N/A En un apunte técnico, sé que el Mapa de los Merodeadores a veces muestra contraseñas, pero estoy teorizando que este truco es para objetos con contraseñas estáticas, como la Bruja Tuerta, y que James y compañía rellenaron esas contraseñas por sí mismos, más que el mapa simplemente las "mostrara." Como el Despacho del Director cambia de contraseña constantemente, no serían capaces de mantener o conocer futuras contraseñas.
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Capítulo 15
9 de enero, 1977
Cuando Lily despertó sintiéndose peor que nunca, se percató de que había estado esperando sentirse mejor. Sentía la piel y la sangre como el hielo, las entrañas vaciadas. Se forzó a abrir los ojos, y le dolieron y quemaron; su garganta latió en carne viva cuando tragó, y estaba sola–
Severus no estaba allí.
¿Causaba esto su dolor físico? Pensó que podría hacerlo–en el centro de su pecho, como si mientras dormía, su desesperación se hubiera ido a vivir a su corazón. Luchó por incorporarse, y un centenar de agujas le apuñalaron las sienes, los ojos, la parte posterior de la cabeza–
Las puertas de la enfermería se balancearon hacia dentro y Severus pasó a través de ellas, gracias a Dios. Quiso llorar al verlo. Luchó contra sus mantas, extendiendo la mano hacia él, deseando poder obliterar la distancia en lugar de Aparecerse.
"¿Qué pasa?" dijo Severus, y estuvo junto a su cama en un momento, como si él sí supiera borrar la distancia. Atrapó ambas manos que ella estaba tendiéndole. "Jesucristo," dijo, mirándola fijamente a la cara, "Llamaré a Pomfrey–"
"No," intentó decir ella, pero todo lo que pudo hacer fue sacudir la cabeza; sus labios se movieron pero no salió nada. No. Lo atrajo hacia sí, envolvió los brazos alrededor de sus hombros, y sus labios encontraron su mandíbula mientras él se apoyaba convulsivamente contra la cama para evitar caer sobre ella. Su cabello estaba más grasiento hoy, su piel brillaba con un lustre de grasa, pero no le importaba. Olía a algo chamuscado, y a polvo de papel viejo, y a sábanas mohosas, y cuando lo inhaló y encontró el pulso en su garganta con los labios, sintió un calor chispeando a través de ella, soplando desde ese lugar frío, hueco, en su interior, llenándole las venas desde las yemas de los dedos a los dedos de los pies. Ya no le dolía tanto; estaba sintiéndose mejor a cada segundo… no sólo mejor sino más ligera, más dulce.
Las manos de Severus le sujetaron los hombros como garras. El calor se abalanzó, intensificándose, quemando, pero bueno–y entonces él la empujó hacia atrás casi con rudeza hasta que pudo mirarla a la cara. El calor disminuyó, como si estuviera cayendo en una sombra, pero no sintió el frío todavía, porque sus ojos estaban errando por su rostro, y podía verlo, todavía podía tocarlo–y lo hizo, sus manos se anclaron a sus hombros, anclándose a sí misma.
"Lily." Él pareció vacilar. Una de sus manos se levantó de su hombro–y allí, sintió el frío entonces, lo odió–pero sólo la levantó para rozar el dorso de los nudillos por su mejilla. Ella se inclinó hacia delante, tratando de profundizar el contacto, sus ojos cerrándose, y sintió las yemas de sus dedos deslizándole el cabello fuera del rostro con los más delicados movimientos, como si estuviera manejando algo tan frágil que pudiera romperse por la más mínima presión. Ella lo sintió metiéndoselo tras la oreja, todavía con esos movimientos diminutos, delicados.
"Lily," dijo él. Su voz era ese pulso grave, líquido, que pertenecía enteramente al Sev adulto, y latió a través de ella con cada sílaba cambiante; pero había un temblor bajo ella, el mismo temblor que hacía susurrar los mechones de su cabello mientras se lo apartaba suavemente del rostro. "No estás bien, Pero voy a–solucionarlo."
"Ya estás solucionándolo." Sentía los labios torpes, la garganta todavía en carne viva. "Sólo no dejes de tocarme."
Su mano se detuvo en su cabello. Sintió sus dedos patinando desde la coronilla de su pelo hasta las puntas. "Creo que puede que sepa con qué has sido maldecida," dijo él. Todavía líquida y hermosa, esa voz, pero definitivamente temblando ahora, como por una perturbación profunda bajo la superficie.
Lily abrió los ojos. El rostro de él se veía incongruente–joven, abierto, en cierto modo dolorosamente vulnerable; pero con una dureza cruda en los bordes, como si estuviera tratando de controlarse de algún modo.
"¿He sido maldecida?" dijo ella, parpadeando los ojos hinchados, arenosos.
"Sí." Su mano se detuvo, enredada en los extremos de su cabello. Revoloteó hasta su hombro, presionando calor. "¿No lo sabías? ¿No te lo dijo Pomfrey?"
"Tú tampoco lo hiciste," dijo ella, aunque no lo culpaba; no podía. "No tiene importancia, aunque–quiero decir, ¿qué maldición es?"
Él abrió la boca, pero no tuvo oportunidad de decírselo, porque con un estallido James, Sirius y–él irrumpieron a través de las puertas. Al verlo, los dedos de Lily se enroscaron en el cuello de la ropa de Sev como garras.
Remus se incorporó volando en su cama de hospital, los ojos a media asta, el pelo sobresaliendo por todas partes. "Qué demonios," dijo adormilado, la mirada tanteando hacia la puerta. "Oh, Dios, es demasiado temprano para vosotros."
"¡Lunático!" gritaron Sirius y James, orbitando alrededor de su cama mientras–Peter se colgaba a los pies de la cama y sonreía radiante.
"Te ves tan encantador, a primera hora de la mañana," dijo James.
"Fresco de tu sueño de belleza," añadió Sirius. "Ha hecho un numerito en tu pelo, por cierto." Fue a alisarlo, pero sólo lo despeinó más. Remus lo aporreó con una almohada y cayó de espaldas al mismo tiempo, echándose la almohada en la cara.
"¿Cómo te sientes?" preguntó Peter, encaramándose en el marco de metal a los pies.
"Con ganas de matar a estos dos insensatos. ¡Otras personas probablemente estaban durmiendo antes de que entrarais, Canuto, Cornamenta!"
Una cosa graciosa le ocurrió a James: se enderezó de donde había estado encorvándose sobre Remus en la cama como si hubiera sido electrizado. Su espina dorsal se puso recta, su cabeza se levantó, y en un movimiento se giró, los ojos anchos errando por las camas vacías buscando a–
"¡Evans!" Se lanzó de la cama de Remus, corriendo por el pabellón hacia ella.
Lily sintió la mano de Severus apretarse en su hombro tan fuerte, que contó con un moratón mañana. No le importó. Quería que le hiciera uno a juego en el otro hombro.
Entonces James se percató de que era Severus doblado en la cama a su lado, y se detuvo como si hubiera chocado con una pared. Sus ojos se estrecharon tan rápido que fue casi gracioso, lanzándose de ella a Sev y de vuelta.
Detrás de él, Sirius se había estirado para reclinarse en la cama de Remus como un rey, incorporado en un codo, el cabello oscuro cayéndole en los ojos mientras los observaba a ella y Sev y James al otro lado del pabellón. A su lado, todavía plano sobre la espalda, Remus mantenía la almohada sobre la cara, los brazos cerrados alrededor. No estaba moviéndose en absoluto. Y Peter se había girado, todavía encaramado a los pies de la cama, ahora observando agudamente, agudamente…
Lily se agarró a la mano de Severus en su hombro. Tranquilízame, pensó.
Sin hablar, sus dedos se enlazaron con los de ella. Su contacto se sentía como la luz del sol que no podías encontrar en invierno.
"Evans…" James se movió más cerca de ella, pero despacio. Su piel estaba pálida, y los ojos tras las gafas eran grandes y llenos de algo más que simple ansiedad. Recordó la cara de Sev cuando había extendido la mano hacia él. ¿Cómo se veía ella?
"Merlín y Godric, Evans," dijo James, ahora al pie de su cama, "¿qué te ha ocurrido?"
Una maldición, dice Sev. Pero no quería decírselo a James. No sabía por qué; simplemente no quería.
"No es nada que Pomfrey no pueda resolver," dijo ella. "Las vacaciones fueron un poco… mucho." Se encontró mirando a Sev, a su rostro vuelto a un punto a medio camino entre ella y James; a la emoción estrechando sus cejas fuertes, sesgadas, su gran nariz, sus finos labios. Quiso trazar la curva de sus labios con la yema de los dedos.
"Evans, parece que estés muriéndote," dijo James.
Cuando Severus hizo un movimiento convulso, la varita de James estuvo de repente en su mano, apuntando a Sev–el pánico estaba sujetando su corazón, aplastándolo–
"¿Qué le has hecho, bastardo enfermo?" gritó James. Oyó la cama de Remus chillar con violencia; Sirius debía haber saltado; pero sólo podía mirar la varita, pensar en hechizos explotando de ella que herirían a Severus, y no podía permitirlo, nunca podría permitirlo de nuevo–
"¡No te atrevas!" gritó ella en respuesta. Clavó el codo en el brazo de Severus, tratando de forzarlo detrás de ella, sabiendo que James no la maldeciría incluso si estaba entre él y el muchacho que odiaba tanto sin razón.
La varita de Severus estaba fuera, pero estaba cayendo, quizá por el shock de ella empujándolo para meterlo tras de sí en la cama. Ella se sintió balanceándose por el esfuerzo y tuvo que apoyarse en el colchón para evitar caerse; Severus la agarró, su varita inclinándose en sus dedos; ella estaba temblando pero se mantuvo erguida, negándose a caer, a darle a James o Sirius o Peter el objetivo que necesitaban– Los buscó por el pabellón, sus ojos estrechados a rendijas.
La varita de James seguía apuntando a Sev–a ella y a Sev, ahora. Detrás de él, Sirius tenía su varita fuera, pero se había detenido a medio camino del pabellón, observándolos a ella y Sev tan estrecha, tan duramente. Peter se cernía detrás, su rostro aún más agudo; Remus había salido de la cama revolviéndose y estaba en pie, pero no tenía varita, estaba en pijama todavía, su pelo desaliñado pero su rostro cauteloso y despierto.
"No os atreváis," susurró Lily, a todos ellos. "Si le ponéis un dedo encima, un simple hechizo–haré que lo lamentéis mucho–"
Estaba temblando por entero, por el esfuerzo, por la adrenalina y la fatiga– Sintió las manos de Severus sobre ella, recostándola contra su pecho. Rodó la mirada hacia arriba, hacia su rostro, y lo encontró cerniéndose sobre ella, invertido, mientras apoyaba su cabeza para que descansara en su hombro. Él le puso la palma en la frente; estaba fresca y seca. Quiso memorizar cada línea de su rostro, pero a su contacto la inundó una lasitud, y cerró los ojos, sintiéndose exhausta, tan cansada.
"Todo irá bien," murmuró él, apartándole el cabello de la frente con una caricia. "No durará mucho más."
"¿Lo prometes?" murmuró ella. Las grietas de sus labios se frotaron cuando habló, punzando.
"Absolutamente."
"Entonces diles que voy en serio." Apretó la mejilla contra su pecho, enroscó la mano sobre el latido de su corazón. "No pueden hacerte daño…"
"Me aseguraré de que pillen el mensaje."
Sintió su mano en su cabello, tan suave como un fantasma, y entonces volvió a deslizarse lejos, en la oscuridad y el calor.
Pero en lo más profundo, como un agujero en la tierra, sintió una frialdad esperando.
. . . . . . . . .
"¿Qué le has hecho?" dijo Cornamenta, y Sirius supo que estaban al borde de un gran follón cociéndose. Cornamenta casi nunca maldecía como un Muggle. Tenía que estar disgustado de verdad, de verdad, antes de siquiera soltar un 'mierda.'
Si Quejicus hubiera sido cualquier otro, Sirius le habría dado crédito por el modo en que acostó a Evans y se puso en pie, no ocultándose tras ella. Podría haberla mantenido echada sobre su regazo y Cornamenta no se habría atrevido a ir por él, por miedo a herirla.
"Yo no he hecho nada," dijo Snape, con un desprecio gélido. Miraba a Cornamenta del modo que Sirius miraría una cucaracha, o a Kreacher. "De hecho, Potter, creo que eres tú el mierda estúpido que la alteró tanto que se desmayó."
"Vigila tu sucia boca, Quejicus," dijo Sirius suavemente.
La mirada de Snape destelló hacia él, tangible de odio. Sirius sintió un escalofrío a través de la sangre, como una descarga eléctrica.
A veces pensaba que era adicto a pelearse con Snape. Ver esa mirada y tener la varita en la mano por esto le otorgaba la misma sensación que encender un pitillo entre los labios. Porque Snape era el artículo genuino: un bastardo asqueroso, malvado, retorcido, y si tenía la ocasión te dañaría de maneras de las que jamás regresarías. Oh, estarías vivo, pero no serías el mismo.
Porque eso es lo que hacía la magia Oscura, el tipo que todos los Mortífagos querían aprender. Por supuesto, era casi imposible llegar a ser tan bueno sin matarte o volverte loco. Ningún niño de sexto año iba a llegar allí, sin importar lo repugnante que fuera, cuánto lo quisiera.
Sirius sabía eso. Pero algo en el modo en que Snape estaba mirándolo le hizo pensar…
Sintió la sangre escaldando en las yemas de los dedos.
"¿Y bien, Potter?" preguntó Snape, pero seguía mirando a Sirius. "¿Eres lo bastante hombre para maldecirme sobre el cuerpo inconsciente de tu querida Evans? No está en posición de arrojarse entre nosotros. A menos que la utilice como escudo humano," dijo, su tono ahora brutalmente grosero, y sí miró a Cornamenta entonces, los ojos reluciendo con una crueldad que nunca había visto antes, ni siquiera cuando Sirius lo había visto jugar con ratones como un gato.
"¿No crees que podrías asumir el riesgo, Potter?" preguntó Snape, su voz un susurro de malicia, algo suave y brutal. "¿Me dispararás, si el precio puede ser tu amada chica? Todo lo que tengo que hacer…" Su boca se curvó en una sonrisa. "…es ser más rápido."
Sirius no podía ver la cara de Cornamenta, pero se preguntó si estaba como la suya propia. La varita de Snape estaba baja, sostenida con negligencia en su mano izquierda, apuntando casi casualmente a Evans inconsciente en la cama, donde yacía ya con aspecto de cadáver, toda piel crudamente blanca y labios agrietados.
Sirius apretó el agarre en su varita.
Sintió un cosquilleo de magia a través del dorso de la mano y parpadeó. Entonces Remus elevó la voz y gritó, "¡Madame Pomfrey! ¡Lily se ha desmayado!"
Sirius se volvió hacia él, incrédulo. El despacho de Madame Pomfrey se abrió de golpe y casi cayó al salir, su delantal desatado y la varita en la mano. Cuando vio a los tres muchachos con las varitas fuera, puso cara de póker y los señaló.
"¡Fuera!" dijo, indignada. "¡Varitas guardadas y todos fuera! ¡Éste es un lugar de descanso y bienestar, y si uno solo de vosotros acaba de vuelta aquí hoy, lo arrojaré a la nieve sin siquiera una tirita! ¡Esto es ridículo! ¡Todos!"
Colagusano chilló y escurrió el bulto, golpeando las puertas tras de sí. Cornamenta intentó discutir con Pomfrey, pero ella no estaba aceptando nada de ello. Por lo que Sirius pudo oír del sermón que le estaba echando en voz baja, furiosa, estaba descargando sobre él de lleno y duramente.
Quizá Snape estaba saliendo mientras tuviera oportunidad, porque no discutió. Abandonó el lado de la cama de Evans sin una mirada atrás, casi deslizándose por el espacio entre las camas. Sus ojos estaban clavados en Sirius, oscuros e insondables y crueles de aversión.
"Hasta la próxima," susurró Snape mientras pasaba.
"Cuenta con ello," siseó Sirius a través de los dientes.
Una vez se hubo marchado, Sirius se volvió hacia Lunático. Se veía pálido, el pelo todavía enmarañado, los brazos desnudos en una fina camiseta Muggle de manga corta, sin piel de gallina a pesar de que en el pabellón hacía frío. Calor corporal de hombre-lobo y todo eso.
"Cancelaste cualquier hechizo de silencio que Snape había puesto en la puerta," dijo Sirius. No sabía cómo sentirse al respecto. Quizá un poco impresionado: Lunático lo había hecho no verbalmente, a través de toda la longitud del pabellón.
Lunático lo miró a los ojos, pero había algo distante en su mirada. "Deberías marcharte antes de que vuelva su cólera sobre ti," dijo.
"Vale," dijo Sirius. Se metió la varita en el bolsillo. "Te esperaré fuera," dijo, y se giró para irse, casi chocando con Cornamenta, cuya cara estaba crudamente blanca bajo sus mejillas ardiendo.
La mano de Sirius cosquilleó con el calor casi febril que siempre despedía Remus. Siguió a Cornamenta al pasillo, cerrando las puertas tras de sí.
El corredor afuera estaba vacío. Colagusano bien estaba acechando detrás de la esquina o realmente había huido a la carrera. Probablemente lo último.
Snape había desaparecido, también.
"Eso–" Cornamenta no podía hablar. "Eso–"
"Lo sé, colega," dijo Sirius. No intentó tocar a Cornamenta; sólo conseguiría ser maldecido o un puñetazo en este estado. Lo sabía, a pesar de que no creía haber visto jamás a Cornamenta tan alterado. Sus manos estaban temblando y sus ojos estaban casi vidriosos. Quizá era rabia, o quizá era temor.
Sirius intentó recordar si alguna vez había pensado seriamente que Snape pudiera ser tan–lo que sea que fuera–y no lo creía. Eso había sido… algo más.
La respiración de Cornamenta caía pesada en el silencio del pasillo. "Antes no me creías." Respira. Respira. "Pero ahora lo haces."
"Ahora lo hago," dijo Sirius. No era que no lo hubiera creído antes, era más que no le había importado. Pero no iba a decírselo a James; no era un cabrón.
"Canuto." Madre del pecado, ¿eso eran lágrimas en los ojos de James? Oh, Merlín. "¿Y si la mata?"
Parte de Sirius quiso encontrar a ese mierda malvado, maníaco, y desgarrarlo tendón a tendón. Algunas noches no podía dormir por la idea del mal caminando por los pasillos de Hogwarts. Había sabido que Snape iba a ser parte de ello eventualmente, iba a llevarlo allá donde fuera.
Sólo que no había sabido que iba a ser tan pronto.
"Acudiremos a Dumbledore," le dijo a Cornamenta, por fin tocándole el hombro. "Él sabrá qué hacer."
Espero.
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Severus había esperado sentir una edificante sensación de placer después de haber burlado a Potter tan perfectamente. La expresión en su cara había sido inspiradora.
Eso es lo que había pensado en un principio, en cualquier caso.
Luego se percató de que su placer tenía un tinte casi… nostálgico. Si tan sólo hubiera sido capaz de ver esa expresión antes de que muriera era la idea que revoloteaba por su mente. Pensaba en ello cuando abandonó el ala hospitalaria, dirigiéndose hacia la biblioteca.
Donde el triunfo debería haber morado en su interior, sólo había un eco de vacío. ¿Por qué?
Se le ocurrió, mientras se deslizaba entre las estanterías hacia las mesas del fondo que nadie utilizaba realmente para estudiar, que toda la vieja dinámica ya no existía. Potter y Black pensaban que era una repugnante serpiente Mortífaga, y no lo era. Pensaban que era la misma persona que siempre habían aborrecido, y no lo era. Y este Black y este Potter no eran los mismos hombres en que había gastado tanto de su odio la última vez. El hombre que había sufrido durante doce años en Azkabán y se había hundido en su propia desesperación; el otro que había muerto a manos del Señor Tenebroso, fracasando en proteger a su esposa e hijo–no existían todavía. De un modo muy real, habían desaparecido. Y naturalmente Severus había envuelto su odio alrededor de todo lo que Black y Potter habían sido cuando los había conocido… y aquí, ahora mismo, no eran esos hombres más de lo que él era un Mortífago. Era a esos hombres a quienes más quería herir, porque eran quienes más le habían herido. Herir a estos muchachos parecía casi inconsecuente en comparación.
No habría esperado eso. ¿No los había aborrecido, durante tanto tiempo, por todo lo que le habían hecho? Eso incluía los golpes bajos que habían perpetrado en el colegio; su hipócrita intolerancia; su popularidad inmerecida; el modo en que le habían arrebatado a Lily; la manera en que se había marchado con ellos. ¿No debería estar saltando a la oportunidad de vengarse de ellos, de cualquier forma? Eso habría pensado. Todavía los odiaba, los aborrecía con toda su capacidad de aborrecer; así que, ¿por qué el recuerdo de la cara de Potter sólo lo dejaba ahora con un vacío?
Suponía que esto era lo que llamaban perspectiva.
Cuando Lily regrese con ellos, se dijo, cuando las cosas vuelvan al modo en que eran, entonces tú lo harás, también.
No era un consuelo.
Dejó sobre la mesa manchada de la biblioteca los dos libros que había robado anoche. Era una suerte decente, tener período libre a primera hora; lo había olvidado, pero una excursión anoche al despacho de Slughorn por una copia de su horario había parcheado ese agujero en su memoria.
Sus compañeros de dormitorio habían destruido todas sus posesiones anoche antes de que llegara a la habitación, así que esta mañana se había aprovechado de sus provisiones mientras estaban atados, aturdidos, a sus camas. Mulciber había donado plumas, Avery pergamino y tinta; Flitwick le prestaría copias de sus textos de Encantamientos, y sabía todas sus Pociones de corazón. Sólo se alegraba de que nada en su baúl le había importado en particular, y siempre conservaba su dinero sobre su persona. Podría reabastecerse el próximo fin de semana en Hogsmeade. ¿Y a quién le importaban una mierda los suministros cuando el problema real era Lily? Todo en un baúl podía reemplazarse.
Sacó un pedazo de pergamino de Avery y una de las plumas de Mulciber, para bosquejar lo que conocía de la maldición. Causa cambio continuo de emociones. Temperamento incrementado. Desesperación. Temor. Reacciones no naturales a las acciones de los demás. Confusión interna que se transmite en síntomas fisiológicos. Síntomas psicológicos aliviados por el contacto, pero los fisiológicos permanecen sin alteración. Sensación de frío sin influencia exterior.
O quizá la maldición estaba drenándole la vida.
Severus vio su mano temblando mientras alcanzaba el menor de los dos textos: un libro engañosamente delgado, sus hojas hechas de pergamino quebradizo y deformado por la edad. Olía a polvo y putrefacción, y cuando lo tocó, sintió el frío cosquilleo en las yemas de los dedos que indicaba magia Oscura. Pero era un libro que podías permitirme guardar en una biblioteca de colegiales estúpidos porque sólo los brujos Oscuros sentirían algún efecto de él. Ni siquiera contenía ningún encantamiento, sólo un catálogo de hechizos Oscuros y sus síntomas.
No incluía curas, tampoco. Pero Severus podría arreglárselas. La mayoría de las curas Oscuras eran las mismas… cuando podías usarlas en absoluto.
Abrió la cubierta–madera, dos gavillas atadas con bramante–y hojeó a través del papel envejecido. Algo de la escritura había comenzado a decaparse, así que conjuró Illuminati, un hechizo que iluminaría cualquier rastro de tinta que encontrara. Los remolinos negro dorado de luz refractaron las motas de polvo en el aire.
Hojeó hasta la sección de Hechizos del Corazón.
Contrapasso estaría incluido aquí, de ser oficial. Éstos eran hechizos que actuaban primero sobre la psique, tan poderosamente que los efectos sangraban al cuerpo. Utilizaban tus emociones para envenenarte. Para volverte loco. Para matarte.
Las resplandecientes letras en la página parecían deslizarse a través de su atención, susurrando burlas. Había maldiciones que destruían la felicidad y te mataban de desesperación; que convertían el amor en odio o terror, condenando a los que amabas a morir a tus manos; y algunas que convertían tu capacidad de amar en brutal resentimiento, de modo que nunca pudieras volver a amar. Había maldiciones que ataban el corazón de otra persona a ti, envenenándola por la carencia de tu compañía, tu contacto, tu amor, porque ninguna cantidad de ti sería jamás suficiente para saciar su necesidad. Y todavía había otras que encontraban cada recuerdo feliz de alguien en tu mente y lo convertían en cenizas, de modo que siempre lo recordabas, pero nunca que te había hecho feliz. La persona que habías amado no significaba nada para ti, al final.
Esa última pasó por su mente como un escalofrío. ¿Podría ser eso lo que ella estaba sufriendo…? Su actitud hacia Potter y el lote de folladores de animales era demasiado… incongruente para lo que había pensado de ella. Recordaba séptimo año, el modo en que todos habían comenzado a andar juntos; cómo Potter había dejado de necesitar maldecir a cualquiera salvo a Quejicus para echarse unas risas, porque la había tenido a ella para hacerle reír… Lily había parecido complacerse en su compañía; y él había encontrado aquella carta que le había escrito a Black, echada a un lado en Grimmauld Place. Black debía haber atesorado la cosa para haberla guardado en alguna parte, todos esos años. Todos deberían haber sido amigos, en cuyo caso su frialdad, su pánico porque lo maldijeran, no podían ser sólo productos de un torpe intento Gryffindor por crear una ilusión de normalidad, o el producto de circunstancias alteradas.
Pero… no. Pasó un dedo sobre la última maldición, la Ceniza de Memoria. Estaba dejándose llevar, retorciendo los hechos para ajustarse a la teoría. Esa maldición era demasiado complicada para haber sido disparada en la calle… requería la sangre de la víctima y un extenso conocimiento de su psique. Era un hechizo Oscuro muy poderoso. Lucius no podía haberlo conjurado. Severus no estaba seguro de quién podría haberlo hecho.
¿Qué requerían los hechizos Oscuros? Eso era importante, como lo era su nivel. No sabía si Lucius la había maldecido; sólo era el culpable más probable.
Trajo el segundo libro hacia delante y lo hojeó hasta Spelles of the Harte. Si recordaba correctamente, la mayoría de Hechizos del Corazón requerían sangre o piel, aunque el último ingrediente podía sustituirse por cabello. Así que eso significaba que, cualquier hechizo que ella estuviera sufriendo, Lucius no podía haberla maldecido en la calle. Habría necesitado encontrarla, bien en el hospital (y no habían estado allí el tiempo suficiente para perpetrar un ritual de esta naturaleza) o en su casa; y el trabajo que habría implicado localizarla y maldecirla en su casa era algo que no podía creer de Lucius. Una Sangre-sucia estaría por debajo del honor de su esfuerzo. Si alguien la entregaba en un paquete en su umbral, probablemente se habría alegrado de remangarse y ponerse a ello, pero dejaría cualquier tipo de venganza sobre ella a los otros. Incluso su venganza hacia Severus sería dirigida por poderes. Hacerlo de otro modo sería rebajarse. Y Lucius no estaría interesado en hechizos como éste. Nunca había comprendido la sutileza de las emociones. Lucius pensaba que la venganza no era adecuada a menos que fuera abierta y puntuada con súplicas. Un deslizamiento orgánico en la demencia, en la muerte, lo aburriría. Ni siquiera le vería sentido.
Severus se frotó la frente, donde un dolor sordo estaba aumentando. Muy bien, entonces; no podía haber sido Lucius. Demasiado fuera de carácter, demasiado avanzado mágicamente, demasiado insostenible logísticamente… pero si no Lucius, ¿quién entonces? Los Hechizos del Corazón eran personales… para hacer esto, alguien necesitaría odiar a Lily a un nivel íntimo, para comprender la importancia de la emoción…
Había visto dibujos animados Muggles representar una revelación repentina con una bombilla. Había comprendido el simbolismo, incluso si lo había creído descarado y carente de sutileza; pero descubrió que fue eso exactamente lo que sintió en ese momento: como si una bombilla se hubiera encendido en su cabeza, bañando de luz un espacio oscuro.
Un motivo para herir así a Lily, y los medios, tanto mágicos como temporales, para hacerlo.
Su madre le había dicho que pensaba que Lily le rompería el corazón…
Se puso la mano sobre el rostro y respiró. Sólo esperaba que su madre no hubiera empleado sangre. Aun así, ejecutaría el contra-hechizo más poderoso que pudiera, sólo por si acaso; y mientras tanto, le prepararía a Lily un neutralizador. Ni siquiera llevaría demasiado tiempo elaborarlo; era sólo un supresor, no una cura para siquiera el menor de los síntomas. Sólo lo suficiente para sacarla del ala hospitalaria. Necesitaría fingir que estaba curándose antes de ejecutar la contra-maldición.
El engaño era probablemente un sinsentido extremo, pero simplemente sacarla de la enfermería en lo profundo de la noche y luego devolverla por la mañana, fresca como una margarita, sería temerario. Estaba tratando de evitar ser temerario. Ésa era la provincia de los cabrones Gryffindor.
Necesitaba un lugar oculto para invocar el contra-hechizo… y a Potter fuera del camino… Black, también, y Pettigrew, si podía lograrlo… Lupin era el menos probable en seguirlo, bien por su cuenta o porque su manada se lo pidiera… podría hacer la promesa, pero luego encontraría un modo de fingir que no había sido capaz de seguirlos, manteniendo a todos de ese modo lo más complacidos posible. Mantener a la gente lo más contenta posible era la luz guía de Lupin.
Cuando el reloj tocó la hora, Severus le dio la bienvenida. Cualquier cosa que lo sacara de esa caverna fría, silenciosa, de la biblioteca, donde el polvo se arremolinaba en el aire sin ninguna respuesta que reconfortara.
. . . . . . . . .
"No estoy tratando de ser poco útil, James, sólo pienso que estás… exagerando."
"¿Exagerando?" el rostro de James estaba brillante con manchas de emoción–furia, indignación, quizá incluso temor. "¿Exagerando? Creo que estabas allí, Lunático, creo que oíste a Snape, viste lo que le ha hecho–"
"Lo que quiero decir," dijo Remus, intentando sonar paciente pero temiendo estar sonando sólo desesperado, "es que Dumbledore seguramente ya sabe lo que quieres decirle. Sobre Snape."
"Sí que vino a la enfermería anoche," añadió Sirius. Por un fugaz segundo de locura Remus pensó que Sirius iba a ser de ayuda, de ayuda de verdad–pero entonces ocurrió lo inevitable: "Pero Snape estaba comportándose delante de él, ¿no? Creo que deberíamos ir a ver a Dumbledore. Danos la contraseña, Lunático, ¿vale, colega?"
Y ésa era la única razón por que se habían molestado en incluir a Remus en su plan: como Prefecto, conocía la contraseña al despacho del Director. Para emergencias. Les recordó esto.
"¡Esto es una emergencia!" dijo James, con una especie de urgencia dura, feroz. "Lunático, eres uno de mis mejores amigos, no me hagas maldecirte. ¡Danos la contraseña!"
Remus decidió intentar ser firme. Quizá funcionaría esta vez. "N-no." Bueno, tanto por eso. Mirando el rostro de ojos brillantes, mejillas rojas, de James, pudo sentirse comenzando a arrugarse como un calcetín mojado–James estaba abriendo la boca furioso–Sirius estaba suspirando y poniendo los ojos en blanco–
"Yo os llevaré al despacho del Director," dijo Remus débilmente. Remus, éste eres tú, haciéndote saber que apestas. "Como en, yo iré con vosotros. No queréis empeorar las cosas, ¿verdad?" preguntó agitando una amenaza que incluso sonó vaga, pero a James sólo le importaría que Remus no se interpusiera entre él y la justicia para Lily Evans.
"Genial," dijo James, casi un jadeo. "Gracias, Lunático, eres uno de los mejores. ¡Ahora vamos!" Y sujetó tanto a Remus como a Sirius por los cuellos de las túnicas y los arrastró pasillo abajo.
"Cornamenta," protestó Remus, "pensaba que te referías a más tarde–" (No lo había hecho, en realidad, pero no hacía daño intentarlo.) "Tengo que ir a Runas Antiguas."
"Dumbledore te dará un pase," dijo James con la arrogancia de la indiferencia.
Remus decidió que preferiría ganarse una detención por saltarse clases que ser hechizado o regañado por McGonagall por entregar la contraseña del Director, así que simplemente se dejó ser arrastrado.
"Ring dings," le dijo a la gárgola cuando James lo empujó frente a ella.
"Ahora puedes marcharte a Runas," dijo Sirius, como si pensara que era gracioso.
"He llegado hasta aquí," murmuró Remus. Dejó que Sirius lo maniobrara en las escaleras detrás de James, que prácticamente estaba bailando de expectación. Su pelo estaba tan loco como si se hubiera electrocutado.
"Sube un escalón, James, ¿vale?" pidió Remus, porque con los tres apiñados en un escalón, Remus estaba sintiéndose como la rodaja de licántropo en un sándwich Gryffindor. Sirius estaba prácticamente respirando en su cuello.
"Lo siento," dijo James distraído. En la cima, bajó de las escaleras y golpeó la puerta. Remus tuvo que agarrarle el brazo para evitar que irrumpiera dentro sin esperar la señal; cuando no llegó ninguna y los segundos se desgarraron, Remus pensó que James podría pegarle para hacer que lo soltara.
Entonces una de las puertas se abrió. Dumbledore apareció, llevando túnica de un magnífico tono lila, bajando la mirada curioso a Remus y James, y examinando al alto Sirius al nivel de los ojos.
"¿A qué debo el curioso placer, caballeros?" preguntó Dumbledore, pero dejó que la puerta de su estudio se abriera y se apartó a un lado para permitir que James se precipitara dentro.
"Es acerca de Evans," estalló James, "Lily Evans, y Snape." Cuando Remus clavó el tacón en el pie de James, chilló, "¡Señor!" con ojos acuosos.
"Ah, sí. Eso." Dumbledore agitó su varita de modo ausente, y tres sillones estampados a juego se tejieron del aire ante su escritorio.
Remus sujetó a James por el cuello de la ropa y lo forzó sobre un sillón. Sirius se sentó como si todos fueran a tomar el té, su atención errando sobre los peculiares instrumentos relucientes de Dumbledore y los retratos sesteando en las paredes como si sólo estuviera medio prestando atención a la conversación que tenía a James tan agitado, que podría explotar por las orejas en cualquier minuto.
Dumbledore les sonrió levemente mientras tomaba su propio asiento. "No me sorprende," dijo, su voz y actitud sugiriendo que estaban discutiendo el resultado de un proyecto escolar con el que había estado levemente complacido. "No me sorprende en absoluto que tal… sensacional desviación de la norma les haya llamado la atención. Particularmente porque concierne a dos personas por quienes siempre han estado… tan preocupados."
Remus sintió las orejas ardiendo. Miró fijamente un plato de caramelos de limón azucarados sobre el escritorio de Dumbledore, preguntándose si sería mejor o peor parecer tan avergonzado como se sentía.
"Pero creo que la Señorita Evans está en manos capaces," continuó Dumbledore, cruzando sus propias manos de largos dedos ante sí sobre el escritorio.
"¡Pero Madame Pomfrey está dejando a Snape entrar allí para verla!" dijo James, casi frenético. "¡Sirius dijo que estaba allí anoche, y había regresado esta mañana, y estaba preparado para utilizarla como escudo si yo la maldecía, dijo eso, Canuto y Lunático lo oyeron!"
"Sí que lo dijo," dijo Sirius, hablando por primera vez. Su voz no sonaba con seguridad, pero sólo porque la seguridad estaba tan segura de sí misma, que no necesitaba ninguna fanfarria. "Lo habría hecho, además."
"Ciertamente puedo ver que tal posibilidad los habría disgustado enormemente," dijo Dumbledore. "¿Confío en que ninguno de ustedes puso a prueba su resolución?"
"¡No!" dijo James acalorado.
"Su preocupación por el bienestar de la Señorita Evans les da crédito a todos," respondió Dumbledore, bastante seriamente. "Pero el Sr. Snape estaba presente en la enfermería anoche porque fue quien llevó a la Señorita Evans a Madame Pomfrey."
"¡Después de enviarla allí!" gritó James. "¡Él es quien la maldijo!"
Algo cambió en la conversación, algo casi imperceptible. Pero Remus lo sintió, y cuando Dumbledore inclinó la barbilla ligeramente y dirigió el peso de su brillante mirada azul hacia ellos, sin el escudo de sus anteojos, los pelos en la nuca de Remus se erizaron.
"Ésa es una acusación grave, Sr. Potter," dijo Dumbledore, aunque no en tono diferente de lo que les hubiera dicho cualquier cosa. "Naturalmente, si me confían su prueba, investigaré tal demanda en toda su extensión."
"Señor," dijo Sirius, sonando en absoluta posesión de sí mismo, "si hubiera visto a Snape en el ala hospitalaria esta mañana, tendría toda la prueba que pudiera desear."
"Estoy seguro de concordar con usted, Sr. Black," dijo Dumbledore. "De haber estado allí, habría sido un excelente testigo ocular. Pero puede que yo presenciara algo diferente que usted, o el Sr. Potter–tal es el exquisito misterio de la perspectiva." Entonces los ojos se volvieron hacia Remus, que se sintió retorcerse. "¿Estaba usted allí, Sr. Lupin?"
"Sí, señor," logró Remus. Sentía la garganta seca. No estaba seguro de querer oír lo que saldría de su propia boca si Dumbledore le preguntaba…
La mirada azul estaba escaneándolo ligeramente, tan poderosa como un rayo láser. "¿Y cuál es su interpretación de estos acontecimientos?"
Remus se sentía miserable. James estaba mirándolo tan implorante, y los ojos grises y el rostro compuesto, casi altivo de Sirius eran insondables…
"No puedo decir lo que Snape pretendía con–cualquier cosa que hiciera. Pero sí dio a entender que la utilizaría como escudo si James lo maldecía."
¿Lo harás, si el precio es tu amada chica? Todo lo que tendría que hacer es ser más rápido… Había sido horrible, más horrible de lo que Remus podía recordar que fuera Snape jamás. No era que Snape no hubiera intentado ser tan horrible antes; lo había hecho, muchas veces; pero esta vez de verdad, de verdad había funcionado…
"Intrigante," dijo Dumbledore, como si lo dijera honestamente. "¿Puedo preguntar por qué dice que no puede decir lo que pretendía Snape?"
"Bueno," dijo Remus débilmente, "sólo eso. Yo… no sé si estaba diciéndolo en serio o no."
"¡Por supuesto que lo estaba!" dijo James, acalorado e indignado. "Lunático, tú estabas allí, ¿cómo puedes pensar siquiera–?"
"No lo sé," dijo Remus, exasperado, pero tratarlo de no mostrarlo, "sólo estoy diciendo lo que pienso, James, eso es todo."
"Lo habría hecho, la serpiente Mortífaga babosa," dijo James acalorado. "¡No cree que ella sea un ser humano!"
"Sr. Potter," dijo Dumbledore con una voz tal que James se calló de inmediato. "No deseo que crea que no aplaudo sus principios, y naturalmente, no pondré restricciones a las conversaciones que mantenga entre sus amigos. Pero en mi presencia, y en presencia de otros maestros, preferiría que no acuse a sus compañeros de ciertas… afiliaciones sin ninguna prueba. Y estoy bastante seguro," continuó, cuando James abrió la boca para protestar, "que en el asunto de las asociaciones políticas del Sr. Snape, no tiene nada de ese tipo."
"Tenemos sospechas," dijo Sirius, más calladamente de lo que Remus creía haberlo oído jamás.
"E intuición," acordó Dumbledore. "Pero deberíamos recordar, Sr. Black, que mientras que la intuición puede guiarnos en nuestras investigaciones, incluso el debido proceso legal requiere pruebas. Y pruebas e intuición, mientras que no son mutuamente excluyentes, no son sinónimos. Ahora." Les sonrió a todos y extendió las manos. "Creo que se acerca la hora de Defensa Contra las Artes Oscuras con su profesor del año, y debo hablar con el Sr. Lupin."
Remus se sintió ponerse rojo mientras el asiento de su sillón parecía caer.
"Así que si aprovechan sus últimos momentos libres de estudio de la mañana, Sr. Black, Sr. Potter– Gracias por su visita. Es tan refrescante verles aquí sin un profesor o el Sr. Filch airados cerniéndose sobre ustedes," dijo, centelleando.
Esta conclusión estaba tan claramente fuera de las expectativas de James que Sirius tuvo que conducirlo bajo obvia coacción. La puerta se cerró tras ellos con un suave boom que aun así sonó a final, dejando a Remus con la sensación de estar atrapado.
"¿Parezco un ogro, Sr. Lupin?" Dumbledore estaba sonriéndole. "¿O teme estar en problemas?"
"Yo–" Remus trató de modular su voz más baja que un chillido. "Lo siento, señor. No pude mantenerlos fuera–" Ésa es la verdad, pero no te esforzaste mucho, ¿verdad? Nunca lo haces.
"No, sus amigos son algo así como una fuerza de la naturaleza," acordó Dumbledore. "Una razón por la que quería hablar con usted a solas. Es bastante comprensible que el Sr. Potter debería estar… fuera de sus casillas, después de la historia que relató, lo que, estoy seguro, le pareció tal como informó aquí. Creo que puedo decir que poseo un justo conocimiento de la percepción del Sr. Potter y el Sr. Black del Sr. Snape. Estoy menos seguro de la suya, sin embargo. ¿Me pregunto si podría iluminarme?"
Remus parpadeó. "Quiere saber… lo que pienso de Snape. ¿Señor?" añadió apresuradamente.
"Lo hago," dijo Dumbledore, todavía sonriéndole.
Remus se encontró esperando que Dumbledore riera y dijera, 'Por supuesto que no.' Cuando no lo hizo, y Remus se percató de que sólo estaba sentado allí y mirando fijamente al director, se le puso la cara aún más caliente que antes y soltó lo primero que le vino a la cabeza:
"Yo… no sé lo que pienso." Entonces se detuvo, sintiéndose ridículo. Era casi como si Dumbledore estuviera poniendo algún tipo de confianza en él, y no se le ocurría qué había hecho jamás para merecerla. "Yo, quiero decir–no creo que muchas personas sepan qué pensar de sí mismos la mayoría de los días–sé que yo no lo hago–así que en cuanto a Snape–ni siquiera lo conozco…"
Se interrumpió, se encontró con la mirada expectante de Dumbledore, y se sintió tan mortificado que estuvo seguro de que iba a evaporarse en un soplo de vapor. Dios, ¿por qué tenía que ser tan estúpido? Quizá esto era un esfuerzo desesperado de permitirle conservar su Prefectura, ya que la había fastidiado en los dos años que llevaba… Dumbledore estaba concediéndole una última oportunidad de redimirse, y aquí estaba, chapuceando peor que con una poción…
"Una respuesta muy sabia, Sr. Lupin."
Remus no podía haber oído bien. "¿Qué?" soltó.
Dumbledore sonrió. "Me gusta pensar que, cuando tenía su edad, ocasionalmente tropezaría con sabiduría yo mismo. Pero sabe, más bien pienso que nunca lo hice. Aprender a reconocer los signos de la sabiduría es tan importante como poseerla."
"…sí, señor," dijo Remus, ahora completamente perplejo.
"¿Puedo hacerle una confesión, Sr. Lupin? Yo tampoco sé qué pensar del Sr. Snape. Puedo aventurar la suposición de que nadie en este colegio lo conoce de verdad. Apostaría que el Sr. Snape no se conoce a sí mismo. Puede que tenga ideas, como todos nosotros, pero la Verdad es tímida, y viene tan pocas veces donde los mortales puedan verla. Y–¿recordará mi mención de la intuición al Sr. Black?–Tengo la sensación que es de vital importancia que doblemos, incluso tripliquemos nuestros esfuerzos para comprender quién puede ser el Sr. Snape. Deseo que me ayude."
Remus se percató de que estaba boquiabierto. "¿Yo?" repitió tenuemente.
"Es poco ortodoxo," admitió Dumbledore, "y sin duda, de ser conscientes los padres de mi decisión de involucrar a un estudiante en mis asuntos, recibiría aún más cartas sobre mi incompetencia como Director de las que ya recibo." Sus ojos estaban centelleando de nuevo. "Pero no le conocen como yo lo hago–o como creo que le conozco. De todos los estudiantes que tengo la bendición de conocer en este colegio, usted, Sr. Lupin es el que creo más cauto cuando juzga el mérito de otra persona." Su mirada pareció volverse más penetrante–le recordó a Remus el modo en que los Muggles utilizaban los diamantes en los láser, para emitir rayos de luz cortante. "La vida le ha otorgado una perspectiva única en ese aspecto."
Remus tragó.
"¿Me ayudará, Sr. Lupin?"
"Por supuesto, señor," dijo Remus automáticamente, "pero–lo siento, no pillo–quiero decir, no comprendo– ¿qué quiere que haga?"
"Quiero que mantenga un ojo en el Sr. Snape. Que… lo observe. Por su bien, tanto como por el de los demás. ¿Cree que puede hacer esto?"
Sin duda. Todo lo que James y Sirius y Peter estarían haciendo este trimestre era espiar a Snape; Remus más bien podría unirse. "Sí, señor."
"Magnífico." Dumbledore le sonrió. "Espero ansioso ahondar en su perspectiva, Sr. Lupin. Tengo la sensación de que la encontraré la fuente más iluminadora."
. . . . . . . . .
Remus corrió por los pasillos hacia clase de DCAO, una nota de disculpa de Dumbledore arrugada en su mano. Patinó hasta detenerse ante la puerta dos minutos después de la hora, pero cuando se deslizó en la sala, encontró que el maestro no había llegado. Todos estaban parloteando y arrojando pedazos de basura y pájaros de papel encantados para bombardear a sus amigos y a las chicas que les gustaban.
Escaneó la multitud en busca de sus amigos y los vio en el lado de las ventanas de la sala, a medio camino: James y Sirius hablando con las cabezas juntas; o más bien, los labios de James moviéndose rápido y sus manos revoloteando como mariposas en gestos agitados, y Sirius asintiendo ocasionalmente, con aspecto tan sombrío y atractivo que varias chicas estaban observándolo con miradas levemente nubladas. Peter había estado vigilando la puerta, y cuando Remus se deslizó en la sala, tiró de la manga de James.
James se dio la vuelta de golpe en su silla y gritó a través de la maldita sala: "¿Qué quería Dumbledore, Lunático?"
Prácticamente todas las cabezas se giraron. Con más de cincuenta pares de ojos sobre él, Remus sintió hervirle la cara. Por un fugaz segundo, deseó ser más como sus amigos, y maldecir a la gente por molestarlo. Envió a James una mirada realmente sucia, pero Sirius ya le había dado un capón en la parte trasera de la cabeza.
"¿Qué quería el hombre-D, Lunático?" le preguntó Felicity Meadowes con malicia, haciendo girar uno de sus pendientes de pluma de avestruz.
"Que te metas en tus propios asuntos," retrucó Remus. Viró al otro lado de su escritorio para evitar a los Slytherin que siempre intentaban hacerles tropezar a él y Peter si eran tan insensatos como para pasar cerca, aceleró por el fondo de la sala, y se zambulló en un asiento entre James y Sirius.
"Lo siento," dijo James tímidamente mientras Remus volvía a fulminarlo con la mirada. "No estaba pensando–"
"Bueno, llama al Profeta Diario, porque hay un titular," espetó Remus. La amplia sonrisa de James fue aún más tímida, y se revolvió el pelo, avergonzado. Sirius rio y se apoyó en el hombro de Remus.
"Éste es un volumen mejor, Cornamenta," dijo alrededor de la espalda de Remus. "Mira y aprende." Dejó caer todo su peso sobre el hombro de Remus, inclinándolo hacia sí, y puso los labios justo junto a la oreja de Remus. "¿Qué quería Dumbledore, Lunático?" susurró.
"¿Qué?" dijo Peter, su cara contrayéndose. "No oí."
"Ésa es la cuestión, Colagusano, tontorrón," dijo Sirius cansado. Peter se sonrojó.
"Sirius–" Remus se salvó de tener que responder de verdad por el maestro al fin entrando tambaleándose en la sala.
"Muy bien, calmaos, todos," dijo inútilmente, ya que Bobby Mackerel encantó una grulla de papel para que cayera volando al frente de la túnica de Marnie Dobbins y ella le arrojó un bote de tinta.
"Estas clases son de broma," murmuró Sirius al oído de Remus; seguía apoyado en él. "Pensarías que Dumbledore comprendería que necesitamos de verdad aprender a defendernos, no pasar el año pajeándonos–"
"¿Dónde está el Sr. Snoop?" preguntó el maestro, mirándolos a todos. Bastantes personas rieron; el profesor pareció avergonzado, claramente comprendiendo que había dicho mal el nombre de Snape.
"Probablemente saltándose clases," gritó Mulciber casualmente. Si su respuesta fue por desdén hacia el maestro o por deseo de meter a Snape en problemas, Remus no pudo decirlo. Bueno, no había ley que dijera que la gente no podía combinar dos deseos destructivos. La gente lo hacía todo el tiempo, de hecho, incluso sus propios mejores amigos. A James y Sirius les gustaba pretender que no era eso lo que estaban haciendo–incluso podían creer que no estaban haciéndolo–pero los Slytherin probablemente consideraban un desperdicio de potencial si una única acción no cumplía cinco cosas desagradables diferentes.
"¿Nadie lo ha visto?" preguntó el profesor distraído, mientras una bola de basura humeante volaba más allá de su oreja y rebotaba en la pizarra.
Nadie respondió, ni siquiera James o Peter. Sirius sólo siguió apretando su peso en el hombro de Remus.
"Bueno, si alguien lo ve, pídanle que acuda a mí, ¿vale? Muy bien entonces, saquen sus libros de texto–"
Copiaron notas de los libros de texto–o algunas personas parecían estar fingiendo hacerlo; la mayoría de la gente ni siquiera se molestó en eso. Sirius inclinó su silla hacia atrás sobre las patas, los brazos doblados tras la cabeza, mientras James siseaba teorías sobre Snape a Peter, que estaba escuchando extático. Los Slytherin claramente estaban haciendo bromas entre ellos con voces demasiado bajas para que llegaran, pero puntuándolas con risas que viajaban hasta el frente de la clase. Incluso Remus sólo empleó un hechizo para subrayar las líneas de su libro de texto, aunque su atajo se debía en parte a que necesitaba tiempo para resolver lo que iba a decirle a James sobre su tarea especial para Dumbledore (que todavía no comprendía). ¿Seguramente Dumbledore tenía maestros para mantener vigilado a Snape?
O quizá… a veces Remus pensaba que Dumbledore lo había hecho prefecto con el fin de darle cierto control sobre James y Sirius. Nunca había funcionado, pensó Remus amargamente. Al principio, incluso habían intentado que quitara puntos por diversión, hasta que McGonagall los oyó incitándolo a continuar, a hacerlo, y le dirigió a Remus tal zurra verbal que casi se había desmayado. Después de eso, nunca habían vuelto a plantearlo… pero Remus sabía que eso se había debido a su autodominio, a sentirse culpables por meterlo en problemas; no era por nada que él hubiera hecho. Probablemente había decepcionado de modo horrible a Dumbledore. Remus odiaba decepcionar a las personas, especialmente si le gustaban.
Pero si Dumbledore le había asignado esta tarea para evitar que sus amigos persiguieran cierta… cierta justicia vigilante contra Snape, y sus amigos estaban decididos más que nunca a perseguir justicia vigilante contra Snape, Remus iba a tener que decepcionar a alguien. Y supo, con un amargo destello, quién iba a acabar estándolo.
Las sillas estaban arrastrándose, la charla se elevó a niveles distractores. Remus parpadeó la niebla del ensueño. "¿No es hora de marcharse?" dijo, desconcertado.
"¿Dónde has estado, colega?" preguntó Sirius. "¿En el paseo de los recuerdos?"
"Algo así." Remus echó un vistazo a los otros estudiantes, que estaban diseminados en formaciones en grupo, la mayoría apoyados en los escritorios y charlando, unos pocos–los Slytherin, predominantemente–permanecían sentados y tan obviamente aburridos que podía verlo a través de la sala.
"Estamos practicando Encantamientos Escudo," dijo Peter. "Lunático, ¿querrías–?"
"Entonces, ¿qué quería Dumbledore?" interrumpió James.
Remus suspiró. Imaginaba que, considerándolo todo, la honestidad era la mejor política. Después de tantos años de ocurrírsele excusas de licántropo, se había convertido en un mentiroso experimentado, pero no era un buen mentiroso experimentado. Todo lo que era capaz de hacer era mentir con el rostro tranquilo en una voz razonable para darse tiempo suficiente para escapar, pero media hora más tarde, la persona a la que había mentido descubriría que la historia no tenía ningún sentido, y entonces Remus volvería a ser perseguido en busca de la verdad real.
Así que dijo honestamente, "Me pidió que mantuviera un ojo sobre Snape."
Los ojos de Peter se pusieron redondos como globos de chicle. Incluso James parecía pillado por sorpresa. Entonces una expresión de feroz satisfacción robó su cara.
"Estupendo," exhaló James. "Le sacaremos la verdad a esa bola de grasa en un periquete, y Evans estará a salvo."
"Quizá sí," dijo Remus, tratando de sofocar toda señal de su frenética súplica por poder manejar esto correctamente. "Pero no estoy seguro de que realmente estés pensando en lo que esto significa, James. Dumbledore me pidió que vigilara a Snape. Eso significa que no podemos ir por ahí"–torturándolo–"pinchándolo con bromas y esas cosas."
"¡Esto no se trata de bromas!" dijo James indignado. Al menos no estaba gritando, y nadie estaba prestándoles ninguna atención excepto algunas chicas cercanas, cuya atención estaba toda sobre Sirius, de todos modos, mientras estaba parado a los codos de Remus y James con los brazos cruzados. "¡Esto se trata–de justicia y–proteger a Evans de ese malvado bastardo baboso!"
"No puedes ir por ahí practicando justicia cuando el Director tiene el ojo sobre nosotros," insistió Remus. Su estómago estaba retorciéndose en nudos y estaba comenzando a sentirse tembloroso. "Si me pone a vigilar a Snape y entonces Snape acaba en la enfermería, ¿qué crees que va a decir Dumbledore?"
"¡Tú no estarías involucrado! Te mantendremos al margen, Lunático, sabes que lo haremos–"
"Estás pasando por alto la cuestión," dijo Remus impotente. Miró a Sirius en busca de ayuda, a pesar de que sabía que no haría ningún bien; Sirius sólo miró impasible. "Yo ya soy prefecto, James, que es una responsabilidad hacia el Director, y ahora tengo una responsabilidad aún más específica que me asignó–él no quiere justicia vigilante, quiere–"
"¿Cómo van sus Encantamientos Escudo, muchachos?" preguntó el profesor en una voz que quería ser amistosa, aunque obviamente no estaba sintiéndose demasiado amistoso hacia nadie en esa clase.
"Colagusano," dijo Sirius aburrido, "maldíceme."
"Er." Peter parecía pillado por sorpresa y no muy complacido, pero levantó la varita y dijo con determinación: "¡Furnunculus!"
El Encantamiento Escudo de Sirius fue tan fuerte, que Peter cayó encima del escritorio, sobre el costado y al suelo. Varios de sus compañeros estallaron en carcajadas.
"¡Sirius!" dijo Remus, exasperado, ayudando a un Peter de cara carmesí a ponerse en pie.
"Perdona, Colagusano," dijo Sirius, pero estaba sonriendo abiertamente. "Espero que rebotaras."
"Bien." El maestro intentó parecer profesional, no molesto o cogido por sorpresa. "Buen trabajo de encantamientos, Sr. Block–sigan, muchachos–" Y se batió en apresurada retirada. Sirius hizo un gesto de desprecio a su espalda.
"¿Estás bien?" le preguntó Remus a Peter, tratando de mantener la molestia tanto hacia James como hacia Sirius fuera de su voz.
"Sí," murmuró Peter, todavía con la cara escarlata.
"Lunático–" comenzó James de nuevo.
"A menos que trate de Encantamientos Escudo, no quiero oírlo," espetó Remus, sintiendo las palmas húmedas.
"Vale," espetó James en respuesta. "Aunque es gracioso que te importe la protección cuando no me ayudarás a salvar a Evans–"
¡Oh, lamento tanto interponerme en tu camino de maldecir a quienquiera que desees! pensó Remus enojado, manteniendo los labios apretados. O quizá me dirás que no se trata de eso, se trata de Snape siendo un malvado Mortífago baboso, sólo estás haciendo lo CORRECTO.
¿No comprendía James lo que era oír a la gente hablando de lo que alguien merecía, porque todos sabían que era malvado?
Por supuesto que no, dijo el Ravenclaw interno de Remus. Él no es licántropo, no oye a la gente diciendo ese tipo de cosas y refiriéndose a él.
Un susurro repentino al fondo de la sala hizo que Remus levantara la mirada:
Snape había entrado.
El estómago de Remus pareció hundirse hasta un lugar entre sus zapatos.
"Llega tarde, Sr. Snip," dijo el maestro. Por un momento, pareció aliviado de tener algo en lo que centrarse aparte de los alumnos recalcitrantes con quienes había estado lidiando durante los últimos cuarenta y cinco minutos; pero su alivio se evaporó bastante rápido cuando Snape le dirigió una mirada de tal desprecio que casi fue artística.
"Estaba en el ala hospitalaria," dijo Snape. No fueron imaginaciones de Remus que la mirada de Snape se detuvo en James por un momento, o que el más leve gesto de desprecio trazó por su rostro; y entonces Remus se sintió una basura por haber estado peleándose con James, uno de sus mejores amigos, a quien él le importaba honestamente, por un chico que tan a menudo parecía pura, objetivamente, horrible.
Pero no es correcto por su parte que traten a Snape del modo que lo hacen, le recordó su Hufflepuff interno. Sólo porque Snape sea de la manera que es–y eso no es algo que tú puedas evitar–no significa que no debas intentar evitar lo que ellos hacen.
El problema era que James y Sirius no pensaban de ese modo. Y eso era por lo que Remus estaba peleándose con sus mejores amigos.
"Bueno, muy bien," dijo el profesor, como alguien que sólo quisiera que el período terminara para poder huir de todos ellos. "Estamos haciendo Encantamientos Escudo, puede simplemente–en el tiempo que queda–aquí, emparejarse con Looper, ¿vale, Sr. Snap? Encantamientos Escudo–ahí van–" Y huyó de ellos por segunda vez.
Oh, genial. Remus miró fijamente a Snape, que le devolvió la mirada. Había practicado el encantamiento al final de las vacaciones, pero lo que había logrado decentemente en la sala de estar de los Potter parecía muy lejano cuando estabas mirando los insolentes ojos negros de Snape.
Snape no le dijo nada, sin embargo. Sólo hizo un gesto de desprecio hacia Peter, Sirius y James, cuyas expresiones eran de alarma y, en el caso de James, también determinada. Sirius… parecía algo más oscuro. Los enormes ojos de Peter estaban asomándose alrededor del brazo de Sirius, donde todavía estaba ocultándose.
"No te preocupes, Black," dijo Snape. Algo en su voz había cambiado–no en el minuto previo, sino desde antes, desde todos los años que Remus había estado expuesto a él hasta ahora. Ni siquiera podía identificar lo que había cambiado exactamente; sólo era parte de esa… diferencia en Snape; ese algo extraño que se enroscaba en el fondo de su mente como un instinto. "Te devolveré a tu noviete de una pieza."
El rostro de Sirius se oscureció de odio. Remus se puso la palma en su propio rostro. ¿Por qué todos tenían que ser tan condenadamente difíciles? Debería dejarlos acabar el uno con el otro, y bien se libraría de un maldito montón de dolores de cabeza.
"Discúlpame," dijo él con acritud, porque por alguna extraña razón no se sentía físicamente enfermo cuando peleaba con gente que no le gustaba, "me gustaría practicar Encantamientos Escudo en algún momento de esta lección. ¿Podemos, Snape?"
"Si puedes lograr uno, Lupin," dijo él con desdén. Remus parpadeó. Comparado con tonos y miradas y cosas que Snape le había dicho antes, esto era tan benigno como un día de verano.
"No te preocupes por mí," respondió con frialdad. "¿Estás preparado?"
"Será mejor que vigiles lo que haces, Snape," dijo Sirius en voz baja, peligrosa. James asintió con fuerza.
Snape hizo algo verdaderamente horrendo: los ignoró. Remus casi gimió. James y Sirius no se enfurecían ni de cerca por la mayoría de insultos como por ser ignorados descaradamente.
"¡Aquamenti!" dijo Remus apresuradamente, escogiendo algo relativamente inofensivo; aunque creyó oír a Peter reír una carcajada alta y grosera sobre el chorro de agua derramándose. Maldita sea, ni siquiera lo había pretendido como una especie de ataque a la higiene de Snape–
Snape lo bloqueó sin esfuerzo; el agua se lanzó inofensiva a ambos lados, tamborileando sobre el suelo de piedra. Parecía asqueado por la estupidez de Remus. "¿Estás intentando dejarme inconsciente de aburrimiento, Lupin?"
Eso era tan inocuo para Snape que Remus se sintió poniendo los ojos en blanco. "Lamento tanto haber intentado no utilizar un hechizo horrible."
"Podrías utilizar cualquier hechizo que quisieras, Lupin, y no podrías tocarme con él."
"Oh, por favor," dijo Remus. "Escucho suficiente postureo todo el día–"
"¡Oye!" dijo James acalorado, haciendo que Remus hiciera una mueca. Se giró para encarar a sus amigos, sintiéndose tanto avergonzado como exasperado.
"¿No tenéis nada que hacer?" siseó, sonrojándose.
"¡Estamos intentando protegerte, grosero estúpido!" dijo James, las mejillas rojas de indignación.
"Pero si quieres que te abandonemos a él–" la voz de Sirius salió en un gruñido real. Los pelos de la nuca de Remus se erizaron. Menos de un fugaz segundo después, se percató de que no fue el tono de voz de Sirius, fue la punzada de un hechizo–
El Protego de Snape golpeó a la vida, llameando del suelo al techo con tanta fuerza que Remus fue derribado con limpieza de sus pies y una silla explotó en pedazos. La luz de la maldición bloqueada se disparó a lo largo del escudo ondulante como un espectáculo de fuegos artificiales, su imagen remanente grabándose a fuego en el fondo de los párpados de Remus.
Remus sacudió la cabeza para aclararla, percatándose mientras lo hacía que el ruido de zumbido en sus oídos eran chicas (y Peter) chillando y James gritando, "¿Lunático? ¡Lunático! ¿Estás bien?" y Snape pinchándolo en la espalda y diciendo, "Lupin, ¿te bajas de encima de mí?"
"Lo siento," dijo Remus en blanco, parpadeando para aclararse los ojos; su cabeza estaba llena de luz púrpura y carmesí, y no podía ver nada. Alguien lo agarró por los brazos y lo levantó en pie. Olió a jabón de sándalo y leve sudor y humo de cigarrillos; Sirius. Estaba sacudiendo la túnica de Remus en largos, duros golpes.
"¿Qué fue eso por las pelotas de Merlín?" exigió.
"Fue un Encantamiento Escudo, trol cretino," replicó Snape. Los ojos de Remus seguían llenos de una red de luces trémulas, pero el asco era tan fuerte como lo había sido el Protego.
"¿Quién disparó ese hechizo?" estaba preguntando el profesor frenéticamente, sobre el sonido de adolescentes parloteando.
"¿Por qué no puedo ver?" dijo Remus, frotándose los ojos. En el cerrado espacio a su alrededor, todo se quedó en silencio de repente. Incluso Snape estaba callado. "¿Canuto?" preguntó Remus, su voz volviéndose más aguda. Oh Dios.
"Voy a llevarte al ala hospitalaria," dijo Sirius bruscamente. Tomó a Remus por los hombros, su agarre casi como un garrote vil. "Me lo llevo," dijo a alguien cercano, "algo va mal con sus ojos."
La campana trinó. Remus oyó el sonido de escritorios arrastrándose y estudiantes en estampida hacia la puerta, aunque las voces de algunas personas se confundieron en sus oídos cuando se apiñaron cerca para preguntar qué había ocurrido.
"Moveos, imbéciles," les vociferó Sirius, y la sofocante presión de cuerpos alrededor de Remus se disipó como si hubieran volado.
Remus mantuvo los ojos cerrados mientras Sirius lo maniobraba fuera del aula y al pasillo, donde el aire más frío se envolvió a su alrededor. Quizá si mantenía los ojos cerrados, se curarían más rápido.
Si se curaban–
"Eso fue un hechizo Oscuro," oyó decir a la voz sin aliento de James mientras Sirius tiraba de él corredor abajo, "¿no, Canuto?"
"Sí." Sirius mordió la palabra como si estuviera intentando matarla con los dientes. "Lo fue."
"No fue Snape," dijo Remus automáticamente.
Sirius se detuvo tan súbitamente como si se hubiera estrellado contra el Protego de Snape. "Lunático," gruñó, "¿cómo puedes defender a ese bastardo enfermo cuando uno de sus jodidos colegas trató de alcanzarte con puta magia Oscura–?"
"Snape no es responsable de lo que hagan sus amigos," dijo Remus, manteniendo los ojos cerrados con fuerza; pero la ira que estaba irradiando de Sirius era tan inquietante y palpable como lo sería la mirada en su rostro.
"Todos en este colegio se han vuelto jodidamente locos," logró, su voz temblando. Entonces su agarre en el brazo de Remus se cerró más estrechamente que nunca, y lo arrastró corredor abajo.
No puedes mantener un ojo sobre Snape si estás ciego, susurró una vocecita dentro de la cabeza de Remus.
. . . . . . . . .
Sirius estaba lívido. Sabía–sabía quién estaba detrás de todo esto–ese bastardo enfermo, ese hijo de puta malvado, retorcido, Quejicus Snape.
Les había hecho algo a ambos, a Evans y Remus, Sirius se percataba ahora. En el tren, cuando estaban en ese compartimento con él–había puesto alguna maldición oscura sobre Lily, bajo Imperio a Remus, quizá–o quién sabía todo lo que las Artes Oscuras podrían hacer, porque si Remus no hubiera estado peleándose con Cornamenta por defender a Snape, Sirius no habría sabido que algo iba mal. Pero no había nada bueno en ello. Ir por ahí defendiendo a gente que no lo merecía era justo la manera de ser de Remus; pero siempre lo había dejado estar cuando se reían o señalaban todas las formas en que Quejicus era un pequeño Mortífago grasiento, asqueroso, en entrenamiento. Nunca se había interpuesto en su camino cuando hacían lo que tenían que hacer, incluso si a veces los miraría de un modo que hacía retorcerse el estómago de Sirius con una vergüenza rara, extraña. Pero Quejicus tenía ahora tanto a Remus como a Evans defendiéndolo abiertamente, personas que tenían menos que ninguna razón para hacerlo–oh, les había hecho algo, vale.
Y cuando Sirius averiguara lo que era, lo que él le haría a Snape… el bastardo enfermo, malvado, le suplicaría a Sirius que simplemente lo matara…
Empujó las puertas de la enfermería. Si no hubiera estado tan alterado por Lunático y Snape, la visión de Evans vestida y en pie, hablando con Dumbledore y Pomfrey, lo habría detenido en seco. Pero todo lo que le importaba era que si Pomfrey la había curado, eso significaba que podría averiguar lo que ese mierda enfermo le había hecho a Remus–
"¿Evans?" gritó Cornamenta, y corrió pabellón arriba hacia ella.
Evans se giró hacia ellos, con mejor aspecto pero todavía bastante machacada, como una superviviente de viruela de dragón. En cuanto vio a James dirigirse hacia ella, la mirada en su cara enfermiza cambió a alarma y retrocedió un paso. Sus ojos volaron sobre el resto de ellos, como si estuviera buscando una salida. Cuando se fijó en Lunático, que claramente estaba herido, una mirada de ira y algo más cruzó su rostro. "Si habéis estado peleándoos otra vez con Severus–"
"Alguien trató de alcanzarlo con una maldición Oscura durante Defensa," gruñó Sirius. Si tenía que escuchar a alguien más defender a Snape, iba a maldecirlo, no le importaba que le gustara a Cornamenta–
Pomfrey se apresuró hacia delante, el rostro pálido y sombrío, la varita fuera. "A lo que está llegando este colegio," dijo, enviando una mirada casi furiosa a Dumbledore. Fue a tomar el brazo de Remus, pero Sirius la rechazó con una mirada fulminante y ayudó a Lunático a sentarse sin ayuda de ella.
"Canuto," susurró Remus, sonando abatido, pero todavía tenía los ojos cerrados con fuerza, así que no había visto nada. ¿Podía percatarse de cuán furioso estaba Sirius? ¿O estaba preocupado porque iba a quedarse ciego?
"Cállate y deja a Pomfrey que te cure," gruñó Sirius. Quería encontrar a esos hijos de perra Slytherin y desgarrarles los huesos.
Pomfrey estaba agitando una red de magia sobre Remus, su rostro empalideciendo más mientras lo hacía. Dumbledore se había acercado a la cama y estaba parado mirando con gravedad a Lunático, pero aparte de tener los ojos cerrados, se veía bien.
Aparte de eso.
"El Sr. Lupin no necesita un circo a su alrededor," dijo Pomfrey con firmeza. "Todos tienen que marcharse."
Hubo una riña a un lado; Sirius apenas necesitó mirar para saber que era Cornamenta tratando de hablar con Evans, y ella siseándole. Oyó el sonido de pasos lanzándose a la carrera, y las puertas de la enfermería golpeando. Ella se había quedado chiflada, lo había hecho. Obra de Snape. Él podía quedarse con la maldita empanada.
"Lo siento–" dijo Cornamenta sin aliento. "Volveré, sólo tengo que–" Y se largó–detrás de Evans, abandonando a Lunático cuando estaba ciego, por una pájara estúpida a quien ni siquiera gustaba incluso cuando su novio Mortífago no la había maldecido–cogiendo velocidad como si fuera a intentar adelantarla. Sirius se giró para fulminarlo mientras se marchaba y vio a Colagusano escurriendo el bulto detrás.
Las puertas de la enfermería hicieron un ruido sordo detrás de todos ellos.
Buen puto viaje, pensó Sirius.
Sólo que no sintió que lo dijera en serio.
