Capítulo 14
"Canuto…" Remus observó las puertas del Gran Comedor pasar flotando mientras era, por alguna razón, arrastrado hacia la escalera principal. "El Gran Comedor está navegando saliendo del puerto."
"No vamos al Gran Comedor," dijo Sirius, apartándose el flequillo mojado de los ojos grises, "vamos al ala hospitalaria. No quiero que te caigas de cara sobre mi pastel de calabaza. Madame Pomfrey puede verterte montones de pociones asquerosas por la garganta y meterte en una bonita cama con una bonita bandeja, ¿no suena eso jodidamente magnífico?
"Suena bonito," dijo Remus, aunque lo último que quería era levantar los pies para escalar varios pisos hasta la enfermería. Había estado concentrándose todo lo que podía sólo para conseguir sentarse a la mesa Gryffindor. "Pero Can…"
"Me doy cuenta de que quieres discutir." Sirius se detuvo para saludar a James y Peter–o a Peter, porque James ya había entrado al comedor con resuelta determinación. O determinación centrada en Lily. "Pero también me doy cuenta, por mi alucinante poder de ver la mierda, que no tienes argumentos para discutir."
Entonces se subió a Remus a la espalda. "Sube a bordo del Expreso Canuto," dijo. "Uf. No estrangules al conductor, Lunático."
"Lo siento." Remus aflojó su agarre, que se había aferrado convulsamente a la garganta de Sirius cuando se había encontrado en el aire de repente. "Deja que eso sea una advertencia al conductor de la conveniencia de sacar a sus pasajeros del suelo sin aviso."
"Me aseguraré de gritártelo al oído la próxima vez, ¿qué tal?" Enganchó el brazo alrededor de una de las piernas de Remus, balanceándose ligeramente mientras trataba de encontrar la otra. "¿Te has convertido de repente en mono-pierna? ¿Dónde está tu otra pierna?"
Remus estaba riendo mientras intentaba no caerse, estrangular accidentalmente a Sirius, o tirarlos de cabeza hacia atrás por las escaleras. "Ya sabes, podrías conjurar una camilla para el inválido–podría ser más fácil–sólo una idea."
"Aburrido," dijo Sirius con tono de asco. "No hay manera en que una maldita camilla aburrida pueda subirte por las escaleras más espectacularmente que el Expreso Canuto."
"Pienso que hay un millón de maneras," dijo Remus mientras subían el primer tramo dando tumbos. "Por favor, no nos mate, Sr. Conductor."
"Lo que quiero saber, Lunático, es cómo puedes pesar como un saco de cemento mojado cuando pareces un manojo de ramitas."
"Talento innato."
Aun así Sirius no lo bajó, ni siquiera cuando llegaron al piso del ala hospitalaria. Y entonces llevó a Remus a cuestas hasta la puerta, y a través de ella. Remus estaba riendo, de un modo totalmente impotente, hasta que vio una cara y nariz y par de ojos negros familiares dirigiéndole una mirada sorprendida, desdeñosa.
Sirius se paró en seco. Su agarre de las piernas de Remus se apretó; Remus pudo sentir los hombros de Sirius convertirse en una barra de hierro bajo los huesos del pecho de Remus.
Snape estaba sentado en una butaca a la izquierda de una cortina verde menta amortiguadora de sonido, las piernas cruzadas en los tobillos, los codos descansando en los brazos de la butaca y los dedos unidos ante sí. La imagen era muy… afectada, el tipo que esperarías ver en un hombre mayor, no en un adolescente. Y aun así algo en ello… había algo raro en ello, o en Snape… Remus no podía explicarlo, pero sintió como si cierta expectativa suya hubiera sido sacudida.
Incluso si no estaba de acuerdo con la teoría de Peter de la maldición Oscura–y no sabía por qué, simplemente no lo estaba, no cuadraba–definitivamente había algo diferente en Snape, una cualidad no identificada casi tan rara como Lily cambiando de opinión y acercándose a él de nuevo; más que antes.
Pero Remus conocía la angustia de estar separado de alguien, incluso cuando estás tan furioso con él que quisieras verlo herido, cuando quisieras ser quien lo hiriera. Había un momento en que tenías que hacer una elección entre lo que te hería más: perdonarlo o no.
Remus se sintió deslizándose hasta el suelo cuando al fin Sirius aflojó su agarre. Utilizó a Sirius para equilibrarse, tratando de echar un vistazo a la cara de Sirius sin ser obvio. La mirada dura, de ojos estrechos, había regresado, y Remus odiaba esa mirada. Un montón. Sirius no la tenía habitualmente cuando lidiaba con Snape; habitualmente trataba los ataques suyos y de James como pequeñas travesuras, no mucho peores que las bromas que gastaban a cualquiera, a pesar de que lo eran.
Pero cuando esa mirada dura entraba en su rostro, Remus se sentía enfermo por dentro, porque cuando Sirius se ponía así, siempre salía alguien herido de verdad, y habitualmente no la persona que había pretendido. La última vez había involucrado a un montón de gente en esta habitación.
Remus miró temeroso al otro lado de la enfermería hacia Snape, que estaba acomodándose en su silla, volviendo a unir las manos. Mientras lo hacía, Madame Pomfrey apareció desde detrás de la cortina amortiguadora, su mirada de curiosidad desvaneciéndose en comprensión, y luego en preocupación.
"Oh, Sr. Lupin," dijo, sacudiendo la cabeza pero avanzando con prontitud. "Pensaba que podría verlo."
Apuntó la varita a la cama más alejada de Snape en el pabellón que pudo lograr, retirando las mantas con un hechizo silencioso. Madame Pomfrey recordaba.
"Bueno," dijo Remus, sonriéndole, intentando fingir que Snape no estaba allí escuchando cada palabra y el brazo de Sirius no era como el hierro bajo su mano, "Extrañaba que me regañara. No es lo mismo cuando lo hace algún otro."
Pellizcó el brazo de Sirius a través del basto tejido de su túnica escolar. Sirius lo empujó hacia la cama, pero todavía no había apartado la mirada de Snape; todavía no lo hacía, incluso cuando Remus lo arrastró dentro del círculo de la cortina amortiguadora que Madame Pomfrey estaba extendiendo alrededor de la cama.
"¿Por qué está Quejicus aquí?" preguntó Sirius abruptamente, en cuanto los extremos de las cortinas se hubieron encontrado.
Madame Pomfrey alzó las cejas. "¿No puede preguntárselo al Señor Snape, Sr. Black?" preguntó, poniendo una mano gentil en el hombro de Remus para guiarlo sobre la almohada. Mientras lo hacía, un leve encantamiento de acolchado se asentó contra su espalda, disipándose gradualmente mientras se hundía.
Sirius no respondió, sólo la contempló con ojos entrecerrados. Madame Pomfrey dijo, "¿No? Entonces supongo que no es asunto suyo. Eso sólo es una opinión profesional, ya entiende."
Cuando agitó su varita sobre Remus en una complicada red de figuras de ocho, las resplandecientes líneas de las constantes vitales de Remus parpadearon a la vida por encima de él. Las observó con cortés desinterés, tratando de compararlas con algo más agradable que un catálogo de todo lo que dolía.
"Graciosa Rowena, Sr. Lupin." La expresión de Madame Pomfrey se arrugó. "¿Qué se hizo anoche?"
"Nada fuera de lo ordinario," dijo él débilmente. "A veces simplemente son… malas."
"Sí," dijo ella después de una pausa. Su mano le rozó la frente como comprobando la temperatura, a pesar de que su red diagnóstica le habría dicho si tenía fiebre. Él cerró los ojos por un segundo más que un parpadeo, deseando que fuera su madre. Pero los Muggles no podían venir a Hogwarts; sus sistemas no podrían soportar el poder de la magia que se fusionaba con el aire. Dumbledore sólo le había permitido cruzar el umbral una vez, después de una luna particularmente mala en el segundo año de Remus; la primera vez que había relajado la estipulación desde que se convirtiera en Director. Pero Dumbledore la había echado a la fuerza cuando comenzó a sangrar por los oídos, y entonces ella lo había abofeteado y había dicho con voz dura que no iba a apartarla de su hijo. Era uno de los recuerdos más horribles de Remus, incluso con todas las transformaciones cosidas juntas como un largo tapiz, retrocediendo hasta que tenía memoria.
"Bueno, descansa un poco, cariño." Madame Pomfrey lo arropó con las mantas con una especie de hábil ternura. "No es el comienzo más auspicioso del año, pero con una buena noche de descanso y algo de comida, estarás curándote. Se quedará con el Sr. Lupin, Sr. Black," añadió; Remus, los ojos todavía cerrados, imaginó la severa punzada de su varita en dirección a Sirius. "Hágale compañía y no se ponga demasiado pendenciero, o lo sacaré de la oreja."
"Mientras Quejicus mantenga su grasiento pico lejos de nosotros, puedo comportarme," dijo Sirius.
Madame Pomfrey no se dignó responder. Dijo, "Bebe éstas, Remus, cariño," señalando una bandeja de pociones multicolores cuando él abrió los ojos para mirar. Entonces salió de la barrera amortiguadora tras la cortina, que hacía su trabajo tan bien, que todo el sonido de su presencia se desvaneció en la nada.
Remus era un estudiante de Pociones terrible, sin haber arañado siquiera un Supera las Expectativas para continuar para un E.X.T.A.S.I.S., pero conocía estas pociones tan bien, si no mejor, incluso que Slughorn. La poción azul cobalto que parecía destellar desde dentro era una poción para el dolor. La sepia era un relajante muscular. La botella gris opalescente contenía un poderoso filtro de sueño cuya única magia era la capacidad de prolongar el sueño profundo durante diez sólidas horas exactamente, porque el sueño sanaba por sí mismo. Todo lo que su cuerpo quería hacer tras cada luna era dormir.
Sirius no le dijo que tomara sus pociones, a pesar de que estaba inclinándose sobre Remus para levantar cada botella y examinarla. Sirius recordaría cómo las pociones hacían que toda la comida de Remus supiera a una mezcla de alas de insecto y raíces de hierba, y que Remus siempre comía antes de tomar siquiera el analgésico.
"¿Y bien?" preguntó Remus, cuando Sirius dejó la poción de sueño con un clink. "¿Cómo se ven?"
"Lo sabes mejor que yo. Y no porque las tragues todos los meses," añadió. "No sé cómo eres tan inútil en Pociones cuando puedes apreciar la potencia de tu analgésico por lo reluciente que es." Sirius le dirigió una mirada de cariño exasperado, del mismo modo que lo hacía cada vez que Remus lo regañaba por fumar o no hacer sus deberes o maldecir los dedos de niños de primer año dentro de su nariz por sentarse en las sillas buenas junto al fuego cuando Remus estaba buscando un lugar para estudiar.
"Honestamente, las pociones son aún más aburridas que Binns. En realidad sólo conozco éstas por mirarlas durante tanto tiempo."
"Lo que sea, Lunático," dijo Sirius, poniendo los ojos en blanco. "Puedes seguir despreciándote a ti mismo, pero nunca será cierto."
"Bueno," dijo Remus, haciendo su voz grave, "no todos podemos ser impenetrablemente arrogantes."
"Empollón," dijo Sirius sin rencor, una comisura de la boca curvándose hacia arriba, como lo había hecho en el tren. "Tienes suerte de estar tan enfermo y débil, o te daría un gran abrazo de chica."
Las cortinas susurraron a un lado y Madame Pomfrey reapareció, haciendo flotar una bandeja de comida para licántropo enfermo: principalmente carne–filete–con un acompañamiento de caldo. También había un plato de pollo y patatas, que Remus asumió era para Sirius.
"Ya que sé que no está a punto de abandonar el ala en paz, Sr. Black," dijo Madame Pomfrey, acomodando la bandeja sobre las rodillas de Remus. "Y tengo otros pacientes que necesitan tanto descanso como el Sr. Lupin."
"¿Evans?" dijo Sirius casualmente.
Madame Pomfrey no dio señal de haberlo oído. "Tome sus pociones cuando haya terminado, Sr. Lupin, y deje la bandeja a un lado." Entonces se deslizó alrededor del borde de la cortina y volvió a desaparecer en el silencio.
"¿Qué piensas, Lunático?" preguntó Sirius, todavía casual, mientras apartaba de un manotazo las manos de Remus de sus cubiertos de plata (no de plata real, por supuesto) y comenzaba a cortar el filete. "¿Crees que es Evans a quien Quejicus está vigilando oh tan preocupado como un gran murciélago grasiento?"
"Creo que si especulas más donde Pomfrey puede oírte, convertirá tus orejas en puerros."
Sirius hizo un gesto con el tenedor como para meter un bocado del filete en la boca de Remus, pero en el último momento viró y se lo comió él. Sonrió ampliamente mientras masticaba, luego cortó otro bocado y le entregó el tenedor a Remus.
"Al fin," dijo Remus con acritud.
"Vamos, Lunático," dijo Sirius, ahora maltratando un muslo de pollo. "Es Evans, ¿no? Tiene que ser, del modo que se veía en la estación–y el modo en que él estaba actuando–"
"No sé por qué te molestas en preguntarme si ya lo sabes."
"No lo sé," dijo Sirius frunciendo el ceño. "Es porque no sé por lo que estoy especulando. Vamos, eres el único de nosotros que es bueno resolviendo un misterio–si cualquiera de nosotros hubiera sido el hombre-lobo, no te habría costado dos malditos años percatarte."
Remus suspiró. "¿Halagándome para hacerme participar?" Sirius le dirigió una amplia sonrisa que era objetivamente encantadora, pero Remus no quería ser encantado ahora mismo, no por una sonrisa, porque el beneficio de eso siempre se desvanecía demasiado rápido. No quería pensar en las horas de especulación y planes que surgirían de esta cosa Snape-Lily como el vapor de un caldero humeante. Podía ver a James metiéndose en un frenetismo de temor y preocupación, Peter alimentándolo con teorías de magia Oscura, y Sirius mirando con ojos duros y estrechos a Snape porque lo odiaba a él y a toda la gente como él.
"Si Snape está aquí con Lily," dijo Remus, con cuidado de hacerlo sonar como si sus palabras no tuvieran importancia, "entonces creo que es bueno que esté aquí por ella cuando está enferma." Como tú estás aquí por mí, quiso añadir, pero nunca se atrevería del todo a comparar a Sirius con Snape, no en la cara de Sirius, incluso si los aspectos en que eran similares a veces llenaban de inquietud a Remus.
La mirada de Sirius era incrédula. "Lunático, si estás pensando que Snape tiene emociones como una persona normal, tu cerebro se ha escapado."
"Por supuesto que tiene emociones como una persona normal," dijo Remus, atónito. "La mayoría de la gente las tiene, Canuto."
Quizá la luz en el ala había cambiado cuando Madame Ponfrey apagó una lámpara, porque parecía haber una sombra sobre el rostro de Sirius que no había estado allí un momento antes. Pero Remus sabía que en realidad no era una oscuridad que pudieras eliminar moviendo una luz.
"La gente normal no se convierte en putos Mortífagos, Remus."
Remus se percató de que ya no tenía hambre. La comida sabía como si se hubiera convertido en alas de insecto y raíces de hierbas en su boca.
Deseó no descubrir jamás si tenía razón acerca de esa dura mirada y las sombras. Había cosas de las que Sirius no hablaba pero que Remus creía saber de todos modos, al igual que no necesitaba un almanaque o una carta estelar para saber cuándo la luna estaba llenándose con su luz reflejada. La cuestión era, ¿eran lo mismo? ¿Estas dos cosas que sabía hasta los huesos significaban que los monstruos emergían de tu piel, transformándote en alguien que tu mente consciente se negaba a ver?
"Yo pienso que lo hacen," dijo calladamente. "Eso es lo que es tan aterrador."
. . . . . . . . .
En cuanto Madame Pomfrey empujó a Black y Lupin tras una cortina amortiguadora, Severus se deslizó tras la de Lily. Estaba medio sentada en la cama, desplomada contra el cabecero de metal, la mano presionada contra la frente.
"¿Dónde iría Pomfrey?" murmuró ella.
"A ver a Lupin, llevado tiernamente sobre el umbral por su devoto perro de novio."
Lily puso los ojos en blanco, pero sólo para levantar la mirada hacia él sin girar la cabeza. "Ja, ja," dijo, sonriendo apenas, pero como si no fuera consciente de hacerlo. Eso era extraño; ella debería haberle regañado por eso. Quizá estaba demasiado cansada. "¿A cuál de ellos has dado ese papel? Espera, ¿dijiste perro?" se incorporó, los ojos anchos.
"Sí, sé que Black es Animago." Estaba sorprendido porque ella hubiera preguntado, pero no tan sorprendido como lo estuvo un momento después, de tener su mano sujeta y ser él mismo atraído a su lado. Perdiendo el equilibrio y cogido con la guardia baja, casi cayó sobre ella, pero logró agarrarse al marco de la cama y mantenerse derecho, si bien precariamente, al borde del colchón. Los brazos de Lily serpentearon a su alrededor como Lazo del Diablo, y se enroscó contra su pecho, su cabello haciéndole cosquillas en la clavícula por encima del cuello de la túnica.
"Si Madame Pomfrey regresa y nos encuentra así," le dijo él, "me echará por la borda del ala."
"No le dejaré," murmuró Lily, sus dedos enroscándose con fuerza en su túnica. "Le diré que te necesito aquí."
"¿Es tu miedo de que sea emboscado por la mitad de Slytherin"–o tu marido y sus compinches–"lo que está poniéndote tan pegajosa? No hay nadie aquí salvo nosotros, Pomfrey y los amantes caninos."
"Imbécil," murmuró ella. "No lo son. Sirius está loco por prácticamente cada chica de buen ver que pasa a su lado."
Snape podía creer eso. "No pienso ni lo uno ni lo otro. Sólo estoy burlándome de ellos terriblemente."
Lily resopló una risa contra su pecho. No; en realidad no pensaba que Black y Lupin hubieran sido jamás algo como amantes. Tal cosa sería casi tan probable como Lily dándole la espalda a Potter para siempre y volviéndose hacia Severus en cambio. No había opción de ello, no aunque Severus viviera un millar de vidas repetidas. Su desesperación incrementada era ahora sólo una combinación de preocupación por Severus–por sí misma, enferma como estaba–por el perturbador presente de estar en este lugar, con esta gente que habían visto (por separado) madurar y morir.
La cortina hizo un sonido de papel, rumoroso, cuando Pomfrey regresó. Severus resistió incondicionalmente el impulso de apartarse de Lily como un chico de diecisiete años culpable y avergonzado.
"Sr. Snape," dijo Madame Pomfrey, poniendo realmente las manos en las caderas, "no es ahí donde debería estar sentado."
"Lo quiero aquí."
Severus parpadeó y bajó la mirada a la coronilla de Lily. No fueron sus palabras sino el tono de su voz: duro e intransigente, totalmente impropio de ella. Ciertamente nunca le había hablado así a Madame Pomfrey.
Pomfrey parecía sorprendida, pero estaba acostumbrada a lidiar con cosas peores que un tono airado. "Necesita descansar, Señorita Evans."
"Estoy descansando. Descansaré mucho mejor con Sev aquí." ¿Fue eso un tono de advertencia en su voz?
Desconcertado, Severus levantó la mirada para encontrar a Madame Pomfrey con el mismo aspecto. Trató subrepticiamente de ver el rostro de Lily, pero luego renunció a la sutileza y se agachó. Sus ojos estaban clavados en Madame Pomfrey, tan duros como su voz y vigilantes, incluso cautelosos.
"No voy a irme a ninguna parte," le dijo Severus. No había pretendido decirlo, pero se le escapó. Cuando Lily volvió la mirada hacia la suya, sintió la hinchazón de las emociones de ella decayendo en sus propios pensamientos: dureza, determinación, desesperación, temor, necesidad–el frío. Dejó que su Oclumancia los ondulara suavemente, lo suficiente para permitirse apartarse del borde de su mente.
La maldición. Sintió frío, también, pero si era por su propio temor o el recuerdo del de ella, no lo sabía. Más bien podría ser lo mismo, en cualquier caso.
"El Sr. Snape puede quedarse hasta el toque de queda, Señorita Evans," dijo Madame Pomfrey. Los ojos de Lily destellaron con cierta emoción, demasiado veloz para que Severus la distinguiera desde su distancia en el oscuro océano de la Oclumancia.
"Estarás dormida cuando me marche," dijo él. "No importará que esté aquí o no."
La mano de ella encontró la suya y la agarró tan estrechamente que él pensó que podría dejar un hematoma. Impropio de ella en absoluto.
"No quiero que me abandones," dijo ella, todavía con esa voz dura, pero él pudo oír la hebra de desconsuelo, casi pánico, que la fisuraba.
Él envolvió los dedos alrededor de su muñeca. "No es cuestión de abandonarte."
"Descanse, Señorita Evans," dijo Pomfrey. Cuando se metió la varita en el bolsillo del delantal, la suave nube de hechizos que había tejido circunspectamente por encima de Lily se disipó en el aire teñido de verde por las lámparas brillando a través de la cortina. "No la molestaré hasta que sea hora de que duerma."
Salió con un susurro, desapareciendo en el silencio más allá del encantamiento amortiguador. Severus permaneció en la cama de Lily, sin moverse cuando su cabeza regresó a su pecho y su respiración superficial atravesó su túnica. Estaba pensando.
Si la maldición tenía un efecto emocional, eso estrecharía su identificación a una única categoría. Una categoría profunda e intrincada, pero Severus no se frustró por eso; sabiendo qué dominar, podría comenzar a investigar de inmediato.
Había pretendido regresar a los dormitorios y capear cualquier peligro pueril que su primer grupo de enemigos hubiera preparado para esta noche, pero ahora adaptó sus planes para incluir un rodeo hasta la biblioteca. Necesitaba trabajar lo más rápido posible. Lo único bueno era que era altamente improbable que la maldición hubiera sido sellada con sangre… si no había sangre implicada, el hechizo sería capaz de ser revertido.
Intentó aflojar su agarre sobre ella, hacerlo menos cruel; pero Lily sólo apretó más cerca de él.
No hablaron. En algún momento posterior que ella pareció dormitar contra él, intentó hacerla rodar en una postura más cómoda de su pecho huesudo a la almohada, pero ella sólo apretó su abrazo sobre él y murmuró, No. Así que la dejó donde estaba, la vara de metal del cabecero hundiéndose en su espalda, fría a través del áspero tejido de su túnica. El costado de él contra el que estaba apretada se sentía febrilmente caliente.
Cuando Madame Pomfrey apareció con un vaso, Severus persuadió a una Lily somnolienta para que bebiera su contenido. Después de un minuto exacto estaba dormida, respirando profunda y regularmente. Él y Madame Pomfrey la maniobraron para tumbarla plana sobre el colchón, donde yació como la insípida heroína de un cuento de hadas, profundamente en un sueño encantado. Se quedaron en pie a lados opuestos de la cama, mirando su rostro tenso en el suave silencio tejido a través del ala hospitalaria.
"Hizo bien en traerla, Sr. Snape," dijo Madame Pomfrey calladamente. "Esto es obra de una maldición grave."
"¿Se lo ha notificado al Director?" preguntó Severus, cuidadoso de mantener su voz metida en el sudario de su Oclumancia.
"Sí. Debería estar aquí en breve, ahora que ha terminado el banquete."
Entonces Severus debería marcharse. "Iré yendo, entonces," dijo. Vaciló, pensando en darle las gracias, pero al final decidió que probablemente había llamado bastante la atención sobre sí por una noche. Así que simplemente levantó el borde de la cortina y se deslizó al espacio más abierto de la sala abovedada, la cabeza llena del rostro traslúcidamente pálido de Lily, en contraste contra la maraña de su cabello rojo oscuro.
Estaba al alcance del brazo de la puerta cuando la cortina de la cama junto a ella se arrugó a un lado y salió Black. El primer pensamiento de Severus fue cuánto más grande que él era Black a esta edad; el segundo para la dureza de la emoción en el rostro odioso, atractivo. Severus reconocía esa emoción, oh lo hacía.
Severus se quedó inmóvil, una reacción de años de esperar ataques. Sintió que la presión desnuda de su varita estaba en su manga, su leve peso que le presionaba la muñeca. Black no sabría que Severus había perfeccionado un modo de deslizarla en su palma con un giro y un golpe de muñeca; Black no vería venir… lo que fuera que Severus quisiera hacerle… incluso con la fuerza mediana de su poder de Artes Oscuras, Severus podría hacer añicos los escudos de Black, cortar su hermoso rostro en listas, llenar sus oscuros ojos grises de sangre–
Las puertas de la enfermería gimieron hacia dentro, y Dumbledore apareció en el hueco ensanchándose entre las mitades de madera. Su túnica era de un profundo, magnífico carmesí bordado con nudos de plata que parecían el disparo de un hechizo, de modo que parecía chispear levemente a medida que la luz de las lámparas se movía sobre él. Había visto a Severus y Sirius quizá aún antes de que volvieran las cabezas para encararlo, pero sus ojos azul claro sólo estaban tranquilos y curiosos.
Severus rasgó su Oclumancia en su lugar con tanta fuerza que sintió un pulso de dolor. Su varita se había deslizado a su palma, pegajosa y húmeda. Su corazón estaba atronando como un caballo.
"Buenas noches, caballeros," dijo el Director, como si no fueran enemigos mortales con las varitas fuera y cada línea de sus cuerpos rasgueando de odio. "Lamenté oír que sus amigos han caído lo suficientemente enfermos para evitar que asistieran al banquete esta noche. Pero, ah…"
Se acercó a ellos, sonriendo levemente ahora. Pero sus ojos no centelleaban sobre los crecientes de sus gafas; permanecieron penetrantes y serios. "Ni siquiera lo más excelente de nuestras festividades puede compararse con la delicia de tal afecto."
Dios, esos discursos–Severus los había recordado, pero había olvidado cómo eran exactamente; había olvidado exactamente cuán en serio los decía siempre Dumbledore. Severus quiso romper todas las ventanas del ala hospitalaria, pero si dejaba pasar cualquier emoción más allá del despiadado agarre de su Oclumancia, temía que se haría añicos.
Dumbledore había avanzado entre Severus y el perro. "A la cama con ustedes ahora," dijo, mirando de un estudiante al otro con su leve sonrisa. "Puede que el llanto embree la noche, ya saben, pero el gozo llega por la mañana."
"Buenas noches, señor," dijo Black cortante, dirigiendo a Severus una última mirada dura, mucho más dura de lo que Lily lograría jamás. Severus sólo le devolvió la mirada, más allá del frío, profundo abrazo de la Oclumancia, donde incluso su odio había sido compactado. Pero todavía allí, siempre estaba allí…
Entonces Black los dejó, saliendo a zancadas del ala, el eco de sus pasos sonando levemente en el corredor más allá.
Severus no se atrevía a mirar a Dumbledore. Se movió hacia la puerta, consciente de que estaba encorvándose, suplicando con fuerza, pero si era para salir antes de que Dumbledore hablara o para oír algo amable, no lo sabía; no lo sabía–
Llegó a la puerta antes de que la voz de Dumbledore lo detuviera. "¿Sr. Snape?" dijo, y Severus se alegró tanto de que no fuera 'Severus' lo que tuviera que soportar, no al principio, no todavía, no cuando ésta era la primera vez que estaba oyendo su voz desde que Severus, por favor le había arrancado un pedazo de corazón.
Se giró, sin decir nada, sólo observando a Dumbledore de costado, como lo haría una lechuza, y sin encontrarse con sus ojos. Podía sentir a Dumbledore mirando de vuelta, pero no con todo el peso de su mirada, sólo con esa misma curiosidad seria de antes.
"¿Sí, Director?" preguntó Severus cuando Dumbledore no dijo nada. ¿Cambió algo bajo la ligera superficie de la propia Oclumancia de Dumbledore?
"Sólo deseaba darle la bienvenida a su regreso al colegio," dijo Dumbledore. El instinto de Severus le decía que esto no era lo que Dumbledore había pretendido decirle en un principio, pero no sabía qué podría ser. "Es el primer año que no tuvimos su compañía durante las vacaciones."
Si Severus pudiera entrar en ese Hogwarts de su mente, en el que era completamente adulto y todos sabían quién era, lo que había hecho, y lo perdonaran, como Lily lo había hecho, Severus tenía la esperanza de que oiría, Bienvenido, muchacho. Bienvenido a casa.
Todo lo que Severus pudo lograr en este Hogwarts fue, "Vale."
"Pensé que quizá había ido a encontrar algo que había perdido," dijo Dumbledore. "Espero que lo haya encontrado ahora. Buenas noches, Sr. Snape. Que tenga una noche tranquila."
Incapaz de hablar, Severus huyó.
. . . . . . . . .
Los pasillos seguían iluminados por luz de antorchas, pero sólo una de cada tres, de modo que las llamas acuchillaban los muros de piedra. Severus caminaba a través de profundos hechizos de sombra y las luminosas ondas de luz de fuego, su varita sostenida baja contra la cadera, los sentidos encendidos, con la esperanza de que exteriormente pareciera estar deambulando sin estar alerta. No pensaba que llegaría un ataque fuerte en primer lugar; los mayores querrían esperar a ver cómo lidiaba con los estudiantes más pequeños antes de dejar su marca…
Una mano destelló desde detrás de un tapiz negro moviéndose con enredaderas, sujetándolo por el brazo y arrastrándolo detrás del tejido, sumergiéndolo en la oscuridad tras él. Reaccionó con tanto pensamiento y tiempo como llevaba parpadear, disparando un hechizo que voló las piedras con una explosión de luz, sonido y una lluvia de polvo de roca, lanzándose hacia delante para atrapar a su asaltante contra el muro por la garganta.
"¡El culo peludo de Merlín, Snape!" ahogó una voz estrangulada.
Severus encendió su varita con un chasquido, llenado el estrecho espacio de luz blanco azulada. Talló en la oscuridad los rasgos medio-aterrados, medio-furiosos de un Regulus Black de quince años.
"El Black Menor," dijo Severus sin pensar.
Regulus tenía la mano de Severus en la garganta, sujetándolo contra el muro como una garra, pero se puso rígido ante ese viejo apodo. "Soy el único Black ahora," gruñó–o intentó hacerlo, pero el agarre de Severus estaba cortándole el suministro de aire y salió como un chillido resollante. "¡Snape, suéltame!"
Severus sintió un gesto de desprecio enroscarse sobre su rostro. Regulus pareció encogerse por un momento, pero luego empujó el brazo de Severus y Severus lo soltó, retrocediendo. Pero no guardó la varita. En cambio, chasqueó una red de hechizos de privacidad a su alrededor, haciendo surgir un breve resplandor de luz de estrellas que goteó del suelo al techo y luego se desvaneció en chispas de polvo, y finalmente en la nada.
"Si estás tomándote venganza temprano, Black," dijo Severus, "creo que has suspendido oficialmente."
"Eres tan ingrato," dijo Regulus con voz pequeña, aunque quizá fue por el estrangulamiento. "Vine a advertirte, entre todas las cosas."
Severus apenas se contuvo de resoplar. "¿Advertirme? Entre todas las cosas eso es lo que no creeré."
"¡Snape, lo plantaste–a él!" Probablemente Regulus estaba intentando sonar impresionante, pero sus ojos a la luz de la varita eran redondos y muy jóvenes. Pero quizá eso era la influencia de años que Severus ya no se suponía que poseyera. "¿Sabes lo que–todos–están planeando? Lucius Malfoy–"
"¿Qué, envió invitaciones clave por ahí?"
"No tuvo que hacerlo, está emparentado con la mitad de la gente de la Casa, se encontraron durante las vacaciones. ¡Todos lo supieron en el minuto que dejaste de aparecer! Lucius estaba tan furioso…"
Quizá la diminuta voz y los enormes ojos de Regulus no eran meramente obra de Severus. Y aquí pensando que había logrado parecer temible. Qué risa–estaba bastante seguro de que todos le guardaban un cauteloso desprecio a esta edad.
"Golpeó a los elfos domésticos en mi lugar, ¿verdad?" preguntó Severus.
Regulus se estremeció. "Misericordioso Salazar, no me lo recuerdes. Toda la Casa está contra ti ahora, Severus, ¿cómo pudiste?"
Severus registró–con considerable sorpresa–el empleo de su nombre personal, pero no hizo comentario sobre ello. Probablemente era sólo una Táctica. "Si estás aquí para una ración de confidencias, estás más lejos de tu objetivo de lo que has soñado. Cíñete a la venganza, Black, y deja los de-corazón-a-corazón a los Hufflepuffs."
"No estoy aquí para vengarme," dijo Regulus acalorado, y luego añadió, "Pero tendré que estarlo después, ¿comprendes, verdad?"
"No anuncies tus propias ambiciones, coñazo," dijo Severus con asco. "¿Qué tipo de Slytherin eres?"
"¿Qué tipo eres tú?" retrucó Regulus. "Dejándote maldecir por una Gryffindor y plantando al Señor Tenebroso, eso es una cosa–"
"En realidad, son dos," dijo Severus.
"–pero luego llevando a la Sangre-sucia a la enferm–¡urk!"
Severus disfrutó el modo en que su varita se hundió en la carne blanda de la garganta de Regulus, cómo sus ojos volvieron a ponerse redondos, la expresión de comprensión temerosa que robó su rostro como una sombra a la luz de la varita. Ahora Regulus tenía miedo, y era todo por él, todo obra de Severus…
"No," susurró, ahora disfrutando la crueldad en su voz mientras se enroscaba en el estrecho espacio entre ellos, "uses esa palabra en mi presencia."
Remus no asintió ni tragó ni dijo nada. No parecía atreverse. Sin retroceder, Severus apartó su varita de la garganta de Regulus, liberándolo. La mano de Regulus se arrastró a su cuello, temblando. La punta de la varita de Severus había pinchado la piel, dejando una manchita oscura en la pálida extensión de su garganta antes de que la mano de Regulus la cubriera.
De repente esto ya no era agradable. Puede que Severus aparentara dieciséis, pero tenía treinta y ocho por entero, y Regulus Black no era más que un muchacho de ojos muy abiertos. Como su propia madre había señalado, la mayoría de los niños simplemente escupían lo que fuera que oyeran en los salones de sus padres un día sí y otro también; y en familias sangre-pura como la de Regulus, oía 'traidor a la sangre' y 'Sangre-sucia' del modo que Lily oía 'comunista' y 'Partido Laborista.' ¿Le había dedicado Regulus un pensamiento serio a algo de eso alguna vez? Severus lo dudaba, del modo que dudaba que él y Sirius Black dejaran de odiarse jamás hasta el fin de la tierra.
Regulus era sólo un niño. Lo que convertía a Severus en un absoluto mierda.
"Sólo no lo digas," dijo Severus al fin. "Odio esa puta palabra estúpida."
"Vale," susurró Regulus. El suave rumor de su voz no era nada como la de Severus había sido; no era cruel, sólo aterrada. "Merlín y Salazar, Severus, ¿qué te ocurrió durante las vacaciones? ¿Tú no–no desertaste o algo así?"
"Creo que sería mejor para todos, Black, que no pienses en eso y ni siquiera dejes que nadie sospeche que lo has hecho. La cuestión en que todos se basarán es mi abandono indigno, no lo que significa, incluso si significa algo en absoluto."
Entonces se giró, mostrándole la espalda deliberadamente a Regulus–una señal que en Slytherin podía comunicar bien profundo desprecio o sincera confianza–y salió del corredor oculto, su cuerpo disolviéndose en la red invisible de hechizos de privacidad mientras pasaba a través de ellos, como alguien destruía el sustento de una araña.
"¡Severus!" el siseo de Regulus aminoró sus pasos, pero no se giró del todo. "La contraseña es manía."
Escuchó los pies de Regulus tamborilear al otro extremo del corredor oculto y desaparecer en el silencio de un castillo preparándose para dormir.
Entonces Severus reanudó su camino, a través de los pasillos mientras más antorchas se consumían, en dirección a las estanterías Prohibidas de la biblioteca.
. . . . . . . . .
Severus conocía el castillo tan bien que podía caminarlo en completa oscuridad. Ni siquiera oyó a Filch, que se movía con considerable más vivacidad a esta edad y tenía dos gatos llamados Anti-horario y Horario. Severus solía alimentarlos con golosinas cargadas de hierba gatera fuera del despacho de Filch, antes de encerrarlos dentro para que arruinaran sus registros. Si Severus hubiera descubierto a un estudiante haciéndole tal cosa a él, lo habría ensartado con ganchos por las fosas nasales.
Pasaban horas de la medianoche, y tenía dos libros ocultos en su túnica que la biblioteca echaría en falta eventualmente, pero no sabría dónde encontrar. Los libros seguros, la varita apagada todavía en la mano, se abrió camino bajo tierra, moviéndose hacia las mazmorras de memoria. Sus recuerdos de la humedad que se filtraba a través de los muros y la tierra eran más antiguos de lo que pensaba que serían, al igual que el olor del tinte de humedad en la piedra. No se había atrevido a merodear mucho como director. Lo habría hecho parecer demasiado intranquilo.
Pero aquí estaba ese aroma de nuevo, de tierra y piedra húmedas, y le era querido; tan querido como los rastros de gardenias y naranjas y suavizante Muggle que siempre se había aferrado a Lily cuando la veía durante las vacaciones. Y Dumbledore… el Director había olido a canela, a la ahumada profundidad de hojas de té, y azúcar moreno. El centelleo cegador de sus túnicas era tan familiar como la visión de los pantalones de pana acampanados y el suéter verde de Lily en cuyo puño había aflojado una hebra que le gustaba enrollarse en el dedo, volviendo blanca la punta.
Severus sacudió estas reminiscencias hasta el fondo de su mente. Necesitaba permanecer alerta, por improbable que fuera un ataque a esta hora.
La oscuridad bajo tierra parecía tan profunda como las aguas del océano. No oía nada, pero eso no significaba nada. Se sumergió en el lugar del instinto, justo bajo la superficie de su Oclumancia, extendiendo sus sentidos fuera de sí mismo.
Pero extendió la mano hacia la entrada de la sala común sin problemas y murmuró, "Manía," parcialmente sorprendido cuando las piedras se abrieron arrastrándose como deberían. Un breve hechizo averiguó que alguien patético había puesto un maleficio de tropiezo a través del umbral. Severus lo desmanteló con un golpe, y con otro envió un hechizo hacia delante que le diría si algo vivo ocupaba la sala común. Cuando la respuesta fue sólo un gato y un par de ratones escarbando, pasó a través del umbral.
Se sentía inequívocamente extraño. No por un hechizo; por entrar en la sala común Slytherin por primera vez en–ni siquiera podía recordarlo. Ocasionalmente había tenido que ir allí para algo que sus espantosos estudiantes necesitaban desesperadamente, pero sólo muy ocasionalmente.
Puso un maleficio en la puerta para tirar de culo a cualquiera que abandonara la sala el primero por la mañana e hiciera brotar su cara con forúnculos llenos de pus. Juvenil y asqueroso–asqueroso por su juventud, también–pero era el tipo de cosa que esperarían de él. No, en realidad creía que esperarían algo mucho peor, pero no iba a maldecir a un atajo de mocosos estúpidos con magia Oscura, incluso si no podía simplemente no hacer nada. Esperaba que el maleficio de la puerta fuera desencadenado por uno de sus demasiado ansiosos aspirantes a atacantes, no por alguna desventurada niña de primer año, pero no había modo de hacer un hechizo específico de género.
La caverna abovedada de la sala común estaba tan oscura como vacía, tenuemente iluminada por el fuego acumulado en el hogar. Severus se movió alrededor de los bultos en sombras del mobiliario, enviando otra ola de hechizos centinelas a la red de los dormitorios de los chicos, y una segunda a los de las chicas por prevención. La mayoría de los pings reflejados de regreso a él eran marcadores de durmientes, pero había un grupo despierto en los dormitorios de los chicos: unos cuatro muchachos, y estaban moviéndose por la rama que conducía al ala de sexto año…
Severus hizo su cauteloso, silencioso camino hacia ellos, por los pasillos con pilares cuyas cámaras sólo se distinguían en la ciega oscuridad por las calmadas brisas que soplaban a través de las mazmorras. Todos estaban dormidos salvo ese grupo de muchachos, y cuando se acercó a la esquina donde el dormitorio de sexto año intersectaba con el corredor principal, los oyó susurrando…
"…hazlo ahora, mientras está durmiendo, no se lo esperará tan tarde…"
"Sí, pero, ¿y si está despierto?"
"¡No lo estará, Barty, estamos en medio de la noche! Estará dormido, oye mis palabras…"
Barty Crouch, Junior–así que éstos debían ser chicos de cuarto o quinto año; Severus no podía recordar cuánto más joven que él había sido Barty Crouch. No quería ser tan patético que se sintiera aliviado al no oír la voz de Regulus con ellos, pero Regulus no se apuntaría a una venganza en grupo. Era un Black; tenían su orgullo.
Severus oyó la puerta de su dormitorio abrirse rascando, los suaves sonidos de los chicos arrastrando los pies colándose a través. Y entonces–
BANG. Alguien había protegido la puerta; dos de los muchachos salieron volando al pasillo al sonido de gritos y chisporroteos; los otros dos se lanzaron adelante dentro de la habitación y fuera de la vista. Por los gritos, alaridos, juramentos, y explosiones amortiguadas de magia que parpadeaba a la vida con fuerte contraste en las paredes, los compañeros de dormitorio de Severus bien habían puesto trampas o fueron especialmente rápidos en responder.
Severus caminó con calma por el pasillo, que ahora estaba iluminado por lámparas encendidas en el dormitorio, y se detuvo sobre los dos bultos gimientes en el pasillo. Cuando levantaron la mirada hacia él, sus expresiones de terror y consternación casi le hicieron decir Veinticinco puntos menos para Slytherin, pero se contuvo. Uno de ellos tenía el cabello de paja y la cara redonda blanca como la leche de Barty Crouch.
"Mala suerte, pajilleros," dijo Severus, y en silencio chasqueó un hechizo que convertiría sus genitales en nabos. No era doloroso, sólo desagradable, y cuando chillaron en shock pasó por encima de ellos dentro de su ahora maltratado dormitorio.
Una niebla de humo colgaba por encima de todo, y los otros dos de cuarto año estaban tirados en un bulto en el suelo, al parecer inconscientes, sus rasgos oscurecidos por una combinación de pústulas, costras, forúnculos, y pequeños tentáculos palpitantes. Tenían suerte de que nada peor los hubiera alcanzado; aunque quizá lo había hecho, y los efectos simplemente eran más sutiles.
Haddock se había enredado en sus sábanas y estaba tratando de liberar la cabeza. Las colgaduras alrededor de la cama de Mulciber estaban chisporroteando con llamas que estaba intentando apagar; pero cuando gruñó, "¡Aquamenti!" produjo un chorro de ron que sólo hizo rugir al fuego. Avery cogió un cántaro de agua y arrojó su contenido a las cortinas ardiendo, alcanzado alrededor de un cuarto del fuego y tres cuartos de Mulciber.
"Qué escena tan idílica," dijo Severus; Avery, Mulciber y Rosier se giraron para encararlo; Haddock luchó con más empeño para sacarse las mantas de la cabeza. "¿Sois magos, o babuinos con palitos?"
Apuntó al fuego y una fuente de agua helada explotó de la punta, empapando a Mulciber y al cercano Avery, remojando las colgaduras chamuscadas de Mulciber y su cama debajo de ellas. Ambos muchachos farfullaron mientras el agua se agotaba, el ahora fino chorro goteando de vuelta a la varita de Snape como una manguera cerrada.
Entonces barrió a los chicos de cuarto año inconscientes tambaleándose por el aire y, girándose, hizo el gesto de arrojarlos al pasillo–que fue cuando vio a la multitud reunida allí, todos chicos confusos de sueño, los más jóvenes todos boquiabiertos, los mayores observando. La espalda de Severus picó; alguien podría haberlo alcanzado mientras estaba dando la espalda. Había tenido suerte de que sólo decidieran mirar.
Les echó encima a los chicos inconscientes. Otro giro de muñeca y la puerta se cerró balanceándose, golpeando su marco con un boom amortiguado.
Por un momento esperó, la espalda todavía hacia los chicos de su año, tres de los cuales se convertirían en algunos de los Mortífagos más cercanos al Señor Tenebroso. No había formulado un plan sobre cómo lidiar con estos muchachos, aparte de tomar las cosas como vinieran. Había ocasiones en que el más Gryffindor de los planes era lo único que podías hacer.
Pero estarían interpretando la visión de su espalda cuando los encarara. Lo que fuera que Regulus había leído en ella, Severus había estado mostrándole confianza.
No esta vez.
Se giró, la Oclumancia apretada alrededor de su mente, su varita baja en una postura defensiva que podía volverse ataque en un momento. Avery y Mulciber seguían goteando, parados donde habían estado; Haddock se había liberado pero seguía sentado en el suelo, la boca colgando abierta. Rosier no se había movido, tampoco, pero tres varitas estaban fuera, cada rostro lo observaba, y la varita de Rosier era sostenida ligeramente hacia arriba y adelante… una posición de ataque que podía disparar casi sin aviso.
El Profesor Snape sería capaz de decir cuándo estaba llegando el ataque, pero Severus todavía no había sido capaz de decidir cuán capaz parecer.
"Tienes mucho valor viniendo aquí en absoluto, Snape," dijo Rosier con voz callada. Fue casi considerado, aun así casi una amenaza.
"Tengo mucho valor en general," replicó Severus. Entonces quiso darse un tortazo. Oh, Cristo, qué comentario tan Gryffindor.
Rosier sonrió a eso, pero fue delgada, suave con ideas desagradables tras ella. "Diría que lo tienes. ¿Sabes lo que está ofreciendo Lucius Malfoy a la persona que te derribe?"
"¿Un surtido de películas de gánsteres Muggles? ¿Riquezas de Oriente? No tiene una hermana, así que no puede ser eso–"
"El pito de Merlín, Snape," dijo Avery, mirando fijamente, "¿qué demonios pasa contigo?"
"Se ha vuelto loco," dijo Mulciber suavemente, un eco de esa voz que empleaba para susurrar a las chicas entre las estanterías de la biblioteca.
Más loco de lo que crees, pensó Severus. Y no estoy remotamente asustado de ninguno de vosotros, gilipollas.
Y en realidad no lo estaba. Desconfiaba de lo que pudieran hacer, no de lo que podían hacer. No podían tocarlo en terreno equilibrado, y a pesar de que los Slytherin raramente luchaban de modo equilibrado, el gran desequilibrio tampoco le preocupaba. Fue… un alivio comprender eso. A pesar de todas sus garantías a su madre y Lily, toda su cuidadosa lógica, se percató de que no había sido capaz de calmar sus propias dudas persistentes. Con Oclumancia, sí, pero no de un modo real.
No, el único temor que Severus tenía era por Lily. Ése era el único lugar donde podían herirlo. Y tendrían que pasar por encima de su cadáver sin cabeza, eviscerado, para llegar a ella.
"Lo que voy a hacer ahora mismo," dijo, "es irme a la cama."
Y con un amplio arco envió cuatro Stupefies fulminantes, carmesís, a través de la habitación, noqueándolos a todos al olvido.
Su regalo de cumpleaños para sí mismo.
