La batalla acabó de la forma más frustrante.

Un silencio gradual, pesado, tenso, se desplomó sobre la sala de banquetes y se extendió por ella como una inundación. El rugido triunfal, insultante de un helicóptero se burlaba de ellos ahora cada vez más lejos.

Kitai había logrado escapar.

Fastidiada, Amelia chasqueó la lengua y sorteó con una mueca de asco el cadáver de Spite tirado sobre las baldosas. El nomu yacía tendido en el suelo pegajoso de sangre, ácido y babas, cubierto de mugre y retorcido en un terrible ademán, con los brazos bañados de cortes, varios cristales clavados en el torso y una vara de hierro atravesada en la cabeza. Era una pena, se dijo Amelia mientras se esforzaba en evitar los desagradables fluidos que habían emergido de la herida y se mezclaban formando remolinos sobre las baldosas. A pesar de lo débil que Morpher lo había dejado tras arrancarle la mandíbula aquel día en la ribera del río, podría haberle sido útil aún unos meses más…

Cuando sus pesados pasos la llevaron por delante de Haru, el chico dio un bote y se cogió la mano herida. Apartó de un manotazo a Tetsutetsu, que muy a duras penas trataba de curarlo, y se levantó tambaleándose.

—¡Amelia, espera…!

Ella se detuvo y se giró, pero no lo miró a él: aunque los ojos parecían querer írsele a su último recuerdo de familia, logró levantarlos al techo con una mueca fría de fastidio.

—Tengo prisa —fue su única respuesta—. Firebreather, nos vamos.

Haru levantó entonces también la mirada. El nomu, encaramado al techo, alargó el cuello hacia ellos. Al hacerlo, gotas de baba de olor penetrante se le derramaron de la mandíbula desencajada y se estrellaron con un chasquido en el suelo junto a ellos. Como un muñeco viejo, Firebreather despegó el torso del techo y torció el cuerpo para mirarlos más de cerca. Finalmente, y con un sonido hueco, soltó manos y pies cayó pesadamente al suelo, agazapada y gruñendo junto a Amelia. Un grave gorjeo le emergió de la garganta cuando ella le acarició el cuello oscuro en busca de heridas. Lo tenía pegajoso de sangre coagulada, pero no parecía nada por lo que debiera preocuparse.

—Amelia… —volvió a intentar Haru. Trató de acercarse, pero Firebreather dio un paso adelante y le dirigió un chirriante chillido de advertencia, por lo que tuvo que retroceder de nuevo. Ella lo ignoró, aunque se le había oscurecido la mirada. No, no. Tenía otras cosas en las que centrarse… y no podía involucrar a Haru en aquello en lo que se había convertido su vida. Los labios del joven tritón temblaban, inundados de preguntas—. ¡P-pero…!

Ella levantó una mano para hacerlo callar, le dio la espalda y echó a andar. Firebreather torció la cabeza tras ella, hasta que la muchacha se hubo alejado lo suficiente y el nomu se dispuso a seguirla. Una leve sacudida de la muñeca fue el único gesto de despedida que la sirena dedicó al que una vez había sido su hermano.

Al salir afuera a través del boquete que había abierto ella misma, la sirena se encontró con el hercúleo cuerpo de Hexcavator encorvado sobre su nuevo juguete. Torcía la cabeza, con el cuello caído a un lado. La mirada completamente vacía se le había distraído en el bulbo luminoso que le brotaba de la propia cabeza y le colgaba frente al rostro. Cuando por fin abrió sus enormes manos, Mr. Compress, liberado por fin, dio un paso adelante para alejarse del húmedo hedor del nomu.

—Ya está. —sentenció Amelia—. Me voy.

El mago hizo una pausa para volverse hacia ella.

—¿Y esas prisas?

A un gesto del mago, la piel negruzca de Firebreather se iluminó con un tinte azulado. Un destello después, se intensificó y se comprimió finalmente en una canica. Amelia se agachó para recogerla y se la tendió en silencio a su compañero, pensativa, tras lo que él le acarició la mano para agenciársela. Después de un cálido apretón de manos, ella se peinó la boa de plumas sobre los brazos.

—Tengo una cita.

—Entiendo, entiendo… Pásalo bien.

Ella le guiñó un ojo, aunque una muda tensión le teñía el gesto. Con una sacudida de muñeca ya familiar, se despidió de él y reanudó su camino sin demasiadas prisas, contoneándose orgullosa sobre las cuñas apenas manchadas de mugre, comida y sangre. Mr. Compress se resignó con un suspiro. Se giró para mirar la expresión ridículamente vacía de Hexcavator, que solamente inclinó la cabeza.

—Tendremos que desaparecer nosotros también.

Así que chasqueó los dedos y lo convirtió también en canica. Con un gesto elegante, se lo guardó en el bolsillo y emprendió, tarareando, su retirada.

En otra parte de la ciudad, un puñetazo resonaba entre las paredes recogidas de un callejón. Overhaul gruñó de dolor y resopló, pero no opuso resistencia cuando Percyval lo lanzó contra el duro asfalto de la calle a oscuras y le arrancó un quejido. Un reguero carmesí le escapó de la comisura de los labios y le goteó mejilla abajo. Aun así, no trató de volverse, ni de levantarse. La pérdida de sangre de sus brazos, recién amputados y mal tratados, le había robado el color del rostro. Apenas soltó un tosido cuando Percyval le pisó con la bota el estómago. Luego el tutor lo agarró de la camisa y lo levantó del suelo, rojo de rabia y dispuesto a pegarle otra vez.

—Percy, para. —La voz de Sheziss fue lo único que detuvo el siguiente puñetazo—. Lo vas a matar.

Él no soltó todavía al villano. Aun así, no hizo ademán de volver a pegarle. La piel delicada del rostro amoratado de Overhaul se había cubierto de ronchas tras arrastrarse en la suciedad y, después de aquella paliza que a Percyval se le había hecho tan terriblemente corta, tenía también un pómulo hinchado y un labio partido cubierto de sangre brillante. El aliento débil lo hacía temblar.

—Puedo decir que lo encontramos así.

Sheziss se apoyó contra la pared y, sin siquiera mirar a la cara a aquel monstruo, se sacó el teléfono del bolsillo y buscó con parsimonia el número al que quería llamar.

—No digas memeces.

Irwin recibió su llamada sentado en el coche de policía junto a Aizawa. El tutor colgó el teléfono con gesto grave y se inclinó para meter la cabeza entre los asientos delanteros. El agente Sansa, que conducía, solamente agachó una oreja. A su lado, el detective Tsukauchi se volvió para escucharlo.

—Lo han encontrado. Le han cortado los brazos y ha perdido mucha sangre, pero parece que, al menos por ahora, sigue vivo.

—Bien —respondió el policía volviendo la mirada de nuevo a la carretera—. Manda la ubicación al equipo. Pasaremos a por él.

Irwin asintió y volvió a sentarse en su sitio. Hacía unas pocas horas, mientras velaba al joven Mirio en su habitación en el hospital, le habían dicho que Rappa había despertado de su operación y que podía ir a verlo antes de que se lo llevaran a la cárcel. Pero, en cuanto había puesto un pie en el pasillo, la muerte de Morpher lo había golpeado como un tifón y lo había obligado a sentarse. La policía lo había llamado. Sus compañeros lo habían llamado. Así que, en aquel momento de duda, había tenido que tomar una decisión… y había elegido su presente.

Aizawa se pasó el viaje en silencio. Se había cruzado de brazos y se apoyaba contra la puerta, mirando a través de la ventana y pensando en a saber qué. Cuando el coche atravesó las puertas vigiladas de la mansión de Hanibaru y aparcaron en la entrada recién liberada de obstáculos, el profesor permitió que Sansa lo ayudara a bajar del coche. Luego se ocupó de seguirlo mientras atravesaban, en oscura procesión, el cordón policial que rodeaba la zona del ataque.

La sala de banquetes se había convertido en algo propio de pesadilla, incluso tras la intervención de los servicios policiales. Al parecer, la pelea solamente había ocurrido contra dos nomu, pero aquellas bestias se habían ocupado de causar el caos por allí por donde habían pasado: mesas rotas, platos y botellas hechos añicos. El acuario central, que unos especialistas se estaban apresurando a vaciar, agrietado. Un candelabro estrellado contra el cuerpo del nomu al que habían llamado Spite. Contra todo pronóstico, sin embargo, y salvo el propio nomu, no habían dejado muertos. Aquello era lo que había hecho pensar a Tsukauchi que se había tratado de Amelia— porque los pocos testigos que tenían no habían querido abrir la boca al respecto.

Había hombres mutilados, calcinados, rotos; pero ninguno que no pudieran salvar con una intervención a tiempo. Era algo que cabía agradecer. Y ellos, al menos, podrían decirles qué había pasado.

Mientras las fuerzas de la policía les abrían paso, Irwin y Sansa se quedaron atrás. Tsukauchi se llevó la mano al sombrero y ralentizó el paso para colocarse detrás de Eraser Head y mostrarle la zona asegurada frente a ellos.

—Nos han dicho… que tal vez tú puedas ayudarnos.

Él solamente levantó la mirada al frente. Allí, arrodillada sobre las frías baldosas, la figura reluciente de Eleonora sujetaba todavía un triste amasijo de materia negruzca. Clavaba la mirada en él, absorta hasta el punto de ignorar la presencia de Hanna Flora agachada a su lado, que le hablaba, la acariciaba, la peinaba. Ella solamente temblaba en silencio. A su alrededor, los agentes habían acordonado la zona a una distancia prudencial. Cuando Aizawa se acercó, agarrado a su arma de captura por tener algo entre los dedos, le permitieron el paso para que pudiera sustituir a la joven estudiante. Ella se levantó con la mirada oscurecida.

—Los Excepcionales hemos tratado de despertarla —murmuró—, pero no hemos logrado que reaccione. Pensamos que tal vez tú… — Un nudo en la garganta le robó la voz, así que se humedeció los labios y calló.

Hasta ese mismo momento, Aizawa no había conocido en persona a la muchacha pelirroja que ahora recogía sus faldas del suelo desgraciado de la mansión. Él no daba clases en los cursos de estudios generales. Pero sí conocía a alguien, alguien que ahora tosía pétalos púrpuras, arrebujado en mantas sobre la camilla de los paramédicos, que le había hablado muy bien de ella. Así que le llevó una mano al brazo y le permitió relajarse junto a él.

—Gracias, Lilesse. Yo me encargo de esto. Tú ve con Shinso.

Ella se mordió el labio inferior.

—Yo…

—No ha sido culpa tuya. Aún no controlas tu singularidad. Y él querrá verte.

Ella no fue capaz de responderle. Asintió en silencio y, con una inclinación del cuerpo, arrastró su fúnebre vestido al exterior.

Entonces el profesor suspiró y se agazapó junto al cegador espíritu de luz. Se perdió un momento en sus ojos desencajados, en su postura encogida, herida, desamparada. En aquella estrella que centelleaba en medio de su frente y que ella a menudo enseñaba como muestra de felicidad. Aizawa se revolvió en su sitio y tironeó de su arma de captura. ¿Qué iba a hacer él para ayudarla…? ¿Qué podía hacer? Primero, trató de utilizar su don: no porque creyera que fuera a servir de nada, sino para que los agentes pudieran ver que, en efecto, lo de Eleonora no era una singularidad. No era nada que hubieran visto antes. Aquella era su verdadera piel, su verdadera forma, desprovista en parte de su disfraz humano.

—Eleonora.

Ella no hizo el menor ademán de moverse. Sus ojos, blancos y desorbitados, seguían fijos en aquel jirón negruzco que una vez había sido Morpher y que se sacudía con sus propios temblores. La simbiosis había sido tan potente que, al perder su otra mitad, de Eleonora no quedaba ya más que una cáscara que a través de su herida se desangraba lentamente.

Aizawa frunció los labios al notar que la pena le entrecortaba la respiración. Alargó una mano lenta a uno de sus brazos, y que la policía no se molestó en detener: cuando al fin tocó su piel, Eraserhead contuvo el aliento.

Estaba helada.

El terror le atenazó el pecho. ¿La había perdido? ¿Era aquello frente a él un cadáver, una figura congelada de cristal? Si tan solo hubiera podido estar allí, hacer algo por ella…

El profesor se arrodilló en el suelo; ahora menos duro, menos frío, después de haberla tocado a ella, y levantó de nuevo la mano a su rostro. Repasó la forma inhumana de su mandíbula inerte y afilada, le acarició la mejilla, el pómulo, la forma recta de la nariz. Se perdió en aquel rostro que tan poco se parecía ahora a la redondez que siempre le dedicaba sus sonrisas. Llegó entonces a la estrella que le refulgía en la frente y se la acarició con el pulgar: lento, aterrado.

—Eleonora… —suplicó.

Esta vez, algo cambió. Una luz giró en su pecho, titiló en su frente. Un sollozo se le encalló en la garganta de cristal y le hizo temblar la respiración. Los ojos blancos se llenaron de lágrimas de luz y lo buscaron en la aparente nada, cuando una voz, un hilo de voz, logró brotar de entre sus labios.

—¿...Shouta?

Él sintió que se le saldría el corazón del pecho. De alivio, de pena, de felicidad.

—Estoy aquí.

En otro lugar, no muy lejos de allí, Amelia reseguía con la punta de los dedos los patrones de un mantel de papel. Una ceja fruncida torcía la delicadeza de su rostro. No, no había forma elegante de esperar. Sobre la mesa restaba una copa a medias de vino blanco y un plato de aperitivos, que uno de los camareros le había dejado en un gesto de compasión y que ella se había negado a tocar meramente por una razón de orgullo. No, si no tenía de qué sorprenderse. Después de todo, ¿qué le había hecho pensar que Dabi iba a aparecer? Siempre era ella la que lo seguía. Siempre era ella quien cedía un poco más. Y aquella vez no iba a ser diferente.

—¿Estás esperando a alguien?

La voz de un desconocido arrancó a Amelia de sus pensamientos y la devolvió a la mesa del restaurante. Frente a ella, un joven de postura relajada apoyaba una mano cargada de anillos sobre el respaldo de la silla vacía. Con la otra toqueteaba el cuello de su camiseta, sobre el que pendía un colgante en forma de pluma. Sus ojos amarillos, fijados en la chica, se torcieron en una falsa expresión de inocencia cuando extendió tras él dos enormes alas carmesíes. Amelia sintió que un escalofrío le retorcía el espinazo.

Hawks.

Algo en su pregunta logró arrancarle una sonrisa amarga. Trató de acomodarse en la silla, pero la tensión de sus músculos le impidió parecer lo relajada que le hubiera gustado. El escozor de la traición de Dabi todavía le torcía una ceja.

—Supongo.

Un destello de compasión centelleó en el rostro del héroe, que suavizó la expresión y le dedicó una sonrisa cómplice.

—Entiendo. ¿Puedo esperar contigo?

Ella dudó. Lo miró de arriba abajo, pero finalmente se recostó sobre el respaldo de su asiento y acabó invitándolo con un gesto. Él cumplió con las mejillas hinchadas y se dejó caer sobre la silla, en la que abrió las alas y las piernas y torció la espalda para sentarse a gusto y mirarla de nuevo. Amelia solamente observó con cierto retintín aquel desastre de postura. Aquellos ojos escondían mucho más que la traviesa expresión que el muchacho trataba de transmitir.

—¡Bueno! —empezó él con una brillante sonrisa—. Encantado de conocerte. Soy Hawks.

Ella soltó una carcajada.

—Amelia.

Él parecía entretenido con su actitud. Se pasó la lengua por los dientes, y Amelia empezó a relajarse. Hawks se estiró para coger uno de los aperitivos.

—¿Cómo está tu novio?

Ella necesitó un momento para digerir el terror que se le había agarrado de repente a la garganta. Oh, no. No, no, no, ¿cómo la habían descubierto? A Dabi no le iba a gustar nada enterarse. Deslizó los dedos hasta su copa y la acarició con gesto ausente, escrutando aquellos firmes ojos amarillos que la desafiaban abiertamente a replicar. Un suave temblor le hizo zozobrar el vino en la mano.

—¿Por qué te interesa?

Esta vez fue él quien hizo una pausa. Mordisqueó el palillo entre sus dientes y le sonrió antes de guiñarle un ojo.

—Lo estoy buscando. Tengo que hablar con él.

La sirena inspiró profundamente. Ahora con el ceño fruncido, pero todavía con la postura relajada de quien había pasado por aquello antes. No con el héroe número dos, claro… pero no era la primera vez que la acorralaba alguien con rencores hacia la Liga. Lo bueno era, al menos, que él no la buscaba a ella. Así que, con un gesto melodramático, se echó el pelo tras los hombros y se llevó la copa a los labios con una exagerada expresión de disgusto. Aun así, una sombra de tensión le arrugaba el tabique.

—Ah, vaya. ¡Y yo que pensaba que el gran Hawks se me acercaba por mi cara bonita!

Dio un largo trago, y tras su bebida pudo oír al chico reírse. El héroe ahuyentó sus palabras con una sacudida de la mano y se torció un poco más en su postura para coger otro aperitivo.

—Eso también. Debo admitir que impresionas más en persona que en las fotos. —Ensanchó su sonrisa, pero ella solamente puso los ojos en blanco y dejó su bebida de nuevo sobre la mesa.

—¿Qué quieres de Dabi?

—¿No va a venir?

—Parece que no.

—Lo siento mucho.

A ella se le escapó una carcajada. Siguiendo la mirada de él se encontró con sus propias manos, que temblaban sobre el mantel. Así que las recogió para esconderlas de él y frotarse el rostro.

—Bueno, es lo que hay.

—No debería ser así.

Amelia bajó ambas manos y las golpeó contra la mesa. ¿Qué sabría él? Aquello era lo único que había para alguien como ella, como Dabi, como la Liga. No podían aspirar a más. Y, cuanta más compasión encontraba en el rostro del héroe, más rabia le escalaba ácida por la garganta. Más se le encogía el corazón.

—Tendrás que hablar conmigo.

Él tardó en responder. Mordisqueaba aún otro de los aperitivos, evaluándola en silencio. Parecía que se le perdía el papel de chico travieso y, debajo, nacía algo más.

—¿Me tienes miedo?

Ella soltó una carcajada sarcástica.

—Oh, no. A ti no. —De un trago se terminó la copa, que estrelló contra el mantel con tal fuerza que por poco no la rompió—. Tengo más miedo de él como se entere de que hemos estado hablando. ¿Qué vas a hacer tú? ¿Llevarme a la cárcel?

Aquello logró, de alguna forma, romper los esquemas del héroe. Se llevó una mano frente a la boca, pensativo, y apoyó el codo sobre la mesa. Una de las alas, de tanto torcer la postura, le chocó contra el respaldo de la silla, y tuvo que moverla. Aun después de eso, tardó en volver a hablar.

—Quiero unirme a la Liga de Villanos.

Se limpió las manos en una servilleta y, con un movimiento resuelto, se sacó un maltratado bolígrafo del bolsillo y arrancó un trozo del mantel. Garabateó su contacto en él y se lo tendió a la chica. Ella tamborileó en él con los dedos y lo miró con los ojos entrecerrados, pero no dijo nada.

—Que me contacte. Así, nosotros no hablamos de nada. Pero, si eso no lo convenciera… —Sin perder la inercia arrancó otro trozo del mantel, volvió a escribir en él su contacto y lo deslizó por la mesa de nuevo hasta Amelia. Ella arqueó una ceja—. Avísame.

Ella tenía preparada una respuesta mordaz. Pero entonces él la atravesó con una expresión que ella no había visto antes en él, ni en nadie de su calaña. El corazón se le desbocó en el pecho.

Él era como ella.

Cuando las palabras le salieron por fin a los labios, el chico se levantó y agitó las alas para llamar al camarero. Pidió algunos platos para llevar, que indicó que le dejaran a ella; sacó la cartera para pagarlos y se despidió con un guiño y una sonrisa amarga.

—Tengo que levantar el vuelo. Nos vemos, ¿vale?

Sus palabras resonaban todavía en su cabeza mientras, arrebujada en su boa como único abrigo, volvía al escondite de la Liga con las bolsas de comida apoyadas contra el pecho. Ensayaba en voz baja aquello que iba a decirle a Dabi. Aun así, mientras andaba sobre unas cuñas que empezaban a dolerle y el frío le escalaba por las piernas desnudas, la rabia empezó a arañarle el estómago y sus palabras empezaron a volverse más duras. Los ojos empezaron a escocerle.

Ella nunca se había sometido a nadie. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?

Cuando Amelia llegó por fin a la base de la Liga, la encontró en un absoluto silencio. Estaba también a oscuras, como de costumbre, aunque el reflejo de las luces de la ciudad que se colaba por las ventanas rotas la dotaba de una luminiscencia polvorienta y monocroma que iluminó las camas maltrechas y muebles roídos. Los murmullos de Twice llegaban amortiguados desde una de las habitaciones. La mayoría habrían salido.

Amelia dejó sus cosas en la esquina de la puerta, la única que mantenían mínimamente limpia, y buscó en el colgador su chaqueta. Pasó por ella los dedos, buscando un lugar donde esconder el contacto de Hawks. Si su intención era que Dabi no lo encontrara, ningún rincón de su cuerpo estaba seguro. Él no miraría en su chaqueta. Así que, con una uña, abrió una costura interior y guardó dentro el papelito, entre las plumas falsas que debían servir de aislante. Entonces, como si nada, recogió la comida que había dejado a un lado y la llevó a aquel sitio algo menos mugriento al que llamaban cocina.

Sobre un maltrecho sofá, Tomura había tirado su alargada figura sobre los cojines y, con una bamba apoyada en el reposabrazos, jugaba con una consola que Amelia no tenía muy claro de dónde había sacado. Tal vez se la hubiera regalado Spinner, a juzgar por el cuidado que el niño hombre ponía en no tocarla con los cinco dedos.

—¿Qué traes?

—Comida —respondió ella—. Estoy… intentando reclutar a alguien, y se ha tomado bien mi atención.

Él no respondió. Ninguno de ellos se tomaba bien la caridad. Pero la comida era comida, y aunque ellos dos estaban a gusto con cualquier migaja que pudieran encontrar, a Toga y Mr. Compress les haría ilusión poder llevarse algo caliente a la boca.

—¿Está aquí Dabi?

—Ha llegado hace un rato.

Señaló una de las habitaciones con un gesto de la cabeza. A la fuerza, la pareja se había ganado una para ellos solos: ya eran lo suficientemente finas las paredes, como para que además otros tuvieran que verlos ponerse más o menos mimosos. Exasperada, Amelia resopló y dejó la boa a un lado antes de dirigirse a grandes zancadas hasta allí. Entró dando un golpe y cerró tras ella con un portazo; la puerta ni siquiera cerraba bien, así que el impacto quedó amortiguado por un cúmulo de crujidos de madera vieja y el chirrido del mango a punto de desatornillarse. Dentro, Dabi miraba su teléfono tirado sobre las sábanas. No se inmutó lo más mínimo ante la presencia de Amelia: se ajustó los auriculares, como para evitar oírla, se pasó una mano por el torso y siguió concentrándose en su pantalla.

—¿Se puede saber dónde estabas? —susurró ella. Quería gritar, pero el resto de la Liga no tenía por qué enterarse de ciertas cosas. Él no la miró siquiera. Amelia se llevó una mano al pelo y sacó de su bolsillo el otro papel con el contacto de Hawks—. ¡He estado reclutando! ¿Qué hacías tú mientras te esperaba? ¡Sé que leías mis mensajes! ¡Dabi!

Se le rompió la voz; pero aquel gemido, aquella súplica, se lo tragó el silencio. El chico levantó una mano a la pantalla del teléfono y, por un momento, ella tuvo la esperanza de que detendría lo que hacía para prestarle atención… pero él bajó de nuevo la mano y no hizo el menor ademán de responder. ¿La estaba oyendo siquiera?

—¡Dabi! —repitió. Se dirigió a grandes zancadas hacia él, furiosa, y le arrancó el móvil de las manos. Los dedos del villano se cerraron sobre el aire y trataron, demasiado tarde, de evitar que ella desconectara los auriculares—. ¿Me estás escuchand…?

Un destello de fuego azul centelleó demasiado cerca de su cara. Amelia retrocedió a trompicones, sorprendida e ilesa por casualidad, pero Dabi ya se había levantado y le propinó una patada en el pecho que la hizo caer y golpearse la coronilla contra la puerta. La chica se arrastró por el suelo, desconcertada y con el corazón en un puño, y dejó caer el teléfono al suelo. Demasiado tarde: Dabi le pisó la mano y la hizo aullar de dolor mientras avanzaba implacable hacia ella. Los ojos azules, cargados de odio, brillaban en la oscuridad con la promesa de matarla. Una llamarada prendió a lo largo de su brazo derecho y arrancó sombras afiladas a los muebles, que se inclinaban sobre ellos para presenciar su castigo.

—¿Quién te crees que eres?

A ella, la respiración se le encalló en la garganta. Trató de retroceder más, aterrorizada por aquellos ojos chisporroteantes de locura. No. No, no. Otra vez no. Dabi era diferente. ¡Dabi iba a ser diferente! Muy a duras penas, logró hablar. Logró suplicar:

—P-por favor… Solo quería…

Él le dio un puñetazo en la mandíbula. Nudillos contra hueso, hueso contra madera; lenguas de fuego le buscaron el cuello, la mejilla, y le acuchillaron despiadadamente la cara. Amelia se llevó una mano a la herida en un intento por detenerlo, abrió la boca para gritar, pero llegaron antes los dedos de Dabi a su cuello. Y, esta vez, el villano no tuvo miramientos con presionar.

—Me da igual lo que tú quieras —siseó. Se acercó mucho al rostro de Amelia; tanto, que ella pudo sentir la nariz inundada de ceniza, sangre y metal. El dolor de la quemadura le agarrotaba el cuello y le impidió boquear, aunque él no le dejó siquiera intentarlo. Pegó sus labios a los de ella, pero no en un beso. No; en una muestra de poder, de posesión, de amenaza. Mientras presionaba la tráquea de Amelia, le insuflaba su propio aliento, la obligaba a respirarlo, a aferrarlo, a sollozar por su dolor. Ella daba manotazos en un intento inútil por librarse de él.

—L-lo…

—Shh…

Ella trataba de llorar, le dolía la cara, se ahogaba, se le llenaban los ojos de lágrimas. Quería pedir disculpas, suplicar perdón, pero Dabi lo era todo a su alrededor: su olor, sus ojos, el dolor que él había provocado, la respiración entrecortada contra ella. Todo empezó a volverse borroso, y las formas de la habitación se alargaron y perdieron definición.

Cuando las imágenes borrosas de su pasado empezaban ya a llegar a los ojos vidriosos de Amelia, el aire fresco inundó repentinamente sus pulmones.

Amelia boqueó y se llenó el pecho de oxígeno. Sollozó una última vez, mientras el mundo a su alrededor volvía a su estado original. Los colores volvieron, las sombras, la luz, y el dolor se abrió paso como una descarga. Finalmente, Dabi retrocedió, recuperó su teléfono y volvió a la cama.

—L-lo siento… —logró susurrar ella. Él volvía a tumbarse y se ponía los auriculares.

—Ve a curarte eso.

Ella se apoyó en la puerta tras ella, mareada y dolorida, y trató de arrastrarse hasta el comedor. Las piernas le temblaban, le fallaban, pero logró no caerse hasta llegar a la cocina. Se desplomó sobre el barreño de agua y se llevó el paño frío a la mandíbula malherida entre histéricos sollozos de pánico. ¿Se había roto un dedo? No le respondía la mano derecha.

Una sombra se arrodilló a su lado. Ella dio un brinco, retrocedió con una exclamación, pero las manos resecas de Tomura le aferraron los brazos y el chico la atrajo hacia sí. Sin decir una palabra, la ayudó a pasarse agua fría por la quemadura. Entre los dos, con mucha paciencia, lograron aplicarle crema y vendársela. El ceño fruncido deformaba la expresión de Shigaraki en una retorcida mueca de asco, pero su tono se mantuvo bajo cuando habló:

—¿Qué más?

Ella levantó penosamente la mano inutilizada. Él se la examinó, farfullando de rabia y de disgusto, y se levantó con ella para buscar la forma de aplicarle unas curas decentes. Por suerte, Spinner y Toga se habían hecho con suficiente material sanitario como para hacerse cargo de aquel tipo de heridas. Lo que no le hacía tanta gracia a Tomura, sin embargo, era tener que malgastarlo porque el temperamental de Dabi le quemaba la cara a su maniquí. Todos lo habían visto venir.

Cuando terminó de vendarle e inmovilizarle el dedo roto, el líder de la Liga se irguió, recuperó su consola sin decir una palabra y volvió al sofá. Amelia se miró la mano inutilizada. A través de las vendas, las lágrimas, el dolor y el temblor, apenas pudo ver nada. Trastabilló hasta el recibidor, sollozando ahora de rabia, y se echó la chaqueta a los hombros. Shigaraki levantó la mirada un momento y una sonrisa asomó a sus labios.

—Me preguntaba cuánto ibas a tardar en irte…

Ella no se atrevió a volverse.

—No me voy a ir.

Aunque su propia duda le atenazaba la voz, no era momento para discutir aquellas cosas. Tomura lo sabía, así que no le replicó. Ella agarró una de las bolsas de comida, se colgó el bolso al hombro y salió por la puerta sin decir nada más.

Ahora, de madrugada, chispeaba ligeramente. La brisa helada de la noche se le clavaba en la herida y en la piel ya reseca, pero no lo suficiente como para serle un inconveniente. Si tenía que preocuparse por el maquillaje, hacía rato que las lágrimas y la sangre lo habían echado a perder.

En cuanto se hubo alejado un par de calles, el móvil empezó a vibrarle insistentemente en el bolso. Pero no, ahora sería ella la que se vengaría. No había tenido coraje antes, pero ahora tenía algo importante. Algo que a Shigaraki le interesaba, y que no dejaría que Dabi destruyera o estropeara por sus propios deseos egoístas: a Hawks. Y, de hecho, a diferencia de Dabi (que lo mataba todo), Amelia había sido la que había reclutado a Spinner, Muscular y Moonfish, así que Tomura querría mantenerla intacta mientras les fuera fiel.

Y, si Hawks se les unía…

A la cuarta llamada, Amelia sacó el teléfono del bolso y esperó pacientemente a que dejara de sonar. Al verla en línea, el villano no tardó en bombardearla a mensajes.

"Amelia."

"¿Dónde estás?"

"Vuelve ahora mismo."

"Amelia."

"Te estoy llamando, coge el teléfono."

"Último aviso."

Hubo un breve momento de silencio. Él escribía, luego dejaba de escribir. Volvía, y luego se detenía. Amelia lo observaba de pie en la acera.

"Ve adonde quieras" —le envió al fin, junto a una dirección—" . Mañana a mediodía te quiero ver aquí. Vamos a ir a comer."

Ella se mordió el labio y guardó de nuevo el teléfono en su bolso. Sus pasos resonaban en la calle vacía y húmeda, las farolas parpadeaban porque en aquellos callejones a nadie le importaba que no funcionaran bien.

Hacía frío.

Horas después, la chica se detuvo junto a una cabina de teléfono. Jadeaba ligeramente, y temblaba tras la larguísima caminata. Había acabado recorriendo gran parte de la ciudad. Había dado rodeos, vueltas, giros, había vuelto varias veces sobre sus pasos; todo bajo la inquietante sensación de que Dabi la perseguía y dispuesto a terminar su trabajo.

Si algo le salía mal, él la mataría.

El patrón del trozo de mantel se había transparentado con la humedad, incluso dentro del forro de la chaqueta. Con esto, y el temblor de las manos de Amelia, los números resultaban casi ilegibles incluso bajo la luz mortecina de la cabina de teléfono. Monedas, monedas… Necesitaba monedas. Tenía que llevar algo de cambio… se lo había robado a alguien aquella misma tarde. Ah, sí, tenía algo de chatarra.

Introducir el dinero en la máquina fue un desafío. Amelia tenía los dedos mojados, helados y temblorosos, los sollozos se le entrecortaban en los labios y afectaban a su pulso; su mano izquierda no era tampoco demasiado ágil. Finalmente, el dinero cayó con un chasquido en la máquina, y ella pudo, muy lentamente, introducir el número. Se metió la mano en el forro de la chaqueta y aferró aquel minúsculo pedazo de papel.

Y esperó.

El terror le hizo un nudo en el estómago. Un sudor frío le escalaba con garras heladas por las tripas, ahogándola de nuevo con los dedos ásperos de Dabi.

Por eso, cuando un susurro, apenas un murmullo, de aquella voz cálida, adormecida y crispada de tensión, respondió confundida al teléfono, ella solamente pudo dejar escapar un quejido lastimero.

—¿...Hawks?


Sheziss

Notas de autor

Sheziss fue la fusión entre Bloodlust y un personaje humano.

Saca su nombre de un personaje de Memorias de Idhún, de Laura Gallego, porque inicialmente estaba muy basada en las serpientes.

Ella y Bloodlust fueron mi primer concepto de mujer fatal. Si la confundes con Amelia, no te culpo. Ambas nacieron del mismo concepto. De hecho, a Sheziss la llamaban La Sirena Sangrienta.

El Sol no la mata, pero es terriblemente fotosensible.

Durante un tiempo, Sheziss fue una niña demoníaca de ojos azules. Fui haciéndola más parecida a Bloodlust, luego una vampiresa, y luego… bueno, lo que es.

En un fic de Inazuma Eleven, tenía una mansión donde acogía jóvenes con familias abusivas. Tenía de mascota a dos tiburones, Caín y Abel.

Es católica.