Amante Esposa


Esposa y Amante


Cuando sus invitados se marcharon, Naruto regresó al salón, todavía furioso por el engaño que había sufrido. Hinata había sabido que era él desde el primer momento. Y lo había mantenido engañado todo el tiempo que habían estado juntos. ¡Cómo debía de haberse reído guardándole ese secreto!

Los sirvientes también lo sabían, porque la habían reconocido cuando lo llevó a casa desde la taberna. Y Õtsutsuki tenía que haber sido cómplice de aquella compleja trama, pues Hinata no habría podido sacarla adelante sin él. Todos cuantos lo rodeaban le habían ocultado la verdad. Seguramente se sonreían al verlo encaprichado de su propia esposa, y lo compadecían por ser un necio, además de un pobre ciego.

Si tenían tiempo de reírse, quizá fuera porque no tenían suficiente trabajo en que ocupar su tiempo. Pasó una mano bruscamente por su escritorio, lanzando al suelo su pluma, su tintero y el marco que usaba para escribir. Volcó el taburete del piano, bajó la tapa y tocó con los dedos la botella de coñac que había dejado sobre el instrumento. Sus dedos se cerraron sobre el cuello de la botella e imaginó el estrépito del cristal al romperse, las salpicaduras de coñac en la pared y el piano y el olor penetrante del licor derramado.

Luego se detuvo. Era preferible bebérselo; así no desperdiciaría una oportunidad de olvidarse de todo aquello. No hacía falta vaso...

Se quedó parado con la botella a medio camino de la boca. ¿Cuánto tiempo había pasado así, ese último año? Dando trompicones, rompiendo cosas y bebiendo. El tiempo pasaba sin que supiera cómo. ¿Cuánto tiempo hacía que ni siquiera le importaba en qué invertía su vida?

Su Hinata había estado esperándolo en casa, haciendo todo lo posible. Se lo había dicho ella misma, ¿no?, al hablarle de su matrimonio. Le había dicho lo mucho que le angustiaba que la hubiera abandonado por culpa suya. Y lo asustada que estaba al principio, pensando que quizá volviera a rechazarla. Estaba segura de que, si se enteraba de quién era en realidad, todo se acabaría entre ellos. Y él se había propuesto demostrarle lo contrario.

Al final, ella había tenido razón. En cuanto había descubierto quién era, la había despedido.

Ella había aceptado de buen grado su situación, al descubrirla. Él le había asegurado que no había nada en el mundo que pudiera hacer su esposa para perder su confianza, porque la culpa de su separación había sido suya y solo suya.

Con la botella aún en la mano, se agachó y recogió a tientas las partituras que había alrededor de sus pies. ¿Cuánto daño había hecho en su afán por destruir lo que no podía apreciar? El desorden que lo rodeaba era resultado de otra muestra de egoísmo por su parte. Una más, de las muchas que había dado en los últimos años.

Pero ¿acaso no era lo que le habían enseñado? Pensó en la furia que le había causado el egoísmo de su padre al desentenderse del futuro de la familia. Y en lo resentido que parecía su padre cuando hablaba de su abuelo. Todos ellos encolerizados con el destino por las cartas que les había repartido.

Hinata, aunque estuviera enfadada con él por cómo la había tratado, se había esforzado por cambiar lo que la hacía infeliz y en sacar el mayor partido a sus circunstancias.

Lo había aceptado.

Naruto respiró hondo, se acercó a la puerta y la abrió de repente. En el pasillo aguardaba una sombra.

—Õtsutsuki.

—Sí, milord —contestó su secretario, no con su calma habitual, sino con la crispación de un hombre que temblaba de ira.

Naruto carraspeó, deseando poder retirar todo lo que había dicho ese último cuarto de hora.

—Por lo visto he sufrido un penoso arrebato de mal genio.

—Ya lo veo.

—No volverá a ocurrir.

—Conmigo no, al menos. Me marcho.

Por un instante, Naruto se sintió como cuando empezaron a fallarle los ojos. Como si todo lo que había dado por sentado comenzara a desvanecerse.

—No hablarás en serio.

—Yo siempre hablo en serio, señor. Usted mismo comenta a menudo mi falta de sentido del humor.

—Eso no era problema, cuando nos conocimos —le recordó Naruto—. En la Península, eras un compañero excelente.

—Y usted no era tan necio —de pronto, Õtsutsuki le quitó la botella de coñac de la mano de un puntapié. Cayó al suelo con un ruido sordo y Naruto oyó el borboteo del líquido al derramarse y sintió su olor cuando empapó la alfombra.

—Puede que no —se irguió y dio un paso adelante, consciente de que seguía siendo más alto que su amigo—. Pero entonces no tenía que preocuparme de que me mintieras para cimentar tu posición junto a mi esposa. Estabas al corriente de esta farsa desde el principio, ¿no es cierto?

—Naturalmente. Porque no soy ciego —respondió Õtsutsuki en tono desafiante.

—Solo se me ocurre un motivo para que hayas participado en este disparate. Nagato me dijo ayer que Hinata espera un hijo.

Õtsutsuki dejó escapar un siseo de sorpresa y masculló un juramento.

—Supongo que el niño es tuyo y que la urgiste a venir a Londres para que se acostara también conmigo y no hubiera dudas acerca de la legitimidad de su futuro hijo —Naruto se echó a reír—. Ignoro por qué pensaste que funcionaría. No necesito la vista para contar hasta nueve.

Õtsutsuki soltó un improperio de los que Naruto no oía desde sus tiempos en el ejército.

—Eres verdaderamente un idiota, Uzumaki. Y me sorprende no haberlo notado hasta ahora. ¿Quieres saber cómo encontré a tu esposa, cuando fui a verla hoy?

—Estaría bien oírte decir la verdad, para variar —replicó Naruto.

—Muy bien. Cuando la vi esta mañana, no se parecía en nada a ese estúpido retrato que llevas contigo. La miniatura que has emborronado a fuerza de manosearla es el retrato de una jovencita bastante insulsa y corriente. Pero la mujer a la que vi hoy estaba recién salida de la cama y solo llevaba una bata de seda azul. Se la había atado por debajo de los pechos, de un modo que dejaba muy poco a la imaginación. Y cuando se sentó, se le abrió la falda y pude verle los tobillos y la curva de la pantorrilla desnuda.

Naruto cerró el puño y lamentó no tener la botella en sus manos. Si no, se la habría roto en la cara a Õtsutsuki para hacerlo callar de una vez.

—Tomó las cartas que le mandaste y las leyó rápidamente. Suspiró por ellas. Las besó. Prácticamente le hizo el amor al papel mientras yo estaba allí, como un idiota, admirando su cuerpo y deseando que por una vez me diera una orden que no implicara volver corriendo a buscarte. Pero nada ha cambiado. En lo tocante a los hombres que no sean el conde de Konohagakure, es tan ciega como tú.

—Así que ¿no sabes nada de su supuesto embarazo? Se hizo una larga pausa, como si le costara contestar.

—Te ha sido fiel. Desde el momento en que se casaron. Apostaría mi vida a que es así. Es imposible que esté embarazada.

—Pero en el club Nagato dijo... Õtsutsuki lo interrumpió:

—Si hubieras usado la sesera, como hacías antes, te habrías parado a considerar de dónde procedía ese rumor, y habrías recordado que tu primo es aún más tonto que tú —replicó Õtsutsuki apasionadamente, con voz cargada de ira, frustración y celos de un marido indigno del amor que le había entregado su bella esposa.

Naruto conocía esos sentimientos: él mismo los había experimentado al pensar en Hinata.

—Tienes razón —dijo por fin—. Debería haberle pedido explicaciones a ella, en lugar de creer a un hombre cuyo deseo más ardiente es que yo no tenga un hijo. Y creo que también entiendo tus motivos para abandonarme —a fin de cuentas, sería terriblemente violento que él se disculpara con su esposa y que volvieran todos a Konoha Manor. ¿Los dos, viviendo codo con codo en la misma casa, y enamorados de la misma mujer? Õtsutsuki se vería obligado a ser testigo de su felicidad, sabiendo que, aunque Naruto no fuera mejor que él, ostentaba un rango superior y disfrutaba del amor inquebrantable de su esposa.

Naruto dejó de pensar en Hinata un momento y dijo:—Te daré cartas de recomendación, desde luego. Y todo lo que puedas necesitar.

—Ya las he escrito.

Naruto se rió.

—No esperaba menos de ti. Eres condenadamente eficiente, cuando te lo propones —pasó por encima de la botella rota y agarró a Õtsutsuki de la mano—. Espero haber sido efusivo en mis elogios. Y generoso a la hora de liquidar tu salario.

—Desde luego, milord.

—No esperaba menos de mí. Como ayudante, no tienes precio. Y siempre serás bienvenido en mi casa, como invitado, si alguna vez sientes deseos de volver por allí.

—Creo que tardaré una temporada en volver —repuso Õtsutsuki—. Si todo va como espero, estarán muy ocupados para tener invitados, al menos hasta dentro de un año.

—El año siguiente, entonces. En Konoha Manor hay buena pesca. Y todavía te gustan las truchas, ¿no?

—En efecto, milord.

—Entonces debes asegurarte de que el dinero que te dé al marcharte baste para que puedas vivir cómodamente durante doce meses. Después irás a verme como invitado, antes de tomar otro empleo. No pienso aceptar un no por respuesta.

—Desde luego, milord.

Habría sido muy extraño tocar su cara después de tantos años. Pero de pronto, como si se hubiera obrado un cambio entre ellos, le costaba descifrar las palabras de Õtsutsuki. Llevaba tanto tiempo sintiendo la frustración y la ansiedad en la voz de su amigo, que su ausencia repentina era como un vacío en la habitación. Había sido un idiota por pensar que Õtsutsuki podía haberse mofado de él, o haberlo engañado cruelmente.

—Lo siento, Õtsutsuki. Sé que no ha sido fácil servirme...

—Lord Uzumaki, no es preciso... Levantó una mano para atajarlo.

—Es la verdad. Pero a partir de hoy se acabaron las tonterías. Si piensas dejarme en manos de mi buena esposa, seré bueno y no le daré más problemas de los necesarios.

—Muy bien, milord —contestó Õtsutsuki con inmenso alivio.

—Naturalmente, tendré que volver a allanar el camino, después de la escena que acabo de montar —añadió Naruto con forzada naturalidad—. Hyûga se la ha llevado a su casa, imagino.

—Creo que sí, señor. Podría mandar a buscarla, si lo desea.

—No, no importa. Iré yo.

—Mandaré que le traigan el carruaje.

—No —de pronto se le ocurrió una idea—. Está a menos de una milla de aquí. Y la noche está despejada, ¿no?

—Sí, milord.

—Entonces iré andando.

—Le diré a un lacayo que lo acompañe. Naruto lo agarró del brazo.

—Si piensas dejarme solo, tendré que aprender a valerme sin ti —aunque ignoraba cómo—. Las calles no están atestadas de gente. Y recuerdo el camino. Iré solo.

—Muy bien, señor —contestó Õtsutsuki con un leve atisbo de duda.

Naruto dedujo de ello que su sugerencia no le parecía tan descabellada. Nunca había intentado nada parecido, claro. Pero su vista no iba a mejorar. Iba siendo hora de que aprendiera a manejarse solo en la ciudad. Salieron juntos al vestíbulo y Õtsutsuki lo ayudó a ponerse el gabán y le entregó los guantes y el sombrero. Luego abrió la puerta y le dio una palmada en la espalda cuando él echó a andar.

—Cuida de ella, Naruto —dijo tras él.

—Pienso hacerlo, Toneri —Naruto bajó los escalones hasta la acera y echó a andar calle abajo.

Cuatro peldaños hasta la calle. Tocó el bordillo con el bastón y se apartó un poco. Y ahora, a la izquierda. Tendría que pasar dos calles, en aquella dirección, y luego torcer hacia la avenida. Aguzó el oído al echarse a andar, intentando hacerse una idea de lo que lo rodeaba. Era más difícil de noche que de día, porque no podía servirse de los rayos de sol para marcar el rumbo.

Pero, para su primer viaje, era preferible que la calle no estuviera llena de gente. Oyó a un solo transeúnte al otro lado de la calle, y recordó que tendría que tener cuidado con los carteristas. Aunque no tenía que atravesar ningún barrio de mala fama, convenía no fiarse de todos los que se aventuraban a salir después de que anocheciera.

Avanzó tocando el suelo con su bastón delante de sí, para asegurarse de que no había obstáculos. Caminaba más despacio de lo normal, pero pese a ello no parecía estar paseando. Estuvo a punto de caerse cuando el bordillo se acabó de pronto, pero recuperó el equilibrio y miró a ambos lados, intentando distinguir las sombras, mientras aguzaba el oído por si distinguía el ruido de los cascos de un caballo o el traqueteo de un carruaje.

Cuando estuvo seguro de que no corría peligro, cruzó sin tropiezos, en línea recta, y llegó al lado contrario de la calle. Siguió un poco más del mismo modo, y después todo comenzó a torcerse.

Las calles empezaban a estar más llenas de gente, y oyó aumentar el tráfico a su alrededor. Aunque la mayoría de los transeúntes lo dejaban pasar, de vez en cuando alguno se tropezaba con él, y se veía obligado a ajustar su paso al de quienes lo rodeaban. Los cambios de ritmo le hacían más difícil caminar en línea recta, y la esquina pareció llegar mucho antes de lo que esperaba. ¿Había pasado dos o tres calles?

De pronto sintió una mano, ligera como una pluma, en el bolsillo en el que guardaba su cartera. Agarró la fina muñeca con la mano izquierda.

—Eh, tú, ¿qué haces?

—Por favor, señor, no hacía nada malo —un crío. ¿Una niña? No, un varón. Estaba seguro. Aunque la muñeca que sujetaba era huesuda, no parecía delicada, y la manga de la que sobresalía era de lana basta.

—¿Solo querías meterme la mano en el bolsillo, entonces? Se acabaron las tonterías, chico. Querías robarme la cartera. Y voy a entregarte a la policía.

—Por favor, señor... —sollozó el muchacho—. No he hecho nada malo. Y tengo hambre.

—Y yo soy ciego, no estúpido. Ni tan insensato como esperabas. A mí es mucho más difícil robarme, porque presto más atención a las cosas pequeñas, como tú —soltó un bufido exasperado para que el chico viera que hablaba en serio. Luego añadió—: Si no quieres acabar en el calabozo, más vale que me demuestres tu valía. Me dirijo a Saint James's Square. ¿Conoces el camino?

—Sí, señor. Claro.

—Entonces agárrame de la mano y llévame allí. Mantén los ojos bien abiertos y procura que no se acerque ningún carterista. Si tratas de engañarme, me daré cuenta, así que no intentes nada, o te entregaré a la policía —luego fingió ablandarse—. Pero si me llevas como es debido, habrá un chelín y una buena cena para ti —al oír otro sollozo añadió—: Y un pañuelo limpio.

—Sí, señor.

Sintió que una manita agarraba la suya. El chico le hizo dar la vuelta y echó a andar con paso vivo en la otra dirección. Pasado un rato, Naruto llegó a la conclusión de que lo estaba llevando por buen camino. Los sonidos que lo rodeaban y los ecos de los edificios de la plaza eran los que esperaba. Pero le molestaba saber que, en su primera salida solo, había sido incapaz de encontrar una casa que había visitado cientos de veces. Quizá fuera tan inútil como temía. Un inválido indefenso que solo sería una carga para su esposa.

O quizá demostrara que se las arreglaría lo mejor que pudiera, dadas las circunstancias. En cualquier caso, había sido mejor que esconderse en su habitación. A pesar de que había aceptado ayuda, experimentaba una extraña sensación de poder.

El chico fue leyéndole los números mientras avanzaban y lo condujo derecho a la puerta cuyas señas le había dado.

—Ya estamos aquí, señor —dudó como si temiera levantar la aldaba.

Naruto vaciló también un momento. Después subió el escalón, buscó a tientas la aldaba, la agarró y llamó enérgicamente a la puerta.

—Muy bien.

—¿Lord Uzumaki? —dijo el mayordomo, extrañado, pues hacía mucho tiempo que no visitaba la casa.

Naruto asintió con la cabeza y le tendió el sombrero con la esperanza de que comprendiera que estaba ciego por la vaguedad de su mirada.

—Vengo acompañado —dijo, señalando al chico con la otra mano—.¿Podría ordenar que alguien lleve a este joven a la cocina y le dé de cenar? Y dele también el chelín que le he prometido —miró hacia el chico y oyó que se sorbía los mocos otra vez—. Y límpiele la nariz —buscó el hombro del chico a tientas y le dio una palmadita—. Y tú, muchacho, si te interesa un trabajo honrado, podría encontrarte alguno en mi casa —si pensaba salir solo por la ciudad en el futuro, le haría falta un lazarillo. Y sospechaba que un niño que había crecido en las calles conocería Londres como la palma de su mano.

—Sí, señor —contestó el chico.

—Sí, milord —puntualizó Naruto—. Ahora ve a cenar y espera a que decida qué se puede hacer contigo.

Dio media vuelta y miró hacia el otro lado del vestíbulo, intentando recordar cómo era la casa de su cuñado. El mayordomo seguía tras él, esperando una explicación.

—¿Está aquí mi esposa? —preguntó Naruto—. Deseo hablar con ella.

Dedujo que el mayordomo había asentido con un gesto, pues no respondió de inmediato, así que ladeó la cabeza y agregó:

—Lo siento, no le he oído.

El mayordomo se aclaró la garganta.

—Sí, milord. Si tiene la amabilidad de esperar en el salón... Sintió que le tocaba el brazo y se desasió.

—Si me describe el camino, prefiero caminar sin ayuda.

El mayordomo le dio indicaciones y Naruto echó a andar hacia el salón, tocando el suelo con el bastón delante de sí.

Cuando cruzó el umbral, oyó un gemido ahogado a la izquierda, desde el otro lado del pasillo. Después oyó que una mujer con zapatillas de suela blanda bajaba corriendo las escaleras.

—¡Naruto! —su voz era infantil y susurrante, como si no pudiera sobreponerse al asombro que sentía, y su paso presuroso era el de su joven esposa, cuando se casaron.

Pero antes de alcanzarlo, Hinata se frenó para que no la creyera demasiado complaciente, y cambió de tono.

—Naruto —en unos pocos pasos había pasado de ser la niña que él recordaba a ser la mujer que había ido a Londres en su busca. Seguía enfadada con él. Y fingía no estar impresionada por su visita.

—He venido, como verás —le abrió los brazos, confiando en que se arrojara en ellos.

—Ya era hora —dijo ella—. Según Neji, ya nunca vienes a visitarlo, a pesar de que tu casa está cerca y tu cochero sabe venir.

Naruto se acercó un poco para oler su perfume. Limones. Se le hizo la boca agua.

—No he venido en coche. La noche está despejada y corre el aire. Así que he venido a pie —le pareció oír un ligero gemido de sorpresa—. He estado a punto de perderme por el camino, pero un crío intentó robarme la cartera, lo agarré y lo obligué a ayudarme.

Se imaginó la leve tensión de su boca, como si hablara con una media sonrisa al decir:

—Eso está muy bien. No es ninguna vergüenza reconocer que uno necesita ayuda de vez en cuando, ¿sabes? Y un pequeño revés en el trayecto no debe disuadirte de seguir intentándolo.

—¿Intentas enseñarme a ser independiente?

—Creo que eso no necesitas que nadie te lo enseñe. Es depender de los demás lo que te asusta.

—Tienes mucha razón. Estuvo muy mal por tu parte mentirme, ¿sabes? Me sentí bastante ridículo al darme cuenta de que había estado seduciendo a mi esposa.

La sonrisa desapareció de la voz de Hinata.

—Si no me hubieras ocultado la verdad, no habría tenido necesidad de mentirte. Y dudo que te hubieras molestado en seducirme, si hubieras sabido quién era. A juzgar por lo que pasó la primera semana de nuestro matrimonio, te habrías aburrido y me habrías abandonado a los pocos días —de pronto hablaba con la voz débil y la falta de aplomo que recordaba de la muchacha con la que se había casado. Dejó escapar un levísimo sollozo, como si se le saltaran las lágrimas al pensarlo, pero un instante después añadió resueltamente—: Y yo habría buscado un amante con más agallas que me satisficiera.

«Condenada mujer».

Entró en el salón, tiró de ella y cerró la puerta para que estuvieran solos. Luego dijo:—O habrías aprendido a decir en voz alta lo que quieres de mí, para que te entendiera. Soy ciego, ¿sabes?, y necesito una mujer comprensiva —intentaba darle pena, pero ella no se lo tragaba.

—Tus ojos estaban bastante bien cuando nos casamos, y sin embargo fuiste ciego a mis encantos.

—Que son considerables —añadió él—. Con un poco de tiempo, los habría descubierto. Y habría tenido que escapar a Londres para descansar un poco —se inclinó hacia ella para susurrarle al oído—. Te aseguro que, después de pasar una semana en tu compañía, tus apetitos me han dejado exhausto.

—¿Ya estás exhausto? —ella parecía sonreír de nuevo—. Yo pensaba que las cosas solo estaban empezando a ponerse interesantes. Pero, claro, tú ya habías empezado a pensar en otra mientras te acostabas conmigo. En un dechado de virtudes y sensatez llamado Hinata, que no se parecía a mí en nada — lo agarró de las solapas y hurgó en el bolsillo de su chaqueta para asegurarse de que seguía llevando su retrato—. Además de ser muy poco atractiva, a juzgar por su retrato.

Él la agarró de la muñeca.

—Es una diosa.

—Su retrato está estropeado.

—Y sin embargo me resisto a apartarme de él. Gracias a él salí indemne de la batalla de Talavera y de muchas otras, después de aquella. No necesito verlo, porque crucé con él medio Portugal y memoricé cada línea.

—¿De verdad? —preguntó ella con suave asombro, y Naruto comprendió que había vencido—. Pero ya no soy la muchacha de ese retrato. He cambiado, Naruto.

Él le quitó el retrato de la mano y volvió a guardárselo en el bolsillo. De pronto le extrañaba no haberla reconocido desde el principio.

—No tanto como crees. Eras preciosa entonces, y lo sigues siendo. Hinata... —dijo, disfrutando del sonido de aquel nombre en sus labios—. Hinata... —su cuerpo se tensó, expectante, al saber que estaba con él, después de tanto tiempo—. ¿Te he dicho alguna vez cuánto te quiero?

—Creo que no —se apoyó en él hasta que los hombros de Naruto chocaron con el marco de la puerta, tras ellos.

—Pues creo que a partir de ahora lo oirás con frecuencia —la besó con ternura. Era delicioso abrazarla, disfrutar del calor de su cuerpo, de sus curvas, que tan bien conocía ya, y del olor de su cabello. ¿Por qué había cometido la estupidez de negarse todos aquellos placeres?, se preguntaba. Luego se acordó de lo que le había dicho ella la noche en que hablaron de sus respectivos matrimonios—. ¿Tres veces?

—¿Cómo dices?

—Me dijiste que tu marido solo te había hecho el amor tres veces antes de marcharse.

—Sí, Naruto —contestó, impaciente—. Pero el número es mayor, después de esta semana. Ahora son cuatro. O quizás cuatro y media. No sé muy bien cómo contar algunas de las cosas que han sucedido.

—Pero aun así... Tres veces —sacudió la cabeza, asombrado—. Yo habría jurado que eran más.

—Y te habrías equivocado. Solo fueron tres —apretó su cuerpo contra él—.Me estás tratando tan cortésmente que empiezo a preguntarme si tendré que obligarte a cumplir con tus obligaciones.

—¿Con mis obligaciones? —preguntó él.

—Para con tu esposa —contestó ella con énfasis. Deslizó las manos bajo su chaleco, abrió los dedos sobre sus costillas y tiró de los faldones de su camisa. Estaba ansiosa de nuevo, pero él le paró las manos.

—Antes de que continuemos... Ayer cuando fui al club, me encontré por casualidad con Nagato.

—Qué mala pata la tuya —contestó ella—. Pero eso explica las tonterías que me dijiste hace un rato. Tu primo no ha parado de incordiarme durante tu ausencia. Llevabas tanto tiempo fuera, que empezaba dudar de tu existencia —se puso de puntillas para besarlo.

—Nagato es un cretino —masculló mientras ella lo besaba, y se preguntó si le interesaba saber la verdad. Si Hinata intentaba distraerlo, lo estaba haciendo de maravilla. Sus manos habían empezado a moverse de nuevo, buscando los botones de sus pantalones—. La próxima vez que venga de visita, le daré una buena tunda. Ojalá hubiera podido hacerlo ayer. Se apresuró a darme la enhorabuena por tu futuro alumbramiento. Le aseguré que era cierto que estabas embarazada, claro. Y añadí que estaba muy contento. Y lo estoy, claro —sintió que sus hombros empezaban a temblar y temió que fuera a echarse a llorar. Pero al levantar la mano para enjugarle las lágrimas, solo sintió su piel fina y tersa—. ¿Qué demonios...? ¿Te estás riendo de mí? ¿Qué te hace tanta gracia?

—Que insistas en demostrar tanta nobleza para con mi pobre hijo no deseado —apartó las manos de su cuerpo y Naruto oyó el murmullo de sus faldas y sintió que se las levantaba hasta la cintura y que le apretaba las manos contra su vientre para demostrarle que seguía siendo plano y terso—. ¿No me has tocado lo suficiente para saber que no es verdad?

—No presté atención —contestó él. Como no la estaba prestando en ese momento. Deslizó un dedo bajo el lazo de su liguero—. Esto es nuevo.

Ella enlazó con el pie una de sus piernas para mantener el equilibrio y besó su cuello.

—Tu querida Hinata es una dama virtuosa y no va desnuda debajo del vestido. Pero mi pudor tiene un límite. El pesado de tu primo no dejaba de molestarme hablándome de los planes que tenía para las tierras cuando fuera conde. Así que, para ahuyentarlo, le dije que estaba embarazada de ti y que se había quedado sin herencia.

—Embustera... ¿Sabes el infierno que he pasado, pensando que querías a otro?

—Sospecho que sí. Porque yo lo he sentido todos los días desde que nos separamos.

Naruto hizo una mueca al imaginarse el dolor que había sufrido ese último día multiplicado por semanas, meses y años. La estrechó entre sus brazos para besarla y ella ronroneó, satisfecha, contra su garganta.

—Dime una cosa. Acaso, cuando descubriste supuestamente que te había sido infiel, ¿no corriste a la cama de tu amante para ventilar sus frustraciones?

—Puede ser.

—Entonces espero que podamos volver a mis habitaciones para estar solos y que esta noche estés igual de frustrado.

Naruto recordó cómo habían hecho el amor la noche anterior y el ansia con que había reaccionado Hinata, después de mentir a Nagato.

—¿Y de dónde pensabas sacar un bebé cuando mi primo fuera a llevarte un regalo de bautismo, dentro de nueve meses?

—De ti, por supuesto. Vine a Londres para seducirte.

A Naruto se le aceleró el pulso y en su mente se agolparon las posibilidades.

—Y no me digas que no quieres tener hijos, porque no quiero ni oír hablar de ese asunto. Ciego o no, poco importa, con tal de que tenga un padre fuerte que le enseñe el camino.

—¿De veras lo crees? —no pudo evitar sonreír al pensarlo.

—Y sus hermanos y hermanas, también.

—¿Sus hermanos y hermanas?

—Tú no lo sabes —respondió ella—, pero tener hermanos es un gran consuelo, cuando no te fastidian demasiado.

—Todavía no tenemos ni uno solo, y ya estás pensando en una familia numerosa.

—La verdad es que estoy cansada de hacer planes —musitó Hinata—, ahora que me has enseñado lo que significa actuar movido por deseo.

Él soltó un suspiro cansino, como si fuera muy difícil complacerla.

—Es usted una mujer de lo más exasperante, lady Uzumaki. Si eso es lo que más deseas, estoy cansado de luchar contigo. Tómame y acabemos de una vez.

—Como quiera milord —echó de nuevo mano de sus botones. Él la agarró de las muñecas. No esperaba que se lo tomara en serio, y la situación se le estaba escapando de las manos.

—Hinata... —dijo, casi sin poder dominarse al pronunciar su amado nombre—. ¿No puedes esperar hasta que te lleve a la cama?

Ella tiró de un extremo de su corbata con los dientes.

—He esperado tres años, Naruto —levantó las manos de Naruto y comenzó a besar sus dedos, metiéndose las yemas en la boca. Él soltó sus manos y procuró no imaginar todas las cosas que deseaba hacer con la madre de sus futuros hijos.

Pronto las pondría en práctica, se dijo. Muy pronto. Pero no enseguida. Tenían toda la vida por delante. Sin duda podía esperar unos minutos, hasta que llegaran a las habitaciones de Hinata. O a las suyas.

Pasó los dedos por su cara, trazando el contorno de su sonrisa, de sus mejillas y su mandíbula. ¿Cómo era posible que no hubiera reconocido su cara? Debería haberle sido tan familiar como la suya propia.

—Eres tan encantadora... —dijo—. Si piensas quitarme el retrato, he de encontrar otra cosa que llevar encima para poder compartir tu belleza con otros, aunque solo yo la disfrute. ¿Posarás para un camafeo?

Hinata pisó sus botas para empinarse y besarlo.

—Qué buena idea.

—Sí, ¿verdad? —sonrió y pasó un dedo por su mejilla—. De estilo griego, creo. Ya te veo, caracterizada como Atenea.

—Más bien como Afrodita —puntualizó ella—, con los hombros desnudos. Él acarició su garganta.

—Y esto también. Y esto —tocó su falda, levantada todavía y arrugada entre los dos, y se acordó de los tesoros que ocultaba—. O quizás, en vez de un camafeo, encargue un tapiz —añadió mientras acariciaba diagonalmente su cuerpo, hasta posar la mano en su cadera desnuda.

—Y además podrías tocarme siempre que quisieras —lo animó ella, y bajó de nuevo las manos.

—Esto es una locura —comentó él sin mucha convicción—. Para ahora mismo.

—¿Por qué? —susurró ella.

—Porque estamos en un salón y no en una alcoba. Es una falta de respeto para tu hermano. Es una impudicia —intentó buscar otras razones, pero no detuvo a Hinata mientras ella desnudaba su miembro, lo acariciaba y se lo introducía entre las piernas.

—Y yo soy tu esposa y no tu amante —contestó ella, deteniéndose. Naruto notó que vacilaba y que parecía resignarse, como durante sus primeras noches juntos.

Estaba suave, caliente y dispuesta. Y él nunca la había deseado tanto. Cada uno de sus nervios temblaba de ansiedad. El aire olía a limones, y él estaba perdiendo el tiempo pensando en lo que era más decente.

—Eres ambas cosas —dijo—. Esposa y amante. Deja que te lo demuestre

—se recostó en la puerta, dobló las rodillas, encontró su cuerpo y se perdió.

Los minutos siguientes pasaron como en un torbellino. Ella rodeó su cadera con las piernas. Él tocó sus pechos. Ella lo besó como si quisiera arrancarle la vida. Y sus cuerpos se encontraron una y otra vez, en embestidas suaves y silenciosas para no despertar a los criados, ni alertar a su hermano de que en su casa se estaba llevando a cabo una deliciosa orgía. Mientras tanto, Naruto pensaba una y otra vez que la mayoría de los hombres daría los dos ojos por la oportunidad de tener una mujer como aquella, aunque fuera solo una noche.

Pero la criatura lasciva que le jadeaba al oído al alcanzar el clímax era su esposa. Su Hinata. Hinata... Hinata... Naruto se dejó ir dentro de ella con un estremecimiento que sacudió su alma. La puerta se estremeció ligeramente. Naruto la abrazaba, asombrado, mientras sus cuerpos se calmaban.

Tras ellos, la puerta volvió a vibrar y a rebotar contra los hombros de Naruto como si alguien estuviera intentando entrar.

—¿Qué diablos...?

—Neji —dijo Naruto—, un momento, por favor.

—¿Uzumaki? —se hizo un silencio receloso—. Imagino que mi hermana está ahí, contigo.

Él sonrió y dijo:—Mi esposa, sí.

Estamos solventando nuestras diferencias —dijo Hinata mientras contoneaba suavemente sus caderas antes de apartarse de él y dejar que sus faldas cayeran y volvieran a ocupar su lugar.

—¿Y tienen que hacerlo en el salón? —masculló Neji desde el pasillo.

Su esposa se echó a reír contra su solapa y volvió a alisarle la ropa mientras él decía:

—Te pido disculpas por este momentáneo arrebato de locura, Hyûga. Ha sido... —hizo girar los ojos hacia el cielo—, inevitable. Dentro de un momento nos retiraremos a las habitaciones de Hinata y no volveremos a molestarte.

—Pero quizá puedas cenar con nosotros —le ofreció Hinata.

—Un día de la semana que viene —añadió Naruto.

—Dentro de un par de días —repuso Hinata.

Oyeron un bufido exasperado al otro lado de la puerta y luego unos pasos que se alejaban. Hinata rompió a reír otra vez. Luego le tendió los brazos. Pero esta vez Naruto la detuvo y no hizo caso de sus mohínes, ni de sus exigencias.

—Lady Uzumaki, su conducta es de lo más impropia —y le susurró al oído—: Y yo fui un tonto por huir de ti.

—Sí, lo fuiste —contestó Hinata—. Pero eres mi tonto y no voy a permitir que vuelvas a dejarme.

—Desde luego que no —él sonrió—. Gracias a ti, creo que seré el primer conde de Konohagakure que muera en la cama.


F I N