Llegaron a ese lugar, a esa enorme morada más allá de la frontera de la capital nipona y detrás de los montes del este. Arribaron a destino, después de unas cuantas horas desde antes del amanecer y ser escoltadas por los más fuertes samuráis o guerreros de sus casas.

-Así que, ese desgraciado es el dueño de todo esto- el recelo en su voz era evidente y más que palpable para todos -Maldito, ¿Cuánto dinero tendrá como para poseer toda esta basura?-

Lo detestaba más que a nadie en el mundo, pero tenía sus razones, ellas vivieron en la miseria a su causa.

-Dea, por favor...- suplicó a su lado -Es nuestro padre- miraba por la ventanilla el lugar y alrededores, era muy bonito -Entiendo que estés enojada con él, pero pidió a Sukuna vernos-

-Hemos pasado toda nuestra vida sin él- acomodó el lazo de esa horrible yukata que llevaba puesta -Y podemos seguir haciéndolo-

-Estaremos unas horas aquí, hermanita- habían detenido el andar -Después nos marcharemos y no volveremos a verlo-

Ella parecía una prostituta mal pagada del país vecino cruzando el océano, con ese pequeño vestido entallado y que había confeccionado con ayuda de la costurera que realizaba la vestimenta de Sukuna. Era negro, con diseños de dragones rojos y por encima de los muslos, bellísimo, pero para nada recatado. Había cambiando sus tristes harapos por él, hace unos instantes y lo luciría como nunca. Una vez en la vida deseaba causar impacto y estar bien vestida.

-Lo sé, pero mis emociones están demasiado encontradas para mi gusto- apretó su entrecejo en ese gesto tan familiar que siempre hacia -No quería venir, pero a la vez, quiero verlo para mandarlo al diablo-

-Si, lo sé- extrajo una caja de manera debajo de su asiento -Te hice esto- se la entregó -Espero que te guste-

-Gaia, es precioso, ¿De verdad lo hiciste tú?-

Contempló entre sus manos a un hermoso vestido rojo, con un amplio vuelo en la falta y bordado con pequeñas sakuras a mano. Le quedaría a la perfección y lo usaría para esa ocasión.

-No, solo le dije a Misuki como lo quería y ella hizo su magia-

-Me encanta- cerró las cortinas y comenzó a desvestirse -Sólo espero que no sea tan corto como el tuyo-

-El vuelo disimula bastante, pero tienen la misma longitud-

-Si, eso veo- le quedaba perfecto -Y es muy trangresor para esta época, estoy fascinada por el talento de esa mujer- golpearon la puerta del carruaje donde estaban.

-Chicas, ya llegamos- era Lai -Keilot dijo que iría a hablar con él, pero que yo las escoltara hasta el recinto principal-

-Bien- abrió la puerta, molesta -No puedo creer que me hayas convencido de hacer esto, Gaia- miró al hombre a sus pies -¿Qué?- preguntó a la defensiva.

-Nada- respondió intimidado -Es solo que, estás muy linda-

-Cállate y no me toques- bajó de un salto y dándole un manotazo cuando le tendió una mano -Lo único que me falta...- murmuró, emprendiendo su andar -Que un hombre casado quiera pasarse de listo conmigo-

No lo esperó para que las escoltara a la casa. Le gritaría a su pseudo padre todas las verdades a la cara y no podía esperar formalidades.

-¡Dea!- la siguió a trote y riendo de su locura -¡No lo mandes al diablo sin mí!-

Caminaban por ese lugar, sintiendose las reinas y señoras, una a paso furioso y la otra con semblante curioso, mientras les hacían reverencias al pasar. Toda la servidumbre era consciente de que las hijas mayores del señor de la casa, llegarían ese día de visita.

-Señoritas- una de las sirvientas se inclinó frente a ellas -Pasen por aquí, por favor- deslizó una puerta corrediza -Los señores las esperan-

-Gracias-

Dijeron al unísono, encontrándose con su padre tal cual lo recordaban, alto, ojos claros, con una pequeña sonrisa en su rostro, rodeada por una incidente barba y un poco calvo producto de los años. Era él, no había dudas de ello, enfundado en una costosa yukata de finas telas tradicionales.

-Hola...- levantó una mano junto a su impactada hermana -¿Padre?-

Preguntó confusa y dio un paso, pero ella le impidió el avance con un brazo.

-No le digas así, Gaia- sus ojos eran fríos y hostiles -No lo merece, es una palabra demasiado grande para él-

-Señor Hanibal, creo que debería irme- asintió a su yerno -Iré a ver a mis hijos- sus ojos no se apartaban de la joven de vestido negro -Y a mi esposa- volvió en sí, cuando ella le dirigió la mirada -Buen día- inclinó la cabeza, dirigiendo sus pies a la salida.

-Gracias por todo, Keilot- asintió entristecido al escucharla y se marchó.

-Son idénticas a su madre- habló al encontrarse los tres solos -En especial tú, Dea- ella lo mató con sus ojos.

-Me sorprende que aún se acuerde de nuestros nombres, señor- era cruel y mucho.

-Nunca las olvidé, al igual que a su madre-

-Sí, se nota- mufó irónica, cruzada de brazos y desviando la mirada -Nosotras viviendo en la miseria y usted pudriéndose en dinero, se nota cuanto nos extraño-

-¿Por qué no volviste, padre?- reclamó abrumada -No sabes todo lo que sufrimos sin ti, fuimos maltratadas y humilladas hasta el hartazgo- tragó el dolor que sentía -Nos convirtieron en esclavas hasta que pudimos huir-

-No tenía nada que ofrecerles, Gaia y creí que sin mí estarían bien, pero me equivoqué-

- Cómo padre es un asco, lo sabe ¿Verdad?- no quería mirarlo, no podía soportar su descaro -Sólo espero que a sus otros hijos los haya tratado mejor que a nosotras-

-Dea, escúchame, hija...- intentó acercarse, pero mantuvo distancia -Me volví loco al perder a Selva, ella es y siempre será, el gran amor de mi vida- era cierto, aún llevaba el anillo en su dedo anular, junto con su igual colgando de su cuello -Era su madre y no pude protegerla, creí que dejándolas con mi familia estarían a salvo-

-¡Usted era nuestra familia!- exclamó iracunda -¡Era lo único que teníamos!- lo apuntó a la cara -¡Y nos dejó!- su odio lo atravesó -¡Nos dejó!- repitió con ganas de llorar -¡No sabe cuanto lo desprecio! ¡No tiene una idea de cuanto lo odio por hacernos esto!- una lágrima rodó por su mejilla -¡Estúpido padre!- quitó sus lágrimas con rabia -¡Lo odio!- finalizó entre temblores y apretando los puños.

-¿Dónde está tu Hakari?-

La aferró de los brazos al percatarse que no lo tenía. Era algo muy valioso como para perderlo.

-¡No le interesa!- se removió en su agarre -¡Suelteme!- la soltó, lentamente.

-¿Dónde está tu Hakari?- volvió a inquirir, pero con un semblante mucho más serio y sombrío -¿Dónde está?, era de tu madre y tendrías que tenerlo siempre contigo- puntualizó.

-¡Le dije que no le interesa!- sus gritos atrajeron a una pequeña multitud de personas al lugar -¿¡Quién se cree que es para venir a exigirme cosas que no le corresponden!?-

-¡Soy tu padre!- levantó la voz, aferrándole un brazo y cansado de tanta impertinencia -¡Era de tu madre! ¡Una reliquia de los celestiales!- la zamarreó un poco -¿¡Cómo se te ocurre perderlo!?-

-¡Basta!- gritó con toda su alma. Era Gaia y estaba a punto de explotar -Basta...- murmuró por lo bajo y mirando sus propios pies -Yo no quería un reencuentro así...- extrañas marcas y escarificaciones comenzaron a cubrir todo su cuerpo -Nuestra madre no hubiera querido que nos reencontráramos de esta manera después de tantos años...- levantó los ojos y eran verdes, como el jade más brillante -Basta, no soportaré un grito más delante de mí- miró a una persona allí y lo señaló -Él tiene el Hakari, padre- abrió la palma de su mano y comenzó a brillar -Fue un intercambio equivalente al traernos aquí- sus ojos se dirigieron a él -Llamado, Dea y terminemos con esto-

La esposa de Keilot y sus hijos también se encontraban allí, atónitos, como todos los presentes, eso era magia real, verdadera y pura. La magia robada a los dioses y manifestándose ante sus ojos.

-A mi mano- pronunció y se transportó hasta ella -Aquí está- aseguró, sosteniéndolo de la cadena -Él también es un celestial y puede ocultarlo con su poder, por esa razón se lo dí, para que nadie pueda encontrarnos-

Su hermana volvió a la anormalidad, el dragón no despertaría hoy.

-Entiendo- volvió a serenarse y miró de una a otra -Son el cuerpo y alma de su madre, su recuerdo en vida y me alegra el tenerlas aquí- sonrió al fin, al igual que ellas, ya todo estaba dicho y algo solucionado -Naoko- llamó a una mujer detrás -Ven- así lo hizo -Ellas son mis hijas- las presentó.

Era una mujer pequeña, completamente nipona, ojos rasgados y cabello negro ordenado en un moño, muy hermosa, a decir verdad.

-Un placer- hizo una reverencia, pero su mirada era hostil y desagradable, oculta bajo una falsa sonrisa -Son muy bellas, Hanibal- fomentó con fingida emoción -Se parecen a ti- levantó la cabeza -En especial, ella...- la apuntó, sutilmente -¿Cómo te llamas, linda?- entrelazó sus propias manos esperando la respuesta.

-Gaia Curtís-

Respondió, estremeciéndose, de repente le dio frío. La mirada que le envió le causo frío. Era un hielo.

-¿Qué extraño?- llevó un dedo a sus labios, pensativa -Según mi hija, tú eres el nuevo juguete de Sukuna y es muy raro que no tengas su apellido al ser parte de su propiedad-

-¿Juguete?- repitió confusa -¿Se refiere a...?- levantó un dedo para presentar su punto y palideció -¡Oh! ¡No!- negó inmediatamente al unir los hilos -¡No es lo que parece, yo solo soy su...!-

-Querida- afirmó, sonriendo triunfal -Y tú eres la escriba que tiene loco a Satoru Gojo- siguió hablando, pero con la otra muchacha -¡Te felicito!- aplaudió entusiasta -Es increíble que alguien como tú...-

-Naoko...- advirtió su esposo, ya que sus afirmaciones se basaban en puras habladurías de la gente -Te estás pasando de la raya, son mis hijas e igualmente honorables que su madre- su semblante era duro y cruel -No permitiré que las hagas sentir incómodas, para sustentar el chismorreo con tus amigas más tarde-

No pudo omitir palabra, ya que se encontró muda ante su intromisión. Siempre, así pasaran los años, viviría bajo la sombra de su adorada Selva, aquella mujer que jamás olvidó. Pero ahora, como si no fuera suficiente humillación, tuvo el descaro de llevar a sus bastardas bajo el techo de su propia casa. Era lo último que permitiría.

-Descuida, padre- tocó su brazo, compasiva -Está bien- ladeó la cabeza, para poder observarla mejor -Un placer conocerla, señora Naoko-

Miró a su hermana incitándola a presentarse y esta, bufó hastiada. Estaba perdiendo tiempo valioso con todas esas personas que le importaban un bledo.

-Si, como sea- rodó los ojos -Un placer, señora Naoko- realizó lo mismo que su hermana -Soy Dea Fleming- se incorporó, la miró a los ojos y un dolor punzante la atravesó -¡Ay! ¡Dioses!- dio un paso atrás tropezando un poco -¿Quién es usted?-

Murmuró adolorida, cubriéndose un ojo y sosteniéndose de su padre. Él no comprendía nada, pero más tarde hablaría con esa mujer a la que todo el mundo llamaba su esposa. Algo le había hecho o intentó hacerle a su hija con su energía maldita.

-Soy Naoko Ukimura y sean bienvenidas a mi casa- la había descubierto, pero fingiría demencia, ambas lo harían -Hijos míos, vengan aquí- cuatro personas se acercaron a ellos -Él es Yuta, nuestro primogénito- era un hombre apuesto, idéntico a su padre cuando joven y dos años menor que ellas -Nuestra segunda hija, Rei- ya la conocían pero, igualmente, asintieron -Y los gemelos- señaló a dos adolescentes de no más de dieciocho años -Ino- una bella jovencita que les sonrió -Y Toge- su hermano, que ni siquiera las miró.

-Ellas son las hijas de su padre, Delia y Gala-

Era definitivo, esa mujer las odiaba a muerte.

-Dea y Gaia- corrigió su esposo -Y son sus hermanas, espero que las traten como tal-

Era una advertencia mezclada con una vil amenaza. No quería y tampoco permitiría desaires para con sus hijas en esa casa.

-¿Qué está pasando aquí?- la voz de una anciana lo inundo todo -¿¡Otra vez están reunidos sin mí!?-

Reclamó, apuntando a su respectiva familia con un bastón. Era pequeña, cabello grisáceo y adornado por un millón de canas en un chongo, rostro arrugado como una pasa, ojos diminutos y ocultos bajo un par de espesas cejas. Una mujer nipona de la cabeza a los pies, pero con más años encima que todos ellos juntos.

-¡Madre!- habló la dueña y señora de la casa -¡Te dije que te quedaras en tu cuarto!-

-Silencio, Naoko- caminó hasta ellos a su ritmo, pero incólume -A mí nadie me dice que hacer en mi propia casa- miró al hombre allí -¿Son ellas?- pidió saber y asintió con una pequeña sonrisa en sus labios -¡Vaya, Hanibal!- las miró a ambas de arriba a abajo -¡Sí que hiciste una buena labor aquí!- su mirada era escrutinia y sabia -¡Son hermosas!- aferró una mano de cada una -Soy mamá Kori, un placer conocerlas-

-¿Podemos decirle abuela?- pidió con emoción, siempre quiso tener una.

-Claro que sí, sería un honor- dio un gritito de alegría y la abrazó.

-¿¡Escuchaste eso, Toji!?- habló a su mejor amigo -¡Tengo una abuela!-

Él sonrió cómplice y levantando un pulgar, mientras el hombre a su lado moría de tristeza, después de eso, ya no volvería a verla con otros ojos.

-Señor...- el dolor de cabeza aún seguía en ella -¿Puedo sentarme un momento?- se veía muy mal.

-¿Qué ocurre, hija?- le ofreció un brazo -¿Te sientes bien?-

La encaminó con él a otro recinto. La llevaría a la biblioteca, un lugar privado y silencioso para los dos.

-Creo que es mucho para procesar y no me siento lúcida, estoy un poco mareada- miró de reojo a esa mujer que los observaba marcharse -Pero estaré mejor en un momento, sólo necesito sentarme unos minutos- inhaló profundo -¿Le molestaría si le pido que me hable de mi madre?-

Fue lo último que escucharon antes de perderlos de vista.

-¿¡Qué!?- la otra muchacha era muy ruidosa -¡No es cierto!- estaba eufórica y sosteniendo las manos de esa noble anciana entre las suyas -¿¡Hay un Fenrir aquí!? ¿¡Y es suyo!?- hizo una cara rara, molesta o algo parecido -¡Maldito Sukuna! ¡Me dijo que no podía adoptar uno!-

-Yo nunca miento, mi niña- llevó dos dedos a su boca y silbó -Ven conmigo-

La condujo a otro lugar después de escucharse un feroz y potente aullido.

-Me agradan- habló el primogénito de la familia a su madre y hermanos -Ahora no cargaré yo solo con la responsabilidad de ser el mayor aquí- estaba feliz de tenerlas, lo ayudarían mucho.

-A mí también me agradan, hermano- la pequeña Ino aspiraba a ser tan bella como ellas -Es la primera vez que veo a papá sonreír-

Eso era cierto, él jamás sonreía y parecía estar cargando con un enorme pesar en su alma. Era la primera vez, en toda su vida, que lo veían sonreír con sinceridad.

-Ellas no vivirán aquí- aseguró su madre -No quiero a esa clase de mujeres viviendo bajo esta casa y cerca de ustedes-

-Creo que estás exagerando, madre- Toge era de muy pocas palabras, pero cada vez que abría la boca, decía grandes verdades -Padre dijo que no vivirían aquí y además, son mujeres adultas, independientes y con sus propias vidas, jamás vivirían con nosotros en este caos-

-No diría que tienen sus propias vidas- intervino su herma mayor -¿Acaso no te percataste de la ropa que usan?- apuntó en ambas direcciones -¡Son mujerzuelas que vinieron aquí a conseguir marido! ¡O a robarlos, mejor dicho!-

No le eran indiferentes las miradas que generaban a su paso y en especial, las que su infiel esposo dirigía hacía Gaia. La adoraba y anhelaba con todo su ser, lo tenía hipnotizado, algo que jamás hizo con ella.

-Rei- la voz a sus espaldas le heló la sangre -Son tus hermanas, ten más respeto y consideración, han tenido una vida miserable-

Llevaba a su hijo Daven sobre los hombros, mientras ella cargaba con su hija Yuki en brazos.

-Eso es lo que ellas dicen, Keilot- refutó, cargando mejor a su niña -Yo no me creo esa historia de mártires y sufrimiento que le pregonan a todos- miró a su madre compartiendo el mismo pensamiento -Son unas embusteras, como todos los celestiales-

-Cualquiera diría que estás celosa de ellas, hermanita- la palmeó en la cabeza con burla -Son nuestras hermanas y te guste o no, hacen feliz a nuestro padre-

Guardó silencio y la risa de ese hombre podía oírse a kilómetros, ya que una de sus hijas era un vendaval ruidoso y andante. Mientras que la otra, no cabía en ella de la felicidad, al ver tantos libros juntos en la biblioteca donde la habían llevado y regresando al recinto principal con una pila de ellos en sus brazos.

-¡Padre! ¡Dea! ¡Ayúdenme!-

Su grito de terror asustó a los presentes, ya que estaba siendo arrastrada por un Fenrir juguetón, como si fuera una cometa al viento. Era enorme, negro y de gigantescos ojos verdes, como todos los descendientes de la raza dragón.

-¡Dea!- volvió a gritar al pasar junto a ella -¡Ayúdame! ¡Está arrastrándome!-

-¡Gaia!- soltó los libros y corrió tras ella a los jardines exteriores, al igual que todos -¡Suéltalo!- volvió a decir -¡Suelta la correa!-

Así lo hizo, después de varios intentos, ya que se encontraba enredada y quedó inerte en su lugar, cabeza abajo, a unos cuantos metros de ellos.

Keilot fue el primero en llegar y apartar al Fenrir de un empujón, que intenta incorporarla con toquecitos de su enorme nariz.

-¡Aléjate!- gritó, ya que ella parecía noqueada y no quería que la tocara.

-No hagas eso- incorporó su torso con ayuda de los brazos y la mirada gacha -Estoy bien...- mentía, le dolía hasta el alma -Sólo que tuve la mala suerte de decir la palabra mágica- levantó el rostro lleno de raspaduras y golpes -No lo hizo a propósito, sólo quería salir a pasear- llevó los dedos a sus labios que sangraban horriblemente -Y todo terminó mal, ¿No, Mushu?- lamió su rostro en respuesta -Yo también lo siento- lo abrazó, descansando su rota mejilla en él.

-Gaia, mírate- su hermana se hincó a su lado -Tu rostro y tu vestido- era un desastre, pero no importaba -¿Estás bien?-

-Si, pero me duele todo- la ayudó a incorporarse y se dobló de dolor -No sabía que el alma podía doler así- inhaló profundo.

-¡Yuta!- ordenó su padre -¡Lleva a tu hermana con Shoko para que cure sus heridas!- se veía molesto -¡Y encierren a ese animal!- lo señaló.

-¡Padre, no!- suplicó, esquivando a su hermano cuando intentó cargarla -¡No le hagas daño, por favor, sólo estábamos jugando!-

Miró alrededor y los rostros de todos representaban lo mismo, furia o consternación, tenía que hacer algo.

-Keilot, por favor...-

Susurró por lo bajo, era su única esperanza. Él se estremeció, la ayudaría ahora y siempre, pero no podía ignorar las ordenes del señor de la casa.

-¡Es un animal indomable!-

Replicó. No quería verla a los ojos, suplicaría y sedería. Era una desgracia que se pareciera tanto a su madre.

-¡Hay que educarlo y yo sé como!-

-¡No!-

Corrió hacia el Fenrir, abrazándolo, recibirían el castigo juntos. No iba a permitir que sufriera por su culpa.

-¡No lo haga!- su otra hija se interpuso en su camino -¡Por favor, es un cachorro!- no la escuchó, estaba furioso, ese animal era una amenaza -¡No despierte la furia del dragón!-

Sostuvo un puño al aire, su intención era golpearlo, pero ella tenía razón, existía una línea muy delgada entre los humanos y la furia del dragón. Precisamente, la furia del dragón oscuro y no debía despertarla.

-Bien...- se rindió -Ustedes ganan- su rostro no representaba nada -Keilot, ocupate de esto-

Señaló al animal que su hija abrasaba con protección y él asintió, alejándolo del lugar junto con Toji y Lai, después de apartarlo de ella y regalarle una sonrisa tranquilizadora. Todo estará bien, fue lo último que le dijo antes de marcharse.

-Yuta, cumple con lo que te ordené-

Fue tan rápido, que no se percató cuando terminó en los brazos de su hermano y ser llevada a otro lugar con Toge. Ella sería la consentida de las dos, no había dudas de ello.

-Y Dea, ve a recoger el desastre que dejaste tirado por todo el recinto- esa fue su última orden.

-¡Mis libros!-

Exclamó horrorizada, pero cuando quiso correr en esa dirección, una mano aferrada a su muñeca se lo impidió.

-¿Puedo ir contigo?- pidió avergonzada la pequeña Ino.

-¡Claro que sí!- asió su mano para no soltarla nunca -¡Siempre quise tener una hermanita con quién jugar y contarle historias!-

Salieron juntas de allí como si se conocieran de toda la vida, riendo cómplices y compartiendo sonrisas. Serían inseparables de ahora en adelante y su padre podía verlo.

-¡Ino!-

Reclamó su madre, pero no fue escuchada. Les había prohibido a sus hijos acercarse a ellas, pero la ignoraron completamente, exceptuando, su adorada Rei, que era una arpía igual que ella.

-¿¡Estás contento, Hanibal!?- reclamó a punto de explotar -¡Acabas de traer el caos a esta casa!-

-Son mis hijas- respondió sin levantar la voz -Son lo único que Selva dejó para mí en este mundo y no voy a volver a fallarles- respondió a la dulce sonrisa que mamá Kori le brindó -Y no me hagas elegir entre ellas y todo esto, porque sabes bien que perderás- aseguró, mirándola al fin -Y tampoco te atrevas a maldecirlas de nuevo, porque me olvidaré que eres mi esposa y la madre de mis hijos, ¿Está claro?-

La apuntó y ella no dijo nada, sólo asintió muerta de terror. Él era peligroso y mortal, no convenía hacerlo enfandar.

-Señor- su mensajero le habló por la espalda -Él acaba de llegar y lo está esperando en la sala de reuniones-

-Gracias, Kurama-

Hizo una reverencia y se encaminaron sin decir más, junto con mamá Kori.

-Las vamos a destruir, Rei- su semblante esa solemne y su rostro no reflejaba nada al mundo -No vamos a permitir que destruyan a esta familia-

La tarde llegó y se había divertido como nunca con sus hermanos. La trataron como a una princesa, le dieron todo lo que tenían y más, lástima que ahora tenía que hacer unos recados para Sukuna, antes de regresar al día siguiente.

-Toji-

Leía un papel en sus manos acercándose a él, que se encontraba de espaldas a las entradas del jardín. Parecía un pequeño muchacho, llevaba ropa de su hermano Toge que le quedaba unas tallas más grande, ya que su vestido había quedado muy maltratado después del altercado con el Fenrir.

-Tenemos que ir al pueblo a buscar unas espadas y lanzas que Sukuna le encargó al armero- levantó la mirada al llegar -Hola, Keilot- no lo había visto al estar distraída -Pero mi padre quiere hablar contigo, así que...- volvió a mirar al otro hombre, pero con más detalle, había algo raro en él -Tú no eres Keilot, ¿Verdad?- sonrió, encantado.

-No, soy Kylar- respondió -Su hermano-

-Lo imaginé por esto-

Señaló el lunar del lado izquierdo que adornaba su mentón, un detalle que su hermano no tenía.

-Y tú debes ser...-

-Dame un minuto- levantó un dedo delante de su cara, interrumpiéndolo -Toji, tienes que ir a hablar con mi padre, así que, iré al pueblo y volveré enseguida-

-No irás sola, tú sabes que Sukuna no quiere eso- se negó a dejarla ir.

-Les pregunté a mis hermanos y no pueden acompañarme-

-Bien, le diré a Keilot o a Lai que te acompañen-

-Lai está con Dea e Ino, investigando sobre la magia de los Nornir y seguramente, Keilot esté con su esposa e hijos, no hay que molestarlo-

Eso era más que cierto, su esposa Rei, lo obligaba a pasar tiempo con ellos, ya él vivía en los terrenos de Sukuna y no podían convivir como familia a causa de eso.

-Iremos cuando termine de hablar con tu padre-

-Se hará tarde y lo sabes-

-No te dejaré ir sola, mi cabeza está en riesgo-

-Pero, Toji...- intentó replicar.

-Yo puedo acompañarte, si quieres- ofreció la otra persona con ellos -Te acompañaré y no habrá problemas con eso, ¿No, amigo?- no respondió, era mejor dejarla ir sola que con él.

-¡Gracias!- exclamó ella con suma emoción -¡No sabes cuanto te lo agradezco!- juntó sus manos como si fuera una plegaria -¡Vámonos!-

Emprendió su andar hacia los establos, él levantó los hombros sin saber que decir y la siguió. Eso sería bueno.

-Es muy extraño, ¿No creen?- tres pares de ojos miraban ese raro objeto sobre la mesa -¿Cómo podemos hacer que funcione?-

-Pues, según nuestro padre...- releyó un manuscrito sobre la mesa -Es un tipo de objeto o herramienta maldita muy poderosa y tiene la teoría de que funciona como un contenedor de hechiceros, Lai- levantó la mirada -Ino, ¿Tú sabes algo de esto?-

-No, él que podría saber es Yuta o quizás Toge- la tomó entre sus manos -¿Creen que haya alguien aquí dentro?- la sacudió con fuerza -Tendríamos que sacarlo si es así, ¿No les parece?-

-¿Sera un objeto creado por los Nornir?- él volvió a hablar -Es muy similar al Rompecabezas del Milenio de mi padre-

-Todo es probable- cerró el manuscrito y estiró todos los músculos entumidos de su cerpo -Pero según parece, funciona con energía maldita y no creo que pertenezca a ellos, es otra cosa- su hermana se lo devolvió -Me lo llevaré y hablaré con Gojo al respecto- fin de la cuestión.

-¿Es cierto que él quiere casarse contigo, Dea?- era una adolescente y le encantaba todo lo relacionado con el romance.

-Eso dicen las malas lenguas- apartó un rizo del rostro, suprimiendo la risa -Pero sí, es cierto, no puedo mentirte, Ino- confesó -Aunque es atractivo y tiene todo lo que me gusta de un hombre, no es mi tipo y no somos para nada compatibles-

-¿Y qué harás si habla con nuestro padre?-

-No lo sé, es algo en lo que no he pensado...- tomó asiento, demasiado taciturna de solo imaginarlo -Quizás, huir de aquí, no deseo casarme con alguien que no me ame de la misma forma, en la que nuestro padre amó a mí madre-

El hombre presente, la observaba como si fuera lo más valioso del mundo, como algo inalcanzable y difícil de tocar. Él estaba allí, frente a ella, contemplándola y amándola con tanto fervor, que parecía inhumano. Pero ella no lograba verlo, lo opacaba la realidad del momento, su realidad, su esposa y sus hijos.

-Según mi madre, ella fue y es, el gran amor de su vida, su amada y adorada Selva- acotó su hermana -Y no puede competir con su memoria, así pasen los años, nunca lo hará-

-Por eso nos odia, ¿Verdad?- asintió, culpable. Ella no odiaba a sus hermanas y jamás lo haría -No tienes porque sentirte mal, Ino- acarició sus brazos para reconfortarla -Con que ustedes sean conscientes de nuestra existencia, es más que suficiente para nosotras-

Le apartó un mechón de cabello del rostro. Era rubia, esbelta y de bellos ojos azules, todo lo contrario a ella.

-No nos hacen sentir tan solas-

-Nunca más estarán solas, Dea- la abrazó con fuerza -Porque ahora tienen hermanos y contarán siempre con nosotros-

Un toque irrumpió ese hermoso momento y Lai abrió la puerta.

-Hola-

Eran Yuta y Toge. El primogénito era alto, fornido, de oscuros cabellos como el crepúsculo y ojos tan azules como el mar báltico, igual que su padre. Por otro lado, su hermano era unos centímetros más bajo, cabello rubio blanquecino, ojos claros como su hermana Ino y de muy pocas palabras. Hombres dignos de esa casa y de sus padres.

-¿Han visto a Gaia?- preguntó, acercándose a ellas.

-Si, me dijo que iría a pedirle permiso a nuestro padre para ir al pueblo con Toji- respondió ella -Tenía que ir a lo del armero con Sukuna-

-Sí, nos pidió acompañarla, pero teníamos entrenamiento a esa hora- Toge leía uno de los libros sobre la mesa, mientras él hablaba -Pero creíamos que había vuelto, ya que madre nos dijo que es hora de cenar-

-Que extraño, pero seguro que se quedaron paseando por ahí, ellos se distraen mucho- tomó asiento junto a su hermano -¿Sabés que es esto, Toge?- señaló el objeto que dejó delante de él.

-Sí- se incorporó y extrajo un papiro del cajón oculto del buró -Es esto-

Lo desplegó sobre la mesa y todos comenzaron a leerlo, con sus rostros llenos de sorpresa y consternación. Lo escrito allí, era más que interesante.

La cena llegó, los hijos fueron llamados junto a sus padres y ubicados en sus respectivos lugares, excepto, la persona ausente.

-Toji- habló a la izquierda de su padre -¿Dónde está Gaia?- el lugar junto a ella se encontraba vacío.

-¿Todavía no regresó?-

Él acababa de ingresar al recinto y tomó asiento del otro lado de la mesa.

-Pero, ¿No estaba contigo?-

Se encontraba confundida, le habían dicho que estaba con él.

-No- respondió con sus ojos gigantes, no tendría que haberla dejado ir -Iría al pueblo con...-

-¿Con quién dejaste a Gaia, Fushiguro?- su compañero lo apuntó con los palillos en su mano -Tú sabes que Sukuna no quiere esté sola o que visite el pueblo con cualquier persona, es peligroso- se incorporó, quería matarlo -¿Con quién está?- exigió saber.

-Con Kylar-

Le lanzó una lanza que le atravesó el centro del pecho. No podía ser cierto, no podía estar con él, con cualquiera menos él.

-¿Kylar está aquí?- su esposa irrumpió sus pensamientos -¿No se supone que vive en el sur al cuidado de tus tierras, padre?-

-Sí, lo está, pero lo hice venir hasta aquí, porque solicité un informe detallado de los cultivos de arroz- respondió, llevando una porción de comida a su boca -Es época de carbúnco y necesito saber si todo marcha bien-

El silencio lo inundó todo después de eso, la noticia de que ese caótico hombre había regresado a esas tierras, los sorprendió bastante.

-Magia de Luna que acaricia tu piel y te envuelve en su candor- una melodiosa voz lo rompió -Cuentan que si estás bajo su embrujo, volverá el recuerdo del primer amor...- parecía que una encantadora sirena se acercaba al lugar -Bella laguna, cristalina en la noche que guarda el brillo estelar- su voz era hermosa e hipnotizante -Dicen que si miras su reflejo ya no habrá más sombras en tu corazón- deslizaron la puerta de entrada y dos figuras se presentaron frente a ellos -Ves, te dije que estarían cenando...- apuntó con la cantimplora en su mano a todos -Págame, Kylar-

-Maldita sea- murmuró entre dientes y colocando dinero en la palma que desplegaba frente a su nariz -Buenas noches- ella sonrió y le dio un trago a la bebida que cargaba.

-Buenas- saludó y limpió sus labios con el dorso de su mano -Padre...- caminó hasta él, parecía ebria -¿A qué no sabes?- una risa burlona salió de su boca y su hermana tiró de ella para sentarla a su lado -Hoy me propusieron matrimonio-

Un silencio incómodo se materializó en el ambiente y todos los ojos se dirigieron al hombre recién llegado.

-Yo no fui- excusó, levantando las manos con inocencia -Aunque ganas no me faltaron- le guiñó un ojo a su nueva amiga que rodó los suyos.

-Kylar, no seas impertinente- reprendió su hermano, hiperventilando y furioso como una mula -¿A dónde la llevaste que la trajiste en ese estado?-

-Fuimos a lo del armero, hermanito- tomó los palillos en un lado de su plato -Y yo no la puse así, quiero aclarar eso- puntualizó.

-Gaia, hermanita...- le apartó con cuidado la cantimplora de los labios y la miró a la cara -¿Quién te propuso matrimonio?-

Inquirió. Esa palabra era un sinónimo muy grande, como para pronunciarla a la ligera y con más razón, en ese lugar.

-Fue algo increíble, les contaré- miró a todos, encantada -¿O no que lo fue, amigo?- lo apuntó con el dedo de manera exagerada.

-Sí, lo fue- rieron como maniáticos -Cuentales- no podía dejar de reír -Ella es divertida, tenías razón, Toji-

-Padre, escucha esto...- se acomodó mejor en su sitio -Y ustedes también, hermanitos- miró a la señora de la casa y a Rei -Ustedes pueden retirarse, según parece, no les interesa- su lengua tenía consciencia propia cada vez que bebía.

-¡Hanibal!- exclamó su esposa, abochornada y esperando una reprimenda.

-Espera un momento- la mandó a callar levantando un dedo -Quiero escuchar, perece interesante- miraba a su hija, dubitativo -Cuentanos, somos todo oídos-

-Bien, después de salir de aquí con Kylar, llegamos a la casa del armero- apretó los labios para no reír -Bajé del caballo y como era de esperarse, me caí y me lastimé- quitó el haori que la cubría y enseñó su brazo herido -Dignamente, me levanté y como si nada, golpee la puerta delante de mí- bebió un poco de agua que le ofreció su hermana -Gracias, Dea- se lo devolvió -Bien, ¿En qué me quedé?- se había perdido después de eso.

-En que golpeaste la puerta de la casa del armero- respondió ella.

-Cierto- llevó una mano a su frente al fugarse en el olvidado -¿Ustedes conocían que el armero es Ishvalano?- nadie respondió, la historia parecía interesante -Bueno, lo es y además, una persona muy irresponsable con respecto a su trabajo, el pedido de Sukuna no estaba listo-

-¡Diablos!- dijeron Toji y Keilot al unísono.

-¡Maldita sea!- se lamentó el último de ellos y ocultando la mirada con una mano -¡Voy a tener que lidiar con él cuando regrese a casa!-

-Esta es tu casa, Keilot- indicó su esposa, más que molesta -Tus hijos y yo estamos aquí, esta es tu casa- repitió.

-Ahora no, Rei- no quería hablar con ella en ese momento -Continúa, Gaia-

Deseaba saber quién era el maldito que quería quitársela.

-Gracias- sonrió agradecida y devolvió la vista a su padre -Bien, para remendar su error, nos invito a merendar con ellos- siguió con el cuento.

-Los Ishvalanos realizan platillos muy abundantes y no quiero imaginarme lo que fue eso- dijo él.

-Si, era medio kilo de carne de chivo y quería casarme con su hijo- estalló en carcajadas -Pero Kylar salió al rescate, diciendo que estábamos comprometidos- apuntó a su amigo, otra vez -Pero no se lo creyeron en lo más mínimo-

-¿Y cómo era él, Gaia?-

Su hermana quería saberlo todo, cada detalle, que no obviara nada.

-Bueno, él es...-

-¡No es cierto!- Ino se incorporó, maravillada -¿¡Velkan quiere casarse contigo, Gaia!?-

-Si- respondió avergonzada -¿Eso es bueno o malo? Porque, no lo entiendo-

La cultura de ese país, le resultaba cada vez más extraña e incomprensible.

-¡Yuta! ¡Velkan quiere casarse con Gaia!- su felicidad no cabía en su pequeña alma.

-Si, Ino, ya la oí...- hizo un ademán con ambas manos -Sientate- así lo hizo, pero la noticia que le habían dado era la mejor de todas -Padre, Velkan es mi mejor amigo pero, no creo que sea el adecuado para mi hermana-

-Eso lo tiene que decidir ella, Yuta- respondió serio, como siempre.

-¿Cómo que lo decide ella?- la señora Naoko no entendía a que se refería -¡Eres su padre, se supone que tú decides eso!-

-Ellas no nacieron bajo las normas de los clanes y pueden casarse con quién decidan hacerlo- refutó sin levantar la voz -Y sino quieren hacerlo, tampoco me importa, porque nadie es digno de ellas-

-Disculpen...- su hija Dea interrumpió la posible réplica de su esposa -Pero creo que nos estamos yendo un poco de contexto aquí- su lógica era impecable, siempre hallaba el punto de la cuestión -¿Cómo es él, Gaia?-

-Él es un alquimista-

Un estruendoso golpe, junto con la figura de Keilot marchándose, no la dejó continuar. Ella amaba a los alquimistas y él lo sabía, no podía seguir escuchando más, no lo soportaría.