—Podrías llamarte Sharknado.

Era una tarde tranquila en los terrenos de la UA. Los estudiantes habían empezado el segundo trimestre hacía apenas unos días, y poco a poco iban acostumbrándose de nuevo al ritmo frenético de sus clases. En aquel momento, la sala común de los dormitorios de la Clase B estaba prácticamente vacía. Haru se había acomodado en el sofá, apoyado en el regazo de Tetsutetsu, y leía con expresión ausente los papeles entre sus manos.

—No voy a llamarme Sharknado.

Tetsutetsu soltó un gruñido e hinchó las mejillas. Se recostó un poco en el sofá, fingiendo haberse ofendido tremendamente.

—¿Por qué? Te pega un montón. Vas por el agua, pero estás aprendiendo a usar el aire; puedes crear tornados y torbellinos y ¡mira esos dientes!

A Uzusame se le escapó la risa. Aquello cambió por completo la expresión afrontada de su compañero, que se distrajo viéndolo reír… y acabó agachándose para acariciarle el pelo y dejarle un beso en los labios.

Habían pasado apenas unos días desde el incidente del puente. Tetsutetsu se había recuperado aquella misma noche de sus magulladuras, tras lo que habían acabado ambos durmiendo acurrucados el uno contra el otro en la cama del hospital. Él nunca había culpado a Haru por lo ocurrido y, si lo había hecho en algún momento, no se había atrevido a decírselo. Sí le había hecho prometer, sin embargo, que ambos practicarían juntos en el agua: Haru el autocontrol, y Tetsutetsu el nado. Aun así, Uzusame había asegurado por activa y por pasiva que no era su transformación lo peligroso… sino el hecho de forzarla. Cuando su cuerpo reaccionaba a un ahogamiento entraba en un implacable modo de supervivencia. Y, como Amelia había desaparecido de la escena tan pronto como había causado el caos, Tetsutetsu había sido el que había acabado pagando el pánico del tritón. Él sentía que jamás se disculparía lo suficiente, pero por el bien de ambos habían decidido no hablar más de lo sucedido.

—Ya veremos —murmuró al fin, relamiéndose el sabor metálico de los labios.

—Tienes que entregar ese papel esta misma tarde, Haru —intervino Kendo abriéndose paso desde la cocina. Llevaba en las manos una bandeja con tres tazas humeantes, que dejó en la mesa antes de sentarse en uno de los sillones. Ambos hombres admiraron un momento su pelo suelto, aquella cascada pelirroja desparramada sobre sus hombros—. O no te pones nombre, o te llamas como quieras, pero tendrás que decidirlo cuanto antes. Al final Gunhead retirará su oferta y te quedarás sin prácticas.

Uzusame se humedeció de nuevo los labios. Repasó con la mirada el formulario entre sus dedos, sintiendo que los nervios se le agolpaban en la boca del estómago. No podía decir que supiera por qué un héroe como Gunhead lo quería en su agencia pero, pensándolo bien, no le iría mal aprender a defenderse cuerpo a cuerpo y usar su singularidad como advertencia, como hacía él. Se trataba de salir de su zona de confort. Además, Selkie y Gang Orca no aceptaban estudiantes en aquellos momentos… y quería minimizar el riesgo de volver a chocar con Amelia metiéndose en el agua. Así que, con un suspiro, se levantó del regazo de Tetsutetsu y se agachó sobre la mesa para ponerse a escribir.

No muy lejos, en el edificio de su clase, Hanna Flora gruñía de camino a su habitación. Llevaba entre los brazos una discreta caja de madera: dentro había metido varias macetas de cerámica en las que crecían (o crecerían) todo tipo de plantas aromáticas, pero que pesaban lo suyo. Así que había tenido que pedir ayuda para cargarlo todo. Al llegar, las dejó en el suelo con un suspiro y se volvió hacia Shinso y dos de sus compañeros, que dejaron otras tres cajas junto a la primera y se apartaron sacudiéndose las manos.

—Gracias por ayudarme, chicos —sonrió ella. Luego se sentó en su cama con un suspiro para descansar. Después de su conversación con Hitoshi varios días atrás, la chica había decidido remodelar su habitación. Había añadido estanterías y convencido a los profesores para poder montar un pequeño huerto en su terraza, además de todos los joyeros de los que se había librado para hacer espacio para libretas y otros utensilios. Por suerte, le habían dejado usar los laboratorios de la universidad para su pequeño proyecto secreto, y no tenía que tener todo el material en un espacio tan reducido.

Sus dos compañeros se marcharon a cenar, pero Shinso prefirió quedarse un rato más con las manos metidas en los bolsillos. Miró a su alrededor, evaluando las plantas que habían cambiado y admirando la pequeña selva aromática que se había formado en aquella habitación.

—¿Cuándo empezarás las prácticas?

La chica se deshizo la coleta pacientemente y se quitó el lazo del pelo. Al hacerlo, una cortina de cabello anaranjado le cayó sobre los costados y el rostro y chocó delicadamente contra sus hombros. Luego la chica se lo recogió de nuevo, esta vez en una coleta más alta para poder trabajar mejor.

—Este fin de semana me reuniré con Gunhead para hablarlo. Pero seguramente el próximo lunes, como los demás.

Él no separó la vista de las plantas. Repasaba ahora una situada sobre el cabecero de la cama de la chica, cuyas ramas se deslizaban hacia abajo por su estante como si buscaran acariciarle el pelo a la joven mientras dormía. No, no todas eran bonitas. Pero a ella parecía importarle otro factor.

—Qué envidia —reconoció—. Trabajar para una agencia de héroes. ¿Cómo es que te ha enviado una oferta así, de repente? ¿Es él… quien te envió aquí?

Entonces sí se volvió para mirarla, pero ella había esbozado una sonrisa tímida. Se levantó de la cama deslizando los pies y se quitó la chaqueta para agacharse junto a las cajas y seguir trabajando en sus nuevas adquisiciones.

—No. —Hizo una pequeña pausa, tras lo que ladeó la cabeza sin separarse de la maceta en la que escarbaba—. ¿Recuerdas… que te dije que me habían prometido a un héroe profesional?

Hitoshi dio un respingo.

—¿¡Ibas a casarte con Gunhead!?

Hanna Flora asintió. Se limpió los guantes dándose palmadas en el pantalón y, una vez satisfecha con el aspecto de sus nuevos inquilinos, se levantó del suelo y le dedicó una sonrisa a Shinso.

—Reconozco que no es que me molestara mucho la idea, tampoco —confesó con una risita. Se cargó en brazos una de las cajas con un gruñido y abrió la puerta de la terraza con la cadera para poder dejarla sobre una mesilla. Lilesse estaba acostumbrada a tener de todo, así que su espacio parecía tal vez demasiado abarrotado. La terraza, con sus luces decorativas, su silla, sus mesitas y el ejército de macetas, no era una excepción. Shinso suspiró y se rascó la nuca con gesto distraído.

—Así que te gustan los hombres grandes y fuertes, ¿eh?

Ella sacudió la cabeza.

—No… —Volvió a entrar frotándose las manos en el pantalón y se detuvo un momento para perderse en los ojos violetas del chico—. Me gustan los hombres tiernos.

Él sonrió y agachó la cabeza.

Por ello, aquel fin de semana Haru y Hanna Flora se encontraron de camino a la agencia de Gunhead. Ellos dos apenas se conocían; no llevaban demasiado tiempo bajo la guía de Eleonora como para haber interactuado mucho, y Haru, además, se había unido a los Excepcionales hacía relativamente poco. Así que, a pesar de las sonrisas de ánimo de ella, se hizo un silencio incómodo hasta que llegaron al despacho del héroe.

Allí, Gunhead los esperaba ya de pie —a lo mejor la silla le resultara incómoda a un cuerpo tan grande— y con sus respectivas fichas en las manos. Al verlos entrar en la sala, el rostro del héroe se iluminó incluso bajo la máscara.

—¡Hanna Flora!

Dejó apresuradamente los papeles sobre su mesa y la rodeó a trompicones, ansioso por abrazar a la chica. Ella se lanzó a sus brazos con un grito, se dejó coger por la cintura y alzar en volandas mientras el hombre celebraba su llegada entre carcajadas.

—Cuánto tiempo —continuó él—. Estás preciosa, ¡mírate! Me alegra tenerte aquí.

Ella llevó las manos a su máscara y se la besó con delicadeza. La expresión de felicidad del héroe traspasó, de nuevo, la placa que lo cubría de tanto que llegó a brillar. Luego, consciente de que no estaban solos, Gunhead se volvió hacia su otro becario. Miró bajo su máscara a Uzusame, que se revolvía en su traje y trataba de secarse el sudor de los guantes con el pañuelo que le colgaba de la cintura.

—Tú debes de ser Sharknado.

Él agachó la cabeza, rojo como un tomate bajo su antifaz.

—Sí, señor. Gracias por confiar en mí.

El héroe asintió.

—¡Me gusta el nombre! Tiene carácter. —Luego dejó a Hanna Flora en el suelo y se dirigió de nuevo a su mesa para consultar sus papeles—. Bien. Pues, si tú estás aquí, parece que solo nos falta… Cold War.

Por suerte, el sonido de la puerta desvió justo entonces la atención de los presentes. Junto a ella esperaba la figura pálida de Enid, que había hecho lo posible por golpear la madera con suavidad a pesar de los puños de metal que le rodeaban las manos. Entró en la estancia sonriente como un rayo de sol, pero por una vez su traje abigarrado y sus brazos musculosos al descubierto le robaron cualquier atisbo de inocencia.

—¡Yo soy! ¡Tank Hero: Cold War!

Haru no pudo evitar mirarla de arriba abajo: por su usual postura encogida, nadie hubiera pensado que Fubuki podía ser tan grande. A sus espaldas cargaba con algún tipo de máquina oscura, que se había amarrado al cuerpo como una mochila y cuyos tubos alimentaban los puños mecánicos que le envolvían las manos. Por lo demás, era notable quién había influido en su elección de vestimenta: llevaba un traje de camuflaje ártico, ajustado en el torso y ancho en las piernas, donde llevaba rodilleras y unas pesadas botas oscuras. En el pecho, una cruz blanca con dos puntos negros en una esquina y, en la cara, un visor a modo de gafas para protegerle los ojos de la luz.

Uzusame agachó la cabeza a su propio traje: Vlad King le había ayudado a diseñar un neopreno con marcas y colores que recordaban a los de un pingüino emperador, salpicado con algunos arañazos que querían parecer branquias de tiburón. A pesar del cuerno en su antifaz, sus guantes reforzados, el pañuelo en su cinturón y las luces sobre sus hombros, el joven Sharknado se sintió poco intimidante comparado con Enid. La chica, aun así, le sonrió un saludo con la educación de quien solamente lo conocía de vista.

Gunhead dio una palmada para distraerlos.

—¡Muy bien! Me gusta veros, y me gustan mucho vuestros trajes. Así que vamos a empezar. —Se encogió de emoción, inquieto como un niño, y los repasó una última vez con la mirada—. Nuestra agencia, por suerte, está ahora tranquila. Así que podremos trabajar con villanos menores y explorar vuestros estilos diferentes de combate.

Con un gesto, les indicó que se sentaran mientras él hacía lo mismo. Hanna Flora y Haru asintieron, pero Enid prefirió quedarse de pie con los puños relajados a los lados. A Gunhead le gustaba aquella chica. Parecía fuerte, pero sobre todo de mente.

Mientras el héroe les explicaba en pocas palabras el funcionamiento de la agencia, una persona más llamó a la puerta. Gunhead levantó la cabeza, pero justo después se puso en pie tan bruscamente que por poco no tiró la silla al suelo.

—Señor Hanibaru.

El rostro de Hanna Flora se iluminó al reconocer la figura junto al umbral. El hombre se acercó a paso tranquilo, dejando que un reguero de vapor emergiera entre los agujeros de la máscara de cuero que le cubría nariz y boca. Examinaba a los presentes con sus penetrantes ojos azules, mientras se llevaba una mano enguantada al cabello pelirrojo rapado por un lado. Las pulseras metálicas y el pesado reloj en sus muñecas tintinearon cuando bajó los antebrazos al descubierto. Un ligero rubor le asomaba a las mejillas, y la camisa remangada se le pegaba al pecho por el calor.

—¡Hola, Gunhead! —exclamó abriendo los brazos, su expresión eufórica todavía indescifrable mientras examinaba a los presentes. Una nueva bocanada de vapor escapó entre los orificios de su máscara—. ¿Interrumpo algo?

Gunhead sacudió la cabeza y le hizo un gesto para que se acercara.

—¡Para nada! Quédate con nosotros. —Entonces anduvo junto a él, la imponente estatura del héroe eclipsando con facilidad el cuerpo menudo del recién llegado. Aun así, la postura del nuevo le confería, de alguna forma, una misteriosa aura de autoridad—. Este es Kitai Hanibaru, el principal patrocinador de esta agencia. Él es quien ha financiado estas prácticas y ha hecho posible que estéis hoy aquí.

Él entrelazó los dedos de las manos y levantó la barbilla para exhalar vapor por la máscara. Se le escapó un gemido de calor, pero luego ladeó la cabeza para recomponerse y llevó una mano al antebrazo del héroe.

—Gracias, Gunhead —dijo, esta vez mucho más despacio mientras taladraba la mirada en Haru—. ¡Es un placer conoceros! Lo cierto… es que me enteré de que vendría Hanna Flora, así que sentí que tenía que pasar a saludar. —Hubo un breve silencio aturdido, en el que Hanibaru se acercó a la chica y le cogió la mano con delicadeza—. ¿Perdonarás que no te bese la mano?. No querría quemarte.

Le guiñó un ojo, y Gunhead los miró sacudiendo la cabeza de confusión.

—¿Os conocéis?

Hanna Flora se dejaba consentir de buen gusto, repasando con la mirada al hombre que llevaba tanto sin ver.

—Nuestras familias son buenas amigas.

—No te veía desde que apenas levantabas un palmo del suelo… —suspiró Kitai con un nuevo gemido. Se abrió los botones superiores de la camisa, acalorado, y se frotó el pecho—. Te has convertido en una mujer muy hermosa, Lilesse. De hecho…

Se volvió hacia Haru, que se encontró, repentinamente, demasiado cerca de aquella mirada azul que le acuchilló el estómago y lo empujó hacia atrás. El chico se aferró a los reposabrazos de su silla y tragó saliva, pero la súbita sonrisa en los ojos de Hanibaru lo cogió por sorpresa.

—Tú debes de ser Haru, ¿verdad?

Él asintió lentamente. La intensidad de aquellos ojos lo aplastaba contra la silla y, cuando el hombre puso los ojos en blanco para gemir de nuevo, se revolvió de incomodidad.

—Soy… Sharknado, señor.

Él ladeó la cabeza.

—Adorable —susurró. Un escalofrío recorrió el espinazo de Uzusame—. Me moría por conocerte, Sharknado. ¡No todos los días puedo conocer a un tritón!

Ante la expresión de puro terror de Haru, Gunhead prefirió apartarle la silla para poder crear algo de espacio y ponerse entre ellos.

—Por razones de seguridad, todas las agencias se han informado de tu condición de tritón y la singularidad de tu hermana. Nadie externo se ha enterado, y nos hemos encargado de la prensa. Contar quién eres es solamente decisión tuya.

Kitai se llevó una mano al pecho en un gesto exagerado.

—Ah, he metido la pata… —Su voz suspirada, inesperadamente grave, lograba calmar a Hanna Flora, pero solamente consiguió crispar más a Uzusame, que todavía seguía sometido a su mirada—. Permitidme arreglarlo. La próxima semana he organizado una fiesta en una de mis casas. Ya sabes… —murmuró volviéndose hacia Hanna Flora.

Ella asintió con una sonrisa, pero él retrocedió con un nuevo gemido y esperó pacientemente a que la máscara drenara el vapor de sus pulmones. Cuando terminó, sacudió la cabeza y se pasó la mano por las gotas condensadas en el cuero.

—Mucha gente y muchas formalidades. Pero sois parte de mi agencia mientras hagáis vuestras prácticas aquí, así que me encantaría que vinierais para poder conoceros mejor. Y… Gunhead también vendrá, por supuesto. Al fin y al cabo… él fue quien me enseñó todo lo que sé sobre defensa personal —explicó llevándose las manos a dos cuchillos amarrados a su cintura—, y eso me ha salvado la vida más de una vez. Habrá comida para todos y gente importante, si os interesan las conexiones.

Haru abrió la boca para rechazarlo, pero fue cuando Enid lo cortó con un tono inusualmente solemne.

—Será un placer acudir, señor Hanibaru. Es una gran oportunidad.

Kitai, cogido por sorpresa, arqueó las cejas y se volvió hacia Cold War. La miró de arriba abajo, como si acabara de reparar en su presencia por primera vez.

—Pareces acostumbrada a este mundillo. ¿Cómo te llamas?

Ella ni siquiera parpadeó.

—Cold War, señor.

Él echó la cabeza atrás y soltó un gemido de placer.

—¡Me gustas! Seguiré los informes de Gunhead, a ver si vas a acabar trabajando para mí.

Ella agachó la cabeza de agradecimiento. Hanna Flora aprovechó para levantarse y, con una caricia, agarrarle los brazos a Kitai. No lo recordaba tan musculoso, pero se permitió explorar sus formas con los dedos antes de volverse hacia sus compañeros. Él simplemente la miró jadeando un poco más pesadamente.

—Kitai es un apasionado de la gastronomía. Sus banquetes son una experiencia mágica.

Él le llevó una mano al rostro y le puso un mechón pelirrojo tras la oreja con una caricia. Ella se dejó, aunque procuró quedarse a una distancia prudencial de la nueva bocanada de vapor. El hombre pasó los dedos enguantados por la mandíbula de la joven, aunque sus ojos se escaparon a la expresión de pánico de Haru.

—No os arrepentiréis.

Kitai Hanibaru

Edad: 27

Don: Vapor

Los pulmones de Kitai absorben el agua de su cuerpo y la calientan, lo que hace que exhale vapor. Él puede regularlo hasta cierto punto, pero no dejar de hacerlo. La constante alta temperatura de sus pulmones lo acalora, por lo que vive en un estado de sofoco permanente.

Altura: 1,60m

(¡Hola! Esta historia está en Ao3 y contiene ilustraciones, además de playlists basadas en cada personaje. ¡Échale un vistazo!)