2.- Solo Un Buen Negocio


No es fácil para mí dejarlo ir
porque me he tragado cada palabra
y cada susurro, cada suspiro devora este corazón mío
y hay un vacío en mí ahora (yo ahora)

Así que voy a poner mi fe en algo desconocido
que estoy viviendo en tales dulce nada
pero estoy cansado de esperanza sin nada que sostenga
que estoy viviendo en tales dulce nada
y es difícil de aprender
y es difícil para el amor
Cuando' re darme tan dulce nada
dulce nada, dulce nada
que me estás dando nada tan dulce


Los tonos neón se destacaban a través del fondo de luz negra en la amplísima estancia del club nocturno, abarrotado de gente joven bailando la música electrónica que vibraba a todo volumen por los parlantes instalados inteligentemente alrededor para no estropear la estética del lugar. En una de las mesas altas, junto a una escalera metálica de caracol una pareja de veinteañeros de besaba apasionadamente cuando fueron interrumpidos por el mesero que les traía sus bebidas al tiempo que sonaba All Heaven de Aly Fila. El chico larguirucho moreno con ropa estilo Hip Hop solo se acomodó la visera de la gorra al revés mientras desnudaba con la mirada a la joven latina de cabello rubio que hacía un momento acariciaba su ingle. El mesero ya se retiraba cuando sin querer tropezó con un torso masculino notablemente macizo cubierto por una tela de algodón blanca debajo de una gruesa chaqueta de cuero. Y sin querer generar problemas se disculpó sin siquiera mirar, escurriéndose entre la gente para luego desaparecer. Unas gruesas botas altas de viaje en motocicleta se abrieron paso entre el mar de piernas, cuyos dueños al verle simplemente se alejaban despejando el camino. El espeso y áspero cabello azabache que terminaba en un marcadísimo pico de viuda en la amplia frente se movía al compás de sus pasos. Dirigiéndose a la barra pidió una cerveza mientras una mano enfundada en un guante deportivo dejaba un billete por adelantado. Así, obteniendo su pedido casi inmediatamente dio la espalda para recorrer con ojos negros ávidos de ceño fruncido el panorama.

Si no se bailaba se bebía, y pensó que no era muy diferente de los bares en los planetas conquistados por Freezer que, a diferencia de la música, podrían ser verdaderamente patéticos. Dividido por tres estancias. Lo que simulaba una pista de baile no era más que un gran espacio delimitado con pequeñas mesas altas y sillones asimétricos puestos a las orillas y cerca de las paredes, que destellaban en minúsculas lucecillas rojas y verdes, simulando estrellas. Encima de las mesas altas se enmarcaba la tercera plataforma a cuatro metros de altitud, en cuyos laterales había dos escaleras metálicas, en caracol o recta, por donde acceder. Fijó su vista ahí, a ella le encantaba los lugares altos donde poder llamar fácilmente la atención.

Ya sonaba Calvin Harris la vieja Sweet Nothing cuando localizó su objetivo: una conocida cabellera lacia y turquesa destacaba agitándose en el lugar. Se forzó así mismo a sonreír malvadamente, aunque lo que presenció solamente lo hizo contraer sus pupilas y encenderse.

Ella ya llevaba mucho tiempo sin salir a divertirse y él no cooperaba a desaparecer el aburrimiento fuera de la cama. Así que disfrutó al máximo bailar repegada con aquél desconocido chico bronceado que la había invitado a salir. Moviéndose con marcada sensualidad pudo sentir al otro vibrar y paralizarse ante la idea que no solo su ropa compuesta de mini shorts de mezclilla rota a la cadera resaltando por debajo el hilo de su tanga al nacimiento de sus marcadas caderas acompañadas de su amplio y generoso escote de camiseta blanca de tirantes sin apenas interferir en la vista de su ombligo, coronando su vientre plano, no dejando absolutamente nada a la imaginación. - ¡Esto es muy divertido! - Gritó para hacerse oír. - ¿Qué haremos después de esto, guapo?

- ¡Pues estaba esperando una oportunidad para invitarte a mi apartamento luego de tanto ruido! - Fue la respuesta al tiempo que le acariciaron sus muslos, lo que para nada le molestó. - Y luego, no sé, tal vez podríamos ... ¡Hey, qué te pasa imbécil ...!

Gritos, golpes y el ruido de cristales rompiéndose al tiempo que la chica rubia miraba junto a su compañero cómo un hombre bronceado caía junto a su mesa de la plataforma, noqueado. Ambos alcanzaron a ver apenas una abundante y larga melena azabache perteneciente a aquél sujeto alto y atléticamente musculado de hace cinco minutos, en cuyo hombro izquierdo cargaba a la voluptuosa mujer, al tiempo que gritaba molesta agitando las piernas y golpeando con sus pequeñas manos la gran espalda: - ¡No, ya bájame! ¡Suéltame Raditz, noo! - Desapareciendo por la entrada principal.

Solo cuando estaba en el gran estacionamiento trasero la bajó, siendo recibido al instante por una bofetada que no sintió de no ser por ese bonito rostro molesto frente él: - Eres un... - La interrumpió tomándola de debajo del brazo para conducirla a la motocicleta estilo Harley Davidson que esperaba en medio de la noche calurosa de verano.

- Te he dicho muchas veces que no salgas, Maron. - La jaló un poco brusco para sentarla en el asiento, viendo cómo sus pechos rebotaban ignorando el humor de ella. - Pero sabía que te encontraría aquí, siempre eres tan predecible...

- En cambio tú eres un fastidio. - Le recriminó. - Si no quieres que salga con otros hombres, entonces llévame a pasear, quiero bailar, viajar, comprar, estar de fiesta... No pudrirme en tu asqueroso departamento. - Finalizó.

Él la miró, ¿Acaso no entendía que era solamente suya? Se sentó junto a ella en el asiento, y simplemente la mantuvo inmovilizada con la mano izquierda, mientras que con la dirección derecha encendía el vehículo manipulándolo y se iban derrapando a su domicilio.

El silencio de la estancia fue interrumpido por una puerta azotándose tras ellos. Todavía no la soltaba, cuando empujándola de espaldas a la pared, se encontró con sus ojos azules. Furioso rodeó su cuello con una sola mano. - Apuesto a que preferirías cojerte a ese tipo

- No. - Mintió, ya con las mejillas encendidas y los ojos entrecerrados de excitación. -Pero si aprietas tu mano un poco más, terminaré antes de empezar. - Ahí se sinceró, acariciando con lascivia su brazo fuerte apenas tensado por los músculos.

Perdió el poco control que le quedaba. La besó tan furiosamente que dolió, respondiendo ella mordiendo y jalando fuertemente su labio inferior hasta casi sangrar, inmovilizándola con su propio peso solo para que se diera cuenta de la dureza que provocaba bajo sus jeans raídos en las piernas, liberando su peluda cola antes de la cintura y ahora subiéndola por su vientre, alcanzando el medio de sus abundantes pechos, rasgando con fuerza la débil camiseta de tirantes y rodeando los mismos apretujándolos mientras su lengua y dientes se encargaban de los pezones, con la mano izquierda aprisionando los delgados brazos por encima de su cabeza y la derecha hurgando debajo de sus shorts, comprobando que la inmensa humedad de su cuerpo no mentía, no en esto. Presionando más su cadera con la de ella se abrió paso sin resistencia alguna por en medio de sus piernas, las que ahora gustosamente se levantaban del suelo flexionándose y rodeándolo en la cintura, mientras ella misma se mordía los labios apenas conteniendo un pequeño gemido, por lo que apenas liberándola de su agarre bajó los brazos solo para luchar en contra de la chaqueta de cuero y la camiseta blanca, rompiéndola también en el proceso, liberando a plena vista su marcado y fornido torso. Acto seguido ella simplemente acarició con fuerza la bragueta del pantalón, suplicando al desabrochar su cinturón y bajando la tela revelando que ese 1.98 m de estatura no era solamente por impresionar, para simplemente ser penetrada duramente y sin compasión contra la pared del pequeño y desordenado , sin liberar jamás el agarre de su cuello.

Nunca la lesionó, o al menos no en contra de su voluntad en los meses que se conocieron. Cambió de postura cuando la puso boca abajo apoyando sus rodillas en el asiento del sillón de la sala, mientras jalaba el cabello turquesa hacia sí, obligándola a mirarlo desde abajo como el lugar que se merecía, el de sumisa. De sus ojos azules vidriosos comenzaron a brotar una especie de lágrimas, con la mirada perdida en su propio placer mientras gritaba su nombre, o gemía pidiendo más veces y más duro. Nunca suplicó o que tuviera cuidado de su brutalidad, sino que respondía con groserías y humillaciones hacia sí misma, y eso le agradaba. El sonido de sus pieles bañadas en sudor chocando contra las caderas de manera burda toda la noche, probando posturas y contorsiones sin fin lo embriagaban. Sin embargo, casi siempre que terminaban sus largas sesiones amatorias todo volvía a lo de siempre; discusiones sobre un estilo de vida que ella quería ejercer y en la que él ni siquiera estaba interesado en saber. Siempre la sentí lejana y ajena, alguien muy por aparte de su propia vida incluso, como una barrera impenetrable que sabía existía, pero no, quería ni le interesaba cruzar.

Si, Maron nunca pediría piedad o suplicaría por favor, nunca se quejaría o gritaría de dolor, todo lo contrario, le desafiaría cada vez a algo más. Ciertamente le recorría un escalofrío por la espalda haciendo los pelos de la nuca erizar, la sola idea de contradecirlo y expresar que algo no le agradaba y tener que sufrir el mismo destino de aquellos varios hombres asesinados a manos de Raditz que se atrevieron a siquiera voltear a verla y sin este sufrir las consecuencias legales. Irónicamente, la seguridad de sentirse atrapada y sin salida por ese monstruo de portentoso físico en absolutamente toda su anatomía, melena abundantemente envidiable y tenía que admitirlo a pesar de sí misma, peligrosamente apuesto la llevaba directamente a un multiorgasmo que acababa en squirting empapándolos a ambos justo al tiempo que él se vaciaba dentro compartiéndolo también, inundándola. Y claro, fuera de la cama no despertaban suficiente interés para salvar la brecha que siempre los separó.

A la mañana siguiente Raditz se despertó molesto porque el sol se colaba por las ventanas interrumpiendo su sueño, descubriéndose a sí mismo desnudo, tirado en uno de sus sillones en la sala de estar, completamente sucia y desordenada, como toda la casa. Levantándose sin más fue directamente a su pequeña cocina y, abriendo la puerta de la nevera, sacó una lata de cerveza, la que abrió y bebió al tiempo que su cola se movía suavemente a su espalda en señal de aprobación. El destartalado reloj de pared marcaba las diez de la mañana. Escuchó pasos y ruidos de alguien moviendo cosas "Maron debió ducharse y ahora se está alistando", pensó indiferente cuando tomó del suelo sus jeans desgastados y ponérselos junto con sus botas viajeras.

Un momento, solo un segundo bastó para darle la espalda a la puerta cuando sin pensar volteó y encontró un Maron vestida de rojo y chaqueta verde militar con zapatillas converse y calentadores rosas. Maleta en mano y escurriéndose para alcanzar el pomo y girarlo para abrir.

- ¿Qué haces? - Preguntó él levantando una ceja.

El pitido de un claxon en la calle le respondió, y pudo ver a través de la amplia ventana un lujoso Bugatti amarillo estacionado junto a su motocicleta. La joven aprovechó el segundo de distracción para abrir la puerta y cruzar el umbral.

- ¡Maron! - Se detuvo en seco al escuchar llamarla, a pesar que ya tenía puestos ambos pies afuera.

Giró sobre sus talones decidida a mirarlo a los ojos. - Mátame si quieres como a los demás, pero yo me voy.

La observó fijo sin parpadear. - Las veces anteriores te ibas sin avisar, me pedías que te buscara o simplemente yo iba y tú venías. Esta es la primera vez que me dices que te vas.

- Lo sé. - Dijo sin más.

- Sabes que ningún humano va a satisfacerte tanto como lo hace un sayajin. - Dijo retorciendo la cola, tratando de salvar su orgullo guerrero, cruzando los brazos sobre su pecho.

- Hm, - sonrió sincera. - También lo sé, y vaya que lo he intentado. - Le siguió un gesto lastimero de resignación.

- Pero ya lo decidiste. - Siguió confiado al ver brevemente en su rostro el arrepentimiento. - Y no hay marcha atrás...

- Tienes un físico perfecto, y una cabellera envidiable, grandioso en la cama. - lo interrumpió tranquilamente. - Pero las peleas, el alcohol, y los asesinatos no mantienen llena mi nevera con comida. Lo siento.

"¿Lo siento?", pensó "¡¿Acaso esta perra me tiene lástima?!". Ella se alejó abriendo la puerta trasera del Bugatti para introducirse con todo y maleta. - Además, - finalizó cerrando la puerta y sacando la cabeza por la ventana. - Una vida llena de mal sexo se compensa con un lujoso techo encima de la cabeza, ¿No crees? - Sonrió ampliamente y tranquila, despidiéndose agitando la mano. - ¡No te sientas mal! Es solo un buen negocio. - Fue lo último que escuchó antes del auto alejarse, derrapando y levantando gravilla delante de él ofreciendo la última vista.

Con la mandíbula tensa, los dientes apretados y las fosas nasales temblado de rabia, al instante levantó la mano con la palma abierta y el brazo extendido. Una esfera de ki se formaba apuntándoles, y poco a poco recordó las órdenes que el príncipe Vegeta le dio hace tiempo: "Si vuelvo a escuchar otro alboroto de tu parte, sabes lo que ocurrirá contigo Raditz". Lentamente lo bajó, reprimiendo entre su palma la onda expansiva, dio media vuelta y entró en casa cerrando la puerta tras de sí.

...


Alison Mesquieu lo tenía todo. Dinero, fama, fortuna, una larga ascendencia de ancestros millonarios, poder, y sobre todo, una clásica belleza caucásica de la cual presumir como poseedor de una cabellera rubia abundante y sedosa contrastante con sus ojos azul eléctrico de mirada penetrante. A sus cuarentas ya mucha gente se preguntaba si David Bowie no se habría manifestado en él consanguíneamente, sobre todo por su exquisito acento británico al hablar. Podría tener a cualquier mujer que quisiera con solo chasquear los dedos y él lo sabía perfectamente. Era por eso que no intentó ningún avance con la señora Bulma Brief. Sabía que estaba casada aunque ciertamente nunca había llevado al marido a ninguna reunión de negocios, ni siquiera lo conocía de vista, ella solo decía que estaba constantemente ocupado salvando al planeta de su inminente destrucción, un alma noblemente altruista ciertamente. Si se le preguntaba quién era él ya qué se dedicaba ella incluiría las palabras El Príncipe Vegeta IV en la misma frase, de manera seria. Si se le interrogaba de qué nación o pueblo, la respuesta era una casa noble caída y extinta de un pueblo muy muy lejano conquistado y destruido por invasores hace casi cuarenta años. Solo le faltaba decir que vestía de azul, con brillante armadura siempre dispuesto a proteger a su damisela en peligro. Era un cuento tierno de hadas si una adolescente de dieciséis años lo deseaba con todo el corazón a un dragón mágico, pero que una mujer madura siga hablando con toda la ilusión, lo mejor, bueno, interesante. No es que estaba loca, sino que simplemente mantuvo su nombre de soltera, lógicamente por ser el representante legal de Cápsula Corp. Pero había un cierto orgullo desmesurado por parte de la heredera en la cuestión de no dejarse intimidar por los hombres empresarios cediendo a sus caprichos como sí antes, que no le gustaba para nada. Como si después de enfrentar las diferentes caras de la muerte ya nada le asustara. Es por eso que jamás intentaría un avance y solo se centraría en ser lo más diplomático posible.

Sin embargo eso no lo excluyó de los problemas.

-Discúlpeme un momento señor Mesquieu. - Dijo Bulma un poco alterada, levantándose de golpe de la gran y mesa redonda cubierta de un delantal fino blanco, tratando de parecer lo más seria posible.

- Perdóneme, ¿Se encuentra bien? - Preguntó el empresario genuinamente sorprendido, sosteniendo una copa de cristal cortado entre sus finos y delgados dedos.

- Por supuesto que sí, claro. - Siguió ella, con una resaltada vena en la cien por el enojo, pero manteniéndose lo suficientemente serena y no asustar al hombre. - Solamente tengo que ir un momento al tocador, ahora vuelvo.

- Bien. - Respondió con indiferencia, pero podría haber jurado que la oyó murmurar sobre cortarle algo muy importante del cuerpo a ese príncipe de los monos sino la dejaba tranquila, mientras se alejaba a sus espaldas.

La mujer atravesó rápidamente el amplio y elegante salón estilo victoriano donde servían a los comensales del establecimiento hasta la entrada de la estancia, seguido de un pasillo adornado en papel tapiz bermellón donde se encontraban los baños públicos. Al final se conecta otra estancia, esta vez cerca del vestíbulo; se trataba de la sala de fumadores. Vio a Vegeta ahí en medio, con los brazos cruzados dejando que el humo lo envolviera un poco. Y con una señal de la cabeza ella le indicó que salieran al vestíbulo.

Ninguno de los dos dijo nada una vez ahí, parados enfrente del otro. Entonces él abrió la boca. Yo… - No pudo terminar porque su rostro fue cruzado de una bofetada, donde ella fue quien terminó hiriéndose la mano.

-¡No soy una puta! - Exclamó al tiempo que otros voltearon a verla.

El abrió tanto la mirada como la quijada, boquiabierto por su reacción. - Bulma… - balbuceó apenas procesando las cosas. - Yo no, yo nunca...

-¿Todos estos años contigo no significan nada? – Bajó la voz en tono normal, pero se entendía el resentimiento. – Te conté mi pasado, mis penas, estuve contigo. Notaba tus celos al contarte todas las aventuras que pasé con Gokú, ¿Cómo olvidar tu cara cuando dije que tuvimos que dormir juntos desde niños? Me viste con Yamcha y te dije lo que no sabía nadie, ni siquiera Gokú. Con nadie me había abierto tanto como contigo. – Él bajó las pupilas al piso. - Pero aun así piensas que solo porque se me presente un tipo guapo voy a ir corriendo tras él como la niña adolecente de dieciséis años que era. Ni siquiera dije algo cuando te referiste a 18 como una chica bonita. – Y fue cuando sus palabras calaron. – Pensé, ok, los sayajin no son discretos ni avispados con tener cuidado de las emociones del otro, simplemente no les importa, pero no me gustó. – Alzó la cabeza con dignidad, como si con esto tratara de retener las lágrimas que amenazaban con asomarse. – Cuando la vi, por un momento pensé que tú y ella…

-Sí, es cierto. - La interrumpió claramente tratando de callarla por una vez. - Admito que 18 era bonita, y lo sigue siendo a pesar de estar casada con una sabandija como Krilin. - Ella bajó la cabeza, admitiendo su derrota. - Pero tú no eres bonita. - Tomó la quijada entre los dedos para que alzara la vista a sus ojos. - Eres hermosa.

- Hm, - se rió por lo bajo. - Eso sonó bastante falso y cursi, para adolescentes

- ¡Maldita sea, mujer! - la tomó por debajo del brazo llevándola de regreso al pasillo, donde había mucha menos gente y la soltó. - Te lo digo en idioma sayajin a ver si lo entiendes. - Dijo finalmente tras una pausa. - Eres mi Oozaru

- ¿Eh? - a ella le brillaron los ojos, haciendo sus pupilas temblar. - ¿Quieres decir que…?

Él de mejillas sonrojadas al igual que ella, quien sabía perfectamente que eso sería lo más cercano a un "te amo" humano y sincero que podría obtener, por lo menos ahora, pues los sayajin no demostraban sus verdaderas intenciones más que por medio de los actos, sean estos sutiles o no. – Si… -. Comenzó él, pero ella lo besó con pasión dedicada mientras la sangre ya hervía en ambos cuerpos que se enzarzaban en una pequeña disputa de dominación, provocando pequeños tumbos y giros a lo largo de los muros, atravesando por fin el sanitario de caballeros.

-No… - Ella gimió inquieta cuando al fin liberó su boca. – Vegeta…

Pero no la escuchó, pues ya la empujaba a uno de los cubículos mientras la aprisionaba del cuello con los labios poniendo el seguro. - Pero… - Protestó la mujer. Sin perder el tiempo sus dedos recorrieron el vestido subiendo la tela y topándose con las bragas, las que deslizó con precisión hasta quedar colgando de uno de su tobillo derecho, más largas piernas ya eran apoyadas en sus hombros, levantándola. - ¡Ah! - Suspiró entrecortadamente. El hambre ejercía su poder mientras él bebía de ese manantial dulce, a su merced entre su lengua. Tan abundante y mojada, con cada lamida podía oír el sonido casi idéntico a los macarrones con queso being removidos, y nada lo excitaba más que eso. - Ahhh… - Volvió a gemir de placer al sentir la punta de su lengua recorrer lentamente y con vehemencia la piel entre los labio mayores y menores, y luego probar la de alrededor de su canal, sin llegar a penetrar. Pero cuando llegó a su clítoris se volvió loca, ya no pensaba, y ya nada importaba.

La mano izquierda pasó su cabello cian hacia atrás, tratando de razonar inútilmente. Con la izquierda hundió los dedos en el cabello castaño oscuro de Vegeta, quien notó las contracciones y pequeños movimientos del pubis, indicándole que no le faltaba mucho, pero que sus dedos y lengua no suficientes suficientes ahora.

Sonriendo de satisfacción se detuvo abruptamente. Ella sin comprender lo miró confundida. - ¿Qué pasa? - Al tiempo que él deslizaba sus piernas a sus brazos.

-Tienes un asunto pendiente qué atender en este lugar. - Le dijo, deslizando su pierna izquierda al suelo.

- Ah, - Entornó los ojos a su rostro todavía con los brazos rodeando su cuello, sospechando. - Ahora sí te interesa.

- No. - Jamás despareció su sonrisa. - Pero tienes un deber qué cumplir. - La pierna derecha aún sostenida de su brazo izquierdo que se deslizó, extendiéndola al frente. - El trabajo es trabajo. - Con esto la mano tomó las bragas colgando junto al tacón rojo de aguja.

- ¡Oye! Eso es mío. - reclamó al ver que se guardaba las mismas en los bolsillos.

- Lo recuperarás cuando firmes el contrato. - Quitó el seguro de la puerta

- Entonces me dejas así, - respondió sonrojada, no se sabría si por molestia, vergüenza…, - y a punto de… - o, excitación.

- Lo siento. - Esa mirada y amplia sonrisa maliciosa. - Solo son negocios.

Y justo cuando Mesquieu creyó que la comida le había sentado mal a la heredera, la vio acercarse a lo lejos, acompañada de aquél bajo y fornido pero serio e impasible desconocido, y que ella luego de disculparse varias veces por hacerlo esperar, lo present como su esposo, seguido del conocido título nobiliario. Que a diferencia de lo que Bulma pudiera pensar, era un alivio conocer a tal personaje, pues ahora sabía de quién hablaba tanto. Sin embargo esa noche, al cerrar el trato con la firma de ambos en el papel que los abogados de ambas compañías, sentados en grupo en la mesa de junto presenciaron, no pudo notar cierta micro reacción en el rostro del hombre, un gesto o algo casi imperceptible que le indicaban que, aun lidiando con la difícil personalidad de su loca e intrépida mujer durante años, todavía ejercía cierto poder de dominación.

Algo que solo podía ver en hombres tanto o más sádicos que él mismo.