Héroes silenciosos
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.
Esta historia participa en el Reto #55: "No hay dos sin tres" del foro "Hogwarts a través de los años".
II
La encerrada
Dorcas Meadowes escuchó el llanto del bebé al otro lado de la pared.
Su apartamento quedaba en el séptimo piso de un edificio en constante remodelación, las paredes eran delgadas como papel y podía escuchar todo lo que sucedía en la casa de su vecina.
Al pequeño le molestaba el sonido de las máquinas —Dorcas lo entendía, los ruidos fuertes la perturbaban— y la única forma que tenía de expresarse era llorando. «A veces yo también quiero llorar», era su pensamiento, pero se esforzaba por retener las lágrimas.
Aquel apartamento era la mejor opción para esconderse de los mortífagos. Estaba en el mundo muggle, en un séptimo piso y el alquiler era el más barato de todo Londres.
Desde el asesinato de la familia McKinnon y la desaparición de Caradoc Dearborn —su compañero había desaparecido de la noche a la mañana y nadie sabía si estaba con vida o los mortífagos lo habían asesinado—, Albus Dumbledore insistía en que se mantuvieran dispersos e inactivos. Solamente él conocía la ubicación exacta de los miembros sobrevivientes y Dorcas era una de ellos.
No le gustaba estar al margen. Mucho menos encerrada. Y a menudo pensaba que eso iba a matarla antes que los mortífagos. Pero Dumbledore quería que se resguardara. Y Dorcas tenía que confiar en él y en su criterio.
Pero eso no significaba que no pudiera involucrarse con Dith y su bebé de pecho.
Se dirigió hasta la puerta de al lado y la tocó con los nudillos. A los pocos minutos, la puerta se abrió, revelando a una cansada Dith y al bebé que lloraba en sus brazos.
—¿Quieres que te ayude? —ofreció.
Ella depositó al bebé en sus brazos, quien al instante comenzó a hacer gorgoritos para que Dorcas le acariciara la mejilla.
—No sé qué haría sin ti —dijo mirando la tierna escena entre ellos—. No he podido dormir toda la noche, entre las máquinas y su llanto, pero vienes tú y es como si nada hubiera ocurrido. Está ahí, feliz y sonriendo. Necesito tu secreto.
—No hay ningún secreto, Dith. Creo que le gusta tener atención.
—¿Quieres desayunar?
Dorcas asintió.
Mientras que ella preparaba el desayuno, Dorcas permaneció en la sala de estar con el bebé en brazos. Sus enormes ojos negros no dejaban de mirarla. Era extraño, pero cada vez que lo veía, sentía como si lo conociera de otra parte, de otra vida.
Se preguntó quién sería el padre del niño. Dith nunca hablaba de él; Dorcas tampoco le preguntaba. El día que se mudó al apartamento contiguo, le dijo: «soy Dith y él es mi hijo. Sí, soy madre soltera», como si Dorcas fuera a juzgarla por ello.
Claro que no.
Dith le parecía una mujer fuerte y valiente, que había salido adelante sola con su bebé de pecho. Y eso era digno de admiración.
A Dorcas Meadowes le hubiera gustado prometerle que siempre estaría para ella y para el pequeño, pero la guerra mágica seguía su curso y el futuro era incierto.
