El amanecer llegó, junto con el vaivén de las olas que impactaban contra la proa de ese barco mercante. Todo era silencio, sólo el delirio y el dolor de una esclava durmiente podía oírse en ese lugar, mientras su hermana le curaba las heridas, un vez más.

-Lo siento, pero tengo que hacerlo, hermita-

Murmuró con pesar, limpiando la sangre con agua salada, para cubrir las heridas con una cataplasma de Don Diego de la Noche y miel. Sanaría pronto y por suerte, no quedaría cicatriz visible gracias a eso.

-¿Cómo se encuentra?-

Indagó el capitán del navío ingresando a la bodega. Era un hombre muy atractivo y cabello moreno, de aspecto atlético producto de un buen entrenamiento a mando de un barco y su timón, además de sus calculadores e inteligentes ojos azules.

-Bien- aseguró con una pequeña sonrisa -Estará bien, no es la primera vez que pasamos por esto-

Suspiró cansada, limpiando sus manos y dejando a la inconsciente dormir después de abrigarla bien.

-Gracias por esto, capitán...-

Pidió que dijera su nombre realizando un ademán con el dedo.

-Capitán Lai Row- extendió una mano que fue tomada por ella.

-Dea Fleming- apretó su agarre, tenía el apellido de sus últimos amos, al igual que su hermana -En serio, se lo agradezco mucho-

-No es nada, tú pagaste por esto- le enseñó la gema que colgaba de su cuello -Ahora quiero saber, ¿Cómo una esclava como tú tenía en su poder algo tan valioso como esto?-

La miró desde su posición con los brazos cruzados y expectante. Tenía demasiado interés en ello como para dejarlo pasar.

-Era de mi madre- respondió con total sinceridad -Era una de ellos-

Apartó un rizo de su rostro, llevaba el cabello por encima de los hombros a diferencia de su hermana, que lo llevaba largo hasta la cintura. Eran muy hermosas a pesar de vestir harapos y encontrarse desalineadas en ese momento.

-Mi padre al descubrir quién era, la mató sin ningún tipo de remordimiento- las imágenes aún seguían allí, fijas en su mente e inmutables, al igual que aquel fatídico día -Y eso es lo único que nos queda de ella- tomó asiento en el improvisado camastro que le había fabricado a su hermana -Por suerte, ese desgraciado se apiadó de nosotras y nos vendió como esclavas- rió irónica -Sino, hubiéramos sufrido el mismo destino que ella-

Lo miró a los ojos. Eran bellísimos, de un color azul muy raro y mezclado con matices verde olivo alrededor, simplemente, bellos.

-¡Eres una celestial!- habló por lo bajo, un tanto exaltado y acercándose a ella -¿Te das cuenta del peligro que corres en este mundo?-

-No, mi madre era una celestial- volvió a apartarse el cabello del rostro -Pero yo heredé su poder- acarició la cabeza de su hermana -Y Gaia su fuerza-

-Hay algo aquí que no entiendo- tomó asiento a un lado -Los seres celestiales son muy fuertes, ¿Cómo tu padre pudo con ella?-

-Mi padre era un cazador alfa, creo que con eso lo digo todo- no quería hablar más del asunto.

-Comprendo- la persona detrás de ellos, se removió entre sueños, pero no despertó -Toma- le devolvió el colgante -No es correcto quedarmelo, era tu madre-

-No es justo- intentó devolvérselo, pero no pudo hacerlo, ya que se alejó -No me parece relevante que nos quedemos aquí de gratis-

Esa gema fue el desencadenante de que huyeran esa noche. Sus amos al descubrir que lo tenían en su poder, iban a quitársela, pero jamás lo permitirían, ya que estaban seguras de que esa cosa las sacaría de allí.

-Al llegar a Nipón lo arreglaremos- aseguró, dando unos pasos a la salida -Por el momento, descansen y sean bienvenidas al Dragón Negro- salió de allí sin decir más.

-Ellas son como tú, Lai- habló su primer oficial junto a la puerta -Es increíble, pensé que eras el único- hizo las señas de silencio para que bajara la voz.

-Lo sé, Krylancelo- lo invitó a caminar con él -Sólo que ahora, no sé que haremos al llegar a casa-

-¿Esto es Nipón?- miraba alrededor después de desembarcar, andando por el muelle -Se ve bastante rústico, ¿No, Dea?-

-Sí, lo imaginaba diferente-

Anonadadas, así se encontraban. Nipón era un lugar extraño, sus habitantes eran físicamente iguales, cabellos oscuros, ojos rasgados y bastante pequeños de estatura. Vestían ropas con demasiadas telas y según les explicó el capitán, se llamaban kimonos o haoris, dependiendo el género. Las casas eran de madera, con puertas corredizas y bastante extensas. Era una isla que lo tenía todo, pero con un toque desconocido y familiar a la vez.

-Bueno, creo que...-

Voltearon a ver al capitán que gritó por ellas y alcanzándolas a paso rápido.

-¡Te dije que no quería esto, Dea!-

Reclamó levantando con una mano la gema que ella le había dado. Era tan hermosa y necia que lo sacaba de quicio, con esa larga falda hasta los pies y camisa en tonos rojizos, que la mostraban encantadora ante sus ojos, pero terriblemente diabólica.

-Y yo tampoco, Lai- ya no había formalismos de por medio después de un mes de viaje -Tómalo, es tuyo y estaré más que tranquila si tú lo tienes-

Suplicó mirándolo a los ojos. Él iba a replicar, pero lo interrumpieron.

-Por favor, capitán- le tocó el turno de hablar -Si alguna de las dos lo tiene en su poder, las personas sospecharan y la verdad, es que quiero empezar una nueva vida aquí-

-Bien, me rindo- bufó agotado de discutir siempre lo mismo -Nunca podré ganarles- negó, volviéndolo a colgar en su cuello -¿Qué harán ahora?- sonrió a ambas.

-No lo sé- levantó sus hombros sin respuestas -Conseguir algún sustento o algo que hacer- pensó un poco -En Keisalhima les servía a mis amos como escriba-

Su presentimiento hacia ella no era errado, esa chica era brillante y sus ojos avellana se lo habían dicho desde aquella noche que la vio por primera vez.

-Aquí hay muchos señores feudales, seguro les serás útil- ya tenía el lugar perfecto para ella -¿Y tú, Gaia?-

-Si prometes no reírte...- juntó los dedos índices mirando sus propios pies -Te lo diré- era vergonzoso de solo decirlo o imaginarlo.

-Bien, lo prometo-

Le hizo señas a su mejor amigo que se dirigía hacia ellos, seguramente, iría a buscar algún recado de su casa.

-No me reiré- era obvio que reiría, pero después.

-Yo cuidaba al perro- apretó los labios con fuerza para no reír de ella -Y no solo a los perros, también a los cabellos o cualquier animal que hubiera en la casa-

-Tu función era muy...- no sabía como decirlo sin reír en el intento.

-¡Estúpida! ¡Ya lo sé!- pisó con fuerza y giró sobre sus talones, chocando con un torso al hacerlo -Lo siento-

Murmuró contra a un par de enormes pectorales sin levantar la mirada.

-¿Quién eres?-

Habló ahogado al ser invadido por su embriagador aroma, haciéndole agua la boca y mirándola desde arriba. Era lo más hipnótico que había visto nunca, con ese holgado vestido verde olivo que le quedaba como un guante. Por otro lado, él era alto, fornido, de ojos tan verdes como un bosque en primavera y cabello tan oscuro como el café, adornando su cincelado rostro varonil. Era algo muy diferente a todos los hombres que habían cruzado hasta ese momento.

-Ella es Gaia Curtís- respondió el capitán -Y su hermana Dea Fleming, acaban de desembarcar del Dragón Negro- las rodeó por los hombros -Chicas, él es Keilot Helsing, uno de los samuráis de la casa Ryomen y mi mejor amigo-

-En...- tosió un poco para calmar su instinto después de conocerla -Encantado-

Estiró una mano, pero ninguna de las dos la tomó y él la llevó a su espada para disimular su desconcierto.

-Eres un cazador- aseguró la chica delante llevando una mano a su nariz -Tu olor me lo dice, tú eres un cazador- dio un paso atrás y luego otro -Tú eres un asesino y hueles igual a él- tenía miedo y mucho.

-Gaia, cálmate, no nos hará daño- su hermana tocó su hombro para tranquilizarla, él era un hombre inofensivo -Lo siento, es solo que, nuestro padre era como tú y ella le tenía terror- excusó con remordimiento.

-Entiendo- se recompuso de inmediato, pero sus palabras fueron durísimas y sobre todo, ciertas -¿Y de dónde vienen?- quiso saber.

-Somos de Amestris- respondió gangosa -Pero vivimos en Keisalhima desde los cuatro años- apartó sus manos para poder respirar -Bien, entonces...- movió sus brazos en vaivén buscando alguna excusa creíble -Creo que llegó la hora de irnos, Dea- quería irse de allí e inmediatamente.

-Si, tienes razón- se había hundido en su mente de nuevo -Pero, ¿A dónde iremos?-

Se alejaron de ellos sin decir adiós o mirarlos siquiera. El destino era incierto y mucho más, en ese raro país Nipón. Querían descubrirlo y sin perder el tiempo haciendo amistades efímeras al paso.

-Que criatura más hermosa acabas de traer a esta tierra, Lai- tragó pesado y sin apartar la mirada de la espalda de ella -Huele delicioso- aspiró su aroma con fuerza y que aún llegaba a él -Jazmines, lirios y tierra mojada-

Relamió sus propios labios como si fuera algo tan dulce y puro como la miel. La sinestecia en ese momento era muy fuerte y estaba a punto de llevarlo a los límites de la locura sino dejaba de hacerlo.

-¡Que enfermo eres!- lo empujó con burla -¡Tienes esposa e hijos! ¡Contrólate un poco!-

-Y a la que jamás le fui fiel, rectifica eso-

Puntualizó, devolviéndole el empujón. Eso era totalmente cierto. Sus padres lo habían comprometido desde niño, con una hermosima mujer para mantener su fortuna y su estado feudal. Rei Nohara era su nombre, una verdadera belleza oriental, pero que él no amaba y que jamás lo haría.

-Si, bueno...- estiró su cuerpo con pesadez -Yo siempre le fui fiel a Saori, al clan Gojo y a todo lo que representan- la nombrada era su esposa -Pero esta tentación es muy grande como para ignorarla- tocó su pecho con agobio -Es preciosa y exótica- lo miró de reojo -Y además, ella es como yo- abrió sus ojos gigantes al escucharlo.

-¡Voy por los caballos de Sukuna y seguimos con esto!-

No las dejarían ir así como así y las tendrían cerca, muy cerca, aunque no pudieran pertenecerles como tanto deseaban sus subconscientes.

-Las mujeres aquí son muy bellas y pulcras-

Se hermana leía un anuncio en letras de madera fuera de una enorme casa de té, mientras ella miraba todo alrededor, cada minuto que pasaba le gustaba un poco más el lugar en donde estaba.

-Ge...- agudizó la mirada para comprender mejor -Ge...Gei- repitió -Gei...Sha- finalizó -Geisha- pronunció la palabra completa -Geishas, eso dice aquí- apuntó con su pulgar, ya que ella no sabía leer -He leído sobre ellas, son cortesanas de hombres y viajantes, ganan muy bien al hacerlo- su mente era una biblioteca andante -Podríamos preguntar si nos darían lugar aquí u hospedaje, ¿No crees?-

-¿Tú crees que alguien como yo podría estar aquí?- se apuntó a si misma con burla -¡Vamos, Dea!- rió con fuerza -¡Te creía más lista!-

-Quizás tú no, pero yo sí- era un buen plan -Puedo pedir empleo aquí, así sea para fregar pisos y mientras tú consigues tu propio lugar-

-Me gusta la idea- miró la fachada con una enorme sonrisa, pero una mano fue colocada en su hombro, asustandola -¡Déjame! ¡No me toques!-

Arrojó a esa persona por lo aires sin el menor esfuerzo. Era como un animalito salvaje e indomable que reaccionaba por instinto.

-¡Ay! ¡Dioses!- exclamó su hermana cubriéndose la boca de la impresión -¡Gaia! ¿¡Te volviste loca!?-

El tiempo se detuvo cuando hizo eso, al igual que todos los transeúntes de esa estrecha calle. Fue algo increíble e irrepetible de ver para el mundo de los mortales.

-¡Por todas la fuerzas de la naturaleza!- corrió hacia el herido que se encontraba de espaldas mirando el firmamento -¡Lo siento, samurái!- no recordaba su nombre -¡Lo siento!-

-Eres muy fuerte para ser tan pequeña- habló impactado y adolorido sin cambiar de posición -Pero sobreviviré- se incorporó despacio tomando asiento -Lamento haberte asustado-

-Es que, no te escuché llegar y reaccioné por instinto- se arrodilló delante de él -Lo siento- seguro la golpearía después de eso.

-Estoy bien- hizo un movimiento brusco para intentar levantarse y ella retrocedió asustada -Tranquila- enseñó sus manos, pacíficamente -No te haré daño, lo prometo-

No lo escuchó y volvió a retroceder con ayuda de sus manos y talones, arrastrándose en reversa hasta chocar contra la pared. Estaba tan condicionada al maltratado que cualquier movimiento la hacia temblar.

-Gaia-

Susurró su hermana intentando acercarse a ella, muerta de pena y dolor, pero él le pidió un minuto levantando un dedo.

-Ey, bonita- murmuró con ojos tristes y tan verdes como dos esmeraldas -Mírame, cariño- suplicó, estiró una mano y ella apartó su rostro cerrando los ojos -Ssshhhh- susurró al tocar su tersa piel -Ves, no te hice daño- le acarició el pómulo con su pulgar para apartarle una lágrima -Te prometo que si vienes conmigo nadie más lo hará- no entendía porque le había dicho eso.

-No quiero- al fin lo miró, el llanto le quemaba el pecho y se le atoraba en la garganta -No me iré a ningún lugar sin mi hermana-

-Ella no puede venir con nosotros, lo siento- aspiró su aroma una vez más -Pero se irá con Lai a la casa de los Gojo-

-¿Los Gojo?- miró a todos allí -¿Qué es eso?-

-Es mi clan- indicó el capitán -Recordé que los niños de la casa necesitan una institutriz y que mejor que una escriba para eso-

-¿Y ese lugar queda muy apartado de aquí? ¿O de dónde Gaia estará?- tampoco le gustaba la idea de separarse.

-A las afueras de la ciudad- respondió él -Detrás de las colinas del oeste-

Se miraron entre ellas sin saber que decir o hacer, jamás se habían separado a lo largo de los años de esclavitud o al menos, estado solas. Morirían la una sin la otra, eran su sustento de vida, pero debían intentarlo.

-Una última pregunta antes de que me decida en ir contigo, samurái- espero a que la hiciera -¿Cuál será mi papel allí? Porque creeme, no aspiro a ser la querida del señor de la casa-

-No lo sé- la ayudó a incorporarse y la miró con intensidad -Eso depende de lo que Sukuna disponga-