Capítulo 24

Hinata

Por primera vez, Naruto y yo hacemos el amor con desesperación. Esa noche no hay carcajadas ni bromas entre nuestros besos, ni siquiera miradas de desafío por ver quién claudica primero o hace suplicar al otro. Durante el rato que nos perdemos en el cuerpo del otro sólo tratamos de crear con nuestras caricias ese tercer mundo que necesitamos para vivir sin problemas, sin separaciones. Buscamos fundirnos en la otra piel y, así, viajar siempre con el otro, sin importar la distancia que vaya a haber entre nosotros. Es un intento loco de hacernos creer que aún hay una oportunidad.

Sea como sea, no volvemos a mencionar el tema. En un pacto no pronunciado, volvemos a apartar de nosotros cualquier referencia a nuestra futura separación, que ni siquiera sabemos cuándo llegará. Podría ser en semanas o podría ser en meses. Por el momento nos quedan nuestros besos y nuestra manera de decirnos que nos queremos.

Decidimos aferrarnos al presente incluso cuando el futuro nos sonríe desde puntos opuestos del mapa.

Partimos a mediodía de la posada, donde la mujer nos dice que, si nos apresuramos, llegaremos a la Torre de Idyll al anochecer. Naruto y yo nos miramos de reojo cuando escuchamos la información, que Konohamaru agradece con una gran sonrisa.

Así pues, cogemos nuestras monturas y de nuevo emprendemos camino. Como si nada hubiera pasado, volvemos a nuestras conversaciones tranquilas y a las bromas, aunque hoy Konohamaru parece mucho más callado que de costumbre.

Quizá tenga miedo. Quizá tema que, como ocurrió en Verve, aquí también vayan a decirle que se ha equivocado y que no pueden hacer nada por su pobre hermana.

—¿Estás nervioso, Konohamaru? El hechicero se remueve en su asiento con obvia intranquilidad.

—Un poco... —Se muerde el labio y para mi sorpresa parece contener una sonrisa emocionada—. Los Maestros que vamos a ver hoy son muy importantes. Los mejores de toda Konohagakure. El sueño de cualquier hechicero es estudiar en una de las dos Torres de Idyll. ¡Es tan emocionante!

Frunzo el ceño. De nuevo vuelvo a tener la extraña sensación de que hay algo que no está como debería. No parece en absoluto preocupado, y no creo que eso sea normal. No se comporta como un familiar desesperado.

—Yo hablaba por tu hermana, más bien. Podría ser que no tuvieran esa cura para ella, y eso sería una desgracia, teniendo en cuenta todo lo que hemos pasado hasta aquí, ¿no? —dejo caer, atenta a su reacción.

Ahí está. Konohamaru se da cuenta de que no estaba actuando como debería y carraspea, bajando la vista a las crines de nuestro corcel. Siento la mirada de Naruto puesta también sobre el pequeño.

—S-sé que se curará. Estoy seguro de que en la Torre van a conseguir esa medicina.

Demasiado seguro, quizá. Demasiado confiado.

—Te has tomado el viaje con bastante calma, teniendo en cuenta lo grave que parece estar, ¿no? Aunque no nos has dicho exactamente qué sufre... Al menos, no se morirá de lo que sea que tenga, ¿verdad? Porque nos queda un largo viaje de vuelta, suponiendo que encontremos esa cura... El niño mira al frente. Siempre que sale el tema hace lo mismo: aparta la vista de cualquiera de nosotros. Naruto y yo nos miramos de reojo.

—B-Bueno, yo no sé mucho, ya os lo he dicho. Ella escribió una carta con sus síntomas para los hechiceros. Cuando salí de la escuela, ella ya estaba enferma y... simplemente hice lo que me pidió.

—¿Y quién la cuida? —cuestiona el príncipe, acercando su caballo al nuestro.

—¿Qué?

—Si tú estás aquí, ¿quién la cuida? No tenéis más familia,

¿verdad? ¿Tiene pareja, quizá?

Siento todos los músculos del chiquillo tensos contra mi propio cuerpo. Alzo las cejas. Está más nervioso de lo normal.

—Se está quedando con... con unos amigos de la familia... Ellos la cuidan mientras yo no estoy...

—¿Por qué no nos dejas leer esa carta? —sugiero—. Así podríamos entender un poco mejor lo que le pasa. Los hechiceros podrán leerla, ¿verdad? ¿Por qué no nosotros? Somos tus amigos, te hemos acompañado hasta aquí, durante casi un mes entero...

—E-es... Es muy personal. Preferiría que eso quedase en la privacidad de mi hermana...

—Bueno, nos estamos jugando el cuello por ella —rebate Naruto, entornando los párpados—. Creo que podrá sacrificar un poco de esa privacidad.

—Y-yo...

Konohamaru balbucea, pero ya no es capaz de encontrar ninguna otra respuesta. El príncipe y yo paramos nuestras monturas al mismo tiempo, como si pudiéramos leer los pensamientos del otro.

—Hay algo que no nos has contado, ¿verdad, Konohamaru? —disparo, con toda la calma que soy capaz de mantener—. No creo que estés mintiendo completamente, pero tampoco que nos hayas dicho toda la verdad. ¿Qué pasa en realidad con tu hermana?

El chiquillo se encoge con las manos cerradas alrededor de las crines del caballo. Naruto y yo nos miramos de nuevo, aunque él parece más molesto que yo.

—No vamos a movernos de aquí hasta que nos digas qué está pasando, enano.

—No puedo... —susurra él.

—¿No puedes? —repito. Cuando el príncipe abre la boca, yo hago un ademán para que guarde silencio—. ¿Hay algo o alguien que te impide contarnos lo que pasa?

—Me dijeron que no debía decir la verdad. Que no podía dejar que más gente de la necesaria se enterase. Entrecierro los ojos. Se lo dijeron . Hay más personas implicadas aparte de su hermana en lo que sea que esté pasando.

—Seguimos buscando una cura, ¿verdad? ¿O no es una cura? Konohamaru sacude la cabeza con fuerza.

—Es una cura. No he... mentido en eso.

—Así que admites que nos has mentido —escupe Naruto con una mueca de disgusto—. ¿En qué, exactamente?

Esta vez no puedo reprocharle su manera de tratar al pequeño, que se encoge un poco más. Yo me debato entre la indignación y la lástima. Parece afectado. Parece culpable. No creo que haya querido mentirnos todo este tiempo. Al menos, prefiero no creerlo.

—La cura no es para mi hermana —susurra, muy bajito. Entrecierro los ojos. ¿Por qué mentir en el destinatario si es lo que menos importa?

—¿Para quién, entonces?

—No debería...

—Créeme, renacuajo —masculla Naruto—, si no nos dices quién es, necesitarás también una cura para una mano menos. Así que habla, porque tienes que convencerme de que necesitabas mentirnos todo este tiempo.

El chiquillo me mira con súplica, como si esperase que yo fuera a ser más condescendiente que nuestro compañero. No digo nada, sin embargo, mientras lo observo y espero. Quiero saber a quién estamos ayudando. Y, por encima de todo, quiero saber por qué el chico al que decidimos ayudar y en el que confiábamos por completo ha estado teniéndonos en la inopia durante un mes .

Hago un esfuerzo por mantenerme tranquila y tener la mente abierta. Es Konohamaru. No puede haber fingido su carácter todo el tiempo. No hay maldad en él. Por fin, al ver nuestras expresiones iracundas, se rinde.

—Al principio no sabía ni siquiera si podía confiar en vosotros —susurra con voz culpable—. Y no erais los acompañantes más... desinteresados del mundo. —Mira de reojo a Naruto—. Tú, con tu búsqueda de fama y orgullo, lo habrías arruinado todo.

—Me mira, haciendo un mohín—. Y tú eras una prófuga, con tus propios secretos, y me preguntaba si no querrías sacar tajada de la información...

Bien, de momento suena lógico, porque no es nada que podamos negar. Es cierto que a veces se pueden hacer buenos negocios con una buena información, y parece que la que él nos ha estado ocultando lo es. Naruto tampoco rebate nada, porque si el destinatario fuese alguien más importante que una simple hechicera no habría dudado en gritarlo a los cuatro vientos.

—¿Y bien? —presiono cuando su silencio se alarga. —Tenéis que prometerme que no se lo diréis a nadie —suplica.

—Prometo no hacer negocio de esto.

—¿Esto significa que después de todo no voy a poder llevarme el mérito?

—¡Naruto, hablo en serio! El chico bufa.

—Al menos espero que tu hermana siga manteniendo su mentira y siga diciendo que le salvé la vida. —Cuando ve que los dos lo miramos, resopla—. ¡Que sí, que lo prometo! No será para tanto... Pero tiene que serlo si Konohamaru se ha tomado tantas molestias.

—Cuando empecé a confiar en vosotros yo... ya no sabía cómo salir de mi propia mentira. Pensé que no hacía daño a nadie y que así tampoco rompería mi palabra... Lo siento. —Suspira y se encoge de hombros—. Mi hermana es una hechicera. Una hechicera de las de verdad, no como yo... Ella... trabaja en el castillo de Dione. Se encarga de la princesa Sakura. Es... Es ella la que está enferma.

La princesa Sakura de Dione. El nombre baila un momento por mi mente, intentando encajarse en algún lugar de mis recuerdos. Me suena haberlo oído recientemente, pero ¿por qué? ¿En dónde? Doy un respingo, cayendo en la cuenta, y me giro hacia Naruto, que ha entreabierto los labios.

—¿Sakura de Dione no es la princesa con la que tu padre quería prometerte como consuelo por quitarte la corona? Él asiente con lentitud.

—Por eso tampoco podía decíroslo, a vosotros menos que a nadie. Naruto es un príncipe, al fin y al cabo... Nadie debe saber del estado de la princesa. Está muy grave y sus padres están tratando de... hacer algún trato ventajoso para el reino. En su estado, la familia real se halla en una situación muy... precaria. No tienen más herederos, así que quieren prometer a su hija, y para eso no puede parecer una moribunda.

—¿Sakura de Dione se muere?

—No lo creo, pero sí está muy enferma, al menos... No se levanta de la cama, no... no despierta siquiera. Como si hubiera caído en un profundo sueño del que sólo sale de vez en cuando con delirios y altas fiebres. Probablemente sea algún envenenamiento, pero... no parece que vaya a mejorar. Mi hermana hace todo lo que puede para mantenerla estable, pero necesita una cura de verdad. Lo que nos lleva a... esto. Necesitaban a alguien de confianza que no se fuese a ir de la lengua y que fuera a buscarla en persona.

Tiene sentido. Al menos, con Remolino casi les funciona el silencio, a los de Dione. Si Naruto no hubiera huido del castillo con ansias de heroicidad, quizás ahora estaría casado con ella. Aunque... ¿cómo iban a casarla? ¿Cómo iban a esconder su estado en una boda o a asegurar la continuidad del linaje si no puede acostarse con nadie para dar a luz a un heredero?

—Sakura de Dione no está encamada, y mucho menos tan grave como dices —declara Naruto, con el ceño fruncido, como si pudiese leerme el pensamiento—. Si lo estuviera, no aparecería en público. Y no es el caso.

—Esa no es Sakura —susurra Konohamaru.

—¿Que no es...? —Pero de pronto no necesito que aclare nada más. Lo entiendo. Todas las piezas encajan—. Tu hermana se hace pasar por ella. ¿Es eso? El chiquillo deja caer los hombros.

—Puede que la cura no sea para ella . Pero sí es para ayudarla, de alguna manera. Ella no puede... tener su vida. Tiene que fingir ser la princesa para que nadie sepa lo que pasa. Hace su papel, incluso algunas de sus funciones. Ella no quiere esa vida: no es la que le toca. Está encerrada por el deber que le debemos a la Corona, ella más que nadie, al ser la hechicera de la corte. Si... Sakura no mejora, ella tendría que casarse con quien sea bajo su apariencia y dar a luz, al menos, a uno de sus hijos. Con eso sería suficiente, porque ya habría un heredero y después podrían... decir que Sakura ha enfermado repentinamente. Con la cura, si funciona de verdad y la princesa se recupera, se salvan las dos.

Un tenso silencio nos rodea y yo trato de identificar cómo me siento ante esta situación. Estoy sorprendida al conocer los tejemanejes de la familia real de Dione, pero con respecto a Konohamaru no me siento tan enfadada como cabría esperar. Naruto, por su parte, sí parece molesto, supongo que porque además ese reino estuvo a punto de jugársela al suyo y casarle con una farsante. Puedo entender el dilema en el que Konohamaru estaba metido. A lo mejor debería habérnoslo contado antes, pero comprendo que no supiese cómo hacerlo o si era lo correcto. Me ofende un poco que pensase que yo me aprovecharía de algo así, pero no nos conocíamos al principio. No creo que piense así de mí ahora. Yo nunca comercializaría con la vida de una persona, aunque no negaré que las posibilidades de un agradecimiento por parte de la familia real de Dione podrían haberme tentado.

—¿Estáis enfadados? —susurra el hechicero al ver que no decimos nada.

—Pues ahora que lo dices... —comienza Naruto, mordaz.

—Vas a tener que contarnos muchas leyendas, y muy bonitas, para que nos olvidemos de esto —lo interrumpo. El príncipe me mira con el ceño fruncido y yo me encojo de hombros—. Pero creo que tiene tiempo de contarnos grandes historias, ¿no crees, Naruto? Aún tenemos que acompañarlo a Dione. —Veo sus ojos brillar un segundo, comprendiendo que, después de todo, Konohamaru y su causa son lo primero que nos puede mantener unidos un poco más—. Además, podrías ser el héroe del país si nos presentamos allí con la cura para su princesa. Puede que esto no deba descubrirse al mundo, pero los reyes sabrán que tú les has ayudado, Dione estará en deuda con el Remolino... ¿Qué diría tu padre de eso? ¿A conseguir una alianza con un país sin matrimonios de por medio?

A Naruto se le pasa el enfado de un plumazo. Tal vez no todos los hombres sean iguales, pero no me cabe duda de que todos comparten la misma mente simple. Casi tengo que contener las ganas de echarme a reír cuando vuelve a espolear su caballo.

—De acuerdo. Supongo que puedo perdonar esta terrible afrenta contra mi persona, venida directamente de uno de mis aliados. Los mejores héroes siempre pasan también por alguna traición.

—¡No te he traicionado! —se queja Konohamaru con un puchero—. No quería traicionaros...

Sé que es verdad. De hecho, sé que Naruto ahora sólo está exagerando. Lo flagelará un poco más con el tema de vez en cuando, pero el resentimiento real que pueda haber existido ya no es tan grande como al principio. Revuelvo los cabellos del pequeño.

—No más mentiras, ¿de acuerdo? Los chicos buenos no mienten a sus amigos. Bajo ninguna circunstancia. Él me mira, culpable, atormentado, pero asiente enérgicamente.

—¡Que conste que no me hago responsable si la princesa se enamora locamente de mí después de esto! —exclama nuestro compañero, y hace un gesto en derredor mientras sostiene las bridas de su caballo con una sola mano. Yo espoleo para seguirle—. Sería lo más lógico. Todo el mundo sabe que pasará cuando me presente ante ella como su apuesto, valiente, único...

—Y humilde... —añade Konohamaru por lo bajo.

—... salvador.

Frunzo un poco el ceño, disgustada. Que yo supiese, no tenía ninguna intención de cumplir con los deseos maritales que su padre le quería imponer. O quizá sí quiera, después de todo. Cuando nos separemos, ¿él se casará con cualquiera? Supongo que sí. Lo dijo. Nunca se había permitido ninguna relación porque tendrá que contraer matrimonio con una mujer que pueda aportar algo a su país. Supongo que esa podría ser Sakura o cualquiera de una buena posición. Intento no reparar en el pinchazo incómodo en mi pecho cuando imagino la vida que otra mujer podría tener a su lado.

—Yo tampoco me hago responsable si la cura de repente acaba en el suelo y ella termina siendo una moribunda toda su vida —mascullo.

Celos. Qué sensación más absurda, ridícula y... nueva. Naruto, por supuesto, no pierde la oportunidad de burlarse. Se gira en su silla para mirarme con gran satisfacción, pero yo levanto la barbilla, orgullosa.

—¿Celosa, Hinata, mi amor?

Abro la boca cuando él se echa a reír, dispuesta a negarlo rotundamente, pero algo corta entonces su carcajada y le hace soltar un quejido. Su mano cubre su nuca y mira alrededor, mascullando. Sólo nos rodea la suave brisa de verano, que mueve las hojas de los árboles.

—Algo me ha picado... —¡Ja! —Sonrío, con deleite—. ¡Gracias, Elementos, por poneros de mi parte!

—Tonterías —maldice él—. Esto viene a demostrar que los mosquitos prefieren mi dulce sangre azul a la tuya, amarga como toda tú. Konohamaru vuelve a sonreír, un poco más animado.

—Como niños...

Ninguno de los dos nos atrevemos a rebatirlo. Con la tranquilidad y la risa volviendo a acompañarnos, retomamos el camino para salvar, en esta ocasión, a la princesa de un país lejano.

Sé que algo no va bien con Naruto cuando empieza a no responder a mis provocaciones y permanece más de diez minutos sin meterse ni con Konohamaru ni conmigo. Mis sospechas se confirman cuando detiene su montura. Queda poco para que comience a atardecer, de modo que ya deberíamos estar cerca de la Torre.

Cuando acerco mi caballo al suyo para fijarme bien en él, lo veo: está pálido y algunas gotas de sudor perlan su frente. El príncipe no se queja, sino que busca entre las alforjas de su montura algo de agua para beber.

—¿Naruto? ¿Te encuentras bien? El muchacho sacude la cabeza como si tratara de quitarse de encima una terrible sensación. Debe de arrepentirse, pues se tambalea. Palidezco, echándome hacia delante desde mi propia montura porque creo que se caerá de su corcel, pero mantiene el equilibrio, apretando las piernas contra los flancos del animal y agarrándose bien a las riendas.

—Estoy bien.

Mentiroso. Ayer apenas descansó y, aunque dormimos hasta bien entrada la mañana, quizás eso no haya sido suficiente. Puede que haya enfermado por el cansancio.

—Paremos a descansar un rato —propongo. Él niega con la cabeza, pero parece volver a marearse. No puede cabalgar así.

—Tonterías. Ya debe de faltar poco. Descansaremos cuando lleguemos a la Torre.

Aprieto los labios, incómoda con la idea de continuar en su estado, pero después pienso que, si de verdad está enfermando, en la Torre podrán ayudarlo mejor que nosotros. Aun así, no se encuentra en condiciones de llevar a su equino, de modo que miro a Konohamaru.

—¿Puedes llevar tú el caballo hasta que lleguemos a la Torre?

—le pregunto.

El niño asiente sin el menor titubeo y yo pienso que ya debió de hacerlo el día que yo caí víctima de las ghuls, así que dejo las riendas en su mano. Salto de mi silla para subirme delante de Naruto antes de que tenga tiempo de protestar. Le robo las riendas y lo obligo a poner los brazos alrededor de mi cintura. Debe de encontrarse muy mal: no protesta y, peor aún, no hace ningún comentario obsceno sobre dónde más me va a poner las manos.

—Agárrate —le susurro, preocupada.

El príncipe asiente. Cuando apoya su frente en mi hombro, siento un escalofrío. Está helado, y eso casi me parece peor que la alta temperatura de una fiebre. Intento contener la inquietud que se instala en mi pecho.

El hechicero y yo compartimos una mirada antes de espolear con fuerza a nuestros caballos. A toda prisa, continuamos el camino hacia la Torre. Vemos pasar los árboles a ambos lados a gran velocidad. Me gustaría que Naruto me abrazase con más fuerza de la que lo hace, sin apenas voluntad. Incluso preferiría que se aprovechase de mí y me tocase un pecho, aprovechando su posición. Al menos así parecería más él, al menos así podría fingir que está perfectamente.

Pero pronto siento escalofríos por lo frío que está a mi espalda. Cuando salimos del bosque, lo vemos. Quizá ni siquiera salimos, de hecho, porque el edificio está en medio del mismo, rodeado de esa naturaleza viva que no hemos dejado de ver en los últimos días. Como en Verve, en esta ocasión la Torre no es una torre, sino una gran construcción oscura, de formas irregulares, casi lúgubre, con altos muros y una verja negra cercándola. Nos detenemos un segundo para observarla antes de acercarnos al trote hasta el portal. Miro por encima del hombro.

—¿Naruto?

—Hum...

Al menos sigue consciente. Vuelvo la vista al frente a tiempo para ver cómo la entrada se despeja sin necesidad de que pidamos permiso, aunque lo que más me sorprende es que las dos caras labradas en las dos hojas del portón parecen cobrar vida. Una de ellas bosteza ante el chirrido que hace la cancela al abrirse, como si eso hubiera interrumpido su descanso. La otra, con rasgos de mujer, nos sigue con la vista.

Este sitio no me gusta. Miro alrededor mientras recorremos el camino que nos dirige a la gran puerta oscura del edificio, que se abre también, aunque esta vez no hay nada mágico en ello: bajo el dintel hay un muchacho vestido de negro. Nos estaban esperando. Detenemos los caballos.

Con cuidado, hago que el príncipe me suelte, intentando no pensar en lo congeladas que están sus manos. Él se tambalea en cuanto pierde el agarre, pero yo lo sostengo como puedo. Trago saliva.

—¿Naruto? ¿Puedes descender?

Él asiente y, aunque yo lo dudo, lo hace. Baja con más o menos tino. El problema llega cuando posa los pies en el suelo. Lo veo tambalearse y me apresuro a extender los brazos hacia él, pero ahora no es más que un peso muerto, demasiado para que cargue con él.

—¿Naruto? —lo llamo con urgencia. No responde—. ¿¡Naruto!?

Konohamaru se apresura a acercarse a nosotros y ayudarme a sujetarlo. El miedo me invade cuando veo el rostro pálido del príncipe, las ojeras más oscuras que nunca, los labios amoratados. Contra nosotros, tiembla.

Estoy a punto de pedir ayuda al muchacho de la entrada cuando de pronto se encuentra ante nosotros. Es espigado, no mucho mayor que yo, y contra su vestimenta oscura sólo destaca una piedra azul que cuelga de su cuello, del mismo color que sus ojos. Sin decir una palabra, como si Konohamaru y yo no existiésemos, coge el rostro de Naruto con las manos, examinándolo, y comprueba su temperatura. Después se fija en mí, de soslayo, y habla con voz tranquila mientras hace a un lado a Konohamaru y carga él con el príncipe, con más seguridad:

—Lo llevaremos dentro. El Maestro Orochimaru lo cuidará. Sólo puedo asentir enérgicamente. En realidad, no estoy segura de entender lo que me ha dicho, porque no dejo de mirar a Naruto, que respira con dificultad y se deja arrastrar por nosotros.

Lo van a ayudar, ¿verdad? Sí, claro que sí. Aquí son capaces de ayudar hasta a Sakura de Dione. No va a pasar nada.

Y pese a eso, el miedo no accede a marcharse y esta vez es aún peor que cuando la mantícora lo mordió. En aquel momento, sentí ansiedad e histeria. Ahora me paraliza el terror.

Cuando traspasamos el portón nos recibe un amplio y fresco recibidor iluminado por antorchas de llamas tan azules como la piedra que el chico lleva sobre su pecho. Las sombras parecen tener vida, moviéndose sobre retratos antiguos y esculturas de formas terribles. El color que bailotea por los rincones parece hacer de la estancia un lugar aún más frío. Es escalofriante.

Un hombre baja en ese momento unas grandes escaleras cubiertas por una alfombra oscura. Es mayor que todos nosotros, de apariencia fuerte y bastante alto, vestido de negro, como el chico que me ayuda a cargar con Naruto. Nos ve llegar y, sin preguntas, hace un gesto hacia una puerta cercana. El muchacho a mi lado asiente y me insta a ayudarlo a arrastrar al príncipe hasta allí. Yo lo hago sin pensar. Tengo los pensamientos embotados por el frío que me provoca el cuerpo de Naruto contra el mío y la apariencia extraña de todo lo que me rodea.

Entramos en un pequeño salón ocupado por algunos jóvenes, todos vestidos con túnicas negras y esas piedras azules colgadas de sus cuellos, pero tras un par de palabras del hombre salen sin protestas y nos dejan a solas. Tumbamos al príncipe en un diván. Quiero inclinarme hacia él y coger su rostro para obligarlo a mirarme, pero no me dejan. Con delicadeza, el hombre me obliga a separarme de él, inclinándose sobre su cuerpo. Como ha hecho el más joven, inspecciona su rostro y, sobre todo, su nuca. Parece sonreírse a sí mismo y yo quiero gritarle que cómo se atreve a reírse en esta situación, pero por primera vez no me sale la voz. Sólo atino a mirar a Naruto, que apenas puede respirar. Nunca había tenido tan mal aspecto. No lo voy a perder, ¿verdad? No así. No por otra cosa que no sea simple distancia.

—¿Qué le pasa? —exijo saber.

—Veneno —dice el hombre con tranquilidad. Alza la vista hacia su alumno—. Clarence, tráeme algo de agua caliente, por favor.

El chico, disciplinado, agacha la cabeza antes de marcharse. Konohamaru lo sigue con la vista, pero se mantiene alejado de nosotros, como si no se atreviera a acercarse al hombre que está a nuestro lado.

—¿Veneno? —repito yo, incrédula. Después recuerdo el pinchazo que sintió en la nuca en medio del bosque y me estremezco—. ¿De algún bicho? ¿Es peligroso?

—No es el veneno de ningún bicho, pero sí, es peligroso —responde el nigromante. Empuja con cuidado a Naruto para tumbarlo sobre un costado y yo misma me inclino para ver lo que inspecciona: en la nuca ha nacido una erupción blanca que palpita y resalta sus venas azules. Tengo ganas de vomitar—. Esto lo ha hecho alguien.

¿Alguien?

—Es un veneno fabricado —susurra, pasando una mano por la herida—. Pero habéis tenido suerte: habéis llegado a tiempo y no lo ha tomado por ingesta ni han acertado en la arteria. Sobrevivirá.

—En el bosque no había nadie —protesto, nerviosa. Incrédula. El pulso se convierte en una locura imposible contra mi pecho—. Algo le picó, se quejó y empeoró, pero estábamos solos... ¿Y por qué alguien iba a envenenarlo? Eso es absurdo. No había nadie.

—Hinata. —Alzo la vista cuando Toneri me llama. Me mira con precaución—. No lo contradigas.

—¡Está diciendo que han intentado envenenar a Naruto! —estallo—. Me da igual si este hombre es uno de tus preciados Maestros o el mismísimo Rey de Idyll. Eso es imposible. —Me giro hacia el hombre de nuevo, cogiendo aire—. Haz algo. Rápido. Que se recupere, y nos iremos de aquí.

El hombre observa a Konohamaru un segundo antes de fijarse en mí. Naruto me ha dicho en varias ocasiones que no le gustan los hechiceros y su manera de atravesarte con la mirada, y en el caso de este hombre le entiendo perfectamente. La tranquilidad de su expresión y el vacío de sus ojos tiene algo desasosegante.

—Ningún bicho provoca ese efecto, y menos tan rápido: alguien quiere acabar con él. —Clava la vista en mí con una insistencia que me perturba—. Los héroes siempre se ganan enemigos, y parece que la fama de Naruto aumenta con cada historia que una extraña muchacha va contando por los mercados. Historias que facilitan sumamente que se siga la pista del joven príncipe allá a donde vaya, ¿no crees?

Abro la boca, pero no sé qué decir. Me quedo quieta, paralizada, y sólo soy capaz de bajar la vista hacia el cuerpo del joven que se debate con el aire que nos rodea o, al menos, trata de mantenerlo en sus pulmones. ¿Enemigos? ¿Él? ¿Quién podría querer...?

Me estremezco. Los bandidos me vienen a la cabeza, aunque no lo quiero aceptar.

Toneri.

La puerta se vuelve a abrir y el muchacho de antes (¿Clarence?) aparece con una palangana llena de agua humeante. El hombre se levanta, alejándose de Naruto, momento que yo aprovecho para capturar una de sus frías manos.

No puede ser que esto sea culpa mía, ¿verdad?

O quizá sí.

El Maestro se acerca a un armario y comienza a coger ingredientes que mezcla en el agua que su pupilo le ha traído. No sé lo que hace y no me importa. Sólo quiero que Naruto se ponga bien. Bajo la vista al príncipe, apretando su mano. Él se queja, revolviéndose, como si estuviera teniendo una horrible pesadilla. ¿Esta es la ansiedad que sintió él mientras yo me debatía entre la vida y la muerte por culpa de las ghuls? Beso sus nudillos. No pasa nada. Se va a poner bien. No vamos a separarnos así. Cuando tengamos que alejarnos será porque los dos iremos dispuestos hacia nuestros sueños, no por un veneno que los interrumpa todos.

El hombre vuelve a mi lado y, al ver que no tengo intención de separarme, me tiende una pequeña botellita, haciéndome un ademán con la cabeza para que se la dé al príncipe. Yo obedezco. Me inclino sobre él, rozando sus pálidas mejillas con una mano. Sus labios parecen aún más oscuros. Un sudor frío pega sus cabellos a su frente.

Trago saliva, sabiendo que esta imagen se quedará en mi cabeza como una más de las pesadillas que están dispuestas a asaltarme cuando menos lo espero. Poso el recipiente de cristal en su boca y le hago beber la poción, con cuidado, hasta que no queda ni una gota. El príncipe se remueve un poco más, con otro quejido, y yo vuelvo a apretar su mano.

—Ahora hay que dejarlo descansar —afirma el hechicero—. Dormirá un buen rato y, cuando despierte, se sentirá mejor. El efecto no es inmediato, pero recuperará las fuerzas poco a poco.

Ni siquiera lo miro. No quiero perderme ni un segundo de la expresión de Naruto. Quiero ver cómo el color vuelve a sus mejillas y cómo deja de respirar con esa agonía, como si cada inspiración fuese una puñalada.

—Gracias —murmuro, sin más.

—Haced llamar a Clarence cuando el príncipe despierte. La Maestra Anko desea hablar con vosotros. Si necesitáis algo, no dudéis en pedirlo. —Asiento de nuevo—. Y ahora, hablaremos, pequeño aprendiz. Has hecho un viaje muy largo hasta aquí.

—S-sí —tartamudea Konohamaru en respuesta. Todos salen de la habitación. Ni siquiera puedo preocuparme de dejar a nuestro amigo a solas con esos dos hechiceros.

En silencio, deseando que el tiempo pase más rápido de lo que nunca ha pasado, sostengo la mano de Naruto y aguardo. Intentando no pensar en ese veneno. Intentando no pensar en las palabras de ese hombre.

Pese a que trato de evitarlo, la risa de Toneri en mi cabeza rebota con cada segundo de espera.