Definitivamente tenían una habitación para los dos. Zoro y Tashigi sólo pudieron creer en las palabras de la doctora cuando se encontraron allí, frente a la puerta corredera de la estancia. Una de las muchachas del servicio la descorrió y les invitó a entrar.

- Si necesitan cualquier cosa estamos a su disposición - dijo la mujer escuetamente, haciendo una pequeña reverencia, para acto seguido retirarse.

- ¡E-e-espera, por favor! De-debe ser un error, ¿No tenemos habitaciones separadas? - preguntó Tashigi, visiblemente nerviosa y alterada. No recordaba a aquel hombre de nada, ¿Cómo iba a compartir su espacio con él?

- Lo siento, señorita, pero no tenemos más habitaciones libres - se disculpó la mujer con una profunda reverencia.

- ¿Y qué hay de las habitaciones donde estábamos? Podemos seguir igual - comentó Zoro, que tampoco se sentía cómodo con la situación.

Entendía perfectamente los sentimientos de la capitana, pues se encontraba, de repente, junto a alguien que no conocía de nada compartiendo un espacio vital. Ni cuando era completamente ella habían llegado a una situación tan íntima. Zoro no podía evitar sentir una intensa sensación de amargor, aquella mujer no era exactamente la mujer que él conocía. Todavía no entendía bien por qué, pero cada minuto que pasaba echaba más de menos a la capitana.

- Lo siento mucho, señor. Pero esas habitaciones están reservadas a pacientes. La hacienda de la señora Chie hace de hospital todas las veces que resulta necesario, así que se utilizan en caso de urgencia o seguimiento de los pacientes -

- Tsk - chasqueó Zoro, cabizbajo - En peores lugares he dormido, así que no me importa cualquier esquina de la casa. El tiempo es bueno, así que mientras las noches sean cálidas dormiré bajo un cerezo en el jardín - sentenció el chico, que abandonó la habitación y volvió a hacer el camino de vuelta - Mientras tenga sake todo estará bien -

Tashigi miró su espalda mientras se alejaba. Alzó su mano derecha, haciendo el amago de intentar detenerle, pero ningún sonido salió de entre sus labios. Se sentía confundida, y eso le paralizaba. Pero necesitaba tiempo y su propio espacio para encontrarse a ella misma, para poder recomponer los pedazos de sus memorias.

- Yo hablaré con la señora, no se preocupe y descanse - zanjó la chica mientras volvía a hacer una profunda reverencia y se retiraba.

Cuando escuchó el ruido de la puerta cerrarse, Tashigi se destensó y cayó al suelo de tatami, de rodillas. Estaba agotada tanto física como mentalmente. La cabeza le dolía, al igual que el pecho. Recordó las palabras de la doctora, necesitaba reposo y nada de sobresaltos, tenía un leve traumatismo en la cabeza y una contusión en la espalda y las costillas. Se remangó las mangas y miró sus brazos, llenos de pequeñas quemaduras, ¿Cómo se había hecho todas esas heridas? Jamás se había sentido tan dolorida y en tan terribles condiciones.

Pero las heridas físicas no la perturbaban tanto como la presencia de aquel espadachín. Roronoa Zoro, ¿Quién era él y por qué su nombre le resultaba terriblemente familiar? Fuera quien fuese, su presencia era imponente, Tashigi podía sentir que era un espadachín formidable. Y no solo eso, aunque se negaba a pensar en algo como aquello, ¿Qué demonios hacía ella con un hombre tan atractivo? Sus piernas se aflojaron la primera vez que escuchó su voz en el puente. Cuando se giró para ver su rostro se quedó sin palabras, sus rasgos eran duros pero bellos y armoniosos. Lucía una piel tersa y ligeramente bronceada por el sol, y su cabello verde era mullido y denso. Todavía notaba sus tripas retorcidas y su corazón desbocado al recordar esa estampa. Apenas pudo mantener la mirada en ese momento, su rostro arrogante y atractivo la eclipsó por completo y la hizo sentir pequeña y vulnerable. No sabía qué relación tenía con él, pero su nueva versión había sentido un auténtico flechazo por el espadachín.

Alzó sus manos y pellizcó sus mejillas para salir del ensimismamiento. No era el mejor momento para babear por un hombre que ni siquiera recordaba, tenía que recomponerse y recuperar sus memorias. Se levantó de nuevo e inspeccionó la habitación. No era excesivamente lujosa, pero se podía intuir que la familia de la doctora era acomodada. Las paredes eran de madera de colores claros, forradas con paneles de ricos dibujos de temas naturales y en una de ellas se encontraba un modesto altar que rendía tributo a los siete dioses de la fortuna. Tashigi no tenía ni idea de las costumbres de Wano, y por tanto de Hanakotoba y Fujihana, pero siempre sentía un profundo respeto por las culturas de otros lugares y, en este caso, también gran admiración. En el centro de la estancia había una mesa baja de madera de cerezo con dos sillas sin patas, una frente a la otra, donde reposaban dos cómodos cojines, y en el centro de la mesa un ornamentado juego de té. En la pared que había enfrente se encontraba un armario de pared de buen tamaño. La chica corrió la puerta y encontró las ropas para dos futones. Enarcó una ceja y tocó la tela, aquella manera de aprovechar el espacio le parecía bastante útil, pero su cuerpo estaba acostumbrado a dormir en una cama. Se sorprendió al ver su ropa en buen estado, limpia y doblada. La tomó entre sus manos y la olió. Desprendía un suave aroma a mezcla de flores.

Desdobló la ropa y la miró fijamente. Si se la ponía sabía que desentonaría en el lugar, pero esa acción podía ayudarla a recordar. Se quitó su yukata de color blanco y quedó desnuda. La temperatura era más que agradable en aquel lugar, suave, sin excesivo frío ni calor. Tomó su ropa interior y se la puso. Acto seguido se puso su camisa de flores y sus vaqueros a media pierna. Por último, se calzó sus botas rosas. Miró la última prenda que quedaba, no estaba segura de que fuera de ella. La observó con detenimiento. Era una prenda de oficial, todo apuntaba que el rango de aquella prenda era de capitán. ¿Era acaso de ella? ¿Había dejado de ser una recluta? ¿Tanto había ascendido que su rango era de capitana? No podía creerlo, ¿Eso significaba que se había hecho mucho más fuerte?

Volvió a mirar la prenda, con recelo. Podía ser de él. Él podía ser capitán de la Marina. Tomó el abrigo, lo alzó y observó. Frunció el ceño y apretó los labios. Era imposible que fuera de ese hombre. Lo mirarse por donde mirase, era sumamente pequeño para alguien con unas espaldas tan anchas y un cuerpo tan musculoso.

Tashigi se sorprendió a sí misma pensando así. Se había fijado en el espadachín mucho más de lo que quería admitir. A su mente había vuelto, de nuevo, su ancho cuerpo, su espalda y su musculado cuello. Si su rostro le había gustado su cuerpo le había dejado sin habla. Estaba acostumbrada a ver cuerpos atléticos y tonificados, pero Zoro superaba cualquier expectativa y cualquier otro hombre que hubiera visto con anterioridad. Aquella fascinación que sentía por él, ¿también la sentía su yo con recuerdos? ¿O su otro yo era indiferente hacia el chico? ¿Qué tan íntima era la relación entre ambos?

Tomó el abrigo y se lo puso. Ese abrigo no podía ser de otra persona que no fuera de ella, estaba hecho a su medida. Su cabeza daba vueltas, era una oficial marine, una capitana. ¿Cuándo se había hecho tan fuerte? Pero si el abrigo era suyo, ¿Qué rango tenía él? No era tonta, sabía que él era lo suficientemente fuerte como para estar a la altura de un almirante, pero su instinto le decía que él no tenía relación con la Marina, no al menos de la mejor de las maneras. No quería contemplar esa opción, pero si se encontraban en Grand Line, cerca de Wano, era sumamente probable que aquel hombre fuera un pirata.

Eso sí que no cuadraba en su confundida cabeza. Alguien como ella no podía implicarse con un pirata de ninguna de las maneras. Pero después estaba aquel vuelco, aquella sacudida que había sentido por él. Se llevó las manos a la cabeza, ¿Y si su yo con recuerdos tenía una aventura con un pirata? ¿Qué clase de cosas había hecho con ese hombre? Su imaginación voló rápidamente. En el interior de su cabeza se vio atrapada entre los brazos de un desnudo espadachín que besaba todo su cuerpo también desnudo. Agitó fuertemente la cabeza e intentó sacar aquellas ideas de su imaginación. Si se conocía, y creía que así era, nunca llegaría a esa situación. Pero ya no sabía qué pensar, parecía que en Grand Line todo podía ser posible.

Dio un fuerte suspiro y revisó de nuevo el armario en busca de sus gafas. Sabiendo lo patosa que era y después de la situación que habían vivido no guardaba muchas esperanzas de encontrarlas. Para su suerte allí se encontraban, casi intactas. Sus cristales se encontraban rayados en algunas partes, pero podía ver perfectamente a través de ellos. Se colocó las gafas y sintió un profundo alivio. Cuando estaba cerrando el armario se percató de que junto a su ropa se encontraba también la ropa del espadachín. No podía ser de otra manera, después de todo aquella habitación había sido preparada para ambos.

Se mordió el labio inferior y miró hacia la puerta, nerviosa. No debía hacer aquello, aquella ropa no era suya, pero le resultaba imposible frenar el impulso de curiosear la ropa del chico. Sin quitar la vista de la puerta, tomó la ropa con sus manos temblorosas y la sacó del armario. Desdobló la túnica verde del espadachín y se la llevó hacia su rostro. Aspiró su olor con fuerza, pero se sintió fuertemente decepcionada al descubrir que olía exactamente igual que su ropa. Se sintió idiota, era obvio que también habían lavado su ropa. Aún así alzó la prenda y la observó. Comparándola con su abrigo se terminó de dar cuenta de la diferencia entre sus tamaños. Ella no era una mujer ni pequeña ni baja de altura, pero comparada con el cuerpo de aquel hombre se sentía como una niña. Bajó la túnica y se la puso por encima. Metió los brazos por las mangas y cubrió su torso con la tela. Comenzó a andar en círculos por la sala, torpemente, pues la túnica era demasiado larga para ella y llegaba hasta sus pies.

- Con permiso, señorita Tashigi. Vine a dejarle sus medicinas -

La capitana dio un fuerte respingo y miró hacia la puerta. Frente a ella se encontraba la chica del servicio que les había indicado cuál era su habitación. Muerta de vergüenza intentó quitarse la ropa del espadachín, con la mala suerte de que sus pies pisaron el dobladillo de la túnica y trastabilló hasta el suelo.

- Y-yo… no, n-no es lo que c-crees - dijo la capitana, con voz temblorosa.

- L-lo siento, señorita. Me disculpo, debería haber llamado - dijo la mujer mientras hacía una reverencia tan profunda que su frente daba con el suelo - E-entiendo que todo es para recuperar sus memorias -

- E-eh… A-ajá… así es - improvisó la capitana, que sentía tanta vergüenza que no sabía cómo actuar.

- Si necesita cualquier otra cosa estamos a su disposición. Su compañero el espadachín se ha instalado en el jardín, puede encontrarlo allí - dijo tímidamente la chica, que había entendido la vergonzosa situación que pasaba la capitana - Con permiso -

- G-gracias -

De nuevo se volvió a cerrar la puerta y Tashigi quedó sola en la habitación. Cerró los ojos y se dejó caer de espaldas, sobre el tatami. No sabía si recuperaría sus antiguos recuerdos, pero aquellos recuerdos nuevos estaban siendo tan intensos que se estaban quedando grabados a fuego en su interior. Volvió a suspirar y se incorporó. Se quitó la túnica del espadachín y la dobló perfectamente junto el resto de prendas. Miró fijamente y pensó que él podía estar interesado en recuperar también sus ropas. Esa podía ser una buena oportunidad para entablar una conversación con Zoro y empezar a recordarle, a él y al tiempo que habían vivido juntos.

Tashigi se levantó y guardó la ropa del espadachín en el armario, de nuevo, junto a los futones. Terminó de inspeccionar la habitación y se dio cuenta que había otra gran puerta corrediza que no sabía dónde comunicaba. Dubitativa, se acercó y decidió abrirla con cautela. Seguramente sería una estancia privada también para ellos, anexa a la suya propia. Descorrió la puerta y a través de la pequeña abertura los rayos de sol penetraron en la habitación. Tashigi continuó descorriendo la puerta y se percató de que comunicaba directamente con el bello jardín.

Todavía no podía creer que estuviera en un lugar como aquel. Se sintió ligeramente decepcionada cuando la doctora les confirmó que aquello no era Wano, pero rápidamente se recompuso, puesto que la esencia de Wano se encontraba en cada rincón de aquella isla. Quería recuperar sus recuerdos y volver a ser ella, pero en aquel momento se prometió a sí misma que disfrutaría de aquel lugar como tantas veces había soñado, aquí podría entender mejor la cultura de los samurais, los espadachines más fuertes del mundo, y aprender de ellos.

Se sentó en el suelo de tatami y balanceó suavemente sus pies mientras observaba la belleza de aquel lugar. Parecía invadido por una primavera eterna. El suave viento mecía las ramas de los árboles en flor y arrancaba las pequeñas flores blancas, rosadas y moradas de los numerosos cerezos y glicinas. El agua del estanque era clara y las vistosas carpas de colores nadaban apaciblemente. Y, de repente, lo encontró recostado sobre el tronco de un cerezo cubierto de pétalos de flores.

Su corazón dio un auténtico vuelco. Sus manos comenzaron a sudar y sus tripas a retorcerse tanto que casi le dolían. Quedó hipnotizada con el vaivén del pecho del espadachín, que subía y bajaba rítmicamente por su acompasada respiración mientras dormía. Tashigi apartó la vista rápidamente y escondió su encendido rostro entre sus manos. Era incapaz de mirarle largo y tendido, sentía que toda ella ardería en fuego. Le avergonzaba sumamente sentirse tan atraída por él, por su bello rostro, por su trabajado cuerpo, por su forma de moverse, sus cicatrices, el sonido de su voz. Sentía que mientras más le miraba más se precipitaba a un lugar del que no podría regresar. Cada vez estaba más segura de que su versión con memorias también estaba colada por aquel tipo.

El tiempo pareció detenerse en aquel momento mientras alzaba el rostro para mirarle de nuevo. Quería saberlo todo de él. Quería saber quién era, de dónde venía. Quería saber cómo había sido su infancia. Cuáles eran sus sueños. Quería saber cómo se había hecho todas esas cicatrices, cuáles habían sido sus batallas. Y preguntarse por el pasado la llevó directamente hacia el futuro, y un sabor amargo se instaló en su boca. ¿Acaso existía algún tipo de futuro entre ellos? La realidad golpeó su mente y rompió en miles de añicos todas esas preguntas. Buscar respuestas sería simplemente más doloroso. Debía conformarse con volver a recuperar sus recuerdos, su instinto le decía que aspirar a más no era posible.

Lanzó una última mirada al espadachín y observó con detenimiento sus tres espadas. Tan caótica había sido la situación que hasta ese momento no se había fijado en las espadas del chico. Tashigi dio un pequeño brinco y se incorporó. Respiró hondo varias veces y contuvo su emoción. No podía creerlo, conocía a las tres meito que el espadachín poseía. Deseaba verlas de cerca, admirar sus detalles, conocer más de su historia. Pero paró en seco e intentó serenarse, cuando había katanas de ese tipo cerca se transformaba en una auténtica katana maniaca. No quería excederse, ese también podía ser un buen tema de conversación para acercarse a él y confraternizar.

Estaba decidido, era el momento de ir hasta él y volver a empezar de nuevo, volver a conocerle. Se serenó y ordenó los pensamientos en el interior de su mente. No podía dejarle ver de qué manera lograba perturbaba su interior, sería como abrirse en canal frente a él. Cerró la puerta corredera y saltó grácilmente hasta el bello jardín.

La leve brisa alborotó su pelo, y hasta ese momento no se percató realmente de cuán largo lo tenía. Siempre lo había llevado bastante corto, no entendía qué podía haber pasado por su cabeza para dejarlo así de largo. Era molesto, muy molesto. El flequillo se metía en sus ojos, y el leve viento lo agolpaba en su cara. Sintió el arrebato de cortarlo, pero rápidamente reflexionó y pensó que debía existir una buena razón para tenerlo así. Lo mejor sería pedir algo para recoger su cabello.

Llevó uno de los mechones tras su oreja derecha y despejó su rostro. Clavó los ojos en Zoro y comenzó a caminar hacia él con paso decidido. Tashigi seguía observándole, pues pensaba que estaba dormido. Mas no pudo evitar dar un leve respingo cuando vio cómo Zoro tomaba su hyotan y daba un largo trago de sake. Solamente dormitaba, aparentemente distraído, descansando y matando el tiempo. La capitana se vio tentada de dar media vuelta, pero necesitaba mantener contacto con él para recuperar sus memorias, aunque resultara tremendamente vergonzoso, aunque le costase mirarle a la cara.

Zoro abrió su ojo y observó la figura de la capitana, pero no dijo nada. La miró de forma perezosa para acto seguido volver a reposar los brazos tras su cabeza y comenzar a dormitar de nuevo tras un sonoro bostezo. Tashigi se sintió aún más nerviosa, por lo que veía él no estaba dispuesto a romper el hielo, iba a dejarle todo el trabajo a ella. Pero era una mujer valiente, no se iba a dejar intimidar. Continuó caminando hasta que llegó junto al espadachín y se sentó junto al él, un poco alejada, bajo la copa de aquel cerezo en flor.

Permaneció en silencio y abrazó sus piernas, apoyando la barbilla sobre sus rodillas. Lo miraba por el rabillo del ojo mientras las palabras se agolpaban en su mente, incapaces de salir por su boca. Se mordió ligeramente el labio inferior debido a la impotencia. Estaba bloqueada y avergonzada, no sabía cómo actuar ante él.

- Te has puesto tu ropa, ¿No te gusta el tipo de ropa que usan aquí? - preguntó Zoro, de repente, mientras abría su ojo y la observaba detenidamente.

Tashigi dio un ligero respingo y alzó su rostro. Bajó sus rodillas y se giró hacia el espadachín. ¿Cómo iba a sostenerle la mirada si la miraba de esa forma tan intensa? Sentía que se iba a derretir en cualquier momento.

- No… no es eso. Claro que me gusta la ropa de esta isla. He soñado cientos de veces con estar aquí… pero… primero necesito recuperar mis memorias. Pensé que con mi ropa habitual podría recordar quién soy con más facilidad -

- Ya entiendo… seguramente tengas razón - contestó Zoro, que se incorporaba y tomaba su hyotan de nuevo - No te presiones, después de todo estamos prácticamente atrapados aquí -

Tashigi asintió, en silencio, y retiró la vista del chico. Al final había tenido que ser él quien diera el primer paso. Pero se sentía más tranquila y cómoda. Le reconfortaba compartir ese momento con el espadachín, lo que le animaba a continuar ella con la conversación.

- Oye… t-tú… tu ropa está en la habitación, puedes buscarla… si quieres - dijo tímidamente la capitana, cuyas mejillas se tiñeron de color rojo.

- ¿Ya no tienes problema en compartir la habitación, capitana? - le contestó Zoro mientras dejaba escapar una sonrisa torcida.

- ¡Y-y-yo no he dicho eso, tú! - le gritó Tashigi, visiblemente alterada por la respuesta del espadachín. ¿Era siempre así de mordaz con ella? Si ese era el caso parecía disfrutar sacándole de sus casillas - Quiero decir que puedes buscarla cuando quieras… -

- No me importa llevar esta ropa, es cómoda y ya estoy acostumbrado - dijo sencillamente el espadachín, bebiendo de nuevo.

- A-ah… ¿No tienes problema durmiendo aquí fuera? - preguntó tímidamente la espadachina, que se moría de curiosidad por saber más de él.

- No realmente, estoy acostumbrado a dormir al raso. De hecho estoy acostumbrado a dormir poco por las noches -

- Pero eso no puede ser… claro que tienes que dormir por las noches, en una cama, ¿Cómo si no? - preguntó inocentemente la chica, mientras enarcaba una ceja.

- Onna… no sé si ahora mismo necesitas saber eso. ¿Qué más da? Puedes dormir sola, es lo que querías, ¿No es así? - contestó Zoro, apresurado, puesto que no quería confirmar a la capitana que era un pirata. ¿Cómo podía reaccionar? Todavía recordaba el enfrentamiento en Loguetown y lo enfurecida que se encontraba.

-¿Eres un pirata, verdad? - preguntó la espadachina de forma contundente mientras se incorporaba parcialmente, se situaba sobre sus rodillas y se abalanzaba sobre el espadachín, señalándole con su dedo índice - ¡Responde con sinceridad! -

Zoro se sobresaltó y se inclinó hacia atrás, alejándose de ella. Aquella sí era la mujer con la que estaba acostumbrado lidiar. Aún así, todavía era consciente de su falta de memoria, ¿Qué debía hacer? ¿Cómo debía contestar a esa pregunta?

- Onna… ya conoces la respuesta a tu pregunta, ¿Qué más quieres que te diga? - farfulló Zoro, entre dientes, mirando hacia otro lado.

- ¡Quiero saberlo todo! - dijo la chica, con gran ímpetu, acercándose más a él - No entiendo cómo he podido acabar así con un pirata -

- Yo no he perdido los recuerdos y tampoco entiendo muy bien cómo hemos terminado acabando así - contestó Zoro, irónicamente.

- ¿Cómo nos conocimos? Estoy segura que te hiciste pirata después, y seguramente sentí decepción pero lo acepté porque eres buena persona, ¿no? - elucubró la chica, con cierta esperanza de que aquel autoengaño tuviera algo de verdad.

Zoro enarcó una ceja y la miró, extrañado. Si le contaba realmente cómo se habían conocido volvería a transformarse en la furiosa mujer con la que peleó en Loguetown aquella lluviosa tarde. Y sabía que no le faltaría razón, aquella vez le había ocultado información deliberadamente. Sabía que no lo estaba haciendo bien, que estaba mezclándose cada vez más con ella a sabiendas de que sus mundos eran opuestos. Pero había sentido una terrible curiosidad y atracción por ella… no todos los días se encontraba con una mujer espadachina, con una mujer así. Sabía que si se lo contaba todo se enfurecería, volvería a sentirse utilizada y engañada, ridículamente humillada.

- Ya basta por hoy… quiero dormir, y no me dejas. Me voy - improvisó Zoro, cortando repentinamente la conversación mientras se levantaba y dejaba a la capitana con la palabra en la boca.

- Oye, tú… ¡No te vayas así! - le gritó Tashigi, que se incorporó también y salió tras el espadachín.

La capitana necesitaba respuestas, y notaba que la actitud de Zoro era sospechosa. Indirectamente le había confirmado que él era un pirata, y si no quería hablarle de cómo se conocieron era porque seguramente había sido de una forma nada normal. Pero eso le daba igual en aquel momento, lo que quería era recordar, y si no le ayudaba iba a resultarle imposible.

Tashigi corrió tras él y extendió su brazo derecho para poder frenarle, pero aquello nunca llegó a pasar. Como otras tantas veces, sus patosas piernas se enredaron entre sí haciendo que la capitana se precipitara hacia el suelo. Notó cómo sus gafas se deslizaban por el puente de su nariz y caían hacia el vacío. Cerró los ojos, con fuerza. Ese tipo de cosas no cambiaba nunca en ella.

De nuevo la capitana fue salvada de un estrepitoso golpe por la ayuda del espadachín. Mas en este caso el chico fue bastante más brusco y la tomó de la cintura como si fuera un saco, mientras le dedicaba una dura mirada que le recriminaba por su inconsciencia y su torpeza. En un último instante, Zoro logró coger las gafas justo antes de que cayeran al suelo.

- Y-yo… muchas gracias… Zoro - dijo tímidamente la capitana, cuyo alborotado cabello caía como una cascada sobre su rostro, cuyas mejillas estaban coloreadas de un intenso rojo.

Zoro tragó saliva, ruidosamente. No podía dejar de mirar su gigantescos ojos vidriosos. En sus oídos todavía resonaba la voz de la capitana diciendo tímidamente su nombre. Solamente una palabra había sido suficiente para desarmarlo, para dejarle indefenso en aquella situación. Estaba colado por la capitana marine, y allí, solos en ese bucólico lugar, sabía que iba ser imposible seguir negando lo obvio.

De repente, el sonido de vidrio crujir sacó a ambos espadachines de su ensimismamiento. Zoro había apretado con tanta fuerza las gafas de la capitana que había roto los delicados cristales. Aquel sonido, aquella visión de vidrios rotos entre los dedos del espadachín penetraron fuertemente en la mente de la chica, que sintió un torbellino de sensaciones cuando a su cabeza volvió el recuerdo de su primer encuentro.