimas me pueden quedar.

No.

Le.

Importo.

Si le importase, habría pensado en mí. Si le importase, me habría preguntado qué era lo que yo sentía. Si le importase, habría afrontado la situación, en vez de salir huyendo y esconderse en una jarra de alcohol para luego decirme que no tenía sentimientos. Tengo sentimientos. Son los sentimientos, precisamente, lo que no me permite acercarme más a él. Tengo sueños. Tengo miedos. Le habría enseñado cada uno de mis secretos si me hubiera preguntado. Le he enseñado mi vida entera, todas las cicatrices, todo el terror, pero no le han importado. Porque él sólo quiere tenerme.

Ha creído que no puede conseguirme y eso ha sido suficiente para intentar destruirme. Para decirme que era culpable de... ¿De qué? Yo nunca quise hacerle daño. Él nunca me dijo que sintiese nada por mí, en primer lugar. Pero ¿sentir? Su amor, si eso es lo que pretende demostrar que siente, es egoísta, como todo él. Sólo le sirve si es correspondido. Sólo es válido si le doy justo lo que él quiere.

¿Qué clase de amor es ese? Y lo peor de todo es pensar que, hasta esta tarde, o quizás hasta mi beso, todo iba bien. Éramos un gran equipo. Nos escudábamos en las bromas y nos divertíamos. Disfrutábamos de la presencia del otro. Confiábamos. ¿Cómo hemos terminado así, entonces? ¿Todo esto es culpa mía? Por pensar que nadie podría quererme. Por mi inseguridad. Por creer que un beso no significaría nada, que no cambiaría nada. Por dudar. Por tener miedo. Por temer más daños de los que cualquiera de los dos necesitábamos...

No. No, no es culpa mía. No es sólo culpa mía. Yo no sé nada del amor, pero si el amor es pertenencia, si es cárcel, si es... objeto, no quiero saber nada de ese amor. No quiero saber nada del amor que Naruto dice profesarme. Él no me quiere. Él me desea. Una vez que me tuviese, se cansaría de mí.

«Porque sólo sirves para eso, Hinata. Porque sólo eres eso. Porque nadie querrá nada más de ti nunca».

Me tapo los oídos, como si así pudiera tapar también todas las voces, que vuelven a mi cabeza con más fuerza que nunca.

No es verdad. No es verdad. No es verdad. Basta, por favor. «¿No era esto lo que querías? Que él no te quisiera para no sufrir». Pero duele que no vea nada más, después de todo. Duele que él no me haya entendido, pese a lo que le he dejado ver. «Porque a nadie le interesan tus heridas, Hinata. Porque eres débil. Porque sólo eres una cara bonita. Porque no eres nada».

Basta.

Basta.

Basta.

La batalla que se libra en mi interior es interrumpida por tres golpes suaves en la puerta. Casi no lo oigo por encima de mis propios sollozos. Miro a la puerta. Debe de ser Konohamaru. Ha llamado ya un par de veces en el tiempo que llevo aquí metida, pero no he querido abrirle pese a que me ha suplicado y suplicado. No quiero que él me vea así. No quiero que nadie me vea así.

Pero tampoco se merece esto. Tampoco se merece que le dé la espalda todo el rato. Y, después de todo..., no es justo que la tome con él. Me limpio la mejilla. Él sí me tiene cariño... A él sí le importo de verdad. No se merece que lo trate de esta manera, por dolida que esté. Y quiero despedirme de él, antes de que continúe su camino con el príncipe. Yo no puedo acompañarles, ¿cómo de incómodo sería? Habría silencio y reproches todo el rato.

Me levanto, limpiándome el rostro todo lo que puedo. Sé que no puedo disimular los ojos rojos y que quedará rastro de mis lágrimas en mis mejillas, pero tendrá que valer de momento. El niño, al menos, no hará preguntas incómodas. Nunca las ha hecho. Siempre me ha dejado ser o fingir ser quien he querido y ha recibido todo con su sonrisa dulce.

Abro la puerta.

Konohamaru no está allí.

En cambio, está él. Cabeza gacha y puño cerrado en el aire, con la intención de volver a tocar la madera. Al verme, baja lentamente el brazo. Parece contener la respiración. Yo también lo hago. Tiene mal aspecto: camisa desarreglada, palidez en el rostro, cabellos revueltos. Su apariencia es lamentable. Me apresuro a agarrar la puerta para volver a cerrársela en las narices. Él se adelanta:

—No te vayas.

Lo dice tan rápido que las palabras se le apelotonan en los labios cuando las pronuncia con voz ronca. Me detengo para mirarlo.

—No tienes ningún derecho a pedirme eso. Ni siquiera tienes derecho a llamar a mi puerta —le espeto. Que no me vea dudar. Puede que vea el llanto reciente en mi cara, pero no quiero darle la satisfacción de descubrir cuánto me importa—. ¿Qué haces aquí, de hecho?

—Pedirte perdón —murmura, penitente. Nunca lo había visto tan poco orgulloso, prácticamente inclinado ante mí. Casi siento pena por la desesperación que parece haber en su mirada. Sólo casi. No me lo creo. Ya no puedo creérmelo—. Perdóname, Hinata. Por favor. Yo... no sabía lo que decía. No quería... No quería hacerte daño. Estaba borracho y... Soy un idiota. Un completo idiota.

Estoy de acuerdo en lo último, pero alzo el mentón, apretando el puño que no agarra el pomo de la puerta.

—No tienes la capacidad de hacerme daño —le digo. Aunque es mentira. De hecho, él me ha hecho más daño con palabras de lo que otros me han hecho con sus manos.

—Para. Para ya con eso.

Frunzo el ceño. ¿Se atreve a decirme qué es lo que tengo que hacer, incluso ahora? Por no hablar de que ni siquiera sé a qué demonios se refiere. Tengo la tentación de zanjar la conversación volviendo a encerrarme con llave y dejarle en el pasillo.

—¿Disculpa? —siseo.

—¡Eso! —exclama, haciendo un ademán hacia mí—. Fingir que nada te importa. Como si nadie pudiera ver lo que hay detrás cuando te pones la máscara. ¡Dejarte afectar no te va a hacer más débil, Hinata! ¡P-por eso dije que no tenías sentimientos! —Como si se arrepintiese de repetirlo, como si supiese que no está bien decirlo, aparta la vista para clavarla en sus botas—. A veces parece que eso es lo que quieres que crea: que no sientes nada. Y no es fácil, ¿sabes? A mí me gusta cuando te ilusionas, cuando sonríes. Incluso cuando lloras. ¡Pégame! —exclama, señalándose la cara—. ¡Enfádate! ¡Apuñálame si quieres! ¡Pero no hagas eso! ¡No te hagas eso!

Él no tiene ni idea. Él no sabe por qué lo hago. No sabe que esta es la única manera de sobrevivir que conozco. La única manera de no ser vulnerable. Si nunca hubiese dejado caer esa máscara con él en primer lugar, no habría conocido a la chica que en realidad soy, y entonces yo no me habría sentido cercana a él, y nada de esto estaría pasando. Alzo la mano, tentada de cumplir con lo que él dice y pegarle. Se encoge al ver mi gesto, de hecho, esperando el golpe. Pero yo ni siquiera tengo ganas de eso. No quiero golpearle. Estoy cansada. Estoy dolida. Estoy vacía. Verlo aquí, disculpándose ante mí, evidenciando todo lo que se ha roto entre los dos, es más de lo que puedo soportar. Agacho la cabeza para que no vea mis ganas de volver a llorar.

—Confiaba en ti —murmuro, reprochándoselo. Reprochándomelo. ¿En qué momento empecé a hacerlo?—. Confiaba en ti de verdad. Confiaba en ti como... como hacía siglos que no confiaba en nadie. Podía ser esa persona contigo. Podía quitarme la máscara porque no tenía nada que temer, porque no ibas a hacerme daño. Es culpa mía. Es culpa mía por confiar en ti. Es culpa mía por pensar que eras diferente. Su expresión se vuelve un poco más desesperada cuando termino de hablar.

—¡No quería hacerte daño, Hinata! No quiero hacerte daño. Estaba confuso y enfadado conmigo mismo y... bebí. Bebí más de la cuenta y dije estupideces. Tú no habías respondido a mi pregunta en la Torre. Estaba frustrado. Sé que no es excusa para la manera en que me he comportado, pero es la única verdad. ¿Todo por no responder a su propuesta de irnos juntos? —¡Tenía miedo! —le grito, sin poder creerme que se haya comportado como un completo capullo por eso. Eso lo desconcierta.

—¿Miedo? ¿Tú? ¿De qué?

De demasiadas cosas. De que me quisieras. De no poder quererte. De separarnos. De echarte de menos. De que nos hiciésemos demasiado importantes y demasiado daño. De todo por lo que tú no has tenido ningún miedo antes.

—Ahora ya no importa —contesto, sin embargo—. Márchate, por favor.

—¡No! —Me impide cerrar la puerta poniendo la mano en ella. Me observa, con los ojos azules suplicando una oportunidad—. ¿Crees que yo no tengo miedo? ¿Crees que no estoy... aterrado? ¡No eres consciente de todo lo que me pasa por dentro, Hinata!

Claro que soy consciente. Eso es lo que más duele. Que piense en mí como algo que necesita atrapar. Algo que le vuelve loco no tener.

Sólo soy un objeto más.

—Vete —le exijo—. Ya he tenido suficiente de esto en mi vida, Naruto. Eres otro más que espera que haga... lo que él quiere. Seguramente te sentirías mucho mejor si nos acostásemos, ¿verdad? Eso te liberaría. Creerías que has conseguido lo inalcanzable y te sentirías mucho mejor. ¿Es porque te rechazo? Imagino que es lo que te frustra, ¿no? Porque nadie se ha resistido nunca a ti, y yo lo hago.

—¡Es porque me he enamorado de ti! Los dos nos sobresaltamos, tanto por el tono de su voz como por las palabras. Mi corazón da un brinco, queriendo creer, sólo que no es tan fácil. Ha demostrado muy bien qué es ese supuesto amor. Y aun así, cuando se lleva la mano a la cara, cansado, desesperado, triste, creo que podría ser sincero y... No. No le importo más que a otros.

«¿Y por qué ibas a importarle? ¿Qué otro amor quieres? No te mereces otra cosa, Hinata».

—No es amor... —susurro, bajando la vista al suelo. Él cierra los ojos con fuerza, como si el rechazo fuese un golpe más certero que la bofetada que no le he dado.

—Lo es, Hinata. Te quiero. Pero tú ya lo sospechabas, ¿verdad? Me has... visto mirándote demasiadas veces. Hoy y ayer y antes de ayer... Debe de haber un número limitado de veces en que nuestras manos se pueden rozar por accidente antes de que resulte obvio que busco tocarte.

Me estremezco. Sí, es cierto. Esta mañana creía que era posible que se estuviera enamorando de mí, sin ir más lejos. Pero esta tarde...

—Antes dijiste...

—Antes dije muchas tonterías —apura él, con una mirada culpable—. Antes, por si no te diste cuenta, estaba intentando convencerme a mí mismo de muchas cosas que no eran ciertas.

Dudo. Parece consciente. Parece... arrepentido. Sabe todo lo que ha hecho mal. Está torturado. Sabe todo lo que ha supuesto para mí. Sabe todo lo que ha provocado. Pero ¿puedo confiar? No lo sé. Y aun así, una parte de mí, esa vocecita pequeña y floja que de vez en cuando aparece en mi cabeza, quiere creerlo desesperadamente. Quiere creer que tiene una oportunidad. Que tenemos una oportunidad. Quiero escucharlo decir que no me ve como algo que poseer. Como algo de lo que sentirse dueño y que le pertenezca. El amor no es pertenencia, el amor debería ser libertad.

Hay una pequeña fisura de duda. El dolor se despeja un poco ante la mirada atormentada del príncipe. No tengo tantas ganas de cerrarle la puerta en la cara, al menos. Él decide aprovechar mi breve momento de silencio, porque da un paso hacia delante.

—Lo siento, Hinata —susurra, sin dejar de mirarme. Nunca me había sostenido la mirada así, con tanta claridad, y yo nunca lo había visto tan triste—. Antes... quería... No sé. Supongo que sentir que todavía era dueño de mí mismo y que no me importabas tanto. Aunque es obvio que no puedo evitar eso... —Sus ojos descienden de mi rostro para observarse las manos. Yo me encuentro mirando sus palmas también—. Siempre he tenido el poder para hacer lo que he querido. Pero ahora me... me siento perdido. Porque cuando estás cerca siento que estoy en el borde de un precipicio, siempre en un equilibrio muy precario. —Aparta la vista de sus manos cuando las cierra en dos puños y las deja caer. Sus ojos vuelven a los míos y yo me estremezco ante su mirada desamparada—. No me reconozco, y tengo miedo de seguir cambiando. Y, a la vez, quiero cambiar, porque aunque este no sea yo, creo que soy mejor desde que te conozco. Es... es la sensación más confusa que jamás he tenido. N-no sé cómo explicarlo.

Calla y yo misma no me veo capaz de decir nada en respuesta durante unos buenos segundos en los que el silencio nos ata como un lazo invisible. Se ha comportado como un estúpido, eso no ha cambiado. Pero él lo sabe. Y yo ahora puedo entenderlo un poco mejor. El problema es... todo lo que hemos callado. Todo lo que no nos hemos dicho, durante demasiado tiempo, escudándonos en la comodidad de las bromas y el despiste. Yo sabía que le atraía y nunca se lo hice notar. Él tampoco me lo confesó. Hemos sido dos cobardes con demasiado miedo de enfrentarnos mutuamente.

Tal vez ahora tengamos la oportunidad de entendernos de verdad. No tenemos muchas más opciones. Es quitarnos el disfraz por completo o no volver a vernos, porque hagamos lo que hagamos ya no vamos a volver a ser los mismos. Podemos salvarlo o tirar todo por la borda. Y yo quiero entenderlo. Quiero saber hasta qué punto siente algo de verdad por mí. Suspiro hondamente y me llamo estúpida. Algún día voy a arrepentirme de esto. Me aparto de la puerta para enseñarle la estancia. Naruto coge aire, con una mirada esperanzada.

—Es posible que debamos mantener una conversación —susurro. Todavía duele mirarle y no saber qué va a ser de nosotros a partir de este momento, por lo que fijo la vista en el suelo—. Sin máscaras. Ninguno de los dos. Aunque no sé cómo voy a poder cumplir mis propias reglas en este momento.

Él, por su parte, aprieta los labios, pero asiente con seriedad. Entra en la estancia y mira alrededor, parándose en medio de la habitación. Cierro la puerta y me detengo un momento contra la madera. Necesito respirar hondo. Necesito recordarme que esto es lo correcto. Necesito estar segura de que estoy haciendo lo que tengo que hacer. Me giro. Él me observa de soslayo. Paso por su lado y puedo sentir su mirada clavada en mí, siguiéndome. Tomo asiento en la cama, aunque no le invito a sentarse conmigo. Más silencio.

—¿Por qué no me dijiste esta mañana lo que sentías, en vez de... quedarte callado y marcharte haciéndote el conquistador?

Creo que es una buena pregunta para comenzar. Si me lo hubiera dicho... Claro que yo no me atreví a preguntarle, demasiado asustada por la respuesta.

—Porque sabía que iba a doler —murmura Naruto. Supongo que ese ha sido otro de nuestros errores. Hemos dado demasiadas cosas por hecho—. Y porque he necesitado de toda mi fuerza de voluntad para decírtelo ahora, Hinata. No es... fácil. Te lo he dicho: esto es nuevo para mí. Nunca me había sentido así.

Me estremezco. ¿Por qué yo? Ha conocido a suficientes mujeres en su vida como para llenar un palacio entero. Ha estado con la que ha querido cuando ha querido. No puede ser que yo le haya hecho sentir algo diferente a todas ellas.

—Puede que estés confundido —sugiero, en voz baja. No estoy segura de si quiero que me confirme que eso es exactamente lo que le pasa o que lo niegue con rotundidad—. ¿Por qué alguien me querría a mí? ¿Por qué ibas a hacerlo tú?

—¿Por qué no iba a hacerlo? —Aunque duda, da un paso hacia mí. Lo miro de reojo, abriendo la boca, pero él se adelanta—: Eres diferente. Eres bonita, inteligente y divertida. —Escucho su suspiro y veo que, pese a todo, consigue esbozar una sonrisa pequeña. Parece azorado. Yo misma me siento un poco avergonzada—. Y me vuelves loco, de todas las maneras posibles. Y... yo... —Otro titubeo y otro paso hacia mí. Contiene la respiración, pero parece solemne—. Sé que no te quieres a ti misma, Hinata. Sé que te han hecho mucho daño y que... han metido en tu cabeza ideas que, simplemente, no son verdad. Y que no es fácil luchar contra ellas. Pero aunque tú no te quieras a ti misma, yo... yo podría hacerlo por los dos, hasta que aprendas.

El golpe es tan certero que casi me tambaleo, que la realidad misma se desestabiliza a mi alrededor. ¿Puede ver eso? ¿Puede ver que no consigo ser la persona que me gustaría ser? ¿Puede ver que me gustaría creer más en mí? ¿Puede ver que no dejo de considerarme insuficiente todo el tiempo y eso duele? No creo que sepa ni una mínima parte de lo que eso significa, pero... pero lo ve. Se me nubla la mirada un momento. Lo ve y, aun así, quiere... mantenerse cerca. Quererme por mí misma.

No sé qué decir. Él vuelve a aprovechar el silencio. Se acerca un poco más a mí. Me escuecen los ojos.

—Esta mañana, yo... cuando te dije que fuésemos juntos a Granth, quería... quería alargarlo, Hinata. Esto. Lo que tenemos, incluso si no es nada. Nuestra relación ni siquiera... ni siquiera tiene que cambiar. No esperaba que lo hiciera. Puedo conformarme. Pero cuando te quedaste callada... me asusté. Me puse a la defensiva. Me enfadé, porque si hubieras dicho que no, al menos habría sabido lo que te pasaba por la cabeza.

Me pasaban demasiadas cosas por la cabeza, pero hay algo en su discurso que me llama la atención todavía más que saber qué pensaba cuando me sugirió continuar juntos. Algo a lo que me aferro con todas mis fuerzas. Lo único que quería escuchar de verdad.

—¿Podrías conformarte? —repito con cuidado—. ¿Podrías... seguir como hasta ahora, sin más? Antes... —Trago saliva, recordando su rabia y su burla, sus palabras—. Antes parecía que estabas enfadado porque no... porque no me tenías contigo.

—No te voy a mentir, Hinata... Claro que me gustaría que hubiera algo más. Claro que me gustaría que me quisieras también. Pero podría soportarlo. No quiero... tenerte . Sé que no eres de nadie. Que incluso si me correspondieses, no serías mía, y yo no quiero que lo seas. Siento... Siento que pareciese eso. Antes estaba rabioso conmigo mismo por ser el peor de los cobardes.

Lo ha dicho. Él no me ve como un objeto. Él no cree que sea algo sobre lo que pueda tener poder. Él no me ve como algo que atrapar y nada más.

No encuentro las palabras para describir la oleada de alivio que me recorre de arriba abajo, y el príncipe lo ve, porque entorna los ojos, culpable.

—Fui un estúpido. No sabía lo que decía. De hecho, si me preguntas, ni siquiera sé qué dije exactamente. Puedes quitarme el alcohol a partir de ahora todas las veces que quieras. No me quejaré.

Asiento, pero lo hago con un intento de sonrisa para que deje de fustigarse.

—¿Por qué te has llamado cobarde?

—¿Cómo llamas a alguien que trata de olvidar con una botella? ¿Que trata de no pensar en los problemas de esa manera porque así todo es más fácil, en vez de afrontarlos? No sabía cómo hacerlo. No me atrevía a... preguntarte por qué me besaste o si sólo había significado algo para mí, porque no sabía si quería escuchar la respuesta. Bajo la vista. Todos tenemos nuestra manera de evadir de la realidad cuando esta no nos gusta. Puede que él lo haya hecho con una botella, pero yo no fui mucho más valiente, escudándome tras mi silencio.

—Supongo que somos dos cobardes, entonces. Naruto frunce el ceño, pero, tras un último titubeo, se atreve a sentarse a mi lado.

—¿A qué te refieres?

Trago saliva. Supongo que es mi turno de quitarme la máscara. De dar las explicaciones. De arreglar la parte que me toca. Y si no lo digo ahora, jamás reuniré las fuerzas para hablar.

—No me quedé callada porque... quisiera rechazarte. Me quedé callada porque... simplemente... no sabía qué responder. Porque estaba asustada. Porque no sabía qué sentías tú ni si podía corresponderte. No lo sé aún. No sé si yo puedo querer a alguien, Naruto. Y tenía miedo porque... nos haremos más daño. Porque si continuamos viajando sólo vamos a retrasar lo inevitable, que es separarnos, y... ¿no nos dolerá más, cuanto más tiempo pasemos juntos? Pero al mismo tiempo yo... yo realmente quería pasar más tiempo contigo. —Cierro los ojos, intentando ignorar la voz que me dice que eso es una locura—. Realmente quería no tener miedo y... y hacer como los niños, y disfrutar de lo que durase, incluso si luego dolía. Realmente quería... —Me armo de valor y lo observo para que vea todas mis dudas, todos mis miedos, que pudieron bloquearme esta mañana y me obligaron a callar—. Realmente quería ver adónde podíamos llegar.

Veo el cambio en su rostro. Veo su expresión incrédula y la manera en que contiene la respiración. No sé si es esperanza o el deseo de seguir comprendiendo. Sus dedos rozan los míos y yo bajo la vista a la caricia tentativa sobre mi mano. No hay presión. No la coge de verdad. La posa encima. ¿Es esta la necesidad de tocarme que mencionó antes? ¿Es este uno de los gestos en los que pretende sentirse más cerca de mí? No es desagradable. Es dulce.

Como besarlo.

—¿Y ahora... qué quieres hacer?

Tengo que tomar aire ante la pregunta, volviendo mi mirada hacia él. No parece ansioso, sino paciente. Si le dijese que no lo sé, ¿lo entendería? Si le dijese que aún no he averiguado cuál es la mejor elección, ¿me daría tiempo? Aunque hay algo que tengo claro. Sé que no puedo arrastrarlo al caos que soy y que, es evidente, aún no ha visto de verdad. Si lo hubiera visto, no tendría el valor de decir que me quiere. No hay nadie que pueda querer este desastre.

—Sé lo que no quiero hacer, Naruto. —Dejo caer los párpados, en parte porque así podré contener las ganas de llorar, en parte porque así no tendré que mirarlo—. Y no quiero hacerte daño. Tú... tú no sabes lo que hay debajo. Tú no sabes... el miedo, y la inseguridad, y la sensación de que da igual lo que haga, jamás seré suficiente. Para nadie. Ni siquiera para mí misma. No sabes lo que es tener una voz en tu cabeza que siempre está dispuesta a recordarte que no has sido nada toda tu vida. Que seguirás sin serlo. No quiero... que cargues con esto. Por eso no quería que sintieses nada por mí. ¿No lo has visto? Si hubiera sido otra chica, si estuviese más entera, quizá no habría respondido como lo hice. Quizá te habría gritado, o simplemente te habría obviado, hasta que no estuvieses sobrio. Pero me lo he creído, porque es más fácil creer que no significo nada, puesto que eso es lo que me han enseñado toda mi vida, que creer que puedo ser importante.

La otra mano del príncipe roza mi mentón, lo que me hace alzar los párpados. Él me está mirando sin perder detalle de mi expresión. Hay tanta calma y al mismo tiempo tanta preocupación que mi corazón pierde un paso.

—¿Por qué no me lo dices? —pregunta—. Cada vez que oigas esa voz, yo... hablaré más alto para acallarla. Por cada cosa horrible que te diga, yo te diré dos buenas. Algún día serás una gran comerciante y yo no podré decirte nada que no sepas. Pero hoy, ahora..., te recordaré que eres importante. Que significas mucho, aunque sólo sea para mí y para Konohamaru... No puedo contener las lágrimas que desdibujan su silueta.

—No quiero depender de nadie... no puedo . No quiero ser tan débil... Naruto sonríe como si él supiera algo que yo no. Una gota se descuelga de mis pestañas y su dedo pulgar la captura y la limpia, haciéndola desaparecer como si nunca hubiera existido.

—Compartir tus problemas con alguien no te hace depender de esa persona, Hinata. Significa que tienes a alguien a tu lado. Y mientras puedas confiar al menos en una persona, serás un poco más fuerte para hacer lo que te propongas... ¿O crees que yo habría conseguido llegar tan lejos en mi viaje, ser ese héroe que algunos dicen, si no te hubiera tenido a mi lado? Él habría conseguido lo que quisiera sin mí. Es más fuerte que yo, a pesar de que también sea más estúpido y más inconsciente. Sólo así se explica que siga aquí, prestando atención a todas mis tonterías. Sólo así se explica que haya venido a mi habitación para suplicarme que no me fuese cuando lo más sensato habría sido dejar las cosas como estaban y dejar de hacernos daño. Sólo así se explica que me quiera.

Porque me quiere. Muchísimo.

Me siento estúpida por no haberlo visto antes. Me siento estúpida por haber pensado que su amor era egoísta y que sus sentimientos se parecían a los de otros hombres.

—¿Por qué haces todo esto por mí? —le pregunto, sin poder evitarlo—. Sobre todo cuando te he dicho que no sé si puedo corresponderte... Naruto suspira.

—No creo que se trate de que puedas corresponderme o no, Hinata. Eso no va a cambiar lo que yo siento.

¿Y no sería más fácil alejarse de mí? Así no sufriría. ¿No es difícil tener a alguien tan cerca y saber que en el fondo está muy lejos de tu alcance? ¿Por qué se hace esto? Y, aun así, me alegro de que lo haga. Me alegro de que me quiera y de que se quede cerca, en vez de alejarse.

—No sé si puedo corresponderte —repito, a lo que él asiente—. No sé si... puedo querer a alguien de verdad. Pero... —Naruto entrecierra los ojos, desconcertado por ese «pero». Yo me muerdo el labio, dubitativa, y estoy a punto de callar hasta que recuerdo que este es el momento y el lugar en el que hemos prometido ser sinceros, sin disfraces—. Eres... la primera persona a la que no me asusta tocar. Eres la primera persona a la que he querido besar... La primera persona con la que un beso me ha hecho sentir algo. Te lo dije, pero tú no escuchaste: no esperaba que hubiese significado nada para ti ... Eso no quiere decir que no significase nada para mí.

Lo observo mientras la sorpresa cruza su cara con rapidez y la vergüenza me hormiguea en las mejillas.

—¿Por qué? —pregunta casi sin aire. Como si lo estuviera conteniendo. Me doy cuenta de que su mano se ha apretado algo más en torno a la mía, tensa.

—No por qué. Sólo sé... —Titubeo, pero me veo incapaz de decirlo mirándole cuando él me observa con tanta fijeza, analizando cada una de mis palabras—. Sé que fue agradable. Cuando te besé no recordé otros besos. No hubo daño ni malos pensamientos ni voces. Fue... pacífico.

Silencio, una serpiente que se arrastra ligera hacia nosotros y después se enrolla alrededor de nuestros cuerpos para ahogarnos. Observo a mi acompañante, que no ha dejado de mirarme. Duda, pero vuelve a tocar mi cara, para hacer que la gire hacia él. Es de nuevo ese toque que tiene miedo de romperme, de que me disuelva en el aire como una nube baja que intentas atrapar.

—¿Te...? —Coge aire entrecortadamente. Hay color en sus mejillas y se corrige a sí mismo—: ¿Podría... besarte? Enrojezco, estupefacta.

—¿Qué? ¿Ahora? Él también enrojece algo más.

—B-bueno, ahora estamos aquí, juntos, y tú has dicho eso, y yo me muero de ganas, y... y... ¿Por qué no?

Intento darle una respuesta ingeniosa, pero lo cierto es que no se me ocurre ninguna. No cuando él me mira así y yo no puedo evitar fijarme en sus labios. Me remuevo en mi asiento antes de volver a subir la vista a sus ojos, que han sido conscientes de mi mirada como yo lo era cada vez que él miraba mi boca. Quizás...estaría bien. Quizá... podría confirmar lo que sentí ayer por unos segundos. ¿Cómo será que él me bese? Que compartamos un beso de verdad, no sólo una presión robada fugazmente...

Además, me ha pedido permiso. Permiso. Nunca nadie me había preguntado si podía besarme, simplemente habían tomado los besos que habían querido. Por eso, tras una mirada en la que ambos contenemos la respiración, asiento con lentitud.

Él vuelve a tomar aire. Hay un susurro de tela sobre las sábanas cuando se aproxima un poco más a mí. Sus dedos se aprietan algo más sobre los míos. Casi me siento mareada mientras se inclina sobre mí. Se me acelera el pulso cuando me observa, muy de cerca. No me besa de inmediato. Me mira. Nunca nadie me había mirado así. Sus dedos tocan mi mejilla y un escalofrío me recorre todo el cuerpo. No sé cómo responder. No sé qué hacer, aparte de disfrutar del instante en el que sólo siento la caricia y su respiración cercana. En el que sólo veo sus ojos y sus labios.

El mundo más allá de eso se desintegra.

Los dos entrecerramos los ojos. Entreabrimos los labios.

Y me besa.

Al principio es una presión tierna de su boca contra la mía. Eso es suficiente, sin embargo. Suficiente para que la cabeza se me embote. Suficiente para que la ola de calidez me inunde. Es dulce. Es cuidadoso... Y es aún mejor cuando se convierte en una caricia. Cuando nos rozamos, cuando con lentitud nos tocamos en ese gesto. Cuando ganamos seguridad y nos acercamos un poco más, porque es tan suave, tan agradable, que no hay manera de que lo que estamos haciendo sea incorrecto.

Porque nunca me habían besado así. Porque nunca habían acunado mi rostro como lo hace él cuando lo toma. Porque nunca me habían acariciado la espalda y me habían hecho disfrutar sólo con eso. Porque nunca me había abandonado de esta manera. Nos acercamos más. Nos buscamos, esta vez sí, a propósito, los dos. Yo toco sus cabellos, él se agarra a mi cintura. No dejamos de besarnos, apartando el tiempo de nosotros. No quiero que se separe. No sabe lo que está haciendo conmigo. Puede que esto sea lo normal para él, pero no para mí. No sabe lo diferente que es a todo lo anterior. No sabe que yo nunca había tenido ese nudo en el estómago o que nunca había sentido la necesidad, que aumenta con cada segundo que pasamos anclados a la boca del otro. No sabe que nunca se me había puesto la piel de gallina como en el instante en que nuestras lenguas se entrelazan y juegan, y nos olvidamos un poco más de nosotros mismos.

Lo mejor de todo es que ni siquiera puedo pensar.

No existen otros besos, otras caricias indeseadas.

Nunca me había sentido tan limpia como en este momento. Pero él se separa cuando los dos estamos a punto de quedarnos sin respiración. Jadeo, sorprendida al sentir que se aleja y abro los ojos, confundida.

No. No te vayas.

El vacío me recorre también de una manera inesperada. Lo miro, dispuesta a volver a asaltar su boca, pero él tiene los ojos cerrados y está tenso. Se obliga a respirar hondo. Sus manos siguen en mi cintura y casi parece que se aferre a ella como un ancla que evita que un barco se pierda a la deriva.

—Hinata —murmura con voz ronca, con esfuerzo—. Diga lo que diga mi nombre, no soy de piedra. Y me estás poniendo muy... difícil lo de ser un caballero...

Durante los primeros segundos ni siquiera entiendo de qué me está hablando.

Y cuando comprendo, no me lo creo.

Entreabro los labios y él me mira, casi avergonzado. Y yo... yo casi tengo ganas de echarme a reír. De diversión, sí, pero también de... felicidad. Nunca nadie me había detenido, precisamente. Él no quiere sólo eso de mí. Si lo quisiera, ¿por qué iba a pararme justo ahora? ¿Por qué apartarse? Hace ademán de poner espacio entre nosotros, pero yo lo detengo, obligándolo a mantener sus manos sobre mi cintura. Él da un respingo, mirándome, confuso. Yo me echo hacia delante y vuelvo a tocar mi boca con la suya. Otro escalofrío. No me voy a cansar nunca de la sensación. ¿Qué más podrá hacerme sentir?

—No tienes que ser un caballero ahora, Naruto —susurro, contra su boca—. Está bien.

—Pero...

—Está bien.

Lo beso, como si así pudiera demostrárselo. Porque es cierto. Está bien. Todo está bien. Creo que es la primera vez también que identifico el deseo corriendo por mis venas, haciéndome arder. Es la primera vez que quiero ver lo que la ropa esconde. La primera vez que dos cuerpos pegados no me parecen un castigo. Es la primera vez que de verdad quiero que alguien me acaricie. Porque si un beso me ha hecho sentir así, ¿qué no me hará sentir cuando sus labios estén por toda mi piel? ¿Qué no me hará sentir su cuerpo?

Él puede curarme. Él puede demostrarme que todavía hay una oportunidad para mí.

—No quiero que te arrepientas de esto... —susurra contra mi boca, un murmullo, y sus manos ya trepan por mi espalda igual que las mías descienden por su pecho.

—No voy a arrepentirme.

Nos volvemos a besar, con más necesidad que antes. Cuando sus labios tocan mi cuello no puedo evitar soltar un suspiro hondo. Cuando mis manos se cuelan bajo su camisa él contiene la respiración. No hay manera de que pueda arrepentirme de algo así.

En medio de otro beso que se convierte en locura, caemos en la cama, enredados, pegados, apretados. Me separo de él para observarlo desde arriba, para ver la manera en que las mejillas se le arrebolan o en que la respiración se le ha turbado por completo. Lo hago incorporar un poco y le saco la camisa por encima de la cabeza. Lo contemplo como nunca había contemplado a nadie. Normalmente sus cuerpos me daban igual. Todos eran iguales. Pero él no. Lo rozo con mis dedos, con el corazón palpitándome en el pecho, en las sienes, en todas partes. Ahí está su cicatriz, en el hombro, allí un par de marcas de nacimiento, en las costillas...

Él traga saliva. Sus dedos suben por mis piernas, arrastrando la tela del camisón bajo su toque. Dejo que lo haga. Quiero que esas manos me recorran. Que descubran todo lo que han querido descubrir en este tiempo. Quiero que me muestre lo que es sentir el placer que siempre he dado, pero nunca he podido recibir. Alzo los brazos. Con caricias lentas, que se pegan a cada centímetro de mi piel y encienden todavía más esa necesidad imperiosa de tenerlo cerca, me quita la única prenda de ropa.

No siento vergüenza cuando me quedo desnuda ante él, aunque sí cuando veo su manera de mirarme. He visto el deseo de muchos hombres, pero nunca el que aparece en los ojos de Naruto.

Puedo confiar en él.

Cojo su rostro. Cerramos los ojos. Volvemos a besarnos. Volvemos a agarrarnos al otro. Cuando sus manos descienden por mi espalda y sus dientes arañan mi cuello, tengo que contener un gemido, pero me inclino hacia su oído.

—Que sea como los besos... —susurro, quizá para él, quizá para mí—. Que sea... como si fuera importante. No dice nada. Se aferra un poco más a mí. Yo me aferro un poco más a él.

Nos perdemos. Durante el tiempo apartado del propio tiempo que viene después nos convertimos en cuerpos y suspiros y perdición y caricias. Y todo eso está bien. Nos recorremos enteros, nos descubrimos, nos mordemos, nos arañamos, nos destrozamos y nos matamos el uno al otro para renacer en nuestro abrazo. Nos movemos, sudamos, cambiamos, peleamos sin luchar. Y es como si nunca me hubiera acostado con nadie antes, pese a todos los años dejándome la piel en el cuerpo de otros. Es como si no supiera de verdad lo que era. Porque no sabía, hasta hoy, lo que podía provocar una sola caricia. Un solo beso. No sabía lo que era temblar de anhelo, no sabía lo que era perder la cordura, la noción del tiempo, del mundo mismo, cuando no hay ningún espacio entre nosotros.

No sabía lo que era explotar, desintegrarme, disolverme sin perder mi cuerpo, pero con toda la sensación de que este no me pertenece.

No sabía qué era que alguien se derrumbe sobre ti y te siga besando y te abrace, y poder esconder el rostro en su hombro. Antes, cuando todo acababa, suplicaba que quien fuese se apartase. Cuando Naruto jadea contra mi cuello, sólo puedo rozar sus cabellos y cerrar los ojos, y nuestros cuerpos pegajosos me parecen lo menos desagradable del mundo. Nos quedamos así, callados, respirando, intentando acompasar el ritmo de nuestros corazones, abrazados, durante un buen rato.

—¿Puedo... quedarme? —susurra él, aún con voz débil. Abro los ojos, mirando al techo, y luego a la figura que todavía mantiene el rostro contra mi piel. Rozo sus cabellos.

—¿Quedarte...? ¿A dormir? ¿Aquí? Asiente con lentitud. Como si temiese el rechazo. Como si no estuviera seguro de lo que está diciendo. No puedo evitar sonreír. Nunca nadie había querido dormir conmigo. Nunca he despertado con nadie al lado.

—Puedes quedarte.

Naruto alza el rostro, pero no dejo que diga nada.

Nos volvemos a besar.

Por esta noche, al menos, podemos fingir que no hay nada más allá de esta cama.