Alexandra Dan-Vers observaba los muelles de Dunton. Estaban a varias leguas de la Capital de Laindon, anclados en aquel puerto militar. Varios soldados se daban a la tarea de vaciar las bodegas de la embarcación contigua a la nave criptonita. Alex fingía no estar prestando demasiada atención, y para cualquier ojo poco entrenado, lo hacía bien. Descansando sus codos sobre la baranda, su cuerpo inclinado y su actitud relajada, parecía estar solo intentando pasar el tiempo. Después de todo, no tenían permitido desembarcar y no había demasiado que hacer mientras estaban allí. Pero no, Alex no solo pasaba el tiempo, su atención estaba bien despierta, apuntada hacia el movimiento en los muelles, en los almacenes. De la misma manera en que ella fingía su desenfado y falta de preocupación, los soldados que seguían acarreando cajas y barriles, yendo y viniendo constantemente, fingían también. El barril con la distintiva marca de óxido que dos hombres acarreaban en aquel instante, había pasado por delante de sus ojos más de media docena de veces. Aquellos soldados estaban allí para vigilar, y la sutilidad no era su fuerte. Alex sabía bien que algo allí olía a podrido. Apestaba. Pero la General Astra le había encomendado aquella misión y había sido bien clara al hacerlo. Nada de problemas, nada de conflictos. Escoltar a la Princesa Luthor hasta Krypton y absolutamente nada más.

Alex no estaba contenta y no le faltaban razones. Haber tenido que presenciar en silencio la discusión sobre los términos de aquel pacto y a la vez, tener que tolerar el desagradable rostro de Lex Luthor y sus estúpidos gestos. Aceptar sin protestas la prohibición de desembarcar. Pasar por alto el hecho de que los habían obligado a anclar a leguas de la Capital, en aquel puerto militar en medio de la nada. No, Alexandra Dan-Vers no estaba contenta, y todas sus alertas internas no hacían más que sonar desde que habían llegado a aquellas tierras. Pero no había nada más que hacer que esperar.

Alex sabía que Kara Zor-El tampoco iba a estar demasiado feliz una vez que la hicieran partícipe de todo aquel asunto. Ya le había costado bastante aplacar la rabia de Kara en cuanto Zor-El le había prohibido terminantemente que acompañase a la General Astra. Y eso sin contar que, por alguna razón, el Rey de Krypton había decidido mantener secretos los pormenores de aquel acuerdo. Pero Astra había estampado el sello real sobre el pergamino, haciéndolo todo oficial, y Alex no dejaba de preguntarse qué más Zor-El ocultaba. Que verdad desconocida podía justificar el precio que estaban pagando por aquella paz.

El nombre de Lena Luthor era uno al que Alex apenas había dedicado segundos pensamientos. Pero desde que la paz había sido firmada, ya no podía pensar en nada más. La hermana bastarda del Rey, la futura esposa de Kara. Jamás en sus más salvajes predicciones Alex hubiese pensado en aquella posibilidad. Hasta entonces había estado convencida de lo imposible de aquel escenario; el Rey de Krypton aceptando unir su familia a la de sus enemigos, los mismos que llevaban años intentando borrarlos de la faz de la tierra. Y ahora Lex Luthor, el hombre que quizás más odio promulgaba hacia la sangre criptonita, había logrado convencer a su Rey de firmar aquel pacto. Si se esforzaba, Alex incluso podía entender las razones de los Luthor para proponer aquella locura. Era un secreto a voces que las arcas de Laindon sufrían de vacío desde hacía ya buen tiempo. Las compañías mercenarias abandonaban sus filas, sus ejércitos estaban compuestos enteramente por poco más que campesinos demasiado jóvenes o viejos para levantar una pica.

—Mi Capitana?

Alex se giró. Un joven recluta la observaba con ojos nerviosos, ofreciendo un pergamino enrollado. Alexandra estiró su brazo y con un gesto de su cabeza dio permiso a su hombre para avanzar. El muchacho no tardó en entregar el mensaje. Alex lo abrió, y antes de comenzar a leerlo, volvió la mirada hacia el ansioso recluta.

—Ve a hacer algo útil, si es necesario enviar respuesta te lo haré saber.

El joven desapareció de su vista en apenas un instante, probablemente aliviado de no tener que quedarse por demasiado tiempo frente a la capitana.

A pesar de estar escrito en la lengua común, Alex no tardó en leer aquel corto mensaje. Sin demasiadas formalidades, el Rey de Laindon los ponía sobre aviso del arribo de la princesa Luthor. Alexandra no había estado esperando por un banquete, o días de festejo en la Capital para despedir a un miembro de la Familia Real, como hubiese ocurrido en Krypton. Pero al menos, había creído que iban a tener que pasar algunos días en la ciudad. Una reducida estadía en el castillo. Algo que diese un poco más de formalidad a aquel asunto. Ya le había causado suficiente sorpresa que la General Astra decidiese no esperar por la princesa, dejando en sus manos toda representación oficial. Ella, que no pasaba de ser solo la Capitana de la Guardia de Kara Zor-El. Un rango que estaba orgullosa de llevar, pero de allí a pretender que era rango suficiente para encabezar semejante encargo… No. Alex sabía que aquello no era lo usual.

Volvió a enrollar el pergamino. A sus espaldas, en el horizonte, el sol comenzaba a ponerse. Los soldados en los muelles seguían con su pantomima, cada poco, dedicando miradas de soslayo a la nave criptonita. Movió su mano a la empuñadura de su espada, cerrándola sobre el pomo. Aquello olía mal, terriblemente mal. Pero no había nada que hacer más que esperar.

Lena despertó sobresaltada por el ruido de una puerta que se abría. La luz de una vela atravesó el umbral y la Princesa reconoció a su doncella, que avanzaba hacia ella. Se sentó, intentando entender qué ocurría, pero antes de poder formular palabra, la voz de Jess le llegó.

—Señora Lena, es hora.

—¿Es hora? —Lena corrió la mirada hacia la ventana. Aún no amanecía, eran las horas muertas de la noche— Jess… ¿Qué haces aquí?

La doncella encendió el candelabro sobre la mesa de noche, una sonrisa nada convencida sobre su rostro.

—El Rey ha enviado por ti. Tu escolta está preparando el carruaje.

—¿El carruaje? —Lena se puso de pie, todavía intentando sacudirse de encima la somnolencia— ¿Carruaje hacia dónde?

—Hacia Dunton. Un barco nos espera. Partimos hacia Krypton antes del amanecer.

Lena Luthor no dijo más. Mil pensamientos le venían a la cabeza, pisándose unos a otros. ¿Cuál era la causa de tanta prisa? ¿Por qué su hermano estaba enviándola a Krypton en medio de la noche? Sabía que su partida iba a ser inminente pero aquella urgencia era exagerada. Apenas habían pasado un par de días desde la última conversación que habían sostenido. ¿Y qué razón podía haber para que la nave criptonita no estuviese anclada en los muelles de la ciudad, ahorrándoles el viaje en carruaje? Decir que la situación le levantaba sospechas era decir poco. Lena conocía bien a su hermano, sabía que siempre había un motivo detrás de cada una de sus decisiones.

—La Señora Lillian me hizo saber que el vestido turquesa es el adecuado para el viaje…

Jess continuaba hablando pero Lena ya no estaba allí. ¿Lex estaba esperando que marchase sin más, sin siquiera una despedida? Se levantó con ímpetu, ignorando las preguntas preocupadas de su doncella. Tomó su salto de cama, ajustándolo a su cintura, y asiendo el candelabro, abandonó su habitación.

—¡Lex!

Los dos guardias apostados a las puertas del Rey no se inmutaron, pero Lena no intentó entrar. Nadie tenía permitido entrar a las alcobas de su hermano, sin excepción.

—¡Lex! ¡Sé que estás despierto!

No lo sabía, pero lo esperaba. Si su hermano estaba dispuesto a enviarla a miles de leguas al otro lado del mar, sin saber siquiera cuándo iban a volverse a ver, sin mediar una sola palabra, Lena esperaba que estuviese despierto. Que la culpa le estuviese al menos, quitando el sueño.

Sintió los pasos descalzos, y la puerta se abrió. Lex hizo una seña y el guardia que con poco disimulo se había acomodado para intentar bloquear el paso de la princesa, se hizo a un costado. Lena no perdió tiempo, entrando a la habitación.

—Lena, por Dios. A estas horas... —Lex Luthor se acomodó en una de las amplias sillas al costado del hogar. Se frotó su rostro varias veces, en un intento por remover el sueño. Cruzó sus piernas y descansó sus brazos a sus costados, levantando la mirada hacia su hermana— ¿Y bien? Vas a explicar las razones por la cuál consideras prudente recorrer el castillo en mitad de la noche gritando a viva voz?

—¿Razones, Lex? ¿De verdad? ¿Despertarme a la hora del diablo con la sorpresa de que un carruaje espera por mí no te parece razón suficiente?

—Creo que la última vez que discutimos este asunto dejé bien en claro lo que podrías esperar de ahora en más.

Lena se desinfló. La angustia comenzaba a ganar terreno frente a la rabia. Verlo allí, con esa sonrisa estudiada. Con la mirada vacía de emoción. Avanzó, sintiendo la atención de su hermano sobre ella. Se sentó en la silla libre, al otro lado del hogar.

—Te conozco, Lex. Hay algo más. Sé que estás ocultando algo. Solías decírmelo todo…

—No Lena. Solías creer que no teníamos secretos. Pero nunca fue verdad.

Lena asintió con su cabeza, despacio, pegando la mirada al vacío.

—¿Kara Zor-El espera por mí en los muelles?

—No seas ingenua, Lena. Son muchas cosas, pero no imbéciles. Zor-El jamás habría dejado que su precioso engendro pisase estas tierras. Y bien por él, no sé si hubiese podido contenerme de atravesarla con mi espada allí mismo.

Lena torció apenas su cabeza, observando el perfil de su hermano que distraía la mirada entre las brasas vivas del hogar.

—No entiendo si es que los odias tanto como es que estás haciendo esto.

—¿Esto?

—Unir ambas familias.

La carcajada retumbó a lo largo de toda la alcoba. Lena apretó sus puños, pero no se movió. No reaccionó.

—Lena, cariño… Que pueda meterse entre tus piernas a hacer lo que sea que esa aberración hace no le da derecho alguno sobre nuestro nombre.

La princesa cerró sus ojos por un momento, controlando las palpitaciones en su pecho. No quería soltar emoción alguna, sabía que su hermano despreciaba aquel tipo de demostraciones. Que si la veía reaccionar, sus palabras iban a endurecerse aún más.

—¿Y qué va a ocurrir cuando tengamos descendencia?

Esta vez la pregunta fue suficiente para que la mirada de Lex volviese a ella. Lena leyó la burla en su rostro, pero también algo detrás, algo que olía a inseguridad, a preocupación.

—Sé que no tienes experiencia alguna en esos asuntos, hermana. Pero conociéndote, esperaba que te hubieses educado un poco hurgando en los estantes que bien prohibido tienes de tocar. Hasta donde sé, esa abominación no tiene nada diferente a lo que tú llevas entre las piernas.

—Conoces las historias. Las mismas que alguna vez me leías, Lex ¿Recuerdas? El cuento de las dos Reinas era uno de tus preferidos. Te preocupa ¿Verdad? Que no sean solo cuentos, que realmente haya algo de verdad entre todos los mitos.

Lex se levantó de un solo movimiento, caminando enérgico hacia la mesa.

—Cuentos para niños, Lena —El Rey tomó la jarra, sirviéndose una copa de vino— Son fuertes… es cierto. Los he visto volver al campo de batalla dos días después de frenar una lanza con sus vientres. Y no, por más que el Colegio se empeñe en hablar de pactos demoníacos, se que tiene que haber una explicación bien terrenal, lo sé ¿Pero sabes qué? —Lena alzó la vista hacia su hermano, sin soltar una sola palabra— Sangran. Como tú y yo. Mueren también. No hay nada místico detrás. Nada mágico.

—Sobreviven a heridas que nadie puede sobrevivir, Lex. Suena bastante místico. Y eso también está escrito en los cuentos.

Lex sorbió de su copa. Hizo una pausa.

—¿Tanto te complace la idea de concebir con ese engendro, hermana?

—Solo intento entender, Lex.

El Rey se apoyó contra la mesa, una de sus manos tomando el borde, la otra, alcanzando la copa a sus labios para un trago más. Se tomó su tiempo para acomodarla a un costado en cuanto su sed se dio por satisfecha.

—Lo que me gusta de ti, Lena, es lo irreverente que eres. Pero sabes bien que es algo que no puedo permitirte. Tus emociones siempre terminan desbordándose. Y aún así no aprendes, provocas, todo el tiempo. A pesar de que sabes que no tienes posibilidad alguna de ganar. A pesar de que la pelea está perdida desde el mismo día en que naciste, no puedes evitarlo. Eres la bastarda del borracho, de eso no hay dudas. Pero olvidas un detalle. Puede que Lionel decidiera dejarte llevar nuestro nombre, pero yo soy el único Luthor que realmente importa. No tú. —La mirada de Lex se oscureció— Y si resulta que el mismo Zor-El decide ayudar a su hija en la noche de bodas, si terminas concibiendo otro de esos engendros… No va a ser un Luthor, Lena. Nunca lo va a ser.

—Lo sería para ojos ajenos, Lex. La unión de ambas Casas.

Lena pudo ver la sonrisa nacer en los labios de su hermano, justo antes de que la copa la ocultara. Y esta vez, era sincera. Y taimada.

—Quizás. Pero no deberías perder el sueño en estos asuntos. —Lex abandonó la copa sobre la mesa una vez más y se acercó a su hermana, ofreciendo su mano hacia ella— Sé que lo sientes personal, Lena. Sé que piensas que estoy haciendo esto porque no me importas lo suficiente. Y como de costumbre cuando se trata de mí, te equivocas.

—Lex… —Lena tomó la mano de su hermano, poniéndose de pie— Sé que hay más que no estás diciéndome…

Lex la soltó. Su mano subió hasta el rostro de la princesa y uno de sus dedos se apoyó sobre sus labios, callándola.

—No. No me interesa lo que tienes para decir. Lo único que tienes que saber es que esto, este matrimonio, este pacto, es por el bien de nuestra familia. Y debería ser razón suficiente para que por una vez, agaches la cabeza y hagas tu parte.

Lex bajó su mano, pero no la mirada. Y Lena tampoco. La pausa se alargó hasta que el Rey la rompió, retrocediendo sin dar la espalda a su hermana, señalando la puerta.

—Ve, Lena.

Lena dedicó una mirada más a su hermano. No sabía cuando iba a volver a verlo, pero en aquel momento y quizás por primera vez en su vida, deseó que aquella fuese la última. Dejó la alcoba del Rey sin mirar atrás. Caminó los pasillos del castillo sintiéndolos ajenos, sin reconocer un solo rincón del único hogar que alguna vez recordaba haber tenido. Quiso sentir tristeza, enojo, algo. Pero lo único que le quedaba dentro era vacío. Ya no se frenó a pensar. Cuando su carruaje atravesó la ciudad dormida, dejándola atrás, Lena decidió que ya no iba a volver a sentir pena por sí misma. Iba a ahogar cada una de sus emociones. De ahora en adelante no pensaba permitirse una debilidad semejante. Nadie iba a volver a lastimarla.

Alex ajustó las tiras de su pechera de cuero. Tomó su espada y la enfundó en la vaina. Cerró su mano sobre el picaporte e hizo una pausa para dar un último respiro. Apenas amanecía, pero la Princesa Luthor estaba al llegar. Si sus cálculos eran correctos habría tenido que viajar buena parte de la noche. Abrió la puerta de su cabina y se apuró hacia la cubierta. El aire fresco de la mañana le pegó de lleno, pero no alcanzó para quitarle de encima la pesadez de una noche en vela.

El carruaje de la Princesa Luthor no tardó en aparecer desde el gran umbral que hacía de entrada a aquel puerto militar. Alex ajustó su pechera de cuero una última vez, estirándola hacia abajo con sus dos manos. Era un gesto nervioso más que una preocupación por su atuendo. Alexandra Dan-Vers sabía de sobra que aquella situación le quedaba grande. Laindon y su familia Real le importaban bien poco, pero mal que le pesase, aquella mujer iba a convertirse en la esposa de Kara Zor-El. Que solo ella estuviese allí plantada, y que ni siquiera le diesen permiso de formar a sus soldados en los muelles y recibirla con al menos algún resto de decoro, era algo que Alex no podía entender.

La tripulación terminaba con las últimas preparaciones antes de zarpar. Alex se ubicó lo más cerca que pudo de la pasarela, quitándose del camino del capitán de la embarcación y sus hombres, que se encargaban de que todo estuviera listo para partir una vez que la Princesa Luthor estuviese a bordo. Al menos habían tenido suerte. Desde la noche anterior el viento se mostraba favorable. Alex vio el carruaje frenar al final de los muelles, y detrás, apenas media docena de soldados montados. Había estado esperando una comitiva entera, y al menos, algún nombre de importancia, pero no parecían ser más que guardias sin rango. Juntó ambas manos tras su espalda. Repitió el saludo en su cabeza. Llevaba años sin hablar la lengua común y sabía de sobra que su acento jamás había sido el mejor. Pero esperaba al menos ser lo suficientemente clara para hacerse entender y no terminar avergonzándose a sí misma. La General Astra tendría que estar allí, recibiendo a la Princesa, pero no lo estaba. Aquel asunto, tristemente, quedaba por completo en sus manos.

Las puertas del carruaje se abrieron al fin y una mujer menuda y vivaz emergió de él. Alex la vio girarse hacia el interior del carruaje. Llevaba varios segundos intentando entender si aquella mujer de vestidos simples y manierismo relajado era realmente la hermana del Rey, cuando la vio. Era difícil adivinar cada detalle de su rostro desde aquella distancia, pero su porte era todo lo real que podía esperarse de una princesa. La vio aceptar la ayuda de su doncella, y como si apenas le tomase algún esfuerzo, deslizarse fuera del carruaje, mirando a hacia ambos lados con disimulo. La media docena de guardias que la acompañaban comenzaban a acarrear los bultos, moviéndose hacia la embarcación. La Capitana se irguió todo lo que pudo, intentando hacerse más alta de lo que ya era.

Alex dio la voz en cuanto los guardias de la Princesa Luthor llegaron al lado opuesto de la pasarela. Sintió la duda de sus cuatro reclutas, pero una mirada bastó para que se dieran a la tarea de acarrear el equipaje hacia la cabina en que Alex planeaba ubicar a la princesa. Había esperado más, mucho más. Incluso había obligado a varios de sus hombres a poner orden en la bodega para así contar con algún espacio extra. No iba a ser necesario, evidentemente.

Ni siquiera un solo guardia ofreció ayuda a la Princesa Luthor. Alex vio la mirada que la mujer estaba dedicando a la insegura pasarela. La observó peleando contra los pliegues de su vestido, intentando levantarlos del suelo mientras su doncella la asistía. Aquel atuendo parecía extraordinariamente incómodo y completamente inadecuado para un viaje a través del mar. Alex se preguntó si aquel tipo de vestimenta era usual en las mujeres nobles de aquellas tierras. No tenía demasiado conocimiento del asunto, Lena Luthor era la primera mujer noble de Laindon en la que Alex posaba sus ojos. Aquel reino reservaba un trato especial para ellas, o para la minoría de hombres que también eran tildados de sangre débil.

Cuando el último de los baúles estuvo a bordo, Alex la vio avanzar con inseguridad, intentando afianzarse al brazo de su doncella que a la vez, se aferraba con trabajo a la soga de la pasarela. La Capitana suspiró, negando con su cabeza al ver a la escolta de la Princesa Luthor dar media vuelta y comenzar a alejarse. La pasarela seguía, técnicamente, siendo parte de la nave. Alex no le dio más vueltas, y pretendiendo toda la seguridad que no sentía, se adelantó.

Dos ojos verdes, increíblemente despiertos y asustados, le apuntaron por un instante. Alex no sé freno, avanzando con pie seguro hacia la princesa.

—Mi nombre es Alexandra Dan-Vers. Capitana de la Guardia de Kara Zor-El, la heredera al trono de Krypton. —Alex se felicitó a sí misma por lograr soltar cada sonido de aquel idioma extraño sin terminar enredándose la lengua— Si me permite, Princesa…

La Capitana extendió su brazo, invitando a la mujer a tomarlo. Hubo una pausa larga e incómoda. Alex estaba a punto de repetirse, pensando que quizás su pronunciación no había sido tan aceptable como había creído, cuando al fin, la Princesa levantó la mirada de nuevo sólo por un momento y con un gesto inseguro, aceptó la ayuda ofrecida. Bastó un instante para que Alex notase el golpe en el rostro de la mujer. Se notaba el cuidado puesto en ocultarlo tras polvos y colorete, pero en la cercanía, era fácil de distinguir. Alex intentó no fijar la mirada, y haciéndose hacia el costado, comenzó lentamente a cruzar la pasarela, dando una mirada hacia atrás, asegurándose que la doncella avanzaba junto a ellas.

Cuando al fin lograron abordar, Alex tomó distancia, quedando de pie frente a las dos mujeres. No tenía demasiada idea de que decir ni hacer. Jamás se había enfrentado a una situación semejante y Rao sabía que la diplomacia nunca había sido su fuerte. Carraspeó, ganando algo de tiempo. No pudo evitar detenerse una vez más sobre el rostro de la Princesa, que apenas levantaba la vista. Era hermosa, sin discusión alguna. Alexandra había escuchado las historias, incluso había visto con sus propios ojos el único cuadro en todo Krypton que retrataba a la familia Luthor, pero había creído que el artista se había tomado algunas licencias. Habiendo conocido a Lex en carne y hueso, un hombre que apenas resaltaba entre otros, se hacía difícil creer que ambos compartían padre.

—Su cabina está lista. El equipaje espera allí también. ¿Puedo mostrarle el camino?

Alex tuvo que poner todo de sí para convencerse de que no estaba haciendo el papel de idiota. No sabía si el trato que le estaba dando era el correcto ni si sus palabras se entendían de la misma forma en que las estaban pensando. Lena Luthor volvió a levantar la mirada brevemente, asintiendo con un gesto de su cabeza. Alex ya no esperó. Comenzó a avanzar en dirección a las cabinas, espiando sobre sus hombros cada poco para asegurarse de que las dos mujeres la seguían.

No iban a tardar en partir. Y si los vientos seguían mostrándose favorables, en menos de una semana harían puerto en Argo, en casa.