Various Storms and Saints
By: viridianatnight
Summary: Sangre sucia.
Hermione miró fijamente las letras que marcaban su piel. No habían sanado desde el día que fueron grabadas.
Capítulo 1
—¿Cuál es la diferencia entre una mariposa y una polilla, Señorita Mione? —le preguntó el Señor Granger a su pequeña niña.
Ella lo miró, con ojos brillantes y saltones. Sus rizos se movían con el viento, salvajes e indomables como siempre. La mariposa aleteó carentemente en la mano de su padre.
—Una mariposa —respondió, su voz es ruidosa y llena de alegría pura—, es más linda que una polilla.
El Señor Granger rio gustosamente.
—Creo que muchas personas estarían de acuerdo contigo. ¿Qué pasaría si te dijera que la polilla es más linda?
Hermione colocó su pequeña y aceitunada mano sobre la de su padre, permitiendo que la mariposa subiera a su regordete dedo. Se llevó a la cara a la criatura del color del atardecer. Sus delgadas antenas le hicieron cosquillas en la nariz y se le escapó una risita.
—Las polillas son grises y aburridas, papi, no pueden gustarte más. —Incluso desde muy pequeña, todo lo decía con bastante seguridad. Hermione siempre tenía razón, aun cuando sus padres no estuvieran de acuerdo con ella.
—¿Y por qué no? —desafió—. ¿Acaso las polillas merecen menos amor sólo porque no son hermosas?
Ella miró al pequeño insecto mientras volaba hacia el cielo azul infinito
—No, eso sería cruel. Pero, ¿y si la mariposa es más linda que la polilla, debería gustarnos más entonces?
Su padre sonrió.
—Por supuesto. No importa cómo se vea la criatura o si no es agradable. Podrías observar la cosa más maravillosa del mundo y aun así tener un corazón podrido en el interior. Pero te pregunto esto, paloma mía, ¿y si la polilla fuera más amable que la mariposa? ¿Le otorgaremos menos amor por su apariencia?
Hermione negó con la cabeza y su cabello castaño se agitó a su alrededor.
—¡Nunca!
—¡Nunca! —repitió su padre alegremente mientras la tomaba en brazos. Ella se rio cuando él la atacó con cosquillas y besos en sus mejillas regordetas. La pequeña niña, después de los eventos de un ataque de cosquillas, envolvió sus brazos alrededor del cuello de su padre. Inclinó la cabeza y rozó su pequeña nariz contra la de su padre en un beso esquimal. Hermione movió la cabeza rápidamente, siempre tratando de maximizar la cantidad de besos en la nariz de su padre.
—¡Thomas! ¡Hermione! ¡Es hora de comer! —La voz clara de la Señora Granger resonó.
—¡Una carrera, papi! —exclamó la pequeña.
El Sr. Granger la volvió a colocar en el suelo y se preparó para correr. Miró a Hermione, que estaba un poco en cuclillas con los brazos alzados hacia enfrente, sus ojos de un intenso color miel determinados en ganar. Un destello de amor puro y adoración cruzó su mirada mientras veía sus despeinados rizos y su espíritu de competencia.
—¡Vamos!
Hermione corrió como un pato, sus pequeñas piernas no la llevaban tan rápido. El Señor Granger corrió lento a propósito, como siempre.
—¡Vamos, Señorita Mione! —Su madre estaba en la entrada trasera del jardín con los brazos abiertos. Su propio castaño y rizado cabello, su piel aceitunada brillaba bajo el sol de la media tarde mientras le sonreía a su hija.
Hermione saltó a sus brazos y sus mejillas pronto fueron llenadas de besos, cargados del mayor amor que una madre podía tener. Ella se rio y sonrió, su mundo era maravillosamente perfecto. Tenía a mami y a papi, y a su pequeño jardín trasero donde su imaginación volaba libremente.
Años después, Hermione daría hincapié a sus recuerdos. Vería el árbol más alto del que cayó cuando tenía cinco años el cual nunca más se atrevería a escalar nuevamente. Descubriría el banco de madera debajo de dicho árbol donde pasaría incontables horas leyendo; desde Jane Austen a la edad de ocho años hasta Historia de la Magia cuando tenía catorce. Hermione estaba en paz en su pequeño jardín mientras el sol caía sobre ella y sus padres le rogaban que entrara y soltara su libro de una buena vez.
Y, sin embargo, a los cuatro o catorce años, no sabía que tendría su último momento de paz en ese jardín a los diecisiete. Durante las vacaciones de Navidad de su sexto año, donde la nieve se enterraba en sus tobillos y el frío penetraba sus huesos, detestaba el frío, pero aun así la recibió en su último momento de absoluta calma; donde nada en el mundo importaba más que el cielo azul y los pájaros, había tenido su último momento de alegría.
Hermione había perdido la paz.
Justo antes del amanecer, los tonos corales de la madrugada se encontraban con la absoluta oscuridad de la noche. Siempre hacía frío tan temprano en la mañana, pero esa era en parte la razón por la que Hermione se quedaba despierta. El frío era un sentimiento, tangible e indiscutible. Necesitaba que el frío le dijera que todavía lo sentía, por lo menos.
La Madriguera se volvió especialmente fría, al estar entre un bosque, el aire se volvió un poco más fresco y las criaturas deambularían con más frecuencia. Sentada en un tronco con su suéter de cuello alto alrededor de ella, vio cómo el amanecer se convertía en la mañana. Luego, una pequeña polilla revoloteó a su alrededor antes de aterrizar en su mano. Miró al pequeño insecto con sus pequeñas alas grises golpeteando. Reconoció que las polillas podían ser hermosas. Aunque eran más hermosas en compañía de su padre, los Weasley no se podían comparar.
Hermione se sintió culpable por quedarse con ellos, lo había estado desde que terminó la guerra. Molly ya tenía suficientes problemas, organizando un funeral para Fred, consolando al alma perdida que era George. Charlie, el segundo hijo mayor de los Weasley, también había llegado para quedarse en la Madriguera, intentando ayudar a Molly y a Arthur. Ron también estaba allí, por supuesto, intentando resolver los problemas de Hermione.
No quería que la consolaran ni la compadecieran. La mayoría de las veces ella se encogía de hombros e interrumpía a Ron a mitad de la frase alejándose de él. Sabía que era odiosa, pero no se atrevía a preocuparse por ello. Él no parecía afectado por la guerra, ninguno de ellos, excepto tal vez George. Él perdió más que un hermano. La Madriguera se volvió sofocante para Hermione, con la cantidad de pelirrojos ajetreados, siendo constantemente ruidosos. Rara vez dormía. Incluso de noche la madera crujía, los Weasley nunca paraban.
Su otra opción era unirse a Harry en Grimmauld Place. Sin embargo, tampoco fue una buena opción en su cabeza. Ginny había estado con Harry la mayor de los días y no quería interrumpir su próspera relación. Si alguien se merecía ser feliz después de la guerra, era Harry. Hermione no se interpondría ante eso.
Así que se sentó a principios de la mañana de verano escuchando el zumbido de las abejas y el trinar de los pájaros matinales. Su piel se erizó cuando una suave brisa sopló a través de su espeso cabello. Ella miró sin pensar a la nada, sus ojos rara vez estaban enfocados cuando podía estar tranquila. Cuando tenía la oportunidad de desconectarse, la aprovechaba sinceramente.
Pero su tranquilidad fue interrumpida por un búho enloquecido, Errol, se estrelló contra ella a toda velocidad.
—Maldito pájaro. —murmuró para sí misma mientras el ave se paró sobre el tronco.
En su pico había una pila de tres cartas idénticas. Las tomó y se quedó observando fijamente el familiar símbolo.
Srta. Hermione Granger
Salón principal de La Madriguera
Devon, Inglaterra
Una carta de Hogwarts. Las otras dos estaban dirigidas a Ron y Ginny. Hermione volvió a colocar las cartas en el pico de Errol y voló tambaleándose hacia la casa. Pasó sus dedos finos por encima del sobre; el escudo de Hogwarts. Mordiéndose el labio inferior, debatió sobre abrirlo o no. Hogwarts estaba constantemente en su mente, en todo lo que veía. Sus recuerdos volaban por su mente como duendecillos de Cornualles. Esta carta no fue un suspiro de alivio.
Estimada Srta. Hermione Granger,
El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería le invita a regresar a su casa en su octavo año. Durante los últimos meses, desde la milagrosa derrota del Señor Oscuro, Hogwarts ha sido reconstruido en su antigua gloria. Sin embargo, no hemos olvidado las vidas perdidas o los terribles recuerdos que el castillo puede albergar para muchos de nosotros. Reconocemos el dolor, y aunque también reconocemos que la vida continúa en medio de la aflicción. Hogwarts es el hogar de muchos de nosotros que merecemos la oportunidad de tener un cierre. Invitamos a nuestros alumnos potenciales de séptimo año, para completar sus estudios y tomar sus ÉXTASIS al final del año escolar.
Esto no es una propuesta sino un mandato. El ministro Shacklebolt exige que todos los estudiantes regresen a Hogwarts durante el próximo año. Si tiene alguna duda, consulte el formulario adjunto del Ministerio de Magia.
Sus profesores esperan nuevamente darle la bienvenida a casa.
Firma,
Minerva McGonagall
Directora de Hogwarts
Posdata: Me complace informarle, Señorita Granger, que se le ha otorgado el puesto de premio anual de este año. Le complacerá saber que su contraparte no será nada más que el Señor Harry Potter. Esperamos verla pronto.
Hogar. Casi despedaza la palabra de la maldita carta. Hogwarts nunca fue su hogar. Se alegró mucho cuando recibió su primera carta, tanto que lloró durante días. Eso no la detuvo de su interminable investigación sobre la magia mientras leyó entre lágrimas. Pero Hogwarts era sólo una escuela; donde hizo los mejores amigos de su vida y aprendió más de lo que pensó que fuera posible, pero nunca se sintió en casa.
Su hogar estaba en Londres; en una casa adosada entre la loca y vieja Señora Kittering y una panadería. Su hogar era el pequeño jardín trasero, no la desconcertante extensión de colinas en Escocia.
Y el título de premio anual. Era un chiste.
Miró la segunda página y releyó el mandato del ministerio, captando las palabras y oraciones; «antigua gloria...», «reconocemos…», «aflicción...». Para ella todo era una mierda. No significaba nada.
—Despertaste antes.
Hermione no respondió cuando Ginny se sentó a su lado. Podía sentir como la miraba antes de que las envolviera a ambas con una manta. Hermione miró hacia abajo para ver que tenía su propia carta abierta en sus manos pecosas.
—¿Tienes alguna opinión sobre esto?
Hermione se encogió de hombros.
—Siempre llega, ¿no es así?
—Pensé que los de sexto año terminarían regresando sin importar qué. —dijo Ginny—. Pero, no deberías verte obligada a asistir. ¿Leíste el mandato?
—No.
Ella miró a Hermione con cuidado. Ginny había estado haciendo eso desde el 3 de mayo, el día después de la guerra; observando a Hermione tan de cerca que la chica de cabello rizado se sintió más examinada en lugar de sentir que se preocupaba por ella.
—Bueno, ¿lo leerás?
—No lo sé, Ginny —contestó Hermione—. Probablemente sea una tontería de todos modos.
Se quedaron en silencio después de eso. Las conversaciones con Hermione no duraban mucho. Dejó de molestarse en hablar cortésmente en charlas banales, era inútil. Al principio, estaba preocupada por parecer frívola, pero después de un tiempo, esa emoción paralizante se apodero de ella, provocando que no le importase absolutamente nada.
La puerta principal se cerró ruidosamente detrás de ellas, seguida de un bostezo estridente y pasos que podrían rivalizar con los de un centauro.
—¿Todo bien chicas? —preguntó Ron mientras se sentaba al lado opuesto de Hermione.
—Sí, ¿recibiste tu carta? —preguntó Ginny.
Asintió una vez.
—Sí —Su mirada pasó de su hermana pequeña a Hermione, quien miraba al frente, con los ojos enfocando y desenfocando a la nada—. Al menos tenemos alrededor de un mes para prepararnos.
—Dieciséis días —dijo Hermione sin pensar.
—¿Qué? —preguntó Ron.
Ella suspiró.
—Tenemos dieciséis días hasta el primero de septiembre, no un mes.
Ginny le ofreció una sonrisa.
—Dieciséis días es tiempo más que suficiente. ¡Nos divertiremos otra vez! Podremos ir al Callejón Diagon, y con suerte Harry no volverá a estropear el flu de nuevo.
Ron rio. Fue desalentador escucharlo reír, porque era la misma risa de siempre. Siempre sincera, plena y cordial, era una risa que había reconfortado a Hermione más de una vez.
De repente, se quitó la manta de los hombros con la carta en las manos y se puso de pie. Volvió a mirar a los dos pelirrojos y notó lo rosadas que estaban sus mejillas, lo rojo de su cabello e incluso sus pecas, como canela salpicada sobre un lienzo, parecían más atractivas. Hizo que se le revolviera el estómago.
—Entonces, los veré en dieciséis días.
