Un grupo de cazadores, dirigido por la implacable Hermione Jean Granger, atravesaba las lindes del Bosque Prohibido, tras un ciervo herido . Era la primera pieza que cazaba junto a su fiel amiga Ginevra Weasley, muy reconocida en aquellas tierras.

Pero corría deprisa, buscando un lugar por donde escapar del fatal desenlace, y por más que los cazadores se apresuraban, no conseguían apresarlo.

De pronto, el ciervo se escabulló por un camino estrecho, tortuoso y repleto de árboles, un camino que llevaba directo al interior más profundo del Bosque, hacia el lugar del Lago Maldito, famoso por esconder una leyenda tenebrosa y sobrecogedora.

Los cazadores se pararon de golpe y al pronto llegó Hermione Granger, quien, ruborizada de cólera , recriminó al resto esta actitud:

– ¿Pero qué hacen? ¿Por qué se detienen? ¡Se va a escapar la presa! – dijo con voz firme.

– Señorita, este camino lleva directo al Lago Maldito. Ese lugar está endemoniado y ninguna mujer debe llegar hasta su orilla.

– ¿Endemoniado dices? ¿Qué tonterías son esas? ¿Y dejar perder así mi primera pieza de caza? ¡Si aún la puedo ver desde aquí! ¡Está herida y apenas puede correr! ¿Quieres dejarla morir para que se alimenten de ella? ¡Pues yo no pienso darles el gusto! ¡Ese ciervo es mío y pienso ir a por él!

– Por favor, señorita Granger, no vaya. Ninguna de las personas que llegaron hasta ese lago se libraron de un fatal destino...

– No me importa. Ni aunque me agarre el demonio, como tú dices. Pienso recuperar lo que es mío.

Y, diciendo esto, Hermione Jean Granger se adentró en la espesura del camino.

Ese día, Hermione regresó, al cabo de algunas horas, con su pieza de caza entre los brazos. Pero su rostro había cambiado, y también su actitud. Desde entonces, una sombra de melancolía cubrió su espíritu.

Cada día, salía temprano, y se adentraba en el bosque en el más sepulcral de los silencios. No tenía ánimos para nada y se pasaba el día callada.

Alertada por su extraño comportamiento, su amiga Ginevra acudió a verla:

– Hermione, ¿qué te sucede?- preguntó la pelirroja- Desde aquel día que te adentraste en aquel camino endemoniado, ya no eres la mismo. Has caído en el pozo de la melancolía. Apenas comes, dudo que duermas... Dicen que todos los días vuelves al bosque con una ballesta. ¿A quién quieres matar? ¿Con quién temes encontrarte?

– Ay, Ginny, mi buena amiga... – dijo suspirando la castaña- A ti no te puedo ocultar nada. Tengo encima de mí, una losa, un gran peso en forma de melancolía. Desde que lo vi, no he vuelto a ser la misma... ¿Tú conoces a ese hombre, al hombre del lago?

– ¿De qué hablas? ¿A qué hombre te refieres?- preguntó entonces su amiga, preocupada.

– Esa hombre hermoso... esos ojos... Ese día, Ginny, me encontré en el Lago Maldito al ser más hermoso que pueda existir en la tierra. Su piel pálida como la luna llena, su pelo negro como la noche... unas pestañas como abanicos enmarcando los ojos más hermosos que vi jamás: unos ojos verdes como dos esmeraldas recién pulidas, brillantes y transparentes. No me dijo nada, solo me miró, y su mirada me cautivó de tal forma, que sueño día y noche con volver a encontrarle. Por eso acudo cada día y cada tarde para volver a verle.

– ¡Ay, Hermione, no vayas! Sí, escuché la historia de los ojos verdes... Son los ojos del demonio, no te acerques, o caerás en sus redes.

– ¡No has entendido nada de lo que dije, Ginny! ¿Qué me importa a mí que sea el demonio? Lo querré igual, de la misma forma. Solo quiero volver a verlo

– No se puede hacer nada entonces- añadió con tristeza su amiga- Que sea lo que tenga que ser...

Y Ginny se alejó, triste y abatida, conocedora del destino que le esperaba a Hermione.

Hermione decidió volver al bosque esa misma tarde. Llegó hasta el Lago Maldito, y por fin se encontró con él. Al borde de una piedra lisa que yacía sobre el lago, como suspendido en el aire, esperaba tranquilo, como un elfo del bosque, resplandeciente y pálido. Sus ojos verdes brillaban como fuegos fatuos, y la castaña no pudo más que acercarse más a él, movida por un extraño hilo invisible que se apoderó de sus sentidos.

Aquellos ojos, aquellos ojos le llamaban, le pedía a gritos acercarse más y más, hasta casi rozarlos con sus pupilas.

– Dime, ¿quién eres? ¿De dónde procedes? – dijo entonces Hermione, rompiendo el sepulcral silencio.

Él solo suspiró, y ella continuó hablando:

– ¿Eres acaso quién todos dicen qué eres? No me importa si eres un...

– ¿Demonio?- concluyó aquel hermoso ser - ¿Y qué pasara si lo soy? ¿Qué harías... Hermione?

Ella dudó pero contestó, a pesar de que un sudor frío bañaba su espalda:

– Sí, te querría igual. No me importa lo que seas. Déjame amarte igualmente.

– Pues ven, ven aquí, conmigo- y mientras decía esto, el hombre hacía gestos con la mano para que Hermione se acercara más al borde de la piedra- ¿Ves el fondo de este lago? Esas algas que ondean son mi lecho, mi morada. Yo procedo de allí, y prometo darte felicidad plena si me acompañas. Solo tienes que venir conmigo y serás feliz para siempre.

Y Hermione, que no podía dejar de mirar esos ojos verdes, seguía avanzando, lentamente, hasta que él acunó sus mejillas con las manos, la besó con unos labios gélidos, y la arrastró hacia el fondo. El agua comenzó a crear ondas plateadas y después del golpe seco que alteró hasta la cascada que caía de la fuente, todo regresó a la calma.