INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI
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Amor secreto
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CAPITULO 1
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El corazón de Kagome latía entusiasmado. Todo el viaje desde Devon hasta Londres podría resultar cansador y aburrido, oyendo a su cuñada parlotear quejas en todo el trayecto, pero, sin embargo, la perspectiva de lo que la joven encontraría, suplía cualquier incomodidad.
El saber que podría verlo a él.
La señorita Kagome Villiers tenía dieciocho años, pero llevaba seis años enamorada de un hombre muy cercano a su familia, aunque no de ella, pero lo suficiente para dejarle una profunda marca en el corazón y en el alma. Ni la distancia ni la condición del aquel caballero mermaron el afecto de la joven.
Y ahora, en compañía, de su hermano, el Barón Miroku Villiers y su mujer, Kagura venían, a pasar, por invitación de aquel caballero, una temporada en su casa de Londres.
El caballero en cuestión no era cualquiera, era el duque de York, Bankotsu Stanley, hombre de confianza del príncipe regente y un gran amigo de Miroku, ya que fueron compañeros en Oxford, donde forjaron una inusual amistad, pese a la gran diferencia de posición social.
Por supuesto, el platónico amor de la soñadora Kagome se reducía a sólo eso, para empezar el duque probablemente la veía como una hija, ya que era un hombre viudo de treinta años, de agrio carácter y además los separaba una honda brecha social, ya que ella era hermana de un barón rural, y él, un duque de excelsa posición.
La amistad entre el hermano de ella y el caballero no ayudaba en nada en la ecuación.
Sin contar que vivían en localidades diferentes, él en la ciudad, ella en el campo.
Kagome suspiró. La última vez que había visto al duque fue hace seis meses cuando los visitó en Alcott, la propiedad ancestral de los Villiers en Devon. En aquel, entonces acababa de enviudar y la visita fue fugaz. Kagome casi no pudo verlo.
No pudo evitar quedar boquiabierta cuando entraron a la zona de Grosvenor Square donde estaba afincada la enorme mansión York, fácilmente identificable con los emblemas prestos en las afueras.
Cuando el carruaje aparcó frente a la imponente casa, ya los esperaban la fila de criados. Kagome no tardó en reconocerlo a él.
El hombre más alto de todos, con una apostura esbelta, erguido con su traje de dos piezas. Cabellera negra lustrosa, piel ligeramente tostada y los ojos azules muy grandes.
― ¿Quién es la mujer? ―la voz curiosa de su cuñada Kagura le hizo percatarse de un detalle que había ignorado.
Una dama elegante estaba parada junto a él. Era claro que no era parte del servicio, sino una dama, pero ¿qué estaba haciendo allí?
A Kagome se le borró la sonrisa del rostro.
― ¿Acaso su excelencia ha vuelto a casarse y no lo sabíamos? ―preguntó Kagura y para incomodidad de Kagome, añadió ―. ¿Qué ese traje no lo llevaba puesto ya la temporada pasada?
Miroku sonrió, en porte bonachón. Ya no pudo responder a su mujer, ya que llegaron a la entrada y los atentos criados del duque corrieron a abrir la puerta del carruaje.
Kagome fue la última en bajar. Habia estado tan feliz en todo el viaje, pensando en que volvería a ver al duque, pero aquella felicidad se le empañaba al ver a aquella misteriosa joven.
Cuando le tocó saludar, fingió una sonrisa como pudo, y procuró no mirarlo a los ojos.
―Seáis todos bienvenidos, y os presento a la señorita Kikyo Rivers ―refirió el duque―, es la hermana de mi difunta esposa que ha pasado bajo mi protección.
Cuando Kagome oyó eso, un profundo alivio se apoderó de ella.
Fue allí, que pudo reparar más en la elegante muchacha.
A diferencia de ella, que era castaña, de rasgos dulces, estatura baja y delgada, la señorita Kikyo era dueña de una belleza arrebatadora, con unos ojos felinos, piel blanca como la leche y los cabellos muy oscuros.
Si necesitaba la protección de su cuñado, era claro que tendría la misma edad que Kagome.
El duque sólo le dio una mirada cordial a Kagome y a lady Villiers, antes de volver a entrar a la casa ya con Miroku al lado.
Kikyo se quedó mirando a las recién llegadas, examinándolas a fondo y siguió a los demás.
Sólo quedaron una sorprendida Kagome, una furiosa Kagura que se quitaba los guantes con rabia y las doncellas de ambas.
―Entonces esa chiquilla es la hermana de la difunta Tsubaki ―comentó Kagura ―. Como ha bajado la hospitalidad aquí ―se quejó la mujer de Miroku
A Kagome, esos detalles le pasaban desapercibidos, pero si tenía mucha curiosidad por aquella joven, que se le figuraba en la más bonita que hubiera visto nunca.
― ¿No la conocías? ―preguntó Kagome
Kagura meneó la cabeza.
―En los pocos meses que su hermana y el duque estuvieron casados, nunca llegué a verla. Estaba internada en un colegio ―comentó Kagura, para luego hacerle una seña a Kagome de que entraran a la casa ―. Al menos, entremos para refrescarnos, luego de un viaje tan horrible.
Kagome siguió a su cuñada. Ya estaba acostumbrada a su frontalidad.
La actual Lady Kagura Villiers, antes conocida como la señorita Kagura Robertson era una heredera americana, hija de un rico fabricante de café de Boston, deseoso de emparentar a su familia con algún caballero inglés. Fue así que la desfachatada Kagura acabó casada con Miroku, un hombre dócil y amable, de la nobleza rural en Devonhill.
Aunque al principio, sus modales y urbanidad espantaron a la regia sociedad inglesa, al cabo de un tiempo acabaron reconociéndola como una mujer justa y merecedora de respeto. No tenían hijos y con el modo de ser de la dama, parecía estar feliz de no tenerlos porque le aterrorizaban los partos.
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A pesar del esfuerzo de Kagome de toparse con la figura del duque, mientras subía por las escaleras, no pudo verlo.
La ama de llaves las condujo a ella y a Sango, la doncella personal de Kagome a la habitación que le asignaron, en un ala diferente a donde estaría su hermano y cuñada.
― ¿Por qué sus habitaciones están en otra zona? ―preguntó Kagome a la seria mujer
―La mansión tiene diferenciada las alas de huéspedes solteros y casados, señorita ―informó la mujer y luego de un colocar unas llaves en su bolsillo agregó ―. La cena que ha hecho organizar el duque estará presta de forma puntual.
La fría mujer se marchó luego de aquello, dejando instalada a Kagome y a su doncella.
La joven, aun no acababa de creer el lujo de la habitación y de la porción de la casa que alcanzó a vislumbrar.
Se recostó cuan larga era en la enorme cama de plumas, mientras Sango preparaba las ropas de los baúles que habían alzado antes.
Kagome suspiró soñadora. Era la primera vez en su vida que venía a Londres, pero en lo único que podía pensar, no era en las maravillas que podría ver antes de marcharse de vuelta a casa, sino en la oportunidad que tendría de admirarlo a él.
No era difícil ubicar el momento en el cual los sentimientos de Kagome hacia él cambiaron.
Llevaba sabiendo de él muchos años, ya que Miroku, cada que venía de Oxford a pasar las navidades, no dejaba de hablar de su buen amigo. En ese lapso, murió el padre de Kagome y Miroku vino a hacerse cargo de Alcott. Y lo hizo acompañado de su mentado y serio amigo, en aquel entonces nombrado recientemente duque de York.
Esas semanas fueron cruciales para que Kagome comprendiera el viraje de sus sentimientos.
Fue una tarde de verano, ella acababa de cumplir catorce años y estaba en una clase de equitación, no era muy diestra e hizo un mal movimiento. Hubiera tenido un terrible accidente, de no ser porque el duque, que observaba junto al barón no la hubiera salvado de romperse del cuello.
Luego de aquel salvataje todo cambió. Su alma romántica sucumbió ante el toque valiente y vibrante del caballero que la salvaba del peligro. Era una niña de catorce años que nada conocía del mundo, pero que no podía ignorar el llamado de su inquieto corazón adolescente.
El duque venía cada año a visitar la finca del barón y se quedaba unas dos semanas. Eran sus días favoritos del año y que más esperaba la jovencita.
En cambio, Miroku si viajaba más frecuentemente a Londres por negocios y se hospedaba en casa del duque. Kagome anheló tanto que su hermano la invitara a ir un día. Sin embargo, tal cosa nunca ocurrió.
Un día hace dos años, el cielo se volvió gris para ella con la noticia del casamiento del duque, que fue tan rápida como sorpresiva, que ni tuvo fiesta.
Kagome se deprimió tanto, que bajó de peso, dejó de tocar el piano o hacer esas mezclas de fragancias con flores que tanto le gustaban.
La muerte de la nueva duquesa a los seis meses de la boda, a causa de una tuberculosis fulminante incluso la hizo sentir culpable, ya que ella tanto renegó en secreto por aquella boda.
El duque no regresó a Alcott luego de haberse casado y tampoco posterior a haber enviudado.
Así que Kagome se encontraba altamente emocionada por esta visita. El duque de York había sido enfático en que toda la familia Villiers estaba invitada a pasar la temporada en su casa londinense.
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Durante la cena, Kagome se esforzó por disimular sus miradas hacia el duque, pero no podía evitar que los rayos directos de sus ojos fueran hacia él. Muchas personas sentadas en la mesa, pero ella sólo podía verlo a él.
Sentado en el centro, conversaba con Miroku. Aun en esa posición, era posible vislumbrar el porte armonioso y erguido del duque. Sus pestañas oscuras en contraste con los enormes ojos azules daban cuenta de una apariencia exótica, por su ascendencia escocesa, francesa e inglesa.
Kagome podía pasarse la noche completa haciendo un inventario de los encantos de aquel caballero. Con tanta inspección pudo darse cuenta de que el duque estaba vestido con un traje de hace varias temporadas, sus camisas no se veían nuevas pese a estar limpias.
La joven nunca fue partidaria de aquellos detalles banales, pero le llamó la atención.
Iba a seguir con su interesante tarea cuando una de las comensales, que aparentemente era amiga de la difunta duquesa y muy unida a señorita Kikyo comenzó una cantaleta, alabando el talento de esta última en el piano.
―Su Excelencia, la señorita Kikyo ha dejado con la boca abierta al mismísimo maestro Rupiers. Debéis de estar muy orgulloso de vuestra cuñada.
La aludida sonrió orgullosa de ser el foco de atención.
Y aquello fue aprovechado para que la aduladora comenzara a exaltar otras virtudes de la muchacha: además de tocar el piano, cantaba como los dioses y era la mejor en los bailes.
Kagome, en su dulzura se alegró de que hubiera una joven tan virtuosa en esas artes e intentó sonreír a Kikyo, pero ésta le devolvió una fría mirada y prefirió referir su atención al centro de la mesa, donde el duque no había hecho comentario alguno.
Cuando la cena acabó, el duque y los otros caballeros se retiraron al salón adjunto, dejando solas a las damas.
Eso desanimó a Kagome, quien decidió excusarse y marcharse temprano a la habitación. Aún estaba cansada del viaje y también le podía el desánimo de que el duque estuviera tan distante. No es que esperaba nada distinto, pero al menos hubiera deseado que no la tratara como si no existiera.
Al terminar de subir las escaleras, se dirigió distraídamente hacia uno de los pasillos. La mansión era tan grande que era fácil de perderse, pero Kagome encontró la puerta y la abrió.
Estaba algo soñolienta al hacerlo, pero abrió los ojos con fuerza cuando sintió un aroma diferente.
La habitación era dos veces más grande de la que ella utilizaba en la casa. La cama con dosel verde era espaciosa y por el orden del lugar, la joven entendió que podría ser de otros invitados, porque además de los Villiers, había muchas otras personas hospedadas en la casa. La joven se apresuró en salir, pero un retrato en la pared la detuvo.
La figura que revelaba aquel cuadro, que estaba colocado en un sitial de esmero era la de una mujer muy hermosa y que denotaba mucha dignidad. Lo llamativo allí eran los enormes ojos azules que poseía la dama. Mismos que ella conocía muy bien, porque no había hecho otra que amarlos durante todos estos años.
La joven se volteó.
La habitación era del duque de York.
Con razón, el exquisito aroma que aspiró, le llenó los pulmones de un modo tan satisfactorio.
Kagome recorrió la mirada por la estancia que poseía una decoración muy espartana para ser la habitación de un duque.
No pudo evitar acercarse a la cama y acariciar suavemente la sabana, palpar el colchón de plumas y acercar la nariz a una de las cortinas.
Sobre la mesilla, cerca de la chimenea, había varios libros. Kagome sabía que sus acciones eran inapropiadas y difícil de explicar si era descubierta, pero se acercó a revisar los títulos.
Eran tratados de contabilidad. Ninguna era alguna novela de esparcimiento.
Cuando Kagome entró a la parte del vestidor, la joven se sorprendió de la cantidad de ropa. La muchacha los acarició con la yema de los dedos.
Ropa limpia y almidonada, pero muy pasada de moda. Era claro que el guardarropa llevaba años sin renovarse.
Acercó su nariz y aspiró. Un olor a bergamota llenó sus fosas nasales. El aroma del duque de York y que ella reconocería en cualquier parte. Las contadas veces en lo que lo vio, él emanaba aquel masculino perfume. Mismo que se le metió en las narices hace cuatro años, cuando él la salvó de romperse el cuello en aquella cabalgata. Nunca lo olvidaría, porque aquel detalle le sirvió de inspiración para su pasatiempo de perfumista.
Cuando dejó las ropas, la joven siguió paseando sus ojos por toda la estancia. Notó que no había siquiera un retrato o nada que recordare a la difunta duquesa, o rastro de que él había estado casado una vez.
No sabía si deprimirse o alegrarse
Se sentó sobre la cama, observando con lastima el sitio.
―Esto no parece la habitación de un duque. Es como si él se hubiera olvidado de vivir adecuadamente…
Eso entristeció a Kagome, que él estuviera viviendo sombríamente por amargura. Quizá no superaba la viudez o algo.
Muy diferente a la alegre casona de Alcott, siempre florida, fragante y novedosa.
Fue allí que tuvo una idea arriesgada pero clara.
Si nadie se atrevía a hacer nada por él y mejorarle la vida, ella podría hacerlo.
El solo pensar en aquello, le devolvió la sonrisa al rostro y el optimismo le regresó al cuerpo.
Si él no se cuidaba a sí mismo, ella lo haría por él.
Aquel grandilocuente y estrafalario plan se hizo eco en su mente como una misión única a cumplir, una que debía ejecutar con esmero y sigilo.
Él no debía enterarse, sería complicado de explicar, amén de que podría enfadarse terriblemente con aquella violación a su privacidad.
Fue cosa de un instante, pero lo tenía decidido.
Pasaría la temporada, procurando hacer más cómoda la vida de aquel hombre.
Si él era feliz, para ella bastaba.
CONTINUARÁ.
Mercenarias, una historia cortita de 12 capitulos en curso. De amor, romance del puro ya que se vienen las épocas navideñas.
Espero no se aburran, realmente estoy sufriendo un bloqueo gravísimo y quiero practicar una regencia, antes de migrar a otro género.
Los quiere.
Paola.
