Y si te quedas, ¿Qué?

Sé que estás cansada
Que has tenido un día largo
Y quieres apagar el mundo
Sé que todo el día
He contado las horas para tenerte cerca

Lo cierto es que, si no fuera por Michiru y Haruka, que básicamente la arrastraron hasta ahí, Makoto hubiera pasado la noche de ese jueves en su departamento, como era su plan original. Pero la tentadora oferta de la violinista y pintora de ser ella quien ofreciera el servicio de bocadillos en aquella elegante galería, que daba una recepción para todos sus artistas y compradores importantes por motivo del próximo fin de año, era una oferta que el negocio creciente de la castaña no podía despreciar.

Después de todo solo debería preparar los entremeses, del resto se encargaría el equipo de meseros que ya laboraban ahí y ella podría unirse a la fiesta como una invitada más.

Pero no era su mundo, por más que había soñado que lo fuera anteriormente.

Así que, una vez cumplido su compromiso, vagó por ahí con la deslumbrante mujer del mar y la arrebatadora ventisca que siempre la acompañaba, hasta que tuvieron que ocuparse de sus propios asuntos y se perdieron entre la gente, prometiendo volver por ella, pero entre más pasaba el tiempo menos esperanzas tenía.

Para empeorar el asunto sentía una fuerte presión en el estómago. No sabía el porqué de la inquietud que la invadía. Estaba acostumbrada a estar rodeada de gente poderosa como aquella, y su comida había sido halagada en varias conversaciones que escuchó por casualidad y otras que fueron directamente hacia ella. Todo estaba bien, era una buena noche.

Más las voces la aturdían, el color de los cuadros la mareaban.

Comenzó a caminar para alejarse lo más posible de todo aquel bullicio. Ya se disculparía con Haruka y Michiru luego, así fue que de pronto, Makoto estuvo sola de nuevo, en un ala poco visitada de la excelsa galería, frente a un cuadro que gobernaba la exposición de manera magistral.

Lo miró de reojo y por compromiso, luego giró hacia una estatua a su derecha que era más de su gusto. Una figurilla de un hombre sentado sobre un planeta...

Pero volvió a mirar el cuadro cuando su mente le ordenó algo de claridad sobre lo que había visto.

-¡Oh, por favor! -exclamó para sí misma mientras sentía su quijada irse al suelo y sus piernas doblarse ante el peso aplastante del mundo sobre ella.

Pero alcanzó a retroceder y tomar asiento en la banca puesta para contemplar la obra. ¡Y es que era magnífica! ¿Cómo podría enojarse por ello?

En aquel lienzo de casi su altura estaba ella, retratada por la talentosa pincelada de Michiru Kaioh. Eran sus formas, sus rizos cobrizos flotando libres entre la tormenta de fondo, su piel brillante y blanquecina casi fantasmal, rodeada de esa chispa tan bien hecha, que Makoto podía sentir la electricidad con solo verla.

Olvidando el hecho de su desnudez, todo era halagador y casi exacto, incluso sus ojos. Makoto los vio desde su lugar y luego se vio obligada a ponerse en pie para verlos más de cerca. Estaba segura que podría verse a sí misma parpadear si ponía suficiente atención. ¡Cuánto y que maravilloso talento el de Kaioh-san! Tan conmovedor, tan sublime que sentía la necesidad de tocarlo, de tocarse...

Esa era la "sorpresa" que le habían prometido al final de la noche, ¡Muy seguro que sí!

Dio otro paso, atraída por aquella sensación de pertenencia. Le pareció ridículo la manera que un simple listón de terciopelo la separaba de ella misma, pero a la vez era tan enaltecedor que no dudó en acariciarlo.

-Es hermosa—dijo una voz a sus espaldas. Makoto no volteó y solo asintió con la cabeza, temerosa de girar y que su inesperada visita se diera cuenta que la mujer desnuda en el cuadro era ella.

-Michiru Kaioh es una artista muy talentosa-respondió orgullosa y segura de su amiga y sus palabras.

-Claro que lo es, aunque este cuadro...

-¿Qué hay con él? -preguntó intrigada y sorprendida que un "pero" a su propia imagen no tan abstracta la molestara.

-Es irreal e inexacta, ¿Sabe? -dijo él-. La tormenta de fondo, la representación del poder de la diosa plasmada aquí es soberbia y exquisita no hay duda de eso, te hace retroceder ante tal despliegue de fuerza y belleza. La misma modelo es energía pura, puedes verlo en los detalles de la piel, las manos, el cabello que se antoja tan sedoso y esa sonrisa que, si bien no es tan clara, puedes sentir que está ahí y que podría poner de rodillas a cualquiera. Y, sin embargo...

Makoto giró. Después de aquellas cosas que la hicieron ruborizar no iba a permitir que ese hombre viniera a decir nada malo sobre ella...corrección, sobre el trabajo de Michiru.

Pero no esperaba, (porque realmente no había reconocido aquella voz tan profunda hasta que lo vio) encontrarse con él.

-...Y, sin embargo y sin dudar... tus ojos son más bellos que esos. Aunque hizo un excelente trabajo.

Sé que a veces piensas
Que has equivocado pasos en tu vida
Sé que a veces pienso
Que si no te tengo para qué más pasos.

Nathaniel Arima... Nephrite.

Makoto no se dio cuenta cuando sus labios se separaron ligeramente ante la visión de aquel hombre frente a ella. Habían pasado años sin verlo, ¿Dos? ¿Tres? Se preguntó a sí misma antes de intentar hablar. Porque él era verdaderamente arrollador a sus ojos, incluso los movimientos que hizo para llevarse a sus labios el vaso de whisky que llevaba en la mano eran cautivantes. Luego estaba su rostro afilado y sereno, sus cabellos marrones más cortos y más controlados que la última vez que lo vio. Y al final su sonrisa, esa que, haciendo juego con sus ojos, la desarmaban por completo.

-Siempre es mejor de carne y hueso—dijo y sonrió.

-Puedo autografiarlo si lo compras-bromeó. A él no podría negarle que la mujer de la pintura era ella.

-Estaré encantado. De hecho, acabo de hacerlo.

El rubor inundó sus mejillas mientras mentalmente anotaba asesinar a Neptuno en la próxima oportunidad, idea que la hizo sonreír también.

Y Nath, o Neprhite... que amaba verla sonreír, se contagió de su sádica alegría.

Habían pasado casi diez años desde que el cristal de plata y la añoranza de Darien trajeron de vuelta al cuarteto shittenou. Y aunque para Mina, Amy e incluso Rei había funcionado, para Makoto las cosas habían andado diferente.

Al final del día, cada una había logrado perdonar y superar sus heridas del pasado, y tarde o temprano hicieron una familia, mientras que Nephrite se decantó por Naru desde un inicio y Makoto, quien entonces tenía una relación con Andrew, se casó con él un año después, aunque recién se había separado, una historia de amor que no estaba hecha para ser verdad... Menos cuando el rubio nunca superó realmente a Reika ni el complejo de inferioridad que le provocaba no ser tan fuerte como para defender a su esposa del mal. Todo lo cual empeoro cuando la fuerza de atracción juntaba a los dos castaños a su antojo, cada indeterminado tiempo.

Al parecer esa era una de esas noches.

-No reconocí tu voz, han pasado años.

-Me recupero de un resfriado-sonrió.

Sé que quiero que seas lo primero

que vea cuando abra mis ojos

Aprendió a partir de la tercera vez que luchar era infructuoso y doloroso. Así que cuando aquel hombre le invitó una copa en su departamento ella aceptó casi de inmediato. Por lo que una hora después, barría con la vista el hermoso penthouse del acaudalado empresario.

-¿Nuevo? -preguntó mientras Nath retiraba su abrigo. Pudo sentir la presión extra en sus hombros que era tan reconfortante como delirante, además de la afilada nariz capturando el aroma de su cabello.

-Tenía que vivir en algún lado.

Mientras él avanzaba por delante hacia la cocina, observó su mano y la falta de la alianza en ella. Makoto llevó su mano a su dedo anular izquierdo, tratando de sentir su propia argolla, pero hacía tiempo que no la usaba más.

-Comprendo. -dijo a manera de consuelo. Nath le devolvió una sonrisa fugaz y asertiva.

-Lo sé.

Y entonces el ambiente se puso más pesado y el aire tan denso que prefirió sentarse en el sofá más cercano que alcanzarlo en la cocina. Podía escuchar el tintinear de las copas y las botellas de vino mientras las tomaba y las acomodaba para ellos. También podía escuchar el sonido de su propio corazón a punto de salir por su garganta, como la primera vez.

Makoto había encontrado consuelo en brazos de Nathaniel por una noche, hace unos seis años atrás, justo cuando descubrió que Andrew y Reika se reunían a escondidas. No estaba orgullosa y tampoco era su manera de desquitarse, pero hubiera aceptado cualquier cosa que la hiciera sentir bien, y el hombre que casi la atropella por andar distraída y cruzar sin precaución resultó ser una ruta de escape más que excelente. Haya sido o no el "destino" quien los reunió.

Y después estuvieron esos dos cumpleaños de James, donde llegaron solos y se fueron juntos una vez más, dos noches tan terriblemente eróticas que ella se sentía mal incluso cuando en la última, Makoto llegó a su hogar y su esposo no.

Pero ahora nadie la esperaba en casa.

Ni Naru llamaría para saber de él.

Y si te quedas esta noche
Y si me abrazas en la cama
Y si encaramos, por fin, tantas ganas
De ser los testigos de nuestras mañanas.

Hablaron por una hora y un poco más, de todo y de nada. La botella se vaciaba mientras la tentación llenaba el lugar. El reloj marcaba las doce menos diez, la ojiverde sabía que, si algo iba a pasar, estaba por suceder.

-¿Qué haces Makoto Kino? -preguntó y ella se sobresaltó. Sus ojos esmeraldas se cruzaron con los de él y las palabras se estancaron en sus labios. Nath bajó su vista a la mano de la chica, que seguía removiendo una argolla imaginaria.

-Es la costumbre, ¿Por qué te molesta?

Nathaniel soltó su copa y se sentó a su lado, harto de darle el espacio que parecía necesitar siempre. Tomó ambas manos y las acunó entre las suyas, llevándolas a su regazo.

-Porque si vamos a hablar de costumbres. Ahora mismo deberíamos estar cenando algo hecho por ti, luego beberíamos otra de estas botellas y casi por terminarla, me llevarías a la alcoba para hacerme el amor.

-¿Yo a ti? -preguntó sorprendida y apenada. Él sonrió cínicamente.

-¡O al revés! No lo sé. Cuando me embriagas pierdo algunos detalles.

Amaba la manera en que él la hacía reír, con comentarios tan serios y a la vez tan absurdos que descolocaban a cualquiera. Y ella, que ansiaba sonreír desde que la soledad la abrazó de nuevo cerca de un año atrás, se dejó envolver.

-Eres un tonto.

-¿Sería un tonto si te beso?

Se miraron a los ojos de nuevo, uno de esos retadores momentos donde parpadear era para débiles, pero ella era dócil a su aroma, a la tibieza de su piel y cedió. Cuando sus párpados iban de vuelta hacia arriba, Nath estaba tan cerca y después, solo estaba ahí.

Atrapó aquellos labios con los suyos, en un beso cálido y tranquilo. Makoto lo llamaba el "beso de prueba", era un chiste entre Minako y ella en el que aseguraban, el chico tanteaba el terreno antes de atacar. Júpiter siempre fue un campo minado para el atrevido general.

No esperó mucho antes de profundizar en su boca, sus manos la soltaron para abrazarla y acercarla y aunque era costumbre de la oji verde ser una pared inamovible ante el primer avance del castaño, él insistiría lo que tuviera que insistir hasta hacerla arquearse a su voluntad, algo tardado pero seguro.

-¡No! -dijo siguiendo el libreto de sus furtivos encuentros. Nath se separó ante el sonido de su voz, pero dejó sus frentes juntas, frotando deliberadamente sus narices en un roce tierno y erótico a la vez. Sus labios también jugaban a acariciarla débilmente.

-¿Por qué no? -preguntó en ese seductor tono de voz, aterciopelado y profundo, que lo era más debido a su ronquera.

-¡Porque... porque...! -suspiró-. ¡Maldita sea, no lo sé! ¿Por qué tenemos que hacer esto siempre?

-¿Resistirnos?

-¡Encontrarnos!

Nathaniel se irguió de nuevo, se sentó de frente a la mesa donde había dejado su copa y la tomó de un trago. Makoto lo vio beberse aquello un tanto harto, luego se deshizo el nudo de la corbata y se desabrochó el botón superior de la camisa, un gesto muy de él cuando estaba agobiado.

-Me he preguntado lo mismo, no tengo una respuesta para ello más que esa que no quieres escuchar.

-Destino.

-Es una palabra hermosa para que le rehúyas tanto.

Makoto se puso en pie de un salto. "Destino" era la peor respuesta para cualquier pregunta. "Destino" era la causa de su orfandad, "destino" era su labor como senshi, "destino" era su error al casarse con un hombre que nunca la amó realmente y la justificación que él le había dado cuando la dejó, "destino" ... era no ser madre y "destino" era su recuperada soledad.

-Quédate por favor. -escuchó salir de la triste voz del hombre que seguía sentado y que ni siquiera la miraba. Quiso ofenderse, pero lo cierto es que no era nada nuevo esa conversación y tampoco su reacción a la misma. Iba a irse, como siempre. Giró hacia él, como siempre.

-¿Para qué?

-¿Para qué? ¡Para todo Kino, para todo! -exclamó mientras dejaba caer su pesado cuerpo hacia atrás, sobre el mullido respaldo del sillón. Sus brazos fuertes y definidos abrazaron cada uno el respaldo contiguo mientras su cabeza miraba al techo dramáticamente.

No estaba en él ser suplicante, ni en ella digerir que lo fuera. Avanzó y se sentó en su regazo, con sus manos acunó su rostro y lo trajo de vuelta a ella, sus ojos chocolate brillaban nostálgicos y desesperados-. Acabemos con esto de una vez por todas para poder irme, ¿De acuerdo?

Makoto lo besó y él respondió el beso con mucha más intensidad que el primero. Volvió a abrazarla mientras sus manos se deslizaban por la espalda de la senshi de manera muy sugerente. Pronto abandonó su boca para atender su cuello, al menos la parte que su escote halter le permitía ver. Ella empezaba a jadear y él a gruñir su deseo que ya resaltaba bajo la tela de su pantalón.

Makoto se detuvo y se puso en pie, con una sonrisa dulce y el rostro sonrojado. Extendió una mano a Nath que la tomó sin dudar, dispuesto a seguirla al mismo infierno si ahí lo llevaba. Rodearon el sillón, con sus dedos entrelazados y ya acariciándose mutuamente. Casi llegando a la alcoba él la rebasó y avanzó por delante para abrirle la puerta.

-Déjame entrar primero, así seré yo quien te traiga y no al revés. No quiero que luego te laves las manos sobre esto como hace rato. -bromeó.

Apenas sus ojos se acostumbraron a la tenue luz, Makoto vio a Nephrite en cada rincón de su habitación. En lo sobrio y elegante de su decoración minimalista, en el telescopio en la ventana, que era más un regalo apreciado que una necesidad. Vio sus perversiones en la enorme cama que gobernaba la escena y, sobre todo, su vida y su esencia en el tragaluz del techo, tan absurdamente amplio que más bien era un ventanal. Pero las estrellas se veían tan bien desde ahí, ¿Cómo culparlo?

-Al menos no es un espejo.

Esos labios finos se torcieron en una maniaca sonrisa. Makoto hubiera seguido tratando de adivinar el porqué de su mueca, pero el sonido de un mecanismo la hizo voltear para ver como el tragaluz era cubierto por un espejo ante sus ojos.

-Esta noche no hay más universo que tú-dijo contra la piel de debajo de su oreja, sus labios comenzaron el recorrido para el cual habían nacido y renacido tantas veces.

La castaña dejó su piel al descubierto, ladeando su cabeza para que él tuviera mejor acceso. Esos besos prendían la chispa en su interior, aquella que llevaba su nombre y apellido. Nathaniel aprovechó la distancia y se deshizo del botón que sujetaba el hermoso vestido negro de satín a su cuello por una banda, su espalda descubierta era tan tentadora que de inmediato tomó el cierre y lo bajó lento y tortuosamente, mientras Makoto alzaba sus brazos para atrapar sus cabellos en cascada y evitar que él despegara sus labios de ella.

Tuvo que tirar de la falda de la prenda para que pudiera salir, estaba tan ceñido que lo obligó a arrodillarse, pero aprovechó para recorrer su columna con sus labios y sus formas con sus dedos hasta llegar al firme y redondo trasero, el cual besó sobre su atrevida y diminuta prenda de encaje.

Un gemido escapó de sus labios y él sonrió orgulloso, apenas estaba comenzando.

Acarició sus piernas antes de levantarse, ahora su nariz rozaba de vuelta su cuerpo, pero hacia arriba de forma atrevida y delirante, directo desde en medio de los hoyuelos que se formaban en su espalda baja, sus manos subieron más lento y por enfrente, de manera que cuando Nath atacaba el lóbulo de su oreja, recorría su vientre, sus costillas y acunaba sus hermosos, generosos y descubiertos senos con las manos, arrancando mucho más que un suspiro.

Podría tomarla de pie y ahí mismo, pero amaba ver sus ojos cuando lo hacía. Los soñaba en sus noches solitarias y de autocomplacencia. Aprendió que era inútil buscarlos en otras mujeres, aunque no es que se negara la oportunidad si la tenía, pero ninguna de ellas era ella, su ninfa de ojos esmeralda.

Ella se giró aun entre sus brazos y se aferró de su cuello, indicándole de manera tácita que la llevara a la cama. La alzó, sin ningún problema la levantó por encima de su propia altura mientras sus largas piernas se enredaban en sus caderas y avanzaba rumbo al lecho en tres pasos.

Gimió su nombre mientras la depositaba en la cama, donde había soñado con tenerla por demasiado tiempo, donde dolía recordarla. La besó de nuevo, decidido e implacable, recorriendo con su lengua cada rincón de su boca, deseando comerla y beberla porque su sed solo se saciaba con el elixir de sus labios.

-Nephrite... - exhaló de nuevo, casi sin aliento, mientras el bajaba por su piel en busca de su primer premio.

Sonrió pesadamentee. Y es que él ya no era Nephrite, su nombre era Nathaniel Arima, Nath para los amigos. Pero ella pudiera llamarlo casi de cualquier manera y él acudiría de inmediato. Si deseaba llamarlo como aquel maldito soldado vencido por el mal, él sería el general y ella su lucha.

Se encontró con su pezón ya altivo y listo. Lo rozó con las yemas de sus dedos antes de probarlo, castigarlo un poco con sus dientes y luego reconfortarlo con su lengua. La otra mano incursionaba al lado, masajeando delicadamente a su igual, para no dejarlo desatendido.

Miró hacia arriba para ver su progreso, su cuerpo se arqueaba bajo él tratando de encontrarlo, su mentón lo invitó a subir y besarlo. Aprovechó su altura recién recuperada para atender también sus labios y ella, para desabotonar la camisa y tirar de ella, así como de la mal colgada corbata. Pero no le dio mucho tiempo, volvió a su piel en cuanto tuvo la oportunidad. Tendría tiempo de sobra para desvestirlo, ambos lo sabían.

Los besos se extendieron hasta volver a su ya húmedo y palpitante sexo. La visión de la pequeña braga cubriendo su intimidad era cautivante y ciertamente su juguete favorito. Tomó la tela y tiró de ella para encajarla un poco, Makoto se arqueó al instante y Nephrite anotó una victoria más. Júpiter podría ser una fiera guerrera, pero en la cama tenía un punto débil que solo el conocía, estaba seguro de eso.

La paciencia nunca fue uno de sus dones, así que su lengua traviesa comenzó a beberla casi de inmediato en cuanto terminó de deslizar la braga por sus piernas, mientras ella se retorcía sobre las sábanas y se aferraba de ellas con fuerza. El general escuchó un fuerte trueno en las lejanías, una noche perfectamente estrellada se antojaba ahora tormentosa.

-¡Contrólate Júpiter! -le dijo contra sus labios inferiores, una sonrisa se dibujó en ambos rostros.

-¡A lo tuyo! -respondió ella con tono demandante pero juguetón.

Y él la complació, porque esa era su única misión esa noche... o casi. La probó completa hasta sentir sus músculos tensarse por primera vez, sus piernas atrapándolo para evitar que se levantara. Hasta que escuchar su nombre en un gemido que fue casi un grito desesperado, lo hizo entender que ella había llegado.

Volvió a su boca para mostrarle su propio sabor, mientras la chica le ayudaba a deshacerse de la camisa y el molesto pantalón que tenía atrapado su deseo.

Era todo un agasajo sus movimientos perfectamente coordinados. Se dieron cuenta desde la primera vez, era como si sus cuerpos se reconocieran a través del tiempo, de los mundos, de las vidas que cruzaban.

Makoto bajó sus manos por aquellos músculos tan duros y delineados, subía y bajaba con ansias y con el gusto particular que le daba verlo estremecerse a su toque. La lluvia ya se agolpaba contra la ventana, apenas unas gotas que pudieron ser tan iguales al sudor de su cuerpo resbalando por sus perfectos abdominales, hasta llegar a su afilada cadera y de ahí, a esa potente erección luchando por salir de su bóxer.

Ese era un dios de piel apiñonada y ojos de chocolate, que si los veías de cerca tenían destellos azules y profundos, como estrellas en el firmamento. Su propio Adonis que clamaba por estar en ella pero que gustaba torturándola y burlándose incluso en momentos como ese. ¡¿Quién se creía ese bruto y sensual animal?!

Se creía su dueño, y al menos en ese preciso momento ella no objetó aquello, salvo cuando jugueteó en su entrada, con la vacilación de hundirse o no.

-¡Bastardo! -le gritó al oído, derretida en ganas por llenarse de él.

-Mi diosa—dijo en respuesta a su merecido insulto.

Y con esa sonrisa cínica y socarrona, se empujó dentro apenas lo suficiente para hacerse sentir. Los ojos esmeraldas se abrieron enormes y fulgorosos mientras repetía el movimiento un poco más profundo, y luego mucho más.

Se detuvo un momento para mirarla ya estando dentro de ella. Estaban a un palmo uno del otro, tan unidos no solo en lo físico sino en lo espiritual que, aunque ella lo rechazara y lo negara una y otra vez, a sí misma no podía engañarse. Ningún otro hombre encajaba tan bien en ella.

Empezaron el danzar pasional que desató la tormenta en la ciudad. Nephrite marcaba el ritmo y ella marcaba su piel con las uñas, ya sin miedo, sin culpa. Bebía sus labios y su sudor de esa piel morena que contrastaba con la propia y por supuesto, gemía incontrolable, porque ese hombre sabía su trabajo y la conocía tan bien, que incluso si el maldito "destino" era la respuesta a ese "¿Por qué?", quizá podría aceptarlo.

El tiempo transcurrió entre besos, rasguños y el frenético golpeteo de sus cuerpos enloquecidos en deseo. Nephrite dominó imponiendo su fuerza y su velocidad por la mayor parte del tiempo. Pero ella sabía que él retrasaba lo inevitable, debía hacerlo porque al terminar la perdería de nuevo y no quería pensar en eso.

Y aunque ser tomada por aquel shittenou era experiencia muy diferente a las que hubiera vivido durante su vida, tampoco era del todo correcto, al menos ella no lo sentía así incluso ahora que las circunstancias eran diferentes y a su favor. Así que lo obligó a tumbarse y montó en él, decidida a tomar el control y explotar cuán más pudiera. No volvería a verlo, estaba decidido.

Lo cabalgó como la amazona que fue, como aquella princesa guerrera que atrapó al salvaje potro en primera instancia. Una bestia marrón de carácter fiero e indómito, que terminó comiendo de su mano.

Ella llegó primero y se arqueó hacia atrás, dejando que el placer recorriera sus entrañas de arriba abajo mientras el sujetaba su cuerpo esbelto por la cintura y sonreía ante su magnífico orgasmo. Luego arreció, bombeó sus caderas con más fuerza mientras ella seguía extasiada, llevándola al segundo clímax en cuestión de nada, momento en el que decidió alcanzarla y se derramó en su interior, exhausto, satisfecho, feliz.

Se quedaron ahí en silencio, algunos besos y la mutua caricia que volvía sus cabellos a una posición más favorecedora para sus rostros, era lo único que había después del sexo. Las respiraciones se fueron calmando y el sueño comenzó a invadirlos. Nath dio pequeños saltitos en busca de Makoto, quería recogerla en sus brazos y abrazarla hasta dormir. Pero nunca lo había permitido, ¿Por qué empezar ahora?

-Debo irme—dijo mientras intentaba sentarse. Pero un fuerte brazo la acostó de nuevo muy en contra de su voluntad-. ¿Qué crees que haces?

-No lo hagas.

-Debo...

-¿Por qué? ¿Te espera alguien?

Lo cierto era que no, pero el miedo la empujaba fuera de la cama. ¿Dónde estaba el miedo hace dos horas?

-No hacemos esto, te lo he dicho antes. Vino, charla, sexo y adiós. ¿Qué más quieres?

-¡A ti! ¡Evidentemente a ti!

-¿Para qué? ¡Para que luego me digas que tenías a alguien de antes y te vayas?

Esa fue la primera vez que escuchó la verdad salir de su boca. Y no es que no la supiera, todos lo sabían, pero ella se había negado a expresarlo abiertamente. Una mujer herida, despreciada... era mil veces peor que lo que se imaginaba.

-Mi única defensa es lo que ahora siento por ti, y la necesidad de hacerte feliz a partir de ahora sin pensar en el pasado.

-¡Que fácil!

-Tú también tienes un pasado mi amor. Y sin embargo solo me importa el aquí y ahora.

-¡Por favor, déjame ir! -dijo mientras sentía la presión de aquel cuerpo sobre el suyo. Nath no era tonto, sabía que ella podía tomarlo y arrojarlo contra la pared de así quererlo, pero en cambio su voz suplicante decía no y sí al mismo tiempo.

-¡Escúchame! -se impuso al fin, harto de tanta negativa que no era realmente clara-. Quédate este fin de semana, dame tres días para demostrarte que este es tu lugar.

-¡Estás loco! -gritó-. ¿Este es mi lugar?

-¡Conmigo! ¡O yo contigo! ¡Como malditamente escojas el orden! Dame la oportunidad, solo eso te pido.

-¿Qué se suponen que quieres que vea?

-Que no soy solo esto que ves por fuera. Que no te ofrezco solo follar como unos locos. ¡Ve nuestra vida juntos! Mira mí devoción por ti. Si después de esto no te convenzo, no volveremos a vernos. -aquello último salió con un tono de miedo y angustia, pero su mirada fría y acerada aminoró su sentir-. Quédate, puedes irte en cuanto quieras menos hoy.

-¿Y si quiero irme ya?

-Y si te quedas, ¿Qué?

CONTINUARÁ...

De mi para mí y para quien suspire tanto como yo por ese malditamente guapo, orgulloso, narcisista y encantador shittenou...

¡Feliz cumpleaños Nephrite!