Amante Esposa


Con el Corazón


Cuando Naruto despertó, el sol ya estaba muy alto. Su amante seguía dormida en sus brazos. La noche había sido tan deliciosa como la anterior. Tan emocionante como la pelea en la taberna. Y seguramente casi igual de peligrosa.

«Te quiero».

Cuando lo había dicho, Naruto había sentido, además de pánico, el eco fantasmal de su propio corazón. ¿Acaso era posible que algo tan perfecto como lo que compartían no entrañara un sentimiento profundo? Pasó una mano por sus cabellos y ella se acurrucó a su lado, dormida.

Si ella no hubiera dicho nada, la habría tomado contra la pared del salón, confiando en que nadie los viera. Al parecer, había también un punto de locura en lo que sentía por ella. Pero luego ella había dicho aquellas palabras, y él se había parado en seco, casi al borde del clímax. La había llevado al comedor y luego a la cama. Y la había amado de todas las formas posibles, hasta que estuvo seguro de que ella olvidaba lo ocurrido.

Su almohada, sin embargo, estaba mojada como si hubiera llorado. Y había gemido en sueños como una niña extraviada.

Se removió. Él acarició su espalda, deseando que volviera a dormirse. Era delicioso estar allí. No quería marcharse. Ella se apartó de su brazo y Naruto distinguió su sombra cuando se apoyó en los codos, sobre la almohada.

—¿No pensarás escapar de mí al amanecer?

—Me temo que ya es demasiado tarde para eso. Pero he de irme pronto.

—Entonces quédate un poco más —dijo ella—. Dame tiempo a lavarme y vestirme. Te acompañaré hasta casa.

Naruto arrugó el ceño.

—No hace falta que me ayudes. Soy muy capaz de ir en coche, ¿sabes?

—Claro que sí, Naruto —se levantó de la cama y abrió las cortinas de la ventana para que entrara la luz—. Pero hace una mañana preciosa. Y sería delicioso pasear un rato por el parque.

—No deberías salir sola —dijo distraídamente, preguntándose si pensaba llevar también una doncella.

—Te tendré a ti.

—No, nada de eso.

—Solo un paseíto juntos a la luz del sol.

—¿Acaso quieres que vaya a pasear a caballo por Rotten Row? —replicó él, y lamentó haber revelado el miedo que sentía cuando pensaba en un lugar tan transitado—. Sospecho que sería de lo más divertido para todos los presentes.

—Claro que no quiero que vayas a caballo. Si quieres romperte el cuello, te ruego que encuentres otro modo. No puedes confiar en que un caballo te mate sin sufrimiento. Y, además, no me gustaría nada verlo.

Naruto se echó a reír, a su pesar.

—Pero a tus piernas no les pasa nada, ¿verdad? —había vuelto a la cama y estaba acariciándolas.

Naruto se apartó de ella y se sentó.

—No.

—¿Cuánto tiempo hace que no disfrutas de un sencillo paseo por el parque? Recorres la ciudad de noche, claro. Pero sería agradable sentir el sol en la cara —se acercó a él, le rodeó la cintura con los brazos y lo apretó ligeramente—. Para los dos.

Tenía razón, claro. Debía de ser difícil para ella verlo solo de noche. Aunque era necesario que mantuvieran su idilio en secreto, seguramente tenía la sensación de que él se avergonzaba de su compañía.

—No es solo porque nos vean juntos, querida mía. No he hecho público mi estado. Y aunque es posible disimularlo cuando estoy en casa, durante cortos periodos de tiempo, si me vieran chocar contra un árbol en Hyde Park, sospecho que todo el mundo se enteraría en menos que canta un gallo.

—No estoy sugiriendo nada parecido —repuso ella—. No se considera de buen tono salir a pasear por el parque hasta bien entrada la tarde. Si vamos ahora, no habrá nadie. Podemos dar un paseo corto, por un camino recto y llano, lejos de Kings Road. Si me das el brazo, parecerá que me llevas, y podré avisarte de cualquier obstáculo, como hacemos aquí. No pasará nada.

—Pero tampoco será muy interesante. Si te apetece pasar el día conmigo, se me ocurren mejores modos de invertir el tiempo —se apoyó contra ella y sintió su pecho pegado a su espalda y su respiración en el cuello.

—Si dar un paseo te parece aburrido, no creo que debas tenerle ningún miedo —respondió ella mordazmente.

—¿Miedo? Me enfrenté al ejército de Napoleón sin pestañear. No evito el parque porque tenga miedo —sino más bien porque le daba pavor.

—Claro que no. Pero no veo por qué no puedes complacerme en una cosa tan pequeña.

—Porque es tan pequeña que no me parece que merezca la pena —alargó el brazo para tocar su cara—. Quizá podría comprarte una joya. Unos pendientes para esas preciosas orejas...

—¿Y cómo se lo explicaría a mis amigos? ¿Crees que podría decirles que me los ha comprado mi marido? —se rio con amargura—. Eso despertará más sospechas de que le estoy siendo infiel que si me ven tomando el aire con un conocido.

Esa mañana se mostraba mordaz y habladora, y tan franca como la primera vez. Pero la noche anterior había dicho que lo quería. Y Naruto fingía que no había dicho nada y la trataba poco más que como a una cualquiera a la que mantenía con un solo propósito y a la que apaciguaba con joyas para evitar sus mohínes. Aquella conducta lo avergonzaba más que cualquier posible tropezón en Hyde Park.

Como si sintiera que se ablandaba, ella dijo con voz suave:

—No estaremos fuera mucho tiempo. Y esta noche, como recompensa, puedes hacer lo que quieras conmigo —le estaba besando la espalda y acariciando su pubis por encima de su sexo, perfectamente quieto, como si esperara instrucciones—. Pero por ahora... Me debes eso, al menos.

«Ya que no me quieres». Eso era lo que quería decir, Naruto estaba seguro. Y se preguntaba si aquel sería el primero de muchos otros tratos: enfados y capitulaciones que conducirían a riñas, a amarguras y resentimientos. En ese caso, sería el principio del fin para ellos. La balanza que tan delicadamente habían equilibrado jamás volvería a enderezarse. Ella había hablado la noche anterior, y sus palabras no podían borrarse.

Pero Naruto no quería renunciar a ella. Todavía no. Era demasiado pronto. Y aunque no tenía intención de volver a experimentar sentimiento alguno, ella le hacía feliz.

Tomó sus manos antes de que ella pudiera excitarlo y le hizo volver la cara para besarla. Luego fingió pensar.

—¿Lo que quiera? Esa es una oferta a la que no puedo resistirme. Pero iré, aunque la retires. Si a ti te apetece, con eso me basta. Pero, si quieres que salgamos de aquí mientras todavía sea de día, más vale que dejes que me vista antes de que cambie de idea y nos quedemos en la cama.

En cuanto se apearon del carruaje, Hinata comprendió que dar un paseo había sido una buena idea. Dejó que el cochero la ayudara a bajar y luego tomó a su marido del brazo mientras él esperaba en el suelo. Naruto levantaba la cara hacia el sol. Miraba fijamente el dosel que formaban las hojas como si nunca hubiera visto una cosa más maravillosa.

Si no hubiera sabido que era ciego, ella jamás habría adivinado que su aparente asombro no obedecía a que la mañana fuera especialmente agradable, sino a que en realidad apenas veía los árboles.

Naruto miró hacia abajo, de soslayo, como hacía siempre, y se bajó un poco el ala del sombrero para sombrearse los ojos.

—Tengo unas gafas tintadas que me dieron cuando resulté herido, para que protegiera mis ojos del resplandor del sol. Puede que las busque, para ocasiones como esta.

—¿Piensas volver a salir conmigo? Él suspiró.

—Contigo o sin ti. Algún día se sabrá mi estado. Y ya no tendrá sentido esconderse.

Era la primera vez que le oía hacer planes que no incluyeran su muerte prematura. Sofocó la sorpresa que sentía, temiendo que, si hacía algún comentario, él podría quitarse aquella idea de la cabeza.

Naruto, por su parte, no pareció notar su cambio de actitud, y se tocó los ojos pensativamente.

—Puede que así me sea más fácil manejarme a la luz del sol, con la poca visión que me queda. Y además ocultaré cualquier mirada indiscreta por mi parte. No quiero que me consideren un grosero.

—Una idea interesante, viniendo del hombre al que conocí hace unos días —respondió ella.

Él se rio otra vez.

—Ningún caballero quiere que una dama lo sorprenda en esas circunstancias. Después, es imposible que te tomen en serio cuando intentas mostrarte educado y cortés. Vamos, demos una vuelta por el parque para demostrarte que tengo buenos modales.

Ella apretó un poco su codo.

—El camino está justo a la izquierda. Y es recto. No hay nadie a la vista.

—Nunca lo hay, querida mía.

Ella hizo una mueca, arrepentida de su falta de tacto.

—Lo siento.

—¿Por qué? No has sido tú quien me ha dejado ciego con tu belleza — repuso él, tomando su mano y llevándosela a los labios a modo de saludo—. Ni te reprocho que tú sí veas.

Hinata se relajó un poco cuando le puso la mano sobre el brazo.

—A veces no sé bien cómo comportarme contigo. Has estado tan enfadado por tu ceguera que querías destruir tu vida, ¿sabes? Está claro que no te resignas a tu estado.

—Puede que no. Pero hoy es distinto —respiró hondo—. Es mucho más difícil estar amargado cuando brilla el sol y las rosas están en flor.

—¿Notas su olor?

—¿Tú no?

Hinata se detuvo a olfatear el aire. Claro que sí. Pero había estado tan concentrada en sus delicados colores que no había reparado en su fragancia. Dejó que Naruto la llevara hasta el parterre de flores.

—Son preciosas —dijo.

—En mi casa de Konohashire había una rosaleda muy bonita. Con setos de boj, rosas de York y Lancaster y blancas de Damasco. Me pregunto si todavía existe.

«Sí. Este verano pasearemos por ella, amor mío».

—Espero que sí —contestó—. Una casa de campo no es nada sin una rosaleda.

—Dime cómo son estas.

—Rojas, rosas, amarillas. Las rojas tienen un toque de púrpura. Y sombras. Como el terciopelo a la luz de las velas.

Naruto alargó una mano y ella la acercó a una flor.

—También su tacto es aterciopelado. Toca.

Ella también las tocó y descubrió que Naruto tenía razón. Luego pasó al siguiente rosal.

—Y estas —dijo— son grandes y rosas, y el terciopelo está más en las hojas que en las flores. Y aquí están las de Damasco.

Él asintió con la cabeza, complacido.

—Como debe ser —luego ladeó la cabeza—. Y ahí hay una alondra. Hinata miró a su alrededor.

—¿Dónde? No la veo.

Él señaló sin vacilar hacia un árbol, a su izquierda. Al mirar con más atención, Hinata creyó ver un brillo de plumas entre las hojas.

—La pobrecilla está despistada —dijo Naruto—. Ya hace tiempo que pasó la época de anidamiento. Es raro oír ese canto a estas alturas del año.

—¿Tienen cantos distintos?

—Hablan entre sí, igual que nosotros —sonrió, escuchando de nuevo—. Esa es un macho y está buscando compañera —se oyó otro gorjeo en un árbol, a la derecha—. Y ahí está ella —suspiró—. La ha encontrado, a fin de cuentas. Felicidades, caballero —dio unas palmadas en el brazo a Hinata, casi distraídamente.

Ella le sonrió, feliz de ir del brazo del apuesto conde de Konohagakure, aunque fuera solo por un rato. Nunca se había fijado en que el parque estuviera tan lleno de vida. Pero Naruto descubría cosas en las que ella no había reparado y se las indicaba al pasar. Las pocas personas con las que se encontraron les sonrieron y saludaron con una inclinación de cabeza, fijándose tan poco en su esposo como en cualquier otro transeúnte.

Hinata notaba que él se tensaba cada vez que se cruzaban con alguien, como si temiera su reacción. Y cada vez, al comprobar que no pasaba nada, se relajaba un poco más.

—Hay más gente de la que decías —comentó con aire distraído.

—Puede que haya exagerado un poco al decir que estaría vacío. Pero tampoco está abarrotado. Y estoy segura de que no es tan terrible como suponías —dijo ella—. No veo a ningún conocido. Y la gente que hay por aquí no se fija en nosotros. Tu conducta no tiene nada de raro para un observador casual. La verdad es que somos una pareja como otra cualquiera.

Él se echó a reír.

—Qué escarmiento para mi orgullo. He hecho una aparición pública y no se ha derrumbado el mundo. De hecho, nadie se ha fijado en mí. Y si comentan algo, será lo afortunado que soy por estar dando un paseo con semejante belleza a mi lado.

—Hoy estás de muy buen humor.

Naruto levantó los ojos y miró a su alrededor como si todavía viera lo que lo rodeaba.

—Hace un día precioso, ¿no? Has hecho bien obligándome a salir al sol, querida mía. Hacía demasiado tiempo.

—Sí —contestó ella suavemente—. Y tengo otro regalo para ti, si lo aceptas.

—No será otro piano, ¿verdad? ¿O algún otro instrumento musical? ¿No irás a sacar una trompeta de tu bolso y a obligarme a tocarla? Asustaría a los pájaros.

—No, no es tan grande, te lo aseguro. Él sonrió, bajando la cabeza.

—Y no es tu dulce cuerpo lo que me ofreces. Aunque si me propones que nos escondamos detrás de un rosal para besarnos, no te diré que no.

Ella lo empujó suavemente con el hombro.

—Tampoco es eso.

—Entonces no tengo ni idea de qué puede ser. Pero puesto que estamos en público, imagino que no sabes muy bien cómo voy a reaccionar. Sabes que no quiero llamar la atención y que no tendré más remedio que aceptarlo, sea lo que sea —esbozó una sonrisa sardónica—. Vamos, sácalo de una vez. Empiezo a ponerme nervioso.

Ella hurgó en su bolso y sacó la tarjeta que había encontrado.

—¿Sabes leer francés?

Naruto le lanzó una sonrisa indecisa.

—Señora, creía haberle dejado claro la noche que nos conocimos que leer me resulta imposible.

Ella resopló y dijo:

—Otra vez te estás poniendo sarcástico. Y yo no me he explicado con claridad. Te pido disculpas. Quería decir que si aprendiste a leer en francés, antes de que empezaras a perder la vista.

Ahora fue él quien soltó un bufido de impaciencia.

—Claro que sí. Pese a lo que puedas pensar tras encontrarme en aquel tugurio, recibí una buena educación. Tal vez las cosas hubieran sido más fáciles, si no la hubiera recibido. Lo que no se conoce, no se puede echar de menos.

—Pero ¿lo leías con fluidez?

—Leía mejor en griego y en latín, pero sí, me las arreglaba bastante bien con el francés. Lo entendía y me hacía entender. Pero no veo qué importa eso.

Hinata puso la tarjeta de cartón rígido en una de sus manos y le colocó los dedos de la otra sobre las letras en relieve.

—A ver qué puedes hacer con esto.

Naruto arrugó el ceño mientras pasaba los dedos por la superficie. Pero los movía demasiado deprisa para interpretar los signos.

—¿Qué es? —susurró.

—Un poema. El autor era francés, un académico. Y ciego —añadió—. Por lo que he podido averiguar, los franceses parecen estar mucho más adelantados en lo tocante a la educación de las personas con tu problema. Se están haciendo experimentos muy interesantes para enseñarles matemáticas, geografía y hasta a leer y escribir. Pero casi todo está en francés y no he...

Él sostenía la tarjeta con desinterés. Ni siquiera intentaba examinarla.

—Y por si no lo has notado, cariño mío, estamos en guerra con Francia.

—Pero no lo estaremos siempre. En cuanto venzamos a Napoleón, habrá paz entre nuestros países. Estoy segura. Y entonces quizá podamos ir a París.

—Y quizá hayan encontrado un lenguaje para mí, y quizá lo aprenda. Y viviremos felices para siempre, en un pisito junto a la ribera del Sena, y olvidaremos a nuestros respectivos cónyuges y todos nuestros problemas. Y yo te escribiré poemas en francés —le devolvió la tarjeta.

—Puede que sí —tomó la tarjeta y la guardó en el bolsillo de la chaqueta de Naruto, donde él guardaba su retrato—. Aunque sé que parte de lo que dices es imposible, ¿tan disparatada te parece la idea de poder mejorar, o de vivir de forma muy parecida a como viven los demás?

Él suspiró como si estuviera cansado de discutir con ella.

—Tú no lo entiendes.

—Pero intento entenderlo —repuso Hinata—, que es más de lo que tu familia te enseñó a hacer a ti. Cuando se enfrentaron al mismo reto, tu padre y tu abuelo se dieron por vencidos. Y te enseñaron a seguir el mismo camino —agarró de nuevo su brazo con fuerza—. Pero tú no eres como ellos. Eres mucho más fuerte. Y hasta que no te pongas a prueba, no sabrás de lo que eres capaz. Si no lo es, entonces tu ceguera es mucho peor de lo que parece. Te falta lucidez, no solo vista.

Naruto se quedó inmóvil como un maniquí. Hinata confió por un momento en que estuviera reflexionando sobre sus palabras. Luego él dijo en tono irritado:

—¿Has terminado o tienes alguna otra opinión de la que quieras hacerme partícipe?

—Con eso basta por hoy, creo —Hinata dejó escapar el aliento lentamente, con la esperanza de que él no lo notara, a pesar de que era capaz de leer en ella como en un libro abierto.

—Estoy de acuerdo. Creo que es hora de que te acompañe de vuelta al carruaje, si me dices dónde está.

Hinata no estaba de humor para ayudarlo. Estaba segura de que sabía perfectamente adónde ir y de que solo estaba fingiendo que necesitaba indicaciones.

—El carruaje no se ha movido desde que nos apeamos de él. Llévanos por donde hemos venido.

Se hizo un breve silencio mientras él volvía sobre sus pasos mentalmente. Luego dio media vuelta y la condujo por el sendero que habían recorrido, tocando el borde de hierba con el bastón para ayudarse a encontrar el camino.

Avanzaron sin tropiezos, en silencio. Hinata se obligó a permanecer relajada a su lado mientras rezaba por que no hubiera ninguna cara conocida entre las escasas personas que paseaban a esa hora por el parque. Había confiado a medias, al detenerse a oler las rosas, en que pasara por allí algún conocido que se parara a saludarlos, revelándole de ese modo a Naruto su verdadera identidad.

Pero sabía que la noche anterior se había extralimitado y que la distancia que los separaba desde entonces no cesaba de aumentar. Si no encontraba un modo de atajarla, perdería a Naruto. Y dudaba que fuera una experiencia agradable que algún amigo se acercara a saludar a Naruto y lo obligara, sin previo aviso, a explicar su estado.

Estaban a pocos pasos del carruaje y Hinata comprendió por cómo se relajaron los músculos de su brazo que Naruto sabía que habían llegado a su destino. Mientras caminaban, había notado que se tensaba, aguzando el oído, atento a cualquier cambio. Ahora, en cambio, escuchaba el tintineo de los arneses y la charla del conductor y los mozos, que se callaron al verlos acercarse. Había soltado el brazo de Hinata y posado la mano en su espalda para ayudarla a subir al coche cuando oyeron tras ellos una llamada.

—¡Una limosna!

Naruto se quedó quieto un momento. Luego se dio la vuelta y buscó con la cabeza el origen de aquella voz.

—¡Una limosna para una pobre ciega! ¡Una limosna! —había una mujer pidiendo junto a la entrada del parque. Miraba fijamente hacia ellos con ojos blancos como la leche. Ignoraba a quién estaba pidiendo limosna; solo sabía que tenían fondos suficientes para permitirse un carruaje y que, por tanto, podrían darle unos peniques. Cuando sacudía la taza que llevaba en la mano, su patético tintineo evidenciaba el poco éxito que había tenido esa mañana.

Hinata sintió que los dedos de Naruto se apartaban de su espalda y que su marido se volvía, olvidando por qué la estaba tocando. Apartó el pie del peldaño del coche y, dando media vuelta, despidió al mozo con un ademán. Agarró a Naruto del brazo y él asió sus dedos y los apretó con fuerza. Hinata tiró de él, intentando que se moviera.

—Ven, Naruto. Podemos volver al carruaje, si quieres.

Él comenzó a relajar la mano y la condujo hacia la mujer.

—Dime lo que ves. No escatimes detalle.

—Es una mujer mayor —dijo Hinata—. Su ropa está limpia y bien remendada, pero es muy sencilla. Tiene las coderas muy raídas y la puntilla de su cuello no soportará muchos más lavados. Sus ojos eran azules, pero ahora son opacos como perlas. Cataratas, creo que les llaman a veces. No creo que sea ciega de nacimiento.

Mientras hablaba, la mujer había enmudecido y se dejaba observar en silencio, como si hubiera renunciado a ser otra cosa que un objeto digno de compasión. Luego agarró con más fuerza la taza y la sacudió de nuevo.

—¿Es una descripción acertada? —preguntó él. Al no obtener respuesta, tanteó buscando el brazo de la mendiga.

La mujer se sobresaltó y le apartó la mano, asustada por el contacto.

—Tengo que preguntarlo porque yo también soy ciego —explicó él en tono tranquilizador.

—Sí, señor —la anciana esbozó una sonrisa de alivio.

—Milord —puntualizó Naruto distraídamente mientras buscaba su monedero en el bolsillo—. Soy el conde de Konohagakure.

La mujer hizo una reverencia.

Y al sentir el movimiento por su brazo, Naruto inclinó la cabeza.

—¿Cómo ha llegado a esta situación, abuela? ¿No tiene a nadie que se ocupe de usted?

—Mi marido está muerto —contestó. Su acento no era refinado, pero tampoco tosco—. Y mi hijo está en la guerra. Durante un tiempo me mandó dinero. Pero hace mucho tiempo que no sé nada de él. Y temo... —se detuvo, como si no quisiera pensar en las noticias que podía recibir.

—Puede que no signifique nada —le aseguró él—. Yo también serví en el ejército. No siempre es fácil mandar carta a casa. Pero quizá pueda enterarme de algo. Hoy estoy ocupado, pero vaya mañana a mi casa en Jermyn Street. Avisaré a mis criados de que va a venir. Y veré qué puedo hacer con los datos que me dé.

—Gracias, milord —la mujer estaba casi desfallecida por la impresión. Cuando oyó que una moneda caía en la taza, se hizo evidente que distinguía por su sonido la diferencia entre una moneda de oro y una de cobre. Cerró la boca, sorprendida, y dibujó una amplia sonrisa—. Gracias, milord —dijo con mayor énfasis.

—Hasta mañana —contestó Naruto, y se alejó de ella. Con un silbido y un golpe del bastón, pidió ayuda a su cochero.

Partieron en silencio.

—Ha sido maravilloso lo que has hecho por esa buena mujer —dijo Hinata cuando ya no pudo soportarlo más.

—Bastante mal lo pasan ya los soldados en el campo de batalla, como para encontrarse a sus madres pidiendo limosna en la calle cuando vuelven a casa — respondió Naruto como si eso fuera lo único que le importaba. Luego añadió—: Lo que he hecho no es suficiente. Si hay modo de encontrar un empleo decente para esa mujer, lo encontraré.

Hinata tenía un nudo en la garganta cuando se detuvieron delante del edificio donde Naruto tenía sus habitaciones. Y cuando él se levantó para salir, le tocó el brazo para que se detuviera. Naruto volvió la cabeza.

—Sé que no quieres oírlo —dijo Hinata—, pero no puedo callármelo. Te quiero, Naruto Uzumaki.

Él tragó saliva. Luego dijo:—Gracias —y avanzó hacia los peldaños de su puerta ayudándose con el bastón.


Continua