Capítulo 25
Naruto
Despierto de un delirio de sombras y monstruos y abro los ojos en una habitación iluminada de azul.
Durante un instante creo que sigo soñando. Hinata se inclina sobre mí con la piel teñida de escarcha y luz de luna. Parece preocupada. Me doy cuenta de que una de sus manos aferra la mía con desesperación, si bien la otra la pasa por mi frente, apartándome un flequillo pegajoso de la piel. ¿Qué ha pasado? ¿Qué me ha pasado? ¿En qué momento me he desmayado? Recuerdo estar cabalgando y empezar a sentirme mareado. Recuerdo el mundo inestable a mi alrededor. Recuerdo la Torre. Voces.
—Naruto—susurra, con cierto alivio—. ¿Estás bien? No lo sé. Me arde la nuca y, cuando busco la causa, encuentro una protuberancia que duele si presiono los dedos contra ella. Dejo escapar un gemido y decido que, sea lo que sea, no debo tocarla. Tengo la boca tan seca como si me hubiera tragado un desierto. Me duele todo el cuerpo, desde los dedos de los pies hasta el cogote.
Pero sí, supongo que estoy bien, porque sigo vivo, y algo me dice que no tendría por qué haber sido así, dado el curso natural de los acontecimientos.
Fuerzo una sonrisa en un intento de calmar la ansiedad de Hinata.
—Me siento como si me hubieses tenido una semana despierto —murmuro, más bajo de lo que querría y con las palabras saliendo demasiado roncas de mi garganta. Ella no me ríe la broma. Suspira, y parece que la tensión desaparece un poco de su expresión. Se inclina.
—No bromees —me reprocha, algo triste. Cansada. Me besa, dulce, y sé que estoy vivo por todo lo que ese simple gesto me hace sentir. Me sabe a poco, cuando se separa—. ¿Necesitas algo? Trato de mantener su mano en mi mejilla, pero no tengo fuerzas para hacerlo. Ni hablar, por tanto, de incorporarme.
—¿Agua? Y otro beso, tal vez…
Muy a su pesar, Hinata tiene que sonreír. Me ayuda a beber de un tosco cuenco de madera y luego se inclina sobre mí, besando mis labios húmedos. Esta vez se detiene un poco más.
Una vez que se separa, se hace uno de esos silencios que he empezado a atesorar. Su mano me acaricia la cara y juega con mi pelo. Durante unos momentos juraría que está muy lejos, como si no fuera realmente consciente de que estoy ante ella, pero luego sacude la cabeza y aprieta un poco los labios.
—Oye, Naruto… —Me tenso. No me gusta el tono de voz con el que pronuncia mi nombre—. Tú no… tienes enemigos, ¿verdad?
Probablemente no se me ocurre una pregunta más extraña que hacer en estos momentos. Al menos, al principio. Una parte de mi mente me empuja a tratar de entender lo que ha estado ocurriendo desde media tarde.
—¿Enemigos? —repito, como si la palabra me fuese ajena. De alguna forma lo es, porque nadie me ha plantado cara nunca. Me considero alguien bastante pacífico si dejo de lado a las criaturas mágicas. Niego despacio con la cabeza—. ¿Qué pasa, Hinata?
—Han… intentado envenenarte. No reacciono de inmediato. ¿A mí? Casi siento ganas de sonreír, hasta que veo su rostro contorsionado de preocupación. No puede ser. Yo no le he hecho nada a nadie. Además, dado el ritmo que llevamos últimamente, aunque alguien quisiera encontrarme, ¿cómo iban a saber dónde estaba? Nos hemos movido rápido y no hemos permanecido más de un día en el mismo lugar. Me vuelvo a llevar la mano a la nuca. ¿No significa esto que alguien estaba ahí, en el bosque, esperándome? Que sabía que teníamos que pasar por allí y nos adelantó en algún punto del camino.
¿Y de qué me extraño? Ya nos encontraron una vez, aunque fueran a por Hinata…
—¿Lord Toneri? —pregunto. Sé que mi interlocutora piensa lo mismo por la forma que tiene de apartar la vista. Pero no es posible. Le envié la carta a mi padre. Le pedí que lo vigilaran y que lo encerrara a buen recaudo. A estas alturas debería estar pudriéndose en una de las mazmorras de palacio.
—P-pero nadie ha intentado hacerme nada a mí.
Si… Si hubiera sido él… Si hubiera sido él, sus esbirros la habrían capturado y ya estaría en el Remolino, de nuevo en el burdel. Si hubiera sido él, ahora estaría entre sus garras y él la castigaría por apuñalarlo. Por escaparse. No, no ha podido ser él. Aunque las otras opciones… Entorno los ojos.
—No. Él ya estará en prisión a estas alturas. Quizá… —comienzo. Pero no es posible. Eso es una tontería. Parecía inofensivo, pero nunca se sabe lo que un hombre que ve amenazado su espacio, su puesto, puede hacer. Y ahora a mí se me conoce. Soy una amenaza—. Quizás haya sido Menma. La muchacha me mira, sorprendida.
—Menma… —repite, incrédula—. ¿No dijiste que era un buen hombre? Una cosa es hacer obras de caridad y otra muy distinta es permitir que otro te robe el título que te acaban de otorgar.
—Amenazó a mi padre para salirse con la suya, con todas esas ideas sobre un levantamiento entre los nobles —razono—. Y se ha dado cuenta de que tiene que enseñar más los dientes si quiere conservar ese puesto. Me percato de que estoy sonriendo cuando Hinata frunce el ceño.
—No es divertido, Naruto.
Intento incorporarme y, al ver que no soy capaz, ella me ayuda a sentarme. Con mis pocas fuerzas, la obligo a levantarse del suelo y a acomodarse a mi lado. Su mano entre la mía resulta reconfortante.
—Deja de preocuparte. Por la mirada que me lanza, es obvio que no está en su mano cumplir con mi petición. Parece alarmada. La luz azul de los candelabros de pared no ayuda. La sala, a la que echo un vistazo rápido, tiene una atmósfera siniestra, de ultratumba. Reprimo un escalofrío.
—Tal vez… —susurra mi acompañante, reclamando de nuevo mi atención. No me gusta el tono de su voz ni que no me mire, de pronto—. Tal vez sea hora de que vuelvas a casa.
—No. —Mi negativa ha sido tan cortante que me echo hacia delante y la beso muy suavemente para minimizar el impacto—. Ahora iremos a Dione, como le prometimos a Konohamaru. Pero el hechicero sólo es una excusa, y ambos lo sabemos.
—Y después volverás a el Remolino—insiste—. Te acompañaré y me quedaré contigo hasta que me asegure de que estás a salvo, en tu castillo y en tu trono. Y, por supuesto, nada de más historias sobre tus heroicidades. Creo que si saben cómo encontrarte es por ellas: hemos ido dejando un rastro muy evidente.
—No. Se suponía que después de eso íbamos a ir a Granth, donde vería cómo daba esos primeros pasos tu gran negocio. —En realidad, nunca llegamos a hablarlo seriamente. No lo mencionamos en voz alta, pero se suponía que la despedida no iba a ser tan pronto. Íbamos a intentar alargarlo todo lo posible. Íbamos a ver un poco más de mundo. A seguir juntos, a hacer grandes cosas juntos. Aprieto los puños—. No voy a permitir que nadie arruine nuestros planes. Nadie . Ella me acuna el rostro entre las manos y me obliga a mirarla.
—Puedo soportar perderte si sé que lo único que nos separa es espacio —susurra—. Pero no perderte de verdad .
Se me acelera el corazón. No deberíamos estar hablando de esto. La muerte no debería ser una posibilidad en este viaje. Trago saliva, pero la ansiedad también crece dentro de mí al ver su expresión torturada. Sé que está pensando en sus padres. Puede que incluso se le pase por la cabeza la cantidad de veces en las que ella también estuvo a punto de perder la vida.
—No es tan fácil acabar conmigo. No me pasará nada. —La abrazo—. Te lo juro.
Ella no protesta, aunque se apoya contra mí en lo que me parece un gesto de rendición.
El silencio se hace en el cuarto y da la impresión de que en el mundo entero. Puedo escuchar el ir y venir de nuestras respiraciones y, todavía más irreal, el palpitar quedo de mi corazón. Pasamos los siguientes minutos callados, perdidos en nuestros propios pensamientos o, en mi caso, intentando no pensar en nada.
No somos nosotros quienes rompemos la calma, sino unos golpes en la puerta, que se abre antes de que podamos contestar. Un muchacho moreno se asoma. Va completamente vestido de negro, lo que supongo que no ayuda a cambiar mi concepción de los nigromantes como personas siniestras. Sus pasos no hacen ruido cuando se adentra en la estancia y deja una bandeja sobre una mesa cercana: fruta, pan y dos copas doradas a rebosar de vino. Debe de ser la hora de la cena y la verdad es que tengo hambre, así que cojo un bollo de pan y le doy un mordisco. Hinata, entre mis brazos, se separa de mí y se yergue.
—¿Dónde está Konohamaru? —pregunta—. ¿Le ha dado el Maestro la cura?
—Supongo que ese es el nombre del joven aprendiz que os acompañaba, ¿no? —responde el chico, mirándonos. Se fija un poco más en mí que en Hinata: me estudia de arriba abajo y no me siento muy cómodo ante su escrutinio. Parece demasiado interesado por mi apariencia—. Sigue reunido con el Maestro Orochimaru, pero creo que el tema que lo ha traído hasta aquí está resuelto.
A mi lado, la muchacha suspira. Niega cuando le ofrezco un poco de pan y extiende la mano hacia el joven, que debe de tener más o menos su misma edad.
—Hinata —se presenta. El chico acepta la mano y la estrecha con firmeza.
—Lo sé. Y Naruto del Remolino. —Asiente hacia mí con otro vistazo general a mi cuerpo, que me hace carraspear y rodear los hombros de Hinata disimuladamente con un brazo. Es evidente a qué juega este chaval y prefiero dejar claro cuanto antes que no compartimos bando—. Yo soy Clarence. Soy alumno de la Torre.
Trago con dificultad, no sin ayuda de un poco más de vino, antes de apartar la copa. Tengo un poco más de cuidado con el alcohol después del desastre de la última vez.
—¿Alumno? Pensé que en las Torres teníais criados. El hechicero frunce el ceño. Al menos, parece que mi comentario ha borrado de un plumazo su posible interés.
—A veces los Maestros me confían tareas importantes al margen de mis estudios.
¿Tareas importantes? No creo que llevar la cena a visitantes sea una tarea muy importante, pero antes de que pueda reírme de él, Hinata habla:
—Tu Maestro dijo que la otra Maestra quería hablar con nosotros. Dejo definitivamente de comer. La idea de tener que enfrentarme a los nigromantes, aunque sólo sea para charlar, no me agrada. Odio que sepan todo sobre mí sin necesidad de presentaciones. Ni siquiera sé cómo se llamaba el Maestro de Verve, por ejemplo, pero él conocía hasta mis discusiones con Hinata.
—La Maestra Anko, sí. Será mejor que vaya a buscarla. Apenas ha dado un paso hacia la puerta cuando una figura aparece ante él, salida de las sombras. No lleva la túnica de los hechiceros, pero sí un largo vestido negro y una capa sobre los hombros, que destaca contra una piel mortecinamente pálida. Es una mujer adulta, pero de rasgos suaves que le confieren un aspecto de edad indeterminada. Una piedra azul destaca sobre su pecho en un broche de plata. Algunos mechones oscuros escapan de un complicado moño. Cuando posa unos intensos ojos castaños sobre nosotros, sonríe y se adelanta. Clarence cierra la puerta tras ella.
—Hinata y Naruto, supongo. —En realidad, lo sabe—. Llevaba días esperando vuestra visita. No solemos tener muchos invitados por aquí. Hinata agacha un poco la cabeza en señal de reconocimiento.
—¿Queríais… vernos? Nosotros sólo somos los acompañantes de Konohamaru, es él el que… —Calla. Si sabe nuestros nombres, sabrá también de nuestras razones para estar aquí.
—Orochimaru me lo ha presentado —nos confía mientras toma asiento en una de las sillas vacías que hay cerca de nosotros—. Un chico encantador… Pero no he venido a hablar sobre él. Hinata y yo nos miramos un momento antes de volver la vista a la mujer, preguntándonos qué puede querer de nosotros.
—Me dedico a la… adivinación, digamos, en términos mundanos, aunque la palabra no signifique mucho para los nigromantes —comienza—. Hace que parezca… una mera cuestión de suerte, cuando obviamente es una ciencia.
Obviamente. Lanzar unas cuantas cartas sobre una mesa o darle sentido a la niebla dentro de una bola de cristal es un método tan científico como buscar conejitos en la forma de las nubes.
—¿Adivinación…? —repite Hinata, siguiéndole el juego—. ¿Tú sabes quién le ha hecho esto a Naruto?
—La adivinación es un arte caprichoso —repone ella con el ceño fruncido. Lo que sin duda significa que no tiene ni idea de lo que habla.
—Lo que la Maestra Anko quiere decir —nos traduce Clarence— es que no puede elegir lo que las estrellas le confiesan.
—Que no lo sabe, vaya.
—Pero sé otras cosas —me dice ella, molesta—, como que te has cruzado con una banshee. No había oído hablar de banshees en mi vida.
—No sé lo que…
—La mujer que anuncia la muerte.
Hinata, a mi lado, se estremece y me coge del brazo. Ha empalidecido. Pongo mi mano sobre la suya en un intento de calmar su ansiedad, aunque yo mismo me siento mareado y me alegro de estar sentado. ¿Qué significa eso? Me han envenenado, sí, pero no he muerto. ¿O es que esto significa que lo peor todavía no ha pasado?
—Una banshee —informa el hechicero, y empiezo a entender por qué se ha quedado con nosotros, pese a que la conversación no le concierne— es un espíritu que anuncia la muerte de alguien con lazos de sangre. Normalmente aparece como una plañidera, gritando por la pérdida.
Me estremezco. ¿Gritando? El recuerdo de la mujer bajo el árbol está todavía demasiado reciente: su aspecto, su cercanía, su llanto y la forma en la que chillaba. Siento que vuelvo a aquel lugar, a la desesperación ocasionada por el dolor de su grito. Todo mi cuerpo se tensa.
¿Era un presagio? Ha dicho «lazos de sangre», pero yo no tengo más familia que mi padre y Menma. Cojo aire.
—¿Insinúas…?
No tengo las fuerzas para hacer la pregunta y, de todas formas, la hechicera suspira.
—El rey del Remolino tiene sus días contados. El tiempo se detiene. A mi alrededor, todos se quedan quietos y aguantan la respiración. Yo mismo lo hago. Es como si las llamas de las velas perdieran intensidad y todo se oscureciera por un momento. La sangre me abandona el rostro y el calor se escapa de mi cuerpo.
No puede ser.
Tienen que estar gastándome algún tipo de broma pesada. Ni siquiera la mano de Hinata sobre la mía resulta ya reconfortante.
Mi padre no se está muriendo.
Mi padre está perfectamente.
—¿El rey está… enfermo?
—Eso no lo puedo saber, Hinata. La limitación de…
Dice algo más, pero yo dejo de escucharla. Dejo de entenderla, nada de lo que dice tiene sentido para mí.
Mi padre está vivo.
Mi padre está bien.
Estaba bien cuando me fui y lo estará ahora.
Quizá si me lo repito las suficientes veces pueda sentir que recupero el control de la conversación. Tal vez sea un error. Los hechiceros también los cometen. La magia es frágil y nadie la entiende. A veces, ni siquiera ellos.
—Estás mintiendo —digo con voz temblorosa. ¿De rabia? ¿De miedo? No de certezas, eso sin duda—. No sé qué has visto, pero estás equivocada: mi padre aún tiene muchos años por delante.
Mi padre es el rey, y los reyes no se rigen por las mismas leyes que los demás mortales.
Durante unos momentos, nadie dice nada. Yo no me siento con fuerzas de mirar a los rostros presentes y, de todas formas, no estoy seguro de poder enfrentarme a lo que me van a decir sin palabras. Los brazos de Hinata no parecen los mismos de siempre cuando me abraza. Cierro los ojos con fuerza.
—No es cierto… —susurro en su oído, quizá sólo para ella. Que sólo ella sepa que en realidad me lo creo. Que sólo ella perciba la súplica en mi voz.
—Lo lamento, príncipe Naruto —es la respuesta por parte de la hechicera.
Me aferro al cuerpo de Hinata. El mundo debe de haberse vuelto loco. Debo de seguir soñando. El veneno todavía está en mi interior y me está haciendo delirar. Me está provocando pesadillas. Apoyo la cabeza contra el hombro de mi compañera. Eso es. Me aferraré a esa idea.
—Aún no se ha muerto, ¿verdad? Podríamos hacer algo. Podríamos… impedirlo. —No estoy seguro de si Hinata habla para la Maestra o para mí—. ¿Qué tenemos que hacer? Podemos salvarlo. El futuro no es inamovible… No puede serlo.
—¿Qué uso tendría adivinar sucesos que pueden cambiar? —responde la mujer con sencillez. Con la crueldad de las palabras que no han sido medidas—. Pero en algo tienes razón y es que no, aún no ha pasado, y no puedo saber cuándo ocurrirá: el tiempo es un factor muy esquivo. Puede que falte una semana o algo más. Desde luego, menos de una luna.
¿Es este el poder de los hechiceros? No el de hacer magia o ver el futuro. No el de hablar con los espíritus o convocar a los Elementos. Hablo del control que todo eso les da sobre las personas. Para cambiarnos. Para manipularnos. Para darnos esperanza o quitárnosla a placer. Alzo la vista.
—¿Significa eso que quizá…?
—Podrías estar con él cuando la muerte llegue, sí —concluye ella por mí, como si me leyera el pensamiento.
Mis ojos se encuentran con los de Hinata. Los suyos están brillantes; parece que vaya a llorar. ¿Por mi padre? ¿Por mí? Le quiero decir que no gaste lágrimas en nosotros, pero no me salen las palabras. Supongo que ya está. Que hemos llegado hasta aquí, pero nuestro camino se acaba. Se me encoge el corazón. No quiero.
Pero mi rey se muere, y tengo muchas cosas que decirle aún. Tengo que pedirle perdón por haberme ido. Tengo que decirle lo mucho que lo quiero.
Tengo que despedirme como no me despedí cuando me fui de palacio. Ahora me doy cuenta de lo estúpido y malcriado que fui. Si no me hubiese marchado… Si hubiera permanecido en el sitio que él quería darme… Entonces no habría conocido a Hinata. Entonces no habría descubierto cosas sobre mí de las que no era consciente.
—Tenemos que irnos —me dice la muchacha, tragándose las lágrimas—. Inmediatamente. Tienes que ver a tu padre. Tenemos que llegar a tiempo, al menos, para eso.
— Yo tengo que llegar a tiempo —la corrijo con pesar—. Iré solo. Me iré ahora mismo.
—No voy a dejar que vayas solo. Voy contigo. Cojo aire. Su rostro entre mis manos. Esto es, probablemente, lo más difícil que he tenido que hacer nunca. Lo más triste. Lo más doloroso. Esto es lo correcto.
—Tú tienes que ir con Konohamaru a Dione. No… no puedes dejarlo solo o se perderá, si no algo peor. Yo al menos sé defenderme, y no necesitaré descansar tanto si voy solo. Cabalgaré tan rápido como pueda.
—¡No! ¡Es tu padre! ¡Quiero estar contigo! ¡Quiero apoyarte!
—Parece horrorizada ante la idea de dejarme, pero tiene que aceptarlo—. No puedes pedirme que me aleje justo ahora, Naruto, cuando más necesitas a alguien a tu lado. ¡Y acaban de intentar asesinarte! ¿Y si vuelven a intentarlo? ¿Y si lo consiguen? Entonces sólo quedaría un heredero, y Menma habría ganado. ¿Y si él tiene algo que ver con la muerte de mi padre también? Es demasiada casualidad que ambos estemos a punto de morir en fechas tan cercanas.
—Nadie me va a hacer nada —le digo, bajando la voz, sin compartir mis sospechas con ella. Centro mi mirada en la suya, con intensidad—. Te juré que viviría, ¿no? ¿Tan poco aprecias mi palabra? —Pienso rápido y tomo una decisión—: Iremos juntos hasta Sienna y allí nos separaremos: vosotros iréis a curar a Sakura de Dione y yo volveré al Remolino. Si tú quieres venir, después de eso, te… estaré esperando.
Lo digo en serio. La esperaría —la esperaré— el tiempo que fuera necesario.
—Pero…
La acallo con un beso. No es esto lo que necesito. No más palabras. No puedo expresar todo lo que en este momento pasa por mi mente y por mi corazón, así que espero que con esto baste. Suspiro contra su boca. Sus labios saben a despedida antes de tiempo.
—Prometo no hacer locuras…
Ella no dice nada. Tiembla contra mi cuerpo y me estrecha entre sus brazos. Sabe que tengo razón: que Konohamaru es un niño, diga lo que él diga, y necesita que alguien lo acompañe. El camino, al fin y al cabo, está lleno de peligros. Una vez que hayan entregado la poción, puede venir a verme.
Cierro los ojos. Durante un segundo, trato de olvidarme de mi reino, de mi padre, de mis posibles asesinos. De las malas noticias.
No es tan fácil: aun con Hinata abrazándome con fuerza, de pronto me siento terriblemente cansado. Aun con Hinata abrazándome con fuerza, me quedo solo.
