Galletas de Navidad


¡Hola! Soy de nuevo yo con una historia en proceso, es una historia cortísima, dos o tres capítulos y aquí está el primero de ellos.

Algunas notas antes de empezar:

Se toma parte del canon, pero no todo a partir de El Príncipe Mestizo.

Dumbledore muere, pero salva a los Malfoy.

La guerra toma muchos más años en desarrollarse.

Hay eventos que sí pasan y otros que ocurren de una manera similar, pero no en su tiempo canon.

Tiene un poquito de angustia, con final feliz.

¡Ojalá lo disfrutes!


diciembre, 1993

Draco amaba la navidad.

Amaba la enorme mesa del comedor principal que rebosaba de todos los dulces que los elfos podían cocinar. El árbol de cuatro metros decorado con oro y plata no era excesivo, era magnífico, digno de la familia Malfoy.

Festejaba despertar en navidad y bajar al salón principal donde otro árbol más grande y ostentoso que el del comedor, esperaba junto a la chimenea con un montón incalculable de regalos y chucherías.

Adoraba sentarse a los pies de sus padres y abrir sus regalos con dedos codiciosos mientras su madre sonreía y su padre lo miraba con satisfacción. Era absolutamente maravilloso acurrucarse entre ellos, todavía en pijama, y contarle sobre sus primeros días en Hogwarts, sus nuevos y convenientes amigos y todos los éxitos de sus primeros años.

Su madre solía peinarlo con exasperante dulzura mientras su padre se limitaba a asentir y preguntar de vez en cuando, mientras la energía rebosante de Draco vibraba por todas partes.

Sus padres se excusarían a media mañana cuando las visitas comenzaban a llegar. Entonces, Draco sería excusado para escabullirse a jugar con sus nuevos regalos y esperaría a la noche, después de una exuberante cena en el salón principal con invitados aduladores, finalmente, sus padres despedirían a todos y entonces, en la soledad de la Mansión Malfoy, marcharían a una habitación más pequeña.

Y era esta parte de la noche en navidad, lo que más amaba Draco. La verdadera razón por la que contaba los días a partir del veintiséis de diciembre hasta las próximas vacaciones.

Porque sería sólo entonces que sus padres se tomarían el tiempo para apretujarse en un sofá de dos plazas, con Celestina Warbeck de fondo y vino caliente con especias en sus manos y chocolate pare él, en la privacidad del pequeño salón, a las luces de velas cálidas y una alegre chimenea, despojados de sus túnicas de gala con un árbol pequeño pero adornado sólo por ellos sin ayuda de los elfos, que los tres tomarían sus galletas navideñas.

Su padre tomaría una galleta cuadrada ricamente decorada con el escudo de la familia o algún paisaje que visitó en ese año, mientras su madre pellizcaría su galleta en forma de un intrincado detalle de encaje y Draco devoraría la galleta más grande y brillante: siempre un dragón que representaría su fortaleza.

En la penumbra de un pequeño salón, reirían, comerían y pasarían la noche más íntima jamás permitida en los Malfoy.


diciembre, 1994

Draco no fue a casa para navidad.

Asistió al baile de los tres magos con Pansy.

Fue su primer beso.

Absolutamente la mejor navidad de su vida.


diciembre, 1995

Se olvidaron del árbol en el comedor, un pequeño error que no dejó de molestar a Draco mientras se sentaba entre sus padres la mañana de navidad y abría sus regalos, mucho más pequeños y discretos que el año anterior.

—Ese es el reloj de tu abuelo —explicó su padre cuando desenvolvió la pequeña caja—. Él me lo dio a tu edad y ahora, yo te lo entrego a ti.

Draco sonrió con suficiencia y dejó que su madre le pasara los dedos por el cabello y le acomodase el cuello del pijama, aunque se sintiese muy mayor para eso.

Su madre lo sostuvo más tiempo de lo normal.

Se saltaron las formalidades sociales, su padre dijo que estaba harto de los eventos y los zalameros, y se encerraron en el salón con la chimenea durante todo el día. La cena fue informal para los estándares Malfoy, pero ninguno de los tres dijo nada mientras se acurrucaban junto al fuego con un plato repleto de comida.

Draco vio a sus padres bailar, mirándose a los ojos y sonriéndose en esa conversación secreta que siempre tenían. Su madre tenía los ojos brillosos mientras su padre le susurraba algo. Una lágrima se deslizó por sus ojos y Draco desvió los ojos, cohibido.

Fue el primer año que lo dejaron beber vino caliente con especias.

Pero lo mejor, fueron las galletas. Este año, todos fueron dragones: un opaleye plateado para su padre, un hocicorto azul para su madre y un ironbelly verde para él, tan grande que necesitó dos tazas de té para terminarla.

Su padre se retiró temprano esa noche, algo sobre el ministerio.

Su madre se acurrucó con él en su cama, pasando las manos por su cabello mientras Draco pensaba en aquellas chicas de faldas cortas que caminaban por Hogwarts, deseando haberse quedado en la escuela ese año y no perder el tiempo con sus padres.


diciembre, 1996

Ridículo.

Esa era la palabra que quería gritar mientras miraba a su madre al otro extremo de la mesa destinada para veinte personas. El festín de ese año era digno de la realeza, grotesco en la manera que las fuentes innecesarias de chocolate y panqueques se derramaban cada diez centímetros entre delicias turcas, pasteles de todos los colores y burbujeantes bebidas. El aroma dulce y especiado del vino atosigó su nariz y el caramelo le provocó náuseas. Por primera vez en su vida, sentado a diez sillas vacías de su madre, con el anillo Malfoy pesando en su mano derecha, Draco quiso saltarse la navidad.

Había un terrible peso sobre sus hombros y una marca que quemaba en su brazo izquierdo.

Su madre sonrió y abrió la boca para decir algo, cuando las puertas principales se abrieron y la risa enloquecida de su tía reverberó en toda la mansión.

La copa de vino de su madre resbaló de su mano y se estrelló en la mesa mientras la puerta del comedor se abría y los mortífagos entraban a tropel.

Había un olor implícito a humo y sangre en sus túnicas mientras se movían brutamente.

Narcisa se puso de pie, la muñeca cortada con la copa y sonriendo como la perfecta anfitriona que era.

—Bienvenidos —saludó su madre mientras personas que no conocían, pasaban a su lado y tomaban asiento y devoraban el festín—. Sírvanse, por favor.

Bellatrix entró cargando uno de los pavos de su padre y lo arrojó a la esquina, junto al árbol demasiado grande, demasiado adornado. El pavo real intentó esconderse, guardando silencio por una vez en su vida.

—Casi atrapamos a la perra de los Weasley, ¿no es así, Greyback?

Greyback entró dando tumbos, olía a sangre y suciedad.

—Ajá —gruñó. Tropezó contra el árbol y el pavo real salió corriendo. Greyback le pisó un ala mientras un siseo se deslizaba entre sus pies.

Nagini apareció junto a Greyback y se tragó al pavorreal que gritó de horror mientras era devorado.

Draco vomitó en la mesa.

Greyback tomó un poco del vómito en su dedo y lo lamió.

—Un día, será tu sangre —gruñó sólo para su oído mientras su madre miraba—, y luego serán las tripas de esa perra.

Los mortífagos se rieron.


diciembre, 1997

Odiaba la navidad con todo su ser, odiaba la aparente sensación de tranquilidad que emitía Grimmauld Place mientras preparaban una cena ridícula y grotesca, tan campesina.

Se escondió en su habitación toda la mañana. Tenía hambre y eso lo hacía más agresivo que de costumbre, pero no comería nada que la aldeana de Molly Weasley hubiese preparado.

Su madre no subió por él, todos lo ignoraron.

Bien.

Apenas había logrado decir dos o tres oraciones completas desde la noche en la torre de Astronomía, cuando su padre apareció enloquecido y se interpuso entre la varita temblorosa de Draco y un debilitado Dumbledore. Hubo un intercambio entre los dos hombres mientras la pelea que se desarrollaba abajo comenzaba a sonar más cercana.

Dumbledore dijo algo, Lucius asintió y miró a Draco antes de lanzarle un desmaius.

Despertó en alguna casa de seguridad, junto a su madre que lo abrazaba.

Al parecer, su padre negoció la seguridad de ambos a cambio de su propia vida, si debía creerle a Potter y extrañamente, le creyó cuando narró cómo Lucius logró sacar a un inconsciente Draco y un petrificado Potter, que estaba por ahí escondido, cuando Bellatrix irrumpió en lo alto de la torre con Snape y Greyback. Pero Snape se adelantó y asesinó a Dumbledore mientras Lucius empujaba a Potter por un lindero, lejos de la batalla.

No hubo noticias de su padre desde entonces.

Draco escuchó los sonidos de cubiertos y risas suaves de los Weasley, la voz patosa de la comadreja y las risas de marrano de Potter. Gruñó y miró por la ventana al trémulo ambiente gris, no había nada que celebrar, Dumbledore estaba muerto, estaban perdiendo la guerra y no habría un mundo mejor nunca más.

Idiotas todos ellos.

Los sonidos se detuvieron, hubo luego un ligero alboroto y Narcisa apareció en su puerta con un paquete en sus manos; era un paquete maltrecho, abollado y de una sencilla caja de cartón sin remitente.

Se sentaron juntos mientras su madre lo deshacía con dedos temblorosos.

Dentro, había tres galletas navideñas. Un colacuerno húngaro, un narciso y un lirio.

Su madre soltó un grito ahogado y comenzó a llorar.

—Está vivo, está vivo —susurró mientras acariciaba el delicado dibujo del lirio—. Está vivo y está a salvo.

Su madre lo arrastró después de eso a la cena colectiva, incluso rio y sirvió el budín como una simple mujer que irradiaba felicidad y esperanza en navidad.

Draco acarició su galleta en la soledad de su cuarto, sin atreverse a mancillarla.

La galleta, en cierto modo, se sintió como un regalo valioso, quizá el más importante en toda su vida.


agosto, 1998

Era realmente idiota que alguien se casara en esta época y, sin embargo, aquí estaba, sentado junto a su madre viendo a la chica medio veela y a un Weasley de aspecto horroroso contraer matrimonio. Su madre lloraba suavemente a su lado y Draco le ofreció su brazo como apoyo. A lo lejos, distinguió una suave cabellera castaña que se movía con más orden del que había visto en toda su vida. Su vestido borgoña le quedaba demasiado grande y se notaba a kilómetros que era prestado.

Tan ordinaria esa Granger.

La ceremonia terminó y Draco se recluyó en las sombras, mirando a Granger bailar y reír como si una guerra no se estuviese cerniendo sobre sus hombros. Era sumamente ordinaria con su cabello lacio y sus tacones escolares en un vestido demasiado grande que resbalaba por sus hombros y aún así, más de uno la miró con ojos soñadores, no es que él estuviese al pendiente o la mirase con ridículos ojos soñadores.

Entonces las luces se apagaron y un pavo real apareció frente a ellos junto a un lince.

La voz profunda de Lucius apareció mientras el pavo real giraba, buscándolos.

El ministerio ha caído. Scrimgeour está muerto y vienen hacia aquí, intentaré detenerlos.

Narcisa soltó un grito desgarrador mientras el lince soltaba instrucciones y la gente comenzaba a moverse, presa del pánico.

El pavo real permaneció a su lado, como si supiera que lo necesitaban ahí.

No sufran por mí, Severus lo hará rápido. Cissa, Draco, daría mi vida mil veces por ustedes.

El pavo se desvaneció junto a las últimas palabras de su padre.

Draco tomó la mano de su madre y la arrastró fuera de la carpa.

A lo lejos, vio a Potter y Weasley gritar en busca de alguien.

Alguien a quien Draco tenía a menos de un metro y sin pensarlo, tomó la mano de Granger y los tres desaparecieron.

.-.

Shell Cottage era la casa más segura de todas, pues aquí residía Potter y compañía y sólo se debía venir en caso de emergencia, la cual, Draco supuso, la caída del ministerio contaba como emergencia. Soltó la mano de Granger en cuanto aterrizaron y se enfocó en su madre, que estaba de pie, mirando a la nada, catatónica.

Entonces ella parpadeó y les sonrió.

—Draco, querido —Lo llamó su madre con una graciosa inclinación de cabeza—, mañana podremos procesarlo juntos, pero hoy… —Sus ojos estaban brillantes mientras respiraba varias veces—. Discúlpenme.

Y con eso, desapareció tras la primer puerta, dejando a Granger y Draco a solas. Se miraron por un momento antes de que el aire comenzara a faltar en sus pulmones y las palabras por fin cayeran en su lugar.

Su padre había muerto.

El ministerio había caído.

Severus mató a su padre.

No había esperanza.

Dando tumbos, subió las escaleras y entró en la primera habitación, se dejó caer en una cama al azar y enterró la cara en la almohada.

Sólo entonces, gritó.

Fue vagamente consciente de varios patronus entrando y saliendo por la casa, algunas instrucciones escuetas como «Quédense a salvo, nos reuniremos pronto», sonaron en algún lugar. Alguien susurró algo en su puerta, hubo más silencio que ruido en sus sueños intermitentes. En algún punto, sacó la galleta de Colacuerno de su túnica y la abrazó, porque se sentía perdido, infantilmente pequeño en una guerra que no le correspondía ni quería pelear.

Él sólo quería a su padre, su madre y su vida antes de Voldemort. Quería los ridículos árboles de cuatro metros, los regalos innecesariamente sentimentales y las noches con galletas y vino con especias

Era de madrugada cuando despertó con los dedos pegajosos. Gritó de horror cuando se dio cuenta de que lo que fue su galleta navideña ahora sólo quedaban pedazos que había apretado contra su pecho entre sueños. Una galleta vieja y mal conservada que se había humedecido con su calor y lágrimas.

—¡¿Qué pasa?! —gritó alguien y Draco gritó en respuesta, apuntando a la oscuridad.

Las luces se prendieron y Granger estaba sentada en una cama contigua que ni siquiera había visto.

—¿Qué haces aquí? —siseó Draco, intentando ocultar su galleta rota. Granger no respondió de inmediato, su mirada estaba fija en sus dedos pintados y las boronas esparcidas por todo su regazo y pecho.

—Tu madre está en mi habitación. Esta es la otra habitación disponible. —contestó ella mirando detenidamente el ala que todavía sostenía entre sus dedos—. ¿Qué es eso? ¿Se rompió?

—¡Me importa un carajo que mi madre esté en tu cama, lárgate de aquí!

Granger se puso de pie, luciendo confundida. Miró la puerta, a la cama y de regreso a él.

—Es la única cama disponible, yo no… Lo siento, Malfoy, pero Shell Cottage es demasiado pequeño y…

—¡Que te largues! ¡Déjame en paz, maldita perra sangre sucia!

La puerta se cerró con suavidad y las luces se atenuaron. Draco se recostó de nuevo mientras las lágrimas lo ahogaban. No se había dado cuenta del frío que hacía en Shell Cottage hasta que Granger se marchó.

Dos días después, una bola de cristal estaba junto a su almohada. En ella, el ala del colacuerno estaba perfectamente preservada y Draco tenía la certeza que no volvería a deshacerse.

Compartieron cuarto en Shell Cottage durante casi cuatro meses y en ningún momento intercambiaron palabras; había algo implícito en el aire, un entendimiento y una disculpa no dicha, pero expresada en la tranquila convivencia.

Aprendió a dormir contando cuántas veces subía y bajaban los hombros de Granger; dDespués de escuchar veinticinco respiraciones pausadas precedidas de un suspiro y un crujir de dedos de pies de la ordinaria Hermione Granger, sólo entonces, Draco podía cerrar los ojos en la calidez de la respiración de Granger.


diciembre, 1998

Se habían mudado de nuevo a Grimmauld Place para las fiestas y en esta casa, no había necesidad de compartir cuarto con él, por lo que tenía un lugar propio para esconderse cuando el frío atenazaba su corazón.

Planeó escabullirse de la cena anticipada, pero su madre lo arrastró al comedor y lo empujó en el asiento al lado de Granger, alegando que se iría a pasar la navidad con los huérfanos en Hogwarts y no podían perderse «esto», fuese lo que eso significara.

Casi fue agradable sentarse al lado de Granger mientras comían uno al lado del otro. Era muy parecido a dormir; rítmico, tranquilo, común, silencioso. Porque Granger era la persona más ordinaria del mundo y las personas comunes hacían eso: tenían una rutina específica que no alteraba el aire de su alrededor.

Casi fue agradable, si la mesa no hubiese estado abarrotada de gente pelirroja demasiado ruidosa que lo empujaban hacia Granger. Sus rodillas se rozaron torpemente, su hombro chocó con el suyo y Draco casi se disculpó, si no hubiese notado la calidez que comenzó a crecer en su rodilla, justo en el punto que tocaba a la chica. Ninguno se apartó de la calidez entre sus rodillas cuando todo a su alrededor era tan lúgubre y gélido.

Esa noche, su madre lo abrazó más tiempo del permitido a sus dieciocho años. Draco accedió mientras se acurrucaba en ella, sintiéndose tan pequeño y desprotegido como nunca. ¿Cómo una mujer que ahora era más baja que él podía protegerlo y no tendría que ser al revés? Era tan delgada y parecía tan efímera…

Su madre le sonrió mientras le entregaba una caja con un simple lazo.

—Feliz navidad, mi amor —susurró Narcisa y Draco rio mientras miraba abría la caja. Dentro, había docenas de galletas navideñas ricamente elaboradas en colores y texturas que nunca pensó sería posible en una galleta. Draco le dio vueltas con curiosidad, a una galleta de mil colores que le recordaban a la horrible cobija tejida de la Señora Weasley—. Tienes que entregarlas todas para descubrir la tuya —dijo ella con una sonrisa nostálgica y tomó la primera de la caja, un lirio delicado—. No hagas trampa, tienen un hechizo. Te amo.

Su madre lo besó en la mejilla y desapareció. Draco se acercó torpemente a Molly Weasley y le ofreció la galleta chillona, luego fue a la niña Weasley, después al Señor Weasley y just por la mitad de la caja, aparecieron Potter con la comadreja y Draco les tendió la caja con torpeza.

—Sólo tómenlas, bobos. —dijo la niña Weasley con un giro de ojos y los dos ineptos la obedecieron. Draco asintió hacia la niña y siguió su camino hasta que sólo hubo dos galletas al fondo de la caja.

Tragando, sabía de quién era la galleta faltante, pero ella no estaba por ningún lado. Así que, siguiendo un instinto desbocado que nacía desde la punta de su rodilla, subió las escaleras y entró en una habitación sin llamar.

Granger estaba acurrucada en su cama, con la nariz enrojecida, como si hubiese llorado. Tenía un libro en su regazo y el horrible jersey con una H en su pecho.

Draco se acercó torpemente y le empujó la caja debajo de la nariz con demasiada brusquedad. Ella farfulló algo y lo empujó lejos, pero Draco insistió con el poder de su silencio y entonces, Granger miró dentro de la caja con curiosidad y sacó una delicada galleta de nutria.

—Mi patronus. —susurró asombrada. Draco se encogió de hombros y quiso decirle algo, cualquier cosa, pero no encontró las palabras. Ella tampoco dijo nada cuando le dio una primera mordida a la galleta y lo miró con los ojos llenos de lágrimas—. Sabe a una mañana de navidad en casa.

Él tomó su propia galleta y la evaluó, con un nudo en la garganta, vio un delicado pavo real albino tallado en glasé real. Se metió la punta en la boca y un sollozo que venía de su corazón trepó hasta su garganta.

—Sabe a las noches de vino con especias. —sollozó Draco y se dejó caer a su lado en la cama, incapaz de sostenerse ni un poco más, medio mareado por los recuerdos y medio mareado al darse cuenta que habló frente a alguien más y no podía detenerse—. Me recuerda a la risa de mi padre.

Granger asintió mientras devoraban sus galletas en la penumbra de su habitación entre lágrimas y risas.

—Sabe a familia, mi familia. —susurró Granger mientras se secaban las últimas lágrimas, acurrucados el uno contra el otro en su catre con demasiados nudos para llamarse una cama, extenuados después de haber compartido recuerdos de una vida más sencilla.


diciembre 1999

La guerra se sentía como una eternidad para entonces. Ya no hubo risas ni festejos mientras regresaban de una escaramuza en Hogsmeade. Habían perdido Hogwarts después de dos años de batalla y con la escuela, decenas de vidas de niños pequeños y ancianos.

Y sin embargo, Molly y su madre canturreaban en la cocina mientras preparaban la cena de este año.

Se sentó al lado de Granger mientras ella platicaba con la chica Weasley. Sus brazos se rozaron y sus dedos se demoraron mientras él pasaba las copas de vino.

Su madre sonrió y lo abrazó, entregándole una caja de galletas.

—Te amo —susurró Draco a su cabeza, porque ahora él era más alto que ella, más poderoso, más fuerte; un soldado entrenado por el mismísimo Ojoloco Moody—. Guardaré tu galleta para mañana. Ve con cuidado. —pidió él mientras la miraba marcharse con Molly para cuidar de los niños que lograron escapar. Su madre lo besó una vez más y después las vio desaparecer en un suave ¡plop!

Draco miró su caja, donde había cuatro galletas. Subió a la habitación de Granger y entró sin tocar.

Ella estaba acurrucada en su cama con un libro y un pijama horrible. Se sonrieron mientras él tomaba asiento a su lado y le entregaba la caja. Casi se rio de los dedos codiciosos de Granger mientras sacaba su nutria plateada. Draco tomó un Opaleye con lirios que le recordó a su madre y su padre y chocaron sus galletas.

Mirándose a los ojos, contaron hasta tres sin hablar y dieron un mordisco.

—Merlín, tu madre es excelente con esto, es asombroso cómo sacó la receta de un pedazo de la última galleta que les envió tu padre… —gimió Granger mientras cerraba los ojos y se derrumbaba sobre su hombro. Draco tragó y la miró, confundido. Ella parpadeó—. Tu padre… él era quien las preparaba desde que naciste —explicó la chica con suavidad—, tu madre me contó la historia de cómo estaba demasiado cansada después de tu nacimiento y tu padre… bueno, él aprendió a preparar su comida favorita para animarla, que eran estas galletas. Él le enviaba mensajes todos los años en las galletas y luego, cuando él se fue, ella tomó un pedazo de la suya y preparó la receta, para ti. Y… —Granger se sonrojó mientras lo miraba a los ojos—, esta vez me enseñó a prepararlas.

Sin palabras y un enorme nudo en la garganta por la revelación, Draco mordió su galleta mientras pensaba en su padre, su frío y rígido padre cubierto de harina, tan ordinario, sólo por ellos dos.

Su galleta sabía a un cálido día en los invernaderos, menta, manzana y a… a… algo que no pudo identificar pero se le hizo agua la boca.

Granger se había quedado quieta, mirando sus labios como hipnotizada, un suave rubor cubrió sus mejillas y la punta de su nariz; se veía deliciosa. Draco apenas respiró mientras sacaba la lengua y la pasaba por sus labios. Ella suspiró y… de pronto sus labios estaban sobre los suyos y se habían hundido en las almohadas en un beso desquiciado.

Y es que Granger no era ordinaria, admitió para sí mismo Draco mientras su beso se profundizaba más y más. Ella estaba encima de él y sus curvas no eran comunes mientras él dejaba que sus manos exploraran por encima de su ropa. Tampoco fue ordinaria la manera en que hizo ruidos cuando se aventuró a morder su cuello o las sensaciones arrebatadoras que provocó en cierta parte de su cuerpo cuando su playera se levantó y él tocó, por primera vez, la piel suave de una mujer.

No era ni siquiera de cerca, una persona común cuando ella lo dejó vagar más allá del elástico de sus pantalones a rayas mientras sus lenguas aprendían a sincronizarse, claramente ninguno de los dos fue un experto besador.

No fue para nada normal cuando su dedo se hundió en ella y la escuchó gemir por primera vez.

Fue extraordinaria la manera en que sus labios se fruncieron mientras él aprendía la manera correcta de tocarla.

Y fue maravilloso mientras él venía en su propia ropa, sin molestarse en sentir vergüenza después de sentirla llegar en la palma de su mano de una manera sorprendente.

Se quedaron dormidos poco después en una maraña de felicidad y miembros cálidamente entrelazados.

.-.-.

Hubo demasiado ruido a la mañana siguiente. Draco gruñó mientras se removía entre almohadas y un espacio vacío a su lado.

Alguien gritó y Draco bajó corriendo, todavía con la ropa arrugada del día anterior que nadie pareció notar, mientras Kingsley informaba cómo Moody había caído en una trampa y los huérfanos fueron tomados por los mortífagos en un ataque violento.

Kingsley lo miró directamente a los ojos, con la boca torcida hacia abajo.

—Lo siento, chico —susurró el hombre—. Tu madre…

Draco no recordaba mucho después de eso, sólo que estaba en Escocia, sentado al lado de su madre sosteniendo su mano, cuando se dio cuenta que nunca se puso los zapatos.

Su madre se marchó el primero de enero, el nuevo milenio no trajo abundancia y felicidad como se vaticinó, ni siquiera el fin de la guerra.

Para cuando regresó de Escocia, Granger se había ido.

Se llevó el reloj de su abuelo Abraxas con ella y su galleta de nutria.

Hacía tanto frío en Grimmauld mientras se sentaba en la cama de Granger y cortaba una parte de su opaleye. El resto, junto a la galleta intacta de su madre, las unió a la esfera con el ala rota del colacuerno.

Probó el pedazo que tenía entre los dedos y suspiró.

Esta galleta que preparó su madre y antes de ella, su padre, le recordó en esta ocasión a todos lo que lo abandonaron: un cálido día en los invernaderos, la menta del té de su padre, las manzanas en almíbar de su madre y a… Hermione Granger.


¡Gracias por leer! ¿Qué opinas de un poco angustia pasando navidad?

¡Feliz año nuevo!

Besos, Paola