-N/A: ¡Hola! ¿Cómo estáis? Espero que bien o al menos mejor que yo. Sí, efectivamente me contagié de Covid, pero veamos el lado positivo de las cosas: mis síntomas son muy leves y la pausa del trabajo y la vida me ha servido para POR FIN actualizar, yaaaay.
¡Bienvenidas todas las que han empezado la lectura hace poco! Os prometo un viaje interesante ;)
Como siempre, quiero dar las gracias a las personas que comentaron el capítulo anterior: Gaby Grey, ivicab93, HarleySecretss, JuliaLestrange, MaripositaDebby, Hanya Jiwaku, Sally ElizabethHR, Lilianne Ethel Nott, sofihikarichan, NoraCg, Effy0Stonem, Dani H Danvers, Between White and Black, Hakerenit KasRiv, Johan, Tere, fransanchez, Sorcieres de la Neige, KahoBlake, Lina-san, Ryuuha Boon, Gibel, Morgan, Velourya y dos guests. Creo que he respondido a todo el mundo, pero como hace mucho que actualicé (shame on me), quizás me haya dejado a alguien. En ese caso pido perdón :(
Respecto al comentario de un guest (recordad que si no comentáis con cuenta no puedo responder), respondo a su duda por aquí: No tengo pensado incluir el Torneo de los Tres Magos, así que mi amado Viktor no aparecerá en esta historia.
Antes de que paséis a leer, recordaros un poco los acontecimientos de los últimos capítulos: Hermione descubrió que los Nott no eran sus padres biológicos, El Profeta se enteró y lo publicó (por lo que ahora lo sabe todo el mundo) y se celebró un juicio contra el señor Nott por asesinar al hombre que secuestró de bebé a Hermione. El señor Nott fue declarado culpable y Hermione volvió a Hogwarts.
Dicho esto, hemos llegado al momento que yo llevo esperando desde que empecé el fic: LA conversación con Draco. En varias ocasiones algunas me habéis expresado que os gustaría que el fic no siguiera la línea de muchos otros y Draco se quedara con Hermione porque la ama a pesar de su estatus de sangre. Siento mucho deciros que no va a ser así, porque eso sería traicionar al Draco de mi canon. Espero que pese a ello podáis seguir disfrutando de la lectura y tengáis paciencia hasta que lleguen las partes bonitas (que llegarán).
Ahora sí: ¡a leer! N/A-
Into the Light
XIV. Me encuentro solo cuando busco una mano y solo encuentro puños. (Ralph Bunche)
.
La noche anterior
Bajo toda esa fachada de fingida perfección e indiferencia, Draco Malfoy sabía que tenía defectos.
Muchos, en realidad.
Pero él, a diferencia de otros, sabía enmascararlos bajo virtudes y motivos para estar orgulloso de sí mismo. En realidad, si se parara a pensarlo, se daría cuenta de que la gran opinión que tenía de él mismo venía de varias inseguridades creadas a lo largo de los años.
Sin embargo, nunca se había querido meter en ese jardín. Lo que sí que sabía y de lo que era plenamente consciente, por otra parte, era que estaba furioso. La furia no le gustaba, porque eso significaba que su cerebro le dedicaba al motivo de su enfado más tiempo del que cualquiera merecería de su parte.
Ahora se sentía como un dragón enjaulado, incapaz de descansar aunque su jaula fuera su cómoda cama del dormitorio de Slytherin. Se quedó boca arriba y resopló, llevándose una mano a la frente. Estaba claro que esa noche no iba a dormir mucho. Sabía que Theodore tampoco, pero, francamente, en aquel momento su amigo ocupaba muy poco espacio en su mente. Además, Theo tenía quién lo consolara, porque hacía un rato había escuchado cómo Blaise se subía a su cama disimuladamente. El gesto le hizo querer gritarles que sus intentos por disimular eran una mierda, pero tampoco pensaba dedicar energía a una relación que no fuera la suya.
¿Qué relación?, pensó. ¿La que había mantenido durante años con la falsa hija sangre sucia del amigo de su padre? ¿La persona con la que se suponía que iba a casarse para preservar las tradiciones y la pureza de la familia? ¿Un matrimonio que además de honor también le traería felicidad?
Apretó los dientes con tanta fuerza que la mandíbula empezó a dolerle. También cerró los ojos, deseando que las pestañas se le pegasen y no dejasen escapar las lágrimas de pura frustración que hacían que le doliese la cabeza y se sintiera como un tonto. ¿Qué había hecho él para encontrarse en esa situación? Había cumplido con los deseos de su familia y se había enamorado y ahora resultaba que todo eso estaba mal.
Hermione.
Solo pensar en ella hacía que lo atravesara una miríada de sentimientos, la mayoría encontrados y muchos de ellos indescriptibles con solo palabras.
Confuso.
Traicionado.
Incrédulo.
Engañado.
Consternado.
¿Debía añadir «enamorado» a la lista? No podía mentirse ni negar lo evidente. Su padre le había recordado un millón de veces que los sentimientos eran un arma peligrosa, porque podía usarlos para su beneficio, pero los demás también podrían usarlos en su contra. Sin embargo, Draco lo había tildado secretamente de hipócrita. ¿Cómo podía decirle que vigilara lo que sentía cuándo estaba claro cómo miraba a su madre, aun después de tantos años? Él, que era el resultado de la combinación de los mejores, merecía solo lo mejor.
Con ese pensamiento cayó en la tierra de nadie, entre el sueño y la vigilia, hasta que se hizo de día y el ruido de sus compañeros de dormitorio levantándose lo despertó.
No habló con nadie de camino a las duchas ni nadie se atrevió a lanzarle más que un par de miradas de reojo. Bien. Draco no sabía cómo habría reaccionado si alguien se le hubiera acercado a preguntarle por la situación. Estaba tan crispado que hasta un «Buenos días» era capaz de despertar en él la furia que seguía quemándolo del día anterior.
Todavía seguía sin decidir si iba a bajar a desayunar —tenía el estómago cerrado— cuando le llegó una nota desde el despacho del director.
—Mierda —masculló mientras terminaba de vestirse.
Echó un vistazo a su reflejo solo para ver un rostro de una palidez acentuada con un par de ojeras afeándolo, pero se limitó a pasarse una mano por el pelo para echárselo hacia atrás y salir al encuentro de sus padres. Si a su padre no le gustaba el aspecto descuidado que tenía esa mañana, podía meterse su opinión donde le cupiera, porque Draco no tenía paciencia para otra de sus críticas habituales hacia su persona.
Además, sospechaba que no habían acudido a Hogwarts para comentar su aspecto.
Por los pasillos, la gente no era tan disimulada como en su casa: murmuraban a su paso, lo miraban e incluso algún que otro estúpido se atrevió a señalarlo mientras comentaba algo con sus amigos. En otro momento Draco se habría enfrentado a todos y cada uno de ellos y les habría enseñado a mostrarle respeto, pero no tenía tiempo para lidiar con la basura.
En la entrada al despacho de Dumbledore se encontraba el director en persona, que lo recibió con su habitual expresión despreocupada. Draco estaba seguro de que en realidad se trataba de indiferencia, porque el viejo mago nunca parecía afectado por nada. Debía de ser la edad, que restaba importancia a los problemas, especialmente los ajenos.
—Buenos días, señor Malfoy. Sus padres me han pedido el favor de hacerlo llamar para una reunión familiar de urgencia.
Draco dio varios golpecitos con el pie contra el suelo, pero no empezó a subir las escaleras al despacho por educación y respeto a su superior. Dumbledore, notando su impaciencia, se hizo a un lado y le indicó con la mano que podía seguir su camino.
Las escaleras de piedra empezaron a trasportarlo arriba con lentitud y Draco aprovechó los segundos para inspirar hondo y cerrar los ojos un segundo. En el fondo —aunque no tan fondo como le gustaría— estaba nervioso. Sabía a lo que venían sus padres, pero no era una conversación que estuviera deseando tener.
Su madre estaba tan guapa y perfecta como siempre, aunque tenía el ceño fruncido en un gesto profundo de preocupación. Se acercó a saludarlo con un beso y lo cogió delicadamente por las mejillas para examinarlo.
—¿Cómo estás, hijo? —preguntó con cariño.
—Bien, madre.
—No lo mimes tanto, Narcisa. No se le ha muerto nadie.
Su padre, tan perfecto como su madre, podría haber compartido su calidez, pero no era un rasgo típico en el hombre. Lucius miraba a Draco con dureza, como si la condición de Hermione fuera culpa suya y tuviera que darles explicaciones y pedirles perdón por haber fracasado de manera tan estrepitosa.
—Buenos días, padre —saludó el rubio con el mismo tono frío que el hombre había usado. Se separó de su madre y entrelazó las manos a la espalda mientras se erguía en toda su altura—. ¿A qué debo la visita? Supongo que no es porque me echáis de menos.
Su padre lo apuntó con el bastón.
—¡No bromees con algo tan serio, Draco! —Empezó a caminar por el despacho con expresión calculadora—. En un par de horas anunciarán la sentencia de Lawrence Nott. Seguramente le caerán más de diez años en Azkaban.
Draco enarcó una ceja.
—¿Ya se ha decidido?
Su padre lo miró con expresión desdeñosa, como si hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo. Era la técnica que tenía su padre para enseñarle a madurar: despreciar cualquier pregunta que no encajara con una perfecta imagen de adulto completamente informado. Draco había aprendido la táctica perfecta para contrarrestar el efecto: no preguntar a Lucius absolutamente nada y dejarlo a él hablar sobre el Wizengamot o por qué sus ideales eran los correctos o lo que fuera sobre lo que el hombre tenía a bien informarlo.
—No hace falta que lo hayan anunciado en voz alta para que se sepa. Las pruebas contra él son apabullantes. —Lucius negó con la cabeza con exasperación—. Lawrence, tipo estúpido. Además, hoy testificará su… —Apretó los labios y los torció en un mohín de desprecio—. Ella —terminó diciendo—. Ya sabes cómo son los de su tipo.
Draco dio un paso adelante con los puños apretados, pero ante la ceja enarcada de su padre y la expresión preocupada de su madre se detuvo y se obligó a relajar las manos. Su primer instinto había sido defender a Hermione, pero esa estaba dejando de ser su labor. Por la mirada de Lucius, debería acostumbrarse a ello rápido.
Presintiendo el rumbo que iba a tomar la conversación, Narcisa se adelantó.
—Tenemos que hablar del compromiso, hijo.
El rubio se quedó mirándola sin decir nada.
—¿Y esa cara, Draco? —Su padre dio varios pasos hasta quedar a poca distancia de él—. ¿O es que quieres casarte con una sangre sucia? —Draco entrecerró los ojos—. No traerás la vergüenza a esta familia ni un segundo más.
Era el colmo. Draco bufó de indignación.
—¿«Ni un segundo más»? —repitió—. Te recuerdo que no fui yo quien estuvo insistiendo desde que tengo uso de razón en que debía casarme bien y que Hermione Nott era la mejor opción para la familia. ¡Si te hubieran dado cuerda, habrías estado horas hablando de los beneficios de ese matrimonio!
Su padre palideció y abrió los ojos ante su actitud revuelta. Dio un paso hacia él, pero Draco no retrocedió, sino que levantó ligeramente el mentón como desafío. Ya no era un niño, ya no pensaba agachar la cabeza y temblar cuando su padre considerara que estaba desafiando su autoridad.
—¡Crío insolente! —La cabeza de su bastón le dio un golpe en el pecho y subió hasta su cuello—. ¿Ahora pretendes que nos creamos que no babeabas por ella? Apuesto a que correrías tras ella si te lo pidiera…
—¡No es verdad! —La réplica de Draco nacía del miedo, pavor a que su padre tuviera razón. No podía mostrarse tan débil. No podía ser tan débil—. Si no pertenece a la familia Nott y no es una sangre pura, no la quiero —anunció.
La voz le tembló al pronunciar esas palabras, pero nadie dijo nada al respecto.
Las comisuras de los labios de Lucius se arquearon hacia arriba con el fantasma de la satisfacción que otorga haber manipulado a alguien.
—Bien, eso es lo que quería oírte decir.
—Lucius —Narcisa intervino; las arrugas en su ceño y en las comisuras de sus ojos no se habían suavizado—, vas a llegar tarde a la reunión.
Su marido la miró de reojo y luego examinó la cara de su hijo.
—No hemos terminado. Más te vale cumplir tu palabra. Ya sabes lo que les pasa a los que renuncian al privilegio de pertenecer a esta familia.
La amenaza estaba clara: o rompía el compromiso con Hermione o podía despedirse de su apellido. Draco Lucius Malfoy ya no sería sinónimo de grandeza, de honor, de pureza. Se convertiría en un paria, un repudiado como Andrómeda y Sirius. ¿Y todo para qué? ¿Por quién? Él no era imbécil como su tío, que se había ido de casa a vivir aventuras con los desarrapados de sus amigos; o ingenuo como su tía, que había preferido a un simple hijo de muggles sobre su familia. Todo por amor. A él le habían enseñado que el amor solo debía sentirse si era útil, si no entorpecía sus planes ni su futuro.
No podía sacrificarse por una persona que ni siquiera era quien él creía. Aunque le doliera el solo hecho de pensar en despedirse.
No podía ser igual de débil que los demás. Él era mejor. Era el mejor.
Draco observó a sus padres marcharse por la red Flu e ignoró la última mirada de preocupación mezclada con afecto que le dedicó su madre antes de irse.
Cuando se quedó solo, se giró y estampó un puño contra la puerta de cristal de una de las vitrinas de Dumbledore. El cristal se rompió y el rubio soltó una maldición entre dientes al sentir el pinchazo de un corte en el lateral de la mano.
Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Iba a necesitar toda su capacidad de concentración para mantener la calma y llegar al final de ese día sin volverse completamente loco y destrozar medio castillo. Debía recordar quién era y que estaba muy por encima de todo aquello.
Se marchó del despacho a grandes zancadas. Dumbledore, que vio cómo la mano del chico goteaba sangre, no dijo nada.
Hermione, para ser tan metódica y organizada, no había planeado qué decirle a Draco cuando lo viera y empezaba a darse cuenta de que eso había sido un error.
De todas maneras, al ver al chico levantarse y acercarse lentamente a ella, supo que no habría servido de nada. Su mente se quedó en blanco, incapaz de articular un pensamiento coherente más allá de la terrible sensación de que no iba a salir bien parada de aquella conversación.
Las manos empezaron a temblarle.
—¿Cuánto hace que lo sabes?
Draco sonaba calmado, pero Hermione lo conocía lo suficiente para saber que se estaba conteniendo.
—Draco, yo… —empezó.
Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras la vergüenza se apoderaba de ella al darse cuenta de que era imposible poner una excusa. Era una pregunta sencilla con una respuesta muy corta y fácil de pronunciar y aun así, Hermione era incapaz de satisfacer su curiosidad. Sería como darle un puñado de clavos y un martillo.
El instinto de supervivencia le pedía que no se metiera en ese ataúd por propia voluntad.
Pero Draco no iba a dejarlo estar.
—¿Cuánto? —repitió entre dientes.
Hermione levantó la cabeza para mirarlo a los ojos, pero lo que vio la hizo retroceder un paso y desviar la mirada hacia algún punto de la chimenea.
No tenía sentido seguir defendiendo lo indefendible. No cuando, en el fondo, la persona que tenía delante le estaba reclamando lo justo.
—Desde la noche que murió mi madre —musitó.
Las palabras recorrieron el corto espacio entre ella y Draco e hicieron que el mago resoplara con consternación. Si Hermione hubiera sido capaz de enfrentarse a su mirada, habría podido ver que tenía el ceño fruncido y un amago de sonrisa incrédula y amarga se dibujaba en su rostro.
Algo se rompió entre ellos.
—¡Una puta semana! —Hermione dio un salto ante el repentino grito—. ¿Cuándo pensabas decírmelo, el día de nuestra boda? ¿Cuándo tuviéramos hijos? ¡Mírame a la cara, joder!
Varias lágrimas se le escaparon, pero la bruja finalmente se enfrentó a él y lo miró con reproche. No tenía derecho a hablarle así de mal.
—¡Mi madre acababa de morir y yo acababa de descubrir que mi vida es una mentira! ¡¿Qué querías que hiciera?! —replicó, sacando fuerzas de no sabía dónde.
—¡Tuviste cinco días! ¡Me pasé contigo todo el tiempo que me permitiste! ¡No me lo contaste porque no te dio la real gana, admítelo!
—¡Porque sabía que ibas a reaccionar así!
Ambos respiraban agitadamente y se quedaron mirándose durante unos segundos, sin decir nada más. Hermione aprovechó el momento de calma para alargar una mano hacia él, pero Draco se dio la vuelta. Cuando volvió a girarse, había recuperado la misma expresión vacía e indiferente del principio.
—Acabo de caer en un pequeño detalle. —Se inclinó hacia ella y entornó los ojos—. ¿Qué era lo que leías en la biblioteca hace unos días, Hermione? —pronunció su nombre con un tono desprovisto de calidez, algo que la bruja no pensó nunca que podría pasar.
Era como si estuviera discutiendo con el Draco que conocía el resto.
Al pensar en todas las horas que había pasado en la biblioteca investigando, enrojeció. Instintivamente se llevó una mano al colgante, acariciando la fría superficie.
—Estaba buscando… —tragó saliva con fuerza y respondió con los ojos cerrados— una manera de purificar mi sangre.
Admitirlo en voz alta la hizo sentir estúpida, como una niña pequeña que pensaba que si lo deseaba muy fuerte, lo que anhelaba se haría realidad.
Draco la miró con los ojos como platos y después soltó una carcajada seca.
—¿Hasta ese punto estabas dispuesta a llegar para ocultar tu secreto?
La condescendencia y el desapego con que le habló hicieron que Hermione cerrara las manos en puños.
—¡Lo hice por ti! —espetó, acercándose a él y golpeándolo en el pecho con un dedo—. ¡Porque sabía que esto pasaría si descubrías la verdad! ¡Porque sabía que estos tres años juntos no significarían nada si yo no era la novia perfecta que debes tener!
Decir la verdad en voz alta era liberador. Pero también traía unas consecuencias terribles. Una vez dicha, ya no se podía retirar, así que la única esperanza de Hermione era no salir muy mal parada.
Tras inspirar hondo, Draco alargó una mano. Hermione pensó, ilusamente, que era para coger la suya y asegurarle que eso nunca pasaría.
—En eso tienes razón. No me puedo casar con una…
Se contuvo, pero no con la rapidez suficiente para que Hermione no se sintiera como si acabara de golpearla en el estómago. Dio varios pasos atrás y lo miró con expresión dolida. Apretó los labios con fuerza para no llorar.
—Dilo. Venga, dilo. ¿Es lo que soy, no? —Al ver que él no iba a continuar, la palabra salió de su propia boca—: Sangre sucia. ¿Y ya está, verdad? ¿En eso me he convertido?
—Es lo que eres. No es culpa mía que tus padres fueran unos manipuladores y unos secuestradores de niños.
Por un momento, mientras Draco hablaba, la mente de Hermione viajó a un momento en un pasado no muy lejano, a una conversación que tuvo una noche que presagiaba ese exacto momento. «¿Qué pasará el día que se le escape esa actitud de mierda contigo?» le había preguntado Ronald Weasley. Ella se había asegurado que eso era imposible, aun cuando la pregunta le había causado inquietud.
«Aquí tienes tu respuesta, Weasley. Seguro que estarías saltando de alegría si supieras que tienes razón».
Pensar que alguien que no la conocía de nada hubiera acertado tanto sobre su futuro la hizo incapaz de contener las lágrimas durante más tiempo. Se quitó el anillo del dedo.
—Supongo que es lo que quieres, ¿verdad?
Draco lo cogió con cuidado de no rozar sus dedos y lo levantó en alto para observarlo bien.
—Ahora ya sabemos por qué no se encogió mágicamente cuando te lo puse —señaló con tono totalmente improvisto de sentimiento.
—Toma esto también. —Hermione se quitó el collar y se lo lanzó—. Alguien como yo no es digno de llevar un regalo tan caro. —Su voz estaba cargada de sarcasmo, pero la expresión del rubio no varió, claro indicador de que estaba de acuerdo.
¿Cómo podía ser tan cruel?
El collar golpeó su pecho pero cayó al suelo. Draco lo miró.
—Yo tampoco lo quiero. No me gusta recordar lo bien que he sido engañado durante tanto tiempo.
—Hasta hace una semana yo no sabía nada —se defendió Hermione con desesperación.
Así funcionaban los secretos. Se hacían grandes hasta que explotaban y manchaban cualquier verdad que viniera después.
—Eso ya da igual —replicó Draco.
Levantó un pie y pisó el collar con tanta fuerza que la superficie se dobló. Un objeto que en su momento había sido símbolo de amor y perfección quedaba reducido a un trozo de metal deforme.
Los recuerdos que almacenaba en su interior escaparon por las rendijas como humo blanco.
Hermione observó con desesperación cómo Draco pasaba por su lado y se aproximaba a la salida. Su historia no podía terminar así. No era justo.
—¿Y ya está? ¿De repente ya no sientes nada por mí?
Vio cómo se detenía en el umbral de la puerta de piedra y apoyaba una mano en el marco. Los nudillos se le quedaron blancos por la fuerza ejercida, pero el tono de su voz no dejó escapar la más mínima emoción.
Ni siquiera se dignó a mirarla cuando respondió:
—Eso ya da igual.
Cuando se quedó sola, su cuerpo empezó a temblar y antes de que se diera cuenta había caído de rodillas y sollozaba como si la hubieran roto en mil pedazos. Quizás su cuerpo estuviera bien, pero definitivamente su corazón no lo estaba.
Ya no tenía corazón. Había quedado tan maltrecho y olvidado como el collar que había en el suelo frente a ella. Lo recogió y se lo llevó al pecho, pero no sintió nada. Estaba tan vacío como ella.
Hermione pasó los dos días siguientes en su dormitorio de la torre. No recordaba cómo había llegado allí después de que Draco la abandonara como se abandonan las cosas que ya no se usan, pero no había salido desde entonces. Se pasaba las horas en la cama o junto a la ventana, mirando el exterior nevado. Cada ciertas horas aparecía comida que un elfo silencioso dejaba sobre su cómoda, pero cuando la bandeja desaparecía, seguía intacta.
Su mente daba vueltas a los eventos de los días anteriores una y otra vez. ¿Qué podría haber hecho mejor? ¿Qué no debería haber hecho? ¿Había algo que todavía podía cambiar? ¿Era culpa suya?
Las respuestas siempre eran las mismas y no le aportaban ninguna paz de espíritu.
Al final, el martes por la mañana decidió salir de su encierro para darse una ducha. Tenía los ojos rojos e hinchados de llorar y cuando se miró al espejo y vio a aquella chica de piel pálida y aspecto cansado, se dijo que de nada servía ya derramar una lágrima más. Sin embargo, cuando el agua empezó a caer sobre ella, empezó a sollozar de nuevo mientras se apoyaba contra el frío mármol y se dejaba caer hasta el suelo.
No sabía qué hacer con tanto dolor y lo peor era que parecía no tener fin. Cuando intentaba serenarse, era incapaz de tener un pensamiento positivo o encontrar un camino hacia la tranquilidad de su mente. Era como si sobre ella pesara un dementor que absorbía cualquier posibilidad de creer que volvería a estar bien algún día.
Cuando por fin pudo parar el torrente de lágrimas, salió de la ducha y se envolvió en una toalla, pero tuvo que sentarse; la falta de comida de los últimos días le estaba pasando factura y ahora, además de tener la cabeza embotada, también tenía el cuerpo debilitado.
Una pequeña voz en ella, lo que quedaba de la determinación que solía caracterizarla, le susurró que nadie moría de un corazón roto. Quizás a veces querría hacerlo, pero no moriría por eso.
Hermione suspiró y se acercó al espejo. Quitó el vaho de la superficie con la toalla del pelo y se dio cuenta de que una ducha la había limpiado, pero seguía con el mismo aspecto de antes. Cogió el peine y cuando iba a empezar a peinarse, se dio cuenta de que no había aplicado la poción.
—Mierda —musitó.
Era la primera vez en dos días que hablaba, pero se sorprendió al ver que seguía siendo una persona normal y no un despojo de sentimientos entremezclados.
Metió el peine en el pelo y empezó a tirar, pero desistió cuando se dio cuenta de que no iba a obtener un buen resultado cuando terminara. Y entonces tuvo un pensamiento revelador: ¿y qué más daba? ¿Quién era ella ahora? Desde luego, ya no era la perfecta Hermione Nott, con todo bajo control y una vida envidiable.
¿A quién tenía que impresionar? ¿De quién quería obtener aprobación? Todavía no se había enfrentado al exterior, protegida como estaba en la seguridad y soledad de la torre, pero sospechaba que afuera lo único que encontraría serían burlas y desprecio.
Cogió su varita y con un hechizo su pelo quedó reducido a la mitad de longitud. Cuando se secara, sería un caos, pero al menos no tendría que trabajar con la misma cantidad ni volumen.
Ojalá el resto de su vida pudiera solucionarse con un simple hechizo.
Fue entonces cuando le pareció oír su nombre.
Frunció el ceño; ¿estaría delirando por la falta de comida? Pero cuando escuchó una voz llamándola por segunda vez se dijo que era imposible.
En la sala común se encontraba una confundida y cauta Daphne Greengrass.
—¡Hermione! —Se quedó mirándola con los ojos como platos y puso una expresión que la aludida no supo y no quiso interpretar—. Iba a irme ya, pensaba que estabas durmiendo…
—Son las cuatro de la tarde —fue la única respuesta de Hermione. Su voz sonó como la de un autómata.
Daphne rio con incomodidad.
—Sí, es verdad. —Sus ojos viajaban por toda la cabeza de Hermione con tan mal disimulo que esta enarcó una ceja—. Te has cortado el pelo —señaló la rubia—. Te queda… distinto.
Hermione estaba a dos segundos de espetarle que si había ido a comentar su pelo podía largarse ya, pero en el fondo sabía que el resto del mundo no tenía la culpa de cómo se sentía.
—Sí.
Se hizo el silencio entre ellas hasta que Daphne recordó que llevaba algo en las manos. Se aproximó a la mesa que había junto a la ventana y dejó varios pergaminos sobre ella.
—Dumbledore me ha pedido que te traiga las tareas que nos han mandado estos dos días. Por si quieres ponerte al día mientras… —la falsa alegría que estaba usando para hablar le falló— te recuperas y eso.
Hermione bajó las escaleras hasta la sala común y se acercó a su compañera de casa.
—Gracias, Daphne. —Permitió a la estudiante que un día fue que tomara las riendas de la conversación—. ¿Me he perdido algo importante?
La otra bruja pareció aliviada al seguirle la corriente y le sonrió.
—Poca cosa, la verdad. McGonagall nos ha recordado por enésima vez que falta poco para los exámenes de Navidad, pero aparte de eso los días han sido tranquilos. —Carraspeó—. Dumbledore también me ha pedido que asuma tu puesto como Premio Anual, así que esta semana voy a hacer yo las rondas y eso.
Hermione asintió, aprobando la decisión del director.
—Bueno… —Daphne cambió el peso de un pie al otro y miró por toda la habitación antes de posar sus bonitos ojos en Hermione; esta se cruzó de brazos, repentinamente consciente de que había bajado solo envuelta en una toalla— me voy ya.
—Gracias. —Justo cuando la rubia estaba a punto de marcharse, a Hermione le vino un pensamiento—. ¿Cómo está Theo?
Daphne se giró a mirarla y se mordió el labio inferior, indecisa.
—Bien, supongo. No habla mucho.
—Dile de mi parte que…
La bruja rubia le dedicó una mirada de disculpa.
—Dice que no quiere saber nada de ti.
Los ojos de Hermione se llenaron de lágrimas, pero asintió y, sin decir nada más, se encaminó hacia las escaleras. Ni siquiera se atrevía a preguntar por Draco por miedo a que la respuesta fuera igual o peor.
—¡Una última cosa! —La bruja se detuvo—. ¿Vas a volver al dormitorio? —quiso saber.
Por cómo contenía la respiración, Hermione sabía que una respuesta negativa era lo que todos esperaban.
—No lo sé.
—Bueno, puedes volver si quieres, por supuesto. Pero yo iría a comprobar cómo están tus cosas. —Las palabras de Daphne llevaban un mensaje que Hermione no supo interpretar pero que no le gustaba nada—. Lo siento —añadió la rubia antes de irse.
Esas palabras estuvieron rondando a Hermione durante un par de horas más hasta que finalmente la curiosidad por saber a qué se refería Daphne pudo más que la vergüenza de salir y que la viera la gente.
Pese a que estaba famélica, aprovechó la hora de la cena para escabullirse silenciosamente de la torre de Premios Anuales. Todo el mundo estaba en el Gran Comedor, así que no se cruzó con nadie ni siquiera cuando llegó a la planta baja y siguió hasta las escaleras que llevaban a la sala común de Slytherin.
Contuvo la respiración mientras pronunciaba la contraseña y entraba. La luz verdosa procedente del Lago Negro la acarició y Hermione sintió que no había pisado aquel lugar en años, cuando en realidad hacía menos de una semana.
Subió al ala de los dormitorios femeninos y cuando entró en el suyo soltó un grito ahogado. La habitación estaba como siempre: las camas de Millicent y Tracey estaban deshechas, mientras que en las de Pansy y Daphne no había ni una arruga. La de Hermione, en cambio…
Tanto las cortinas que rodeaban la cama como las sábanas estaban hechas girones. Pero no solo eso. Su armario, que solía estar meticulosamente ordenado y con la ropa clasificada por colores, parecía la víctima de un huracán de dientes afilados que se había ensañado con todas y cada una de las prendas que poseía. No quedaba ni un solo vestido entero, ni una sola camisa sin agujeros.
Hermione no entendía nada. Se acercó con pasos lentos, como si una bomba fuera a explotar en cualquier momento, a su baúl. Era evidente que alguien había intentado abrirlo sin éxito, porque estaba tumbado de lado y tenía algunas partes astilladas. Con su varita lo enderezó y le dio un toque para que se abriera. Levantó la tapa con expresión tensa, con miedo de mirar en el interior.
Todo estaba destrozado. Los distintos frascos con pociones que guardaba se habían roto y habían manchado los libros y la ropa que había ahí
La bruja se sintió exhausta y se dejó caer al suelo al lado del mueble. Apoyó la cabeza en las manos e inspiró hondo, aunque no pudo evitar que la tristeza se apoderara de ella.
¿Cómo podía alguien odiarla tanto para destrozar todas las cosas que poseía? ¿Qué había hecho ella para merecerlo? ¿No era su vida ya bastante complicada?
No supo cuánto tiempo pasó en esa posición, pero cuando empezó a escuchar voces se levantó de golpe, alarmada. Con la varita hizo que lo que quedaba de su ropa se metiera en el baúl, lo cerró y lo encogió hasta que pudo cargarlo bajo el brazo.
No tenía sentido ya intentar esconderse, así que procuró llevar la cabeza alta y disimular el temblor de su labio inferior mientras bajaba a la sala común. Ya había allí varios estudiantes que enmudecieron gradualmente cuando la vieron. La mayoría la miraba con curiosidad, otros con expectación y había un grupito que parecía divertido con la situación.
—Bonito peinado —dijo alguien.
Hermione miró a Marcus Flint con expresión desafiante, pero el mago se limitó a sonreír taimadamente mientras se inclinaba hacia otro slytherin para susurrarle algo al oído que lo hizo reír. La bruja decidió que no era una pelea para la que tuviera energía en ese momento.
Siguió caminando hacia la salida y pasó por delante de Daphne y su hermana Astoria. Por un segundo pareció que la primera iba a decirle algo, pero su hermana le dio un codazo y la rubia se detuvo.
«Así están las cosas», se dijo Hermione. «Ahora soy la apestada, nadie quiere relacionarse conmigo». Esa afirmación le dolía más de lo que admitiría a nadie.
Justo a la salida se encontró con Theo y su confianza se tambaleó.
Su hermano primero la observó con sorpresa, pero negó brevemente con la cabeza y, con expresión gélida, la rodeó de modo que ni siquiera la rozara.
—Theo… —intentó llamarlo ella, pero la voz le salió estrangulada.
—Theo no quiere saber nada de ti —Pansy se cruzó de brazos frente a ella con una expresión de plena satisfacción en su rostro cruel—. Nadie quiere saber nada de ti, ¿verdad?
Nadie respondió en voz alta, pero la expresión de Pansy no cambió, indicador de que tenía razón.
Hermione no dejó que esto la hundiera aun más, aunque cada segundo que pasaba su realidad se volvía más oscura.
Ambas brujas se quedaron mirándose, librando una batalla silenciosa hasta que Pansy se hizo a un lado y se llevó una mano al corazón con expresión afectada.
—Adiós, Hermione. Te echaremos de menos.
—Adiós, sangre sucia.
Hermione estuvo a punto de perder el paso. No reconoció la voz, pero daba igual. Era la primera vez que alguien la llamaba así. Se le humedecieron los ojos ante la humillación que estaba viviendo por parte de su propia casa.
Sin embargo, no se detuvo.
«Yo ya no tengo a nadie. Es mejor que lo asuma cuanto antes».
-N/A: Bueno, pues ya está. Vamos preparando la hoguera para quemarme o algo jajaja. Puede sonar raro, pero este es de mis momentos favoritos del fic. Sí, cuando todo el mundo se lleva bien es maravilloso, pero la Hermione que nosotros conocemos del canon es una persona que ha tenido que luchar por su lugar en el mundo y se ha enfrentado a la adversidad, y la Hermione de este fic necesita pasar también por este proceso. ¿Es una m*erda? Sí, pero hay que hacerlo.
¿Odiamos a Draco? Bueno, no es que no se lo merezca. ¿Odiamos a Lucius? Se lo gana cada vez que habla. ¿Odiamos a Pansy? Imposible no hacerlo (aunque debo admitir que de los personajes esporádicos es mi favorita, ya explicaré por qué). Estamos en un punto en que todos van a tener su ración de dudas, sufrimiento y noches sin dormir (menos Pansy, ella está gozando). Las cosas irán mejorando, LO PROMETO, pero dejadme darles algunas raciones más de malos ratos.
Como siempre, si os ha (dis)gustado el capítulo, os agradeceré enormemente que me lo contéis en un review. Se admite todo: quejas, ¿alabanzas?, especulaciones, peticiones (aunque no prometo cumplirlas)... Cualquier palabra es buena para darme ánimos (insultos no pls).
Nos leemos. N/A-
MrsDarfoy
