La serie de Once Upon a Time y sus personajes no me pertenecen.
Hace un tiempito AntonellaLobo_ me pidió este prompt "Un OS con Regina y David encerrados solos por la cuarentena" Fracasé en la misión porque, como se podrán dar cuenta, no resultó ser un OS jajaja, pero sólo tendrá una parte más. Es un TS jiji. #Sorry
Le estuve dando muchas vueltas al asunto porque no me decidía por el contexto y esto fue a lo que llegué. Cabe mencionar, como algo importante, que el tiempo no necesariamente coincide. Es decir, digamos que estamos en un punto del universo de Once que no encaja con el 2021 precisamente. Ahí se darán cuenta, pero los invito a echar a volar la imaginación para efectos de este fic.
Así que AntonellaLobo_ , aun con todo eso, de verdad espero te guste, que lo disfrutes y muchas gracias por el prompt.
ADVERTENCIA: Está de más decirlo, pero tengo que decirlo, es contenido para adultos, del que ya saben jeje, y, esto sí me parece importante mencionarlo, está relacionado con la situación actual de la pandemia, el virus, etc. Si sienten que podría incomodarles de alguna forma, es mejor que no lean.
También espero sea del agrado de todo el que lo lea.
Por cierto, la chulada de portada es de mi Partner in Crime Autumnevil5
David frunció el ceño al tiempo que pasaba sus dedos por una laptop ultra delgada mientras Regina, a unos cuantos pasos de él, hablaba con el encargado del área de tecnología de una de las tantas tiendas departamentales de New York donde se encontraban.
La reina se había empeñado en ir hasta allá con la única intención de modernizar Storybrooke ya que últimamente Emma le había hecho comentarios al respecto y, como buena líder y gobernante, Regina se propuso a hacer lo mejor por su ciudad a la brevedad.
Así que aprovechando que Henry estaba esa semana con la rubia y, sin decirle a nadie, mas que a Snow -porque la princesa era una entrometida y lo descubrió-, se subió a su Mercedes dispuesta a irse a esa travesía y fue justamente cuando la puerta del copiloto se abrió y David se instaló dentro.
Como era de esperarse, fue la princesa quien le contó el plan que Regina tenía y sutilmente le hizo ver que no podían dejarla ir sola, que podía ser peligroso pues la magia no funcionaba allá afuera y el príncipe, impulsado por su complejo de héroe y sus ganas de también modernizar la estación para mejorar su trabajo, hizo caso a su ex esposa y no dudó en subirse al automóvil para acompañar a la reina.
No es que adorara la compañía de Regina, aunque tampoco se querían matar, pero no negaba que fue divertido verla renegar y protestar ante su presencia por lo que no se arrepentía de nada.
Su celular sonó, metió la mano al bolsillo sacando el no tan moderno, pero tampoco tan anticuado móvil, y respondió de inmediato al ver que era Emma.
—¡Hey! —la saludó alegre pues estaba emocionado por comentar con su hija sobre las modernidades que tenía el mundo sin magia de las cuales ella tenía conocimiento. Es decir, les podía servir como un tema de conversación y eso le entusiasmaba.
—Regresen ahora mismo —demandó la rubia con voz dura, firme, pero a la vez angustiada.
El príncipe volteó a ver a la reina quien sonreía amable al tipo que no paraba de hablarle de todo aquello que podía comprar de última tecnología.
—No creo que… —trató de explicar que sería muy difícil sacar a Regina de ahí en ese momento. En verdad la reina estaba empeñada en empaparse de todo a fin de replicarlo en Storybrooke, aunque ya habían comprado una que otra cosa. Sin embargo, Emma le interrumpió antes de que pudiera terminar.
—Hay un maldito virus que está matando gente al otro lado del mundo. Se está reportando que ya está en Estados Unidos y muy seguramente ahí. Regresen ahora mismo —se le escuchó la voz ligeramente quebrada y fue entonces cuando David se preocupó. —Eviten hablar con las personas. Suban al auto y vuelvan, por favor —pidió suplicante esta vez.
La vista del rubio se encontró con las pantallas de todos tamaños que tenían puestas las noticias donde hablaban de ese virus, al que nombraban como coronavirus o COVID-19, y de la gravedad del mismo. Ahora que lo pensaba, había escuchado a varias personas hablar de ello.
—Vamos para allá —colgó.
—¿Está seguro que este es el videojuego más actual? —preguntó Regina con interés pues deseaba llevarle un regalo a su pequeño príncipe que tenía más que merecido en esa ocasión por su buen comportamiento y notas altas en la escuela.
Veía fijamente al hombre que la estaba atendiendo tratando de ver si había alguna señal de mentira en sus expresiones pues no iba a permitir que quisieran aprovecharse de su desconocimiento. Cuando de pronto, la pequeña caja del videojuego fue quitada de su mano y puesta sobre el mostrador.
—Gracias —murmuró David al encargado mientras tomaba a Regina de la mano para empezar a caminar apresurado por los pasillos llevándola con él. —Nos vamos ahora mismo —informó mientras avanzaba con rapidez viendo a los alrededores, procurando que nadie se les acercara.
En el día que llevaban en New York habían entablado conversaciones con muchas personas de las tiendas que visitaron, además de las del hotel y la angustia comenzaba a apoderarse de su cuerpo ante la posibilidad de que pudieran estar contagiados.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó forcejeando un tanto sutil con él pues no quería dar un espectáculo en un lugar público y bastante lleno de gente. Era una reina, y mucho más refinada que eso. —Suéltame —exigió con dientes apretados reprimiendo las ganas de alzar la voz e inclusive golpearlo si era necesario para que le soltara, pero en vez de ello, David aferró más su mano.
—Emma llamó. Hay un nuevo virus que está matando gente en el mundo y es muy posible que esté aquí. Corremos el riesgo de contagiarnos. Debemos volver —explicó lo mejor que pudo evitando dar más detalle para no preocuparla más de lo debido. No sabía qué tantas probabilidades había de estar ya contagiados y mucho menos sabía qué era lo que sucedería si era así.
Regina se quedó pasmada con la noticia. Sintió que su mente quedaba algo en blanco por lo que inconscientemente dejó que David la llevara sin problema hasta el estacionamiento. Cuando llegaron al auto le abrió la puerta del copiloto para que subiera al Mercedes y en automático ella lo hizo. Cerró y después rodeó el auto para subirse por el lado del piloto.
—Las llaves —solicitó extendiendo la mano. Pudo notar que la reina estaba algo aturdida por la noticia y que no estaba en condiciones de conducir por el momento. Eran diez horas de viaje, así que de ser necesario cambiarían para no tener que detenerse en ningún lugar tal cual lo hicieron de ida.
La reina buscó en su bolso, tomó las llaves y se las entregó al príncipe que de inmediato encendió el Mercedes. Fue entonces cuando al parecer reaccionó como debía. Tomó su móvil y presionó el número de Emma para marcarle.
—Dime que ya vienen —solicitó la rubia en cuanto respondió.
—Explícame qué está pasando —exigió la reina sin responder. El corazón le estaba latiendo con violencia dentro del pecho y necesitaba respuestas pues lo que David le comentó había sonado muy mal.
Se escuchó que Emma tomó aire muy profundamente preparándose para hablar.
—Hay un nuevo virus que se está expandiendo con rapidez en el mundo. Ya está en Estados Unidos y no se descarta que esté en New York. No hay mucha información al respecto, es como una especie de neumonía muy grave y la gente está muriendo por ello —contó.
—¿Te acabas de enterar o ya lo sabías? —preguntó Regina con algo de recelo.
—Pon el altavoz —solicitó David volteando a ver a la reina brevemente quien hizo lo solicitado.
—Lo sabía —respondió la rubia después de una pequeña pausa.
—¡¿Y por qué demonios no nos dijiste?! —preguntó molesta.
—¡¿Cómo carajos iba a saber que te ibas a largar a New York con mi padre?! —preguntó con la misma molestia que le había hablado la reina. A decir verdad Emma estaba furiosa y asustada a la vez. —¡Se supone que nadie sale nunca de Storybrooke! El jodido coronavirus no tenía forma de llegar hasta aquí. ¡No había necesidad de alarmar a nadie! —habló exasperada por la angustia.
Regina soltó un pequeño gruñido, completamente frustrada ante la situación en la que se encontraban porque de haber sabido del endemoniado virus no se habría arriesgado de ninguna manera.
—Bueno —el príncipe se relamió los labios y aferró un poco más el volante. —¿Qué podemos hacer? —preguntó pues le quedaba claro que ahora ellos representaban un peligro para la gente de Storybrooke.
—No podemos saber si están o no contagiados así que…. —.
—Espera, espera. Alto ahí —demandó Regina soltando una pequeña risa. —Tengo magia y en caso de que tengamos el virus puedo contrarrestarlo fácilmente —argumentó muy segura de sí misma.
—Gold no opina lo mismo —la contradijo. —Dice que no podría asegurar nada porque es algo nuevo, altamente letal en algunos casos y sobre todo desconocido —explicó lo mismo que Rumpel le había dicho.
Regina alzó el celular acercándolo a su boca para replicar, pero una tibia mano se posó sobre su muñeca haciendo que se detuviera y que bajara un poco el móvil.
—Está bien Emma. ¿Qué sugieres que hagamos? —preguntó David con aparente calma. Estaba asustado, pero de nada servía perder los estribos. El estar contagiado era solo una posibilidad no una realidad.
—Como no sabemos si se contagiaron o no, lo mejor es que se aíslen. Deberán hacer cuarentena por unos catorce o quince días para descartar que tengan coronavirus y que puedan contagiar a más personas —es lo que había estado viendo que se debía hacer en las noticias e Internet.
—¿Cómo? —preguntó Regina viendo al rubio que tenía la mirada fija en el camino. —¿Encerrados sin salir? —indagó un poco más.
—Sí —respondió la rubia —No se preocupen por el momento. Solo vuelvan. Ya que lleguen lo resolveremos —ofreció con fingida despreocupación.
Cerca de las cuatro de mañana el Mercedes cruzó la línea para ingresar a Stroybrooke. No se detuvieron ni una sola vez durante las diez horas de viaje y David se negó a soltar el volante por lo que él solo manejó hasta allá.
En cuanto estuvieron dentro del pueblo el celular de Regina anunció la llegada de un mensaje el cual abrió de inmediato. Era de Emma.
"Vayan a la Mansión. Aquí los espero"
—¿Es Emma? —preguntó el sheriff volteando a ver de reojo a la alcaldesa que asintió.
—Dice que vayamos a la Mansión —le dijo tratando de disimular la preocupación que sentía y es que era difícil no pensar en que algo malo pudiera pasar.
David asintió aunque no le pasó desapercibido lo tensa que estaba Regina, lo podía ver en el semblante del bello rostro.
El trayecto hasta la Mansión Mills fue silencioso y un poco incómodo, así como lo había sido la mayor parte del camino desde New York hasta ahí. Los dos estaban muy preocupados, ambos tenían un hijo que no se querían siquiera imaginar en dejar y a pesar de que ese hecho les hacía tener algo en común no fueron capaces de brindarse palabras de aliento.
Cada uno sufrió en silencio por su lado durante esas largas horas.
El príncipe se estacionó frente a la Mansión y ambos notaron extrañados que no se veía la presencia de Emma por ningún lado. Regina decidió descender y fue cuando el celular de David sonó anunciando una llamada de su hija.
—¿Dónde estás? —preguntó al responder.
—En la esquina a tu izquierda —respondió y él volteó para encontrarse con que la rubia le saludaba agitando una mano desde allá. Así que le regresó el gesto mientras ponía el altavoz de nuevo para que la reina pudiera escuchar. —Debemos guardar distancia —comentó la rubia y Regina se cruzó de brazos.
—¿Quién iba a decir que te ibas a fugar con el príncipe, Majestad? —ambos miraron el celular y se vieron después sorprendidos al escuchar esa voz. Voltearon hacia donde estaba la sheriff y ahí junto a ella estaba Gold.
—Fuimos por negocios —argumentó David de manera cortante, indicando con ello que no deseaba seguir la pequeña broma. No era el momento y claramente a la reina no le hacía gracia. Ni a él.
—Basta de estupideces. ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Regina soltando un pequeño gruñido al dar un suspiro molesto.
—Como se los comenté. Deben estar aislados por al menos dos semanas —explicó la rubia de nueva cuenta.
—Bien —espetó la reina con evidente disgusto.
Era obvio que no le agradaba la idea de irse a encerrar por ese tiempo pues eso significaba que no vería a Henry en todos esos días. Sin embargo, precisamente por él era que estaba accediendo con facilidad. Jamás haría algo que pusiera en peligro a su pequeño príncipe.
—Estuvimos pensando y lo mejor será que no salgan para nada —empezó a contar Emma. —Ya nos aseguramos que la Mansión tenga lo necesario para los dos y… —.
—¿Disculpa? —preguntó Regina —¿Dijiste los dos? ¿En mi Mansión? —miró a David como si el par con el que hablaban estuviera demente.
—Ya lo escuchaste, Majestad. Juntos —recalcó Rumpel la última palabra y se notaba el gusto con el que hablaba. —En tu adorable Mansión —concluyó con el mismo tono, como si se estuviera burlando de la situación que a decir verdad, le resultaba divertida.
—No —se negó rotundamente sonriendo con algo de nerviosismo. ¿Qué iba a hacer ella por tantísimos días con el príncipe encantador en su casa?
—No vamos a estar pendientes de los dos por separado. Sería bastante complicado e implicaría un riesgo innecesario, que bajo ninguna circunstancia vamos a correr —argumentó la rubia. —El plan es neutralizar el virus en caso de que ustedes estén contagiados —sentenció.
—Emma, es que... —trató David de explicar.
Es decir, una cosa era acompañarla a ese viaje que hizo a New York que iba a durar a lo mucho dos o tres días con la absoluta libertad de ir y venir a donde quisiera, y otra muy distinta era tener que convivir con ella por dos semanas bajo el mismo techo. Estaba seguro que ninguno de los dos iba a aguantar.
Se soportaban, pero nada más. No era lo mismo unas horas que veinticuatro horas por dos semanas.
—En eso debieron pensar antes de irse sin consultar a nadie —argumentó la sheriff casi con satisfacción, como si pensara que se lo merecían.
David vio que la alcaldesa torció los ojos con fastidio ante las palabras de Emma y esta vez tenía que darle la razón. A él tampoco le gustó la insinuación de su hija.
—Regina —Rumpelstiltskin llamó a la reina quien se limitó a tomar un porte altivo, preparándose para lo que su antiguo mentor diría, —lo mejor será que no uses tu magia durante este tiempo. El uso de la misma podría alterar el virus y sería mejor no arriesgarse —le recomendó.
—¿Por qué no mencionaron eso antes de que ingresáramos a Storybrooke? —preguntó enojada. ¿Qué tal que se le hubiera ocurrido usarla?
—Porque sé que eres astuta y que lo sabes, Majestad —comentó con amabilidad y ligero orgullo.
—Bien —espetó Regina fingiendo fastidio, pero la verdad es que escuchar al menos un poco de aprobación por parte de él significaba mucho para ella. Después de tantos años eso no había cambiado.
—Disfruten el tiempo juntos —la maldad fue perceptible en la voz Rumpelstiltskin.
Esta vez Regina se alertó un poco. Lo conocía muy bien y sabía que haría algo desagradable a continuación, pero antes de poder reaccionar se vieron envueltos en una nube de magia y enviados directo al aislamiento.
—Supongo no queda más que ir a descansar —dijo Emma a Gold soltando un largo suspiro mientras el hombre asentía.
—Maldito diablillo —maldijo la reina a Rumpel en cuanto la nube se disipó y aparecieron en el vestíbulo de la Mansión. Colocó las manos sobre su cintura y alzó la cabeza mientras respira hondo y profundo tratando de tranquilizarse. Entonces, se dio cuenta que David la observaba nada más, ahí parado sin decir ni hacer nada. Sólo viéndola. —¿Qué demonios me ves? —le preguntó a la defensiva.
—Créeme que nada —le regresó la hostilidad. —Estaba esperando a que terminaras tu pequeña catarsis para que me digas donde voy a dormir —le dijo mientras tomaba del comedor las cosas que dejaron para él. Era una caja que identificó como suya pues tenía su nombre escrito. Tenía algo de ropa y artículos personales.
—Muy lejos de mí —habló a regañadientes y comenzó a subir la escalera.
El príncipe soltó un suspiro y la comenzó a seguir aunque no fue explícitamente invitado. Nunca había estado en la planta alta por lo que estaba un poco curioso, aunque trató de disimularlo.
—De ese lado están las habitaciones de los huéspedes. Elige la que más te guste —le dijo con altivez. No le importaba cuál de las tres habitaciones eligiera. Sólo lo quería de ese lado, muy lejos de donde ella dormía.
—Bien —espetó David. —Mira Regina —avanzó un poco hacia ella hasta quedar a un par de pasos, —a mí tampoco me hace gracia estar bajo el mismo techo que tú y me fascina la idea de dormir muy lejos de ti —vio que la reina estrechó los ojos y se cruzó de brazos.
—Maravilloso, porque fue una verdadera tortura tener que aguantarte durante el viaje y en New York. Eres insufrible —le dijo la reina con saña, con toda la intención de hacerle sentir mal de alguna forma.
—El sentimiento es mutuo —David habló entre dientes. —Buenas noches, Majestad —le sonrió con falsedad.
—Lo que sea, pastor. Sólo no me molestes —Regina volteó el rostro con altivez, se dio la vuelta alejándose, dejándolo en el pasillo parado y sin más.
El príncipe apretó ligeramente la caja entre sus manos. No podía creer lo orgullosa y altanera que era. También se dio la vuelta y se encaminó hasta las habitaciones lo más digno que le fue posible. Se instaló en la primera alcoba que vio. Le importaba muy poco si era la mejor o no, lo único que quería era dormir.
Y ya que los dos estaban acostados listos para dormir tenían en la mente el mismo pensamiento: que sería una verdadera tortura estar encerrado tantos días con el otro aguantándolo.
Regina se estiró con elegancia sobre su cama provocando que al menos un par de almohadas de las muchas que tenía cayeran al suelo. Se alzó un poquito, solo lo suficiente para ver la hora y constatar que apenas eran las ocho de la mañana.
Cerró los ojos dejándose caer de nuevo entre las suaves almohadas y colchas. Eran apenas cuatro horas las que había dormido. Sabía que necesitaba más, pero por alguna razón le era imposible quedarse en cama más allá de esa hora. Además no se le olvidaba que no estaba sola. Que el insufrible Príncipe Encantador estaba en la Mansión con ella y por nada del mundo iba a dejar su casa a merced de él.
Fue entonces cuando decidió bajar de la cama e ir al baño. Cuando salió, tomó el albornoz azul del sillón cleopatra y lo envolvió alrededor de su cuerpo mientras caminaba hacia la salida de su habitación.
Se quedó mirando hacia el pasillo que daba a las habitaciones de huéspedes pero no escuchó ruido alguno ni vio algo que le indicara que David estaba despierto. Así que se dirigió a las escaleras. Las bajó y fue directo a la cocina.
Ahí se encontró con que en la isla había gel antibacterial, toallitas húmedas desinfectantes y desinfectante en aerosol.
Decidió ignorar esos insumos y prefirió preparar el café. Dejó la cafetera haciendo su trabajo y fue directo a la nevera. La abrió y se asomó a ver qué había para desayunar.
—Hola —saludó David al entrar a la cocina y ver a Regina inclinada con medio cuerpo dentro de la nevera, dándole una bella vista matutina del perfecto trasero que se cargaba. Aunque, más bien, lo que provocó fue que la reina diera un pequeño salto por el aparente susto que le dio.
—¿Podrías no hacer eso? —preguntó al erguirse, lanzándole una mirada de pocos amigos.
—Buenos días para ti también —sonrió divertido y socarrón e inevitablemente le recordó a esa vez, cuando la encontró con el coche averiado dándose un pequeño golpe en la cabeza con el cofre. También esa vez, cuando llegó por Henry con su espada en alto.
Regina torció la boca y cerró de golpe la nevera. De ninguna forma iba a seguirle dando de qué burlarse al príncipe. Abrió la boca para decirle que él solo procurara su desayuno porque bajo ninguna circunstancia iba a cocinar para él, pero el timbre de la Mansión sonando no se lo permitió. Frunció el ceño extrañada.
—Es Emma —le informó al verla indecisa de ir a la puerta. —Nos estará trayendo comida. Sólo debemos esperar un par de minutos a que se aleje lo suficiente de la puerta para poder salir por ella —explicó mandando un mensaje de agradecimiento a su hija a través del celular.
—Al fin la salvadora servirá de algo —se burló con una bella media sonrisa malvada en los labios.
David negó con la cabeza decidiendo no seguirle el juego. Se encaminó hacia la entrada, abrió la puerta, recogió la comida de la pequeña mesa que instalaron en el porche y entró de nuevo cerrando con el pie.
Se dio la vuelta y fue directo al comedor donde comenzó a desempacar todo mientras de reojo veía que Regina, con brazos cruzados sobre el pecho, trataba de asomarse a ver qué era lo que les llevaron.
A decir verdad David se sentía ligeramente incómodo. Ambos vestían sus respectivas pijamas y debía admitir que Regina se veía hermosa en sus ropas de dormir, con el cabello más libre de lo normal y sin maquillaje.
Le impresionaba ver lo elegante que se seguía viendo aun así, aunque, con esas ropas se veía menos imponente de lo normal, se veía más… humana. Fue algo que no pudo constatar en New York porque pasaron allá sólo una noche y en sus respectivas habitaciones del hotel. La vio entrar bien arreglada y vestida, y salir al otro día de la misma forma.
Pero ahora no podía negar que disfrutaba verla así y constatar que en realidad era mucho más bajita que él.
—Por favor dime que eso no lo preparó Snow White —demandó la reina. Bajo ninguna circunstancia iba a comer algo que fuera hecho por la insufrible princesa. Ni muerta lo haría.
—No —respondió David soltando una pequeña risa por la preocupación de Regina. Colocó una charola de comida para ella en el asiento próximo al suyo. —Granny se ofreció muy amablemente a hacer esto por nosotros durante el aislamiento —le contó.
—Eugenia es una mujer razonable —dijo mientras tomaba asiento, omitiendo el hecho de aceptar en voz alta que la comida de la mujer mayor era muy buena, pero no tanto como la suya.
—Todos somos razonables. Nada más que te niegas a aceptarlo —le alzó una ceja al decir eso y Regina alzó ambas.
—Eso es debatible —se limitó a decirle.
Empezaron a desayunar en un absoluto y tortuoso silencio que reinó durante algunos minutos, pero que no tardó mucho en incomodar a David.
—Me recuerda a la cena que tuvimos —comentó de pronto para luego beber un poco de su jugo natural.
—Esto está muy lejos de ser esa cena —dijo Regina alzando una ceja a modo de ironía, pero no levantó la vista de su plato. El recuerdo no era muy agradable, no era como si se sintiera orgullosa de eso ahora.
—Por supuesto. Esto es un desayuno —le dio la razón a modo de broma.
—Muy gracioso, encantador —esta vez sí que volteó a verlo y estrechó los ojos mientras llevaba un trozo de desayuno a su boca.
Una vez terminados los alimentos, David se dispuso a recoger todo para tirarlo a la basura.
—La puerta de la cocina da al garaje donde está el cesto de la basura —indicó. —Iré a tomar un baño y cambiarme para hacer… —soltó un pequeño suspiro de fastidio. —Nada —dijo entredientes.
—Haré lo mismo —dijo el príncipe mientras caminaba hacia la cocina.
Regina terminaba de maquillarse sentada frente a su espejo. La mayor parte del tiempo hacía eso con su magia, pero como no podía usarla debía hacerlo ella misma. Algo que no le disgustaba y que sabía hacer a la perfección.
Se puso de pie, colocó las zapatillas negras en sus pies, tomó su móvil y se dispuso a bajar porque no quería estar encerrada en su cuarto en ese momento. Mientras descendía por las escaleras escuchaba a David hablando con alguien y no tardó en encontrarlo en la sala, precisamente hablando por teléfono.
—Pon a Henry al teléfono. Regina ya está aquí —le dijo a Emma y se lo extendió a la reina quien lo tomó de inmediato en clara muestra de urgencia por hablar con el pequeño.
—¡Hola mamá! —saludó Henry.
—Mi pequeño príncipe —Regina saludó a su hijo en cuanto lo escuchó.
—¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? —preguntó el preadolescente que a los ojos de Regina seguía siendo un niño.
—Muy bien. No tengo ningún malestar —respondió emocionada. —Deseo con todas mis fuerzas que ya pasen estos días para poderte ver —le dijo con total sinceridad y amor. Volteó a ver a David de reojo y se dio cuenta que el príncipe hablaba por su móvil.
—También yo. Te extraño mucho. Cuéntame de tu viaje a New York —pidió Henry y Regina volvió toda su atención a él para platicarle lo que estaba pidiendo.
Mientras tanto, David se trasladaba hacia otra parte de la Mansión, lejos de la reina.
—Estoy en la cocina —le dijo con un tono de voz bajo. —Ya dime qué es lo que te traes —presionó.
—Bueno, la razón por la cual también queríamos que te quedaras ahí es porque tienen que avisar si comienzan a tener síntomas y todos estamos seguros que Regina no dirá nada. Así que necesitamos que estés pendiente de ella —fue perceptible a través del auricular la sonrisa de nerviosismo que Emma esbozó.
—¿Están locos? ¿Creen que Regina me va a decir cómo se siente? ¿O pretenden que revise su temperatura mientras duerme? —preguntó sarcástico.
—No puede usar magia. No te hará nada —le alentó Emma recordándole el pequeño, pero importante detalle. Le gustara o no a la reina tenía que aguantar la presencia de David.
—Esa es la única razón por la cual no me ha lanzado una bola de fuego y tú piensas que me va a permitir estar pendiente de su salud —replicó con palabras llenas de ironía por lo absurdo de la idea.
—Van a estar bien. Ya lo verás —repitió lo que le dijo su madre antes de hablar con David.
Snow se estaba mostrando demasiado positiva y eso lo agradecía Emma porque no quería pensar en un mal escenario. En su mente se repetía todos los días que los dos estarían bien y la princesa ayudaba mucho a mantener ese mantra que por fortuna Henry creía con fervor.
—Prométeme que lo harás —pidió la rubia a su padre que resopló sobre el auricular.
—Lo haré —prometió dándose cuenta que era la segunda vez en un par de días que terminaba con la misión de cuidar en cierto modo de Regina Mills.
—Pásame en este instante a la señorita Swan —la reina apareció de la nada y David sintió que casi se le paralizaba el corazón.
—¡No hagas eso! —pidió con reclamo. No sólo le sacó el susto de su vida sino que aparte estuvo a punto de escuchar una conversación privada que era sobre ella y que por obvias razones no debía oír.
—Es mi casa y aquí yo hago lo que me venga en gana —le arrebató el celular. —Swan, quiero que ahora mismo vayas a mi oficina, recojas los papeles que están en el escritorio y me los traigas inmediatamente —miró a David quien seguía con una mano en el pecho tratando de calmar el pequeño susto que se llevó. Le dio gusto, era lo que se merecía por haberla espantado en la mañana. —También trae de la estación papeleo para que tu padre haga algo productivo —dijo esbozando una media sonrisa cuando el príncipe volteó a verla con algo de recelo por lo dicho. —¿Está claro? —preguntó.
—Sí, Regina —respondió la otra a regañadientes. Lo haría sólo porque no quería que la reina tuviera pretexto alguno para salir de la Mansión.
La reina colgó en cuanto escuchó a Emma y después cruzó el brazo izquierdo bajo sus senos colocando la mano sobre su brazo derecho mientras que con esa mano le extendía el celular a David clavándole una mirada retadora que le fue devuelta con la misma intensidad.
Si las miradas mataran...
El sheriff se quedó solo lo que restó de la mañana. Regina sólo murmuró algo como "Ahora piérdete" y simplemente se fue. Así que optó por hacer un recorrido por la planta baja de la Mansión para conocerla.
Le parecieron absurdos el tamaño de la cocina con su propio comedor, la sala con su chimenea, la biblioteca que tenía un escritorio formal y una chimenea, el baño, una estancia con televisor, el comedor principal con acceso al jardín, ¿qué jardín? ¡Los jardines!
El patio trasero era enorme y hermoso.
Había estado ahí un par de veces, pero nunca prestó atención a las dimensiones de la casa. Era prácticamente un palacio. ¡Oh, la ironía! Se preguntaba qué era lo que había hecho Regina durante tantos años sola en esa enorme Mansión.
Descubrió además un sótano donde había un cuarto de estudio, un salón con un área de juegos, otro con una mesa de billar y otro donde había un pequeño cine. No podía describirlo de otra manera.
El timbre lo hizo regresar a la planta baja mientras que Regina descendía las escaleras y ahora que lo pensaba, la reina se había vestido muy formal a pesar de que no saldría de casa. Sonrió porque parecía ansiosa por recibir trabajo qué hacer y a parte porque se veía... hermosa.
—Deja de verme así —ordenó clavándole una fría mirada.
—¿Así como? —preguntó divertido pues no pensaba que estaba haciendo algo malo. Es decir, ¿cómo no admirarla si era una belleza de mujer? Llevaba un vestido negro con un blazer color gris, medias negras envolviendo las esculturas piernas y unas zapatillas altas también negras.
—Así —enfatizó al notar que no dejaba de hacerlo.
—Yo quiero mirarte así —aseguró sonriendo y frunciendo ligeramente el ceño.
—Pues yo no quiero que mires así. Ya abre —demandó volteando el rostro con altivez hacia la puerta de nuevo. Ya habían pasado un par de minutos, era prudente salir por las cosas.
David dio un largo suspiro e hizo lo que Regina pidió, aunque a su parecer había sonado como una orden. Tomó la comida con una mano y con la otra un portafolio que seguramente contenía los papeles de trabajo.
La reina estaba frente a él cuando se dio la vuelta para entrar, le quitó el portafolio e ingresó sin esperar. El príncipe negó con la cabeza, entró, cerró la puerta, subió los pequeños escalones y dejó la bolsa con comida sobre la mesa.
—¡Regina! —llamó a la reina al notar que se estaba tardando. Acomodó todo, tomó asiento y se dispuso a comer porque tampoco la iba a esperar. Si ella prefería que se enfriara la comida, era su problema.
Dio el primer bocado y mientras saboreaba sonrió al escuchar los conocidos pasos acercándose. Eso era nuevo para él. Es decir, Emma usaba botas y Snow zapatillas de piso. No estaba acostumbrado a escuchar los altos tacones, pero debía admitir que le gustaba. Había algo sexy en eso.
—Aquí están tus papeles —los puso sobre la mesa, enseguida de él. —En el sótano hay un pequeño cuarto de estudios. Lo puedes utilizar —rodeó la silla del príncipe y se sentó en el lugar donde estaba su comida.
David asintió mientras saboreaba la deliciosa lasaña que Granny les envió.
—No te preocupes, conozco el cuarto —dijo después de tragar.
—¿Ah sí? —preguntó Regina alzando una ceja con altivez mientras veía de él a su plato y viceversa.
—Ya que estás resultando tan mala anfitriona me di a la tarea de conocer la planta baja, el jardín, la cochera y el sótano —le contó entusiasta.
—Me sorprende tu audacia. Mira que hacer un tour tú solo por la Mansión —dijo a modo de burla llevando un trozo de lasaña a su boca.
—Me falta la planta alta —comentó continuando con su comida y mientras masticaba miraba a Regina, a la bella alcaldesa de Stroybrooke tratando de tragar para responder. Seguro le haría algún comentario mordaz. La conocía lo suficiente para asegurarlo.
—No te acerques a mi habitación —dijo, aunque su tono de voz no fue de advertencia. —Las escaleras de la planta alta dan al ático —comentó. —Puedes continuar con tu tour ahí. En realidad en la planta alta están solo las habitaciones. Dudo que encuentres algo interesante —le contó notando la atención con la que el príncipe la escuchaba. Parecía interesado en verdad y eso le agradaba a Regina porque, bueno… no era una situación común para ella.
David pensó en lo que Emma le pidió, que estuviera al pendiente de la salud de la reina. Era bueno saber dónde estaba su habitación, pero no le haría ver el interés que tenía por el lugar. No quería ponerla alerta.
—El ático será entonces —le sonrió amable porque, al menos por un momento, parecía que estaban logrando mantener una conversación normal. —Es bueno poder hablar contigo sin que queramos arrancarnos la cabeza —comentó a modo de broma porque en realidad no consideraba que se llevaran tan pésimo. —Me recuerda a la cena que tuvimos aquella vez...—.
—Otra vez con lo mismo —se quejó la reina y le miró con advertencia.
—No me lo tomes a mal. En verdad fue agradable y ahora mismo está —enfatizó en la última palabra, —siendo agradable —aclaró mirándole con sinceridad.
Regina se sintió intimidada por un breve momento. Aclaró su garganta y se acomodó en el asiento para luego pasar un mechón de cabello tras una de sus orejas. No recordaba que alguna vez alguien le dijera que platicar con ella era agradable y le dolía en el orgullo admitirlo, pero a ella también le resultaba agradable hablar con él.
Recordaba aquella cena a la perfección. Fue encantadora, no podía describirla de otra manera. David se comportó atento, gentil, amable, respetuoso y caballeroso, como el Príncipe Encantador que verdaderamente era y todo habría sido perfecto si no fuera porque ella tenía otros planes.
A veces se preguntaba qué habría pasado si él hubiera accedido, cómo la hubiera tratado en la cama, cómo se sentiría tene…
—¿Regina? —la voz de David la regresó a la realidad y no, tampoco iba a admitir que esa varonil voz le resultaba exquisita. ¡No! —¿Te sientes bien? —preguntó preocupado ahora, le miraba con el ceño ligeramente fruncido y se atrevió a alargar una mano para colocarla sobre la suya.
—Estoy perfecta —sonrió con falsedad. Quitó su mano de debajo de la de él para tomar la servilleta y limpiarse la comisura de los labios.
Una acción que era completamente innecesaria, pero que le sirvió para dejar de tener contacto físico con David porque le resultó demasiado haber estado pensando en una noche con él y que de pronto la estuviera tocando. Para no seguir hablando comenzó a comer.
El Sheriff asiento torciendo un poco la boca porque tenía sus dudas, pero no iba a discutirlo con ella en ese momento. La estaría observando con detenimiento y por lo pronto se conformaba con verla comer. Tenía apetito así que era poco probable que se sintiera muy mal.
—La lasaña me parece muy buena, pero debo admitir que no se compara con la tuya que es exquisita —dijo David cuando estaba terminando de comer. Regina volteó a verlo con expresión sorprendida.
—Al fin estamos de acuerdo en algo —rio con disimulo, disfrutando de la satisfacción que le causó escuchar eso.
—Hemos estado de acuerdo en muchas ocasiones, pero eres tan orgullosa que no lo admites —le retó moderadamente. Sabía que la reina no tenía forma de negar esa afirmación. Era orgullosa, obstinada y muy terca.
Regina le sonrió con desgano por el comentario. Sí, era orgullosa, ¿y qué? ¿a él qué le importaba o en qué le afectaba?
—Será mejor que nos pongamos a trabajar —dijo mientras recogía todo para ponerlo dentro de la charola desechable donde comió.
David dio un largo suspiro que sonó como si se estuviera resignando.
—Yo me hago cargo —le quitó todo de las manos y procedió a hacer lo mismo con sus cosas.
—Gracias —se relamió los labios y se puso de pie dirigiéndose hacia la escalera que comenzó a subir con dirección a su habitación para lavarse los dientes.
Y mientras, David limpiaba la mesa y luego sacaba la basura al garage. Escuchó los altos tacones descendiendo para luego alejarse y perderse tras la puerta de la biblioteca. Así que se dispuso a asear el piso del comedor porque había unas pequeñas manchas y cuando terminó, subió a lavarse los dientes, regresó a la planta baja, tomó del comedor sus cosas de trabajo y bajó al sótano para revisar los documentos.
A Regina se le fueron las horas como agua hasta que, muy puntual a las siete, el timbre sonó indicando con ello que Emma estaba dejando la cena. Hizo nota mental de enviarle a Eugenia una lista de comidas que le gustaría en los próximos días.
Aguardó los minutos que David ya había estipulado y aprovechó para acomodar sus papeles a fin de tenerlos ordenados y saber con facilidad dónde continuar. Salió de la biblioteca y se dirigió al comedor donde encontró al apuesto sheriff acomodando todo para comer.
—Un poco más y me convencerás de asignarte la labor de servir la mesa —dijo Regina mientras entraba imponente al lugar. El príncipe volteó a verla sin detenerse.
Por el contrario, siguió mientras ella tomaba asiento.
—Servida, Majestad —decidió seguirle el juego e inclusive inclinó la cabeza en señal de respeto hacia la realeza. —Lo único es que hacer eso ameritaría un aumento —comentó al tiempo que se sentaba y se disponía a comer.
—Eso no es negociable —Regina le alzó una ceja y acomodó la servilleta sobre su regazo.
—Lástima, porque sería adorable venir todos los días —bromeó sonriendo de medio lado después y vio con satisfacción la reacción de la reina que pareció sorprendida e incómoda por lo que dijo.
Regina era una mujer extremadamente bella. Es decir, estaba seguro que nunca en su vida había visto a alguna otra que se le asemejara en la belleza, elegancia y gracia (aunque sonara absurdo) que poseía.
Y sí, durante la jodida maldición se arrepintió de no haberse ido a la cama con ella y de un tiempo para acá, con la maldición ya rota, se arrepentía aún más. Es que aun no entendía por qué dejó que sus prejuicios se lo impidieran, por qué permitió que pudiera más el sentirse intimidado al verla tan imponente, dispuesta y decidida a estar con él.
Regina se mordió brevemente el labio inferior manteniendo el tenedor enterrado en una de las verduras que había en su plato. La verdad es que dudaba que a David le pudiera resultar siquiera agradable ir seguido a la Mansión y, ahora que lo meditaba, no entendía por qué estaba pensando en estupideces como esa.
Se llevó a la boca lo que tenía en el tenedor.
—No está nada mal —comentó al degustar y el príncipe asintió con la boca llena.
—¿Has tenido algún malestar? —preguntó David después de tragar. Emma le había llevado un termómetro y un oxímetro junto con la cena, pero no era algo que le iba a mencionar a Regina porque de seguro no querría ninguno de esos aparatos cerca de ella.
—Exceso de irritación por tu presencia, ¿eso cuenta? —preguntó con una mueca de burla en el bello rostro.
—Mal por ti, porque tendrás que lidiar con ello por trece días más —reviró muy decidido a no dejar que la reina ganara todas las pequeñas batallas que tenían.
—Ni me lo recuerdes —dijo con fastidio mientras rodaba los ojos. —Si no fuera por la entrometida de Snow y tu complejo de héroe no estaríamos aquí —volvió a llevarse comida a la boca.
—Oh, vamos. Si hasta te hice reír en el camino —le recordó. Obviamente se refería al camino hacia New York porque el de regreso había sido un suplicio lleno de angustia.
—No me estaba riendo —frunció el ceño y lo miró con seriedad.
—¿Ya ves? Eres una orgullosa. Por supuesto que te reíste —dijo triunfante e introdujo ensalada en su boca mientras miraba a Regina que se veía como en un conflicto, tratando de debatir su punto.
De pronto, la vio alzar la barbilla y adoptar ese porte tan característico en ella, altivo, elegante y orgulloso a la vez.
—Lo hice solo por cordialidad, no porque fuera gracioso —habló con desdén y después volteó el rostro para concentrarse en su comida. David lo estaba disfrutando, lo sabía bien y no le iba a dar el gusto de tener la razón.
El príncipe no pudo hacer nada más que sonreír ante lo terca que era la reina y tal vez no estaba bien, pero le gustaba ponerla en situaciones donde se mostraba más como ella misma. Le fascinaba en cierta forma y le hacía ansiar descubrir mucho más.
—¿Avanzaste con tu trabajo? —preguntó cambiando el tema y ella de inmediato volteó a verle. La expresión de sorpresa en el bello rostro no tenía precio. Regina apenas asintió.
—Lo suficiente como para no sentirme presionada —respondió mientras trataba de asimilar la situación que se sentía ligeramente familiar y a la vez extraña.
—Mañana te mostraré lo que avancé. Tengo un par de dudas —agarró el vaso y bebió un poco de su refresco de sabor.
—Me parece bien —comentó Regina.
Siguieron hablando un poco más. Tocaron apenas el tema del virus. David le compartió a Regina lo que había estado investigando y le dejó en claro los síntomas que el COVID19 causaba para que estuviera alerta.
Regina terminó con su rutina de cuidado de la piel. Se levantó del asiento frente a su tocador, dejó su albornoz sobre el sillón cleopatra y se fue directo a la cama. Soltó un suspiro lo bastante largo como para dejarla sin aire en los pulmones que llenó de inmediato otra vez.
No podía sacarse de la mente el qué hubiera pasado si esa noche David hubiera aceptado estar con ella. Nunca se permitía pensar en eso porque no consideraba que fuera bueno pensar en el príncipe de esa forma.
Él era el ex marido de su peor enemiga que ahora se podía decir que era su amiga aunque no le gustara admitirlo. Pelearon en contra muchas veces en el bosque encantado y estaba segura que en algún tiempo David la habría matado sin dudarlo de haber tenido la oportunidad.
Pero nada de eso podía borrar ese día, donde ella misma se permitió ser sólo Regina Mills, la alcaldesa de Storybrooke, y disfrutó mucho la compañía de David Nolan.
Se relamió los labios e inconscientemente dobló las rodillas apoyando las plantas de los pies sobre el colchón mientras su mano derecha se colaba por debajo del shorts de satín de su pijama azul claro.
Acarició por encima de su ropa interior sintiendo un intenso cosquilleo que la hizo estremecer levemente. Repitió el movimiento un par de veces hasta que sintió la necesidad de contraer su sexo buscando placer.
Así que, decidiendo que era dueña de su vida y de sus pensamientos, metió la mano por debajo de su ropa interior para dedicarse a frotar su erecto e hinchado clítoris. Bajó un poco buscando con sus dedos algo de lubricación en su entrada que acarició y regresó los dedos húmedos a su clítoris.
Cerró los ojos y arqueó un poco la espalda bajando la cadera. Su otra mano la uso para meterla por debajo de su blusa de satín y acariciar sus pechos y pezones que también estaban duros.
Y fue entonces cuando decidió pensar en David, en su apuesto rostro y hermosos ojos azul profundo en los cuales estaba segura que adoraría perderse. Lo imaginó besándola con pasión y ternura, pero después con desenfreno y arrebato.
—Oh, Dios —gimió bajito sin poderse contener ya.
Movió su mano derecha hasta su sexo e introdujo primero un dedo mientras que la izquierda la bajaba para frotar con ella ahora su clítoris.
—Aaah —gimió de nuevo porque su intimidad comenzó a apretarse alrededor de su dedo con desespero y entonces metió otro imaginando el miembro de David penetrándola, entrando y saliendo de ella, primero con calma, permitiendo acostumbrarse y después fuerte, duro, sin piedad.
David salió de su cuarto y caminó sigilosamente hasta el lado de la planta alta donde sabía que debía estar la habitación de Regina. Se acercó con mucho cuidado a una de las puertas y abrió con el mayor cuidado del mundo.
Se encontró con lo que debía ser la habitación de Henry. A simple vista podía ver que tenía un montón de cosas de superhéroes y videojuegos. Un sonido que no pudo identificar llamó su atención haciéndole voltear hacia el pasillo.
Caminó en alerta hacia la siguiente puerta que estaba entreabierta y se encontró con un baño completo que debía ser el que Henry usaba. Quedaba una puerta, la del fondo, y sin duda alguna esa debía ser la habitación de Regina.
Lo único que haría sería abrir con cuidado y asomarse a ver si estaba bien. Si veía la oportunidad quizá entraría a palpar su temperatura. Aunque lo veía muy arriesgado, pero Emma tenía razón, Regina no podía usar magia, así que no podía lanzarle una bola de fuego o mandarlo lejos.
Tomó la perilla de la puerta, la giró con todo el cuidado del mundo y entonces escuchó un débil "David".
Abrió de golpe y vio a Regina saltar prácticamente de la cama de la cual se levantó de inmediato mientras tomaba su albornoz.
—¿Estás bien? —preguntó preocupado avanzando con rapidez hacia ella.
—¡Pero qué demonios! —exclamó furiosa y procuró limpiar su mano con la larga tela alrededor de su cuerpo. Acababa de tener un orgasmo y de pronto el príncipe idiota entraba a su habitación y…
Cualquier pensamiento desapareció de su mente cuando la tomó de los hombros haciéndola girar y lo siguiente que supo es que las manos de David le sostenían el rostro y tenía sus labios sobre la frente.
