PRÓLOGO
Escocia, 1167
Los gritos de su madre resonaron por las piedras del castillo, invadiendo cada rincón de su ser, clavándose en su interior como si fueran puñales y haciendo que su respiración se entrecortara presa de una ansiedad que dio alas a sus piernas para correr con una velocidad como jamás antes habían alcanzado. Desde la explanada que había frente a las escaleras que conducían a su hogar, inició una carrera que lo llevó a subir los peldaños de dos en dos hasta la segunda planta, rogando, durante lo que le parecieron siglos, llegar a tiempo. Sus entrañas se contrajeron en un puño de temor y pánico al pensar en cualquier otra posibilidad. Si algo le pasaba a ella... No, Sasuke no podía pensar en eso ahora, no podía perder la cordura, la concentración, debía mantenerse frío, debía llegar antes de que aquel animal, aquella bestia, le hiciese daño.
Terminó de subir las escaleras y enfiló el pasillo cuando un nuevo alarido rasgó el silencio, lacerando su interior sin piedad, haciendo que los últimos metros que lo separaban de la estancia de su madre se le hiciesen insoportables. Los chillidos que ella profería, como si algo la estuviese desgarrando por dentro, quebrando el sonido que salía de su garganta, estaban cargados de un dolor que él no había escuchado con anterioridad, a pesar de estar acostumbrado a oírlos. Aquel no era un lugar desconocido ni para su madre, ni para él; de hecho, ambos vivían bajo la constante amenaza del mismo. La ira, la violencia y la locura que poseían a veces a su progenitor eran un auténtico infierno.
Cuando llegó hasta la puerta y la abrió de golpe, lo que encontró en su interior lo dejó petrificado, helado por dentro, como si no pudiese creer lo que sus ojos estaban viendo, como si fuese una pesadilla de la que no podía despertar y en donde el mundo tal y como lo conocía había dejado de existir. Porque a sus doce años, había visto y había soportado muchas cosas: palizas, humillaciones, incluso torturas por parte de su padre. Había acunado a su madre entre sus brazos infinidad de veces, más de las que podía recordar, cuando aquel bastardo le hacía daño porque sí, porque ese día tocaba desahogarse con ella, cuando el alcohol lo hacía enloquecer o porque Mikoto intentaba proteger a sus hijos de la ira de Fugaku Uchiha, un hombre sin piedad ni conciencia, que después le hacía pagar por ello. Pero jamás imaginó ver a su propio padre empujando la cabeza de su hijo menor, de apenas cinco años, dentro de un cubo de agua para ahogarlo y acabar así con su vida.
Su madre, en una esquina, luchaba con uñas y dientes contra el hombre de confianza de su marido, que la sujetaba por la espalda, apretándola con sus brazos, inmovilizándola, para que la soltara y poder así ayudar a su hijo.
Sasuke perdió la capacidad de razonar cuando su padre, al percatarse de su presencia, levantó la cabeza para mirarlo y en el movimiento sacó la cabeza de su hijo menor del agua. Fugaku lo tenía cogido por los pelos como si solo fuera un trozo de carne inerte. Cuando Sasuke vio los ojos cerrados de su hermano y sus labios casi azules, temió que aquel hijo de puta hubiese conseguido acabar con la vida de Itachi. Algo oscuro se apoderó de él. Jamás había temido a la muerte ni al dolor. Desde que tenía uso de razón había lidiado con ambas, siempre pegadas a sus costados. Sin embargo, si había una cosa a la que temía, más que a nada en este mundo, era a no poder proteger a los que amaba.
Con una ira y una rabia como la que nunca había sentido, se fue hacia su padre, escuchando de lejos cómo su madre gritaba su nombre.
—¡Sasuke!
Oyó la desesperación en la voz desgarrada de su madre, pero en ese instante no le importaba nada, no quería escuchar nada, no veía nada. Solo una cosa lo guiaba, y esa era la de arrebatar a su hermano de las manos de su padre y protegerlo.
—Vuelve por donde has venido, pequeña mierda, si no quieres ver cómo termino con la vida de este inútil —escupió Fugaku zarandeando el pequeño cuerpo de Itachi.
La mirada que acompañó a esas palabras dirigidas a Sasuke estaba cargada de una putrefacta ira. Él nunca había sido suficiente para su padre. Desde que recordaba, había tenido que soportar las humillaciones y los continuos comentarios de Fugaku sobre su constante decepción. En más de una reunión entre los clanes, a las que su padre empezó a llevarlo desde los seis años, para que aprendiera lo que era ser jefe de un clan y sus responsabilidades, esos comentarios siempre fueron acompañados de palizas, cuando Sasuke al jugar con alguno de los niños de otros clanes, terminaba enzarzado en alguna pelea y perdía, especialmente si su adversario terminaba siendo Kakashi Hatake, que dos años mayor que él era más fuerte y más diestro. El odio existente entre ambos clanes, y entre el padre de Kakashi y el de Sasuke en particular, dio paso de forma natural al enfrentamiento entre ambos. En honor a la verdad, empezó Sasuke, cuando llevado por su carácter mucho más explosivo que el de Kakashi, al escuchar un comentario de este sobre los Uchiha, se abalanzó sobre él y se lio a puñetazos. Ese fue el comienzo de una rivalidad que se extendería durante los siguientes años y que llevó a Sasuke a ser el receptor de algunas de las más brutales palizas por parte de su padre cuando se enteraba de que su hijo perdía contra un Hatake. En más de una ocasión estuvo a punto de matarlo, recordándole lo débil y patético que resultaba.
Sasuke se acercó a su padre, desoyendo la advertencia que Fugaku le había hecho momentos antes. Le daba lo mismo lo que le ocurriera a él, pero a Itachi que no le tocara ni un pelo. Su hermano, que había empezado a padecer ciertos ataques de tos meses atrás, había captado a consecuencia de ello la atención de su padre de la peor manera posible, sobre todo tras las palabras de la curandera. Esta le indicó que esos ataques serían con el tiempo más frecuentes y más graves, haciendo que Itachi fuese débil y enfermizo. Sin saberlo, aquella mujer sentenció el futuro de Itachi. Sasuke había temido por él desde ese instante, cuando en uno de los excesos de su padre con el alcohol, exclamó que prefería un hijo muerto a uno que supusiera una vergüenza para él, uno débil e inservible. Incluso llegó a insinuar ante su madre que quizás esta se hubiese abierto de piernas ante otro y que Itachi no fuese en verdad su hijo, ya que él no engendraba despojos humanos.
—¡Déjalo! ¡Vas a matarlo! —exclamó Sasuke con los ojos incendiados por la furia ciega que sentía en ese momento.
Fugaku zarandeó brutalmente a su hijo pequeño como si fuera un trapo, esbozando una sonrisa carroñera cuando vio a Sasuke contener el aire ante su gesto. Los ojos de su primogénito y la palidez de su cara le revelaron en un segundo la agonía que suponía para él ver a Itachi en ese estado.
—La preocupación por tu hermano te hace débil. Si muere, nos hago un favor a los dos. Para mí es una vergüenza y una humillación tener un hijo enfermizo y para ti, es tu talón de Aquiles. Eso te hará vulnerable frente a tus enemigos y no puedo consentir que todo el trabajo que llevo haciendo contigo para hacerte un hombre quede en nada por este miserable.
Sasuke apretó los dientes antes de hablar.
—Él no me hace débil. Me hace más fuerte. Por Itachi soy capaz de hacer cosas, de aguantar cosas que no soportaría por nadie más —y su voz resonó segura, sin alteración alguna a pesar de que en su fuero interno ardía por arremeter contra su padre y arrancar de sus manos el pequeño cuerpo de su hermano.
Sasuke supo que había conseguido algo de tiempo, que había atravesado la firme resolución de su padre, cuando la mirada de este al centrarse en él cambió. Se iluminó de una forma enfermiza, como solo lo hacía cuando su vena más sádica se adueñaba de él.
—Demuéstrame que eso es verdad y hoy no lo mataré —dijo Fugaku, y el desafío impreso en sus palabras caló hasta las entrañas de Sasuke, que sabía lo que significaba eso. Lo humillaría, lo haría sufrir, agonizar de dolor de una forma cruel. Eso era lo que se le daba bien a su padre. No sabía de qué forma, en qué lugar, pero si sabía que no habría otro final para las palabras que este acababa de pronunciar.
Sasuke tragó la escasa saliva que tenía en la boca, seca, dolorida por la tensión, una que podía acusar en cada rincón de su cuerpo, pero que desechó porque en ese instante no podía permitirse mostrar ningún signo de debilidad. Así que ni siquiera lo pensó. Su hermano, su madre, eran su prioridad, eran su vida. Lucharía hasta el último aliento, haría lo que hiciese falta por ellos.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó sabiendo que la respuesta no tardaría en llegar.
Fugaku miró a su hombre de confianza, el mismo que sujetaba a Mikoto tal y como le había ordenado. Los gritos de dolor, de agonía, de su esposa mientras él ahogaba a la pequeña escoria lo habían excitado. Recordó que más tarde la haría aullar de dolor en la cama, solo como él sabía hacerlo, por el propio placer de hacerlo.
Con la cabeza le hizo un pequeño gesto a Kōta para que la soltara al mismo tiempo que él dejaba caer el cuerpo inerte del pequeño.
Fugaku miró a Sasuke, que mostró su intención de ir hacia su hermano, igual que Mikoto, que en cuanto se sintió libre de los brazos de Kōta, acudió al instante al lado de su hijo pequeño. El jefe del clan Uchiha se congratuló al ver cómo su primogénito paró en seco, deteniéndose tras los pocos pasos que había dado hacia su hermano ante la amenaza que vio claramente impresa en sus ojos.
—¡Sígueme!
Esa única palabra, casi gritada por Fugaku, resonó en los oídos de Sasuke. Se sintió impotente y lleno de rabia cuando no le permitió acercarse para ver cómo estaba Itachi. La mirada llena de temor de su madre cuando sus ojos se cruzaron con los de Sasuke después de acunar al pequeño entre sus brazos y ver que todavía respiraba, le proporcionó el suficiente aliento como para dar media vuelta y seguir a Fugaku, manteniéndose siempre detrás de él hasta que abandonaron el castillo y llegaron a la explanada cerca de la entrada al establo.
Cuando su padre se acercó a uno de sus hombres y le dijo algo que él no pudo escuchar, supo por su cara, que lo susurrado estaba relacionado con los planes que su progenitor tenía reservados para él.
—Acércate. ¡Vamos! —ordenó Fugaku.
Sasuke anduvo con paso firme hasta donde se encontraba su padre.
—Sube los brazos y no los bajes ¿me entiendes?
Sasuke asintió mientras escuchaba a sus espaldas los acelerados pasos de alguien que se acercaba, aparte de los de todos los curiosos que ralentizaban su caminar para observar la escena, antes de desviar la vista unos segundos después y seguir su camino. Eso fue así hasta que su padre con voz autoritaria los hizo detenerse, ordenándoles a todos los que estaban en aquella explanada que se acercaran para ser testigos de lo que iba a pasar allí. A Sasuke no le pasó desapercibido, ni siquiera en su precaria postura que le limitaba a la hora de observar lo que ocurría a su alrededor, que en los ojos de muchos de los miembros de su clan lo que habitaba era el temor y el odio hacia su padre y que por nada del mundo osarían contradecir una orden suya.
Sus brazos se mantuvieron en aquella posición cuando sintió una cuerda lacerar sus muñecas al apresarlas con fuerza y sujetarlas a un gancho de hierro que sobresalía sobre uno de palos de madera que constituían la estructura exterior de la construcción.
Escuchó el murmullo y las exclamaciones medio ahogadas de los presentes cuando su padre le desgarró la camisa que llevaba, dejando visible su espalda. Sabía lo que los demás habían visto: Años de brutal enseñanza, como decía su padre, necesaria para convertirlo en todo un hombre. La bilis le subió a la boca y las ganas de vomitar lo dominaron por unos instantes.
El tirón de pelo que arrastró su cabeza hacia atrás fue tan brutal que apenas pudo reprimir un gemido. Por el rabillo del ojo vio la vara de madera, dura y flexible, a la vez que uno de los hombres de confianza de su padre la sostenía con una sonrisa torcida en sus labios antes de pasársela a Fugaku.
Sintió el aliento de su padre en la nuca y después cerca de su oído. El olor de su aliento le contrajo nuevamente las entrañas haciéndole tragar rápido para no arrojar las pocas gachas que habían sido su único sustento durante ese día.
—Voy a azotarte hasta que me duelan las manos —dijo en un susurro para que solo él escuchara su amenaza—. Si un solo quejido sale de tus labios, mato a tu hermano. Si me suplicas que pare, mato a tu hermano y si no aguantas en pie hasta que acabe, mato a tu hermano. Vamos a comprobar si es cierto eso de que Itachi te hace más fuerte, hijo mío.
El sonido de la vara al rasgar el aire lo hizo tensarse por inercia. Sabía lo que vendría, pero aun así, jamás estaba preparado para ese dolor que lo atravesaba hasta el alma.
Aguantó los primeros azotes sin emitir un ruido, hasta que creyó que se volvería loco. Entonces se mordió la boca por dentro, y los labios, hasta sentir el sabor metálico de la sangre en ellos, negándose el hecho de no poder más. Las lágrimas brotaron solas de sus ojos, unos que se desangrarían hasta quedar secos a lo largo de esa tarde. Sintió el cálido líquido rojo deslizarse por su piel cuando los golpes abrieron su carne ya cicatrizada de otras veces, de otras palizas. Sin embargo, la de ese día era la peor. Si él fallaba, su hermano moriría.
Fugaku incrementó la fuerza hasta que Sasuke creyó que vería la vara asomar por su pecho, atravesándole. Días después, le contarían que más de uno de los presentes volvió la cara incapaz de soportar la vejación y la crueldad de la escena que todos estaban presenciando sobre el cuerpo de un niño, sobre todo cuando Fugaku, contrariado porque su hijo prefería cortarse la lengua antes que proferir un solo gemido, ordenó que desnudaran a Sasuke de cintura para abajo, golpeándole en las nalgas y los muslos con ira, con una fuerza inusitada que llevó al mayor de los hermanos Uchiha en su interior a rogar para que la muerte lo sujetase entre sus brazos y se lo llevara de allí. Ese instante de debilidad acabó de forma abrupta cuando sintió que las piernas le fallaban al acercarse al borde de la inconsciencia. En su mente, en silencio, Sasuke gritó hasta casi quebrarse, ordenando a cada centímetro de su cuerpo en un arrebato de desesperación que resistiera, que lo mantuviera en este mundo, consciente, aferrado a la desesperación y sin emitir un solo sonido, recordándose una y otra vez por qué no podía fallar. Prefería morir antes que perder a Itachi.
Nadie supo de donde aquel niño de doce años sacó la garra, la fuerza, la determinación, la increíble capacidad de soportar lo insoportable, durante el tiempo que duró aquella tortura, sin soltar un quejido, sin perder el conocimiento, sin suplicar para que la agonía se detuviese.
Ese día, Sasuke Uchiha no solo consiguió salvar a su hermano. Sin saberlo, forjó su propia leyenda y se convirtió en la esperanza de todo un clan.
Esta historia es de Josefina L. Y los personajes utilizados en la historia pertenecen a M. Kishimoto.
Feliz Cumpleaños Isa, espero y te guste.
