N/T Nada me pertenece. Hoy os presento a una nueva autora. Ésta es una traducción-adaptación del relato 'Come Once Again and Love Me' de la maravillosa escritora en lengua inglesa laventadorn. Si os animáis a leerla en su idioma original, encontraréis una docena de relatos suyos en AO3 y FFN. Ésta es mi pequeña aportación para que conozcáis sus magníficas historias.
Si todo marcha según lo previsto, actualizaré capítulo cada tres días. Gracias por leer y espero que me perdonéis si no os parece perfecta, pues no soy una profesional de la traducción.
N/A La calificación 'M' podría ser exagerar las cosas, tales como lenguaje y violencia, pero prefiero sobre-calificar que sub-calificar.
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Capítulo 1
"Mírame…"
Y el muchacho lo hizo, ése era el milagro; quizá era una cosa tan sencilla, que no importaba si hacía lo que Severus quería… pero el interior de la casa estaba demasiado sombrío para que los colores florecieran y los ojos del muchacho sólo eran oscuros. Con ese rostro, podría haber sido su padre bajando la mirada a Severus. ¿Era así como Potter sénior lo habría mirado, como si no supiera si sentirse horrorizado o triunfal?
¿Era así como Lily lo habría mirado, mientras yacía moribundo?
Todo se deslizó lejos de él, como el agua por un sumidero, como las emociones en el agarre de la Oclumancia, como recuerdos en la mente de un Legeremante, remolinos en el pasado de un corazón al que te uniste, aunque fuera brevemente; porque como cualquier Legeremante sabía, los ojos realmente son la puerta de entrada al alma.
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Oscuridad. Sí, había esperado que estuviera oscuro.
Un leve frío. Eso, también, era esperado…
Tenía cuerpo. Podía sentir la pesadez en sus miembros… se sentía extraordinariamente como el letargo del sueño. Algo blando bajo sus omoplatos, la curva de su espina dorsal, sus caderas, muslos, piernas; podía sentir la sensación de vacío que siempre tenía en el estómago cuando yacía de espaldas.
¿Era una cama? Una bastante horrible. Los muelles estaban pinchándole. No esperado, precisamente, pero no sorprendente. Imaginaría que características de su infancia amueblarían su miserable vida después de la muerte.
Y había un–olor. A… ¿naftalina?
Severus abrió los ojos.
Un techo con una grieta que parecía el Nilo en los mapas de África. Papel de pared manchado, pelándose. Una estrecha ventana desnuda, su cristal sudando condensación y picado con huellas de nieve sucia que se había acumulado en el alféizar de afuera. Un radiador que chasqueaba y resollaba debajo de ella. Polvo, libros, un armario pelándose. Un baúl de Hogwarts abierto de par en par, ropa sucia derramándose sobre el polvo en el suelo. Y ese hedor a naftalina y repollo.
Era el dormitorio de su infancia.
Severus se incorporó, pinchándose de nuevo con los muelles. La habitación no cambió, a pesar de que estaba siendo aborrecida desde un ángulo diferente. Desde su sensación de confusión teñida de rabia, supuso que había estado esperando que se convirtiera en otro lugar.
¿Era esto el Infierno? Si el diablo se deslizaba por la mente, había pasado por alto su marca; Severus había odiado este puto lugar miserable, pero había contendientes mucho más fuertes como momentos de su vida que podrían cumplir la condición de escenario de tormento eterno. ¿Era el Purgatorio, entonces?
Severus se levantó de la cama. Sentía algo fuera de lugar. ¿Quizá era la túnica escolar? Había olvidado cómo picaba. También había olvidado el modo en que había escurrido el bulto por la casa en túnica escolar porque toda su ropa Muggle de segunda mano era de la talla incorrecta.
Se tanteó suavemente el cuello, luego lo acarició con toda la mano. Piel intacta. Nunca había tenido un espejo en su habitación, así que fue por el abrupto pasillo hasta el servicio.
El rostro que le devolvía la mirada en el espejo manchado sobre el lavabo era el de un adolescente.
Severus miró fijamente. Cerró los ojos, se los frotó con la mano, y luego volvió a mirar. Pensó en girar en círculo y aplaudir, una vieja y estúpida manera supersticiosa de protegerse del mal. Pero al final sólo se quedó allí, mirando, pensando… en nada. Su mente era un vacío palpitante.
Entonces volvió a ponerse en marcha, como el radiador lo haría a veces cuando se ahogaba con su propio vapor. Dios, no había usado el radiador en años–no de adulto. Porque se suponía que era adulto, se suponía que tenía treinta y ocho años, y estaba muerto después de perder con indiferencia una riña con una serpiente gigante que le había desgarrado la garganta, dejándolo morir en un montón de sangre y agonía.
Se pasó las uñas por el dorso de los brazos, por reflejo; pero fue sólo el fantasma del recuerdo, esa sensación del veneno escaldando la sangre en sus venas. Supuso que debía haber mordido la cápsula que se había incrustado en los dientes, o no habría terminado tan rápido… o quizá lo habría hecho; quizá había sangrado hasta morir, una perforación de la vena yugular… por qué el Señor Tenebroso no lo había alcanzado simplemente con su maldición favorita, Avada Kedavra, Severus no podía decirlo, pero qué mal momento para apartarse de la tradición: la Maldición Asesina habría dejado a Severus del todo incapaz de entregar al muchacho lo que había necesitado.
Albus había dicho que el Señor Tenebroso siempre había sido su propio peor enemigo. Severus no pensaba que el Director hubiera pretendido decirlo tan literalmente. Para ser una mente magistral tan megalómana, el Señor Tenebroso seguro que seguía disparándose en los pies. ¿Lo había vencido el muchacho? ¿O había muerto, al igual que Severus, antes de que la conclusión llegara?
Nada de ello importaba, sin embargo, ya no. Severus había muerto; estaba seguro de eso, y cuando moriste, ya no te importa una mierda la vida; ése era el trato. La cosa principal en la mente de Severus en este momento era su presencia en esta absoluta farsa. Tenía granos en la cara en lugar de arrugas. Era sorprendente ver cuán suave se veía su rostro si relajaba el ceño.
Bueno, no iba a encontrar respuestas mirándose. Conocía ese cabello fibroso y nariz monstruosa y ceño indignado demasiado bien, de todos modos.
Regresó a su dormitorio, su radiador chasqueante y olor a naftalina, y se sentó a su mísero desastre de escritorio. Cuando la silla dio un crujido inquietante, se levantó, y se encontró al nivel de la nariz con un calendario.
A menos que hubiera olvidado cambiar su calendario en algún momento–lo que, conociéndose, era una posibilidad–era Diciembre de 1976. Por alguna razón, había rodeado el treinta y uno con un grueso rotulador negro. ¿Por qué estúpido propósito? ¿A quién le importaba una mierda el Año Nuevo?
Volvió a hundirse sobre la cama. La habitación estaba fría, incluso con el radiador canalizando vapor. Este frío era diferente del frío de la mazmorra. Era frío-de-aislamiento-de-mierda.
Se envolvió en su polvoriento edredón y apoyó la cabeza contra la pared, mirando fijamente el calendario.
Diciembre 1976.
Quizá había subestimado este lugar. Si ese calendario debía ser creído, ésta era la representación de un día en que ya había perdido a Lily por la primera de muchas veces.
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23 de diciembre, 1976
Quizá era una oportunidad de revivir su vida.
Severus casi se abstuvo de pensar con desdén que era una oportunidad por la que mucha gente moriría, ya que ello ponía toda su vida peligrosamente cerca de ser poco más que un puto retruécano terrible. Especialmente cuando el resultado de la situación era volver a tener dieciséis. Lo único que Severus odiaba más que tener dieciséis en primer lugar era tener dieciséis de nuevo.
Bueno, casi diecisiete, pero a quién le importaba una mierda. Las vacaciones de Navidad de sexto año. Al menos no tendría que volver a hacer los T.I.M.O.s. Al menos no tendría que sufrir más años de adolescencia de los estrictamente necesarios. No importa que no comprendiera por qué cualquiera de ellos fuera necesario en primer lugar–seguramente su vida sería más útil de volver a vivirse cuando ya era Mortífago. Honestamente no podía ver por qué había sido empujado al pasado en un punto a medio camino tan bizarro, más de nueve meses después de su ruptura con Lily, y unos buenos diez antes de ser Marcado. ¿Por qué ahora?
Después de vivir durante unos buenos treinta y ocho años deprimentes, Severus había perfeccionado el pesimismo innato hasta una ideología fundida en hierro. Puede que hubiera una buena razón para ello, pero también podría no haber razón en absoluto.
Lo único de lo que estaba seguro era de cuánto no quería estar en esta puta casa. Rebuscó en un montón de ropa en el suelo su único abrigo, una cosa miserable de la tienda de saldos de la ciudad, y salió, evitando a sus padres, en silencio en alguna parte en las superficiales profundidades de la casa.
Navidad estaba apenas a dos días de distancia, acercando más el Año Nuevo con cada día apenas perceptiblemente más largo. Ahora estaba completamente oscuro, sin embargo, pasadas las cinco de la tarde, y en esa década todavía había multitud de gente viviendo en su extremo de la ciudad. Aunque las farolas eran erráticas, suficientes ventanas estaban iluminadas en las casas que pasaba, metidas en la calle como si apenas tuvieran patio, para parchear la acera de luz. Severus pasaba por bandas de oscuridad y enfermiza luz eléctrica, dejando las filtraciones de programas de radio y televisión, discusiones y conversaciones, puertas golpeando y aspiradoras funcionando, pasar de largo; los detritus de la vida Muggle. Pasó por un cine, uno que recordaba cerrado hace tiempo, allá en la época en que había madurado y sobrevivido a todos. Esta noche, el frente del edificio estaba cubierto de carteles de algo llamado Stars Wars, con 25 de mayo impreso debajo. Pensó que le sonaba vagamente familiar.
Se percató de que en realidad no estaba pensando en nada, y le gustó de ese modo, al menos por un momento. Cuando giró por una avenida comercial, pasado tiendas cerrando, supo sin mirar su reflejo en los escaparates polvorientos lo que vería cualquiera: un adolescente, bastante feo, en ropa de segunda mano que le sentaba mal, que debería lavarse el pelo y arreglarse los dientes y, si pudiera lograrlo, convertirse en una persona completamente diferente si quería relacionarse con gente decente. No tan diferente de quien había sido en el momento que murió–de quien era, todavía–y aun así… eso es todo lo que era, para cualquiera. No había Marcas Tenebrosas, sólo los camales demasiado cortos de sus pantalones. No había Mortífago de doble cara, sólo un muchacho feo. Para estos Muggles, ni siquiera era Severus Snape. Era simplemente… nadie.
Y por el momento, eso estaba realmente bien.
Un alivio.
Caminó a la deriva por las calles de la ciudad hasta que llegó a una especie de local grasiento, sus luces estridentes asomando débilmente a través de persianas bajadas, un cartel de abierto de un beligerante rojo parpadeando sobre la puerta. Entró. Estaba vacío salvo por la camarera, que estaba fumando, y una mujer de aspecto cansado leyendo un diario en un cubículo en el rincón.
La camarera se acercó, el pitillo colgando entre los dedos, el extremo ardiendo en un anillo de naranja fundido en un círculo de negro. Severus raramente olía ese olor; sólo una o dos veces al año, cuando se aprovisionaba en las tiendas durante el verano y alguien que acababa de comprar un cartón se apalancaría justo fuera de la entrada y encendería.
"¿Qué tomarás?" preguntó la camarera. Su voz era ronca. Severus no se percató de que había estado mirándole fijamente las manos, que eran de aspecto ancho y cuadrado, con una fea manicura, hasta que ella levantó el pitillo a su boca y le dirigió una mirada burlona.
"No importa," dijo él. Su propia voz fue plana, porque realmente no importaba. "Cualquier cosa."
"Si pides cualquier cosa, obtendrás cualquier cosa," dijo ella. No fue ni hostil ni una advertencia; sólo una afirmación.
"Entonces eso es lo que obtendré."
"Entonces eso es lo que obtendrás," acordó ella, y lo dejó.
Severus manipuló las persianas hasta que pudo ver la calle. Los coches pasaban. La gente caminaba. Había comenzado a caer una ligera llovizna, haciendo que las calles relucieran con reflejos de las tiendas y el tráfico y las luces erráticas que los Muggles usaban para cortar la noche. Todo parecía frío.
La camarera regresó con una cafetera y porcelana corriente, y le sirvió una taza sin una palabra. Había algo en sus manos que le hacían mirarlas fijamente. Cuando se percató que eran manos de hombre, se sintió como un voyeur.
Ella estaba sonriéndole burlona. Él bebió el café sin comentarios, y ella volvió a marcharse, para sentarse junto a la barra y encender otro cigarrillo. Detrás de ella, hubo ruidos en la cocina. La mujer leyendo el periódico en el rincón estaba llorando en silencio, bien leyendo o fingiendo leer mientras lloraba.
Cristo Dios, este lugar es deprimente. Era tan deprimente que casi comenzó a reír, sólo del puro absurdo.
La visión de la mujer llorando sobre el diario le hizo desear haber traído algo para leer. Sin un libro, no tenía nada en qué ocuparse, e inevitablemente volvería a deslizarse a rumiar sobre su… presente. ¿Futuro?
Por supuesto, eso era suponer que esto estaba ocurriendo siquiera. Todo era realista, incluso preciso en lo que concernía a los detalles físicos; pero, ¿era real? Nunca había oído que la gente regresara a un momento al azar en el tiempo después de morir. ¿Qué se suponía que era esto, una especie de bucle de realimentación temporal?
Quizá era la ocasión de abandonar a todos y mudarse a Belice. O a Creta. Siempre había añorado un lugar agradable en el Mediterráneo. Quizá de esto trataba la vida posterior: confusión inicial, porque no había manual de Después de la Muerte; y entonces volverse una ventaja… una oportunidad de hacer lo que no lograste, en vida.
La puerta se abrió de golpe. Se giró por reflejo para ver quién había entrado con tanto ruido–
Y casi se ahogó con su corazón, porque era Lily.
Lily, a quien sólo había visto durante los últimos diecisiete años en recuerdos de Pensadero, y quien, visto así, más bien podría no haber visto en absoluto. Probablemente Dumbledore habría dicho algo repulsivo acerca de que la magia del corazón es diferente de la magia de la varita, pero Severus sólo pensaba que el cerebro humano era débil. Había olvidado las pecas en el puente de su nariz–cuando las vio, recordó cómo las había odiado ella, cómo la loción para el bronceado nunca hacía nada bueno; siempre le salían, sin importar qué. Había olvidado cómo su ceja derecha se curvaba hacia arriba en la esquina, lo que la había vuelto loca, porque, siempre había declarado, se suponía que debían ser simétricas. Las cejas de Potter–las del muchacho; las de Harry–habían sido exactamente iguales.
Había olvidado cuán bien fulminaba ella con la mirada.
Pero no había olvidado que ella lo había rastreado hasta un local grasiento justo antes de Navidad, porque nunca había sucedido. Esto era… nuevo.
Se percató de que la camarera había llegado junto a su mesa y estaba mirando a Lily con aburridas cejas alzadas. Si Lily la vio, la ignoró, pero Severus sospechaba que Lily estaba demasiado ocupada fulminándolo con mirada asesina. Siempre había sido obcecada estando de mal genio.
"Severus," dijo ella, con los dientes tan apretados que su nombre salió como un siseo en lengua Pársel. Por un momento, Severus se preguntó qué era tan horrible en que estuviera sentado en un local Muggle de comidas, pero entonces su razonamiento adulto se afirmó: claramente Lily estaba rabiosa por alguna otra cosa.
Simplemente esperó, observándola en silencio. Honestamente, no sabía qué decir. Cada vez que había imaginado suplicarle perdón a Lily, era siempre a su fantasma, la mujer, la madre del muchacho, y ella siempre había sabido todo lo que él había hecho. Esta Lily no sabía nada.
Lily fulminó, abrió la boca, luego la cerró con fuerza y pareció aún más furiosa, aunque esta vez consigo misma.
"Toma asiento, cariño," dijo al fin la camarera. Por el modo en que Lily dio un bote, Severus supo que realmente no había notado que hubiera nadie más allí.
"Er–gracias," murmuró Lily, poniéndose de un rojo brillante que chocaba con su cabello. Rodeó el borde del cubículo hasta el otro lado y se sentó torpemente frente a Severus, ladeándose mientras intentaba correrse por el horrible plástico Muggle.
"¿Vas a tomar algo?" le preguntó la camarera, todavía aburrida. "Aparte de una pelea."
"Oh–er." Sacada de su juego, Lily parpadeó. Severus tuvo la bizarra sensación de que le recordara, una vez más, a Potter–el hijo, no el padre. Quizá era la cosa más retrógrada que jamás había sentido. Durante seis años, no había hecho más que pensar en Lily cuando miraba al muchacho–cuán poco se parecía a ella, cuánto no era como ella, excepto por los ojos; los ojos que siempre miraban a Severus justo del modo que ella lo había hecho durante los peores años de su vida–y ahora estaba cara a cara con Lily y la tímida mirada en su rostro era exactamente como la del muchacho.
"Um… ¿café?" ofreció ella, como si preguntara si estaba permitido.
La camarera fue a buscar la cafetera sin una palabra. Una vez se marchó, el embarazo de Lily comenzó a cambiar de nuevo a un ceño. Severus se encontró mirándose las manos. No podía recordar cómo se había cortado el nudillo. No dijo nada, y tampoco ella.
La camarera regresó con el café de Lily y la comida de Severus, que era básicamente un desayuno, y bastante poco apetitoso. No le importó en particular. Salvo por los pocos años entre la m–entre lo que había sucedido en el '81 y el descenso de su desaliñado hijo sobre el colegio, nunca le había importado lo que comía. No fue hasta que no tuvo nada que ocupara su existencia salvo la mundanidad de la vida de maestro–y una rivalidad sana con Minerva, que degeneraba con frecuencia en ambos escupiendo como gatos–que había estado… lo suficientemente… relajado para desarrollar el aprecio por la comida.
"¿Quieres un poco?" le preguntó a Lily con la voz vacía que empleaba cuando estaba Ocluyendo al máximo.
Lily, que había estado agradeciendo con una sonrisa a la camarera, parpadeó. "¿Qué?" soltó.
Él hizo un gesto silencioso hacia la comida.
"Oh-no. Ya comí. Cocinó Petunia, por increíble que suene–había olvidado cómo ella–" Lily cerró la boca, como si se percatara de que estaban teniendo una conversación civilizada; como si uno de ellos no fuera un Mortífago que había llamado sangre-sucia a su una vez mejor amiga, y la otra…
"Muy bien," dijo él indiferente, cogió un tenedor y comenzó a cortar los huevos. Durante unos segundos sólo hubo el chirrido de las puntas del tenedor contra la cerámica. La camarera se había marchado.
"Severus," dijo Lily con voz ominosa. Él levantó la mirada de los huevos, sus muros tan sólidos como piedra, y sintió una fisura tan ancha como el Nilo agrietarlos por la mirada en el rostro de Lily. A los diecisiete nunca habría sido capaz de desentrañarla, y a los treinta y ocho seguía inseguro, porque había una complejidad de emociones tan extraña allí. Ni siquiera la Legeremancia podría explicar la mezcla de rabia, aversión, y… algo que parecía dolor.
"Quiero saber por qué," dijo ella. No había tocado su café. Estaba demasiado tibio incluso para humear. "Vine aquí para preguntarte por qué–"
Severus bebió café y esperó. El cabello de ella estaba húmedo y rizado en las puntas por la humedad, y no había entrado llevando paraguas. Su corazón estaba latiendo tan fuerte que se sintió mareado. Se preguntó si ella podía oír los latidos golpeando.
"Vale, quiero saber un montón de cosas," dijo ella, "pero primero de todo quiero saber por qué me llamaste–eso."
Él dejó su taza muy deliberadamente, tratando de afianzarse en la sensación de la cosa en su mano. Había tenido esta conversación con ella en un centenar de formas diferentes en el santuario de su mente, pero ahora no podía recordar una sola cosa que le hubiera dicho, una sola explicación que le hubiera ofrecido.
"Podría explicártelo," dijo él, tan deliberadamente como había dejado la taza, "pero no lo comprenderías."
"Si vas a tratarme con condescendencia ahora precisamente–"
"O quizá lo harías," continuó él calladamente. "¿Qué fue lo que dijiste antes de marcharte? 'Yo lavaría mis calzoncillos si fuera tú, Quejicus.' Algo así, creo."
Lily se quedó pálida, pero dos puntos de color destacaban en su rostro. "Tú–" Entonces pareció honestamente confundida. "Tú… ¿qué?"
"Estabas dolida. Encontraste lo más hiriente que podías decir, y lo dijiste. Desquite." Levantó su tenedor y revolvió sus huevos, observando las yemas manchar las claras.
Ella guardó silencio. "Esperas que crea que eso es todo," dijo. Él no pudo leer su tono.
"No espero que creas nada. No soy responsable de lo que creas o no. Preguntaste, y lo dije. El resto es cosa tuya."
Mantuvo su tono vacío de toda emoción; Ocluido. Por dentro, se sentía enfermo, retorcido, como si todos sus órganos estuvieran siendo exprimidos como un trapo mojado. Todo el perdón que había suplicado, todos los argumentos que sacaron cada aspecto degradante de su pasado, rogándole a ella que comprendiera, ¿y ahora simplemente le recriminaba que hubiera dicho eso? No se comprendía del todo a sí mismo. Debía ser la Oclumancia: hacía que todo pareciera borrado, sin importancia–las emociones como válvulas, cerradas.
"¿Y dónde se mantiene eso," preguntó ella categóricamente, "con todo el–el–" Su voz descendió a un siseo que sonó medio asustado, medio furioso. "El maldito rollo de Mortífago?"
"Los Mortífagos dicen cosas así todo el tiempo," dijo él, todavía vacío y cerrado. "Al igual que cualquier sangre-pura estirado. O cualquiera que…"
"¿Cualquiera que qué, Severus?" Ella estaba fulminándolo, el color todavía vivo en su cara.
"Cualquiera que desee ser un sangre-pura estirado o quiera ser Mortífago," concluyó él, en su máximo vacío todavía.
"¿Y cuál eres tú?"
Oh, Cristo, ella iba a llorar. Estaba mirando como si quisiera arrancarle la nariz de la cara de un maleficio, pero estaba a punto de llorar. Le hizo desear morir de nuevo, porque morir era realmente indoloro–el problema era vivir. Así que al final, fue honesto.
"No sé lo que soy."
Lily lo miró fijamente. Entonces resopló, y un gesto de desprecio curvó su labio de un modo que era positivamente feo. "Bueno, al menos estás diciéndome la verdad."
En un fugaz segundo, la rabia lo sobrecogió, tan masiva que no supo cómo evitó lanzar su plato al otro lado de la habitación, hacer añicos todas las ventanas con un barrido de su varita. Mentí, quería gritar, mentí para proteger a tu hijo durante diecisiete años, para nada, para nada joder–
Su visión se había vuelto blanca de furia. Cuando regresó a sí mismo un momento después–sólo habían sido segundos, y entonces había recuperado el control–vio que Lily estaba fijándolo con una mirada blanca, aterrorizada, en el rostro.
Abrió la boca para decir algo–para tranquilizarla, quizá, o con la esperanza de encontrar una de las muchas cosas que le había dicho a su fantasma en los pasados diecisiete años–pero lo que salió, en un susurro, fue: "No deberías pensar que puedes tratarme con condescendencia más, ¿verdad?"
Lily se levantó del cubículo despacio. Estaba temblando. Él no podía moverse. Era hielo, piedra.
Entonces ella se giró y corrió. La puerta se abrió de golpe, haciendo traquetear la campana, y luego se cerró con un golpe sordo.
Severus se quedó sentado por un eterno momento más, mirando fijamente al café intacto de ella. Entonces arrancó todo el dinero restante de su cartera, lo arrojó a un lado de su plato, y corrió tras ella.
