Hola a todos una vez más. Aquí está. Un capítulo nuevo. La verdad, me asombro de lo rápido que me está saliendo. O sea, ninguno es el N° 50 con LA pelea, pero es el prólogo de una nueva lucha que, me parece, tampoco se podrá despreciar sin más.

En fin, abrazos y agradecimientos a Kirito por su review, y un gran saludo a todos los demás que leen mi historia.

Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.

Bran

"¡Tenemos que largarnos de aquí ya!" exclamó Meera con rabia, cogiendo su lanza, cuya punta de acero había sido reemplazada por una de vidriagón, igual al de la daga que llevaba escondido entre su ropa.

Bran pudo ver que había algo más debajo de ese enojo: miedo.

Él también lo sentía después de ese encuentro.

"No podéis" dijo la voz de Hoja, que por primera vez parecía demostrar alguna emoción.

"Obsérvanos" le replicó Meera con sorna, reuniendo varios trozos de comida en una manta y haciendo un nudo para encerrarlos dentro.

Bran noto que varios Hijos del bosque más salían de las sombra, observando con atención a Hoja y Meera, y en menor medida a él.

"Él no estará a salvo ahí afuera" dijo una vez más Hoja.

"¡Él no estará a salvo aquí!" grito Meera, cada vez más enojada "¡No desde que obtuvo esa cosa!" dijo, señalando en su dirección "¡Él mismo lo dijo!" señaló ahora al Cuervo de Tres Ojos, que durante la acalorada discusión se había mantenido en silencio, aunque sus ojos cambiaban con perfecta calma de Meera a él.

Debajo de la piel de oso con la que estaba tapado, Bran sintió latir su brazo a partir de la marca que había obtenido. La marca que el Rey de la Noche le había dado. No se atrevía a mirarla por segunda vez: la primera casi lo había hecho llorar como un bebé.

"No ha terminado su entrenamiento. No está listo" replicó Hoja, sus ojos felinos brillando con peligro "Nosotros lo protegeremos"

Bran sentía que debía intervenir, pero no se atrevía. La culpa de que los hubieran encontrado era suya después de todo. Si hubiera hecho caso y no mirado de más….

"¡¿Aquí?!" exclamó Meera, al tiempo que abría los brazos, abarcando el túnel húmedo, mohoso y oscuro con ambas manos "¡Este lugar es una trampa mortal! ¡Si nos atrapan aquí, nunca saldremos!" miró ahora a Hodor, que más allá de no sonreír, no había demostrado verse afectado por las voz cada vez más alta de la chica "Levanta a Bran, Hodor. Nos vamos" le dijo.

"Hodor" dijo el amable gigante con mansedumbre, al tiempo que se inclinaba y lo levantaba sin dificultad.

Con la mejor posición, Bran vio sin problemas como Hoja y un par de Niños del Bosque más llevaban las manos a las dagas atadas con empuñaduras de enredaderas y raíces. Sintió un repentino temor por Meera, pero antes de poder pensarlo más otra voz se escuchó.

"Id con ellos" dijo el Cuervo de Tres Ojos, su voz sonando como el susurro del viento. Aunque ningún susurro podría haber sorprendido tanto a Bran.

¿Después de llamarlo desde Invernalia, de tenerlo allí por lunas enteras, de afirmar tantas cosas que le enseñaría, ahora tan solo lo dejaría ir? Una parte de él se sentía….. Traicionado.

"Escoltadlos hasta que estén a salvo. El nuevo Rey, en Invernalia, los protegerá" prosiguió el Cuervo, ajeno a lo que Bran sentía. Parecía dirigirse a los Niños del Bosque solamente; éstos intercambiaron miradas entre sí, dudosos.

"Quiere enviarme con Jon" comprendió Bran, luchando con una sonrisa. Aún se sentía traicionado. Pero quería volver a Invernalia "Mi madre estará ahí. Jon estará ahí. Y también su esposa y su hija" quería volver a recibir los besos de su madre, quería ver su sonrisa, la de Jon. Quería conocer a la familia de su hermano.

Mientras él pensaba en todo eso, su mente fue devuelta a la conversación, que proseguía "Pero él no ha com…" empezó Hoja. Pero por una vez el Cuervo parecía impaciente.

"Lo hará en el camino. Has de enseñarle lo que falta" dijo él, imperturbable.

Los ojos de Hoja exhibían mortificación "Yo no puedo…" intentó Hoja con voz más débil.

"No, no puedes. Pero lo harás. Es la única opción. No puede permanecer más tiempo aquí" en la voz del Cuervo había una ominosa certeza.

"Pero nuestra misión….." habló entonces otro Hijo del Bosque, este un macho.

"Está cerca de concluir. Considerad este el último encargo: llevadlo a un lugar seguro. Llevadlo con el Rey" Bran podría jurar que vio una pizca de ¿satisfacción? en los ojos del Cuervo cuando dijo la última palabra.

"Preparaos todos. No hay mucho tiempo, y el camino es largo" ordenó el Cuervo. Con vacilación, los Hijos del Bosque desaparecieron en la oscuridad de la cueva para volver al cabo de unos momentos y empezar a prepararse: llevaban bolsas de hojas entretejidas, y pieles de ardillas cosidas entre sí a manera de capas. En sus manos había una serie de armas de vidriagon: lanzas cortas, cuchillos, arcos y flechas.

Cuando todo estuvo listo, el Cuervo le hizo un gesto para que se acercara. En brazos de Hodor, Bran lo hizo.

"Recuerda: verás mucho, y sabrás mucho por ello. Serás listo. Pero listo no es lo mismo que sabio" dijo el Cuervo, su ojo rojo fijo en él "Un listo tiene mucho poder, pero un sabio es el que sabe cuándo usarlo. Sé sabio"

Bran no atinó a decir nada. Simplemente observó mientras Hodor lo alejaba del Cuervo de Tres Ojos.

La salida de la cueva fue larga, igual que lo había sido la entrada. Parecía una vida desde que eso había sucedido. Igual que en ese entonces, no iban solos. Verano abría la marcha, y detrás de él algunos Hijos del Bosque. Los demás iban detrás de Hodor y él.

"Meera debe ir última" pensó de pasada.

Resultó que era cierto. Fue la última en salir de la cueva, tapándose los ojos con la mano. La blancura del sol reflejada en la nieve le lastimaba los ojos tras tanto tiempo sin más luz que la de la antorcha. Hodor y él no estaban no estaba mejor.

Fue solo luego de que sus ojos se acostumbraran a la claridad y empezaran a moverse que notó que Meera no sonreía. Parecía sombría.

"Qué extraño. ¿Por qué no es feliz? Obtuvo lo que quería" ahora se iban, y si, estaban en peligro, y no podían olvidarlo.

Pero estaban volviendo al sur del Muro. A casa.

Catelyn

La costura. Siempre la había relajado, había despejado su mente, la había hecho enfocarse en una sola tarea. Cuando su esposo aún vivía, era una actividad que la había acercado a Sansa, la había hecho estrechar vínculos con su hija mayor. Al mismo tiempo, había sido una fuente más de tirantez con su hija menor. Luego de que terminara con el Pueblo Libre, la costura se había reducido en muchos sentidos: en calidad, en interés, y en motivación. Entre un pueblo más práctico, la costura la había hecho sentir así: productiva, útil.

Ahora, tras tanto tiempo, volver a hacerlo para más que un propósito práctico se sentía…extraño. No malo, pero extraño.

Pero así era. En verdad, estaba cosiendo por gusto. Y lo que aumentaba la particularidad de la situación era la compañía que mantenía. Junto a ella, tan cerca que podía extender su mano y tocarla sin problemas, Jeyne mantenía la mirada gacha mientras se enfocaba en su propio trabajo.

Estaban en la habitación en que las niñas de Invernalia se había reunido una vez para coser, contar pequeños chismes y reír con la alegría y despreocupación de la juventud. No le resultaba difícil imaginar esa época: bastaba con eliminar los sacos y cajas que se acumulaban en las esquinas de la habitación y las flechas guardadas en un pequeño barril junto a la puerta y limpiar el polvo del piso, y ahí estaba: un circulo de jovencitas sentadas, y entre ellas sus hijas, Sansa en perfecta armonía con el ambiente y Arya destacando como una pequeña rebelde.

"¿Se ve bien?" la voz de Jeyne susurró, sacando a Catelyn de sus recuerdos.

No tenían hermosas telas compradas u obsequiadas por otras damas nobles, por lo que Catelyn se había conformado con retazos de telas, pieles e hilos sobrantes que había usado en una u otra ocasión para crear ropa para Ygritte, Minisa y Jon. Jeyne tenía un sus manos una costura sencilla de color negro, y sobre ella empezaba a bordar una forma de cuatro patas de color blanco.

"Muy bien" le dijo, obteniendo una diminuta sonrisa de la muchacha "Un gato, ¿verdad?" preguntó.

Jeyne asintió "Fue mi primera mascota, cuando era pequeña. Siempre se colaba en mi cama cuando trataba de dormir: nunca pude echarlo. Me gustaba demasiado" recordaba con nostalgia "¿Qué hacéis vos, mi señora?"

"Catelyn" corrigió con suavidad: no le gustaba esa formalidad con Jeyne. De hecho, casi no le interesaban más esas formalidades "Es un sello para una manta. Para Minisa, la hija de Jon" la sonrisa apareció en su rostro tan solo de pensar en la bebé y en su padre. Alzó un poco la tela de color rojo, mostrando el contorno de color blanco que iba adoptando la forma de un lobo.

Los ojos de Jeyne se pusieron húmedos "A veces, a veces…..me siento horrible. Cuando él, cuando nosotros…cuando éramos niños, lo ignoraba, a veces me burlaba de él por lo bajo" la niña sacudió la cabeza, y se pasó una mano por el rostro para borrar las lágrimas "Y él….él, me salvó. Me alejó de…." la niña se atragantó con sus palabras, y luego empezó a toser. Se veía angustiada.

Catelyn dejó caer la costura olvidada en su regazo cuando se levantó y tomó una jarra y una copa de madera de una mesa cercana.

"Bebe. Tranquila" le dijo a Jeyne, acercando el agua a sus labios. La niña bebió, y Catelyn le acarició la espalda con dulzura. Cuando Jeyne bajó la copa, su mirada volvía a evitar la suya, eligiendo mirar a su costura en silencio.

Catelyn resistió un suspiro de alivio y pena, y sintió la rabia creciendo al pensar en el hijo de Roose Bolton: viendo como había afectado a Jeyne, y pensando en los otros horrores que había perpetrado, Catelyn se encontró pensando que la muerte que Jon le dio era demasiado buena para él.

"Sabes, Jon no te guarda rencor. No creo que lo haya hecho nunca" Jon no era así, ahora lo sabía "Eráis niños"

"¿Y tú? ¿Eras una niña cuando lo despreciabas y lo tratabas como mugre en tu vestido?" esa voz de desprecio por su antiguo yo se manifestó, haciéndola lamentar una vez más sus actos pasados.

"Me alegro" dijo "Es bueno" murmuró Jeyne.

"Sí. Lo es. Me perdonó a mí también" respondió Catelyn "Hasta permitió que su hija lleve el nombre de mi madre" le confió con una sonrisa. "Y me ama" pensó, pero no le dijo eso a Jeyne.

Una idea surgió de repente: tal vez Jeyne querría conocer a Minisa. Ella y Sansa hablaban a menudo de cuando tuvieran bebés y familias propias; quizás ver a la bebé le haría bien. Tendría que hablar con Ygritte al respecto.

No se quedaron mucho más allí: una vez que hubieran cosido un poco más, Catelyn le informó que debía retirarse. Tenía obligaciones como la dama del castillo. Jeyne pidió acompañarla una parte del camino, antes de irse a sus habitaciones. La niña aún se sentía incómoda en Invernalia, y la presencia de tantos extraños en el castillo no ayudaba. Catelyn accedió.

Fue en el camino que pasaron por un patio en el cuál una veintena de mujeres de las lanzas se habían reunido. Catelyn notó un barril abierto y tazas en la mayoría de las manos. La mayoría de las mujeres de las lanzas eran jóvenes: risueñas, hablaban entre sí mientras una de ellas se inclinaba sobre una chica menuda de cabellera castaña que tenía el brazo izquierdo descubierto hasta el hombro. Parecía estar haciendo un tatuaje en el hombro. Otras dos parecían impacientes mientras las miraban. Claramente esperaban un turno.

Mientras se alejaban, Catelyn no pudo evitar notar que la mirada de Jeyne se detenía un largo momento en las mujeres de las lanzas.

Poco después de separarse de Jeyne, encontró a Ygritte. O más bien, Ygritte la encontró a ella. En sus manos había un pergamino sellado.

"Léelo. Acaba de llegar" le dijo simplemente. Catelyn no pudo evitar notar las ojeras de la mujer. Estaba durmiendo mal. ¿Algo le había pasado?

Parpadeando, abrió el pergamino y empezó a leer. Cuando terminó, solo un pensamiento se mantuvo claro en su mente.

Necesitaba a Jon. Aquí. Ahora.

Garlan

La Guardia Real los dejó pasar sin problemas: claramente había sido informado de la llegada de todos ellos. Garlan pasó primero, como correspondía al comandante del ejército: detrás de él, una docena de hombres más los siguieron, capas verdes, rojas y doradas ondeando a sus espaldas.

En el interior del recinto suntuosamente decorado, una mesa intrincadamente tallada dominaba el centro de la habitación. Dentro los esperaban los miembros del Consejo Privado. Kevan Lannister, estoico como siempre, con la espalda recta y un aire de sobriedad que inducía un respeto casi inmediato por el hombre. Qyburn, el maestre de dudosos orígenes que había caído en las buenas gracias de la Reina Cersei y que permanecía en un puesto tan importante debido a su capacidad como Maestro de los Susurros. Harys Swift, suegro de Ser Kevan, un hombre con escasa barbilla y aún menos carácter: si le interesara adivinar, diría que aún era parte del Pequeño Consejo por el hecho de que no podían entrar un reemplazo adecuado como Maestro de la Moneda. El Gran Maestre Pycelle, anciano y casi ajeno a todo; parecía sumido en sus pensamientos, su mano se movía distraídamente, acariciando la barba que ya no estaba y había sido reemplazada por unos pocos hilos canosos que no cubrían la boca desdentada, la barbilla escasa y la piel arrugada que colgaba de su cuello.

Y en la cabecera, con un asiento francamente ridículo en forma de mano, su padre estaba hinchado de orgullo, lo que solo se incrementó cuando lo vio al frente de la comitiva recién llegada.

Ser Garlan se detuvo frente a la mesa del Consejo, mientras los otros hombres se alineaban detrás de él.

"Ser Garlan, buenos caballeros, bienvenidos" empezó su padre con pompa "Habéis sido llamados a esta importante reunión, para dejar en claro cuáles han de ser los parámetros y los objetivos que perseguiréis noblemente en vuestra marcha contra los salvajes y traidores que asolan el norte de este nuestro bendito Reino"

No por primera vez, Garlan se preguntó por la aparente necesidad de su progenitor de discursos largos y elaborados para todos los asuntos, hasta los que requerían una mentalidad más breve y concisa. Cuando el Señor de Altojardín y Mano del Rey abrió la boca para seguir, Ser Kevan se le adelantó.

"Se espera de vosotros que derrotéis a los salvajes y a los norteños rebeldes que se han unido bajo Jon Nieve, el hermano bastardo de Robb Stark" declaró el Lord Regente con brusquedad "Es particularmente importante que Jon Nieve caiga. Su muerte será la ruptura absoluta de cualquier alianza entre norteños y salvajes, enemigos tradicionales por naturaleza. Acabad con el líder de la manada, y los demás lobos se despedazarán entre sí"

"Ahí está" pensó Garlan "Una explicación sencilla y concisa. No es tan difícil padre"

Su padre hizo otro intento de hablar, pero Ser Kevan se adelantó una vez más.

"Sin embargo, tendréis un segundo encargo. Debéis tomar a todos los norteños y ribereños nobles que están aprisionados en Los Gemelos y traerlos de vuelta a Desembarco del Rey. Se encuentran sumamente expuestos allí, particularmente con los hostigamientos de los lacustres del cuello y la toma de Foso Cailin por los hombres de Jon Nieve"

"Si el Foso cayó y los hombres rana lo apoyan, Jon Nieve tiene asegurado un paso al sur" comprendió con facilidad.

"Esos prisioneros son valiosos para el Trono del Hierro; Walder Frey los ha desperdiciado en sus celdas, complaciéndose con amenazar a sus familias y reírse de su miedo, pero son imprescindibles para devolver al Norte a la Paz del Rey" continuó Ser Kevan "Debéis traerlos a Desembarco del Rey, desde dónde se podrá disponer de ellos con seguridad"

Garlan asintió antes de hacer la única pregunta que sentía importante "¿Cuándo partimos?"

Por primera vez, Kevan Lannister demostró una pizca de emoción: una insatisfacción en sus ojos que era imposible de ocultar. Su padre por otro lado no intentó ocultar su desdén por su pregunta:

"Pronto" le dijo, restando importancia con un gesto desdeñoso de la mano "El Septon Supremo organizará una gran ceremonia para bendecir a los valientes guerreros de los Siete que irán a pelear contra los salvajes paganos. Serán unos pocos días"

"¿Días? Malditos sean los dioses. Cada día perdido es un día más para que Jon Nieve se entere del ejército que marchará y se prepare en consecuencia. Sin mencionar el invierno" el frío se sentía incluso en la capital, y Leonette lo había mencionado en su última carta. N estaban para perder tiempo en ceremonias inútiles, pero no era tan tonto como para decirlo en voz alta.

El resto de la reunión pasó como un borrón: formalidades y detalles menores, junto con informes de su parte y de los otros comandantes del ejército sobre los hombres que comandaban, sus armamentos, suministros y provisiones.

Mientras su padre descartaba la mayoría de los hechos por la feliz ilusión de que sería una campaña simple para expulsar a unos pocos salvajes y poner a un par de norteños rebeldes en su lugar, Ser Kevan era su contrario evidente, mencionando la falta de apoyo que podrían esperar de las casas ribereñas más allá de los Frey y la dificultad de encontrar suministros en las Tierras de los Ríos devastadas por la guerra como situaciones inevitables y que los forzarían a cuidar sus líneas de suministros y guardar bien su convoy de alimentos. Garlan luchó por fingir que escuchaba con atención a los dos, cuando en realidad solo lo hacía con el segundo.

Cuando la reunión acabó, Ser Garlan salió seguido de los otros comandantes. Algunos de ellos lo detuvieron en los escalones, conversando brevemente antes de retirarse para ver a sus hombres. Como él, no les satisfacía la situación y estaba más que disgustados por la pérdida de tiempo en las ceremonias de la Fe.

Cuando el mismo se alejaba, vio una figura de túnicas amplias por el corredor: Qyburn. Apenas dedicó un momento a verlo escabullirse en otra dirección, y no le sorprendió que fuera por el mismo camino que, hasta dónde sabía, llevaba a las cámaras de la Reina Madre: según los rumores, tras su paseo de la vergüenza, Cersei Lannister solo convivía con el sanador de dudoso origen y con su hijo. Las noticias del asesinato de la princesa Myrcella en Dorne solo habían fortalecido esta nueva rutina de la viuda del Rey Robert.

Jon

Más señores menores sumaron sus fuerzas al ejército mientras marchaban, todos con la esperanza de mantener sus posesiones a salvo de despojos de su parte o ataques por el Pueblo Libre. Cuando cruzó nuevamente el Cuchillo Blanco, tenía quinientos norteños para complementar a los nueve mil guerreros del Pueblo Libre que habían salido de Fuerte Terror luego de su caída. En otras circunstancias se habría alegrado por las nuevas tropas, pero ahora su mente estaba demasiado atribulada.

El motivo más reciente de ello era la bolsa de cuero de gran tamaño que cargaba siempre. Colgando de su hombro por una correa larga, la bolsa era más liviana que su espada, pero su contenido se sentía mucho más pesado. Las cartas y papeles encontrados por Sigorn en Fuerte Terror revelaban muchos de los actos de Bolton que nunca se habían sabido, y explicaban varias cosas que Jon no habría entendido sin ellas. El gran tesoro encontrado en la fortaleza era una de ellas.

Los Bolton llevaban muchos años mintiendo y engañando a la Casa Stark: desde la época de William Stark, el abuelo de su abuelo, y Raymun Barbarroja, el Rey más allá del Muro que lo había precedido. Alterando el número en los informes de cuántos vasallos podían reunir, el estado de sus reservas de alimentos y la cantidad de gastos e inversiones en estructura y cosechas. Los excedentes en riqueza eran acumulados por los Bolton en secreto: el resultado, una gran cantidad de oro que podían usar para sus propios fines.

También en Fuerte Terror se encontraba la recompensa de los Bolton por su papel en la Boda Roja: una cantidad nada insignificante de oro proveniente de los Lannister y que llenaba hasta rebosar los doce carros más grandes de todos los que transportaban las riquezas. En los papeles estaba el precio final que los Bolton habían obtenido por su traición, y Jon había estado pasmado al leer la cantidad de oro que había cambiado de manos.

Una parte de sí mismo hubiera querido arrojar al mar ese oro: era el precio por la sangre y la vida de Robb. Pero sabía que no podía: lo necesitaba, su pueblo lo necesitaba para comida y suministros para el invierno. No tenía más opción que aguantar.

El oro también le daba una sensación amarga, algo que no entendía del todo, pero que le hacía sentir que algo faltaba, que una parte de la historia que explicaba todo el oro y las cartas y papeles Bolton estaba aún oculta a sus ojos.

Podía ser solo un presentimiento tonto; después de todo, aún no acababa de leer todos los papeles Bolton. Quizás esa sensación era simplemente incomprensión. Tal vez ya sabía todo, y no había nada oculto a sus ojos. Quizás era simple paranoia.

"O quizás no. Puede haber más enemigos, ocultos a plena vista" no podía permitirse creerse a salvo. Robb había creído estarlo, y no había visto las mandíbulas cerrándose en torno a él hasta que fue demasiado tarde.

Invernalia no podía llegar lo suficientemente pronto, y su familia no podía estar en sus brazos a tiempo. A tiempo sería tarde, y tarde sería un martirio. Ni siquiera se molestó en ocultar su sonrisa cuando se acercó a las murallas.

Con un movimiento de riendas hizo girar a su corcel y cabalgó un breve trecho de vuelta "¡Reúnanse con los demás! ¡Asentaos! ¡Coman, beban, y descansen!" comandó a las tropas. Luego, sin detenerse, cabalgó un poco más devuelta, ignorando las largas filas de guerreros fuertemente armados.

No se detuvo hasta llegar a dónde iban los antiguos sirvientes y trabajadores de Invernalia. La mayoría aún viajaban en carros: recorrer grandes distancias a pie les llevaría más tiempo luego de las mazmorras de Fuerte Terror. Unos pocos se habían bajado de ellos, pero casi todos miraban el gran castillo en el que habían vivido y servido con temor o reverencia, sin duda recordando tiempos pasados, buenos y luego malos.

"Os digo lo mismo: descansen. Coman y beban. Cuando haya tiempo, nos encargaremos de ustedes. No se preocupen, tendrán voz en su destino" vio una cara conocida, y a la que empezaba a apreciar, y desmontó para acercarse a ella "Sabes, Jeyne está en el castillo. Jeyne Poole, ¿la recuerdas?" le dijo a la pequeña Beth Cassel.

Los ojos de la niña se agrandaron "¿En verdad?" preguntó, casi chillando, sus ojos brillando con expectativa "¿Está bien?"

"No ha estado en una mazmorra como tú. Aunque tal vez hubiera sido mejor para ella" pensó Jon, pero no lo dijo.

Jon asintió a la niña, ignorando la piel anormalmente pálida por el largo encierro, las mejillas demacradas y el cabello ligeramente sucio "Los rostros conocidos harán mucho bien" dijo, o al menos eso esperaba.

Beth alzó un poco más la barbilla antes de volver a preguntar "Los…los salvajes dicen que L-Lady Catelyn está aquí" dijo. Sus ojos volvían a brillar con expectativa.

"Así es" dijo, sintiendo el comienzo de una sonrisa propia al imaginar a Catelyn, y por ello decidiendo no retrasar más ese y los otros encuentros que ansiaba "Estoy seguro de que también vendrá pronto. Por ahora, ponte cómoda" le dijo, antes de asentir hacia ella y los demás y volver a su montura.

Si no recordaba mal, era costumbre que la Dama del Castillo esperara a su señor a las puertas para recibirlo. Quizás algunos señores norteños, que se habían reunido allí para verlo llegar y posiblemente hablar con él, pensaban lo mismo, pero no le parecía algo importante. En todo caso, él no era un señor, Ygritte estaba lejos de ser una Dama, y aunque Catelyn lo era, no convenía que ocupara ese lugar si no querían dar indicios de lo que tenían.

"Aunque tal vez eso pueda cambiar en el futuro" pensó. Tras los saludos pertinentes, no se sorprendió cuando las peticione para reuniones y encuentros llegaron. Retrasó la mayoría hasta el día siguiente alegando cansancio y deseos de ver a su familia, mientras que una pequeña tendría lugar más tarde para discutir la logística de su ejército, en preparación de la marcha hacia el sur.

Unas preguntas a los guardias indicados le dijeron lo que necesitaba saber. Con pasos largos, se dirigió a su habitación. Aunque oficialmente la compartía con Ygritte, era tácito el hecho de que Catelyn era bienvenida allí. Por ello no se sorprendió de encontrarlas a ambas ahí.

A punto de saludar a ambas, las miradas que le dieron mataron su sonrisa, junto con su emoción. Algo había pasado, y no era nada bueno.

Poniéndose en pie de un salto (Ygritte debía ser más cuidadosa, por tener a Minisa en sus brazos) Catelyn corrió en su dirección. Envolviendo sus brazos en torno a su cuello, lo atrajo hacia ella y unió sus labios. Embriagado por su audacia y la suavidad de sus labios, no se resistió cuando ella le rogó entrada. Sus leguas se rozaron con pasión, y pudo sentir un ligero sabor a vino en los labios de la mujer.

Apenas se hubieran separado Ygritte lo atrajo para un beso propio, que aunque menos apasionado que el de Catelyn, también disfrutó. Cuando se separaron se inclinó y besó la cabeza de su hija, que lo miró con sus brillantes ojos y sonrió cuando le entregó su dedo para que jugara. Habría sonreído solo por eso, pero las miradas de sus dos mujeres aún eran demasiado serias para su gusto.

"¿Qué ha sucedido?" preguntó a ambas.

Catelyn le hizo un gesto para que esperara. Observó mientras iba a una mesa cercana, cogía varios pergaminos y volvía con ellos. Sin palabras, extendió el primero y se lo entregó. Lo cogió con una mano y leyó.

Era una misiva de Winafrid Manderly, la nieta de Lord Wyman y gobernante en funciones de Puerto Blanco mientras su padre se recuperaba de su cautiverio y su abuelo estaba en Invernalia. Escribía por unos rumores que se había propagado como fuego por la ciudad; llegados de Puerto Gaviota, en el Valle, informaban de la aparición de Sansa y su actual residencia bajo el techo de Lysa Arryn, la hermana de Catelyn.

"Por todos los dioses" pensó, sintiendo náuseas.

"Cat….." antes de que pudiera seguir, fue callado. El pergamino en sus manos fue arrebatado y reemplazado por otro. Con un gesto casi idéntico de ella y de Ygritte, Jon bajó la mirada y recorrió las líneas escritas.

Venía del oeste. Concretamente, de Bosquespeso. Dos barcoluengos de los Hijos del Hierro habían desembarcado en sus costas. Inconscientes del peligro, se habían acercado al castillo. Tras una breve escaramuza, la mayoría de ellos habían sido capturados y desarmados. El interrogatorio había sido breve y esclarecedor: estaban allí por Asha Greyjoy. Al parecer, había disensión en las islas contra el nuevo gobernante, y los rebeldes necesitaban a la hija de Balon Greyjoy para luchar contra el hermano de éste, Euron Ojo de Cuervo.

"Maldita sea" las palabras se atragantaron en su garganta, incapaces de salir. Alzó la vista, pero antes de poder siquiera separar los labios, Catelyn repitió el proceso de antes. Hacer un gesto para que esperara y arrebatar el pergamino de sus manos. Por el bien de su cordura (y para no asustar a Minisa, que se había apoderado de otro de sus dedos y ahora intentaba meterlos a ambos en su diminuta boca) Jon contuvo un grito cuando un tercer pergamino extendido terminó en sus manos.

"¡Por todos los putos dioses! ¡¿Qué sigue?!" rugió en sus pensamientos.

Se arrepentiría de preguntar.

Un ejército se había formado en Desembarco del Rey y se preparaba para marchar hacia el norte. Las estimaciones más optimistas hablaban de 25.000 hombres, y las más negativas elevaban la cifra hasta 40.000. Hombres del Dominio, de Occidente y de las Tierras de la Corona, reforzados por las fuerzas de la Fe y con todas sus bendiciones e influencias.

"Veteranos Lannister alimentados por el Dominio y reforzados con sus tropas, y con la total aprobación de los piadosos y fanáticos de los Siete…." aún con el pergamino en la mano, se cubrió la boca con el dorso de la misma para no soltar un grito o una maldición, o varias de las mismas.

Bajó la mano y respiró hondo para calmarse, pero no sirvió de mucho "Hijos del Hierro al oeste, Lannisters y Tyrells al sur, y el Valle como un comodín. Neutral en el mejor de los casos, y un nuevo enemigo en el peor" necesito unos momentos para calmarse antes de mirar de nuevo a sus mujeres. Le devolvió el pergamino a Catelyn antes de hablar.

"Tendremos que adelantarnos a todos ellos. Lo mejor que podemos hacer es atacar ahora, antes de que la lucha vuelva al Norte. La mejor defensa es el ataque" ahora se alegraba de haber reunido a los dos ejércitos principales en Invernalia.

"Excepto con el Valle" dijo Catelyn. Jon asintió en acuerdo y ella continuó "Si son solo rumores, no hay problema. P-Pero…si ella está ahí…." no había necesidad de decir su nombre. Todos sabían a quién se refería.

Tomó su mano dentro de la de él en un esfuerzo por consolarla "¿Confías en tu hermana con ella?" preguntó Ygritte, recelosa.

"Jamás" la palabra tenía un tono definitivo "No confío en nadie" declaró, antes de parpadear "Nadie más allá de esta habitación" corrigió un momento después.

"Bien" aprobó Jon "Si los rumores son ciertos, y Sansa está allí, debemos recuperarla" una hija de la Casa Stark en el sur era un gran peligro, para sí misma y para todo el Norte.

"¿Y cómo haremos eso?" inquirió Ygritte, interesada.

"Aún no lo sé" admitió Jon "Pero si sé esto" un silencio pesado se instaló sobre la habitación y todos ellos. Incuso Minisa detuvo sus juegos por un momento.

"Mi padre hizo la guerra en el sur por su hermana" dijo, recordando las historias de la Rebelión de Robert y como el secuestro de Lyanna fue la chispa que había desatado el infierno "Yo lo convertiría en cenizas por la mía" y aunque hablaban de Sansa, el caso de Arya también se aplicaba.

Jon vería el mundo más allá del Norte destruido sin remedio si eso significaba proteger a su familia y a su pueblo. Ambos estaban entrelazados, y eran todo lo que le importaba.

Y eso es todo. En el siguiente capítulo, tendremos una gran reunión de nobles norteños y veremos un poco más de Bran, entre otras cosas.

Un gran saludo a todos. Bendiciones, y hasta la próxima.