Se quedó encerrado en su habitación dos días, como un niño de enfurruñado. Kreacher le subía comida, gruñendo como siempre, pero al menos no necesitaba salir. La idea de sentarse a la mesa con Sirius y Malfoy le volvía loco. Y si cerraba los ojos enseguida su cerebro pervertido se iba al recuerdo de esos dos follando, los gemidos de Malfoy bombardeando su memoria.

La lechuza que llegó el tercer día fue su primer contacto con el mundo exterior. Por un momento deseó que fuera Ginny queriendo hacer las paces, pero no. Era Bill.

"Siento muchísimo lo ocurrido, Harry, lamento que mi consejo te haya metido en un lío con mi hermana. Me gustaría compensártelo invitándote a una copa. Si te animas, nos vemos esta noche a las nueve en Diagon, en la puerta del banco. Un abrazo, Bill"

Acudió, sobre todo porque le iba bien tener una excusa para salir de casa y en ese momento no era muy popular entre sus amigos, gracias a Ginny. Cuando llegó a la puerta del banco, lo primero que pensó fue que Bill se había arreglado más que de costumbre. Lo siguiente fue "¿Desde cuándo me fijo en cómo le quedan los pantalones a otro tío?". Las hormonas locas de Sirius y Malfoy debían de estar trastornándole.

— Hola, Harry —saludó con una sonrisa Bill, tendiéndole la mano—. Gracias por aceptar mi invitación.

El cerebro de Harry registró vagamente que el trato de Bill era más formal que en el pasado, pero se distrajo enseguida mientras echaban a andar. Le contó cómo estaban las cosas en casa, pero no consiguió del pelirrojo una declaración de "Tú tienes razón y está fatal", sino más bien una suave reprimenda por estar portándose como un niño.

Iba a iniciar una discusión, pero llegaron a la puerta de un local. Debería haberle hecho sospechar que Bill tuviera que hablar en voz baja con el portero y darle un pergamino, pero estaba más pendiente de la ausencia de cartel sobre la puerta. Su instinto de futuro auror aún no llegaba más que a sentir extrañeza por algo así. Y a detectar las fuertes barreras anti aparición que tenía el local.

Entraron en un amplio bar circular. Parecía un sitio tranquilo y caro, la gente sentada en mesas redondas, charlando en voz baja. Ellos se sentaron en la barra y Charlie pidió para los dos.

— Es un sitio agradable —comentó Harry tras dar un sorbo al excelente whisky de fuego—. Pero no te imaginaba en este ambiente, te pega más estar escuchando rock en algún antro.

Bill rió, los ojos brillando.

— Es un lugar especial, hace un par de años que somos socios.

Harry levantó las cejas en una pregunta muda.

— Fleur y yo. Se nos unirá en un rato, iba a dejar a Victoire con mis padres.

Eso sí que no se lo esperaba, suponía que iba a ser una noche de chicos. Observó por un momento a la gente sentada en las mesas y enseguida se dio cuenta de que la mayoría parecían ser parejas. Y algo en la actitud de las personas solas que se les unían, algo en el lenguaje corporal, hizo que le saltara una alarma en el fondo del cerebro.

— ¿Qué tiene de especial? —preguntó, dando un sorbo mientras observaba a tres personas abandonar la sala por una puerta que hasta ese momento no había visto.

— Es un club privado. Un club liberal.

Harry escupió lo que tenía en la boca sobre Bill, que no pudo evitar una carcajada mientras se secaba la cara.

— Parece que sabes de qué hablo.

El cadete le miró con la cara desencajada.

— ¿Qué mierda, Bill?

— Mierda ninguna, Harry —le contestó una voz a su espalda.

Se giró. Si Fleur de normal le parecía una mujer preciosa, en aquel momento, con aquel vestido oscuro y los altos tacones, le pareció impresionante.

— Disculpa, Fleur. Tu marido me ha traído engañado.

Ella hizo un mohín antes de acercarse a Bill, que la tomó por la cintura y la acercó hasta él para besarla de una manera que no les había visto nunca. Inevitablemente, un calor comenzó a generarse en la zona de su ombligo.

— No creo que este engaño te suponga mucho dolor —contestó ella al cabo de un par de minutos, sentándose en la banqueta que le cedía su marido.

— Yo... no entiendo nada —acabó confesando Harry, mirando a otro grupo desaparecer por la puerta del fondo.

— Al firmar el contrato de socios, no podemos hablar del club más que con otros socios. Eres un invitado, podemos mostrarte, pero no mucho más. También puedes irte cuando nosotros crucemos la puerta. O en cualquier momento posterior. Eso sí, en el momento que salgas, la protección del local te impedirá hablar con nadie de lo que has visto aquí —explicó Fleur, bebiendo de la copa de su marido.

Bill le miró con ojos penetrantes, serio por una vez.

— Te dije que no eres el primero ni el último al que le gusta mirar o ser mirado. Pasa la puerta con nosotros y lo verás. Todo lo que pasa ahí dentro es consensuado, entre adultos, Harry. Y privado, aunque alguien te reconociera no podría contarlo.

— ¿Puedo irme cuando quiera?

— Por supuesto. Y ahí dentro eres un invitado, puedes mirar pero no participar, creo que es óptimo para ti, para que puedas salir de dudas respecto a tus gustos. —le tranquilizó Fleur, poniéndole una mano en el antebrazo.

Tomó el vaso y se acabó el contenido de un largo trago. Lo dejó en la barra y miró a sus anfitriones con una mueca decidida.

— Vamos.

Bill sonrió de lado y tendió la mano a su esposa, que bajó del taburete con un grácil salto. Los tres echaron a andar hacia la puerta, que se abrió sola, invitándoles a entrar.

Cualquier pensamiento de encontrarse una mazmorra sexual pintada de negro desapareció de la mente de Harry rápidamente. Era un largo pasillo bien iluminado, pintado de violeta, del que salían pequeños corredores laterales.

Al pasar por el primer corredor, Bill asomó la cabeza y le hizo un gesto a Harry para que le acompañara. El pequeño pasillo acababa en una puerta sobre la que flotaba una bola de luz azul.

— Azul es que cualquiera puede abrir la puerta —explicó Bill.

El mismo abrió la puerta y se hizo a un lado para dejar entrar a Harry. Era una pequeña sala semicircular con una ventana opaca que daba a una segunda habitación. Un sillón vacío ante la ventana invitaba a sentarse y observar.

— Una vez que te sientes, la ventana se despejará y quien haya dentro sabrá que hay alguien mirando.

Harry dudó un momento, pero acabó por sentarse. Dentro, una pareja se besaba con tranquilidad, aún vestidos.

— Ellos controlan la ventana, si quieren volver a tener privacidad, volverán a opacarla. Y si les apetece que el espectador se una, la puerta se abrirá.

Se quedó un poco más mirando, viendo a la mujer desvestir con calma al hombre, cuyas muñecas había unido y sujetado a la cabecera de la cama. La conocida excitación empezó a reaparecer, así que decidió levantarse y salir de la habitación.

Al salir al corredor principal, Fleur ya no estaba. Harry miró interrogante a Bill, que le hizo un gesto con la cabeza señalando al fondo del pasillo.

— Está preparando nuestra habitación. ¿Quieres preguntarme algo más?

— ¿Con unirse te refieres a...?

— Tener sexo juntos, sí. Hay gente que simplemente prefiere sentarse dentro y seguir mirando y hablar, porque la ventana no permite oír ni ser oído. Los que están en la cama dirigen siempre.

Asintió, tratando de asumir la información. Sentía una mezcla de excitación y miedo.

— Yo voy con Fleur ahora. Siéntete libre de dar una vuelta o de esperar en el bar o marcharte.

Y le apretó el hombro antes de desaparecer pasillo abajo.

Por un momento se quedó quieto, replanteándose su presencia allí. Después, sus hormonas y la costumbre Gryffindor de meterse de cabeza en cualquier situación tomaron el control, así que deshizo sus pasos y volvió a la habitación. La esfera seguía siendo azul y la puerta volvió a abrirse ante él. Se sentó en el sofá y la ventana se aclaró enseguida.

La pareja dentro de la habitación estaba en una posición similar, el hombre atado al cabezal de la cama, la mujer acariciándolo. Harry se arrellanó en el sillón y se acarició al mismo ritmo por encima de la ropa. A falta de sonido, se recreó en las expresiones de ambos. El placer en la cara del hombre era muy atrayente y le hizo concentrarse al principio sobre todo en sus rasgos. Observó cómo cerraba los ojos y entreabría la boca, mientras echaba la cabeza hacia atrás, con los tendones del cuello tensos. A los lados de la cara, los músculos de los brazos estaban contraídos, como si el hombre luchara contra las ataduras. Ella se acercó y le acarició la cara, vio sus labios moverse y a él negar con la cabeza.

La mujer retrocedió y se volvió a entretener lamiendo y acariciando al hombre, cada vez más tenso. Por un momento no supo a donde mirar, fascinado por sus gestos y también por la mirada de la mujer sobre él. Para ese momento, ya se había abierto los pantalones y se masturbaba cada vez más fuerte, animado por el gesto de placer del hombre. Subió la velocidad de su mano al ver que el hombre trataba de levantar la pelvis hacia la boca de la mujer, que le lamía despacio.

Maldijo entre dientes, estaba a punto, pero le faltaba el último impulso. Por Godric, el hombre tenía aspecto de estar gimiendo, jadeando y suplicando y él quería escucharlo, necesitaba escucharlo para llegar. Cerró los ojos frustrado y trató de recordar la vez en la que pilló a Hermione haciendo a Ron eso mismo en el cobertizo de los Weasley.

Fue el verano tras la guerra, antes de entrar a la academia. Sus amigos eran auténticas lapas, era casi imposible no encontrárselos una vez al día besándose en cualquier esquina de la casa. Podía recordar perfectamente el calor del cobertizo, el olor a polvo, la luz entrando por el ventanuco iluminando el cabello pelirrojo. Apoyado contra una mesa, que aferraba con las dos manos, Ron gemía descuidadamente mientras la cabeza castaña subía y bajaba con un sonido húmedo.

Harry se concentró en el recuerdo de los sonidos mientras se apretaba tentativamente los testículos. Abrió los ojos justo en el momento en el que el hombre al otro lado de la ventana eyaculaba en la garganta de la mujer y él sobre su camisa.

Se limpió con su varita y salió de la habitación, decidido a volver al bar a tomarse algo antes de marcharse a casa y tratar de entender lo que había ocurrido esa noche. Aturdido todavía, no se dio cuenta de que había cogido la dirección equivocada en el corredor principal hasta que se encontró con una nueva puerta con luz azul. Fue a darse la vuelta, pero desde el otro lado de la puerta le llegó una risa. La risa de una mujer, una mujer medio veela con la risa más increíble que había escuchado. Abrió la puerta justo en el momento en el que la puerta de la habitación interior se cerraba tras un ropaje oscuro.

Se dejó caer en el sofá antes de pensarlo realmente, pero no estaba preparado para lo que vio cuando la ventana se despejó. Dentro, sobre la cama se besaban con mucho ímpetu Bill y Fleur. En un momento, se separaron y miraron hacia un lado de la habitación y entonces se dio cuenta: en una esquina había un sofá igual al que él estaba sentado y sobre él estaba sentado un hombre de pelo oscuro y nariz pronunciada, que en ese momento contestaba algo a Fleur, que volvía a reír. Observó pasmado como Bill se levantaba de la cama, completamente desnudo, y se acercaba al hombre mayor para besarle mientras le desabrochaba la túnica.

No llegó a ver más, se levantó y salió de allí espantado, casi corriendo hasta llegar a la barra y pedir una copa de algo que borrara de su mente la imagen de Bill besando a Severus Snape.

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Severus se acabó de abrochar la túnica ante la intensa mirada de Fleur.

— ¿Entonces te parece bien? Bill quería consultártelo, pero la lechuza vino de vuelta.

— He estado de viaje —contestó la voz profunda del profesor—. Y sabes que tengo completa fe en vuestro criterio, Fleur.

— Gracias Severus. —Ella se acercó y le besó la mejilla.

— Pero de todas formas imagino que Potter ya habrá salido por piernas de aquí. No creo que esto sea para él —gruñó.

Salió al bar, colocándose bien las mangas. Inmediatamente uno de los camareros se acercó a él.

— Señor, hay un invitado en la barra que...

Miró por encima del hombro del agitado hombre y lo vio. Casi tumbado sobre la barra, con un vaso ancho en la mano.

— Me hago cargo, Erik —le contestó sin perder de vista a su invitado—. Avisa a los demás de que no le sirvan más.

Suspiró y caminó con paso firme hasta el hombre caído sobre la barra. Tomó una banqueta y se sentó junto a él.

— Profesor... —balbuceó el borracho—, no esperaba verlo aquí.

— Asumí equivocadamente que ya habría salido de aquí, señor Potter.

Harry se enderezó y se llevó el vaso a la boca con mano temblorosa.

— Me refería a que le he visto ahí dentro. Con Bill y Fleur.

— Creía que usted había venido a eso, a mirar.

— Me gusta mirar... soy un pervertido.

— Señor Potter...

— La culpa es de Dean y Seamus... compartíamos habitación y era imposible no pillarlos follando de vez en cuando. Yo les miraba escondido bajo la capa invisible. Y luego Ron y Hermione... Ron gime muy fuerte, ¿sabe? me gusta escucharles, además de verles. Y esas caras... el gesto de Malfoy el otro día cuando Sirius le estaba follando...

— Señor Potter, creo que...

— Oh joder, soy un cerdo, no me extrañaría que nunca me dejaran entrar otra vez en casa de los Weasley, me doy asco —dio otro largo trago, vaciando el vaso y golpeando con él la barra— Quiero otra copa.

— No le van a servir más alcohol, señor Potter.

— Pagaré lo que sea —sacó de su bolsillo un saquito de galeones que tintineó contra la barra.

Severus le puso en la mano la bolsita de nuevo.

— Es usted un invitado, pero no por eso le voy a permitir que haga un escándalo. Así que se va a levantar y marcharse a su casa.

— No puedo ir a mi casa —lloriqueó apoyando la frente contra la madera de la barra—. Malfoy está ahí.Ni a la Madriguera, Ginny me quiere muerto.

Snape volvió a suspirar y se puso de pie. Con cuidado, tomó a Potter por los hombros y lo ayudó a caminar hacia afuera, esperando que el aire fresco le despejara. Pero no, lo que ocurrió al agitar la gran cantidad de alcohol que había ingerido fue que Potter se desmayó y a él le vino justo para sujetarlo antes de que se estrellara contra el suelo. Con una maldición entre los dientes, lo sujetó más fuerte y se desapareció con él.

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Se despertó con la cabeza latiendo. Abrió los ojos una rendija, suficiente para ser deslumbrado por la luz de la mañana. Un agudo pinchazo se instaló tras sus ojos y el estómago se le revolvió cuando intentó girarse hacia un lado.

— Hay un vial de poción para la resaca sobre la mesilla, señor Potter. Y café en la cocina cuando pueda ponerse de pie —le informó una voz grave desde algún lugar cercano.

Se llevó una mano a los ojos para hacer visera y poder abrirlos sin morir. Como pudo, atinó a tomar la poción, abrirla y tragársela sin respirar. Esperó un momento el habitual sabor desagradable, pero no, en la boca tenía un agradable saborcillo a menta, como si acabara de lavarse los dientes.

Permaneció tumbado, dejando a la poción hacer afecto antes de ponerse de pie. Conforme su cerebro se iba despejando, comenzaron a venir los recuerdos de la noche anterior. No pudo evitar un quejido al recordar a Bill besando a Snape, pero no por rechazo, sino porque su cuerpo traidor quería excitarse imaginando que habría pasado después.

Con cuidado, se incorporó y se sentó al borde de la cama. Al tratar de sacar esa dichosa imagen, llegaron en tropel los confusos recuerdos de su conversación de borracho con Snape. Sintió que le ardían las orejas de la vergüenza y trato de enfocarse en pensar una manera de salir de donde estuviera sin tener que ver a su ex profesor.

No tuvo mucho éxito. Era una casa pequeña y el pasillo de las habitaciones daba directo a la cocina. Su anfitrión estaba sentado a la mesa con el periódico y un café que olía estupendo.

— Buenos días, profesor —saludó, derrotado por el olor.

Los ojos oscuros se despegaron de El Profeta un momento, lo justo para ser cortés.

— Buenos días. ¿Café? ¿Quizá unas tostadas?

Harry se limitó a asentir y sentarse a la mesa mientras su anfitrión le servía en silencio. Dio el primer sorbo de café y tuvo que reprimir un gemido de gusto, estaba increíblemente bueno. Miró un segundo a Snape, que volvía a estar concentrado en su periódico, antes de darle un mordisco a una tostada.

— Siento lo de ayer.

— ¿El qué en concreto? —preguntó con sequedad, sin apartar la vista del periódico

— Haber armado escándalo en su club.

El pocionista no contestó, solo frunció los labios.

— Me pilló de sorpresa verle allí. Pensaba que vivía usted fuera del país.

— Viajo mucho, pero estamos ahora mismo en la casa en la que crecí.

Masticó despacio, alternando con tragos de café.

— ¿Le molesta que les viera...?

— No puedo hablar del club —le interrumpió Snape, cerrando El Profeta y tomando su taza de café.

— No quiere o no puede —respondió un poco picado por la sequedad de sus palabras.

— Estoy seguro de que Bill y Fleur le han informado de que los socios solo pueden hablar del club con otros socios.

— Es usted socio. Oh Merlín... lo de ayer entonces...

— ¿Acaso cree que es el único al que le gusta mirar? —ahora era Snape el que hablaba retador.

— Y participar. Es tan...

— Mida sus palabras, señor Potter. Era usted un invitado.

— ...asqueroso, patético y pervertido como mi padrino.

Los ojos oscuros relampaguearon antes de que dejara la taza sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.

— Creo que aquí el que tiene un problema es usted, Potter —le dijo, señalándole con un largo dedo—, porque se siente tal y como acaba de describir. Yo soy un adulto libre para hacer con su cuerpo lo que le da la gana y disfrutar con ello.

Harry le miró y durante unos segundos mantuvieron un duelo de miradas, negro contra verde, hasta que Harry echó hacia atrás la silla, haciendo rechinar las patas contra el suelo de madera, y se largó de la habitación. Treinta segundos después, el sonido de la puerta del frente, cerrada con más fuerza de la necesaria, retumbó en la casa silenciosa.

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Bueno, bueno, ya tenemos aquí a Sev. Y a Bill y Fleur, creo que tengo un fetiche con esta pareja. Lo de Harry con mirar parece que viene de lejos, veremos qué ocurre en el siguiente encuentro.

¡Hasta mañana!