Hola. Bien, la verdad es que esto empezó solo como una idea sin sentido. Pero con el paso de los día empecé a formarme algo más claro en la cabeza para toda la historia, que aclaro será en buena parte de los libros, con una dosis del show. Los reviews son bienvenidos.

Disclaimer: todo lo que reconozcan pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Catelyn

Su hermano acababa de irse del salón, cargado por una multitud de mujeres que hacían bromas subidas de tono. Tras él había ido su nueva esposa, con las mejillas sonrojadas al tiempo que era cargada por una docena de norteños de barbas pobladas. Los nervios de la joven Frey eran palpables; su hermano claramente no tenía ninguno.

La música era muy molesta. Los músicos Frey no eran muy buenos, y el ruido era tan ensordecedor que no creyó poder escucharse si hablaba. Bebió un sorbo de vino, tratando de quitarse un desagradable sabor de la boca y alejar el presentimiento de que algo malo iba a pasar. Echó una mirada alrededor.

Un puñado de norteños y Freys estaban agrupados alrededor de un concurso de bebidas en una de las mesas, mientras otros estaban bailando en la pista. El viejo Lord Walder Frey estaba sentado en su silla en el medio de la mesa del estrado. A su lado, su joven esposa era claramente infeliz de estar sentada sobre su rodilla al tiempo que un par de ancianas manos la acariciaban.

Miró en la mesa que ella misma ocupaba. En el otro extremo Wendel Manderly estaba sentado devorando una pierna de cordero, mientras Robin Flint y Jorgen Slate bebían vino al lado.

Miró a su hijo. Estaba con la corona puesta, una expresión indescifrable en su cara mientras hablaba con Jon Umber "el pequeño", que a pesar de su apodo le sacaba más de un codo a Robb. Se sintió esbozar una sonrisa. Pese a su juventud, tenía todo el aspecto de un rey.

Entonces la música molesta cambió de melodía. En cuanto distinguió la canción como "Las lluvias de Castamere" sintió como un sudor frío le recorría la espalda. Miró a Robb, y logró ver como un perno de ballesta se le clavaba en el hombro, poniéndolo de rodillas. Miró la galería y vio que los hombres sobre ella habían cambiado los instrumentos por ballestas.

Se desató el caos. Las saetas volaban y los gritos resonaban. Se agachó por instinto y vio como el pequeño Jon Umber se las arregló para llevar a Robb a un lado y volcar una mesa para usarla de escudo. Las saetas se clavaron en ella. Dacey Mormont intentó huir del salón y un Frey le agarró del brazo, pero ella logró liberarse tras romper una jarra en su cabeza, solo para que una flecha entre los omoplatos la derribara. Wendel Manderly se alzó con una pata de carnero en una mano y una saeta le atravesó la boca y le salió por la nuca. Otra media docena cayeron por los mortíferos dardos, mientras los hombres Frey que hace un momento estaban bailando y bebiendo desenvainaban espadas y empezaban a matar a los hombres que los rodeaban.

En medio de ese caos una voz la llamó.

"¡Madre!" Robb estaba apoyado contra la mesa. Una mano sujetaba la herida sangrante de su hombro y la otra tenía sujeto un pequeño cuchillo. Pero sus ojos azules miraban fijamente a los de ella al pronunciar las siguientes palabras "¡Madre, vete!¡Huye de aquí!"

Nunca sabría porque lo hizo. Jamás lo entendería. Mucho más tarde diría que se equivocó, que debía haber ido con él, que debía haberse quedado a su lado, que hubiese sido mejor así. Siempre lamentaría no haberlo hecho.

Corrió. Salió por una puerta abierta y emprendió la huida. Se subió el vestido y corrió lo más que pudo, tanto que sintió que los pulmones le ardían, pero aun así se forzó a correr más. Llegó al puente de piedra que en otra ocasión había cruzado junto a su hijo y al llegar se vio acorralada. Soldados con jubones con el emblema de las 3 torres corrían en su dirección; volteo la vista y vio que otros más la perseguían.

En ese momento no lo pensó. Se lanzó del puente hacia las aguas embravecidas del río. El Forca Verde la tragó entera, y en ese momento salió a relucir los muchos años que pasó viviendo junto al Piedra Caída y el Forca Roja; empezó a nadar hacia la orilla norte. Podía escuchar los silbidos de flechas, y en una ocasión una cayo junto a ella y se perdió en las aguas, pero no volvió la vista atrás en ningún momento.

En cuanto llegó a la orilla se encontró con una imagen que destruyó cualquier esperanza de seguridad que tuviera. El campamento norteño, el campamento de su hijo, estaba siendo atacado. Una columna de soldados a caballo y con armadura estaban atacando a los hombres de su hijo, matando y arrollando a los que cruzaban su camino. Vio flechas ardientes volar hacia las carpas y hombres muertos, mientras otros huían. Los gritos de combatientes y moribundos resonaban en sus oídos, en su cabeza, en su corazón.

Se tambaleó por el medio de la carnicería, viendo todo y nada a la vez. Por buena o mala suerte nadie la notó. Pero en un momento un caballo espantado se detuvo a pocos metros de ella. Sobre su lomo iba un cuerpo decapitado con un jubón que mostraba un tritón sobre campo verde mar. Corrió hacia él y, aguantando las ganas de vomitar, cogió el cadáver del brazo y lo desmontó. Nunca había sido un gran jinete pero logró subir al lomo del caballo y emprender el galope a toda velocidad. Ni siquiera sabía hacia donde iba. Solamente quería alejarse de allí. En un momento sintió un golpe agudo contra el brazo, pero no se detuvo a mirar que era, simplemente obligó al caballo a ir más rápido.

Cabalgó hasta el amanecer, no se detuvo por ningún motivo.

Cuando la aurora besó la tierra con sus dedos pálidos y rosados finalmente detuvo al caballo. El pobre animal estaba con espuma en la boca y sangraba por los costados. Lo guio fuera de la carretera y ató las bridas a un tronco podrido antes de finalmente detenerse para recuperar el aliento.

Entonces el dolor se hizo presente. Cayó de rodillas al tiempo que sus manos subían a su boca para tapar los gritos de dolor y los sollozos que querían escapar. Se tiró al piso y lloró durante lo que parecieron horas. Lloró por los hombres en los campamentos, por Wendel Manderly, por Dacey Mormont, por todos los buenos y leales hombres que habrían muerto la noche anterior. Pero más que nada, lloró por su hijo.

Su Robb, su amado hijo con Ned, su niño. Su mente la traicionó y empezó a mostrarle imágenes de su amado muchacho. De la primera vez que la pateó desde el interior de su vientre, de cuando lo pusieron en sus manos por primera vez, un niño rojizo y chillón, pero sano y lleno de vida. Sus primeros pasos temblorosos, su primera palabra, su primer día del nombre. Cada memoria se clavó en su corazón como un cuchillo que se retorcía, aumentando su dolor. Lloró hasta que la garganta le ardió y la cabeza le retumbó, hasta que cayó dormida de tanto llorar.

Cuando volvió a abrir los ojos ya era de noche. Las estrellas salpicaban el cielo, tan incontables como las lágrimas que había derramado antes de caer dormida. En cuanto se levanta siente un ardor en el brazo. Mira y ve un corte que se extiende a medio camino entre el hombro y el codo. No parece profundo, pero de todos modos lo lava en un arroyo cercano y con dificultad lo envuelve con un pedazo de su vestido arruinado.

Pasa días así, viajando sin pausa. Su comida son bayas y algunas hierbas, que aunque hacen que su estómago se retuerza con disgusto, también lo llenan y evitan que muera de hambre. Su única compañía es el caballo. En más de una ocasión se pregunta porque sigue adelante, porque simplemente no se echa en el piso a morirse. Ni ella misma lo sabe, pero aun así continua avanzando, en dirección al norte, o eso le parece.

Un día empieza a ver algo en el horizonte. Una mancha blanquecina a lo lejos. Avanza hacia ella, manteniendo la mirada fija, sin despegarla del frente. Cuando llega a la playa se cae del caballo y se tiende en la arena fría. Intenta levantarse pero las fuerzas la abandonan y cae en un sueño.

Estaba en las criptas de Invernalia; el frio gélido que siempre está en ese lugar se encuentra presente, y la oscuridad impera, reprimida por las antorchas que se encuentran en los soportes de las paredes. Ve las tumbas de tantos y tantos Stark que a lo largo de los siglos han llegado para reposar de manera permanente debajo del castillo que el primero de su familia construyo. Mira hacia un lado y empieza a ver las estatuas más recientes. Recuerda otra ocasión en la que estuvo aquí. Ned estaba a su lado, y le enseñó los nombres; Brandon Stark, que fuera Señor de Invernalia hacia un siglo. Su hijo Rodwell Stark, y su nieto William Stark, que fue asesinado por los salvajes en batalla. Edwyn, el hijo y heredero de William.

Había otros a los que recordaba de su juventud, personas a las que no había visto en muchos años. Brandon Stark, el joven con el que debía haberse casado, el hermano de su esposo. La pobre Lyanna Stark, que había muerto cuando apenas tenía 16 años, sola y lejos de su hogar. El hombre entre ambos tenía un semblante serio e implacable; el suegro que nunca llegó a conocer, Lord Rickard Stark, que había muerto de manera horrible a manos del Rey Loco. Con el corazón pesado avanzó unos pasos más, sabiendo bien a quien pertenecería la siguiente estatua. Pero no había una estatua.

Estaba Ned. Su esposo, el padre de sus hijos, el hombre al que había llegado a amar. Se encontraba sentado sobre la cripta, y en cuanto la vio se paró y extendió los brazos en muda invitación; ella no dudó en echarse en sus brazos, apretándolo con fuerza, habiendo extrañado muchísimo. Las lágrimas salieron sin permiso, y empapó la túnica de Ned, pero aun así no pudo evitarlo. Al poco tiempo estaba sollozando como una niña, desahogando su dolor, ese que la había estado acompañando desde que quedó viuda, y que se había incrementado más conforme los meses pasaban y perdí a más seres amados Lloró por Bran y Rickon, sus bebés asesinados por Theon Greyjoy, el antiguo pupilo de su esposo. Lloró por su padre, por todo el dolor que había padecido antes de morir. El torrente salado solo se incrementó cuando sintió esos brazos apretándola en contra de ese cálido pecho que siempre conoció. Ese calor tan familiar, el corazón que latía debajo y cuyo sonido retumbaba contra su oído eran las cosas más maravillosas que había conocido. Podría quedarse toda la vida así, y sería feliz.

Le pareció que había estado años así, pero al final, lentamente pero con firmeza, Ned la separó y la miró. Sus hermosos ojos grises reflejaron tristeza pero al mismo tiempo decisión cuando empezó a hablar.

"Tienen que volver a ser feliz. Has pasado por tanto dolor, pero tienes que intentarlo" ella negó, las lágrimas volvieron a sus ojos "Fui muy feliz a tu lado. Me diste más de lo que nuca te podría pedir, y nuca te podré agradecer lo suficiente, pero no puedes seguir así. Me duele verte ahogada en dolor. Aún tienes tanto para vivir"

Ella negó con dolor, no queriendo escucharlo. Él la acercó y con una mano la tomo con gentileza por la nuca. Colocó la otra en su barbilla y acercó sus labios a los de ella…..

Se despertó con un dolor de cabeza terrible. No tenía fuerzas para levantarse. Las olas lamían sus pies cubiertos por un calzado desastrado y su boca estaba seca. Se dio vuelta con dificultad, sintiendo la arena húmeda pegada a su mejilla. Miró hacia el cielo azul puro, un reflejo de sus ojos.

El único sonido que se escuchaba era el oleaje y las gaviotas, que volaban por el cielo. Hasta que una voz grave lo rompió.

"Ya despertaste"

Levantó la cabeza y vio que había 5 hombres a su alrededor; 2 de ellos llevaban espadas al cinto, otros 2 portaban lanzas, en cuyas puntas refulgían los rayos del sol. Y el último sostenía con sus manos una gran hacha de 2 caras de aspecto mortífero. Fue este último el que avanzó con una sonrisa que hizo que un sudor frío le corriera por la espalda.

"Vas a ser una buena esposa de sal"

Jon

Se encontraba mirando desde el medio de la multitud. Thenitas, saqueadores, mujeres de las lanzas, hombres morsa, incluso un par de gigantes estaban formando un amplio circulo dentro del cual 2 salvajes peleaban. Uno tenía un hacha de piedra; el otro una espada oxidada, pero combatían con ferocidad.

A su lado estaba Ygritte, que le susurraba un comentario mordaz a Ellen, una mujer de las lanzas achaparrada y de larga melena negra. Ellen soltó una risotada. Volvió su atención a la pelea y no pudo evitar una mueca de desprecio cuando vio como el salvaje con el hacha efectuaba un movimiento largo que lo dejaba totalmente descubierto. El otro hombre no lo vio, de lo contrario la lucha ya habría terminado.

Al final la lucha termino con el salvaje del hacha venciendo, pero tan golpeado que Jon dudaba que pudiera mantenerse en pie mucho más tiempo.

Cuando ambos hombres fueron retirados Sigorn de Thenn se adelantó. Jon se interesó de inmediato; el padre de Sigorn era el líder de los Thennitas. Pero su interés desapareció cuando Sigorn habló.

"Cuervo. Vamos a ver qué sabes hacer" exclamó, una expresión de burla en su cara. En las manos llevaba 2 espadas cortas de bronce.

De inmediato todos los ojos se volvieron a él; por un momento pensó en negarse, pero al final solo asintió y empezó a caminar. Sigorn era grande y fuerte; seguramente había matado a alguien de pequeño. Lo mejor sería usar la rapidez en su contra.

Se introdujo en el círculo, desenvainó a Garra y flexionó ligeramente las piernas.

Como suponía, Sigorn atacó primero. Se lanzó hacia adelante con un grito y dio dos cortes profundos; Jon simplemente desvió uno con Garra al tiempo que esquivaba el otro. Se movió a un lado y golpeó la rodilla de Sigorn con la empuñadura; el Thennita tropezó y efectuó otro corte, mucho más furioso. Lo esquivó con facilidad y derribó a Sigorn de una patada en el pecho. Retrocedió un par de pasos y observó a Sigorn levantarse furioso y cargar con un grito de rabia, sin la menor precaución. "Ser Rodrik me habría abofeteado si hubiera atacado de esa forma". Bloqueó y desvió los golpes de sus espadas en varias ocasiones, mientras esperaba la oportunidad de contratacar. Y llegó. Sigorn se excedió y dejo su lado derecho descubierto; Jon saltó hacia adelante y puso el filo de Garra contra el cuello de su oponente.

No se escuchaba nada más que el viento frío que soplaba a su alrededor, mientras Jon y su oponente derrotado se miraban a los ojos.

"¡JAJAJAJA!¡El cuervo sabe pelear después de todo!¡Le ha pateado el culo al hijo de Styr!" Tormund se encontraba muy entretenido, por lo visto.

Unos cuantos más empezaron a reírse, pero la mayoría se quedó callada. Hasta hace poco Jon veía desprecio y desconfianza en los ojos de la mayoría del Pueblo Libre; hoy también vio miradas de respeto, algunas a regañadientes, pero respeto a pesar de todo. Se sintió extrañamente orgulloso de esto. El resto del día pasó sin mayores incidentes.

Al día siguiente no estuvo entrenando. Al amanecer, Tormund Matagigantes lo arrastró al bosque encantado.

Eran un grupo de unos 20 hombres y mujeres libres, todos armados. Jon, por su parte, llevaba a Garra en su espalda, dentro de la funda de madera y cuero.

Llevaban un rato caminando cuando Jon le habló al hombre que estaba a su lado.

"¿Hacia dónde estamos yendo?" preguntó.

El hombre, de unos 50 años y barba salpicada de blanco, lo miro de reojo antes de hablar.

"Hay una aldea a unas millas de aquí; Mance nos envió para convencerlos de que se unan al ejército" le dijo.

La idea de que más salvajes se unieran al ejército que se dirigía hacia el Muro no le gustó nada a Jon, pero tuvo suficiente sentido común para no decirlo en voz alta. Solo asintió al hombre y continuaron en silencio.

Siguieron caminando; algunos hablaban, pero Jon prefirió mantenerse en silencio, observando todo a su alrededor. Los árboles que lo rodeaban, pinos soldado mayormente, estaban cubiertos de una capa blanca y pura, que tenía ocasionalmente algún color. En una ocasión vio unas pocas flores azules; le recordaron a otras iguales que había en los invernaderos de Invernalia. Era un paisaje inmaculado, sin mancha ni defecto. El silencio solo era roto por los trinos ocasionales de algunos pájaros y las voces y pisadas del grupo que, internado en la espesura, avanzaba con tranquilidad. Se veía el aliento cada vez que respiraba, un vaho blanco que se disolvía en aire frío.

Luego de lo que parecieron horas Tormund dijo que se detendrían a descansar. Todos se sentaron en la nieve, o se apoyaron contra los troncos de árboles. Tres de ellos se metieron en la espesura y volvieron con los brazos cargados de leña. Mientras encendían el fuego otro sacó 4 liebres flacas de un bolso, las despellejaron con rapidez y clavaron en espetones antes de ponerlas a asar.

Cuando todos estuvieron alrededor del fuego sacaron pan y quedo duro y, junto con un pedazo de liebre, esa fue su comida. Entonces, de pronto, un thennita con una camisa de lamas de bronce le habló.

"Cuervo" dijo. Jon solo lo miró "Dicen que tu hermano es un rey. ¿Qué hay de cierto en eso?" cuestionó. Todos dejaron de hablar para escuchar.

"Robb solo es mi medio hermano; teníamos el mismo padre. Y si, es un rey: el Rey en el Norte" dijo, antes de partir un pedazo del pan que tenía en la mano y comerlo.

"JA, el rey en el Norte. El verdadero Norte está a este lado del muro, cuervo" dijo Tormund.

"Tu hermano se sienta en el Trono del Hierro, o se mandó hacer uno propio?" intervino otro salvaje antes de que Jon pudiera replicar. Se sintió confundido. ¿Cómo un salvaje había oído hablar de un trono tan alejado?

"¿Cómo te llamas?" cuestionó. El salvaje se rasco la barba negra antes de hablar.

"Garron"

"¿Cómo has oído del Trono de Hierro?"

"Mi abuelo comerciaba con Guardiaoriente del Mar; los cuervos le contaron cosas, y él se las enseñó a mi padre. Mi padre me habló de algunas antes de morir. Me dijo que había un solo rey de los arrodillados, y que se sentaba en algo llamado el Trono de Hierro" le informó Garron. Jon solo asintió en comprensión "Entonces ¿tu hermano se sienta en ese trono de Hierro o tiene otro?" volvió a preguntar.

"No, mi hermano no se sienta en ese trono. De hecho, está en guerra con el chico que se sienta en él" dijo, sintiendo un estallido de rabia al pensar en Joffrey Baratheon, el chico que había cortado la cabeza de su padre. Ojalá Robb cortara su cabeza y la clavara en una pica.

"Un trono hecho de hierro" dijo Ygritte. A Jon le pareció notar algo de asombro escondido en su voz.

"Hierro de mil espadas, de los enemigos derrotados de Aegon" confirmó.

"¿Y este Aegon fue un rey importante?" le preguntó Ygritte. Jon esbozó una sonrisa burlona al contestar.

"Fue el primer y único hombre en conquistar todo Poniente, todos los reinos al sur del Muro" le dijo.

"Debió ser un gran guerrero" comentó una de las mujeres de las lanzas, Lara creía recordar.

"Lo fue, pero no fue por eso que lo logró. Aegon lo conquistó todo porque tenía dragones" explicó Jon. Algunos de los salvajes, que habían empezado a aburrirse, se volvieron a interesar de inmediato.

"¿Dragones, cuervo?¿Te sabes una historia con dragones? preguntó esta vez un hombre de barba larga, que le llegaba hasta la cintura y llevaba un carcaj y un arco en la espalda. Jon asintió y de inmediato varios salvajes más empezaron a hablar, todos pidiéndole que contara la historia.

Jon estaba sorprendido. Aquí estaba, entre un grupo de salvajes, hombres y mujeres adultos, todos guerreros, y aun así le recordaban a sus hermanos menores cuando le suplicaban por una historia antes de dormir. Se sentó mejor y empezó a contar la historia; los salvajes pasaron por muchas emociones mientras relataba cómo Aegon había quemado el gran castillo de Harrenhal con su dragón Balerion, como Visenya había quemado una flota entera con Vhagar, o como Rhaenys había atacado a Argilac el Arrogante con Meraxes. Las mejores reacciones las obtuvo cuando contó cómo los 3 hermanos habían luchado juntos y quemado a millares de hombres en una sola batalla; los salvajes parecían asombrados.

Para cuando terminó la historia todos lo miraban, pero antes de que nadie dijera nada Tormund se puso de pie, y con una cara inusualmente seria para él, declaró que ya habían estado mucho tiempo. Si querían llegar a la aldea antes del anochecer deberían apresurarse. Envió a un par por delante a explorar mientras los demás los seguían por atrás.

Jon se puso de pie y empezó a caminar junto a los demás. No llevaban ni mil pasos cuando un salvaje llamado Hal habló de nuevo.

"¿Cuánto tiempo más hasta que lleguemos a la aldea? Si nos quedamos afuera por la noche se nos van a congelar las bolas" comentó. El que hacía de guía, un hombre de unos 30 años llamado Burnol, miró la posición del sol antes de contestar.

"A este paso, deberíamos estar ahí en menos de una hora. No deberíamos tener problemas en conseguir un techo, al menos para esta noche" habló.

Los siguientes minutos continuaron sin nada más que charla ociosa, hasta que los exploradores volvieron. Cuando hablaron, todos se pusieron tensos a excepción de Jon.

"La aldea parece vacía. No hemos visto a nadie. Ni personas ni animales" dijeron con tono sombrío.

Varios salvajes soltaron maldiciones, y más de uno apretó el agarre de su lanza o llevo la mano a la empuñadura de su hacha o espada. Todos miraron a Tormund, expectantes. El Matagigantes empezó a caminar hacia adelante y los demás, Jon incluido, lo siguieron.

Tras unos minutos más de caminata llegaron a la "aldea", si es que se le podía llamar así a las pocas casas dispersas que había sobre una colina. Tormund desenvainó la espada y Jon pudo ver que los salvajes que llevaban arcos, Ygritte entre ellos, sacaban flechas y las colocaban, listos para disparar. Llevó la mano atrás de su espalda y sacó a Garra.

Cuando llegaron a la aldea se dividieron en 4 grupos. Jon e Ygritte estaban en el mismo. Entraron a una cabaña y no vieron nada; las brasas del fuego estaban heladas, y no había más huellas que las de ellos en la nieve de afuera. Era claro que nadie había pasado por ahí en un tiempo. Recorrieron 2 cabañas más y no encontraron nada, excepto Jon, que pudo ver una pequeña mancha de lo que parecía sangre seca contra una de las paredes; lo dejó intranquilo, y a juzgar por las miradas de sus compañeros de exploración, no era el único en sentirse así. Salieron de la cabaña y se encontraron con 2 grupos más, que como ellos no habían encontrado nada.

"Solo faltan Tormund, Delon, Rila y Thorfim. ¿Dónde están?" preguntó Kyle, los nervios notándose en su cara pecosa.

"Se fueron en esa dirección" dijo el thenitta con el que Jon había hablado más temprano, señalando hacia el lado opuesto por el que habían llegado a la aldea. Por un momento nadie dijo nada, pero al final Jon dio un paso adelante, decidido a buscar a Tormund y los demás y, con suerte, convencerlos de que se vayan de ese lugar. Miró hacia atrás y habló.

"¿Vienen o no?" dijo, pensando que, después de todo, era mejor no andar solo. Los salvajes solo lo miraron por un momento, pero al final Ygritte suspiró y se acercó a él. Se dio la vuelta y empezó a caminar; por detrás escuchó muchos pares de pies, señal de que todos lo siguieron. Aquello le inspiró una cierta tranquilidad.

Caminaron en la misma dirección que habían tomado Tormund y los otros en absoluto silencio. Se mantuvieron juntos, con Jon e Ygritte a la cabeza, mirando a ambos lados en busca de los miembros del grupo que faltaban. Los encontraron afuera de la aldea; todos estaban mirando lo mismo, una gran pino de ramas desnudas y afiladas. Cuando llegó junto a Tormund vio que tenía los labios apretados y el ceño fruncido; los demás no estaban mejor. Iba a preguntar que les pasaba cuando escuchó varias maldiciones dichas de los salvajes que los siguieron. Miró y vio en los ojos de todos la rabia y la ira. Pero lo que estaba más presente era el dolor. Miró hacia el pino devuelta y sintió como la bilis subía hacia su garganta.

No los había vista la primera vez, cuando estaba más concentrado en Tormund; pero ahora echó un vistazo más cuidadoso y lo vio. En las ramas desnudas del pino había lo que parecían bolas de nieve gigante, pero de uno de ellos salía una mano diminuta, la mano de un niño pequeño. "O la de un bebé" pensó Jon con mortificación. Miró y vio que de otras bolas de nieve colgando del pino salían también manos, o pies diminutos. Un par de cabellos rubios salían de una.

Escuchó un ruido y miró. Cerca de él, Ygritte se había tapado la boca para tratar de ocultar un sollozo. Otros tenían muecas en sus caras, o apretaban los puños.

No supo cuánto tiempo estaban ahí hasta que decidió hablar.

"Debemos bajarlos de ahí y quemarlos" se adelantó y cuando llegó a la base del árbol fijó un pie al tronco y empezó a escalar. No era tan bueno escalando como lo había sido Bran antes del accidente, pero se las arregló para alcanzar el más alto de los bebés. Con cuidado lo retiró de la rama. Escuchó a alguien llamándolo y al mirar hacia abajo vio a Garron observarlo con seriedad y los brazos extendidos. Dejó caer al pequeño y fue a otra rama para sacar a otro.

Uno a uno, fue sacando a los bebés y dejándolos caer a los brazos de Garron, o de varios otros de los salvajes, que se habían unido a la triste tarea. Era el peor acto que había tenido que hacer en su vida; ver esas caras infantiles, de mejillas regordetas y frías por la muerte y la nieve era horrible. En una ocasión, saco a una niña envuelta en pieles; sus ojos grises estaban llenos de horror mientras veían a la nada y su cabello era tan negro como el suyo; le recordaba tanto a Arya cuando era bebé que apenas fue capaz de contener el vómito que le subió a la garganta.

Cuando finalmente terminó bajo de vuelta al piso. Se encontró con una pira en la que estaban todos los niños muertos; uno de los salvajes se arrodilló junto al fuego y encendió la pira. Se quedaron en silencio, viendo como las llamas consumían los diminutos cuerpos. En un momento sintió una mano tomar la suya; era Ygritte, que contemplaba el fuego con ojos llenos de pesar. Le apretó la mano con suavidad; las palabras sobraban.

Unas horas más tarde estaban en la más grande de las cabañas; un fuego rugiente estaba en el medio, bañando el lugar de luz naranja y dándoles un muy apreciado calor. La mayoría del grupo estaba acurrucado en sus pieles, acostados en el piso de tierra o contra las paredes, durmiendo. Dos de los que aún estaban despiertos estaban apoyados contra una de las paredes, vigilando la única puerta. Él, Ygritte y un salvaje llamado Torgrey estaban sentados alrededor del fuego, calentándose. Nadie hablaba. En un momento dado Torgrey sacó un pellejo lleno de hidromiel. Dio un trago y se lo pasó a Ygritte, que dio uno más largo al pellejo y se lo pasó a él. Por un momento pensó en negarse, pero las imágenes de los bebés muertos aún estaban en su cabeza. Cogió el pellejo con ambas manos y dio un trago muy largo; algunas gotas se escaparon y corrieron por su barbilla, al tiempo que serpientes de fuego le bajaban por la garganta. Cuando no pudo más, lo soltó y se lo devolvió a Torgrey. El salvaje lo miró por un momento antes de volver a mirar al fuego. A su lado, Ygritte habló.

"Sé que aun eres un cuervo, Jon Nieve" abrió la boca para hablar pero ella no lo dejó "cierra la boca y escucha. Ya has visto como están las cosas aquí; los Otros matan todo lo que ven y dejan así a los que no les sirven. ¿Crees que el Pueblo Libre está yendo al sur por gusto? Pues no es así. Estamos siendo exterminados; cada vez son más numerosos los ataques. La única opción para sobrevivir es ir al sur. Si nos quedamos no tenemos futuro ni esperanza. Esas cosas están al otro lado del Muro" cuando terminó de hablar se acostó a su lado y cerró los ojos.

La estuvo mirando largo rato, pensando en lo que ella dijo. Razón no le faltaba. Si se quedaban iban a ser encontrados tarde o temprano por los Otros, y cuando eso pasara morirían. No pudo evitar pensar que si el estuviera en su lugar también haría algo parecido; tomaría a su familia y huiría antes de morir.

Se acomodó mejor y sintió a Garra a su lado, dentro de la vaina. Recordó al Lord Comandante Mormont cuando le había dado la espada, tras haberlo salvado del primer muerto que habían visto moverse; recordó el orgullo que había sentido cuando se le confió un arma tan valiosa. Y recordó cuando habían encontrado el cadáver; había sido el día en que él y Sam habían pronunciado los votos, ante un Árbol Corazón. Las palabras resonaron en su mente, pero una parte sobre todas las demás.

"…..soy el escudo que guarda los reinos de los hombres…."

"¿Qué eran los salvajes, con todos sus defectos, sino hombres?" pensó antes de caer dormido.

Y así termina oficialmente el primer capítulo. Trataré de que todos tengan más o menos la misma cantidad de palabras. Prometo hacer mi mejor esfuerzo para traer el próximo en una semana exactamente. Si les gusta la historia, por favor dejen reviews. Serán muy apreciados.

En fin, eso es todo. Les deseo lo mejor y nos leemos pronto si Dios quiere.