EL HILO ROJO

Capítulo 1: Extrañas sensaciones

El cielo nocturno de Shinjuku se iluminó una noche más con una gran explosión mientras una figura sobrevolaba los altos edificios comerciales. Las sirenas de los coches patrulla resonaban en el silencio de la madrugada. Katsuki descendió a tierra, frenando la caída con sendas explosiones de sus manos, y sopesó el peso del botín que contenía la bolsa que agarraba con la mano derecha. Se echó el paso a la espalda y caminó relajado por un oscuro callejón introduciendo la mano izquierda en uno de los bolsillos de sus pantalones.

A lo lejos, aún podían oírse los gritos de la policía y de los bomberos, que seguramente en ese momento luchaban por apagar el fuego que había provocado en el banco para despistar. Mostró una sonrisa torcida. Esos torpes jamás podrían atraparlo. Era demasiado rápido para ellos y siempre terminaba dándoles esquinazo. Ni siquiera esos estúpidos héroes eran capaces de hacerle frente.

—Tsss… Extras —murmuró.

Pateó una lata que rebotó varias veces hasta chocar con un cubo de basura. Una rata salió de él como alma que lleva el diablo y se introdujo en una alcantarilla cercana. Rio. Ni siquiera esos repulsivos animales se atrevían a interponerse en su camino. Empezaba a preguntarse si realmente habría alguien capaz de enfrentarse a él sin hacer el ridículo.

Salió del callejón hacia una avenida principal asegurándose previamente de que no hubiera ninguna patrulla cerca y caminó calle abajo. Miró su reloj de pulsera para comprobar que era su hora preferida: las tres y media de la madrugada. A esa hora podía caminar tranquilamente por la calle sin tener que estar emprendiéndola a empujones contra unos y otros para que lo dejaran pasar. Shinjuku siempre había sido una ciudad bastante masificada, pero desde que algunos de los mejores héroes del país se habían instalado allí, el turismo había aumentado considerablemente. La gente llegaba en masa con la esperanza de contemplar a algunos de los mayores héroes de Japón en plena acción.

Volvió a sonreír. Lo que no sabía esa gente era que la mayoría de esos idiotas habían sido enviados allí por él. La policía se había visto incapaz de capturarlo a pesar de que había sido el causante de numerosos robos y altercados en la ciudad. Desbordada, había decidido pedir la colaboración de héroes muy bien clasificados en el ranking, esperando que estos fueran de ayuda. Desafortunadamente para ellos, no lo habían sido. Saltaba a la vista: él seguía libre, caminando por las calles a su antojo.

Estaba a punto de girar en una esquina cuando escuchó un ruido a su espalda. Miró con curiosidad por encima del hombro. A unos pasos de él se encontraba un enmascarado de complexión aparentemente fuerte y estatura media. Otro de esos patéticos héroes con sus también patéticos disfraces.

—¿Eres Bakugo Katsuki? —preguntó el héroe.

A juzgar por su voz, que sonaba amortiguada por el protector metálico que le rodeaba la boca, Katsuki podría haber asegurado que era joven, posiblemente de una edad parecida a la suya. A través de la capucha que parecía simular unas especies de extrañas orejas vislumbró unos brillantes ojos verdes.

—¿Y tú quién mierda eres? —preguntó Katsuki.

—No has respondido a mi pregunta.

—¿De verdad hace falta que te responda? —replicó con cierta chulería en la voz. Lo cierto era que todo el mundo lo conocía en esa maldita ciudad. Todo el mundo era capaz de reconocer su cabello puntiagudo y sus ojos rojos en cualquier lugar. La única razón por la que alguien preguntaría algo así sería porque…—. Ya sé. Eres novato, ¿no?

El joven enmascarado decidió ignorar su pregunta y lo señaló con el dedo índice.

—Bakugo Katsuki, quedas detenido por robo, desorden público y por daños a la propiedad pública.

Katsuki enarcó una ceja y comenzó a aplaudir con una sonrisa torcida.

—¡Vaya, jodidamente impresionante, nerd! Te sabes todos los cargos. Sin embargo, debes ser muy inconsciente o muy estúpido para creer que me entregaré sin oponer resistencia. ¿Estás seguro de que quieres que te patee el culo nada más pisar Shinjuku? No me gustaría que tu estancia aquí comenzase de una manera tan accidentada.

Exageraba un tono extremadamente dulcificado y burlón. El héroe apretó los puños y Katsuki celebró interiormente su reacción. Siempre conseguía sacar de quicio a esos payasos.

—¡Eso no pasará! —exclamó el héroe mientras se lanzaba contra él.

—Idiota.

Katsuki sacó la mano izquierda de su bolsillo y apuntó hacia el joven que se acercaba a gran velocidad. De la palma de su mano surgió una explosión controlada que sería más que suficiente para retener a ese novato. Una nube de humo negro le nubló la misión durante unos segundos. Decidió que le daría una oportunidad a su oponente y se retiraría antes de que tuviera la oportunidad de volver a atacar. Se dio la vuelta dispuesto a marcharse cuando sintió un cambio en el aire por encima de su cabeza. Dirigió su mirada al cielo y sus ojos se dilataron al comprobar que aquel joven encapuchado había evitado su explosión flotando por encima de él.

—Un quirk que te permite flotar, ¿eh? —masculló Katsuki—. ¿Y cómo te ayudará ese don a pararme, nerd?

Apuntó una vez más con la palma de su mano hacia el joven, pero antes de que pudiera lanzar su ataque, el héroe le apuntó a su vez con su mano derecha. Tenía el dedo índice flexionado y apoyado sobre su pulgar como si quisiera golpear una canica.

—¡Smash! —exclamó, empujando el dedo hacia delante.

Una fuerza sobrehumana arrastró a Katsuki varios metros hacia atrás, haciendo que soltara la bolsa con el dinero para poder parar su cuerpo posicionando ambas manos en el suelo. El rubio maldijo mientras se limpiaba las manos en los pantalones.

—¿Tiene más de un jodido quirk? —se preguntó.

Su mirada se dirigió rápidamente al botín que se había visto obligado a soltar y vio cómo su contrincante también posaba los ojos sobre ella. Corrió a toda velocidad hacia la bolsa. Estaba a punto de alcanzarla cuando una especie de látigo negro la aferró con fuerza y salió disparada lejos de su alcance. El héroe la tomó y la posicionó a su espalda mientras el látigo negro recorría el camino de vuelta hacia su brazo derecho. Katsuki gritó de exasperación. ¿Cuántos quirks poseía ese imbécil?

Se lanzó contra él con las manos preparadas para descargar toda su explosiva furia. El enmascarado se colocó de nuevo en esa posición de piernas ligeramente flexionadas y brazos estirados, listos para lanzar otro ataque.

—¡Muere! —gritó Katsuki lanzando explosiones cada vez más emocionales y menos controladas.

—¡Smash! —exclamó su rival.

Esta vez, ambos se vieron propulsados varios metros atrás. Las explosiones de Katsuki habían destrozado la mitad derecha de la capucha del héroe, dejando al descubierto un cabello rizado de tonos verdes. El Smash, por su parte, había dado de lleno en el villano, magullando sus brazos y dejando su camiseta negra hecha jirones. Ambos volvieron a la carga. En esta ocasión, Katsuki cerró los puños, dispuesto a descargar sobre la cara de su oponente un golpe que lo dejara fuera de combate. Era más alto y más corpulento que él. Estaba seguro de que, si podía alcanzarlo, lo tumbaría de un solo puñetazo. Sin embargo, el héroe esquivó el golpe agachándose con gran rapidez y le propinó una patada en las costillas. El golpe dejó momentáneamente a Katsuki sin respiración. Se llevó la mano al lugar donde había recibido el golpe y rugió de frustración.

—¡¿Quién demonios eres tú?! —le preguntó antes de regresar a la acción.

—Mi nombre de héroe es Deku —contestó él volviendo a esquivar los golpes de Katsuki.

Deku…

Katsuki frunció el ceño.

—Vas a arrepentirte de haber metido tu estúpida nariz en donde no te llamaban —rugió, lanzando otro ataque.

En este caso, Deku recibió la explosión de frente, frenando el impacto con sus antebrazos. Las mangas de su traje quedaron hechas cenizas en apenas unos segundos. Su expresión mostró rictus de dolor al notar cómo la explosión le quemaba la piel. Katsuki alzó de nuevo las manos para atacar, pero repentinamente una luz cegadora lo iluminó desde el cielo. El sonido de la hélice de un helicóptero ahogó las sirenas de los coches de policía que se dirigían hacia allí.

—¡Bakugo Katsuki, ríndase y entréguese sin poner resistencia! ¡Está usted rodeado! —hablaban desde el helicóptero a través de un megáfono.

Efectivamente, estaba rodeado. En apenas unos segundos, varios coches patrulla habían llegado a la escena, bloqueando todas las posibles salidas. Todas menos una: la que ocupaba ese estúpido héroe.

—Ya lo has oído —le dijo Deku—. No tienes escapatoria. Será mejor que te rindas.

Katsuki sonrió de lado. Ese idiota todavía no lo conocía. No sabía de lo que era capaz.

—Siempre hay una escapatoria —le dijo, alzando la mano hacia el helicóptero.

Los ojos de Deku se agrandaron cuando comprendió las intenciones de aquel villano.

—¡No lo hagas! —gritó, pero ya era tarde. Katsuki había lanzado una explosión directamente a las hélices del helicóptero. La máquina perdió el control en cuestión de segundos y empezó a girar sobre sí misma, precipitándose al vacío. Deku se lanzó sin dudarlo un segundo hacia la cola del vehículo, utilizando su fuerza para contrarrestar la de la hélice. El jefe de la policía ordenaba a todas las unidades que despejaran el lugar por si el helicóptero llegaba a estrellarse. Katsuki aprovechó el caos para escapar por el camino que había dejado libre Deku, dejando olvidada la bolsa con el botín en el frenesí de la huida.


Cuando llegó a su casa, eran casi las cinco de la mañana y sin embargo en el edificio todavía había varias luces encendidas. Entró en el recibidor azotando la puerta tras sí y se dirigió a su habitación. En la sala de estar de la planta baja había varios compañeros jugando a las cartas y bebiendo como si no hubiera un mañana. Al verlo llegar, lo animaron a unirse a la fiesta, pero definitivamente no estaba de humor para soportar a aquellos extras.

Subió en el ascensor hasta la sexta planta y recorrió un largo pasillo hasta llegar a su habitación: una gran suite con una cama de tamaño grande y cuarto de baño propio. A uno de los lados de la habitación, un cómodo sofá de cuatro plazas se encontraba dirigido una televisión de 80 pulgadas. Se quitó los zapatos empujándolos con los propios pies y se dirigió a través del suelo enmoquetado hasta la cama. Antes de tumbarse, se quitó lo poco que quedaba de su camiseta y la encestó en la papelera.

El colchón se amoldó a su cuerpo tan pronto como se dejó caer en él. Se llevó las manos a la cabeza y tiró de su cabello rubio con rabia. Era la primera vez en mucho tiempo que un robo no salía como él quería; la primera vez en mucho tiempo que un héroe era capaz de hacerle frente como lo había hecho ese tal Deku.

Deku…

Su nombre le era extrañamente familiar. Estiró la mano y alcanzó la Tablet que descansaba en una de las mesas de noche. Abrió el buscador y tecleó el nombre "Deku" en él. Pronto, el servidor se llenó de noticias que mencionaban al mencionado héroe. Abrió la primera y leyó por encima:

«Deku, la joven promesa del heroísmo japonés, ha alcanzado el pasado jueves 2 de junio el puesto número 19 en el ranking de mejores héroes. Con apenas 20 años, este joven ha ido escalando puestos a un ritmo de vértigo hasta encontrarse entre los mejores veinte héroes del país.»

Una foto mostraba al joven con el mismo uniforme que había visto esa noche. También en esta ocasión tenía la cara cubierta por esa ridícula capucha y el protector bucal. Más abajo, había una segunda foto en la que se veía su rostro. Era una mala fotografía tomada desde lejos mientras el héroe surcaba los cielos con su poder de flotador. Se disponía a abrirla cuando unos golpes resonaron en su puerta. Apagó la Tablet y la metió debajo de la almohada.

La puerta se abrió con un chirrido y entró un hombre de unos cincuenta años de pelo cano y complexión fuerte. A pesar de la hora, seguía vestido con un elegante traje de chaqueta negro adornado con una corbata de color granate.

—Veo que vuelves con las manos vacías —comentó con su voz grave.

—Buen observador —respondió Katsuki con ironía.

—¿Ha pasado algo?

—Las cosas se complicaron un poco y tuve que dejar atrás lo que había robado.

—¿Debería preocuparme? Es la primera vez que no cumples con una de las misiones que te mando.

—Tranquilo, "papá"—le respondió con retintín en la voz—. No volverá a pasar. Solo ha sido… un error de cálculo.

—Eso espero. Ahora, te dejo dormir. No quiero que la falta de sueño afecte a tu rendimiento.

—Entonces no vengas a hacerme visitas a las cinco de la mañana, viejo chiflado.

El hombre cerró la puerta tras sí, ignorando el irrespetuoso comentario de Katsuki. El joven gruñó y se levantó de la cama para dirigirse al baño. El plato de la ducha era casi tan grande como su cama y estaba revestido por una mampara transparente con adornos plateados. Abrio el grifo del agua caliente, echó los pantalones al cesto de la ropa sucia y se introdujo bajo el chorro. Seleccionó una opción diferente en el panel de control y el agua comenzó a caer directamente del techo como si lluvia se tratara. El vapor pronto se pegó en los cristales de la mampara e inundó la estancia. El agua hervía en su piel, justo como le gustaba. Bien caliente para hacerle olvidar el día de mierda que había tenido. Bien caliente para que relajara sus músculos y le permitiera descansar en condiciones las pocas horas que quedaban hasta el amanecer.

Esa noche, soñó con un chico. Un chico que lo llamaba de una forma particular. No podía verle la cara. Solo veía su silueta recortándose entre las sombras. Y lo llamaba… una y otra vez. Le preguntó quién era, pero el joven jamás respondió. Solo pronunciaba su nombre.

Kacchan…

Kacchan…


A la mañana siguiente se enfundó en los primeros pantalones vaqueros que encontró, se puso una camiseta cualquiera y se echó por encima una sudadera con capucha para caminar por la calle sin que nadie lo reconociera. Se puso unas gafas de sol y salió a la calle con el estómago vacío. Paró en una tienda y pagó como cualquier otro ciudadano un café amargo y un dulce de crema que fue comiendo a medida que avanzaba por la concurrida ciudad. Tomó el tren para no levantar sospechas y se bajó tres paradas después. Caminó hacia una zona poco transitada y se introdujo por unos callejones solitarios que daban a una casa discreta a la par que ruinosa. Golpeó la puerta con el puño cerrado y esperó a que contestaran desde dentro.

—¿Quién es? —preguntó la voz de un hombre.

—¡La policía, capullo! ¡Venimos a requisar tus películas porno!

La puerta se entreabrió lentamente y por la rendija pudo vislumbrar un ojo parapetado detrás de unas gafas de culo de botella. El hombre suspiró al reconocer a su visita y abrió la puerta. Tendría unos treinta años. Extremadamente alto y jodidamente gordo: esa era la descripción que hacía Katsuki a todo aquel que le preguntaba por Caos, de quien nadie sabía su nombre real.

—¡Joder, Bakugo! Casi me matas del susto —escupió Caos, dejándole pasar—. Hacía tiempo que no venías a verme. ¿Dónde te habías metido?

—Tsss, ya sabes. De aquí para allá —contestó mientras se adentraba en una casa con apenas iluminación y tan desordenada que era fácil adivinar el por qué del nombre de su dueño—. Eres un jodido desastre. Seguro que tienes tus calzoncillos usados tirados por ahí.

—Puedes estar tranquilo. Acabo de poner una lavadora —aseguró.

Caminaron hasta la habitación de Caos. Katsuki la hubiera definido como un espacio alterno donde nada tenía sentido y todo resultaba inquietante. Las estanterías estaban plagadas de extraños objetos de coleccionista que iban desde un ojo de madera flotando en formol hasta una dentadura de afilados colmillos. Algún cómic por aquí y por allá, figuras de acción y posters que incluían símbolos que no sabría decir si eran satánicos o parte de alguna extraña serie de ficción.

Caos señaló un sofá que reposaba al lado de una mesa de ordenador donde Caos solía pasar la mayor parte del tiempo.

—Siéntate si quieres.

Katsuki miró con recelo la mugrienta tapicería del sofá y declinó el ofrecimiento.

—A saber lo que haces ahí.

Caos se encogió de hombros y tomó asiento en su silla de escritorio.

—Como quieras. A todo esto, ¿qué te trae por aquí?

—Necesito que busques información de un tipo —explicó reclinándose sobre la mesa de escritorio con los brazos cruzados.

—¿Un tipo?

—Un héroe —especificó.

Caos levantó una ceja.

—¡Un héroe! —rio—. ¿Se puede saber qué te ha hecho ese pobre desgraciado para que te intereses tanto en él?

—Meter las narices donde no le llaman.

—Pues no sabe lo que ha hecho —comentó, divertido, antes de abalanzarse sobre el teclado y teclear varios códigos—. Dime su nombre.

—Deku —masculló Katsuki.

—Deku… La verdad es que me suena.

Introdujo su nombre en el buscador de una página de fondo negro y letras verdes donde todo eran símbolos, letras extrañas y códigos de diferentes tipos. Por un momento, sus dedos se fundieron con las teclas del ordenador. Un color azulado recorrió las venas de sus manos y se introdujo en las entrañas del ordenador. La pantalla se llenó de números que bailaban en el fondo oscuro y segundos más tarde apareció la información del joven al que buscaban junto a una foto de cara. La esquina superior derecha de la página web mostraba la insignia de la policía de Shinjuku.

—Ahí lo tienes: Midoriya Izuku. —Bajó con el ratón, pasando la mirada rápidamente por la información más relevante—. 20 años. Graduado con honores en la UA de Musutafu. Al parecer es toda una promesa. Desde que empezó a trabajar como héroe profesional ha ido escalando puestos sin parar. Tan solo en el mes pasado pasó del puesto 35 al 24. No está nada mal.

Caos hablaba y hablaba, comentando las asombrosas habilidades del héroe, pero Katsuki no podía hacer más que mirar la fotografía que se encontraba en la esquina superior izquierda de la pantalla. Esos ojos verdes, ese cabello rizado, esas pecas… estaba seguro de haber visto a ese chico en alguna otra parte.

—¿Dice algo de sus quirks? —preguntó.

—¿Sus? —repitió Caos.

—Sí, tiene varios, el muy hijo de puta.

—Solo menciona uno: One for all.

—¿One for all? —repitió Katsuki—. ¿Qué cojones es eso?

—Quién sabe. Quizás con un poco más de tiempo, podría investigarlo —sugirió Caos.

—Nah, da igual. Lo averiguaré por mí mismo. ¿Sabes dónde puedo encontrar a ese idiota?

—Déjame que acceda a su horario de patrullas… Aquí está… ¡Ja! No te vas a creer dónde está ahora mismo.

Katsuki se inclinó sobre el escritorio para leer la dirección que había escrita en el cuadrante de guardias y patrullas. Agrandó los ojos y salió corriendo de la habitación.

—¡De nada, eh! —exclamó Caos, volviendo a sus labores.

Katsuki regresó a la calle olvidando por completo ponerse las gafas de sol y la capucha. A cada paso que daba, todos lo seguían con la mirada, pero qué más daba. Tenía cosas más importantes en mente como para preocuparse de eso. Si lo que decía el cuadrante era cierto, Deku debía de encontrarse junto con un compañero a unas pocas manzanas de allí. Utilizó sus poderes para recorrer las calles lo más rápido posible, arrollando de vez en cuando a algún despistado peatón que se cruzaba en su camino y finalmente llegó a la zona que indicaba el horario.

Una vez allí, decidió ponerse la capucha para poder seguir a Deku dado el caso que lo encontrara. No pasó mucho tiempo hasta que vislumbró a lo lejos al joven envestido en su ridículo traje junto con otro héroe con un traje aún más ridículo si cabía. Tenía la capucha bajada y el protector de acero colgando de su cuello, y hablaba tranquilamente con el otro joven mientras caminaban calle abajo.

Katsuki dejó el espacio suficiente con ellos para asegurarse de que no lo vieran, pero procuró no perderlos de vista ni un instante. Giraron hacia la derecha en una calle y Katsuki esperó pacientemente en la esquina hasta que se hubieran alejado unos pasos. De repente, sonó un teléfono móvil. Izuku se detuvo y sacó el aparato del bolsillo de su pantalón. Comprobó quién lo llamaba y le hizo una seña a su compañero para que siguiera adelante sin él. Katsuki se acercó discretamente y sacó su propio teléfono para disimular. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de él para escuchar la conversación, se reclinó sobre la pared de un edificio cercano y simuló ver algo en la pantalla de su dispositivo.

—¡Uraraka-san, qué gusto hablar contigo!

El corazón de Katsuki se aceleró. Esa voz… ¿Dónde había escuchado esa voz?

—¡Quería saber qué tal te iba en tu nuevo trabajo, Deku-kun!

—Muy bien. Mis nuevos compañeros son muy amables conmigo. Me están tratando muy bien.

Ese tono suave, esa calidez al hablar… Estaba seguro. Había escuchado esa voz antes. Pero ¿por qué? ¿Por qué su corazón se aceleraba de esa manera hasta el punto de no dejarle respirar? Se llevó la mano al pecho intentando tranquilizarse. Cogió aire y lo expulsó lentamente. ¿Qué le estaba pasando?

—¿Y la casa nueva?

—Es muy bonita y luminosa, pero ahora mismo está hecha un desastre con la mudanza. He pedido un par de días de permiso en el trabajo la próxima semana para poner todo en orden.

Katsuki miró de reojo al joven. Una vez más, ese cabello rebelde, esos ojos brillantes, esa cara pecosa… se le hacían tan familiares. ¿De qué conocía a ese chico? ¿De qué?

—Me alegro de que todo vaya bien. ¿Ya has tenido la oportunidad de enfrentarte a ese villano por el que te llamaron?

Katsuki frunció el ceño suponiendo que era de él de quien estaban hablando.

—Sí, ayer por la noche. Pude recuperar lo que había robado, pero en el último momento se escapó. Se ve que es muy escurridizo.

—¿Es tan imponente como lo pintan?

Deku rio con dulzura.

—Pues no lo creerás, pero es un chico de nuestra edad. Cuando me explicaron la situación, pensé que sería alguien mayor. Era bastante más alto que yo y muy fuerte. Sí que intimida un poco, sí. ¡Ah, y muy gritón! —La chica rio e Izuku hizo otro tanto—. Casi me deja sordo.

—Me alegro que te lo estés tomando con humor —comentó la joven—. Cuando nos anunciaste que te mandaban a Shinjuku a capturar a un peligroso criminal, temí un poco por ti.

—Estoy bien, Uraraka-san. Además…

—¿Además…?

—Te parecerá una tontería —advirtió con una tímida sonrisa.

—¿Qué, Deku-kun?

—Pues… cuando luché contra él, tuve una sensación extraña.

—¿Qué tipo de sensación?

—Una sensación como… no sé… Era como si ya lo conociera de antes. Quizás por eso no tuve miedo en ningún momento.

Los ojos de Katsuki se agrandaron y su corazón volvió a acelerarse hasta doler dentro de su pecho. Guardó su móvil en el bolsillo y se alejó de allí lo antes posible. De repente sentía nauseas, un sentimiento en el cuerpo inexplicable. La boca se le había secado y las manos le temblaban. Entró en una tienda y compró una botella de agua que apuró en apenas unos segundos. Después, utilizó su poder para llegar a su casa lo antes posible.

Entró directamente por una de las ventanas de su habitación para no tener que tratar con nadie, pero parecía que no iba a tener esa suerte. Nada más llegar, la puerta se abrió y volvió a entrar el hombre que lo había visitado la noche anterior. Ese maldito parecía tener un sexto sentido que detectaba cuándo Katsuki se encontraba en el edificio.

—¿Qué quieres ahora, Arata? —le espetó con los ojos rojos y la respiración alterada—. Ahora no estoy de humor.

—Ya lo veo, ya —comentó Arata—. Pero podría asegurar por tu aspecto que lo que te ocurre no solo es un mal humor pasajero. Pareces… desesperado.

Katsuki apretó los puños, se sentó en el filo de la cama y se llevó las manos a la cabeza.

—No es asunto tuyo —gruñó.

—Lo es si afecta a tu trabajo —recalcó con un tono serio, casi peligroso—, y a juzgar por el resultado de anoche, sí que te está afectando.

—No sé qué me pasa, ¿vale? —masculló. Su tono era una mezcla de rabia y tristeza—. No sé qué me tiene así.

Arata se acercó a él con paso solemne hasta quedar justo enfrente de su protegido. Colocó su mano en el cabello puntiagudo de Katsuki y lo acarició casi con ternura.

—Quizás si me lo cuentas… —sugirió.

—Tengo una sensación extraña —explicó el joven sin apartar la mano de su mentor y jefe de su cabeza a pesar de que el mero contacto le repugnaba—. Como si hubiera olvidado algo importante…

—Entiendo —contestó Arata. De la palma de la mano que aún tenía sobre la cabeza de Katsuki surgió un casi imperceptible brillo que duró apenas unos segundos—. Creo que te he hecho trabajar demasiado últimamente. Quizás sea solo cansancio. Te daré unos días libres para que puedas descansar. Pero, por ahora, ¿por qué no duermes un poco? Ya verás que, cuando te levantes, te sentirás mucho mejor.

—No tengo sueño —rebatió el chico a pesar de que sus ojos se empezaban a cerrar contra su voluntad.

—¿Estás seguro? Diría que anoche apenas dormiste unas pocas horas. Vamos, te hará bien.

La voz de Arata cada vez se oía más lejana. No supo en qué momento dejó de oírla para perderse en el mundo de los sueños. Cuando se despertó, el sol casi se había puesto en el horizonte, y tal y como había dicho Arata, se encontraba mucho mejor. Ya no sentía nauseas ni temblores. No tenía la garganta seca ni le latía el corazón al pensar en ese tal Deku. Quizás fuera porque ya no sentía la sensación de que lo conocía de antes.

Continuará…