Llegaron demasiado tarde para su gusto a los territorios de Ryomen Sukuna. Le dolía cada hueso de su anatomía y eso que no era la primera vez que montaba un cabello.

-Ven, baja- estiró sus manos hacia ella moviendo los dedos, pero lo ignoró, bajando de un salto -Bien, como quieras- hizo un gesto sin importancia guiándole el camino -Sukuna nunca duerme, así que, seguro que se encuentra sentado en su atrio comiendo o haciendo nada-

-En Keisalhima oí a mis amos hablar una vez de él- caminaba sin preocupación o temor alguno con los brazos detrás de su espalda -Dicen que es muy poderoso, horriblemente rico, con cuatro brazos y dos rostros- sonrió al ver un cuervo sobre las ramas de un cerezo -¿Es cierto?-

-Si, lo es- afirmó sin inmutarse -Además de eso, es muy despiadado y cruel, especialmente con los niños y mujeres vitales como tú-

-No me preocupa eso- habían llegado -Soy una esclava o al menos, hasta hace más de un mes atrás lo era- lo divisó como él dijo, sentado en su atrio haciendo nada o leyendo un pergamino, más bien -He vivido más penurias y maltratos que nadie, no es algo que me sorprenda- caminaron hacia él -La única diferencia es que ahora soy libre-

Sukuna inspiró profundo al llegar a sus sentidos un olor muy familiar, ya que se encontraba ajeno al mundo y levantó la cabeza en un rápido movimiento mirándola fijamente. No había notado hasta ese momento que era acompañado por una sacerdotisa de cabello claro situada a su derecha.

-Selva- pronunció con voz pétrea sin apartar la mirada.

-¿Eh?- pronuncio confundida, volteando -¿Selva? ¿Yo?- no entendía nada -Está confundido, Selva es mi difunta madre, pero no creo que usted me hable de ella-

Él se incorporó de su sitio y era inmenso, casi dos metros de altura, musculoso de la cabeza a los pies y tal cual lo habían descrito sus amos.

-¿Cómo te llamas?- preguntó frente a ella en la misma faceta de antes, incólume.

-Gaia- no titubeó, aunque pareciera diminuta a su lado.

-¿Tú la trajiste aquí?- la apuntó mirando a Keilot a su lado.

-Así es- sonrió como psicópata -Según Lai, es una de ellos-

-Lo sé- devolvió su vista a ella -Su aroma lo invade todo, huele a dragón aquí- se inclinó un poco llevando una mano a su rostro -Eres idéntica a ella, dulzura-

-¿A quién?-

-A Selva, tu madre- se le fue el aire.

Tenía razón, viajaron más allá de las colinas del oeste y lo que se presentó frente a sus ojos no era una casa ordinaria de época, no señor, eso era un templo con todo el honor hacia el espíritu vengativo Michizan.

-¡Dioses! ¡Amparenme!- suplicó a nadie allí, no había dios a quién rezar en ese momento.

-Tranquila, los Gojo son buena gente- la acompañó al recinto principal -Y en especial, Satoru-

-¿Satoru?- que nombre más horrendo tenía ese hombre.

-Sí, Satoru, la cabeza del clan-

-Momento- detuvo su andar -¿Por qué tú eres un Row si perteneces a este clan?-

-Porque no estoy dispuesto a cambiar mi nombre por otro- aclaró -Lai Row no es la misma persona que Lai Gojo-

-Si, totalmente cierto- tenía un buen punto -Mi apellido es Fleming gracias a mis amos y ni siquiera recuerdo el mío propio, ¿Qué me dices de eso?- su retórica era enorme.

-Que es una enorme injusticia, preciosa- deslizó la puerta delante de ellos -Solo deja que hable y te llamaré, ¿Está bien?-

-Si, señor- respondió firme.

Esperó allí, como una firme estatua y sin tocar nada o a penas respirar por unos cuantos minutos, casi eternos, hasta que dos pequeñas risas inundaron aquel lugar.

-¡No me atraparás!- corría como una pequeña fuerza de la naturaleza sin sosegar.

-¡Es mi muñeca, Hero!- lo perseguía llorando a mares -¡Dámela!-

-¡Dame eso!- le arrebató el juguete cuando pasó delante de ella -¡Estás haciendo algo muy cruel!- lo regañó sin importar nada y sin tener en cuenta que era una total extraña -¡Eres un pequeño muy malo!- advirtió con un dedo, más que enojada -Ven aquí, muñequita- estiró sus brazos a la niña de unos tres o cuatro años, que lloraba de pie junto a ellos -Toma, corazón- se la entregó con dulzura y una tierna sonrisa -Tu muñeca está bien, ¿Ves?- asintió entre hipitos por el llanto, abrazándola.

-¡Ella es una llorona!-

Gritó el niño detrás, cruzado de brazos y haciendo un berrinche, no tendría más de seis años.

-¡No seas malo con tu hermana!- le plantó cara, era obvio que lo eran -¡Porque algún día tus padres estarán viejos y enfermos!- pensó en cada palabra antes de decirla -¡Y querrás que vivan con ella!-

Las carcajadas no tardaron en llegar, cayendo en la cuenta de que no estaba sola, Lai y otro hombre de cabello blanco y ojos azules, la acompañaban.

-Bueno, puedo decir que acaban de poner a tu hijo en su lugar, Lai- no podía contener la risa -Gojo Satoru, señorita- realizó una reverencia frente a ella.

-Eeehh- no sabía como responder a eso -¿Dea Fleming?- miró al otro hombre allí que asintió en aprobación -Siento haber regañado a tu hijo, Lai-

Eran idénticos, el mismo cabello y los mismos ojos, tendría que haber supuesto que era suyo.

-No hay cuidado, él siempre pelea con su hermana- negó sin importancia -Ella será tu institutriz, Hero- lo miró severo y el pequeño retrocedió un poco -Así que, espero que obedezcas esta vez-

-¿Hay más niños aquí?-

Aún cargaba con la pequeña Hisui sobre uno de sus brazos y descansando sobre la cadera.

-Si, mi hijo Gaudy que tiene la misma edad que él y mi pequeña Lue, que ahora se encuentra en la casa de sus abuelos-

-Entiendo- miró a ambos con extrañeza -¿Les pasa algo?- negaron al unísono -¿Seguros?-

Volvieron a negar, parecía que querían decirle algo, pero no sabían como.

-Me rindo, no puedo con esto, Lai- inspiró profundo como tomando valor de solo los dioses saben donde -¡Eres la magia y el poder de los seres celestiales! ¡Puedo verlo! ¡Cada poro de ti lo emana de tu piel!- los ojos de ella casi se desorbitan -¡Y estás aquí en mi casa!-

Estrechó a la niña entre sus brazos como buscando protección en ella y retrocediendo a su paso.

-¡Además, soy viudo!- estaba eufórico -¡Y tú eres magia pura! ¡Eres la magia de los dragones y te quiero para mí!-

-Yo no sé nada de la magia de los celestiales- refutó -Por favor, cálmese o me iré de aquí- advirtió -No voy a reemplazar a ninguna esposa o madre, solo vine a hacer mi trabajo y eso es lo que haré- lo miró seria y sin cambiar de actitud -Pero si usted no se comporta como un adulto o la cabeza responsable de este clan, daré mi retira de este recinto y en este mismo momento- ultimátum.

Parecía que no sólo educaría niños allí, sino también, a los adultos con sus clases.

-Te dije que era lista e inteligente, Gojo-

Lo palmeó con burla, ya que se había quedado sin palabras. Ella era la segunda mujer, además de su difunta Mei, que había logrado ese efecto en él.

La noche llegó y no supo como, pero terminó siendo escoltada a una habitación, aseada y vestida para la cena de esa noche por algunas sirvientas del lugar, ¿Qué diablos estaba pasando en la casa de los Ryomen? Era evidente que algo había removido en la intimidante y despiadada cabeza de ese lugar.

-Señorita Gaia- habló desde afuera una joven de la servidumbre -Si ya está lista, la acompañaré con gusto al comedor-

-Si, gracias- deslizó la puerta para poder salir -El vestido que me dejaste hoy era muy ajustado y tuve que arreglarlo un poco-

Había arruinado un delicado kimono de finas telas e hilos de oro, en un vestido harapiento de dos piezas que no ocultaba nada a la imaginación y con una enorme abertura en su pierna derecha. Lo había destrozado y solo había conservado el obi o cinturón, para sujetar la larga falda a sus caderas cayendo a un lado en modo de listón y dándole un toque extra a su expuesto abdomen. Así vistiera de seda, seguiría siendo una esclava por toda la eternidad.

-Al señor Sukuna no le gustará esto, ese kimono era muy costoso y fino- aseguró caminando apresurada y más que asustada a su lado -Solo no lo mire a los ojos y asienta a todo lo que le diga, así sea malo-

-No te preocupes, lo tendré en cuenta- no lo haría, no le tenía miedo en lo absoluto -¿Es aquí?- le abrió la puerta con la cabeza gacha y sin mirar a nadie -Gracias, linda- hizo una pequeña reverencia y se marchó -¡Vaya!- exclamó asombrada abriendo mucho los ojos -¡Este lugar es...!- tocó sus labios con un dedo, dubitativa y mirando hacia arriba -¡Impresionante!-

Todos los ojos estaban fijos en ella, provocando que se sintiera incomoda, aunque era un ligar enorme y aterrador.

-Por cierto...- movió los brazos en vaivén como siempre lo hacía cada vez que se ponía nerviosa -Buenas noches a todos- hicieron una reverencia sin pronunciar palabra -No hagan eso, por favor, no es necesario- excusó desde su lugar -Solo tomaré asiento aquí y...-

-No- habló Sukuna desde su trono en el otro extremo de la mesa -Tú te sientas aquí- señaló la silla vacía a su izquierda -Este será tu sitio desde ahora-

-Pero aquí estoy bien, señor-

Cruzó las manos con pena delante de su cuerpo, ya que la mayoría de las personas allí, cubrieron sus narices al verla cruzar por esa puerta. Había tomado un baño hace una hora y de hecho, aún su cabello seguía mojado, ¿Acaso apestaba a algo inmundo y desagradable?

-Obedece-

Ordenó con voz profunda y sin dejarla replicar.

-¡Bien! ¡Si hubiera sabido que volvería a recibir órdenes, me hubiera quedado en Keisalhima!- caminó a paso molesto hasta él -¿¡Sabe una cosa, señor!?- lo apuntó con los palillos a uno centímetros de su rostro y después de tomar asiento -¡Usted es un dictador!- silencio absoluto.

-¿Y que harás al respecto, dulzura?- acortó más la distancia entre ellos.

Era la viva imagen de su amada Selva, aquella niña de ojos avellanas y largas pestañas que le robó el corazón cuando aún lo tenía, en esa época lejana en donde fue un humano.

Chasqueó la lengua con burla sin dejarse perturbar por su amenaza.

-Preguntele a Keilot como le fue hoy, tirano- señaló al susodicho evitando estallar de la risa -Sólo te diré que se encontró observando al cielo muy rápido-

-Lo sé, me lo dijo cuando te llevaron a tus aposentos- también lo miró -La mujer que está junto a él es su esposa Rei-

-Es muy bella y seria- volteó rápido cuando le dirigió la mirada -Y me está matando con sus ojos- susurró por lo bajo en complicidad -Al igual que ella- señaló con disimuló a la sacerdotisa a su diestra -¿Qué les pasa?-

-Es que hueles a dragón, dulzura-

Aclaró y volvió a su posición inicial, observando a todos con superioridad.

-Pues, yo no huelo nada- llevó la tela del vestido a su nariz -Pero apesta a cazadores aquí- metió comida a su boca -Hay...- arrugó el rostro al inhalar un poco de aire -Siete de ellos, cuatro hombres y tres mujeres- volvió a ser lo mismo una vez más -Y tú hueles a...- se acercó mucho a él olfateándolo como un perro -A cenizas, azufre y alquitrán- sus sentidos eran extremadamente sensibles a todo.

-¿¡Qué tienes en la espalda!?-

Exclamó una voz en el otro extremo del recinto. Era Keilot.

-¿¡Qué!? ¿¡Qué tengo!?-

Se incorporó alarmada mirando su espalda, levantando la parte trasera de esa improvisada blusa y revelado algo por demás degradable para todos.

-¿¡Un insecto!?- les tenía terror -¡Quitenmelo! ¡Quitenmelo!-

Se estremecía de forma extraña para intentar quitarse el insecto imaginario.

-¡Quieta!- Sukuna la detuvo con uno de sus brazos -¡Esto que ven aquí!- habló a todos revelando su espalda -¡Es producto de la furia, la crueldad y la brutalidad humana!-

Las cicatrices eran gigantes y horribles, de hecho, algunas habían sanado hace muy poco tiempo.

-¡Esto es lo que le hacen los humanos a los más débiles y a los que no pueden defenderse!- volvió a sentarla en su sitio -¡Y mientras Ryomen Sukuna exista, no volverá a pasar!- fin del asunto.

Leía una y otra vez el acuerdo laboral entre sus manos, buscando algún error o algo que la perjudicara a largo plazo y que fue redactado a puño y letra por la cabeza del clan. No confiaba del todo en esa gente y no quería terminar en algún enredo del que no podría salir.

-Bien- bajó el documento y miró al hombre detrás de él -¿Puedo agregar una clausula, señor?-

-Por supuesto, soy un hombre de negocios y estoy abierto a cualquier tipo de intercambio-

-Bien, solo quiero que quede por escrito que todos los fines de semana, tanto sábados como domingos, los pasaré con mi hermana- entrelazó sus manos delante de su boca.

-¿Solo eso?- preguntó escéptico.

-Si, solo eso-

-¿Y no crees qué el pago está mal remunerado? ¿O qué podría modificar algo con respecto a eso?-

-He tenido mucho menos de lo que usted me ofrece y no puedo ser exigente con respecto a ese punto- se apartó un rizo del rostro y lo miró a la cara por mucho tiempo -Su esposa no murió, ¿Verdad?- habló sin tapujo alguno -No me mire así, lo ví en un sueño- aclaró -Ví a todos ustedes en mis sueños antes de venir aquí-

-Sí, ella me abandonó- respondió en el mismo tono -Siempre me odió, aunque yo la amé y veneré con locura- el dolor se reflejaba en su azul mirada -Pero no podía decirle a mis hijos que los dejó, prefiero que crean que esté muerta, en vez de eso-

-Las mentiras no llevan a nada nuevo, señor Satoru- se incorporó despacio -Mi madre murió por esconder la verdad de su origen a mi padre-

-No sé lo que quieres decir con eso, Dea- hizo lo mismo que ella -Pero jamás intenté lastimar a Mei o a mis hijos-

-Eso lo sé, señor- la invitó a salir de la habitación -Pero cuando descubran la verdad, la herida será tan grande, tan dolorosa y tan profunda, que nadie, ni siquiera usted podrá curarla- la condujo a su respectiva habitación -Detrás de un gran amor, siempre viene un gran dolor- sus palabras eran sabias a pesar de su corta edad -Solo piense en eso- inclinó un poco la cabeza -Buenas noches- respondió a su despedida y deslizó la puerta cuando se fue -¿A dónde viniste a caer, Dea?- frotó sus ojos bajando la mirada y los levantó de golpe al sentirse observada -Te he dicho que no hagas eso-

Reclamó molesta, había ingresado a la habitación por una puerta oculta y que solo él conocía.

-No puedo estar lejos de ti- habló delante de ella hecho pedazos -Y no me pidas que olvide lo que pasó en el barco entre nosotros, porque sabes bien que jamás lo haré-

-Tu esposa y tus hijos están aquí- se alejó cuando quiso acercarse a ella -Ten un poco de respeto hacia todos ellos, por favor- quedó inerte en su lugar -Te dije que lo nuestro o lo que sea que tuvimos, no significó nada para mí- él dio un paso sin querer escuchar razones -No te me acerques, Lai- su espalda chocó contra la pared -Te lo suplico, no lo hagas más dificil-

-Tú no lo hagas más difícil-

Lo de ellos había vuelto en algo imposible y difícil de alcanzar desde que desembarcaron esa tarde.

-Solo quiero estar cerca de ti y nada más- tocó con la punta de sus dedos ese precioso rostro -Solo eso es lo que quiero y no me lo quites, por favor, Dea- besó sus labios sin decir más.

-¿Qué haces aquí?- tomó asiento a su lado sobre ese tejado.

-Escapé de las miradas de lástima y tristeza de todas las personas ahí adentro-

-Lo siento por hacerte sentir incomoda, pero...- su aroma lo rodeaba todo y no le permitía pensar con claridad -Tuviste una vida miserable y no es justo-

-Nada en este mundo lo es- sonrió al escuchar un aullido a lo lejos, ellos ya sabían que se encontraba allí -Ni mi vida, ni la tuya, ni la de nadie- aferró las piernas cerca de su pecho -Solo tenemos que aprender a vivir y ya-

-Lo sé- se relajó en su sitio -Ahora Sukuna te tiene bajo su manto, así que, nadie se acercará a ti nunca más-

-Es un buen hombre o lo que sea, me hace reír-

No era verdad, Sukuna era déspota, cruel y despiadado, solo que con ella no lo sería nunca.

-Si y tú a él- se incorporó de su sitio extendiendo una mano -¿Vienes?- no lo miró, su vista seguía fija en el bosque.

-Lo siento, no puedo- apartó su mano despacio -Estoy esperando a los Fenrir-