QUINTA COPA


El dibujo del protector del volante se le estaba marcando en las manos por la presión que ejercía. Estaba seguro de que en algún momento iba a terminar o rompiendo el material, o rompiéndose la piel, pero estaba tan tenso que nada de eso lo preocupaba en lo absoluto.

A su lado, en el asiento del pasajero, Hanji estaba sentada con los brazos abrazando su mochila y mirando hacia la calle, evitándolo. Le había dado la dirección de su casa, así que él no tenía que pedir indicaciones para llegar, por lo que se dejaban cubrir con el silencio. Al ser detective, trabajar en la policía, y manejar mucho de su desempeño en campo, él prácticamente sabía desde las calles más concurridas y normalmente transitadas por los residentes de la ciudad, hasta los callejones más ocultos de las zonas bajas y del sistema de tuberías subterráneo, así que sería ridículo que le estuviera diciendo a Hanji que le guiara.

Estaban a pocas calles y detenidos en un semáforo rojo, con otros dos autos con ellos, uno a la izquierda y el otro detrás en la misma fila. Del otro lado no había nadie, pero Levi seguía las reglas de vialidad, aunque fuese el lugar más desierto de la tierra, y eso era bien sabido.

Quería preguntar cosas antes de llegar, porque sabía que una vez en casa de la castaña, ella le cortaría toda oportunidad de hablar o pedir algo. Era ya tarde.

Aunque la comida de los niños había sido a las ocho, y Hanji y Levi habían terminado de subir sus cosas a su auto cerca de las nueve, y en el camino habían hecho alrededor de quince minutos gracias al poco tráfico. Si hubiesen agarrado las horas de salida normales, hubiesen tardado más de media hora, y Levi habría podido aprovechar el tiempo para hablar. Pero la vida no jugaba a su favor, y cualquier idea que tuviera, tenía que ser eliminada apenas intentaba llevarla a cabo.

Vislumbró la pequeña muralla color naranja que se alzaba alrededor de un conjunto de casas, y pronto, una reja cobre se asomó en el medio de esta. La entrada.

Hanji bajó el vidrio del auto, asomando un poco la cabeza hacia el guardia de la reja y saludando. Este asintió de vuelta, reconociendo a la mujer y dejándole pasar a la zona cerrada. Levi fue inspeccionado con la vista por el señor que rondaba en los cuarenta años, casi tratando de atravesarlo con la mirada para advertirle sobre intentar algo contra la mujer. Pero Levi estaba lejos de ser intimidado, más molesto por el hecho de que alguien estaba tratando de ponerle un jaque en su propia intervención en la vida de Hanji.

Sin mirar atrás aceleró hacia las calles con pequeños edificios, buscando el número ciento cuatro en los letreros en cada esquina. Al dar con ella, dio un giro a la derecha y entró, yendo a velocidad baja hasta detenerse en el quinto departamento de los diez que tenía la calle. Eran alrededor de diez calles, cinco de cada lado, por lo que había bastantes departamentos iguales. Los pequeños edificios eran de dos pisos, de los cuales el primero era un estacionamiento para un auto con una cortina que se enrollaba manualmente hacia arriba para dejar salir el auto. En el espacio que era puro concreto, había una escalera por delante que subía pegada a la pared hasta llegar a un pequeño balcón delantero, que tras un par de pasos llevaba a la puerta de madera que estaba centrada a la pared grande. Había dos ventanas de cada lado de la puerta, largas y cuadradas, cubiertas con cortinas negras y persianas. Desde el auto, Levi podía alcanzar a ver los cinco seguros que protegían la entrada, notando dos puestos con cadenas grandes y gruesas, y uno de ellos de un parche que se fijaba a la pared con dos tornillos enormes. Los otros dos eran seguros comunes de puerta, uno de la chapa y el otro sobrepuesto. Era demasiada seguridad en esa casa en comparación con la de los otros vecinos, que habían colocado rejas en sus ventanas, y una segunda puerta de reja de metal delante de la de madera.

Hanji volteó hacia él en cuando estacionaron, y él la miró de vuelta.

―Gracias por traerme, yo bajo los materiales ―dijo Hanji con voz tranquila, pero notaba el pequeño atisbo de prisa y hostilidad que estaba oculto en ella.

―Puedo ayudarte a subir las cosas, no tengo problema ―dijo Levi apagando el auto.

Hanji pasó la correa de su mochila por sobre su cabeza y la acomodó alrededor de su cuerpo, abriendo la puerta y comenzando a bajarse.

―No, gracias. Yo lo haré sola ―dijo con firmeza, bajando del auto y cerrando la puerta lo más suave que pudo.

Levi se quedó dentro del auto mirándola a través de la ventana, moviéndose en su asiento de un lado a otro para verla caminar hacia su garage y abrir el seguro del piso, moviéndolo con dificultad hasta sacar el gancho de metal de la caja. Lo aventó a la esquina de la puerta y metió los dedos debajo de la cortina, levantándola sobre su cabeza y haciendo algo de fuerza entre las trabas del recorrido. Levi imaginaba que el eje estaba dañado, pues no subía correctamente y se inclinaba un poco.

Salió del auto rápidamente, yendo hasta Hanji cuando ella daba un último salto hasta lograr acomodar la cortina en su lugar, enrollada finalmente sobre su cabeza.

―Oye, déjame bajar el resto. Si va a estar en tu garage, no tardaré nada ―comentó él

Ella soltó un sonoro suspiro, bajando la cabeza y sobándose la frente frenéticamente.

―No. Yo lo haré ―respondió, ahora con enojo, dando media vuelta hacia él con el ceño fruncido―. Si tanto quieres ayudar, solamente deja los materiales en la banqueta, yo los meteré.

Levi bajó la vista a las manos de ella, mirándolas aun sin sanar en lo más mínimo. Podría jurar que los moretones que vio en ellas ahora tenían moretones en ellos, estando en peor estado. Negó con la cabeza, volviendo a ella y enfrentándola.

―Tus manos están peor que antes. Si te dejo con los materiales, vas a terminar cortándote gravemente o rompiéndote algún hueso ―dijo Levi con calma, no queriendo alterarla más de lo que ya estaba haciéndolo―. Sólo es para evitarte más daño. Luego de esto, me iré y no volveré.

―Lo mismo dijiste hace cinco años, y no veo el resultado ―se quejó ella, mirándolo con hostilidad y alejándose de él hacia el auto.

Levi reprimió las ganas que tuvo de pasarse las manos por el cabello y contestarle, porque sabía que dijera lo que dijera, ella tenía todo el derecho de enojarse con él. Tanto por el pasado como por ahora. La miró ir a su cajuela que había sido abierta por él cuando apagaba el motor, comenzando a sacar los materiales sin cuidado y echándolos al piso a su lado.

Él decidió no intervenir para evitar problemas, así que caminó al lado del conductor y se paró junto a la puerta, mirándola moverse.

Ella se quejaba cada tanto en voz baja, él conocedor de que no quería hacer notar que estaba sufriendo un poco por las heridas que estaban siendo presionadas por las cuerdas. Por como la veía, estaba seguro de que en cualquier minuto se iba a dar un golpe en la cabeza contra la puerta de la cajuela, pero estaba tragándose el gran "te lo dije" que estaba preparado en su lengua para ella.

No fue necesario sacarlo, pues ella cerró el compartimento con poco cuidado, aventando la tapa contra el auto. A Levi no le importaba realmente, porque sabía que era lo mínimo que ella estaba dejando salir de todo su verdadero enojo acumulado, así que el desahogo estaba libre en su camino. Era eso o arriesgarse a que ella comenzara a golpearlo con una de sus investigaciones de trabajo, y esos libros habían llegado a ser de hasta quinientas hojas. Recordaba bien haber recibido un buen esquinazo de la pasta dura de uno de esos trabajos publicados, hace tantos ayeres cuando ambos vivían juntos y habían peleado por alguna trivialidad que había resultado en que Hanji le lanzara su ejemplar personal de su investigación. Habían acabado en el hospital acomodando el hombro de Levi, que había sido dislocado por el ataque.

Hanji pateó y empujó las tablas y metales hacia el garage, aventándolos sin cuidado a un lado de su auto. Levi volteó la mirada al suyo. No estaba preparado para ver un auto en perfectas condiciones ser machacado por un despliegue de furia. No, se quedaría viendo a su precioso superdeportivo en perfectas condiciones.

―Listo, te puedes ir. Gracias por tu ayuda, y no vuelvas.

Giró a tiempo para ver a Hanji caminar escaleras arriba, sin darle oportunidad de despedirse o decir algo antes de que se fuera. Ella jamás volteó hacia él, y cuando abrió la boca para hablar, ella ya había cerrado la puerta de un golpe.

Aunque la luz de los faros de la calle lo alumbraron, más el leve tono de iluminación que dejaron pasar las cortinas de la casa de Hanji a la calle, Levi se sintió apagado en el acto. No podía justificar nada de lo que intentara para volver a interactuar con ella, sabiendo bien que el que estaba recibiendo su merecido era él, pero en el interior, su Levi de hace cinco años esperaba una breve oportunidad de explicar cosas que ambos ya sabían. Explicar cosas que no iban a arreglar nada, no iban a hacer que ella cambiara de parecer, pero esperaba que la hiciera sufrir menos. Así como él también esperaba sufrir menos.

Bajó la mirada al garage abierto, notando que Hanji lo había dejado así a propósito, pues estaba encendido un foco al fondo del gran cuarto, alumbrando a unas herramientas donde había una gran cuerda negra. Él imaginó que ella la usaría para amarrar todo el material recopilado.

Dio una última mirada al interior, decidiendo no husmear más para que ella no lo encontrara así, e iniciara otra discusión. Así que dio media vuelta y volvió a ingresar a su auto, encendiéndolo rápido y recordando el camino para poder irse.


Hanji miró hacia el periódico en su mesa mientras la televisión pequeña de la cocina sonaba a un volumen medio, permitiéndole escuchar las noticias mientras checaba los puestos de trabajo en la zona de anuncios. Eran las nueve de la mañana del domingo, su único día libre, y ella usualmente despertaba a esa hora para darse el lujo de dormir más horas. Pero durante la noche apenas había podido pegar ojo, dando vueltas en la cama, incómoda como el infierno, y con la mente llena de pensamientos. Tras apenas unas horas de sueño, ella se había levantado a las siete de la mañana, había preparado un té de manzanilla con limón, recogió su mensajería en el buzón fuera de su casa, y se quedó en su cocina desde entonces, usando su computadora para contactar a algunas vacantes, y mirando la televisión para distraerse. Su teléfono estaba cargando junto a la televisión en el enchufe de la pared, así que no lo tomaría de momento.

Traía puesto un conjunto verde olivo de deporte, conformado por un jogger y una sudadera sin gorra. Traía los mismos tenis del día anterior, y unas calcetas negras que llegaban a mitad de la pantorrilla. Su cabello iba recogido en su típica coleta alta, sólo que uno que otro cabello andaba suelto. Se veía de lo menos arreglada para cualquier situación. Sentía que inclusive en el gimnasio de la esquina de la calle le darían una mirada de disgusto a su nada preocupado aspecto.

Pero nadie podía culpar su estado actual. Su cabeza estaba destruyendo su poca cordura y calma, haciéndola pensar en más cosas que pudiese hacer para ayudar al orfanato. No podía recuperarlo, era seguro, pero al menos había esperado poder darle un mes más de vida en lo que encontraban qué hacer con los niños. Pero su última plática con su abogado le había dejado pocas esperanzas en tener opciones disponibles, así que se había ido por la más drástica.

Estaba segura de que pronto saldría gente que le reclamaría por su proceder, pero no esperaba la ayuda ni el apoyo de nadie. Jamás lo tuvo, ni de su familia, ni de sus "amigos" más cercanos, ni de nadie a su alrededor. Así que había aprendido a auto-aprobarse y apoyarse.

Así que su siguiente paso se veía en una gran tienda de mercado y en una plaza comercial, donde sería invertido lo que le quedaba de ahorro de emergencias.

Era una mala idea. Una mala idea. Pero la iba a tomar, porque era lo mejor.


Pasaron días. Lunes, martes, miércoles, jueves, y finalmente era el viernes de nuevo.

Aunque había seguido una rutina de trabajo que ya era normal para él, unas pequeñas ansias le estaban pegando en el pecho para que saliera de la oficina temprano ese día, olvidándose por un momento del papeleo o las juntas pendientes.

Como en ocasiones anteriores, Erwin no estaba, así que Levi era el único a quien recurrir para cosas de grado mayor. Por eso no podía irse tan rápido como quería, pues si dejaba a todos sin apoyo, no dudaba que más de uno metería la pata hasta con un trabajo simple, y debía de dirigir todo para bien mientras no tuvieran una cabeza que los guiara durante la época de elección.

Y sí, esa época de elección se refería a quien sería el nuevo ocupante del puesto de Zackly. Pixis había salido de la nada entre los candidatos, por lo que había comenzado una nueva discusión sobre el más apto para el puesto. Otro inconveniente que había venido tras ese nuevo concursante, era que Keith Shadis estaba presentando problemas múltiples en su puesto, problemas que Erwin había tenido que manejar a pesar de que su superior le había ordenado no involucrarse. Pero todos eran conocedores de que Shadis estaba cerca de la jubilación y por eso estaba armando un alboroto, pues jamás había sido el mejor aceptando que su puesto sería ocupado por alguien más. Y como Erwin contra Pixis para el puesto de Zackly tenía un apoyo menor, los altos mandos habían aconsejado a Erwin tomar el puesto que Shadis estaría dejando, pues confiaban en él para llevar un mejor manejo de este. No le cayó bien la noticia al próximo jubilado.

Y mientras todos esos cabezotas se peleaban, Levi tenía que manejar las cosas que dejaban caer entre las rendijas de sus trabajos, encargándose de los que no tenían ni idea de que hacer, y los que ya sabían qué hacer, pero necesitaban aprobación. No era lo suficientemente bien reconocido, él y muchos lo sabían.

Infló el pecho con otra bocanada de aire para calmarse, evitando a toda costa voltear a ver el reloj en la pared que anunciaba que sólo quedaba media hora para irse. Lanzó un par de hojas a la basura, otro par a un folder en su escritorio. Puso unas notas adhesivas en otros documentos esparcidos sobre una carpeta, y anotó cosas en su tableta digital que estaba sujetada por su mano izquierda.

Levi era un multitareas nato, algo que había atribuido a la educación y crianza de su madre. Ella siempre se encargó de ayudarlo a estudiar, mientras hacía la comida, mientras lavaba ropa, mientras arreglaba cosas, y sin perder jamás el hilo de cada una de sus misiones alrededor. Levi había puesto atención a cómo ella manejó todo eso sola, y había tomado retazos de esa información para educarse en trabajar de forma eficiente y eficaz. Así que en la oficina le funcionaba de maravilla su método personal, permitiéndole acabar con el papeleo lo más rápido que podía sin dejar nada al aire.

Quince minutos.

No había volteado. No… No, claro que no. Sólo fue una mirada por el rabillo del ojo para ver si alguien había pasado fuera de su oficina y miró el reloj de paso, pero no había sido a propósito.

Soltó un suspiro.

―Esto me va a traer loco ―susurró.

―Hace años que no te veía tan distraído.

Levi, delante de su escritorio, se volteó hacia la puerta y miró a Mike, quien le sonreía con burla. Traía puesto su saco y su portafolio estaba en el piso, por lo que adivinaba que él ya se retiraba.

― ¿Qué quieres? ―preguntó Levi, sin ánimo, volviendo a su trabajo.

Mike se acercó por atrás y miró al escritorio.

―Trato de averiguar por qué el hombre más sereno de la división, está a punto de dejar caer en la trituradora, a manos de Nifa, uno de los casos de asesinato más recientes.

Levi levantó la cabeza, alarmado, y dio media vuelta y salió corriendo de la oficina, mirando hacia ambos lados de su pasillo y entre los cubículos separados en el centro del piso.

― ¡¿EN DÓNDE ESTA NIFA?!

Mike soltó una risa en cuando vio a su amigo correr hacia un lado del pasillo, gritándole a la mujer que soltara los documentos que iban en la caja en sus brazos. Nifa solía ayudar a deshacerse de los archivos que iban a la basura, llevándolos a la trituradora del piso, y Mike se había sorprendido cuando Levi pasó junto al cubículo de la mujer y dejó caer una cantidad grande de folders en esa caja, entre ellos, un caso nuevo que ni siquiera habían terminado de trabajar. Por ello, y tratando de no dudar de la cordura del hombre pequeño, fue por sus cosas a su oficina y decidió darle una pequeña visita, sólo para asegurarse de que todo estaba bien. Claramente no era así.

Entre jadeos leves, el pelinegro regresó a la oficina con un folder entre las manos, arrojándolo sin cuidado sobre su silla de cuero detrás del escritorio, y recargándose al borde de este para recuperar el aliento.

Mike se cruzó de brazos y lo miró de lado, sentándose en la esquina del escritorio para comodidad suya.

―Eso fue raro ―admitió el rubio.

Levi gruñó y lo miró enojado.

―Pudiste habérselo quitado tú ―reclamó.

―Meehh… No quería dudar de tu decisión de deshacerte del documento, y fue por eso que vine a preguntar directamente ―contestó el rubio, quitándose la responsabilidad sin pena.

Levi negó con un gesto, acomodando su encorvada espalda con un estirón hacia atrás.

―Última oportunidad para decirme qué quieres ―dijo Levi con calma, volviendo a su trabajo de forma casual.

―Como dije cuando llegué, es la primera vez en mucho tiempo que te he notado tan distraído ―inclinó la cabeza, mirando curioso a Levi. Este no le devolvió la mirada―. Tu olor no miente.

Levi torció la boca con disgusto. Jamás le había gustado tener a Mike encima, haciendo comentarios sobre su olor o cualquier esencia que lo rodeara. Era como tener a un perro constantemente contra su mejilla.

― ¿Qué olor tengo, según tu pulgosa nariz? ―bromeó el hombre. Mike sabía que su comparación con un perro era fundada de sus actitudes, y, honestamente, lo divertía.

―Pues usualmente hueles al típico olor plano de limpieza y cloro ―comentó Mike, moviendo los hombros un poco para gesticular―. Ahora hueles a limpiador de madera.

Y Levi lo sabía. No había sido casualidad, en realidad.

Tras haber visto por primera vez a Hanji, él no había podido evitar sacar sus viejas pertenencias, las que tenía guardadas en un baúl grande de madera vieja.

Desde que ambos se habían separado, él mantuvo esas cosas ocultas en un cuarto que usaba de almacén. Hanji se había ido con pocas cosas, en su mayoría sus libros y sus investigaciones, dejándolo quedarse con lo restante. No le había dicho por qué, silenciosamente renunciando a su ropa, sus objetos de cuidado, sus pequeños muebles o adornos, y todo eso, Levi se encontró guardándolo.

No podía ver las cosas por su casa, eran un recuerdo engañoso de alguien que no iba a volver a pasar las noches con él en su cama individual (la que apenas pudieron pagar), o a comer en la sala a su lado mientras veían una serie en televisión abierta, ir por las compras al centro comercial entre peleas caóticas sobre si debían comprar el cereal favorito de ella o la granola preferida de él; la limpieza obligatoria que él hacía cada tres días, y en la que ella estaba incluida a ser bañada de pies a cabeza, las tardes de cocinar juntos, los fines de semana yendo a pasear al parque porque sólo podían costearse comer en los pequeños puestos del mercado alrededor de este, y disfrutar de uno que otro postre común en las calles. Todo eso que se había convertido en su rutina de día a día, acompañado en casi la mitad de este, mientras la otra mitad la dedicaba a su trabajo y qué hacer fuera del hogar.

Cuando se quedó solo, él había comenzado una nueva rutina adaptada a su trabajo en la policía, y aquella le obligaba a estar fuera de su casa, por lo que no solía estar demasiado tiempo ensimismado en cómo adornarla, arreglar cierta cosa de la sala, comprar nuevos muebles o cubiertas para cojines y la cama, o mantener la despensa completamente llena. Podía comer fuera de su casa, había noches en las que ni siquiera regresaba a dormir, y la limpieza la realizaba en menos de una hora cada fin de semana.

Por ello, jamás se vio en la necesidad de volver al cuarto de almacén desde mucho tiempo atrás, ocasionalmente yendo sólo a aspirar y cuidar que no hubiese insectos atraídos por la mugre. Ignoraba tanto como podía la esquina donde estaba ese baúl, pues su mente, consciente, le recordaba las cosas guardadas.

Con el paso de los años, Levi había ido olvidando esa dolorosa historia, así que el baúl sólo se había configurado en su mente como un accesorio más.

Nunca había esperado volver a ver a Hanji. Nunca había esperado tener la necesidad de sacar ese baúl y ver las cosas. Nunca había esperado querer recordar.

Al tenerlo entre sus manos, se dedicó a limpiarlo todos los días, quitándole cualquier partícula de polvo que cayera sobre este objeto. Lo abría todos los días al volver al departamento, mirando pocos objetos porque se demoraba en cada uno de ellos, recordando la historia de sus adquisiciones o el pasado que tuvieron en la mujer.

Y, conocedor de los mejores métodos de cuidado, no dudaba que Mike ya hubiese descubierto la marca del limpiador de madera que estaba usando, así que por ello tampoco le sorprendía del todo que el rubio estuviese comentándole aquello.

Levi inhaló con fuerza, levantando la mirada hacia la pared delante de él.

―Volví a ver a Hanji.

Mike sintió que el olfato se le tapaba al instante.


Erwin condujo a velocidad moderada, nada molesto con el tiempo que llevaba para ir a hacer el chequeo nocturno a la oficina, recoger la documentación que tenía que evaluar, y volver a su departamento.

Era tarde ya, el sol estaba poniéndose en el horizonte, y las calles, aunque concurridas, afortunadamente estaban avanzando, por lo que no se quedaba atascado por más de diez minutos en un alto. Así que, con esa calma en la espalda, estaba revisando sus mensajes en el teléfono cada tanto.

No era alguien que conversara mucho por chat, pues, aunque tenía amigos, estos solían siempre quedar con él para citas presenciales, y ahí se desenvolvían las pláticas. Su buzón estaba normalmente lleno de avisos de trabajo, como su secretaria anunciándole citas, el reporte del avance de algún caso, mensajes de Levi diciéndole el avance de su propio trabajo… y ya. No más mensajes. Y no le molestaba, realmente esa situación era muy relajante porque significaba que no ocurría nada grave.

Fue por ello que, el ver una notificación del contacto de Mike en la pantalla, levantó sus alarmas. Su amigo no le mensajeaba, ni llamaba. Mike era tan… Mike… que todos sabían que, si no lo ubicaban, era porque estaba haciendo algo que él hacía. Fuera lo que fuera. Mike era misterioso, pero siempre que se le requería, para lo que fuera, lo encontraban. Y la confianza en él era tanta que, aunque no supieras más que su nombre, era suficiente para ir y pedirle ayuda.

Por ello, ver su nombre en pantalla lo espantó. Porque Mike jamás pedía ayuda. Él era la ayuda.

Abrió el mensaje rápido, leyendo el texto corto con atención.

MIKE ZACHARIUS

Te tengo chisme.

Una ceja le saltó levemente, medianamente molesto por el susto, medianamente intrigado porque que recibiera ese tipo de mensajes era poco común.

ERWIN SMITH

Mike, ¿estás bien? ¿De qué hablas?

Erwin tomó el volante mientras dejaba el teléfono en el asiento del pasajero, sin bloquearlo mientras esperaba la respuesta de su amigo. Quitó el freno de mano mientras esperaba el siga. La luz se puso en verde al mismo tiempo que le llegaba la respuesta.

MIKE ZACHARIUS

Hanji y Levi se volvieron a ver.

Erwin, sorprendido, aceleró mientras sus ojos se abrían mucho ante el mensaje. Erwin empujó al auto delante de él.


Hanji terminó de apilar los libros que faltaban y los metió en la caja de cartón que tenía sobre su escritorio. Estaba vaciando su salón, pues ya estaba terminando la segunda semana de las tres restantes, y estaban desocupando todas las habitaciones con rapidez. Como la única maestra, le había tocado recopilar todos los materiales de enseñanza, siendo la que se quedaría con todo eso.

La luz del sol ya se había ido, y estaba alumbrada por las lámparas amarillas del techo, que apenas alumbraban lo suficiente para que ella pudiera ver los títulos de cada ejemplar que tomaba de los libreros.

Los niños estaban jugando en el patio principal… con Levi.

El detective había llegado apenas una hora antes, anunciando que había ido a visitar a los niños, quienes toda la semana habían preguntado por él.

Hanji no había dicho nada, siendo bombardeada por las preguntas de los niños todo el tiempo. Que si podía llamar a Levi, que si podía llevarlos a verlo, que si él había mentido sobre volver. Pero ella solamente desviaba las preguntas, asustada de decir algo erróneo que demostrara su molestia de ver al hombre de nuevo. Los pequeños… adolescentes… tenían mucha emoción de que el pelinegro volviera.

Había una regla que obligaba a los adultos a no ilusionar a los niños en estado de orfandad. Era una regla establecida por la ley, por lo que las visitas a casas hogar u orfanatos no sólo eran reguladas, sino, en ocasiones, prohibidas. No había sido diferente en el Orfanato María, la idea era evitar que los infantes generaran un apego a alguien que no iba por ellos, o que no los iba a adoptar, pues era perjudicial emocionalmente. Sin embargo, en las últimas tres semanas de funciones del establecimiento, la señora Hudson había decidido olvidar esa regla y permitió que el detective Ackerman pudiese volver para verlos.

Esa tarde-noche, cuando su superdeportivo se estacionó en la entrada, y todos los trabajadores estaban moviendo cosas al camión de mudanzas que había llevado Carl, Hanji vio con tristeza cómo todos los huérfanos salían corriendo hacia los brazos de Levi, quien los recibió, talvez sin una sonrisa, pero preguntando por su bienestar.

Supo entonces que era inevitable que el hombre probablemente se volviera un contacto recurrente de los chicos, y, para infortunio de ella, probablemente se volvería también su nuevo contacto.

Echó un libro delgado a la caja y la cerró, colocando cinta adhesiva sobre la tapa.

Los niños ya sabían de la situación del orfanato, y Hanji y la señora Amanda les habían notificado a todos ellos lo que pasaría después del cierre. Habían tenido mucho tacto, pero eso no había evitado que mostraran miedo y preocupación, preguntando tanto como podían de las opciones para que no perdieran su hogar. Pero todo estaba firmado, así que la señora Amanda solamente les pudo pedir disculpas por tener que dejarlos así.

Entre llanto, la mujer mayor se quedó con los niños, platicando con cada uno, pidiéndoles que siempre fueran buenos y lucharan por salir adelante.

Hanji les dio su espacio, pues sabía cuán personal y difícil era para la señora.

Caminó por el pasillo de salones hasta la rampa de la entrada, bajando por ella con rapidez y yendo hacia la salida. Ese día había traído su auto, ya poco temerosa de lo que pasara, y estaba empacando tanto como podía en él. Las cajas extra ya estaban en su cajuela, y las siguientes cajas, que eran las que empacaba el resto de gente, las llevaría la siguiente semana.

Llegó al lado del copiloto y metió la caja a los pies del asiento de este, pues arriba estaba su bolso y sus carpetas de registro de trabajo.

― ¡Maestra Hanji! ―llamó una voz infantil.

Hanji volteó la cabeza hacia arriba sobre su hombro, mirando a Armin asomar la cabeza por la ventana de su cuarto. No traía su camisa puesta, y estaba con el cabello goteando. Imaginaba que las peleas con globos llenos de agua ya habían terminado, y los niños habían ido a limpiarse del desastre. Las niñas no estaban en esas condiciones porque se habían negado a jugar ese juego, decidiendo, en su lugar, jugar fútbol a un lado del juego de los niños.

― ¿Qué pasa, Armin? ―preguntó ella con una sonrisa bien practicada, para transmitir paz.

― ¿A dónde vamos todos los niños, permiten que lleven libros? ―preguntó el rubio, temeroso.

Hanji asintió.

―Puedes llevar los libros que tú quieras ―le aseguró ella.

Una sonrisa diminuta se asomó en el rostro del chico, antes de que una voz llena de disgusto saliera desde el interior del cuarto donde él estaba.

― ¿Qué afán tienen todos ustedes de asomarse a las ventanas sin camisa!

Armin fue jalado por un brazo fuerte que se enroscó en su pecho. Posteriormente, Levi apareció en la ventana, cerrándola con seguro y corriendo las cortinas para tapar el exterior.

Hanji no evitó la risa que brotó de ella ante eso, pues recordaba cuán prudente y pudoroso era Levi en cuanto a la privacidad de uno.

Se volvió sobre su lugar, cerrando la puerta del copiloto y girando justo para ver a la señora Amanda, quien caminaba fuera del edificio hacia la maestra.

― ¿Ya lista, Hanji? ―preguntó la mujer con una sonrisa amable.

Hanji asintió.

―Casi hemos terminado. Pronto se llevarán los muebles ―respondió Hanji.

― ¿Y tú? ¿Cómo te sientes? ―preguntó la mujer, llegando hasta ella y parándose de frente.

Hanji le llevaba casi dos cabezas completas, pues lo bajita que era la señora, era muy comparable contra la estatura de Levi, quedando inclusive más alto que ella.

―Pues ―suspiró, ladeando la cabeza―… es duro. Estuve muchos años aquí, y duele ver que se acaba.

Puso las manos en su cadera y miró al edificio con tristeza, recordando la primera vez que puso un pie en el establecimiento.

―Sí… aún recuerdo tu primera vez aquí ―comentó la señora con melancolía―. Una joven que huía de algo, asustada, pero decidida a trabajar aquí. Con una falda larga color durazno, una blusa verde agua, con unas medias amarillas y unos zapatos de tacón altos del mismo color que la blusa. Tan colorida, con su mochila en forma de píldora, y lentes redondos. Con un rostro lleno de energía, determinación… y mucho dolor.

Hanji bajó la mirada al piso, regresando mentalmente a aquel día, sintiendo la pena de la circunstancia en la que había llegado a ese lugar.

―Recuerdo cómo recibiste a cada niño, y cómo lograste que Eren, Mikasa y Armin se abrieran a ti. Siendo la nueva, para ellos eras una amenaza. Ahora eres su luz guía ―comentaba la señora con orgullo. Su respiración lenta y baja sonaba como si estuviera conteniendo las ganas de soltarse a llorar―. Recuerdo bien cómo te encargaste de Krista en el primer momento en el que estuvo en la puerta, y cómo te desviviste totalmente por este lugar… Hanji.

La castaña le prestó atención, recibiendo entre sus manos las manos de la señora, que se extendían hacia ella.

―Perdóname por no poder mantener de pie este lugar.

Las lágrimas le picaron las esquinas de los ojos. Ella jamás culpó a la señora Amanda. Jamás se sintió decepcionada de su trabajo, o dudó de él, entendiendo cuán fuerte era para la mujer el perder todo lo que construyó con su pareja en el pasado. Fue una situación levemente empática, pues pudo sentirse en ella, lamentándose por el curso de las situaciones que no podía manejar.

Se acercó y rodeó a la mujer con un abrazo, apretándola poco para no lastimarla. La señora Amanda se lo devolvió, conectando sus manos en la espalda alta de la joven maestra.

―No tiene que pedirme disculpas. En cambio, le agradezco por darme la oportunidad de revivir aquí.

―Ay, Hanji ―susurró la señora. Hanji notó el leve temblor en su voz, identificándolo como el inicio de un sollozo―. Tengo que pedirte un último favor, preciosa.

Hanji asintió contra su hombro, esperando por las palabras, sin soltarse.

―No permitas que lo pasado intervenga en las oportunidades del futuro. Deja que se vaya, y recibe lo que llega para ti ―le apretó un poco la espalda―. Así sea un regreso, como el del detective Ackerman.

Se puso tensa, sintiendo cómo sus hombros empujaban un poco el cuerpo debajo de ella, y su cuello se separaba del hombro donde descansaba. No esperaba que le dijera eso, pues la señora Amanda… bueno, ninguno de sus compañeros de trabajo estaba enterado de lo que le había pasado para que renunciara a su antiguo empleo y decidiera iniciar una nueva vida laboral en un escondido orfanato de la ciudad.

―Soy anciana, Hanji, no tonta. Y ese hombre te ha hecho pasar por muchos colores en el rostro en apenas dos semanas. Muchos tonos que jamás te había visto vivir. Y, mi niña, esa es señal de cuánto te afecta ―respondió la mujer, conocedora de la reacción negativa de Zöe―. No lo dejes ir así, Hanji. Al menos, dale la respuesta adecuada, y permítele decidir qué hacer con ello. Y entonces, deja que él te dé una respuesta, y decidirás qué hacer con ella.


Otra semana.

Otra semana llena de trabajo, y aún más misiones de campo, de lo que Levi estaba dispuesto a dejar que su estrés soportara. Por ello, en contra de cualquier pronóstico, ese día había decidido remitir su tarea de inspector a Abel, uno de los detectives de rango debajo de él y Mike, comparable con los de su propio escuadrón.

Abel era un hombre bastante bien entrenado en la disciplina del orden, por lo que Levi confiaba mucho en él para mantener en buena dirección cualquier misión fuera de la sede que requiriera un apoyo inmediato o atención forzosa.

Levi se quedó en el edificio todo el día, bebiendo su tan extrañado té (que se había dado el lujo de comprarse esta vez), y revisando su propuesta de la reforma de la jurisdicción, preocupándose únicamente en mejorar su informe para que ya no tuviera que ser corregido por Erwin.

Que, hablando del hombre con cejas pobladas, no lo había visitado en toda esa semana, ni siquiera dándose una vuelta por su oficina, lo que recayó en que Levi tuvo que ocuparse de más pendientes de los que su puesto cubría.

Su mente estaba seca en ese punto, lo suficientemente enfocada como para permitirle seguir redactando y dibujando, pero no para llevarlo a preguntar por lo que ocurría fuera de su oficina.

Así que, con veinte páginas de trabajo terminadas, había ponderado qué tan perjudicial sería para sus subordinados si decidía salir más temprano ese día, pues quería visitar a los niños del orfanato antes del viernes. Era jueves, pero sentía que ya había pasado una eternidad de su última visita, que fue apenas el viernes anterior.

Él sabía que esa semana era la última del orfanato, y estaba preocupado por el curso que tomaría la tutoría de los niños al ser retirada de la señora Hudson una vez que el establecimiento fuera declarado como oficialmente cerrado. No sabía cuándo lo iban a cerrar, olvidando por completo el preguntar, y decidió suponer que el sábado sería el último día de los niños en el edificio.

Así que, apostando por su mejor esfuerzo laboral, había decidido visitarlos antes del viernes para preguntar qué ocurriría con ellos.

La pluma entre sus dedos se resbaló hacia el piso, sacándolo de su mente.

Giró la silla un poco para inclinarse hacia abajo, alcanzando el objeto mientras unos pasos sonaban hacia el interior de la oficina. Mientras sus dedos alcanzaban la pluma, él miró por sobre el borde de la mesa a la entrada, donde el antiguo rubio mencionado entraba con una sonrisa en la cara.

―Ay no, tan bien que iba mi día ―comentó Levi.

Erwin soltó una leve risa.

―También te extrañé, Levi ―se burló el hombre, parándose delante del escritorio y mirando al hombre.

Levi se enderezó en su asiento y miró al rubio con los ojos entrecerrados, acusador.

― ¿Qué? ¿Ahora piensas hacerte cargo de tu trabajo? ¿O seguirás pasándomelo a mí? ―se quejó, poniendo la pluma sobre los papeles.

―Pues, no venía a eso, pero podría llevarme algo a casa ―respondió, mirando hacia toda la investigación de Levi―. Veo que has avanzado.

―Demasiado ―respondió Levi. Señaló unos mapas pequeños impresos en mitades de hoja, dos por cada una―. He estado probando algunos despliegues especiales con varias patrullas, y hemos establecido líneas viales a las cuales no hemos podido acceder y sería perjudicial no tenerlas en cuenta para cuando tengamos que perseguir o movernos rápido. También tengo algunos caminos que podemos recortar para mejorar el tiempo de respuesta. Hay muchas zonas nada delictivas que tenemos en cuenta, pero jamás hemos puesto un pie en ellas.

― ¿Propondrás eliminarlas? ―preguntó Erwin, levantando los mapas y mirándolos.

―No, solamente retirar la atención que Zackly tuvo en ellas. Puso muchos elementos innecesarios a vigilar esos lugares, por lo que muchas veces tuvimos que depender de pocos cuerpos de campo para realizar misiones especiales, y eso fue un problema. Cuando comencé a rastrear dónde estaban todos nuestros oficiales, di con los mapas de la Patrulla Estacionaria. Y Erwin, discúlpame, pero Zackly era un idiota, y enfocó todo nuestro equipo en un área que no teníamos porqué cubrir ―explicaba, enojado, señalándole al rubio su trabajo y explicándole su proceder―. Las Tropas de Guarnición tienen elementos de sobra para mantener sus vigilancias establecidas, Pixis sabe eso y él las maneja de esa forma. ¿Por qué aceptó de Zackly la orden de que la mitad del Cuerpo de Exploración se fuera como policías estacionarios a cuidar las esquinas de calles que no lo necesitan?

Erwin suspiró, colocando los mapas sobre la mesa uno al lado de otro. Algo que había caracterizado siempre a Levi, era que como detective seguía cada paso al pie de la letra, investigando a fondo lo que fuese necesario para realizar un trabajo exitoso. Por ello era de esperarse el verlo entrando en otras áreas, donde se tardaba lo necesario en conseguir datos, preguntaba a quien tuviera que preguntar, y presionaba los botones que debía, todo con tal de salir con las manos llenas. Y eso había asegurado muchas victorias, lo que les dio prestigio como cuerpo policial.

Por ello, cuando Levi encontraba cosas ocultas, cosas que eran un secreto a voces en los altos mandos, todo el mundo sobre él se ponía alerta. Porque era tan buen detective como apegado a la ley, que se negaba a dejar pasar por alto cualquier falta.

―Zackly estaba cometiendo un abuso de autoridad con el uso indebido de la fuerza policial, lo sabes, Erwin ―acusó Levi, poniéndose de pie, y recargándose en la mesa con ambas manos extendidas―. ¿Y Pixis permitió esto?

―Es más complicado de lo que crees ―contestó Erwin con voz seria, mirando a Levi con severidad.

―Entonces explícamelo, porque si no obtengo respuestas ahora, voy a abogar por que Pixis no sea ascendido al puesto de Zackly con todas las pruebas que tengo de su falta de profesionalidad ―dijo Levi, llevándose una mano a la cadera y alejándose de su escritorio―. No me asusta ir a parar a un juicio por una acusación de esta índole, te consta. Si tengo que ir a disolver todo el cuadro de capitanes, líderes y jefes que tenemos, para que respeten nuestro trabajo, lo voy a hacer.

―Te explicaré todo, pero no aquí ―respondió Erwin con firmeza―. Es inseguro.

―Mi departamento entonces ―propuso Levi. Erwin asintió―. Y quiero saberlo todo.

―Tienes que estar consciente de que tampoco tengo todas las respuestas, Levi. Al igual que tú, he hecho mis investigaciones para estar al tanto de lo que ocurre, no todo pasa a mí ―informó Erwin, mostrando su clara molestia a que su amigo probablemente comenzaba a desconfiar de él―. Tampoco hay mucha confianza sobre mi persona como para que me lleven a sus planes debajo de la mesa.

―Tengas lo que tengas en las manos me sirve. Si con ello evitamos corrupción o nepotismo durante esta época de elección, lo tomaré.

Erwin caminó hacia Levi, bajando el tono de voz y la cabeza a la altura del hombre.

―Esto debe de quedarse entre nosotros, de momento. Sólo tú y yo tenemos conocimiento de todo este problema.

―Estoy dispuesto a ser de los únicos dos si eso me asegura que trabajaremos para corregir esto ―contestó Levi―. No entré a la policía para ser un mediocre manejado por un superior con poder. Vine a hacer posible todo lo que sé que la gente no tiene, y eso es seguridad. Me niego a dejar sin tratar que un idiota como Zackly haya movido los hilos para que sus intereses sigan siendo protegidos por sus sucesores.

Levi rodeó a Erwin, yendo a cerrar la puerta de la oficina, pues estaba seguro de que había uno que otro policía pasando que escuchaba pequeños tajos de la conversación. Puso el seguro y regresó junto al hombre, mirándolo, esperando un comentario extra.

―Lo resolveremos. Te lo aseguro, Levi ―afirmó Erwin. Respiró hondo tres veces y sonrió―. Vine por una plática amistosa, y nos iremos con una soga al cuello.

―Tú y yo no tenemos platicas amistosas, Cejas ―se burló el pelinegro.

―Hablando de interacciones amenas… ―dijo el rubio, sonriendo aun más grande y entrecerrando los ojos a su acompañante―. ¿Cómo esta Hanji?

Levi abrió los ojos de golpe, mirando con susto hacia Erwin mientras este soltaba una suave risa.

Con coraje, fue hacia la salida de su oficina, botando el seguro con agresividad y azotando la puerta contra la pared, caminando a paso rápido hacia el escritorio más cercano de los cubículos que tuviera un florero. La mujer en él lo miró curiosa mientras él sacaba las flores del agua.

―Te las pagaré ―informó Levi con una mirada filosa.

Todos en la oficina lo observaron caminar con las flores en mano mientras una gran risa salía de la oficina de Levi.

Mike, quien salía del elevador, miró hacia todos en el piso y luego a Levi, quien destacaba por su forma de hacer que todos le dieran paso libre hacia donde se dirigiera, abriendo a las multitudes como si fuese un auto en llamas en medio de un valle. Sonrió y caminó a su amigo.

―Hola, Levi ―saludó el hombre con calma.

Pero antes de que pudiera decir algo más, el pelinegro se detuvo delante de él, con su mirada de acero llena de fuego, y le golpeó la cara con las flores, enterrándolas en su nariz y su boca con fuerza mientras el rubio movía los brazos y comenzaba a patear al frente. Los gritos de Mike eran bastante ruidosos detrás de las plantas que le cubrían el rostro, pero a Levi le importó poco los arañazos que recibían sus brazos mientras intentaba sofocar a Mike.

―Trágate estas flores como te tragaste la poca confianza que te tenía ―acusó Levi con la voz lo bastante potente como para que sus subordinados alrededor lo miraran con miedo.

Erwin asomó la cabeza por la puerta y soltó una risa más fuerte, ganándose miradas de susto a su alrededor.

Mike era alérgico a las flores.


Transfirió el último pago por su teléfono, notificándole a Nanaba de la llegada de este dinero a su tarjeta.

NANABA

Recibido. Gracias, Levi.

Levi bloqueó su teléfono y lo colocó en el portavaso detrás de la palanca del auto, decidiendo olvidar el objeto de momento. Aceleró un poco más cuando se dio cuenta de que estaba cerca de la zona de calles del orfanato. Estaba pagando el último medicamento de Mike, pero como el traidor estaba siendo tratado por la reacción de su alergia a las flores, Nanaba debía administrar las transferencias y realizar la compra de las medicinas.

¿Estaba arrepentido? No.

¿Le preocupaba Mike? En ese momento, en lo más mínimo.

¿Eran caros los medicamentos? Mucho.

¿Lo volvería a hacer? Definitivamente.

Dio vuelta en la esquina de la calle pequeña que llevaba a la entrada del callejón del orfanato, listo para que su mente se adaptara a la idea de que probablemente tendría que jugar de nuevo a luchas con agua, o con alguna especie de mugre (el precio de la diversión de los niños). La última vez había llegado a su casa empapado, pues, aunque se había secado parcialmente con las toallas que le habían dado, su ropa interior y los calcetines no estaban para nada bien escurridos, así que dejó huellas por toda la recepción de su edificio, el elevador, el pasillo, su entrada hasta el baño de visitas… y fue horrible.

Él mismo había tomado la iniciativa de trapear todo el camino que había dejado sucio, decidiendo hacerlo porque lo sintió terapéutico para su mente mientras pensaba en lo desagradable que era estar así de mal presentable. Pero a los niños no les importó en lo más mínimo (claro que no les iba a importar, era consciente), así que él sólo dejó que todo ocurriera sobre su propio estándar de limpieza y obsesivo control de la higiene, respirando hondo MUCHAS veces para mantener la calma.

Aun con esa experiencia, sabía que jamás olvidaría las risas de los chicos, las que estuvieron en su cabeza mientras se iba a dormir.

Pero el ruido repetitivo se detuvo, y un grito interno de pánico estalló cuando notó unas tablas firmemente clavadas delante del lejano edificio que ya no tenía el letrero que decía "Orfanato María". Frenó de golpe en la esquina anterior a la de la calle del establecimiento, mirando el muerto movimiento que debía de haber tenido, notando las ventanas cerradas y sin cortinas, y mucho material convertido en basura junto a la puerta bloqueada.

Se le cayó el corazón al estómago.

¿Dónde estaban los niños? ¿Dónde estaban los trabajadores? ¿Dónde estaba Hanji?

.

.

.

Hanji.

La oleada de miedo que le recorrió de la punta de los pies hasta cada una de las del cabello fue casi arrolladora contra cualquier golpe físico, enviándole señales de que actuara de inmediato en contactar a la mujer.

Tomó su celular de nuevo ignorando los mensajes de Mike y Erwin, yendo rápidamente hacia el contacto del teléfono fijo de su escuadrón.

En cuando este comenzó a timbrar, él quitó el freno y aceleró mientras daba vuelta al volante, recordando las calles que había seguido la ocasión anterior para llevar a Hanji a su casa. Agradecía a cualquier divinidad que se hubiese puesto de su parte, pues en cuando salió de las partes menos transitadas para llegar a las avenidas, había pocos autos circulando, así que se dio el lujo de acelerar y rebasar.

La llamada fue contestada.

―Estación de Pol-

― ¡Gunther, habla Levi! ¡Consígueme el número marcado en mi registro telefónico de la oficina, el martes de hace tres semanas, una de la madrugada! ―indicó Levi. Dio vuelta al volante y aceleró para pasar a un taxista antes de que la luz se pusiera en rojo para el carril―. ¡Es la única llamada registrada de madrugada de este mes, deberías verla rápido!

Levi escuchó pasos apresurados y el sonido de teclas. No hubo respuesta verbal, por lo que entendió que su compañero estaba acatando órdenes.

―Enviado a su mensajería privada, señor ―informó el detective.

―Gracias Gunther ―respondió rápido. Gunther colgó.

En una calle llena de tiendas, Levi estacionó el auto con rapidez entre un camión y una camioneta en la banqueta, recibiendo miradas atentas de los peatones por su brusca forma de conducir. Abrió su bandeja de entrada de chats y abrió el primero que venía del chat de su escuadrón, que tenían conectado a las computadoras de la oficina para poder mover la información entre ellos. Hizo clic en el número telefónico que se marcaba en azul, esperando pacientemente a que Hanji contestara.

Un tono.

Dos tonos.

Tres tonos.

No esperaba más. Dejó la llamada sonando en altavoz mientras volvía a dirigirse a la calle, acelerando y a sacando sustos a la gente.

El trayecto a casa de Hanji duró en su mente alrededor de otro mes, mientras que en realidad sólo pasaban cinco minutos. Estaba acelerando lo más que le permitía el reglamento vial ("siempre preocupado, nunca fuera de la ley" era el lema de Levi), apresurándose a ir por los lugares que sabía que serían más fáciles de atravesar, y evitando las calles que normalmente estaban a vuelta de rueda por hora. Por ello, y luego de cinco intentos de llamada jamás contestada, al llegar a la reja de la zona privada donde vivía Hanji, su pecho se desinfló de alivio.

En la puerta estaba parado un hombre rubio, quien no lo reconoció. Levi sabía que este guardia no era el mismo de la última vez, por lo que bajó la ventanilla y sacó su identificación personal. El rubio se acercó a paso lento, y Levi quería apretar la bocina para que este dejara de admirar al auto y se apresurara a tomarle los datos.

―Buenas noches ―saludó el hombre, agachándose a la altura de la ventana, sonriente―. ¿A qué casa viene?

―Calle ciento cuatro, quinta casa, con Hanji Zöe ―respondió con rapidez, entregándole la identificación al hombre. Para meter algo de presión, detrás de ella iba su identificación policial, por lo que el rubio sólo la observó de reojo antes de asentir.

―Adelante. No tenemos estacionamiento de visitas, tiene que quedarse en la banqueta, o donde le indique la señora Zöe.

El hombre se alejó, dejando a Levi refunfuñando en voz baja por las advertencias innecesarias que lo seguían atrasando de llegar. La reja fue abierta, y apenas pudo medir la distancia entre estas y los espejos de las puertas, Levi aceleró y entró sin dar oportunidad a que fueran completamente separadas. Las ventajas de conocer bien tu auto.

Llegó a la calle de Hanji, se estacionó en el mismo lugar de la vez anterior y bajó con rapidez, dejando todas sus cosas dentro del auto y apagándolo sin cuidado. Cerró la puerta de un golpe, casi sin sentir el arrepentimiento del posible daño que hubiese provocado en ella, y subió la escalera de la entrada, brincando de dos en dos escalones.

Corrió a la puerta y tocó con fuerza, sintiendo un poco pasado el efecto, pero era demasiado tarde para detenerlo.

Escuchó los seguros de la puerta ser quitados, y las palabras ya le rozaban la lengua cuando fue abierta. Aunque su mirada estaba enfocada a unos centímetros más arriba de él, no encontró rostro que le devolviera la mirada, bajándola a una cabeza castaña que le llegaba a la altura del ombligo. Se quedó mudo un segundo, y cualquier cosa eléctrica que lo había mantenido cuerdo, lo soltó dejándolo como piedra en la entrada del departamento.

― ¿Eren? ―preguntó atónito.

El niño de brillantes ojos verdes sonrió, mostrando todos los dientes y una felicidad extrema.

― ¡Capitán Levi! ―exclamó el chico en reconocimiento.

Levi movió la cabeza en pequeños tics, tratando de entender qué ocurría ante él.

Paso 1) Visitar a los niños en el orfanato.

Paso 2) Asustarse porque el orfanato había cerrado.

Paso 3) Buscar respuestas.

Paso 4) Ir a buscar a Hanji a su departamento.

Paso 5) ¿Saludar a Eren?

Algo en su muy estructurado plan estaba fuera de código.

Levantó una mano y la pasó por su cuello, sintiendo lo duros que estaban los músculos desde esa zona hasta sus hombros.

―Hamm… ―soltó, sin saber qué decir.

Varios pasos se escucharon detrás, y pronto, los otros nueve niños aparecieron por la espalda de Eren, mostrando sorpresa ante la llegada del hombre. Levi sintió que sus ojos se saldrían de sus cuencas.

― ¡Eren, te dije que no abrieras la puerta hasta que yo me asegure de quién es! ―gritó una voz por algún lugar.

Levi levantó la cabeza de los niños hacia el fondo de la casa, viendo como Hanji salía del pasillo que conectaba el pasillo de cuartos con el pasillo principal, cargando entre sus brazos a la pequeña Krista, quien iba casi dormida contra su hombro. La mujer le devolvió la mirada con asombro, deteniéndose poco a poco en su andar mientras asimilaba la presencia del detective delante de ella.

Su blusa roja oscura de manga larga y cuello de tortuga, sus leggins grises claros jaspeados, y sus calcetines del mismo color, hicieron que Levi sintiera que pronto podría tener un rubor subiéndole a las mejillas, pues había pasado mucho, mucho, muchísimo tiempo, desde que había visto a Hanji tan hogareña y cómoda.

― ¿Qué haces aquí? ―preguntó Hanji con mirada acusadora, en voz baja, pues no iba a decir a gritos que le había prometido no volver. No delante de los niños.

Levi frunció el ceño y se sintió vivo de nuevo, soltando su respuesta en un tono molesto.

―El orfanato estaba cerrado.

Hanji frunció el ceño y apretó la boca.

―Niños, vayan a su habitación. El detective y yo tenemos que hablar cosas de adultos.

Todos asintieron, notando la leve cuerda floja que estaba tensándose más y más entre ambas autoridades. Poco a poco se alejaron de la entrada, corriendo por un lado de Hanji hacia el cuarto al fondo.

Eren se acercó a Levi y le rodeó por la cadera en un abrazo, sonriéndole como si nada malo estuviera pasando. Levi le devolvió la mirada.

―Me alegra que viniera ―admitió el chico antes de soltarlo.

Eren conocía lo implacable que era Hanji cuando se enojaba, así que no quiso jugar sus cartas y arriesgarse, dándose la vuelta y corriendo detrás de sus hermanos.

Cuando escuchó el portazo de seguridad, Hanji caminó hacia su pequeña sala y colocó a Krista (ya en sueños) en el sillón individual, acomodándola lo más acurrucada posible y tapándola con una manta que estaba en el respaldo, pero dejándola a la vista para captar si se despertaba.

Levi la esperó en la entrada.

Se cruzó de brazos mirando hacia el piso, entendiendo que los niños habían dejado el orfanato y ahora estaban ahí. A salvo.

Hanji apareció delante de él con rapidez, caminando hacia afuera. Él retrocedió como si tuviese una caja invisible entre ambos, que lo empujó inmediatamente hacia el barandal del pequeño balcón de la entrada, mientras Hanji emparejaba la puerta detrás de ella y salía con él.

Cuando se aseguró de estar solo los dos, la mujer le dio una mirada colérica, pero se reprimió y bajó la voz en un gruñido entre dientes, comenzando una conversación que se mantendría a ese volumen.

― ¡Te dije que no volvieras!

― ¡Te pregunté en qué te habías metido!