Los siete aprendizajes de Daphne Greengrass
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.
Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Condiciones: Aprender y serie de viñetas.
4
Cuarto año
En su cuarto año en Hogwarts aprendió que un apretón de manos sincero era mejor que un primer beso forzado.
Su primer beso fue una tarde otoño —muy próxima a la llegada del invierno— donde el viento agitaba las ramas desnudas de los árboles y arremolinaba las hojas caídas.
Daphne Greengrass estaba de pie en la entrada del castillo, arrepintiéndose de vestir solo la falda tableada y una camisa que ya le iba pequeña por algo mágico llamado pubertad. Su pecho había dejado de ser plano para adoptar curvas femeninas que atraían la atención de los chicos.
Al principio, suponía que esa era la razón por la cual Adrian Pucey se había fijado en ella; después de sus notas voladoras y su dedicatoria en el partido de quidditch, pensaba que en verdad le gustaba.
Él era dos años mayor, era cazador del equipo de Slytherin y tenía todo lo que a Daphne le gustaba: pelo oscuro y corto, ojos verdes y barbilla redondeada. Por eso aceptó cada uno de sus avances y verlo después de clases. Le hubiera gustado que la cita —que no era una cita, en realidad— no fuera en un lugar tan cotidiano. «Me debería haber invitado a Hogsmeade», se dijo. Y Pansy estaría de acuerdo. Pero ella estaba demasiado ocupada con el Baile de Navidad que se celebraría en honor a los tres —cuatro— campeones del torneo. Malfoy la había invitado y ella tenía que conseguir un vestido y un traje que combinaran a la perfección.
Adrian Pucey apareció poco después, acompañado de Cassius Warringon. Los dos venían del campo de quidditch y sonreían de oreja a oreja.
Él se adelantó y, sin mediar palabra alguna, estampó su boca contra la suya. No movió los labios, pero la llenó de saliva cuando intentó meterle la lengua.
Daphne lo empujó para apartarlo.
—Eres repugnante, Pucey. ¿Puedes decir hola si quiera?
—¿Qué importa, Greengrass? —habló Warrington—. Te tocó una teta sin que te dieras cuenta.
Antes de poder pensar en lo que había sucedido, Daphne le dejó los dedos marcados en el rostro y contuvo las lágrimas que estaban por escapar de sus ojos. Adrian Pucey se alejó de la misma forma que había llegado: sonriendo triunfante.
¿Cuánto tiempo pasaría antes que le contara a todo el colegio lo sucedido?
«Que hablen. No me importa», pensó decidida. Pero se quedó en la entrada del castillo, sentada sobre una piedra, sin saber qué hacer. No quería ir a cenar y tampoco a las mazmorras. Estaba segura que, si volvía a verlo, lo golpearía en la otra mejilla para emparejársela.
Se pasó el dorso de la mano por la boca para quitarse los restos de su saliva. «Qué asco», maldijo. Su primer beso había sido una mierda y eso nunca cambiaría. Adrian Pucey le había robado una primera vez muy importante para ella y todo por su maldito orgullo masculino.
Tembló de rabia y frío.
—Hola, Daphne —dijo Theodore Nott. Él venía caminando desde el bosque; estaba despeinado por el viento—. ¿No vas a cenar? —No preguntó si podía quedarse a su lado, sólo lo hizo—. Sé que no somos amigos, pero…
—Porque tú no quieres ser amigo de nadie —interrumpió. Theodore Nott era el chico más solitario que conocía. Pasaba en la biblioteca o en la entrada del Bosque Prohibido, no se juntaba con Malfoy y sus secuaces, ni hablaba en clases—. Pero vamos, haz la pregunta.
—¿Por qué estás aquí sola? Parece que vas a llorar.
—Porque soy una estúpida.
Solamente dos veces había hablado con su compañero de casa. La primera para pedirle la tarea de pociones; la segunda, para que le prestara dos galeones que le faltaban para pagar su cerveza de mantequilla en las Tres Escobas. Y, sin embargo, tenía algo que le invitaba a confiar en él, a desnudar sus sentimientos sin miedo a ser juzgada. Así que le contó lo sucedido.
Theodore Nott la miró fijamente a los ojos y aseguró:
—El único estúpido es Pucey y también Warrington por aplaudirle lo que hizo. Habla con el profesor Snape.
—Por más que hable con él, le creerán a Adrian y a mí me condenaran. Me llamarán fácil, zorra, puta, y me da miedo que otros me busquen para hacer lo mismo.
—No puedes dejarlos impunes. Ninguno lo merece —afirmó. Nunca lo había visto tan apasionado en sus palabras—. Pucey se besó con un chico de Ravenclaw en la biblioteca y Warrington vende cigarrillos y pastillas muggles. Usa eso a tu favor. Así mantendrán la boca cerrada.
Daphne quedó impresionada por su rapidez para planear un contrataque.
—¿Cómo lo sabes?
—Los vi con mis propios ojos. Suelo ser silencioso y la mayoría no se da cuenta que estoy ahí. Observo y escucho todo. —Le puso su capa sobre los hombros para hacerla entrar en calor—. Eres guapa, Daphne. Y eres agradable. No dejes que un idiota como Pucey te haga llorar y temblar de frío.
—Yo no estoy llorando —mintió.
—Tienes el maquillaje corrido. —Theodore Nott atrapó una lágrima negra que rodaba por su mejilla—. ¿Por qué no vamos a cenar? Si el imbécil de Pucey dice algo, tienes cómo responderle.
Ella no estaba segura del todo; el chico le apretó la mano suavemente. Aquel contacto tan súbito la arrancó de su zona de confort, pero le agradó.
Theodore Nott era un enigma —como le decía Pansy. A ella le gustaba Draco Malfoy, pero eso no le impedía apreciar los atractivos del resto de sus compañeros—, por esa misma razón era que confiaba en que le guardaría el secreto. Él no pretendía rescatarla, siguiendo el falso concepto de príncipes y doncellas que se perpetuaba en los cuentos de hadas, sino que le entregó la información para que ella misma se defendiera.
Daphne Greengrass se puso de pie y, aún con la capa del chico sobre sus hombros, caminó con la cabeza en alto hacia el Gran Comedor.
