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"Roomies"

Por:

Kay CherryBlossom

(POV Serena)

32. Confesiones

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Mis ojos ya se han adaptado a la oscuridad. La única claridad que hay es la de la luz de la luna filtrándose por el gran ventanal, pues las cortinas de éste cuarto siempre están abiertas. Sólo distingo el sofá mullido en el fondo el baúl con los instrumentos de música, ahí recargado en la pared. Ésta fue mi habitación por muchos meses, pero sigo sin entender por qué me he metido aquí en vez de salir simplemente por la puerta. Tal vez porque era demasiado tarde, o porque en el fondo no quería irme… a pesar de todo.

En cuanto he cerrado la puerta con el seguro, me he deslizado hasta el suelo, llorando y deseando haber omitido aquéllas palabras que deberían haber sido tan bonitas, para mí han sido mi perdición. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ya no podía retenerlo, y que he sido yo solita la que se ha dado el tiro en el pie.

Seiya me siguió los pasos tal como esperaba, pero lo único que me ha pedido es que le abra la puerta. Debe tenerme lástima. No me ha dicho más, lo cuál resulta más deprimente todavía, si es que se puede. Mis sollozos se han calmado y ahora estoy echa polvo, pero no me he movido. Aun sigo sentada en la alfombra, abrazada a mis rodillas y deseando que todo esto no sea real. Seiya permanece del otro lado, con la puerta interponiéndose entre nosotros. Entre muchas otras cosas, claro…

—Bombón, por favor —oigo su voz suave, pero mosqueada —. No puedes quedarte allí toda la vida.

Igual que las mil veces anteriores, no le contesto. Sólo me refriego la nariz con la manga larga de la camiseta y aprieto los párpados. Quisiera pedirle que se marche, pero no me va a hacer caso, y además ésta es su casa. Nunca ha sido mía. Ni él.

Reprimo un gemido cuando me llega el dolor.

—Por favor —me ruega. Y por cómo le escucho de cerca, creo que está sentado a mi misma altura—. Bombón, esto es absurdo… no puedes esconderte después de… bueno, de todo lo que me acabas de decir —completa, de modo acobardado.

Pruébame…

—En algún punto te dará hambre. O sed. O querrás ir al baño… —dice con una ligereza casi cómica —. Bueno, allí hay baño. Pero estoy seguro que no hay papel.

Incluso en un momento así se pone a bromear. Así es él. Tal vez debería enojarme, pero no puedo. Es una de las cosas que más me agradan de él. Me sorprendo soltando una risita ridícula entre las lágrimas. Es tan bajita no creo que la oiga. ¿Por qué me estoy riendo? Acabo de confesarle mi amor a alguien que, palabras más o menos, me dirá que no siente lo mismo, o que no está listo, o que no soy yo es él… a saber. Todo da igual.

Siguen pasando los minutos, y mantengo la cabeza sobre las rodillas.

—De acuerdo —decreta en tono más serio —. Si ésa es tu postura aquí nos quedaremos. Yo tampoco me voy a mover de aquí. Y veremos quien se rinde primero.

Frunzo el ceño.

—Oh, sí. Puedo ser tan terco e infantil como tú si quiero —continúa como adivinando lo que pienso, y acto seguido siento el peso de como se recarga en la puerta—. No tengo ninguna prisa. Será interesante. Ya veremos a quién despiden primero el lunes o el martes, si a ti o a mí…

Me preocupa ése último apunte, pero me aguanto el ceder.

Y nuevamente pasan y pasan los minutos…

Parece que no le salen las palabras, cosa muy rara en él, porque le escucho aclararse la garganta varias veces antes de decir algo. Siento la necesidad de ponerme las manos en los oídos y tararear una canción inofensiva, como las del jardín de infantes. Una parte de mí, desgraciadamente predominante, se muere por saber lo que va a decirme. Pero así es como acabé metiéndome en este lío en primer lugar. Seiya es muy astuto, escurridizo, y sabe como utilizar mi curiosidad nata en mi contra, como si todo fuera un juego de gato y ratón. No, él no sería tan desgraciado. Tal vez no me ame, pero me aprecia al menos como amiga, después de todo lo que ha hecho por mí. De todos modos va a ser un suplicio escuchar que aunque me quiera un poquito y me desee, no soy la indicada para tener un futuro a su lado y prefiere no lastimarme y dejarme ir.

¿Podré?

Mientras me seco los ojos con cansancio, un suspiro sonoro y su voz irrumpe mis en pensamientos:

—Antes que nada, quiero que veas algo. Así que debes prometerme que en los dos minutos que me tarde en ir y volver, no te vas a escapar del departamento —me advierte.

Yo levanto la cara otra vez extrañada. ¿Qué está planeando? Sea lo que sea, no hará que cambie nada, así que para variar, me quedo muda.

Escucho como Seiya bufa.

—Perfecto, lo tomaré como un sí —resopla de mal humor, y siento como sus pasos se alejan hacia la otra habitación. No sé si es porque estoy entumecida del culo o simplemente demasiado absorta, pero casi de inmediato escucho su espalda otra vez contra la puerta. Yo cierro los ojos con pesar. Ojalá la tierra me tragara, pero no. La tierra nunca se abre cuando debe hacerlo.

Unas hojas arrugadas se deslizan por debajo de la puerta. Las miro con recelo, como si albergaran una verdad terrible.

Pero consigo picar, claro. Lo que sea que sea, tengo que verlo. ¿Una carta? En medio de la oscuridad enciendo la lamparilla de mi teléfono y reconozco su letra.

Entorno los ojos. El texto está borroneado en algunas partes, de manera irregular y con letra a veces más grande o mal hecha, como si la hubiese escrito en momentos diferentes o cambiado cosas que se le iban ocurriendo. No creo que sea una carta, pero en la parte superior de la hoja dice "Para Bombón", junto con la fecha de hace cinco meses.

Caigo en la cuenta que por las estrofas es la letra de una canción, y se lee así:

Tú iluminas los cielos arriba de mí

Una estrella tan brillante que me ciegas, oh sí

No cierres los ojos,

No dejes que se desvanezca…

Si tú y yo podemos montarnos en una estrella

Si te quedas conmigo, mi chica

Podemos juntos recorrer el mundo

Si éstas paredes se quiebran,

Te resguardaré

Si los ángeles lloran, estaré ahí

Sólo para ti

Has salvado mi alma…

No me dejes ahora, por favor

No me dejes… no ahora, no, no

Si tú y yo podemos montarnos en una estrella

Una estrella fugaz

Y podemos recorrer el mundo

Si te quedas conmigo, mi chica

Sé que podemos apoderarnos del mundo...

No sé por qué sigo llorando, pero no creo que se me vaya a pasar pronto. Soy demasiado sentimental. Sólo me obligo a parar para poner el oído bien pegado en la madera y escucharlo todo de su viva voz.

—Supongo que ya la leíste. Mira Bombón, te lo digo en serio: muchos pueden enamorarse de una chica bonita. Jactarse que encontraron a alguien especial en el autobús, en una fiesta o en el parque… da igual. Eso es sencillo. O quizá no, pero no llega a éste nivel. Pocos pueden encontrar a su mitad en su mejor amiga. Y eso… joder, éso no es nada fácil. Todo lo hicimos mal desde el principio. Yo en primer lugar. Nuestra historia no se suponía que sería así. Se supone que ése día en el bar cuando estabas con Minako yo no estaría tan borracho ni te haría sentir mal. Después de averiguar tu nombre te pediría tu número telefónico, y te invitaría a salir. Nada comprometedor, un helado o un café, pues ambos estaríamos muertos de miedo y ninguno querría parecer desesperado. Con el tiempo, nos conoceríamos mejor y quizá con suerte ya podría robarte un beso, si me dejabas. Y haríamos las cosas que te gustan, y las que me gustan a mí. Nos pelearíamos mucho, seguro, pero siempre nos ganaría el corazón y volveríamos. Porque los dos somos unos idiotas, pero unos idiotas que no saben estar uno sin el otro. Pero todo fue al revés, torcido y complicado.

Retengo la respiración. Seiya parece tragar saliva, porque su voz se escucha entrecortada y rasgada, y continúa:

—Lo mezclamos y lo malinterpretamos todo. Lo sé porque sé que te pasó a ti lo mismo. Así que es una mierda cuando te enamoras de tu mejor amiga, porque nunca tienes certezas de nada. No sabes si ésa sonrisa es por verte sólo a ti o porque simplemente amaneciste de buen humor. Si ése roce es o no es intencionado. Si aquél consejo es una buena obra de caridad o realmente le preocupa tu bienestar. Y si encima logras acostarte con ella y te encantó hacerlo… pues no, era obvio que todo sería un desastre. Tu cara inocente, tu despistada forma de ser y hasta tus coletas me sacaban pura lujuria de las venas, y pensé que por eso me había fijado en ti. Porque eras distinta a las chicas de las que me rodeaba en las fiestas. Estaba seguro que sólo era eso. La adrenalina del estira y afloja, de la tentación de tenerte siempre tan cercana y a la vez tan prohibida. Al principio creí que era eso. No más.

Bueno, ninguna noticia, pero es un impacto demasiado grande oírlo decírselo tan así, sin filtros. Sé que todo eso es verdad, y que tiene razón. Siempre me pareció un casanova grosero y yo creía que le parecía una cuadrada mojigata. Aun así nos gustamos, y entablamos una sincera amistad. Pero ¿por qué me sigue doliendo tanto? Lo más probable es porque no me ha atestado el golpe final. Está tratando de suavizarlo…

Interrumpe mis pensamientos pesimistas.

—Pero estaba equivocado. Aun antes de que las cosas se calentaran tanto entre nosotros, me di cuenta que ya eras lo mejor que me había pasado en la miserable vida que llevaba Bombón, y por tanto, ahora me negaba rotundamente a perderte. El solo hecho de que aparecieras en mi órbita, como amiga, amante o roomie, ya le había dado un sentido y una esperanza a mi patética existencia, que no hacía más que girar en torno a fiestas vacías y errores estúpidos con fracasos acumulados. Tú eres lo más valioso que me ha pasado. Viste más en mí de lo que las otras chicas que hasta me acosan ni les importaba. Por eso no me atrevía a dar ningún paso… ya no era cosa física. No me gustaba la idea de llegar a encariñarme como para que no pudiera estar sin ti, y yo… yo no soy como tú Bombón. Tú eres valiente, la chica más valiente que he conocido. Con tu carácter dulce, tus ideas románticas y la familia tan cariñosa que tienes, era imposible que me eligieras a mí. ¡Pero lo hiciste! Aunque no te merezco en absoluto, viniste a vivir conmigo y creí que todo sería más sencillo porque al fin estábamos juntos.

Mi cara, aunque nadie la ve, debe ser un poema. Dios. No puedo creer lo que escucho. Necesito hablar con él de eso de que soy muy valiente, porque no lo soy. No tanto sin él, al menos. Él me hace serlo. Pero ahora tengo más ganas de hacerle saber que no tiene por qué dudar de sí mismo. De corregirlo. No sólo me merece a mí, que le amo profundamente. Se merece todo el amor del mundo. Es un hombre extraordinario, leal y generoso. Cualquier mujer se sentiría halagada de estar con él. ¿Por qué él no lo ve igual que como yo? En su canción habla de mí como una astro celestial, pero él es el mío.

—Pienso en mí y creo que soy como la mala hierba. Por donde paso ya no crece nada bueno ni fértil. Siempre defraudo y alejo a todo el mundo… o se mueren, que es peor. Así que no quería que me pasara lo mismo contigo, por eso te dije que no buscaba nada serio. Mentí. Quiero ser el novio que tú te mereces, pero no puedo. No es que no quiera serlo, en éso te también mentí por orgullo, y porque soy un egoísta, como tú dices. Pero en serio no sé cómo. Si pudiera regresar el tiempo y hacerlo mejor lo haría. Jamás dejaría que te sintieras dudosa de mis sentimientos, celosa de otras ni mucho menos que te fueras con Diamante. No sabes cómo odié ése día, a él y a ti, y sobre todo a mí mismo por haber repetido la historia… En mi afán de no arriesgarme, te perdí. Lo que te dije que no pude tener sexo con nadie más es verdad, te lo juro. Aunque sí salí con una chica, era muy parecida a ti. Rubia e inocente, aunque ella tenía los ojos de otro color. No importa, ni siquiera pude tocarla. Era aburrida y no podía compararse contigo. Nadie puede, ni nadie podrá.

Me llevo una mano a la boca y ahogo un sollozo. Oh, Seiya…

—Así que dicho lo dicho... ahora tú piensas que no te quiero, sólo porque no te lo he dicho a grito pelado, o demostrado lo suficiente. Y la verdad me causa algo de gracia y de enojo… porque o bien debo ser muy buen actor o tú demasiado cabezota para no notar que te quiero con locura. Vamos, que me pondría tu nombre en un puto tatuaje si me lo pidieras. Es muy cursi, de mal gusto y la verdad hasta enfermizo, pero lo haría. Contrario a lo que parezco, la verdad no me gustan mucho los tatuajes. Me dan repelús las agujas, pero carajo, que por ti lo aguantaría. Lo que sí le pondría una calavera, unas llamas de fuego o algo muy rudo para compensarlo...

Se le escapa una risa catártica. Yo sólo quiero verlo, abrazarlo y no dejarle ir. Levanto la mano al picaporte, temblorosa, pero su voz me detiene de nuevo:

—Y pues no, tampoco sé si te quiero igual o más de lo que tú me quieres a mí. ¿Cómo lo sabría? Yo no tengo idea. No sé pensar en regalos especiales que te deslumbren, ni en una canción que se acomode a nuestra historia para bailarla juntos en una boda. Aunque si lo piensas bien, la de Ryan Cabrera no era una casualidad. Siempre pensaba en ti con ella. No sé enviar mensajes bonitos ni hacer halagos galantes. Sólo sé hacer reír a mi mejor amiga, abrazarla cuando llora, odiar a todo el que quiera tocarle un pelo o simplemente contemplarla como imbécil porque no hay nada que me parezca más digno de mirar que ella. Sé que podría arrollarme un auto para protegerle o escribirle cien canciones más en secreto. Pero no, no soy detallista ni sé planear un día juntos. Pero quiero hacerlo, si eso te hace feliz. Tendrás que ayudarme. Pero sí te puedo decir, y nunca dudes de ello, Bombón: que de la forma en la que te quiero hoy, es más de lo que nunca he amado a nadie… y el amor que ninguna mujer jamás podrá despertar en mí. Soy consciente que quizá pido demasiado, después de que te he hecho sufrir, pero ¿podrías no rendirte conmigo? No aún. No ahora que me has obligado a admitir lo que no terminaba de aceptar. No te prometo que lo haré perfecto, pero sí que me entregaré a ti por completo. Déjame ser la pareja que necesitas. Sólo necesito una oportunidad.

No puedo más. Quito el seguro y abro la puerta, y él casi se va de espaldas de la sorpresa pero se apoya en una mano para no perder el equilibrio. Me aferro a su cuello con los brazos y él me estrecha en un gesto de lo más reconfortante y liberador. Ahora que me ha expuesto su alma, no puedo sino amarlo más todavía. Nunca supe realmente qué pensaba o como se sentía desde que le conocí. Siempre eran elucubraciones mías a medias, y me siento tan aliviada y dichosa de al fin saberlo todo con tantos detalles que ni me imaginaba...

Lo aprieto fuerte contra mí. El día se me ha hecho eterno. Ha sido uno de los más agotadores de mi vida, y estoy rendida ante tantas emociones que me ha causado ésta montaña rusa de confesiones.

—No llores. No soporto verte llorar, Bombón —me susurra Seiya, limpiándome las mejillas con sus dedos largos y tibios.

—¡No! No es de tristeza… es… —balbuceo débilmente, meneando la cabeza—. Todo lo que me has dicho es…

La luz blanca de afuera le reflectan indirectamente. Sus ojos, azules y pétreos, me atraviesan.

Exhalo.

—Lo más hermoso y honesto que nadie me ha dicho nunca —grazno, rebasada de emoción —. Gracias, Seiya. Claro que quiero que sigamos juntos. No sabría como estar sin ti.

Sonríe y suspira aliviado, aunque es una sonrisa algo quebrada. Dudosa de alegría auténtica.

—Te mostré primero la canción, por si acaso empezaras con que no estoy siendo muy sincero, o que te lo digo sólo para que no te vayas otra vez. Puede que lo mío no haya sido flechazo a primera vista -ni sé si creo en ésas chorradas, la verdad-, pero sí venía pensando en nosotros hace mucho…

—Sí te creo. Y por cierto, la canción es preciosa…

Se pasa la mano por el pelo. Luce tan tímido y adorable que me derrito.

—No tanto. Es desordenada, rara y…

—Dije que es preciosa. Cállate.

Seiya se ríe bajito, y yo me uno gustosamente a él.

—Vale.

—¿Puedo... quedármela? —pregunto poniendo ojitos de cordero.

—Er… claro, es tuya.

No sé cómo no he tenido un infarto. Mi pobre corazón apenas si puede con tantas sacudidas en el pecho. Tengo una canción.Yo. Ya no debo pensar en una fantasiosa. ¡Es mía! Escrita y pensada por él. ¿Cómo se escucharía si tuviera música, si pudiera oírlo con su grave y sensual voz?

Le miro a los ojos. Su aliento es una llamarada tentadora en mi piel, y como no aguanto más, le beso con la mayor de las urgencias. Su gesto recíproco es apresurado, rebosante de electricidad y fuego. Sólo habían pasado unas horas, pero enterarme de lo que siente por mí hace que todo sea más susceptible e intenso que nunca. Amo a éste necio que cree equivocadamente que no me merece, cuando irónicamente es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Me levanta un poco del suelo y enrosca mis muslos a su cintura, quedando a horcajadas sobre suyo. Yo hundo mis dedos en su pelo, y mi lengua se adentra más en su cavidad, acariciando sus labios, lamiendo y recibiendo sus gemidos placenteros a través de mi boca.

Luego desciende poco a poco el ritmo, y me da un simple beso de pico que me espabila.

—Sólo quiero ir a dormir contigo, ¿vamos? —me propone agitado, rozando su nariz con la mía.

—Sí, estoy frita —Me le quito de encima y en efecto, estoy entumecida de pies a cabeza —. Quisiera saber... ¿hay más canciones como ésta?

Frunce el ceño.

—Puede.

—¿Puedo verlas?

—Ni de coña.

—¿Por qué no? —le exijo, juguetona—. Tengo derecho. Son sobre mí.

—No lo tienes, y no. No, no y no —se empecina recargándose en la pared.

Yo hago lo mismo, estirando las piernas. Siento cosquilleos desagradables en todas las extremidades y me cuesta moverme. Estoy arrepentida de haber montado éste numerito, pero quizá era necesario.

—¿Nunca de los nuncas? —le pincho. Él hace morritos.

—¿Cómo te sentirías si te pidiera leer tu diario, sólo porque escribes sobre mí? —pregunta.

—Está bien, tienes un punto.

—Gracias a Dios, he ganado una —se burla, y busca mi mano. La cojo y me la llevo a los labios, besando sus nudillos.

—Entonces sólo para que estemos claros, la próxima vez que te diga que te quiero… —empiezo. Noto como él se queda inmóvil, como si estuviera en un apuro.

—Diré... ¿que yo también? —Parece que jugamos a las adivinanzas. Para mi estupor, me causa cierta gracia.

—No, me dirás que me quieres o que me quieres más. Responder «yo también» es de lo más nefasto. Debería estar considerado un crimen. Es como si sólo me dieras por mi lado…

Se da ligeros cabezazos contra el muro. Aunque da la impresión que quiere aventarse por la ventana, también sonríe rendido.

—Santa madre. Ojalá hubiera un diccionario español-mujeres, mujeres-español. ¡En serio, son un dolor de pelotas a veces!

Me echo a reír, y es tan agradable después de tanto llorar.

—Te recuerdo que prometiste que te dejarías instruir en el mundo del romance y las relaciones, ¿recuerdas?

—Sí, pero está descartado el «yo más». Primo hermano del cuelga «tú primero». Prefiero castrarme ahora mismo. Es lo más teto y humillante que puede existir. Yo quería golpear a los tipos en la secundaria que eran así con sus novias. Todos ésos osos de peluche gigantes y tarjetitas con brillantina. ¡Puaj!

—¡Seiya!

—Te lo juro, me picaban las manos para dejarles la cara marcada como un mapamundi cada San Valentín...

—Lo dice el que recita sobre ángeles y subirse a las estrellas, ¿no?

Me mira perplejo y ofendido.

—Definitivamente jamás verás mis canciones. ¡Nunca! —sentencia. Yo le tomo la cara con las manos y lo beso para apaciguarlo. Funciona, aunque tarda en hacerle efecto.

—Okay. Te dejo en paz y nos vamos a dormir, con una última pequeñísima petición —Él arquea una ceja, claramente desconfiado —. ¿Me lo dices otra vez? Y no me preguntes qué, ya sabes —le digo en tono consentido, pegándome a su cuerpo. Es justamente el tono que alguien usaría para decir «cuelga tú primero», pero afortunadamente no se cabrea.

Se pasa la mano por la frente con ansiedad. Es normal, no está acostumbrado a nada de ésto. Es un pez fuera del agua y tengo que tenerle paciencia.

—¿Por qué? No me salgas con que no me creíste —intenta zafarse.

—Porque todo se escucha más bonito en tu voz —le digo con dulzura, mirándole. Un par de minutos después Seiya suspira, como si se diera valor.

Se inclina sobre mí, me da un casto beso en la frente y gira la cabeza para susurrarme al oído:

—Te amo, Bombón. Tú eres la persona que más amo en el mundo.

Siento que los ojos se me llenan de lágrimas otra vez, pero parpadeo cuantiosas veces para no llorar.

Sus palabras, tal como lo soñé siempre, suenan perfectas y haría lo que fuera por oírlas hasta el último día de mi existencia. Es la primera vez que lo admitimos así sin tapujos, y aunque fue caótico e inesperado como todo entre nosotros, fue maravilloso. Yo sé, existe una diminuta posibilidad ante el pánico de que él pueda retirar lo dicho, o que ésto pueda acabarse. No importa. Siempre recordaré éste momento, y lo afortunada que me ha hecho sentir.

Levanto la cara y pongo una mano en su mejilla, acariciando sus contornos masculinos, y se lo replico mirándolo directo a los ojos.

—Te amo, Seiya. Sólo a ti.

Y se lo diré un millón de veces, para que nunca más vuelva a sentirse desmerecedor de mi afecto.

Pasó aquella semana sin aspavientos ni novedades, y cuando menos me di cuenta, ya era sábado otra vez.

—¿Vamos a una tienda o a la maldita Antártida? —rezonga Seiya. Me mira de brazos cruzados, luego de sugerirle que se abrigue mejor para salir que con sólo la misma chaqueta de cuero negro que lleva a todas partes.

—Hace un frío que pela ahí afuera, pero como quieras —le contesto encogiéndome de hombros y buscando mi bufanda favorita. Es tejida en estambre rosa y con bolitas de peluche blanco en los extremos. También me tomo mi tiempo en elegir del cajón un gorrito que vaya a juego, pero no lo encuentro.

—Date prisa —me ordena de mala gana saliendo de la habitación, pero luego retrocede dos pasos para añadir —Por favor. Te espero en la cocina —añade resignado.

—Ya voy.

Sonrío para mis adentros. Sé que no está brincando de gusto con la idea de salir de compras, pero lo está intentando tal y como dijo, y eso es suficiente para mí.

Como vamos cogidos de las manos, y puedo notar como se estremece de cuando en cuando. No quiero recordarle que yo llevaba razón respecto al clima. Al menos ha tenido la prudencia de ponerse unos guantes. Yo voy muy calientita y feliz, sobre todo feliz por poder estar con él, mientras pienso qué clase de regalo debería llevarle a Lita en su cumpleaños.

Pero pronto empiezo a sofocarme con la calefacción del centro comercial, y me saco de encima los sobrantes. Seiya por supuesto, no pierde oportunidad de decirme que valió la pena aguantar el trayecto con tal de no cargar cosas de más. Le saco la lengua y le digo que no me importa, pues de todas formas las mujeres podemos llevar el mundo bien acomodado en un bolso.

Después de pasar casi una hora dando vueltas, mirando y toqueteando, caigo en que no sé tanto sobre la vida de Lita como para hacerle un regalo adecuado o que le vaya a gustar. Al final me decido por un juego de moldes para tartas y magdalenas, y sé que seguro debe tener un montonal, la repostería y la jardinería son las únicas aficiones que le conozco.

Antes de pagar pasamos por la sección de caballeros, que parece casi burlarse de mí.

—¿Y… ya sabes que te pondrás en la boda? —tanteo como quien no quiere la cosa.

—Faltan siglos para eso, Bombón.

—Sí, es verdad —respondo, fingiendo no parecer ansiosa y mirando unas corbatas que nada tendrían por qué que interesarme —. Pero iríamos juntos, ¿no?

—Contigo o con Zafiro, y por alguna extraña razón prefiero la primera opción —se mofa —. Él se ve fatal con vestido, ¿sabes?

Se me sale una risa algo histérica, pues estoy conteniendo la tensión.

—Es cierto.

Siento como mi celular empieza a vibrar en las profundidades de mi bolso, y aunque no alcanzo la llamada enseguida me llega un mensaje. Lo leo y me muerdo el labio inferior.

—¿Ya nos vamos? —me lloriquea Seiya —. Tengo hambre.

—Qué raro. Y sí. En cuanto nos envuelvan esto —le digo y le indico con un ademán que puede devolverme la caja. Él, en cambio, la pone sobre un mostrador de billeteras y navajas.

—¿Quién era?

—Papá.

—¿Pasó algo? —pregunta interesado. Yo le lanzo una mirada precavida, y nos adentramos a las profundidades del mar de ropa. Maldita sea, no encuentro la caja de pago por ningún lado.

—No. Sólo que he quedado con ellos para visitarlos en éstos días —le informo, y sonrío al ver su expresión de contrariedad —. ¿Quieres venir?

Me lanza una mirada hermosa, sexy e inofensiva.

—¿Tú quieres que vaya?

—Sí, claro —le digo, pero con voz titubeante.

No va a querer.

—Okay —se encoge de hombros. Luce incluso… ¿animado? No puede ser. Debo estar alucinando con el litro de perfume que me acaban de poner en el piso de abajo —. Jo, qué bonitas navajas. Creo que me haré de una en Navidad.

—¿Irás? —repito patidifusa, al fin llegando al área de cobro y buscando mi cartera.

La empleada nos mira uno y a otro, confusa y ceñuda. Quiero decirle que es de mala educación que se quede mirando así a la gente, pero caigo en la cuenta de que ni siquiera le hemos entregado nuestro artículo para que lo registre. Me sonrojo y lo pongo a su alcance. Ella teclea de modo rapidísimo, y cuando le pago, Seiya me contesta antes de que haya reunido el valor suficiente de decirle todo:

—Iré —confirma tranquilo —. ¿Cuándo?

Me vuelvo para mirarlo.

—Mañana —le suelto. Y antes de que me arrepienta, le suelto —. Ah, y por cierto… él va a asesorarnos en el asunto de Shiho. Ya se lo he dicho todo y tal vez quiere hablarnos de éso.

—¡¿Qué?! —se aterroriza.

Desvío los ojos hacia la cajera, que tras darme mi cambio mete los moldes en una bolsa con moño y me desea que vuelva pronto. Yo le sonrío nerviosa y echo andar sobre el corredor, pero no puedo ignorar mucho a Seiya. Me acecha entre los percheros como un león hambriento detrás de un cervatillo.

—Bombón —me gruñe pisándome los talones —. ¿Exactamente cuando pensabas decirme?

Le enfrento.

—No te sulfures, que apenas he hablado con él. Y no habría cambiado nada si lo supieras por anticipado.

—¡Claro que sí! —exclama ofuscado—. Ni siquiera tengo ropa limpia que ponerme para mañana…

No puedo evitar sonreír maliciosa, y aprovechar para enchincharlo. Tomo al azar un suéter de un gancho y se lo pongo pegado al pecho.

—¡Pues cómprate algo aquí! —propongo divertida.

Mira lo que tiene debajo y parece que le he dicho una palabrota.

—¡En GAP! Ni de coña, primero muerto que parecer un aburrido remilgado —refunfuña apartándolo.

—Es cierto, nunca te he visto comprar ropa en un almacén —comento dejando el suéter en su lugar. Era azul marino, con cuello en V y patrones verticales de tejido trenzado.

Vamos, el típico suéter de "buen chico".

Yo creo que a él se le vería bien, pero claramente tenemos gustos totalmente distintos para vestir. Y en la música. Y en los hobbies. Y para muchas cosas… me sorprende que nos acoplemos tan bien.

—Porque la adquiero en Internet, o en tiendas independientes y geniales —explica, mirando aun con desprecio la ropa —. ¡Oye, y no cambies el tema! ¿Cómo es eso de que tu padre nos va a ayudar?

Pongo las manos en jarras y los ojos en blanco antes de hablar.

—Mi padre es un excelente abogado y además es gratis. ¿Necesitas más motivos?

—¡Sí, que es tu padre! —se altera.

—¿Y eso qué? Si ya le conociste en la boda de mi tía ¿no?

—Pero ahora es diferente —difiere en tono áspero, y desvía la mirada al suelo, como si estuviera avergonzado.

—A ver, ¿por qué? —le presiono.

Deja escapar un suspiro de molestia.

—Porque en ésa boda era tu roomie buena onda. Ahora soy el cabrón que folla con su hija y se cuela en propiedad privada para darle palizas a la gente… ¿Te parece poco?

Necesito un momento para procesar lo que acaba de decirme. Me quedo con la cabeza toda liada, mientras él contempla calcetines ejecutivos con un puchero, y aparentemente con un conflicto interno evidente. ¿Es que le importa lo que mi familia piense de él? Porque… ¿quiere causar una buena impresión o algo así? ¿Es éso?

Me le acerco y le miro con determinación.

—Bueno, Seiya… ni mi padre es tan ingenuo como para pensar que ahora sólo compartimos el microondas o la factura de la luz, ni tan guarro como para imaginárselo con detalles. Y sobre lo otro… ya sabe que lo hiciste para defenderme, así que no le des tanta importancia.

Ahí está el mundialmente conocido carácter orgulloso de Seiya:

—De cualquier modo, no quiero ser el tipo vengativo y agresivo que se sienta en su mesa, y encima a pedirle favores —espeta.

—No lo eres —discrepo.

—Rompí el jarrón de la cocina —me recuerda.

—Ése jarrón era horrible. Hasta yo me alegré de que lo destruyeras —le digo en tono ligero. Consigo que sonría y agrego —. Y a mi padre le gustas más de lo que crees. En serio.

—¿Por qué? —se asombra parpadeando. Le he hallado el modo.

Me pongo a jugar con la etiqueta de un saco a cuadros muy feo.

—No estoy segura, pero cuando le presenté a Diamante básicamente me reclamó que no fueses tú en su lugar. Fue muy incómodo.

Me presume una sonrisa de suficiencia y arquea una ceja. Yo pongo los ojos en blanco ante su arrogancia, pero en el fondo me alivia que se sienta más tranquilo con esa idea que con la otra.

—¿Fue incómodo... para ti? —pregunta curioso.

—No tanto como para Diamante, ¡se enteró y todo el rato lo trató a puntapiés!

—Pero no se desquitó contigo, ¿verdad? —inquiere muy serio. Niego con la cabeza, aunque no sea del todo cierto. No le veo caso hacer leña del árbol caído. No ahora. Aunque me asusta lo bien que le conoce. Y que me conoce. Y que me cuide tanto me encanta.

—No, pero estaba bastante ofendido.

Seiya vuelve a sonreír.

—Ja. Tu padre «es la pura hostia», como quien dice.

—Ya, ¿contento? —le tomo la mano para conducirlo al piso de comidas rápidas. Yo también tengo apetito repentino.

—¿Tiene que ser mañana? —se queja como niñato.

Así que como el niñato que es, suspiro y le explico todo con manzanitas.

—Mañana es tu día libre y papá sólo descansa los domingos. Y ya lo hemos postergado bastante. Sí, tiene que ser mañana.

—En serio no tengo nada qué ponerme.

—Te verías guapísimo con el suéter azul. Sólo digo —le insinúo con ojitos tiernos. Se ve bien con lo que se ponga, pero mataría por verle vestido más formal. Sólo lo he visto así una vez y ni siquiera pude tomarle una fotografía.

Seiya chista con fastidio y se regresa. Yo voy tras él.

—A ver, trae acá… —mira el precio y hace una mueca asqueada —. ¿Cuatro mil yenes por ésta basura? Que les den… prefiero ir desnudo.

—¡Uf, y a mamá le encantaría…! —comento jalándolo de la mano otra vez. Seiya me mira espantado de reojo. Sonrío.

Definitivamente el Seiya vulnerable se ha convertido en mi Seiya favorito.

Domingo a casi la hora del almuerzo. El trayecto a casa ésta vez fue más largo, pero también más divertido. Vamos compartiendo medio pote de helado —sí, medio pote he dicho— y charlando de todo un poco. Estamos a unos quince minutos de llegar y vamos algo retrasados. He pasado al menos veinte minutos convenciendo a Seiya que mi familia es más común de lo que ya parece y su sudadera roja oscuro con capucha y pantalones de jean negros y zapatos deportivos blancos es casi un traje de gala para la ocasión. Y a propósito, yo me he venido lo más fachosa que he podido, sólo para no contrastar con este hombre que resultó más vanidoso de lo que pensaba...

No tengo claro cómo me siento con respecto a invitarlo a casa como algo más que un amigo. Es emocionante y atemorizante a la vez. No me preocupa tanto papá, pero sí que Sammy sea un insolente o mamá le interrogue como santa inquisidora sobre por ejemplo, cuándo nos vamos a casar y tener tres bebés. No quiero que ninguno de ésos percances típicos de mi familia le hagan dudar de tener una relación conmigo, pero debo repetirme a mí misma a cada estación que cruza el tren que él me ama. Nada ni nadie hará que eso cambie ni retractarse. Debo confiar en él, y en mí. En nosotros.

Levanto la vista y él me sonríe. Recargo mi cabeza en su hombro y engancho mi brazo con el suyo. Cierro los ojos y disfruto de este banal y bonito momento.

Mi pueblo está muy diferente desde la última vez que vine. Los árboles ahora están desnudos, mostrando sus ramas puntiagudas e irregulares por todas partes y cubiertos con foquillos enredados en sus troncos. Hay aguanieve acumulada de la mañana en muchos de los jardines de las casas —aquí es muy frío, mucho más que Tokio— y con sus puertas adornadas con coronas y sus listones rojos, plateados y dorados. Todo me parece bonito, aunque no dejan de castañearme los dientes como para opinar.

Me sonrojo cuando veo que además de las farolillas, mamá ha puesto un Santa Claus gigante en el tejado que se mece con el viento, y es como si se riera de nosotros. Seiya no hace ningún comentario sarcástico al respecto, pero creo que es porque está nervioso y no se le ocurre nada. O se está congelando. O las dos cosas, porque no deja de moverse como si tuviera chinches encima.

Después del griterío de siempre, finalmente es Sammy quien nos abre la puerta. Y como siempre también, me mira como si yo fuera una plaga andante.

—Así que sigues viva, cabeza de chorlito —me suelta mirándome de arriba abajo —. Pareces un gnomo con esas botas tan ridículas, ¿sabías? Y llegas tarde...

—Gusto en verte también, Sammy —le ignoro y lo hago a un lado para que me deje pasar —. ¿Recuerdas a Seiya?

Ruego porque no le diga nada propio de él. O peor, que pretenda que ni existe tal como hizo con Diamante.

—Ah, sí —murmura indiferente. Seiya le sonríe y extiende la mano, y desconcertado, el pesado de mi hermano no tiene de otra más que cogerla —. Hola…

—Hola —le sonríe normal. También veo como Sammy se ruboriza, se suelta rápido y sacude los dedos, como si le hubiera dolido mucho el apretón.

¿De qué me perdí?

No tengo tiempo de pensar en ello porque los tacones de mamá repiquetean en la duela. Viene corriendo hacia mí. Me da dos besos, me borra el lápiz labial que me embadurnó y luego me vuelve a abrazar y besar, y así se repite el proceso hasta que la aparto entre risas. Desde el incidente en la vieja editorial, está más preocupona y empalagosa que nunca, y eso que le conté la versión ligera. No quería hacerla sufrir. No es que me guste aprovecharme la situación, pero se ha vuelto más comprensiva conmigo desde entonces y eso me gusta. Ni siquiera cuestionó mi ruptura con Diamante o mi decisión e vivir temporalmente con Minako, y ahora que esté con Seiya. De hecho, se le ve contentísima.

Ay, Dios. Algo va a pasar. Nunca me pasan tantas cosas buenas juntas.

—¿Tuvieron un buen viaje, muchachos? —nos pregunta pestañeando mucho, y cuando le da un beso sonoro a Seiya en la mejilla, él tiene la educación de quitarse la pintura discretamente con la capucha.

—Sí, mamá. Aunque tenemos mucha hambre —respondo, para que no vaya a manosearlo mucho.

—¡Vamos a comer, todo está listo! —y nos conduce adentro, sin perder la oportunidad de llevar a Seiya del brazo como una graduada. Él parece encantado de recibir tanta atención y yo suspiro con tensión. Ojalá todo vaya bien...

Oigo que papá cuelga una llamada en la planta de arriba, y posteriormente se nos une en el pequeño comedor. Mis recuerdos afloran mirando mi casa, con sus sillas indistintas, los roídos sofás y el mismo mantel navideño que mamá ha puesto durante siglos. Se me saltan las lágrimas por la nostalgia, pero estoy segura que es porque estoy a nada de que llegue mi período, no porque esté triste de verdad. Muchas cosas han cambiado desde la pasada visita...

Nos sentamos y mamá no tarda en servirnos té y galletas.

—¿Por qué tan seria, mi vida? —mi padre me mira fijamente a los ojos, y me envuelve en el abrazo más reconfortante del mundo cuando salto a sus brazos —. Así me gusta —me dice, cuando me ve sonreír de oreja a oreja.

—Hola, papá. Te extrañé mucho.

—Yo también, hijita, yo también. ¿Cómo estás? —pregunta, y me evalúa detrás de las gafas gruesas sin soltarme las manos.

—¡Muy bien! —chillo. Él inclina la cabeza, y a mí me entra la risa tonta sin evitarlo —. Estupendo… todo va de maravilla. Te lo juro.

—Está bien, me fiaré —dice señalándome con su dedo índice como si estuviera riñiéndome. Luego extiende una mano hacia mi acompañante, que ya se ha levantado como resorte y limpiado las migajas de la comisura de los labios. Papá le asiente con reconocimiento y se dirige a él en un tono más serio, pero natural —. Seiya, hola. Bienvenido.

—Qué tal, señor Tsukino. Gracias por recibirm…

—Ah, Kenji está bien —le interrumpe —. No es necesaria tanta formalidad.

Y se sienta en la cabecera.

Abro los ojos como platos y la boca a la par. Seiya parece algo desorientado con el comentario, aunque se compone en un segundo parpadeando y tomando su lugar.

—Sssí, claro. Kenji —repite sin creérselo. Está tan estupefacto como yo. Si hubiera estado sentada, me habría caído de la silla.

Espero que no lo atosigue como a...

—¿Qué te parece nuestro hogar, Seiya?

Claro que me tenía que equivocar.

Miro a la cocina desesperada, pero mamá no aparece con la comida aún. Tal vez tenga que encerrarme en el baño para no presenciar ésta masacre.

—Pues aun no conozco mucho… mientras no pierda un dedo del pie, seguro me va a gustar más la próxima vez —contesta él de buen humor.

Papá suelta una sonora carcajada.

—Qué gracioso… —comenta dándole un trago a su vaso de brandy —. Con que chico citadino, no es para menos. Nosotros ya estamos demasiado acostumbrados. Sammy, hijo, ¿puedes encender un rato la chimenea? Así los chicos entran un poco en calor.

Yo debo tener la quijada rozando el mantel. Afortunadamente, tampoco derramo mi ponche.

—Qué puedo decir, soy un debilucho del clima —dice como si realmente lo lamentara, pero sé que está tratando de quedar bien.

—¿Prefieres la playa a la montaña?

—Totalmente —responde sincero.

—Pareces muy atlético. ¿Haces deportes acuáticos?

¿Y a papá desde cuando le interesan los deportes acuáticos?

—Sí. Esquí y surf. Y a veces buceo.

¿Qué? Yo ni siquiera sabía eso.

—Es impresionante.

—Gracias —se limita a contestar. No fanfarronea como me esperaba. Vaya, cuántas sorpresas...

—Ikuko y yo fuimos a un lugar muy bonito en las pascuas pasadas Está cerca de Hokaido. Pueden alquilar un bote y hasta ver ballenas. Si quieres puedo darte la dirección. Seguro que se divertirían —comenta papá.

—Sería estupendo, señ… Kenji —corrige, cuando papá le levanta un dedo como hace siempre que parece dar clase y van a dar una respuesta incorrecta —. Seguro que a Serena le gustaría esquiar —sugiere, y me mira como para pedirme mi opinión, pero yo sigo medio embotada de la cabeza.

Oírlo decir mi nombre real a otros suena tan extraño. Siempre soy Bombón, pero él de tonto no tiene un pelo. Imagino que no jugarse la increíble suerte que ya está teniendo.

—¿Mi Serena esquiando? Jajajaja… anda, pues suerte con éso —irrumpe papá sin piedad.

Hasta entonces reacciono en un brinco.

—¡Hey, que yo estoy aquí! —repongo con las mejillas coloradas.

Mamá nos sirve su estofado invernal de cordero, que tiene una pinta maravillosa. También nos pone patatas al horno y berenjenas. Éstas últimas yo las paso de largo, y sé que Seiya las detesta, pero no se atreve a rechazar nada de lo que le han preparado. Se sirve lo mínimo que puede, dos o tres pedacitos, y tras marearlas con el tenedor un buen rato, cierra los ojos y se las lleva a la boca. Sonrío al ver que hace lo que puede para que no se note el asco que le dan. Luego traga una buena cantidad de agua y se limpia con la servilleta.

Me pilla observándolo y me sonríe cómplice. Me encanta que sepamos cosas del otro que nadie más, y nos entendamos sólo con eso. Yo le devuelvo la sonrisa disimuladamente, pero rápidamente desvío la mirada hacia quien lleva la conversación, que es mi madre. Casi todo el mundo repite plato. Ninguno de los dos hemos disfrutado de una buena comida casera en mucho tiempo.

—¿Minako se encuentra bien? —me pregunta mamá, tomando una rodaja de pan de la canastilla.

—Sí. Hizo una gran fiesta de cumpleaños —No sé bien qué contarle.

Seiya y yo nos volvemos a mirar. Ésa fiesta me trae muy buenos recuerdos.

—Me alegra oír eso —opina mi madre mirando a papá, como angustiosa —. Ya me preocupaba. Estando casada con ése joven tan... callado y taciturno, temía que se opacara, y se hiciese igual. ¡Y ella que es tan vivaracha y mona!

Levanto la cabeza escandalizada.

—¡Mamá!

—Es la verdad, cariño —discute.

Seiya reprime una risa.

—Mamá, Yaten es el hermano de Seiya —le digo con ojos de pistola.

Ella le mira, colorada como un tomate maduro.

—Ay, mujer… —suspira papá —. La has embarrado...

Ikuko se echa a reír, como si eso arreglara su grande bocaza.

—Perdóname, querido… no sabía, lo dije sin pensar —se ríe otra vez.

—Claramente —la regaño.

—No se preocupe, señora Tsukino. A mí tampoco me agrada Yaten —le dice Seiya sonriendo. Luego prosigue a relatar —. Incluso cuando niños traté de extraviarlo adrede en el parque una vez, pero el desgraciado volvió solo. Es como los gatos. No hay manera de deshacerse de él.

Todos nos reímos al mismo tiempo, incluso Sammy. Sé que es una broma, pero conociéndolo debe haber algo de verdad en ella.

La conversación es más amena de lo que me imaginé. Nadie ataca a nadie. Papá incluso habla con él de fútbol y de guitarras, que tampoco sabía que le gustaban. Cuando vamos a concluir con el postre, mi padre se levanta un momento al baño y mi hermano se larga a mirar la tele diciendo que le envíen su ración. Seiya se recorre para quedar a mi lado, en lo que mamá termina los toques de su tarta de nuez y melaza.

—Te quiero —me dice en secreto, dándome apretón en el muslo.

—Te quiero —sonrío idiotizada. Luego cambia su expresión a neutral.

—¿En qué piensas?

Uy, qué no pienso. Pero prefiero no hablar de ello ahora.

—Es mentira, ¿verdad? —le pregunto arqueando una ceja con desaprobación —Lo de tu anécdota del parque.

—No realmente —frunce el entrecejo.

—¡Serás! —Él se ríe.

—Bombón, tranquila. Tenía nueve años y le solté un momento la mano para ir a ver los patos al lago, en lo que mi madre nos compraba unos helados. ¡Ups! —se encoge de hombros angelicalmente. Yo niego con la cabeza. Lo sabía —. No te enojes, todavía me duele la tunda de nalgadas que me dio por desobedecerla.

—Te la merecías —le digo en broma también y me levanto —. Será mejor que vaya a ayudar a mamá con el café. Necesitará una mano extra.

—¿Quieres que…?

—No, lo tengo controlado. Pero gracias —le guiño un ojo —. A no ser que no quieras quedarte solo con papá…

Él se recarga con una mano, de lo más cómodo.

—No, gracias. Lo tengo controlado —me devuelve.

Me río bajito y prosigo a adentrarme en la cocina tibia. Por supuesto que lo tiene. Él es tan diferente a los otros hombres con los que he estado… siempre me hace las cosas más fáciles. Toda la gente a mi alrededor lo adora y lo acepta, y estar con él es tan sencillo como respirar.

Mamá está echando el sirope sobre la tarta y no deja de parlotear cosas de la Navidad y nuestros planes. No le hago mucho caso, porque por la ventanilla redonda de la puerta veo como Sammy se acerca hasta Seiya, que sigue solo en la mesa. Eso hace que deje mi tarea.

Me asomo como una polizón en el barco. Con el calor de la chimenea, Seiya se ha deshecho de su sudadera y a Sammy le ha interesado su camiseta, que jamás usa —y la única que tenía limpia— y comienza a hablar con él. Me pongo tensa, pues con el pesado de mi hermanito nunca se sabe…

—Uau… ¿Te gusta?

—¿Qué cosa?

—Cómo qué. The Walking Dead, por supuesto —alega Sammy señalando el estampado de su ropa. Seiya pestañea y tarda en contestarle:

—Pues… sí. Supongo. No están mal —tengo la sensación de que cree que es una banda de rock —. ¿Y a ti? —pregunta de vuelta.

—Pfff, me encanta —exclama alucinado —. Los cómics son lo mejor, por supuesto. Pero yo sólo tengo unos cuantos. Papá dice que eso daña la mente y es tirar el dinero —se queja haciendo una mueca de desagrado.

Seiya se vuelve hacia él poniendo un brazo sobre el respaldo de su silla.

—Yo tengo un conocido que tiene una gran tienda de cómics en Tokio. Fue él quien me dio la camiseta. Puedo llevarte un día y pedirle que te dé un buen precio —se ofrece.

Sammy hace una expresión que sólo le he visto en los videojuegos al pasar los niveles más difíciles.

—¿En serio harías eso?

—Claro, colega —asegura. Sammy parece triunfante, pero él no ha terminado —. Con una condición.

Él se rasca el cuello.

—¿Cuál?

Y se encorva, para quedar más cerca de él. Tengo que chistarle a mamá que pare su perorata un momento o no podré escucharlos.

—Quiero que empieces a tratar mejor a tu hermana. Y por tratarla mejor incluyo que seas un poquito más agradable con ella, y que no la insultes con apodos como «cabeza de chorlito», por supuesto.

Mira un momento en mi dirección, pero no pueden verme. Estoy bien agazapada. Yo estoy… bueno, no sé ni qué pensar al respecto. Mi corazón late muy rápido.

Sammy reacciona con una risotada.

—¡Eso es absurdo! Siempre nos hemos llevado así y no pienso dejarlo de hacer —se defiende, aunque su voz es algo temblorosa.

—Mira, chaval. Entiendo la dinámica. Yo también tengo un hermano y me encanta joderlo. Pero él es hombre, y sabe defenderse bastante bien. Serena es una chica. Una muy sensible. La haces sentir mal cuando le dices cosas como ésas, además ya es adulta y más lista que tú. Así que le debes un poco de respeto, ¿no crees?

Sammy, aunque parece haberlo asimilado bien, todavía tiene las agallas de pelearle.

—Es mi hermana —escupe, sin más argumento.

Pero no contaba con que Seiya, tras escucharle, se pondría lentamente de pie. Sammy da un gracioso paso hacia atrás, como si le tuviese miedo.

—El problema es que ya no es sólo tu hermana. Ahora también es mi novia. Y por un motivo que hoy no te importa pero en unos años entenderás, me jode mucho, muchísimo, que la fastidien en mal rollo. Sobre todo si ella no hace lo mismo contigo.

Sammy parece descolocado. Incluso se ha ruborizado, aunque no sé si es de vergüenza o de coraje.

—Yo…

Seiya le da una pequeña palmada en el hombro, haciéndolo saltar. Me causa mucha gracia, pues sé que él sería incapaz de hacerle daño. Pero también siento una evidente satisfacción en el pecho de que le esté dando una pequeña lección. Entre nosotros hay bastantes años de por medio, y mamá sufrió mucho embarazarse para tenerlo. Creo que siempre ha estado demasiado consentido y además está en la edad difícil. Lo que me impresiona es que se haya dado cuenta de cómo me siento al respecto sólo en un rato. Nunca le había hablado de las canas verdes que me ha sacado Sammy. Aunque sé que me quiere en el fondo, nunca lo demuestra y es un grano en el culo la mayor parte del tiempo.

—Venga, Sammy. Es parte de convertirte en hombre pasar de la fase de odiar a tu hermana, a dejarla en paz y luego a defenderla de otros cabrones. ¿O es que quieres ser el crío geek toda la vida? Por experiencia, déjame decirte que eso no es nada atractivo para las chicas. A no ser que tampoco te importe que pasen de ti...

—¡Claro que me importa! —replica hinchando el pecho. Le ha dado en el clavo. Seguro que hay alguna niña que le gusta.

Seiya sonríe.

—Pues ya quedamos.

Justo en ése instante aparece papá en el salón.

—¿De qué hablaban?

Sammy se esfuma hacia la sala.

—De cómics —responde Seiya por él.

—Oh —dice nomás. A él no le dice que eso daña la mente y es tirar el dinero. Menos mal. Sonrío y exhalo con alivio.

Debo tener una cara de mema integral, porque mamá me pregunta poniéndose al lado mío:

—Te gusta mucho, ¿verdad?

Pongo en hilera las tazas más decentes y le asiento, contenta.

—Pues sí.

—A mí también.

—Ya me di cuenta, mamá —repongo de mala gana, sintiendo celos —. Pero es mío.

—¡Tontilla mía, me refiero a que me gusta para ti! —replica cortando los pedazos.

Le creo... a medias.

—Gracias.

Cómo no me va a gustar. Pienso en la Serena de hace un año y soy totalmente diferente. La que dependía de Minako para prácticamente todo, la que se evadía en los libros y se conformaba con un trabajo horrible. Gracias a Seiya me he hecho más segura, más divertida y desinhibida. Con él conocí lo que es realmente tener sexo y disfrutarlo, no sólo por sentir placer si no por complacer a la otra persona. La verdadera intimidad. He compartido demasiados momentos buenos y malos con él, para darme cuenta de que las cosas tan insignificantes que me pasan hasta las más trascendentales a su lado son mejores. Soy más feliz. Más yo.

Y por eso, es que he de plantarle cara a mi madre con una revelación inesperada, esperando no arruinar este día con mis rencores, que necesitan salir para que puedan sanar.

Me vuelvo hacia ella. Le faltan servir dos platos. No tengo mucho tiempo antes de que nos vengan a interrumpir.

—Mamá…

—Sí, corazón —dice distraída.

—Me alegra que les agrade Seiya porque… las he pasado negras para poder tener algo real con él —le digo. Mamá levanta sus ojos oscuros hacia mí.

—¿Ah, sí? —pregunta, y duda en seguir en su labor. No sabe a qué voy.

—Sí, y yo… yo nunca sentí que me apoyaras realmente con lo de Darien —confieso con la garganta seca.

Abstraída, se limpia las manos en el delantal.

—¿Cómo dices? Te apoyamos siempre, cielo. Él era mucho mayor, pero tú te empecinaste en…—empieza a decir, pero la corto.

—No me refiero a eso. Si no a lo mal que me hiciste sentir cuándo éramos novios. Y luego, cuando rompí con él —agrego de un tirón.

Le cambia radicalmente la cara.

—Me temo que no te estoy entendiendo, Serena…

Mi madre se encoje de hombros, como si el tema no tuviera nada que ver con ella. Ya no soy «cariño». Bien. Espero que ésto no se me salga de las manos. Trato de recordar las horas invertidas en la terapia y palabras como empatía, diálogo, honestidad, etcétera...

—Verás, me refiero a que para empezar siempre denotabas que él era mucho para mí. Cuando lo traía a casa me avergonzabas, sacabas a relucir todos mis defectos y los suyos los ignorabas. Porque los tenía, mamá. Sé que cualquiera puede deslumbrarse por un hombre del tipo aristócrata, elegante y bien parecido, y que además era instruido y tan caballeroso… o eso parecía. Pero él me hizo mucho daño, mamá. Me engañó sabe cuántas veces con otra y encima me hizo creer que me lo merecía. Así que inconscientemente sólo reafirmé tus palabras. Y tú me escuchabas llorar cada noche en mi cuarto por ello, y en vez de consolarme, de decirme que todo estaría bien, me tratabas de convencer para que volviera con él aunque no me quería. ¿Crees que eso fue justo para mí?

Al final se me quiebra la voz. Yo espero su réplica indignada… que no llega.

Mamá se ha quedado pasmada, mirándome con asombro, admiración y tristeza. Tristeza que se convierte en un lagrimeo que se le acumula en el borde del párpado.

Mierda. He hecho llorar a mi madre.

—¿Te engañó? —musita.

Bajo los ojos al piso de moqueta y me muerdo la lengua. Asiento.

—No me lo dijiste nunca…

—¡Porque me daba vergüenza, mamá! Pero sí que te dije que me había hecho daño, y por eso no volvería con él. Debiste ponerte de mi lado y entenderme, como hizo papá —salto.

Oh… aun recuerdo ése día como si fuera ayer. Era sábado por la noche. Darien me mintió con que tenía que trabajar hasta tarde como repetitivas veces, y no podíamos vernos. El día que fui a ése condominio de apartamentos y esperé como bajo la lluvia de agosto para hablar con él, y me dijera la verdad de frente —lo sé, es muy dramático, pero a mi favor he de decir que de verdad olvidé el paraguas —hasta que el descapotable rojo aparcó en la entrada.

El vigilante se acercó a recibir el automóvil en el que yo me había subido tantas veces, y del asiento del copiloto —mi lugar—, en tacones altos y vestida de rojo, se bajó aquella morena de ojos oscuros y pelo lustroso como la brea. Darien la tomó de la mano y la pegó a su cuerpo para protegerla del agua con su gabardina. Se reían, y yo sentía que de mí. Antes de cruzar el cristal le dio un beso largo e innecesario en aquél tan inapropiado sitio; casi como si supiera que yo los estaba observando y quisiera torturarme. Pero no. Ni siquiera me miraron, aunque yo estaba sólo a unos pasos de distancia. Estaban ansiosos por encamarse a mis espaldas. Ahí me di cuenta, literal y figuradamente hablando, lo invisible e insignificante que era.

Ya lo sabía, pero necesitaba verlo por mí misma. Minako jamás me mentiría. Pero era como si yo quisiera fustigarme por ser tan idiota, tan crédula, tan poca cosa…

Ésa noche no pude ver a los ojos a mi amiga. Me sentía una mierda. Fui directo a casa de mis padres en el último tren y les dije que Darien y yo habíamos terminado, y necesitaba asilo unos días lejos de la ciudad. No sé qué vio papá en mi cara, pero decretó que a partir de aquél día Chiba tenía prohibido poner un pie en su casa, independiente de si volvíamos o no. Mamá en cambio, se disgustó conmigo. Fue muy severa y fría.

—Yo… sí te apoyé, es decir, te dejé que te quedaras aquí, ¿no? —repone, como si eso lo justificara todo.

Siento una llamarada de rabia en el pecho, pero me controlo. Suspiro y no me dejo intimidar.

—Ajá, pero me dijiste que estaba haciendo un huracán en un vaso con agua. Que cometía el peor error de mi vida. Que él era un gran prospecto y si le dejaba ir, nadie más me tomaría en serio para casarse conmigo. ¿Te acuerdas?

Ella se lleva la mano a su collar de perlas imitación, y las retuerce con los dedos. Está impactada de que yo haya sido tan directa y ¿madura?

—Bueno, es que los muchachos de ahora sólo quieren tontear, y él parecía tan educado y formal que… —empieza a darle vuelta a la tortilla, pero yo la corto. Pongo una mano al frente para que guarde silencio y le pido que me deje terminar. Mamá abre los ojos mucho, y se le empiezan a poner acuosos y rojos. No se cree que la pequeña y torpe Serena le esté quitando la palabra de una estocada.

—No se trata de eso, mamá. ¿Te das cuenta que todo cuanto interviniste giraba en torno a él y tu opinión, no a mí, ni mis sentimientos? Sin importar si yo era desdichada o no, ¡Daba igual! Tenía que amarrarme con alguien, aunque ése alguien me tratara como basura. Me diste a entender que yo no era merecedora de amor genuino, como el que me da Seiya. ¿Eres consciente de eso? Papá me respaldó, y Minako. Pero yo te necesitaba, mamá. Te necesité mucho… nunca volví a confiar en ti.

Las lágrimas quieren salir a chorro de mis ojos —indudablemente no tarda en venirme el período —, pero me aguanto. Me niego a que papá y Seiya me vean mal, y arruinar nuestra velada. Tampoco quiero parecer débil, pero la verdad es que no puedo controlarlo. Le he callado éste secreto a mi madre durante años, y juré jamás decírselo. No, la antigua Serena lo hizo. Así que aunque empiece a sentirme culpable por su reacción, deseo estar bien con ella y tengo que combatir ese sentimiento para defender lo que quiero. Mi independencia. Mi autonomía y mi dignidad.

Tengo los ojos puestos en la vieja pintura amarillo canario de la cocina, cuando la oigo decir:

—¿Por eso dejaste de visitarnos tanto tiempo? —pregunta mamá de repente. La veo y luce muy triste. Vaya… pues no lo sé. Eso creo.

—Sí. Supongo que estaba herida…—murmuro.

Se abalanza sobre mí. Por un momento siento que me va a dar una bofetada, pero descarto eso pronto. Nunca ha existido nada violento entre nosotras, aunque choquemos mucho.

Siento como me estrecha en un abrazo fuerte y cálido. El abrazo perdido, que quiere recuperar a su dueño.

—Lo siento, cariño. ¡No sabes cuánto! Yo… sólo… no quería que estuvieras sola —me confiesa, apretándome contra ella.

El abuelo se fue antes de que yo pudiera conocerlo. Entonces mamá tuvo que hacerse cargo muy pequeña del hogar y de su hermana, que era una inútil. Quizá por eso tía Kaolinete es una experta en olfatear cuentas bancarias a kilómetros, y mamá tuvo tanto miedo del desamparo y se casó joven. Nunca lo sabré, pero es lo que intuyo. Además de su obsesión por cuidar el dinero y la familia nuclear. En cierta forma le entiendo, pero no significa que eso me vaya a pasar a mí.

—Lo sé, mamá. Pero tu postura sólo me hizo sentirme más sola aún —le digo, apretando los párpados. Luego la separo para mirala, ella se está quitando las lágrimas de las mejillas con el mandil —. Además estar sola no es algo malo. No siempre. No es lo mismo que estar solitaria. Me gusta la soledad, porque es aun mejor cuando aguardas por la persona correcta.

—¿Y esa persona es Seiya? —indaga con su usual tono maternal, reponiéndose mágicamente. Incluso ahora le nace cotillear. Eso hace que me ría un poco, como una adolescente.

—Sí, así es.

Arquea las cejas sonriendo, y va a decirme algo cuando la puerta de cocina se abre de golpe. El corazón me da un vuelco. Me tranquilizo cuando veo a Sammy refunfuñar por la tardanza del postre. Seguramente papá lo ha enviado a preguntar.

Antes de tomar la charola, mamá me toma del hombro y se inclina. Me da un tibio beso en la mejilla y me promete que me apoyará siempre. Me sonrojo y le sonrío, alegre de que todo esto haya quedado atrás.

Una hora más tarde nos estamos despidiendo en la entrada. Si antes hacía frío, ahora está helando.

—¿Seguros que no quieren pasar la noche aquí? A lo mejor empieza a nevar, y es algo tarde para ir hasta Tokio.

—No, gracias. Tomaremos el tren bala directo, Kenji —le dice Seiya firmemente, y se lo agradezco. A mí me es muy difícil negarle algo a mi padre —. Y Serena les llamará en cuanto estemos en casa. No se preocupe.

«En casa» repiten mis lindos pensamientos, y me siento tan ligera como una pluma de querubín.

—No vuelvas a abandonarnos tanto tiempo, cariño. Visítenos de vez en cuando —me recuerda mamá, mirándonos alternadamente. Sé a qué se refiere. Le sonrío y tomo las sobras de la comida.

—Claro, mamá.

—Adiós, señora Tsukino.

—Cuida de mi nena, Seiya. Y tú también cuídate mucho —lo abraza, le da un beso en cada mejilla y casi lo persigna y le da la sagrada comunión. Tengo que jalarlo de la capucha para que le suelte y no me avergüence más.

El tren va casi vacío. El balanceo suave del vagón me va anestesiando, y me cuesta una barbaridad mantener los ojos abiertos. Seiya me da un pequeño zarandeo con la mano del brazo con que tiene abrazada.

—Oye, yo también estoy cansado, pero si nos dormimos somos capaces de despertar en Osaka o algo así. Abre los ojos.

Me incorporo. No me había fijado que ya iba recargada en él.

—Me encanta la comida de Osaka. No tengo problema en ir —bromeo, y alzo la vista para verle bien.

—La he pasado muy bien esta noche —me dice sonriendo —. Tu familia me agrada mucho. Ya olvidaba lo que era estar en una. Podemos venir en Año Nuevo, o algo… si... si quieres —agrega, y es de lo más genial que quiera volver.

—No necesitas echarles tantas flores, ellos ya te adoraban de por sí —le digo bostezando —. Pero sí. Vendremos. Gracias… por todo.

Él se encoge de hombros, como si no hubiera hecho nada importante. Vuelvo a bostezar.

—En serio, Bombón… como empieces a dormirte cual oso, la vamos a liar en el trabajo...

Sonrío.

¿Dormirme? Para qué. No necesito dormir, si todos mis sueños ya se hicieron realidad.

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.

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Notas:

El público corea *awwwww * Miren nada más, muchas de ustedes esperaron 31 capítulos para este momento. Siento que la tardanza fuera larga, sucede es que a pesar de ser este un SxS, o en esencia lo indica, el fic aborda las experiencias de Serena en muchos ámbitos, no sólo en este.

De todos modos he disfrutado muchísimo escribir este capítulo, fue mejor de lo que imaginé en mi mente hace mucho, cuando decidí escribir la historia. Espero haya cumplido sus expectativas y me den sus opiniones. ¿Qué vendrá a continuación? No puedo decirlo, pero tengan por seguro que siempre salgo con sorpresitas inesperadas. Ñaca ñaca…

Gracias por leer y no olvides dejarme un review! Miren que les di el capítulo más largo de toda la historia. uwu

La canción de Seiya se llama "Run the Wold" y es de Take That, antaño como me gusta la música (y como mi alma snif XD). Quería una canción sencilla, no comercial, que no fuera tan melosa ni profunda pero demostrara lo que él empezaba entonces a sentir por Serena. Escúchenla, es agradable. Del soundtrack de una de mis películas favoritas, Stardust, o El misterio de la estrella. Como le quieran ver.

Hasta el otro!

Kay