Los siete aprendizajes de Daphne Greengrass

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.

Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".

Condiciones: Aprender y serie de viñetas.


3

Tercer año

En su tercer año en Hogwarts aprendió que un divorcio temprano era mejor que un matrimonio falso, aunque eso implicara desnudar las miserias de la familia.

La noticia llegó en el pico de su lechuza cuando estaba desayunando en el Gran Comedor. A su derecha, se encontraba Pansy Parkinson, deslizando los dedos por el brazo vendado de Draco Malfoy —el imbécil había provocado al hipogrifo en la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y ahora quería hacerse un almohadón con sus plumas— y le daba motivos para engordar su falsa tragedia; a su izquierda, Astoria devoraba una manzana bañada en caramelo.

—¿Eso te parece un desayuno saludable?

Su hermana le sonrió y se acomodó un mechón detrás de la oreja.

—Déjame ser feliz, Daphne —contestó. Astoria era la más parecida a su padre, con su cabello castaño y los ojos grandes y expresivos, pero carecía de su brusquedad. Ella podía mandarla a la mierda con el mismo tono que diría «¿te trenzo el cabello?» o «tomemos una taza de té». Y nunca perdía los estribos, a diferencia de Daphne que era la que más peleaba—. Ahí viene tu lechuza —señaló.

Daphne siguió el recorrido de su dedo. Sus ojos se encontraron con el ave de alas blancas y pecho moteado. Se llamaba Merlín, como el mago más grande de todos los tiempos que también había ido a Slytherin. La lechuza dejó que la carta cayera en sus manos y le picoteó los dedos por no tener ninguna golosina para darle de recompensa.

Era de su padre.

La carta comenzaba con un «queridas hijas» y seguía con un «su madre y yo vamos a divorciarnos». Daphne Greengrass no se molestó en leer el resto, pues la noticia le encendió el pecho de pura felicidad. Después de años de discusiones, gritos y tragos amargos a la hora de la cena, sus padres por fin habían tomado la mejor decisión de sus vidas. Ya no tendría que inventar historias en su cabeza para poder dormirse y no escuchar sus peleas, ni pedirle asilo a la familia Parkinson durante los veranos.

—Papá y mamá van a divorciarse —dijo Daphne. Su hermana ni se inmutó por su comunicado—. ¿Lo sabías? —Ella evitó su mirada—. ¿Lo sabías y no me dijiste?

—No pensé que lo fueran a hacer de verdad. Es decir, ¿hace cuánto vienen peleando? —Terminó de comer su manzana—. Desde que tenemos memoria —ella misma respondió—. La noche antes que viniéramos a Hogwarts, escuché que discutían en el despacho de papá. Él dijo: «jamás dudes del amor que siento por mis hijas». Mamá le respondió: «ahora que pasarán la mayor parte del tiempo en Hogwarts, no tenemos que fingir más». Y luego hablaron de buscar un abogado.

—Entonces, esperaron a deshacernos de nosotras para terminar su teatro. ¿Eso quieres decir? —reflexionó Daphne—. Me siento mejor conmigo misma.

—No es eso, Daph. —Astoria la llamaba así cuando pensaba que estaba a punto de arruinarlo todo. No pensaba hacer una escena en el comedor, frente a todos los profesores y estudiantes. Ella no era como sus padres, ávidos de atención y libre de remordimientos—. Creo que ninguno de los dos sabe bien qué quiere.

—Deberían haberlo pensado antes de tener dos hijas.

Daphne se puso de pie y decidió que se saltaría la primera clase del día. Necesitaba pensar y estar en un salón, repleto de alumnos gritones que lanzaban aviones de papel no le permitiría hacerlo. Así que fue al único lugar donde se sentía realmente cómoda y segura: su habitación.

Sabia que todo era su culpa.

Sus padres se habían conocido en una alocada noche de verano, tuvieron sexo sin protección y, unos meses después, una poción de embarazo dio positiva. Su padre decía que era culpa de su madre por «haberse embarazado» —como le recriminaba a menudo—, pero le había pedido matrimonio para ahorrarle la vergüenza de ser madre soltera y ponerle su apellido muggle al bebé. Ella había aceptado y, juntos, habían comenzando a ser la perfecta —y falsa— familia Greengrass.

Lo que Daphne no se explicaba era que, si tan infelices eran, ¿por qué habían tenido a Astoria? ¿En qué momento habían decidido arruinar una segunda vida con su incapacidad de tomar buenas decisiones? Y ella sentía que ese peso la aplastaba los hombros y la anclaba al suelo. No quería verlos. A ninguno de los dos. Al menos, durante las vacaciones de navidad.

La puerta se abrió. Daphne suspiró aliviada al ver que era Pansy y no un prefecto o un profesor. Todavía no se había inventado una excusa para justificar su ausencia de clases.

—Te vi marcharte del comedor —dijo. Cerró la puerta y se sentó a su lado—. ¿Estás bien?

—Pensé que acompañarías a Malfoy a la enfermería —respondió. ¿Había enojo en su voz? ¿O eran celos?

—Tú eres más importante, Daphne. Eres mi mejor amiga. Y no estás bien.

«No, no lo estoy, pero tampoco quiero llorar», pensó. ¿Qué quería hacer en realidad? ¿Gritar? ¿Golpear la pared? ¿Esconderse bajo las mantas?

—¿Me abrazas? —pidió. Pansy cumplió su petición. Colocó sus brazos alrededor de su espalda y la estrechó contra su pecho. El abrazo se sentía bien, muy bien. Daphne sentía que su día reiniciaba por completo—. También eres mi mejor amiga, Pan.

—No me llames así. Sabes que lo detesto —aseguró.

Pansy no preguntó que había sucedido. No porque no le importara sino porque sabía que ella tenía sus tiempos para hablar de lo que le dolía.

Lo siguiente que hizo fue quitarse los zapatos y las medias y tumbarse en su cama. Su pelo negro contrastaba con la blancura de la almohada. Daphne se recostó a su lado y suspiró contra su mejilla.

En ese silencio, Pansy le estaba dando más apoyo que con cualquier palabra que pudiera decirle.