Amante Esposa
Su Nombre
Cuando Õtsutsuki fue a verla esa tarde para darle el recado de su marido, Hinata apenas podía refrenar su emoción. Al parecer, la mendiga ciega había logrado más en unos instantes que ella en toda una semana.
—Estoy segura de que se reconoció en ella. Y de que eso le ha recordado los privilegios de su rango. Muchísimas gracias por darle el último empujoncito — se inclinó y agarró del brazo a Õtsutsuki, que estaba sentado tomando el té con ella. Estaba tan emocionada que creía que iba a estallar de felicidad.
Õtsutsuki se sobresaltó al sentir su contacto y miró su mano como si no supiera qué hacer al respecto.
—Minusvalora usted sus propios méritos, lady Uzumaki. Es su dedicación a él lo que ha cambiado las cosas.
—¿Y le ha dicho algo de mí? —preguntó, esperanzada—. De Hinata, quiero decir. De su esposa —de pronto se daba cuenta de hasta qué punto estaba confusa. Era como si fuera dos personas y no supiera cuál de ellas merecía las atenciones de Naruto.
—Le pregunté si podía venir a darle la noticia. Y reconoció que convenía que se enterara usted cuanto antes, pero que prefería decírselo él mismo. Recibirá noticias suyas mañana o pasado, estoy seguro.
—Qué bien —dijo ella, cerrando los ojos en una plegaria de agradecimiento.
—Quizá su salida de esta tarde arroje más luz sobre sus planes.
—¿Ha salido? ¿Dijo adónde iba? ¿O cuándo volvería? ¿Fue con alguien? —preguntó a toda prisa, hasta que el pobre Õtsutsuki levantó la mano para detenerla.
—No me lo dijo, ni quiso que lo acompañara. Dejó recado de que no cenaría en casa. Pero supongo que piensa regresar con tiempo de sobra para vestirse y venir a verla esta noche. Aparte de eso, no sé más que usted.
—Entonces no me queda más remedio que esperar —repuso ella, y se levantó para pasearse por la habitación—. No he pensado apenas en los riesgos que ha corrido desde que se fue. Daba por sentado que estaría bien.
—Y se las arregló muy bien sin su ayuda —le recordó Õtsutsuki.
—No es que no confíe en que pueda valerse solo —dijo ella, intentando convencerse a sí misma—. Pero ahora que lo he visto y sé lo temerario que puede ser... —miró desesperada al secretario—. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué haré si no vuelve?
Al llegar a Londres, le preocupaban cuestiones de economía doméstica y la posibilidad de perder su libertad. Ahora, en cambio, le angustiaba pensar que, si no volvía a ver a Naruto, él jamás sabría quién era en realidad, ni lo que sentía por él. Õtsutsuki se quedó mirando el interior de su taza.
—Lord Uzumaki se enojaría conmigo si supiera que permito que se preocupe sin motivo. No tema. Aunque ocurriera lo peor, cuenta usted con amigos. No estará sola, Hinata. Nunca estará sola.
—Pero no estaba pensando en mí —contestó, acercándose a mirar por la ventana con la vana esperanza de ver pasar su carruaje—. Es él quien me preocupa. Es el centro de toda mi felicidad. Y ahora que me he reencontrado con él, debo conseguir que esté sano y salvo, y que sea feliz. Como esta mañana.
—Entonces ha de confiar en él —dijo Õtsutsuki—. Dentro de unas horas todo volverá a estar en orden. Ya lo verá.
Eran poco más de las ocho cuando oyó los pasos de Naruto en el vestíbulo y le sintió llamar a un lacayo para que se hiciera cargo de su sombrero y sus guantes. Hinata se adelantó al lacayo y lo despidió para atender a su marido ella misma. Después corrió a sus brazos y le dio un beso en los labios.
Esa noche, aunque iba bien vestido, Naruto no estaba tan impecable como solía. Llevaba la corbata floja, el cabello castaño algo revuelto, y tenía color en las mejillas, como si acabara de llegar de montar a caballo o de hacer ejercicio. Se echó a reír al reconocer su contacto y la estrechó entre sus brazos, besándola con tanta ansia que casi rozaba la violencia.
Sabía a coñac, y también a sal. Hinata sintió una extraña humedad en sus labios. Cuando logró apartarse para limpiárselos, vio una mancha roja en sus dedos. Tocó suavemente la boca de Naruto, y él dio un respingo y le apartó la mano.
—Tienes un corte en el labio.
Era extraño. Porque en lugar de reaccionar como esperaba, lanzando un improperio o haciendo otra mueca de dolor, él se pasó un dedo por la herida y le dedicó una sonrisa traviesa.
—Sí, aquí está.
Ella se sacó un pañuelito de la manga del vestido, humedeció una punta con la lengua y se acercó para limpiar la sangre. Naruto volvió a abrazarla, levantándola en vilo, y soltó un gruñido.
—¿Por qué no me das un beso, mejor?
—No quiero hacerte daño.
—Es una lástima que el hombre que me golpeó no pensara lo mismo. Naturalmente, yo ya le había dado una buena tunda cuando consiguió darme un puñetazo. Así que supongo que me lo tenía merecido —su marido seguía sonriendo. Sus ojos azules brillaban con una emoción que Hinata no había visto nunca en ellos. Volvió a besarla como había hecho aquella primera noche, como si estuviera deseando llevarla a la cama y le importara muy poco quién pudiera verlos.
—¿Te has peleado? —preguntó, alarmada, y olfateó su aliento—. Has estado bebiendo, ¿verdad?
—¿Y qué, si es así? —besó su cuello mientras apretaba su cuerpo por encima del vestido.
Ella le apartó las manos, intentando recuperar el aliento.
—Me prometiste que no volverías a hacerlo. Te valoro demasiado para permitir que te eches a perder de ese modo. Estaba muerta de preocupación por ti.
Naruto se detuvo un poco y apoyó la cara sobre su pelo.
—Querida, no puedes esperar que ponga mi agenda totalmente en tus manos, por muy encantadoras que sean. Mi vida sigue siendo mía, ¿no? —no parecía, sin embargo, muy satisfecho de su libertad.
—Claro que sí —le aseguró ella—. Tú sabes que no tengo ningún derecho sobre ti. Pero pase lo que pase entre nosotros, es muy importante para mí saber que estás sano y salvo.
Naruto se apoyó contra ella un momento, como si estuviera agotado.
—Y te lo agradezco. Es agradable saber que le importo a alguien. Pero descuida: no he hecho nada malo. Solo lo que suelen hacer los caballeros. Fui al White's a comer.
—¿Has vuelto a salir? ¿Y sin mí? —Hinata no pudo controlar el gritito de emoción que dejó escapar, y le echó los brazos al cuello.
Él le dio una palmadita en la espalda y se encogió de hombros como si no fuera nada del otro mundo.
—No podía llevarte a mi club, querida. Las damas no tienen permitida la entrada. Ni siquiera las esposas, gracias a Dios —añadió en voz tan baja que ella apenas lo oyó. Luego continuó como si no hubiera dicho nada—: No debería extrañarte tanto que haya comido allí. Sigo siendo socio y en el club se me aprecia. Sasuke estaba allí, y también, Shikamaru. Me alegré de volver a verlos después de tanto tiempo. Sasuke me preguntó por mis ojos, claro está.
—¿Y se lo dijiste? —se apartó de él y lo miró fijamente.
—A diferencia de otros problemas, mi estado difícilmente puede ocultarse
—miró más allá de ella, sin fingir siquiera que la veía. Luego se encogió de hombros otra vez, como si se hubiera puesto a pensar en asuntos mucho más importantes.
Hinata lo abrazó de nuevo y besó su labio herido.
—Pero ¿qué pasó?
—Después de saludarnos como es debido, se acercaron otros a hablar conmigo. Y me dieron algunas noticias sorprendentes. Al parecer, tengo muchos motivos para estar de enhorabuena. Mi primo Nagato estaba allí... —frunció de nuevo el ceño y apretó los labios hasta que el corte se volvió blanco.
Eso explicaba su extraño humor. Hinata dudaba que hubiera querido revelar su estado ante su familia tan de repente. Y sabía por experiencia que Nagato se las ingeniaba para echar a perder hasta el día más feliz.
Naruto pareció a punto de decirle algo. Después sonrió de nuevo y siguió con su relato:
—La botella fue pasando de unos a otros, mientras avanzaba la tarde. Estuvimos hablando de las cosas que podía hacer un ciego. Y luego alguien sacó el libro de apuestas —se encogió de hombros otra vez, como si quisiera restar importancia a lo sucedido. Pero sonreía, satisfecho—. Algunos fuimos al gimnasio de Gentleman Jackson a practicar un poco de boxeo, como haría cualquier caballero de la alta sociedad. Los dos con vendas en los ojos.
»Como todavía veo algunas sombras, habría sido injusto que no me pusiera la venda. Y al parecer, en esas condiciones, puedo vencer a dos de cada tres oponentes. Una media muy decente, creo. Si consigo esquivar los primeros golpes, oigo respirar a mi oponente como si fuera un fuelle y apuntar al lugar de donde procede el sonido. No soy tan rápido como antes, y estoy bajo de forma después de tanto tiempo de inactividad. Pero a mi entusiasmo no pudieron ponerle ninguna pega. Aunque fue una pena que el hombre con el que quería medirme no estuviera allí para que ajustáramos cuentas...
—¿Has boxeado? —Hinata no sabía si echarse a reír, o regañarlo.
—No han sido más que unos asaltos inofensivos. Sin animosidad —pero el brillo de sus ojos y la tensión de su mandíbula la hicieron dudar de que fuera cierto—. Es una lástima que mi querido Nagato sea demasiado cobarde para subir al cuadrilátero. Pero yo diría que, después de la demostración de hoy, dejará de considerarme un inválido y aprenderá a cerrar la boca y mantener las distancias. ¿No era eso lo que Hinata quería desde el principio? Le dio otro beso entusiasta.
—¿Te alegras de que Sasuke me haya partido el labio?
—Me alegro de que hayas salido de casa en pleno día y de que hayas pasado la tarde en compañía de amigos de verdad —se empinó para besar sus ojos ciegos—. Y de que se lo hayas dicho.
Naruto besó su coronilla.
—Es culpa tuya, ¿sabes?, con tu empeño en que hiciera algo con mi vida. Y tenías razón. Ya era hora —la besó en la boca, pero aunque su beso comenzó siendo de agradecimiento, pronto se convirtió en otra cosa.
Su sombrero y sus guantes cayeron al suelo, y Naruto los mandó de una patada al otro lado del vestíbulo. Luego comenzó a acariciar los hombros de Hinata y su espalda, apretándole los pechos contra la chaqueta para poder sentirlos. Su lengua se movía con ansia dentro de la boca de Hinata. Su sabor a coñac la embriagaba de deseo.
Esa noche, tendría que esforzarse muy poco por conseguir sus fines. Naruto le haría el amor, si se lo pedía. Porque en su beso no había ningún atisbo de juego, solo un ansia de satisfacción inmediata. Pero mientras su cuerpo se aprestaba a sucumbir, su mente le susurraba que habían cambiado muchas cosas. En el nuevo mundo que estaba creando Naruto, no habría lugar para secretos, ni modo alguno de ocultar la existencia de su misteriosa amante a sus amigos, ni su enfermedad a su mujer. Ahora que había salido a la luz, se hallaba al borde de tomar otra decisión. Y cabía la posibilidad de que ella lo perdiera para siempre, si no hablaba pronto y se lo confesaba todo. Se apartó de él y se desasió de su abrazo. Luego tiró de él.
—Ven, puedes contarme tus planes mientras cenamos.
—Ya he cenado —contestó, atrayéndola de nuevo hacia sí.
—Una copa de vino, entonces. Naruto la besó otra vez.
—Ya sabes lo que quiero —dijo—. Y no es comida, ni vino. No me lo niegues —con una mano apretó las caderas de Hinata contra las suyas y con la otra levantó sus pechos hasta que sobresalieron por el escote de su corpiño. Después tiró de la tela que los cubría. Hinata oyó saltar un botón y el vestido se abrió. Naruto la inclinó sobre su brazo y se metió sus pezones en la boca, chupándolos con fuerza, mordiéndolos y dejando marcas en sus pechos desnudos.
La apretaba con tanta fuerza que Hinata no tenía aliento para resistirse. Aquella indefensión, sin embargo, era deliciosa. Naruto era su marido, a fin de cuentas. Y estaba tan dominado por el deseo que dudaba que oyera sus protestas, si expresaba alguna.
Después, Naruto se detuvo y levantó la cabeza de sus pechos.
—Anoche, y esta mañana, cuando dijiste que...
—Finjamos que no dije nada —contestó ella apresuradamente, porque no quería que parara—. No me castigues por lo que siento.
—No pienso castigarte. Solo quiero estar seguro de que tus sentimientos no han cambiado.
—No cambiarán nunca —prometió, jadeante—. Pase lo que pase entre nosotros, me mantendré firme.
Él pareció dar un pequeño respingo al oírlo, como si esperara escuchar otra cosa.
—Bien —dijo—. Porque, si no, no... —de pronto comenzó a besarla de nuevo mientras le desabrochaba el vestido y se lo bajaba, hasta que pudo acariciar sus caderas por encima de la tela, al tiempo que mordisqueaba sus hombros—. Di lo que quieras. Nada se interpone entre nosotros.
Ella ahogó un gemido y dijo:
—Te quiero.
Naruto no hizo esfuerzo alguno por contestar que él también la quería.
—Demuéstramelo —dijo, en cambio. Y tirando de ella sin vacilar, cruzó el cuarto de estar y la llevó a la cama.
Hinata cerró la puerta de la alcoba tras ellos. Y antes de que acabara de cerrarla, Naruto le bajó todo el vestido y tiró de su corbata para aflojar el lazo. Cuando arrojó a un lado la corbata e hizo ademán de desabrocharse los botones del chaleco, ella detuvo su mano.
—No podrás encontrar tu ropa, si tienes tan poco cuidado. Él soltó una risa extraña.
—Esta noche no me importa.
Hinata acabó de quitarse la ropa y besó su cuello desnudo.
—Entonces deja que lo haga yo. Te he observado estas últimas noches. Colocaré tu ropa igual que tú. No me equivocaré. Pero no me niegues el placer de desnudarte.
Él dejó escapar una suave risa. Luego se quedó quieto, con los brazos un poco apartados del cuerpo. Hinata lo sintió estremecerse al sentir el primer contacto de sus manos.
Primero le quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de la silla. Luego, el chaleco. Recogió la corbata del suelo y puso ambas cosas, dobladas, encima de la chaqueta.
Se detuvo para tocarlo. Hombros anchos, espalda recta, cintura estrecha. Lo había visto en la cama y había tocado cada palmo de su cuerpo. Pero nunca así, con el cuerpo medio escondido por la ropa. Lo besó por la abertura del cuello de su camisa y desplegó los dedos sobre la tela. Luego le abrió la camisa y besó su pecho.
—Eres una ayuda de cámara de lo más interesante, querida —dijo él, acariciando su cuerpo. Posó la mano sobre su nuca y la urgió a meterse su pezón en la boca—. No me costaría acostumbrarme a esto.
Ella pensaba lo mismo. Naruto la hacía sentirse segura y querida, y al mismo tiempo le permitía preocuparse por él. Y era agradable sentir su pecho caliente, la suavidad que recubría sus músculos fuertes y firmes. Le quitó la camisa, la sacudió y la dejó cuidadosamente con la corbata. Después regresó a su lado y pasó las manos por su pecho antes de empujarlo hacia la cama para que se sentara en ella. Se sentó en el suelo para quitarle las botas y los calcetines; acarició sus piernas, desabrochó los botones y, al abrirle los pantalones, lo descubrió listo para recibir sus caricias.
Dejó el resto de su ropa junto a la silla. Luego se acercó a la mesilla de noche y apagó la última vela para que se tumbaran a oscuras.
Él dejó escapar un grito de sorpresa.
—¿Te molesta que apague la luz? —preguntó Hinata.
Naruto alargó el brazo para tomar su mano cuando ella se subió a la cama con él.
—Te parecerá una tontería, pero tengo miedo a la oscuridad, cuando se hace de repente. Nunca sé si es que he perdido del todo la vista de repente, o si es solo que se ha apagado una vela —soltó una risa nerviosa—. Sin luz, los dos estamos ciegos, ¿verdad?
—Sí —contestó Hinata, sorprendida por no haberlo pensado—. Así aprenderé a utilizar mis manos para orientarme, como haces tú.
—A oscuras, podríamos ser cualquiera. Podemos imaginarnos cualquier cosa. Satisfacer nuestros deseos más recónditos —susurró Naruto—, sin que nadie nos vea.
La besó con ardor, lleno de ansia, apretándola tan fuerte contra su cuerpo que ella apenas podía respirar. Era otra prueba de lo fácilmente que podía dominarla, si así lo decidía. Hinata se estremeció de emoción. Luego, él se relajó sobre la cama y, para demostrarle hasta qué punto lo había domado, le dio permiso para explorar su cuerpo.
Hinata se sentó a horcajadas sobre sus piernas, apretó sus muslos entre los suyos y se inclinó sobre él para tocar los músculos de su torso con sus pechos. Notaba por su respiración que las leves caricias de sus pezones lo excitaban tanto como a ella. Naruto alargó las manos hacia ellos, levantó sus pechos y los agarró para poder metérselos de nuevo en la boca. Los frotaba contra sus dientes y los mordía de repente, y luego los soltaba para secarlos con su aliento, hasta que los sentía erizados y frescos.
Hinata se incorporó y se apartó de él de nuevo. Pasó las manos por su abdomen, las posó sobre su miembro y comenzó a acariciarlo desde la base a la punta, apretándolo contra su vientre, como sabía que le gustaba.
Naruto dejó que lo acariciara unos instantes. Luego bajó las manos hasta encontrarse con las de ella y, desplegándolas sobre su pubis, empezó a acariciar su sexo con los pulgares.
—Despacio —le advirtió al ver que ella aceleraba sus caricias—. Deja que dure. Quiero gozar de ti toda la noche —rodeó su cuerpo con las manos y agarró sus nalgas—. Deslízate hacia delante. Siéntate encima de mí. Quiero estar dentro de ti.
Ella miró la silla del otro lado de la habitación, pensando en la funda que él llevaba en el bolsillo.
—¿No quieres...?
—Olvídalo —ordenó él, como si hubiera adivinado lo que estaba pensando. Luego le levantó las caderas para poder frotarse contra su sexo húmedo—. Así es mejor. Si todavía lo deseas.
—Sí —respondió ella, y guio su miembro hasta el lugar que le correspondía. Se inclinó hacia delante y lo besó. Después se irguió un poco para poder acariciarse con su glande. Se deslizó un poco más hacia delante y, al notar que él comenzaba a penetrarla, sintió el primer atisbo del placer.
—Qué bien —susurró él—. Pero quiero más —asió de nuevo sus caderas y de pronto la obligó a sentarse sobre él y la penetró de una sola y suave embestida, hasta llenarla por completo—. Así.
Ella gimió, asombrada. Había olvidado lo grande que le parecía su miembro cuando la penetraba. Y aquella súbita acometida no se parecía en absoluto a la cautela con que la había penetrado la última vez, como si temiera asustarla.
Antes de que ella pudiera recuperar el aliento, comenzó a moverse dentro de ella. Subía y bajaba las caderas y se frotaba contra ella como si buscara el orgasmo, haciéndola temblar de excitación.
Se detuvo un momento, como si fuera a retirarse. Hinata se apretó contra él y dejó que su miembro se hundiera más profundamente en ella, hasta que estuvo segura de que no cambiaría de opinión.
—Antes no querías, Naruto. ¿Qué ha cambiado? Él dejó escapar un gruñido, pero no se apartó.
—¿Te estoy haciendo daño?
—No. Es maravilloso. Quiero que sigas.
—Entonces, nada ha cambiado. Dime otra vez lo que dijiste anoche.
—Te quiero, Naruto —intentó moverse, pero él la sujetaba contra su cuerpo—. Tómame, por favor, Naruto. Hazme el amor.
—Sí. Otra vez —se hundió en ella, dejando escapar un suspiro de satisfacción. Ahora golpeaba lentamente, entrando y saliendo de ella, haciéndola olvidar que podía ser de otro modo.
—Te quiero...
Naruto aflojó el ritmo más aún, con las manos sobre su espalda, y se movió para agarrarla de tal modo que pudiera penetrarla con más fuerza. Hinata se inclinó hacia delante para tumbarse sobre él. De pronto, Naruto rodó abrazándola y quedó tumbado sobre ella. Hinata le clavó las uñas, arañó su espalda, temiendo que intentara escapar y no acabara lo que había empezado.
Pero Naruto se rio con malicia, como aquella primera noche, y comenzó a penetrarla una y otra vez, con fuerza, hasta que Hinata comenzó a jadear bajo él. Estaba muy cerca, y él lo sabía. Pero se detuvo para acariciar su cara. Ella le mordisqueó los dedos, le suplicó que acabara, y él sintió su ansia y se retiró.
Hinata le tendió los brazos, frenética, y él agarró sus manos y la hizo ponerse de lado.
—No, cariño mío —murmuró—. Pronto te daré lo que quieres. Esta mañana me prometiste que podría hacer contigo lo que quisiera. Hay otras formas de unirse. Y esta noche pienso probar tantas como pueda —la estaba penetrando de nuevo, desde atrás. Empujaba arriba y abajo y apretaba con fuerza mientras agarraba sus pechos y rodeaba sus pezones, sin dejar de embestirla.
—¿Te gusta así? —gruñó junto a su oído.
—Sí —gimió ella, totalmente entregada a él.
—Voy a hacerte mía —susurró él—. Una y otra vez. Voy a amarte hasta que me necesites con locura. Y luego volveré a amarte otra vez —la embistió con más fuerza y ella comenzó a sentir un orgasmo al pensar en que iba a tener dentro su simiente.
Y al relajarse, satisfecha por que por fin fuera suyo, él bajó las manos para apretar su sexo y frotar su clítoris. Movía el pulgar con leves toques, al ritmo de sus embestidas, y ella se derrumbó una y otra vez, indefensa y enloquecida, temblando en sus brazos y gritando su nombre. Al sentirla rendirse, la siguió, dejándose ir dentro de ella mientras gemía.
—Hinata...
Ella se sintió atravesada por un último espasmo de gozo. Naruto la conocía. En aquel instante de suprema intimidad, la había reconocido. Luego, él gruñó y se apartó, estremecido, tapándose la cara con el brazo como si quisiera esconderse de ella.
Hinata se tumbó a su lado, le rodeó la cintura con el brazo y tiró de su mano para poder ver a la luz de la luna el leve resplandor de sus ojos ciegos, clavados en el techo.
—Lo siento —dijo él por fin—. No estaba pensando. Pero me he reservado para ella tanto tiempo...
—¿Para tu esposa? —preguntó ella en voz baja.
—Cuando no podía soportar estar solo y buscaba los servicios de alguna mujer anónima, era en ella en quien pensaba. Siempre en ella —alargó la mano para tocar su pelo—. Esta semana ha sido distinta, te lo aseguro. Pero esta noche, cuando debería haber pensado solo en ti, he utilizado lo que sentías por mí. Te he mentido y he fingido ser lo que querías que fuera. Y mientras lo hacía, he pensado en ella. No quería decir su nombre. Eres muy importante para mí. Esto no habría pasado, si no lo fueras. Y no quiero hacerte daño.
—No tiene importancia —contestó ella mientras intentaba comprender lo que acababa de ocurrir. El hombre tumbado a su lado se sentía culpable por sentir justamente lo que ella quería que sintiera por la mujer a la que había abandonado. Se apoyó sobre él y, posando las manos sobre su cara, besó sus ojos y sus labios y le susurró palabras de amor—. No pasa nada. Eso no cambia nada entre nosotros. Lo entiendo. Ella está contigo, del mismo modo que mi marido nunca está muy lejos de mis pensamientos.
—Está en Londres. Se enterará de que he visitado el club. Le dirán lo de mis ojos.
—Puede que oiga rumores —contestó ella—. Pero convendría que se enterara por ti.
—También he oído cosas —susurró él—. Pero no son rumores. Es la verdad, por más que me pese —la estrechó entre sus brazos, apretando su mejilla contra su pecho, y Hinata sintió su dolor mientras hablaba—. Fue a verme el día que tú y yo nos conocimos. Y yo no estaba allí. Habría sido mucho más fácil, si hubiera estado ahí cuando me necesitaba. Le he fallado por culpa de mi egoísmo. No debe suceder otra vez.
—Tus palabras te honran —dijo ella, y se alegró de que no pudiera ver su sonrisa.
Él, sin embargo, pareció notarla, porque dijo un poco sorprendido:—¿Entiendes lo que esto significa para nosotros? —hablaba con tristeza, pero resueltamente—. Esto no puede continuar. Debo volver a casa, con ella.
—Sabía que lo que compartimos no podía durar, igual que lo sabías tú —se llevó su mano a la boca y la besó suavemente, en la oscuridad. Se sentía inmensamente feliz—. Y sé que la quieres. Tú no lo ves, claro. Pero yo lo supe el día que me enseñaste su retrato. Has borrado la pintura de tanto tocarlo. Quieres estar con ella. Tú sabes que es la verdad.
Naruto se rió débilmente.
—Más de lo que creía. Más de lo que creía posible. Ya no puedo negarlo. Esa mujer es mi hogar, y todo lo que podía desear, si mi vida hubiera sido distinta. He cometido un terrible error ocultándole la verdad. Y he esperado demasiado. He perdido cosas que no podré recuperar.
—Eso no lo sabrás hasta que no hables con ella —contestó Hinata.
—Lo sé, no me cabe ninguna duda —dijo él—. Respecto a ciertas cosas, ya no puede hacerse nada. Y ahora he de sacar partido a lo que me queda.
Ella tocó de nuevo su cara, deseando poder disipar su angustia y decirle que su ceguera no importaba.
—Todo se arreglará. Pero debes ir a verla.
Naruto se rió de nuevo.
—Es muy extraño recibir consejo de una amante respecto a qué hacer con el amor profundo y no correspondido que uno siente por su esposa.
—Tu amor es correspondido.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé porque te conozco. Si yo te quiero, ella también te querrá. Si se lo permites.
Naruto la estrechó otra vez entre sus brazos, apretándola con fuerza, como si temiera perderla.
—Y entonces ¿qué será de ti?
—Buscaré a mi marido, como planeaba desde el principio.
—Pero te abandonó.
—Y sin embargo nunca he dejado de amarlo. Él la apretó aún más fuerte.
—Sé que está mal, y que no puedo tenerte. Pero le envidio tu amor tanto como anhelo estar en otra parte. Soy egoísta y estúpido, y quiero quedarme contigo.
—Es tan maravilloso oírte decir eso... Pase lo que pase, lo recordaré siempre. Pero tú sabes lo que debemos hacer —lo besó, dejando que el calor de su amor calara sus huesos.
—Esto no podía durar para siempre —susurró él.
—Puede que, en cierto modo, así sea —respondió ella—. Ahora somos felices. Y volveremos a serlo. Estoy segura. Solo te queda hacer una cosa para que todo se arregle.
Continua
