INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SI7.

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AMOR SECRETO

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CAPITULO 11

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Inuyasha Robertson era tan atractivo como granuja. Guardaba cierto parecido con su hermana Kagura, pero tenía unos ojos miel tan exóticos como la piel ligeramente tostada. Era muy alto y erguido, rostro agraciado y de cabellos oscuros.

Tenía un porte elegante, sin rayar en excesiva formalidad. Sabedor de la gran fortuna de su familia, y atendiendo la salud de fierro de su padre, dedicaba sus días al póker y la buena vida.

Era mujeriego y bastante irresponsable. Pero recientemente había tenido una llamada de atención cuando una de las actrices con la que salía fue a la mansión familiar en Boston a armar un alboroto cuando él la dejó.

Eso hizo que su padre perdiera la paciencia y lo emplazara a reencausar su vida. Le condicionó que se casara con una mujer de buena familia y de impecable reputación, sí es que no quería ser desheredado.

Pareciera que la fortuna estaba de su parte, porque en esos días, Inuyasha recibió una carta de su hermana desde Inglaterra, que lo invitaba a pasar una temporada y sobre todo a conocer a su cuñada, la hermana de Lord Villiers, que era una joven irreprochable.

Inuyasha lo pensó cuidadosamente. Una joven inglesa amanerada sería más fácil de domar como esposa que cualquier otra chica americana.

Él no quería alguien que lo estorbe ni moleste, sólo una esposa para tranquilizar a su padre alarmista y, sobre todo, conservar su herencia que era cuantiosa.

Así que aceptó la invitación. Rogaba que el retrato que Kagura le pintó de esa tal Kagome fuera cierto. Porque tampoco estaba por la labor de casarse con un adefesio.

Inglaterra le aburría por su esnobismo ridículo y sus maneras anticuadas, pero el viaje valía la pena.

Al llegar fue recibido con efusividad por su hermana y con cordialidad por parte de su cuñado Miroku.

Ya habían alcanzado a pasar al salón a refrescarse con una bebida, cuando entró la joven, a quien le presentaron como Kagome Villiers.

Ahí entendió que Kagura no era buena describiendo personas, porque la persona era una pequeña beldad. Quizá no era alta, pero compensaba el resto con belleza y gracia, y además despedía un olor delicioso, como si se hubiera sumergido en una cubeta de perfume fino.

Fiel a su seductora naturaleza, cogió los nudillos de la muchacha y se los besó como saludo, sorprendiendo a la inocente joven.

La chica era perfecta. Mejor de lo pensado.

Casi detrás de aquella joven tan bonita y fresco, apareció un caballero con todo el aspecto del típico ingles snob, que lo miró de arriba abajo, como si juzgase su condición de rico americano.

Era un tal duque de York, quien sólo atinó hacerle un saludo con la cabeza, pero en su rostro se vislumbraba que su presencia no le agradaba.

A Inuyasha no le importó, él no vino a por amigos, sino por una esposa y la candidata le estaba gustando.

―Ve a refrescarte y descansar del viaje, que luego nos pondremos al día, mi dulce hermano ¡estoy tan feliz de que al fin estés aquí! ―le susurró Kagura a Inuyasha cuando lo conducían a la habitación que le asignaron, mientras el resto quedó en el salón.

―Y yo, no sabes las ganas que tenía de huir de la vigilancia de nuestro padre ―agregó Inuyasha llevando del brazo a su hermana.

―Tendremos una cena deliciosa en tu honor ¿Qué te pareció ella?, es bonita ¿cierto? ―cotilleó Kagura

Inuyasha sonrió de lado.

Antes de entrar a la habitación, se volteó a preguntar.

― ¿Qué os toca ese caballero con rostro de pocos amigos? Ese tal duque de …no recuerdo.

―Es un honor envidiable tenerlo aquí. Es un gran amigo de mi esposo y un caballero de posición social envidiable. Sé amable y encantador, como sólo tú puedes ―sugirió Kagura.

Inuyasha sonrió como respuesta y se metió a la habitación.

En realidad, necesitaba descansar y recargar energías para ir con todo tras esa señorita Villiers.

A diferencia de Kagura, que parecía no haberse dado cuenta, él había vislumbrado en esos pocos minutos de encuentro, que aquel caballero no parecía tan indiferente a la señorita Villiers.

Parecía un águila que la vigilaba.

Horas más tarde, durante la deliciosa cena de bienvenida, Inuyasha se adueñó de la mesa con su encanto americano fresco y afable, acaparando a los invitados, sobre todo a Kagome, quien se vio desbordada de atención, ya que Kagura los ubicó estratégicamente juntos.

Inuyasha no dejaba de hablar de sus viajes. Tenía una anécdota para todo.

Era un muchacho cautivante y amable que sabía lo que estaba haciendo.

Descifró a la joven Kagome Villiers como alguien sencillo de cazar, porque era demasiado inocente. Además, el joven Robertson tenía cierta premura en finiquitar la cuestión, porque a él le aburría ese país.

Aprovechaba cualquier movimiento, supuestamente involuntario para rozarle los dedos enguantados y era la principal destinataria de todas sus sonrisas, asegurándose que nunca mirara enfrente, donde estaba sentado ese caballero con cara de pocos amigos.

―Insisto que tiene que visitar mi país. Le prometo que tendrá guía de primera mano ―le decía a Kagome.

―La única vez que salí del pueblo fue para ir a Londres ―reconoció la joven, tímida de su escasa experiencia, frente al experimentado muchacho.

―Eso tiene que remediarse y muy pronto ¿no cree? ―le murmuró él

Kagome se limitó a sonreírle por toda respuesta.

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Era la peor cena de la vida de Bankotsu.

Estaba como espectador de primera fila frente al descarado coqueteo de ese americano sin modales hacia la inocente señorita Villiers. Ella no se merecía tal osadía por parte de ese extranjero.

No disfrutó un solo bocado, porque estuvo ocupado vigilando las manos inquietas de ese sujeto petulante. Le molestaba tanto que era capaz de perder los papeles y darle una bofetada.

En un momento, un profundo sentimiento de nostalgia lo invadió cuando ella vació su copa de champaña y lo dejó cerca de su plato.

Bankotsu se enfocó en la copa vacía, ligeramente manchada con algo de pintura rosa de los labios de ella.

Justo cuando ella mencionó que la única vez que había dejado Devonhill fue cuando fue a Londres. Sintió que ella lo miraba de reojo, como si le temiera.

Luego volvió a enfocarse en la copa manchada con los restos de la pintura labial de ella, y además de nostalgia le daba un profundo anhelo. Y pensar que una vez él fue destinatario de las muestras más puras de amor por parte de ella.

Ni siquiera podía decirlo en voz alta y le desesperaba pensar que ahora ella estaba a punto de comprometerse, porque era claro que ese americano, patrocinado por su hermana, no venía a perder el tiempo en tanto cortejo. Habia venido a por la yugular directo.

Para empeorar la situación, acabada la cena, y cuando fueron al salón, Bankotsu por fin pudo encontrar un momento en el pasillo, para tratar de susurrarle algo a Kagome.

La cogió del brazo. Ella se asustó.

―La esperaré en los jardines, detrás del invernadero. Necesito terminar mi conversación con usted.

Ella lo miró con sus enormes ojos, denotando sorpresa de verse abordada de ese modo, pero alcanzó a asentir con la cabeza.

En ese momento, ese americano insoportable salió al pasillo preguntando por la joven, para acomodarse a su lado y Bankotsu tuvo que soltarla.

― ¡Oh!, usted estaba aquí, señorita Villiers ―colocándose de lado de Kagome y dándole el brazo a la joven.

Ambos se fueron al salón juntos, dejando a Bankotsu en el pasillo.

Lady Villiers se acercó a el duque, con una sonrisa de oreja a oreja. También se dirigía al salón.

―Milord, espero estéis disfrutando la velada y no se os haga tan descarado lo evidente.

― ¿A qué se refiere, lady Villiers?

―No sé si mi marido ya le ha cotilleado acerca de los planes de unir a mi hermano con Kagome ¡estoy muy emocionada, porque en la mesa congeniaron perfecto!

Por cordialidad, Bankotsu tuvo que unirse a los demás al salón para el té.

Estuvo muy callado, y solo esgrimió monosílabos cuando Miroku o su esposa venían a hablarle, que para peor solo se referían al encanto del joven americano y las chances de matrimonio.

En el salón fue lo mismo, Kagome fue absolutamente monopolizada por ese hombre, pero Bankotsu tenía una cita con ella y estaba seguro que cumpliría.

Se retiró excusándose en cualquier cosa y salió a los jardines.

Se acomodó en un banquito tras el invernadero y esperó a la muchacha.

No le había dicho un horario, pero se subentendía que era luego de la reunión.

Y ahí quedó esperando, porque Kagome jamás apareció.

Ya casi las dos de las madrugadas y con las piernas agarrotadas de tanto sentarse a esperar, Bankotsu comprendió que ella no iba a venir.

Muchas de las velas de la casa ya se estaban apagando, así que imaginaba que muchos ya fueron a la cama.

Raramente nadie le había buscado.

Era obvio que su presencia y su título no llamaban tanto la atención como un americano advenedizo.

Cuando volvió a su habitación, su pobre ayuda de cámara lo esperaba despierto a duras penas para ayudar a cambiarse.

Apenas pudo dormir, pegando apenas los ojos. Los días malos de dificultades para descansar por las noches regresaron.

En cambio, al día siguiente esperaba contar con algo de suerte.

El desayuno de las diez era otra oportunidad para encontrarla. Se levantó temprano para prepararse adecuadamente para la jornada.

Nunca antes fue un hombre que gustase de acicalarse para andar de dandy, pero esta mañana exigió a su camarero que le ayudase en lo que daba su capacidad para estar elegante.

El pobre hombre no era Myoga, pero hizo lo que estuvo a su alcance para dejar al duque bien vestido.

Fue ahí que Bankotsu se topó con otra sorpresa desagradable.

La única persona sentada, desayunando feliz y animado era su amigo Miroku.

― ¡Qué bueno que vienes a acompañarme en el desayuno!

Bankotsu ojeó rápidamente y no vio a nadie más.

Se sentó.

― ¿Dónde están todos?

―Mi mujer insistió en mostrarle el pueblo a su hermano y fueron a desayunar a Devhall ―informó Miroku, clavando un trozo de tocino.

― ¿Todos? ―insistió en preguntar Bankotsu, a ver si obtenía más información sin ser tan explícito.

―Claro, también ha ido mi hermana con ellos ―refirió Miroku enarcando una ceja―. Parece que habrá boda en la familia más pronto de lo pensado. Mi cuñado ha venido a por todo.

Lo que esperaba fuera un desayuno alentador se convirtió en abrumador con la información de Miroku.

Nadie se comprometía tan rápido, y era claro que ese americano remilgoso le estaba echando afán. Peor, Miroku que siempre fue juicioso, no se mostraba contrario a aquel disparate.

―Igual me alegra que nos hayan dejado hoy, así echamos un juego de ajedrez, y me cuentas que te hizo venir tan repentinamente, que si me avisabas te íbamos a esperar con más esmero ―le recriminó Miroku

Bankotsu estuvo repasando su respuesta.

Encontró que usaría la excusa de que necesitaba aire fresco y alcanzó a confesarle que echó a Kikyo Rivers de su propiedad, así como le retiró la protección. Por supuesto, no le dijo los auténticos motivos que sirvieron de detonante.

―Sabes que yo nunca quise opinar de la familia Rivers, pero son gente complicada ―fue lo único que Miroku le dijo.

Bankotsu aún no cobraba valor para decirle a su amigo, de que la verdadera razón por el cual vino tan repentinamente era porque deseaba ver a su hermana.

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Kagome llegó ya de noche a la casa, acompañada de Kagura y del incansable Inuyasha.

La visita en Devhall se prolongó tanto que acabaron pasando el día, y además que ni siquiera pudo respirar un poco, porque el hermano de Kagura estaba muy presente.

Apenas llegó, se metió al aseo con ayuda de Sango.

― ¿El duque sigue en la casa? ―le preguntó a la doncella.

―Sí, señorita. No ha salido en todo el día como Lord Villiers.

No tenía ganas de bajar, por el cansancio y además no deseaba ver la cara del duque, ya que acababa de recordar que el día anterior, él pidió verla para una conversación.

― ¿Pero que podría querer decirme?, si son otras disculpas ya no son necesarias ―murmuró la joven para sí misma.

No pudo ir a aquel extraño encuentro porque lo olvidó.

Luego de que Sango la ayudara con el camisón, ésta bajó a buscar un poco de té y algunas pastitas dulces, y la joven se sentó a esperarla en el sillón de su habitación, reflexionando acerca del ajetreado día que tuvo.

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Inuyasha se arrojó a la cama, agotado.

Las visitas del día sin duda le aburrieron sobremanera, pero tenía que reconocer que la señorita Villiers no era tan sosa como temía. Era agradable y fresca. Una chica amabilísima.

El joven se llevó las manos a la cabeza.

¿No pensarían mal de él si le propusiera matrimonio enseguida?

Antes que se le adelantara alguien, como ese duque de cara de pocos amigos que lo miraba como si quisiera asesinarlo. Ese hombre era un rival, y no comprendía como nadie más en la casa no se percató que los ojos de ese hombre se perdían en la señorita Villiers.

Se obligó a cerrar sus ojos para dormirse y no le salieran ojeras.

Mañana tenía muchos planes para seguir seduciendo a la deliciosa joven.

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Kagome vació su taza y se disponía a acostarse cuando oyó que la puerta se abrió.

― ¿Se te olvidó algo, Sango? ―preguntó Kagome, quien estaba de espaldas

―Parece que estoy condenado a que me confunda con ella.

La voz del duque resopló en la habitación. Kagome se giró y se encontró con aquel caballero, que se había colado a su habitación. Tenía aspecto nervioso y angustiado.

Kagome se asustó de verlo.

―! ¿Qué hace aquí?! No debe estar en este lugar

―No me diga eso, que sólo le estoy devolviendo el favor, usted también entraba a mi habitación sin permiso. Me debe una conversación ―se excusó él

― ¡Baje la voz! ―exigió la joven, haciendo un gesto con un dedo en su boca.

El hombre se acercó a ella.

―Bajaré la voz, si eso ayuda a que usted me escuche ¿Por qué no vino a la cita que le puse?

― ¿Es que acaso yo soy una súbdita suya obligada a hacer lo que se le antoje? ―Kagome no estaba por la labor de dejarse rebasar por ese sujeto.

―Tengo que hablar con usted.

―Ya le disculpé, no es necesario hacer esto…―agregó ella, aunque ciertamente nerviosa.

―Es que tenía que decirle que no se case con ese patán de Inuyasha Robertson, no es de fiar y es un petulante jugador, la está envolviendo y usted es demasiado inocente.

Kagome le dio la espalda, con una sonrisita amarga. Ciertamente no sabía si reír o llorar.

―Parece envidiarlo de la vida que lleva, y todos los hombres son así, así que no se escandalice tanto.

Bankotsu se acercó y con una mano volvió a girarla hacia él.

―Yo no soy así…―mirándola fijo, como si quisiera absorberla con la mirada―. Y sí tiene razón, lo envidio profundamente.

― ¿En qué? ―preguntó Kagome, aunque había comenzado a temblar desde que él la cogió de los hombros para girarla, y que le hablaba desde muy cerca.

― ¿Tengo que decir lo evidente? ―soltó él ―. Vine a este pueblo sólo para verla a usted.

― ¡Pues no esto no es necesario! ¿Qué más quiere?, yo ya le perdoné su error y estamos ya en paz. Por favor, salga de mi habitación antes de que arruine mi reputación ―exigió la joven, conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir.

―Creo que no he sido lo suficientemente claro.

Y allí mismo, él la cogió con fuerza del talle para atraerla hacia él y besarla, con todas esas ganas que tenía acumuladas.

Ella era tan pequeña y frágil que no podía escapar de aquello. Esos mismos brazos que un día la lastimaron y le causaron marcas en los brazos ahora la capturaban en un modo posesivo y amoroso.

Ella no tenía ninguna experiencia, pero se entregó por completo al tacto y al calor de ese beso. Y a ese aroma natural, que nunca precisó de perfumes creados por ella, para oler delicioso.

―Usted es un sueño para mí…―susurró él sobre sus labios ―. Me estoy volviendo loco, por favor, no se case con ese idiota afeminado. Cásese conmigo.

Eso asustó a Kagome, quien se desasió.

Temía que todo fuera una broma. Tenía que serlo.

―Usted no me conoce.

―Lo único que quiero es poder hacerlo, porque sólo deseo más de lo que usted ya me dio en esos pocos días en los cuales yo la traté tan mal. Es cierto, no la conozco y usted tampoco a mí, pero tendremos la vida para hacerlo ―declaró él con fervor. Parecía un hombre afiebrado.

Kagome no sabía si pellizcarse la mejilla. Esto debía ser un sueño o una alucinación de su cabeza.

De la impresión retrocedió unos pasos y acabó sentada.

Él siguió parado allí, digno y esperando.

La puerta de Kagome se abrió repentinamente y por ella entró Sango con una bandeja con un servicio de té.

―Señorita, le traigo otro…―pero las palabras murieron en la boca de Sango

Los tres se miraron.

― ¡Oh por dios! ¡su excelencia! ¡señorita!, lady Villiers está en camino para aquí ―susurró Sango

―Entonces saldré ―dijo el duque

― ¡No!, es que Lady Villiers ya está en el pasillo ―la joven doncella estaba desesperada viendo el tremendo lío difícil de explicar con la presencia del duque en la habitación de una señorita soltera.


CONTINUARÁ

MUCHAS, GRACIAS, EL DOMINGO SI DIOS QUIERE TENDREMOS CAPITULO FINAL YA.

MUCHAS GRACIAS PAULA, RODRIGUEZ FUENTES, NENA TAISHO, LITA MAR, NICKY, GUEST, FRAN GARRIDO, ANNAISHA LOPEZ.

Y YA ME RETIRO A PREPARAR EL FINAL.