Y si te quedas esta noche
Y si te quedas, ¿qué?
Y si te exploro, ¿qué?
Miren nada más la belleza que nos acompañará esta noche.
Su rostro volvió a ruborizarse ante la certeza de cuatro pares de ojos fijos en ella. Dos pares azules, unos profundos como el mar y otros claros como el cielo, un par verde musgo, casi tan brillantes como los de ella, pero con tintes grisáceos que hacían una clara diferencia. Y al final, y mucho más importantes, esos ojos marrones que brillaban mucho más de lo que había recordado.
Y es que Nathaniel estaba hinchado de orgullo, podía notarlo en esa sonrisa discreta que hacía perfecto juego con el tintinear de sus ojos.
-¡Kino-san! –saludó Zack cortésmente. Makoto le sonrió con mucha sinceridad mientras se acercaba a él y lo hacía vacilar un poco en cuanto a la manera que debía darle la bienvenida. Al final Darien terminó empujándolo para que la abrazara, Zack se relajó y soltó un genuino gesto de alegría.
-Zack, llámame Makoto, por favor—pidió mientras lo abrazaba y le regalaba una caricia en la mejilla-. ¿Cómo está Ami y las niñas?
-¡Excelente! Te envían sus saludos. Me hubiera gustado traerla pero está vetada.
-Algo escuché al respecto—dijo y le guiñó un ojo. Zack sonrió mucho más.
El rubio se hizo un paso hacia atrás y entonces Makoto pudo fijar su atención en el moreno de cabello platinado. Kunzite… no, Kurt, lucía imponente incluso en ropa casual. No pudo evitar ruborizarse ante el recuerdo de las pícaras pláticas de Minako acerca de lo maravilloso que era el "comandante" y lo mucho que la enloquecía. Se mordió la mejilla interna para evitar que su mente entrara en esos detalles que nunca solicitó.
-Makoto, me da gusto verte de nuevo—saludó el altivo moreno mientras le daba un beso en la mano. Los colores volvieron a su rostro y una sonrisa boba de colegiala que no pasó desapercibida para nadie.
-Kurt, también me alegra verte.
-Minako te manda saludos y creo que también te mandó esto –dijo sonriente mientras dirigía su mirada hacía su pierna, el pequeño Paris de apenas tres años estaba sujeto a su padre tan fuertemente, que parecía que la vida se le iba en ello.
-¡Oh, vaya! En definitivo el más guapo en esta habitación, ¿Cómo estás Paris? -preguntó inclinándose hacía él. El niño, de ojos azules y cabello platinado, una copia casi fiel de su padre, se escondió un poco más tras él.
-Venía dormido, deja que tome confianza-aseguró-. Mina tuvo un llamado hoy de última hora, así que tuve que traerlo.
-Para mí que lo mandó para que no fueras a ningún otro lado.
Y ahí estaba James, ese rubio de ojos azules y sonrisa encantadora que Makoto simplemente adoraba con el alma. El hombre, engalanado en un suéter de un azul intenso que resaltaba su mirada y unos pantalones beige, se fue sobre ella con todo el cariño que pudo acumular en su cuerpo.
La alzó por el aire y la hizo girar un par de veces antes de volverla al suelo y besar su mejilla. Se quedó unos segundos más para susurrarle al oído-. Si estás aquí en contra de tu voluntad, parpadea dos veces y te saco enseguida.
-¿Qué? –preguntó confundida y muy divertida, más cuando vio la mirada azul muy fija en ella, esperando su parpadeo.
-Ella vino sola, no seas … —gruñó Nath, pero se detuvo a tiempo para no soltar una mala palabra frente al pequeño Paris.
-¿Segura? –preguntó de nuevo, ignorando la mirada asesina del moreno a sus espaldas.
-Estoy bien James, pero serás mi primera llamada si necesito un rescate o una coartada.
James se rio de nuevo, antes de quitarse de enfrente y tomar un trago que Darien ya le ofrecía.
-Bueno caballeros, dejen en paz a la señorita. ¿Vienen a jugar o a hostigarla?
-Yo vengo a ambos—aseguró de nuevo James ya desde la barra, justo antes de meterse un bocadillo en la boca-. ¡Mmh, no! Olvídenlo, vengo a cenar, que Paris tome mi lugar-agregó con un simpático gesto de su mano.
Los otros tres invitados se movieron rumbo a la barra con los bocadillos, motivados por el buen aroma y las magníficas referencias de James. Nath aprovechó el momento para acercarse más a Makoto, de nuevo por la espalda, se inclinó hacía ella para susurrar a su oído.
-Luces hermosa, y lo has hecho de maravilla.
-Te aseguro que parpadeé, pero él no me vio.
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Una hora después, cinco hombres y un bebé estaban apostados alrededor de la mesa de póker. Tuvieron que abstenerse del tabaco debido a la presencia del niño y de la mujer, bastó la mirada retadora de esos ojos verdes sobre Zack para que guardara el puro y los demás entendieran.
Makoto se ofreció a servirles algunas bebidas, ella estaba encantada porque, a final de cuentas, a eso se dedicaba.
Había iniciado el negocio de banquetes y bocadillos aproximadamente seis años atrás, porque necesitaba desesperadamente algo que hacer para no volverse loca.
Más después de que Andrew dejara en claro que no tendrían hijos.
El tiempo muerto en el departamento la comía por dentro. Sus amigas tenían vidas propias, con pequeños y ruidosos bebés que ella amaba pero que también le recordaban lo que nunca tendría. Así que esa fue una razón más para alejarse, el dolor era demasiado y aunque ellas solían compartir con ella a sus recién nacidos y se los dejaban de vez en cuando un par de horas, un sobrino jamás sería un hijo.
Su negocio, uno bueno y que le dejaba bastante más dinero del que esperó, era su bebé. Y era tan triste como satisfactorio, según el momento.
Makoto llegó a la mesa con una bandeja con tragos y los repartió, aprovechó el momento para guiñarle un ojo a Paris, quien no soltaba a su padre por más que Kurt lo había invitado a bajar a jugar al suelo. Cuando el niño vio el gesto sonrió por primera vez desde que llegó y ahí supo que había avanzado con él.
Se detuvo y miró a los hombres en la mesa. Darien primero, el prominente doctor casado con Serena y padre de Rini, quien ya tenía cinco años. Enseguida estaba Zack, un pintor con muy buen prestigio que también solía dar clases en la universidad de arte, esposo de Amy desde hacía seis años y padre de dos niñas, Freya y Alheli, de cinco y tres años respectivamente. James por su parte, fotógrafo de profesión, se había casado con Rei a escondidas cerca de siete años atrás, y tenían a Ares y Enya de casi siete y cinco años. Makoto recordaba con cariño y mucha alegría cuando Rei en un arranque de nervios le confesó su secreto, muerta de pena pero muy enamorada.
Y por supuesto estaba Kurt, que tenía al pequeño Paris con Minako y en perpetua búsqueda de otro más.
-¿Quieres jugar? -preguntó Nath cuando la vio acercarse. Y esa simple pregunta volvió a su mente al presente. Makoto lo miró, seguía con ese gesto altivo en el rostro. ¿Estaba feliz de tenerla ahí? ¡Se veía tan orgulloso!
Le sonrió y se acercó a él por la espalda, como había estado haciendo con ella esos dos días. Su mano izquierda acarició el fuerte brazo del moreno desde el codo hasta el hombro y se detuvo solo cuando estuvo tras él. Lo rodeó con ambos brazos sobre sus hombros y recargó primero su mentón y luego sus labios en su cabeza, plantándole un evidente beso. No vio su rostro pero supo que lo sonrojó, y ella hizo lo mismo cuando él tomó una de sus manos y se la llevó a los labios, ante la mirada traviesa de todos en la mesa.
Nathaniel olía tan bien, a maderas y especias. Y su cabello era tan suave y abundante que tuvo que hacer acopio de voluntad para no meter sus dedos y jugar con él, ahí frente a todos.
-¿Cuánto apostarás? –preguntó en un susurro, no había visto las cartas, no estaba hablando del juego.
-Todo si es necesario—respondió, leyendo entre líneas.
-¡Ey, tortolos! –Interrumpió James-. No nos hagas vetarte cariño, eres la favorita—Makoto respingó y frunció los labios cual niña regañada, luego miró de nuevo a Paris que parecía estar a punto de reírse.
-La verdad no sé jugar póker, no soy buena con las cartas-respondió-, pero ¿Sabes para que si soy buena? Para hornear galletas. -Kurt miró a Paris y le sonrió. El pequeño abrió los ojos como si le hubieran dicho que acababan de ver un dinosaurio en la ventana, y dio un pequeño saltito hacia adelante, amenazando con bajarse de su regazo-. Solo que yo sola no puedo, necesitaría un ayudante.
-¡Yo lo haré! -respondió James con entusiasmo. Pero el pequeño peli plateado fue más ágil y, escabulléndose de su padre, se metió bajo la mesa y salió frente a Makoto, sonriendo como Mina solía hacer después de una travesura.
Ella le sonrió y le ofreció la mano para llevarlo a la cocina, no pudo ver aquellos ojos chocolate que la miraron cautivados.
En ella era natural. Para nadie era un secreto lo mucho que la senshi del trueno anhelaba ser madre. Así que la imagen de la hermosa castaña, quien no dudó ni un segundo en esconder su bella ropa bajo el mandil que había traído de su casa, para ponerse a mezclar masa para galletas y que además, hacía sentir a Paris como el mejor ayudante del mundo, no solo era cautivante, sino tristemente conmovedora.
Nath perdió varias manos por estar distraído en ella y esa era la primera vez que la mujer de alguien perjudicaba más su juego que lo que lo ayudaba. Pero a él no le importó, valía cada yen perdido ver el rostro iluminado de la mujer que amaba mientras convivía con un niño, aunque no fuera suyo.
Así los vio mezclar, amasar y dar forma a un par de docenas de galletas, completamente privados de los hombres a su lado. Para Makoto era evidente que solo existía Paris, y eso tenía curioso y pensativo a Nathaniel.
Makoto se tomó un par de fotos junto al niño y casi sin pensar se las envió a Minako. La respuesta llegó sorprendentemente pronto, como si la rubia hubiera estado esperando noticias de ella.
"Se ven bien. Que te hagan uno antes de irte." decía el mensaje de respuesta. Makoto se ruborizó.
"Hablo de Nath, solo para aclarar." se leía en un segundo mensaje, y la castaña se llevó la mano a la boca, mucho más abochornada por lo ocurrente de su vieja amiga. ¡Vaya que extrañaba a esa loca rubia!
"Mándame galletas" decía en el tercer y último mensaje.
En ese momento supo que, si no se iba a Okinawa, lo primero que debía hacer es volver a buscar a las chicas, aunque solo pensar que pudieran rechazarla le hacía doler el estómago.
¿Qué les diría? ¿Por quién empezaría? ¿Rei? ¿Amy? ¡Vaya pesadilla!
Paris corrió al lado de su papá y le susurró algo al oído. Kurt se puso en pie y cargó con él. El pequeño estaba cansado y puesto que aún era temprano, le pidió a Nath oportunidad para acostarlo hasta la hora de irse. El castaño aceptó sin reparo y le indicó que lo llevara a la alcoba.
-Es un buen chico—le dijo mientras pasaba a su lado. El comandante, imponente y serio. Un abogado reconocido y con mucho prestigio en la ciudad, se veía tan diferente cargando a su hijo que la castaña se embelesó ante la imagen-. ¿Quieres que lo lleve yo?
-Ya has hecho mucho por él, yo me encargo-respondió.
Makoto se fue a la mesa y se sentó en el lugar vacío que había dejado el antes comandante. Zack barajeaba las cartas con destreza mientras los demás aguardaban el regreso de Kurt.
-Vi que tendrás algunos cuadros en exposición en Art Front Gallery el próximo mes.
Zack alzo la vista y sonrió ampliamente-. ¡Así es! Sería un honor que fueras.
-Yo también expondré algunas de mis fotografías ahí—agregó James-, será una obra benéfica.
-A Makoto le gustan mucho ese tipo de eventos. Justo ahí la encontré.
-Desde luego—aseguró algo apenada-, aunque estaba trabajando ciertamente, pero estaré encantada de ir si estoy en la ciudad.
Aquellas palabras salieron de sus labios sin pensar. De inmediato volteó a ver a Nath que por primera vez en toda la noche había desdibujado su sonrisa. Por su mente pasaban miles de ideas buscando una para salir del paso, pero ninguna era lo suficientemente buena. Por fortuna el móvil de James sonó y eso distrajo un poco la atención que había sobre ella.
-Debo tomar esta llamada, vuelvo enseguida.
El rubio se levantó y se perdió en el pasillo, la tensión volvió de inmediato a la mesa.
-Por cierto Nath, Serena te manda agradecer las hermosas esclavas que enviaste de regalo para ella y Rini por Navidad. No debiste molestarte.
-Sí, Amy también quedó muy apenada al recibirlas, pero a las niñas les encantaron.
-¡Me alegra que les gustaran! -exclamó mientras bebía un trago-, es bueno tener a quien comprarle joyas de vez en cuando.
El comentario fue sutil pero ella lo entendió. Makoto 1, Nathaniel 1.
Darien contuvo una sonrisa burlona, sobre todo cuando sintió los penetrantes ojos de la castaña sobre él. Aunque no se libró de una patada bajo la mesa. Nath sonrió de nuevo, con algo de malicia en su rostro.
-¿A dónde vas? -preguntó Nath cuando vio a Zack ponerse de pie. El rubio lo miró un poco vacilante pero sonrió.
-Necesito ir al baño-dijo y se escapó. Makoto consideró aquello extraño, pero como Darien seguía amenazando con reírse de ella, lo dejó pasar.
-¿Y qué piensan hacer mañana para noche vieja? -preguntó entre dientes, su voz ahogada por una risa ¿Por qué diablos se reía ese hombre?
-Nada especial, cenar aquí solo nosotros-contestó Nath, su mano buscó la de Makoto en un claro gesto de reconciliación.
Era tan cálida la sensación de sus dedos entrelazándose con los de ella.
-Ya veo... -Darien hecho los codos sobre la mesa y recargó su cabeza en sus manos, su silla fue empujada hacia atrás con descaro. Makoto supo en ese instante que algo muy malo estaba sucediendo-. Y dime Nath, ¿Cuáles son tus intenciones con Mako-chan?
-¡Darien!
-Podría decírtelas-contestó con seriedad-, pero no creo que estés listo para oírlas.
Makoto se encendió en pena, ante la mirada pícara y divertida de los dos morenos que parecían estarle gastando una broma del tipo que James disfrutaría mucho si estuviera ahí... pero no estaba, para su buena suerte.
-¿Dónde está James? -preguntó en cuanto notó que no había nadie más que ellos a la mesa. Ni en la sala... ni en la cocina.
Para cuando lo comprendió era tarde.
Solo entrar al despacho pudo ver a los tres hombres parados a metro y medio de la pared.
James tenía las manos en los bolsillos del pantalón, Kurt y Zack los tenían cruzados al pecho. Las miradas de los tres, fijas en el cuadro.
Makoto completamente helada recargada en el marco de la puerta.
-Es magnífico. -dijo Darien, justo a espaldas de Makoto y antes que cualquier otro se atreviera a decir algo. Caminó derecho a los chicos y los miró inquisitivo y un tanto amenazante.
-Lo...yo...-balbuceó James-, Debes dejar que te saque algunas fotos.
-¡Por supuesto que no! -chilló Makoto. Completamente rendida se aferraba al marco de la puerta como su único sostén. Nath posó una mano en su hombro, susurrando un lastimero "lo siento" que ella ignoró.
-Entonces permite que yo haga otro cuadro, ¡Es realmente inspirador! -exclamó Zack, alzando los brazos con alegría-. Uno con la naturaleza a tus espaldas, y esos ojos...
-Zack... -reprendió Darien, el rubio se calló de inmediato.
-¿Quieres agregar algo antes que los mate a todos Kurt? -preguntó Nath.
El peliplateado suspiró profundo antes de responder-. No sé cómo puedes trabajar con algo tan bello frente a tus ojos todo el día- y sonrió.
Aquello había salido mejor de lo esperado, si no se tomaban en cuenta las sugerencias de James por armar un calendario de senshis y distribuirlo por el mundo. Zack y su entusiasmo secundando la moción tampoco ayudaron mucho.
Cuando el impacto inicial se esfumó, todos volvieron a la sala y jugaron un par de rondas más. Al filo de las once se despidieron. "Somos hombres de bien" respondió cansinamente James cuando Makoto preguntó por qué se retiraban tan temprano.
Uno a uno abrazaron a la castaña, quien mandó sus saludos y abrazos a todos los miembros de sus familias. Removió con dulzura el cabello despeinado del pequeño Paris, quien iba dormido en brazos de Kurt, también le dio el paquete con galletas que Minako había ordenado expresamente. Cuando llegó el turno de James, como era de esperarse, se demoró un poco más para hablar a su oído.
-Ven al templo un día, ella realmente desea verte.
-Lo haré-respondió.
Dos minutos después se habían ido.
-¡Por fin solos! -exclamó casi en un suspiro mientras abrazaba a Makoto por la espalda, ella se recargó en él y se dejó envolver por sus fuertes brazos.
-Solo quiero recoger un par de cosas y dejar en remojo la cacerola de las galletas, se pegará la masa sino.
-¿Por qué no tomas un baño? Yo me encargo de eso.
-¿Seguro? -preguntó en automático-. Espera, ¿Necesito una ducha? -agregó alarmada.
-En la bañera cariño, creo que te lo mereces.
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¿Cómo resistirse? Si hubiese un club de fans de los baños en bañeras, largos e innecesarios, ¡Ella sería la presidenta!
Dejó su ropa en el gabinete y después de comprobar la temperatura con la punta de sus dedos, se sumergió lentamente, dejándose arrastrar por la calidez del agua y lo mucho que siempre había disfrutado un largo baño.
Esa había sido una noche divertida, una que necesitaba desde hacía mucho tiempo. Aunque no podía negar que lo mejor de todo el evento fue convivir con Paris, esa perfecta mezcla entre Kurt y Minako que le alborotó de nuevo el corazón.
Volver con Andrew implicaba no conocer nunca en carne propia lo que es ser madre. Y si lo hacía, sería en contra de los deseos del rubio.
¿Podría hacerlo con Nathaniel?
Quizás sí, muy probablemente.
¿Se quedaría solo por eso?
Se hundió un poco más, hasta que el agua cubrió también su cuello. Descubrió que la bañera era tan larga que ella cabía perfectamente en toda su altura. "¡Los lujos que da el dinero!" pensó. Quizá eso sea de las pocas cosas que realmente deseaba de manera egoísta y banal.
Cerró los ojos y de nuevo su mente la arrastró al lado oscuro, donde vivían sus demonios y sus miedos. Había prometido a Andrew amarlo y respetarlo hasta el último día de su vida y él había hecho lo mismo. Si solo ella fuera mortal, aquello tenía sentido, pero siendo ella lo que era, "hasta el final" tenía otro significado.
¿Por qué había hecho un voto que siempre supo que rompería? ¡Porque claro que lo supo! Cuando vio esos ojos tan oscuros y profundos mirándola del otro lado de la habitación del templo Hikawa lo supo. Cuando rosó esa piel apiñonada y sus pulmones se llenaron con el aroma a madera lo supo. Su alma lo supo, su piel lo supo, su corazón... ¡Vaya que dudó, pero al final lo supo! ¿Qué parte de ella no lo entendió?
Tenía los ojos cerrados mientras se preguntaba internamente todo aquello, pero aun así sintió como las luces del cuarto de baño se fueron.
Abrió los ojos y él estaba ahí, de pie en la puerta con una vela en la mano.
-Pensé que te gustaría más así.
Sonrió. Y sonrió más cuando se dio cuenta que lo esperaba ansiosa. Pero él seguía vestido de pies a cabeza, tan pulcro y galante.
-Ven aquí, un poco apretados pero cabemos los dos-sugirió con coquetería, levantó una mano en su dirección, tratando de provocarlo.
-Lo sé, pero prefiero verte si no te molesta- Nath puso la vela a una distancia prudente, sobre la misma base de la bañera y se sentó en una esquina, hundiendo sus dedos en el agua-. ¿Lo disfrutas?
-¿De verdad no quieres probar? -insistió mientras alzaba una de sus largas y torneadas piernas. Él atrapó su pie con una mano, obligándola a hundirse un poco más.
Sus dedos acariciaron suavemente la planta de su pie, en movimientos circulares bastante relajantes. Sintió el deseo recorrerla completa, iniciando en su toque y llegando hasta la punta de su cabello.
-Dudo mucho que la bañera pueda contener lo que te haría en este momento—su voz suave como el terciopelo.
Y ella ardiendo por dentro.
-¿Y qué harás entonces? -susurró.
-Lavar tu espalda.
Dudó un instante. Pero él estaba tan tranquilo, aguardando una respuesta. Se movió entonces, y para su sorpresa se sintió admirada y sexy mientras lo hacía. No había habido manera que Makoto Kino se sintiera cómoda en su desnudez, excepto con él. Frente a Nathaniel Arima ella se sentía una diosa digna de ser venerada y deseada.
Y él no tenía otra misión en la vida.
Nath se quitó el saco y se arremangó, movimientos calculados y serenos que la luz de la vela parecía el preludio de una noche sin control. Pero aún no.
Sintió su mano recorriendo su cuello y sus hombros, se deslizaba suavemente gracias al agua ligeramente enjabonada. Luego se movió a la espalda y bajó por ella, obligándola a inclinarse hacia adelante y sujetarse las piernas para darle acceso lo más posible.
-Dime algo Nath—su voz temblorosa-. ¿Por qué no tienes hijos?
Él detuvo apenas un momento su empeño en lavarla, pero de inmediato lo retomó. Acunó un poco de agua y la dejó caer desde el nacimiento de su cabello, el que conservó amarrado para no mojarlo. Su piel se erizó de inmediato.
-Bueno... en cierto momento los quise. Pero Naru no estaba dispuesta a que un hijo suyo compartiera mi destino. Fue lo mejor, viéndolo en retrospectiva.
Y ahí estaba de nuevo esa palabra, "destino maldito" , pensó pero no lo dijo-. ¿Ya no los quieres? -preguntó en su lugar, aunque se arrepintió casi de inmediato.
-Quiero lo que venga. El universo me ha demostrado que es más caprichoso que yo. Mírate aquí.
-Ah. -respondió sin querer, seguía analizando la respuesta.
-¿Es acaso una propuesta? -preguntó pícaramente mientras su mano subía de su baja espalda por toda su columna, un solo dedo trazaba el camino.
-¡Ah! ¡Yo! -balbuceó. Se llevó los brazos al pecho, como si con eso cubriera su falta de vocabulario-. ¿No temes que un hijo nuestro, comparta nuestra misión?
-No. -respondió tajante. Se inclinó lo más posible hacía ella, su playera se impregnó ligeramente de humedad-. Porque si tuviéramos un hijo, mi misión sería que él nunca tuviera otra misión en la vida más que ser feliz.
El agua se sintió tan fría de repente, un mechón del cabello de Nath rozó su piel haciéndole cosquillas. ¿Cómo una frase tan corta podía encerrar el significado de toda una vida?
Aprovechando la cercanía acarició la piel de su oreja con sus labios, luego comenzó a plantar besos pequeños por su cuello hasta el hombro, mientras Makoto se estremecía con cada contacto. ¡Lo deseaba! Más que nunca lo deseaba, aunque no podía dejar de plantearse la pregunta, ¿Realmente que es lo que quería de él?
-¿Y tú? -preguntó mientras recobraba su posición original, solo para ponerse de pie y caminar hasta el costado de la bañera. Ahí podría verla a los ojos, necesitaba esa respuesta.
-Andrew...-comenzó a decir, pero él la calló con un dedo. Esa no era la pregunta que había hecho. Makoto se aclaró la garganta y comenzó de nuevo-. Sí quiero, pero no ahora.
-¿Qué tal en quince minutos?
Ella sonrió. ¡Ese tonto!
Makoto quería responder con un rotundo sí. Quería decirle que un hijo había sido su sueño desde adolescente, quizá desde antes. Quería gritarle lo mucho que anhelaba una familia con dos niños y un perro, con un hombre amoroso entrando por la puerta cada tarde, pero supuso que él lo sabría. ¡Él sabía todo de ella!
De igual forma se acercó a él, más piel se asomó sobre la superficie del agua, pero Nath la detuvo. La tomó por la barbilla y la besó, la obligó a que se sentara de nuevo.
Esos eran besos asesinos, de los que hacen que el mundo se detenga y las ideas se te revuelvan.
Así que ella se detuvo, pero él no.
Nath comenzó a hundir su mano libre en el agua, recorriendo esta vez la parte delantera de aquel hermoso cuerpo de mujer que ya conocía a la perfección. Por eso no le fue difícil encontrar lo que buscaba. Delinear aquellos generosos senos, pellizcar con suavidad sus húmedas cúspides y bajar más, un poco más.
Se tomó el tiempo para jugar con su ombligo mientras ella se arqueaba, consiente o no, hacia su toque. Sus bocas seguían en guerra, pero si hubiera podido hablar, hubiera sido su nombre lo que saldría de sus labios.
Por instinto y un tanto por supervivencia, se colgó de él. Con sus brazos rodeó su cuello para que no se fuera, para que continuara aquella delirante tortura que había iniciado unos minutos atrás. Ya no le importaba si mojaba su ropa o si el agua estaba un tanto fría. Ella estaba ardiendo y solo él podría apagar ese fuego ahora.
-Recuéstate. -le ordenó. Jadeando ella dijo que no, por nada del mundo lo soltaría-. Recuéstate, no puedo hacerlo si estás sobre mí.
-Antes eras más diestro—lo retó.
-Y tú más obediente.
Entrecerró los ojos ofendida, reprimiendo con todo su ser una sonrisa traidora. Pero él no se dejaba intimidar tan fácilmente, aunque si alguien sería capaz de hacerlo sería ella, nadie más que la diosa del trueno y la tormenta.
Makoto se recostó, el agua estaba a punto de volverse fría pero no le importó. Sus sentidos estaban sobre la persona a su lado, el siniestro hombre cuya mirada brillaba enigmática a la luz de una sola y casi abatida vela.
Un dedo se posó en sus labios, los recorrió impune y desvergonzado. Ella quería otro beso, pero tomaría lo que le dieran, no había forma de equivocarse.
De nuevo la mano bajó por ella, lenta, tortuosa, increíblemente precisa y provocadora. Nath la miraba, quería ver su reacción a cada una de sus caricias, quería fundirse en esos charcos esmeraldas.
Y tuvo su recompensa, cuando esos ojos se abrieron a tope al sentir sus dedos incursionar en su intimidad. Makoto se tomó con fuerza de la orilla de la bañera, su cuerpo se arqueó abruptamente, exigiendo mucho más.
-Si me tocas, me detendré-masculló al ver su intento por dirigirlo. Pudo ver los dedos de ella cerrarse con fuerza, como si pretendiera fundirse con el azulejo con tal de evitar semejante error.
Nathaniel sabía dónde y cómo. No sabía por qué, pero desde la primera vez sus manos parecieron reconocerla. Era un hombre sediento llegando a su manantial favorito.
Makoto gemía, sus labios medio abiertos soltaban pequeñas monosílabas agudas y delirantes. Su pecho subía y bajaba con intensidad, luchaba por contenerse, luchaba por mantener un control que no tenía, porque lo tenía él. Estaba a su antojo y su merced, y Nath quería verla en el límite, quería ver su piel erizada como si un rayo cayera en ella, quería ser el dueño absoluto de la tempestad.
Así continuó, recorriéndola de arriba abajo, de adentro hacia fuera. Vio y sintió sus espasmos, escuchó sus gemidos y el chocar del agua contra el suelo, producto de sus abruptos movimientos. La miró morderse el labio y también mirarlo a él, sorprendida, deseosa, exigente.
-¡Neph! -gritó por fin cuando sintió el orgasmo alcanzarla.
¡Ese maldito general de nuevo! ¿Qué memorias vivirían en esa mente que siempre, cada vez, ante el atropello del inminente placer, era el nombre de ese infeliz y no el suyo el que gritaba?
Entonces, solo entonces, Nathaniel deseaba ser Nephrite.
Jadeante y debilitada se acercó a él y volvió a rodearlo, esta vez fueron torpes sus movimientos y no pudo evitar salpicarlo. Pero debía besarlo, debía sujetarse de algo que no diera vueltas en la habitación.
-Haz mojado toda mi ropa—le dijo sonriente cuando se separó en busca de aire.
-Entonces quítatela, no querrás enfermarte.
Manteniendo la sonrisa traviesa se puso de pie y le alcanzó un albornoz. Como pudo ella también se levantó, aun le temblaban las rodillas y eso le causaba un poco de risa, sentirse tan débil y tan llena de energía al mismo tiempo.
Se enredó en la toalla y salió de la bañera, directo a la habitación. Nath venía tras ella, tomado de su mano.
Todo ahí también estaba a oscuras. Makoto se asombró ante el pensamiento de como un hombre que hablaba con las estrellas, que amaba el cielo tintineante, amara también tanto la oscuridad.
Ella no sabía que sus ojos eran las únicas estrellas que él quería ver esa noche.
-Entonces, ¿Te quitarás esa ropa mojada y fría? –preguntó mientras lo tomaba de la hebilla del cinturón y lo pegaba a ella. Sus caderas se acercaron pero su torso mantuvo la distancia.
-¿Qué hay con aquello de no querer hijos? Supongo habrás notado que no vivo preparado. La farmacia más cercana está a…
Pero ella lo calló, de nuevo colgó sus brazos tras su cuello y lo hizo bajar hasta su rostro. Había tenido miedo, sí, aunque una parte de ella se decía que lo añoraba.
-Quiero lo que venga, -contestó-. ¿No es acaso la vida muy corta?
CONTINUARÁ…
Eternamente agradecida como siempre. Sus comentarios son mi recompensa…
