Amante Esposa
Las dos caras de la moneda
Hinata tomó un sorbo del chocolate del desayuno y se estiró con indolencia bajo la bata de seda que llevaba puesta.
¡Dios, qué agujetas tenía! Se sonrojó al pensar en qué las había causado. Su querido Naruto la había amado apasionadamente. Y había amado también a su mujer.
Después le había dolido el corazón casi tanto como le dolía el cuerpo, al verlo acurrucado a su lado, angustiado al pensar que las había traicionado a ambas. Y había deseado revelarle su identidad para aliviar su sufrimiento. Pero una parte de su ser le había advertido que debía guardar silencio. Y a medida que pensaba en ello, había crecido su convencimiento de que era lo mejor. A fin de cuentas, no era él el único que sufría por sus actos. Ella había sufrido casi desde que lo conocía. Y el dolor de Naruto podía durar un día más. Al menos, hasta que su arrepentimiento diera fruto y pidiera perdón a la mujer a la que había jurado respetar en el altar.
Llamaron a la puerta y su doncella la informó de que el señor Õtsutsuki estaba esperando en el salón.
Hinata se miró fugazmente al espejo para asegurarse de que la bata que llevaba era lo bastante decente para recibir visitas, se ciñó el cinturón por debajo de los pechos y salió al encuentro del secretario de su marido.
Õtsutsuki le tendió dos cartas selladas y dijo:
—Le ha escrito. En sus dos papeles. Hizo hincapié en que no confundiera las cartas y en que llevara inmediatamente la de su esposa. También dijo que, si no conocía la dirección de su amante, le enviara la carta con el coche que usted enviaría para buscarlo esta noche.
—Entiendo —así pues, Naruto pensaba hablar primero con su esposa.
Sospesó las dos cartas, intentando adivinar su contenido sin abrirlas e hizo un gesto distraído a Õtsutsuki para que esperara respuesta.
¿De veras importaba cuál abriera primero? Porque, si interpretaba correctamente la situación, serían las dos caras de la misma moneda. Debía confiar en que no estuvieran llenas de mentiras. Rompió el sello de la que no llevaba nombre y la leyó.
Amor mío:
Me cuesta escribirte estas palabras. Mucho más de lo que me costaría incluso en circunstancias normales, claro está.
Así que se tomaba la libertad de bromear con ella. Debían de ser pésimas noticias.
Pero parece que ciertas cosas hay que escribirlas, pues es imposible eludir la que sin duda es una cuestión desagradable. He hecho caso de tu consejo y he escrito a Hinata con la esperanza de resolver nuestras diferencias. Después de lo que sucedió anoche, está claro que no puedo permitir que su fantasma siga entre nosotros. Y sé que lo entenderás si te digo que no tengo deseo alguno de lastimarte, como hice con mi pobre esposa.
Obviamente. Hinata recorrió apresuradamente los renglones torcidos de la hoja.
Quiero que sepas que no habría tenido valor para afrontar esta situación de no ser por el tiempo que he pasado en tus brazos. Tú me has hecho cambiar. Cambiar a mejor.
Hinata sonrió, pensando en lo amable que era por decir eso.
Esta noche, si mi esposa lo desea, volveré a casa para afrontar mi futuro y no volverás a verme. Te ruego, querida mía, que entiendas que, si tuviera elección, no te dejaría. Porque los momentos que hemos pasado juntos han sido de los más felices de mi vida. Estos últimos días han sido más perfectos de lo que merecería cualquier hombre. Y temo, por tanto, que no puedan durar. No acogí de buen grado tus palabras de amor. Y aunque desearía poder decir lo contrario, respeto demasiado mi honor para corresponder a ellas. Mi obligación está con la mujer con la que me casé, y no puedo seguir cumpliendo con mi deber conyugal desde lejos, del mismo modo que no puede hacerlo tu marido.
Hinata era su deber. Lo cual estaba muy bien. Pero habría sido mejor que le entregara su amor a ella.
Si mi esposa me rechaza, lo cual creo posible, te escribiré de inmediato para avisarte de que mi corazón no tiene dueña. Si entonces todavía lo deseas, es tuyo para que hagas con él lo que quieras. La mitad te pertenece ya, y siempre te pertenecerá. Pero, vivamos juntos o separados, Hinata tiene la otra mitad. Y es la mejor parte, pues fue la que entregué primero.
Dejó de leer un momento y miró la otra carta, preguntándose si sería la mitad de dulce. Luego volvió a leer la que tenía en la mano.
Quiero creer que, si te hubiera conocido hace tres años, las cosas habrían sido muy distintas y hoy estaría a tu lado. Pero si de verdad me quieres, como dices, te ruego que me desees buena suerte en este momento tan difícil y que me dejes marchar. He de intentar hacer feliz a mi Hinata, del mismo modo que te deseo toda la felicidad del mundo.
Tuyo siempre,
Naruto.
Se llevó el papel a los labios sin pensar y lo besó. Luego rompió el sello de la otra carta y leyó lo que Naruto había escrito a su esposa.
Era una carta cautelosa. Educada. Y más corta. Y cuando llegó a la línea en la que aseguraba que lo encontraría en actitud humilde, casi estalló en una carcajada. Aun cuando se declaraba humilde, era más orgulloso que dos hombres juntos.
Y en cuanto a su disposición a anteponer su placer al de él... Pensó en cómo la había tratado al llevarla a la cama. Naruto había demostrado que podía hacerla gozar tan a menudo que casi se sonrojaba al pensarlo.
Besó también la segunda carta. Con ternura, al principio. Después, acercó rápidamente la lengua al papel y pensó en cómo sería esa noche, cuando se encontraran de nuevo en la cama. En el lecho conyugal. Como debía haber sido desde el principio.
¿Acaso no tenía lo mejor de los dos mundos? Era su amante, y Naruto le había entregado la mitad de su corazón. Y era también su esposa, la depositaria de su honor y su lealtad, y la dueña del resto de su corazón. Naruto sería su fiel servidor, si deseaba recuperarlo. Y aunque se presentara ante ella con la cabeza gacha, ella se aseguraría de que no saliera perdiendo por ello. Ambos saldrían ganando, si volvía a casa. En cuanto se sobrepusiera a la sorpresa que se llevaría al conocer su verdadera identidad.
Hinata se sonrió y ahuyentó aquella idea. No pasaría nada. Sin duda lo tranquilizaría saber que la mujer a la que amaba y la mujer con la que se había casado eran la misma.
Õtsutsuki se aclaró la garganta para recordarle que no estaba sola.
—¿Y bien?
Ella le sonrió.
—Me ha elegido a mí. A mí. A Hinata.
El secretario pareció confuso, como si no viera la diferencia.
—¿Tenía alguna duda?
—Pues sí, aunque le parezca extraño. Y ahora he de ir a verlo y explicarle lo que significa su elección, con el mayor tacto posible.
—Imagino que querrá que la acompañe, para que la respalde cuando las cosas se tuerzan —Õtsutsuki la miraba con enojo. Hablaba con aspereza, como si tuviera derecho a cuestionar sus actos.
—No espero que explique la situación por mí, si es eso lo que teme — repuso ella, irritada—. Es mi marido quien deja que escriba usted sus mensajes por él, no yo.
—Aunque nunca me ha hecho escribirlos, no ha tenido escrúpulos en hacerme llevarlos —le recordó él—. Me ha forzado a mentir a un hombre que no solo es mi jefe, sino también un viejo amigo.
—Como él lo ha forzado a mentirme a mí —contestó Hinata.
—Pero él lo hizo en un esfuerzo por protegerla —respondió Õtsutsuki—.¿Puede usted decir lo mismo?
—¿Qué le hace pensar que puede usted cuestionar cómo llevo mi matrimonio? Después de todo este tiempo, ninguno de los dos se ha molestado en decirme la verdad. No tiene usted derecho a reprocharme que haya guardado un secreto durante unos días.
—Se lo reprochó únicamente —contestó él con más suavidad— porque conozco a Uzumaki y conozco su orgullo. Pensará que lo ha hecho usted únicamente para divertirse a costa de su ignorancia.
—Y ahora, después de tanto tiempo, no sé si me importa —reconoció ella—. Si se enfada por lo que he hecho... Será mi revancha por lo que he sufrido todo el tiempo que ha estado fuera. Cuando no me conocía y le conté la verdad sobre nuestro matrimonio, no se dio cuenta de lo que le estaba hablando, del mismo modo que no me reconoció a mí. Pensó que mi marido me había tratado injustamente. Y reconoció que él había tratado mal a su esposa.
—Entonces debe usted darse cuenta de que él también ha sufrido —repuso Õtsutsuki.
Ella abrió los brazos como si quisiera abarcar el problema.
—Y esta noche él se disculpará y yo le pediré perdón por haberlo engañado. Y asunto zanjado.
Õtsutsuki se echó a reír.
—¿De veras cree que será tan fácil? ¿Ha pensado qué hará si no la perdona? Muy bien podría repudiarla por esto. Y si lo hace, se encontrará en peor situación que cuando usted lo encontró.
—Eso no va a suceder —contestó ella, pero de pronto sintió dudas.
—Si sucede, el conde no durará mucho. Usted le habrá quitado todas sus esperanzas. Puede que sea más piadoso dejarlo con sus ilusiones que revelarle una verdad que llega demasiado tarde.
¿De qué le serviría a ella dejarlo con sus fantasías y destruir cualquier esperanza de que estuvieran juntos? ¿Y qué sería de ella, si no podía tenerlo? Recordó entonces las sospechas de Naruto acerca del interés de su secretario en ella. Y pronunció las palabras que estaba segura de que ambos temían. Porque, si había algo de verdad en lo que su marido daba por sentado, debía aclarar el asunto inmediatamente, de una vez por todas.
—Señor Õtsutsuki, si hay algo más que quiera decirme acerca de sus esperanzas respecto a mi futuro, será mejor que lo diga para que no haya malentendidos entre nosotros. Pero antes de que lo haga, quiero que sepa que en estas cuestiones me decidí hace muchos años, la primera vez que vi a Naruto Uzumaki, mucho antes de conocerlo a usted. Nada de lo que diga otra persona me hará cambiar de parecer a estas alturas, casi con toda seguridad.
Esperó, con el temor de que Õtsutsuki dijera lo que pensaba realmente y arruinara así su amistad y cualquier oportunidad de continuar en su puesto. Se hizo un largo silencio. Luego él dijo escuetamente:
—Lo comprendo, milady. Y no tengo nada que decir.
Y por un instante Hinata vio arder en él la frustración y otras muchas emociones impropias de su posición. Pero Õtsutsuki logró sofocarlas de nuevo y volvió a convertirse en el plácido y eficiente secretario en el que tanto había llegado a confiar.
—Esta tarde la acompañaré para asegurarle a lord Uzumaki que no hay ninguna motivación oculta en sus actos y que se hizo todo pensando en lo que más le convenía. Pero sospecho que, aunque diga que las ama a las dos, quizá no haga extensivo su perdón a todos los que hemos tomado parte en este intento de reconciliación.
Mientras la tarde se convertía en noche, Naruto se paseaba por su salón, preguntándose si había hecho lo correcto. Después de un par de tropiezos, había aprendido a corregir su curso para esquivar el pianoforte que todavía ocupaba un rincón de la habitación. Y se preguntaba si alguna vez tendría que explicar qué hacía allí aquella cosa. ¿O pensaría Hinata que formaba parte del mobiliario de la residencia?
Quizá esperara que mostrara algún interés en tocarlo, como había hecho la mujer que se lo había regalado. Si así era, tendría que reconocer su ignorancia, pero se avendría dócilmente a tomar lecciones, con tal de mantener la paz. Pero ¿y si cada vez que tocara las teclas se acordaba de otra persona?
Sería preferible no pensar en ello en absoluto, y sugerir que se trasladaran a Konoha Manor. Así tendría ocasión de discutir sus diferencias en privado, y él estaría muy lejos de la tentación. Y si era necesario, sería más fácil disimular la duración del embarazo de Hinata.
Cerró los ojos con fuerza, comprendiendo que no serviría de nada. Por más que se paseaba por la sala, no conseguía quitarse de la cabeza la idea de que su mujer estaba embarazada de otro hombre. Para ver los propios pensamientos, no hacían falta ojos.
Pero llevaba más de un año diciéndose que era probable que aquello ocurriera, y que no le importaría. Ahora debía cargar con el destino que él mismo había propiciado, con toda la generosidad de que fuera capaz. Esa noche no podía haber recriminaciones. Se lo había prometido a Hinata en su carta.
Pero ¿había sido lo acertado? Tal vez habría sido mejor ir a verla, en lugar de esperar que ella acudiera a su casa. Habría mostrado más respeto. Pero también habría tenido que andar a tientas por la casa de Hyûga, evidenciando así su estado antes de tener ocasión de hablar con ella.
—¿Õtsutsuki?
—No ha vuelto aún, milord —contestó el lacayo que acababa de entrar para llevarle su té de la tarde.
Naruto se imaginó a su esposa y a su secretario despidiéndose entre lágrimas y pasando la tarde lánguidamente uno en brazos del otro.
Se sentó y tomó un sorbo de té, pero se quemó la lengua y se concentró en el verdadero dolor, y no en el imaginario. No debía cuestionarse sus decisiones, ahora que las había tomado. Allí, en su casa, podía demostrar que no era un inválido, como ella podía temer. Le había dicho a su criado que pusiera especial esmero a la hora de vestirlo, para que toda su ropa estuviera impecable. Y no había tomado ni una gota de vino en la comida, para que no pudiera sospecharse de él que cometía excesos. Se conduciría como si estuviera en un desfile de gala, para que la primera vez que Hinata lo viera después de tanto tiempo, pensara que era un hombre fuerte, digno y capaz.
Sabía, sin embargo, que tal vez no bastara con aquellos cambios superficiales. Tal vez fuera preferible que no estuvieran solos. Él era ciego. Y no se lo había dicho. Eso no tenía justificación posible.
Llamó al lacayo.
—Parker, deseo ver al señor Neji Hyûga. Manda a alguien a su casa pidiendo que venga a verme esta noche, un poco antes de las siete. Explícale que su hermana vendrá a visitarme. Y que tal vez necesitemos su ayuda en un asunto delicado —su hermano podía actuar como amortiguador entre ellos y acompañar a Hinata a casa, si ocurría lo peor y ella lo rechazaba.
Pero si de veras estaba encinta, era injusto por su parte esperar que Hinata capeara sola el temporal.
Continua
