Los jadeos de Haru retumbaban en sus oídos mientras corría por las calles de Musutafu a toda velocidad. Junto a él, Enid le seguía el ritmo con muchos menos problemas, cubierto su rostro con una máscara improvisada de gas; y frente a ellos, Gunhead, que los guiaba en su carrera y servía de incentivo para que los peatones se apartaran atropelladamente a su paso. En los cintos de los tres repiqueteaban sendas botellitas transparentes, cuyo líquido rosado salpicaba vivamente en su interior a cada paso que daban.

—Deberíais ver la joyería pronto. —Les llegó la voz de Hanna Flora a través de los auriculares.

—Recibido —le respondió Gunhead—. Mantenme informado.

En una de las oficinas de la agencia, Hanna Flora giraba distraídamente su silla de lado a lado. Sus ojos se paseaban por las tres pantallas colocadas frente a ella, deteniéndose solamente unos momentos más en aquella que le mostraba el mapa de la ciudad. En ella, los tres puntos rojos que eran sus amigos avanzaban a buen ritmo hacia otro lugar marcado poco más allá. Mientras los observaba, la joven se mordisqueaba distraídamente el lateral de un dedo.

—¿Crees que funcionará? —murmuró, como para sí.

Mei Hatsume, que se había quedado de pie junto a ella con los brazos cruzados, se agachó hacia adelante y apoyó las manos sobre sus hombros, sonriéndole de oreja a oreja a través del reflejo de las pantallas.

—¡Claro que va a funcionar! —La animó dándole un apretón amistoso—. Lo has estado haciendo conmigo, ¿no?

Ella no quiso contestarle. Siguió vigilando, inquieta, los datos que se sucedían en sus tres monitores. Mei suspiró y apoyó una mano en la mesa para abocarse al micrófono que Hanna Flora había procurado poner al alcance de ambas.

—Snakebite, ¿qué ves?

En lo alto de una azotea, muy por encima de los tres héroes, otre estudiante de prácticas espiaba a través de su visor la joyería que debía vigilar. Se aguantaba sobre una rodilla, oculto su rostro bajo una capucha reforzada y escrutando con ojos afilados la calle debajo de sus pies. Una lengua extremadamente larga relamió sus labios mutados y demasiado finos antes de hablar.

—El villano ha tomado a dos rehenes. Uno está metiendo joyas en una bolsa.

Mei soltó una carcajada y apoyó una mano sobre su cadera.

—¡Qué típico!

—¿Tenemos información de su don? —intervino Hanna Flora echándose hacia adelante.

—No —respondió Snakebite entornando los ojos amarillos—. Pero veo que tiene las orejas mutadas, como en forma de cono. Id con cuidado con eso.

Hanna Flora agarró la mano de Mei sobre su hombro.

—Gunhead, ¿has oído eso?

—Lo he oído —asintió el héroe, apenas volviéndose para comprobar el estado de sus internos. La actitud de Enid era ilegible bajo sus gafas y máscara, pero sus gestos eran alegres y resueltos, y Haru se impulsaba con la determinación de una flecha disparada hacia adelante. Estarían bien.

Por eso, en cuanto llegaron a la joyería, Gunhead plantó los pies en la entrada y se precipitó dentro con sus dos estudiantes detrás, sus brazos listos para disparar.

—¡Detente! Deja a los rehenes y entrégate, y no tendremos que hacerte daño.

Dentro, el aterrado joyero tras el mostrador metía sus productos en una bolsa tan despacio como lograba fingir. Lejos de parecer molesto, el villano frente a él, larguirucho y enjuto, ataviado con una gabardina larga de un horrendo violeta, jugueteaba con una moneda entre los dedos. Se distraía, al parecer, mirando su rostro torcido y sus orejas cóncavas reflejados en el gran espejo tras el mostrador. Imperturbable, se volvió hacia los héroes con una sonrisa a la que le faltaban dientes y arqueó una ceja.

—Oh, ¿ya estáis aquí? —Con estas palabras, tiró la moneda al aire y dio una alegre palmada resuelta— Genial, pues manos a la obra.

La moneda cayó al suelo y rebotó contra las baldosas. Su claro tintineo reverberó un segundo en el aire, pero entonces se repitió, se acopló, se acumuló en las orejas cónicas del villano y estalló.

La onda expansiva arremetió contra todos los presentes y precipitó a los héroes a través de las ventanas de cristal. Haru salió despedido contra un coche, cuyo golpe le robó el aire de los pulmones y lo tiró al suelo. Desorientado y dolorido, se llevó una mano al pecho y jadeó. Con un gruñido de esfuerzo, se agarró al retrovisor del coche para levantarse y buscó con la mirada a sus compañeros: Gunhead había sido arrastrado también varios metros por el impacto y trataba a duras penas de ponerse en pie, pero había sido Enid la primera en recobrar el equilibrio y arremeter contra el villano con un grito. Él, sin siquiera prestar atención a los rehenes que habían sido empujados contra las vitrinas, se encendía un cigarro mientras sorteaba los cristales de la puerta de camino a la calle. Al ver acercarse a Enid, dejó caer el mechero al suelo; este golpeó un cristal y el eco reverberó, se acopló y estalló de nuevo en los oídos del desconocido. La joven chocó violentamente contra la onda expansiva y salió despedida hacia atrás, lo que la lanzó a la carretera. Furiosa, dio una palmada al asfalto con las manos y trató de volver a la carga, pero una nueva onda sónica le aplastó el cuerpo contra el suelo y le arrancó un gemido de frustración.

Reverb no la miró. Avanzaba, imperturbable, por la calle que ahora era suya. A su paso, a cada tintineo de sus botas con hebilla, su chirrido metálico se amplificaba, rompiendo cristales y reventando las ruedas de los vehículos a su alrededor. Las alarmas estallaron con sus ensordecedores aullidos y lo envolvieron a medida que andaba. Haru, al ver que el villano se acercaba a él, se volvió hacia atrás y dio varios golpes a la puerta del coche contra el que había chocado.

—¡Marchaos! ¡Salid del coche, vamos!

Mientras la familia de dentro se apresuraba a salir por el único lado seguro, Uzusame se encaró al villano y echó un brazo atrás.

—Ni se te ocurra.

Una nueva onda sónica le empujó el cuerpo y le golpeó la cabeza contra la carrocería del coche. Haru se llevó una mano al antifaz y se torció a un lado, jadeando de dolor y murmurando maldiciones para sí.

—Ah, Sharknado —suspiraba el villano, abriéndose paso con rítmicas zancadas hasta el chico. Tras él, Enid y Gunhead trataban de alcanzarlo, pero cada vez que se acercaban una nueva onda sónica los anclaba al suelo. La chica rugió de rabia y logró dar un paso adelante, pero fue entonces el sonido de su propia voz el que se acopló en la mutación del villano y la obligó a retroceder serrando los dientes—. Vengo a por ti.

Haru abrió unos ojos como platos. El pulso se le aceleró en el pecho, y el recuerdo de la mirada gélida de Kitai Hanibaru hizo hervir la cicatriz de su mano. Trató a duras penas de erguir el cuerpo, sin separarse del coche para evitar otro impacto.

—¿Quién te envía?

Reverb soltó una sonora carcajada, pero no respondió. En su lugar, levantó un brazo en el que relució un arma y disparó.

La descarga eléctrica que recorrió el cuerpo de Haru le arrancó un grito y lo tiró al suelo; lo sacudió de dolor y le hizo convulsionar sin control sobre el asfalto. Una red, tan fina como resistente, le escaló por el cuerpo, envolviéndolo como una sombra e impidiéndole patalear. Trató de levantar una mano al frente, agarrarse a algo, usar su don, pero fueron los dedos de Reverb los que alcanzaron los suyos y lo animaron a bajar de nuevo el brazo. Con un gesto resuelto y un orgulloso golpe de cabeza, el villano se dispuso a agarrar la red y echó a andar, arrastrando tras de sí el cuerpo aún convulso de Haru. Tarareaba para sí, deteniéndose solamente para dar un taconazo al suelo y causar otra explosión.

Gunhead, tirado en el suelo y agarrotado de cansancio, trataba de comunicarse en vano con Hanna Flora. Ella, sin embargo, había perdido la comunicación con ellos: a cada impacto, los auriculares habían empezado a chirriar de la peor forma y la habían obligado a desactivarlos. Se había puesto de pie junto a la mesa, todavía agarrada a la mano de Mei, y se llevaba el teléfono al oído. En cuanto hubo colgado, agarró el micrófono del escritorio y se lo llevó a los labios.

—Snakebite, dime que me oyes.

—¡Te oigo! —le devolvió le estudiante entre dientes a través del único canal que habían dejado abierto. Con un gruñido, tiró del cable metálico que le sostenía contra la pared de un edificio y saltó a la azotea siguiente, jadeando del esfuerzo y sin perder de vista a su compañero metros más abajo.

—Han identificado al villano —le dijo Hanna Flora apresurada—. Es Ekko Otonami, o Reverb. Es conocido y reincidente, pero no es de la zona…

Snakebite chasqueó su larga lengua mientras atravesaba la azotea como una exhalación en busca de un mejor ángulo.

—Se está llevando a Haru, Hanna Flora. Necesito más información.

Mei se abocó al micrófono.

—Según lo que hemos visto, parece que sus explosiones ocurren cada cierto intervalo. Desde que oímos caer la moneda hasta que perdimos la comunicación pasaron al menos dos segundos.

—Me sirve.

Haru, en el suelo, resoplaba de dolor a cada nueva onda expansiva. Trataba de taparse las orejas, pero no podía mover las manos lo suficiente, y solo le quedaba revolverse para dificultarle el trabajo al villano mientras llegaban los refuerzos.

Eso, o…

Con una mueca de esfuerzo y un gruñido —ya que a Reverb parecía darle igual verlo forcejear, o tal vez no lo oyera— Haru torció el cuerpo a un lado. Si tan solo pudiera alcanzar el tapón de la botella en su cinto… Solo necesitaba llegar… Consiguió rozarlo con la punta de los dedos, pero la anilla se resistía a dejarse agarrar. En su desesperación, el chico levantó la mirada a las azoteas de los edificios. Snakebite entendió.

—Intenta usar el suero. Voy a disparar.

Hanna Flora dio un apretón a la mano de Mei entrelazada con la suya.

—¡Es muy arriesgado! ¿Y si no funciona?

La joven ingeniera se agachó, buscando su mirada, y le dedicó una de sus enormes sonrisas.

—Funcionará.

—Tendrá que hacerlo —coincidió Snakebite. Se postró otra vez sobre su rodilla, evaluando su objetivo a través de su visor. Entrecerró los ojos y dio un latigazo al aire con la lengua—. Lo siento, pero esto te va a doler.

Solo tuvo que esperar. Una explosión: un, dos segundos. Otra explosión. Un, dos…

La bala de cristal hendió el aire y, en su tremenda fuerza, atravesó la botella de cristal en el cinto de Haru y la tierna carne que encontró debajo. El líquido rosado se desparramó por su traje, la red y el suelo; Haru soltó un alarido, pero inmediatamente después contuvo el aliento, dio un golpe al aire y envió una furiosa ventada hacia el villano que lo sujetaba. Reverb trastabilló, desequilibrado, pero luego causó otra explosión y se volvió hacia él.

—¿Qué te crees que haces, niñato? ¿Te vas a liberar soplándome? —Le mostró la dentadura hueca, frunciendo el ceño, y olisqueó un momento el aire—. ¿Y a qué coño huele?

Sacó la lengua por uno de los huecos en su dentadura, asqueado, pero se ocupó de dar un taconazo al suelo y repetir su ataque. Haru se encogió con un gemido de dolor. Esta vez, sin embargo, Enid y Gunhead, que se habían mantenido de pie al borde del alcance de sus estallidos, entrecerraron los ojos.

—Esta ha sido más flojita, ¿no? —farfulló Enid. Gunhead asintió y le hizo un gesto para que esperara.

La siguiente fue todavía menos poderosa. La siguiente, apenas perceptible. Héroe e interna pudieron acercarse andando ya sin problemas. Reverb, todavía arrastrando a Haru tras de sí, dio un tropiezo y se agachó para jadear. El mundo le daba vueltas alrededor, y parecía costarle trabajo mantener el equilibrio.

—¿Qué me está…?

Gunhead disparó: la bala de queratina impactó en la mano del secuestrador, que soltó una exclamación y se precipitó hacia adelante; una bala más de cristal disparada desde lo alto le perforó el brazo y lo hizo caer al suelo. Reverb se llevó la mano sana a la cabeza, gimoteando confundido. Enid, sin pensarlo dos veces, atravesó el espacio que los separaba de un salto. Lo agarró de la horrenda gabardina, lo levantó sin esfuerzo y lo lanzó contra la pared. Hanna Flora, al ver moverse los puntos rojos en su pantalla, dio un brinco y se apresuró a reactivar la conexión.

—¡Enid! Haru ha usado el suero.

Ella levantó al hombre por la pechera. Sus tiernos ojos claros chisporroteaban de ira.

—¿Por qué tú te llevabas a Sharknado? ¡Contesta, tú!

El hombre desvió la mirada de uno de sus ojos al suelo. El otro, blanquecino y atravesado por una cicatriz, no parecía poder seguirlo. Reverb tardó un poco en poder hablar, preso de arcadas y mareos, pero Cold War lo esperaba inmutable mientras Gunhead corría a socorrer a Haru.

—Me han pedido… —dijo al fin el villano— que lo secuestre… Y yo hago mi trabajo. Pagaban mucho…

Soltó una carcajada, pero se le convirtió en una convulsión extraña y tuvo que dejar caer la cabeza hacia adelante, mareado. Enid lo separó un poco de la pared para volver a golpearlo contra ella.

—¡No te duermas!

Gunhead acabó entonces de liberar a Haru de su red y lo ayudó a levantarse. Sharknado cojeaba, pero la herida en su cadera no parecía grave.

—¿Quién te envía? —murmuró con ciertas dificultades, intentando no inspirar el aire contaminado.

—Ah… —Reverb puso el ojo en blanco y abrió la boca para pensar. Enid lo dejó caer al suelo, pero él no se quejó—. Ah, se llamaba… Mirror. Creo. Miss Mirror.

Haru se acercó a él a grandes zancadas. Enid le llevó una mano al brazo, pero él se la apartó de una sacudida.

—Haru…

—¿Miss Mirror?

Gunhead se acercó unos pasos y agarró la mano de Enid, que retrocedió.

—Miss Mirror —asintió—. La conocemos. Llevamos tras ella mucho tiempo… pero, aunque deja restos y trazas por todas partes, no somos capaces de rastrearla. Desaparece como un fantasma.

—¿Y para qué me quiere?

El pobre Reverb solamente logró reírse débilmente. Su ojo sano parecía ahora tan descontrolado como aquel que se le había quedado inútil.

—¡Y yo qué sé! Yo no pregunto… Se me apareció un día, sin más, y me ofreció dinero. Yo no hago preguntas…

Haru enrojeció de rabia y serró los dientes. Agarró el pelo del villano y lo obligó a levantar la cabeza, pero el hombre apenas parecía recordar dónde estaba.

—¿Y Kitai?

—¿Quién…?

—Haru… —insistió Enid. El chico volvió a ignorarla y dio un golpe a la pared, tras lo que le costó todo su autocontrol no inspirar hondo.

—¡Kitai Hanibaru! ¡El multimillonario de los gemidos raros! ¿Lo conoces?

Hanna Flora se escandalizó al oírlo.

—¡Haru!

El villano se humedecía nerviosamente los labios.

—Yo…

—Haru, no me encuentro bien…

Enid trastabilló y perdió el equilibrio, y solamente logró no caerse porque Gunhead la sostuvo a tiempo. El propio héroe, sin embargo, parecía tenso y desorientado. Mei dio una palmada en el hombro de Hanna Flora.

—El suero. Las máscaras de gas no funcionan. ¡Haru!

El chico, muy a su pesar, soltó un gruñido y empujó el aire con ambas manos. La ventada los golpeó a los cuatro con diferentes grados de consecuencias, pero esto logró apartar de ellos el olor embriagador de la botella rota durante unos breves instantes en los que el tritón pudo tomar aire.

—Llamad a las autoridades. Yo me ocuparé de contener el olor todo lo que pueda.

Hanna Flora no esperó a que terminara para obedecer. Extendió un aviso a todos los contactos que tenía ya listos, que se movilizaron en cuanto dio el aviso. Una vez hubo terminado, agachó la cabeza y se apoyó sobre el escritorio, mordiéndose el labio inferior.

—Es demasiado potente.

Mei se cruzó de brazos.

—Habrá que seguir probando.

La llegada de la ambulancia, sin embargo, fue otro problema. A pesar de los intentos de los paramédicos por calmarla, Enid se había pegado a la pared y sollozaba de miedo como una niña.

—¡No quiero!

Gunhead hubiera ayudado, pero lo habían metido ya en el vehículo y se apresuraban a hacerle pruebas. Reverb recibía también atención, ya maniatado y con un aparatoso artefacto alrededor de la cabeza para bloquear su singularidad. Haru la miraba a cierta distancia, charlando con Snakebite mientras le curaban la herida de la cadera. El enfermero se acercó cautelosamente a la aterrada becaria.

—Cold War, tenemos que examinarte. No sabemos qué efectos puede haber causado ese suero…

—¡No quiero, no! —reiteró ella. Sacudió la cabeza, tratando de serenarse pero logrando solamente marearse más—. ¡Odio los hospitales, no quiero ir al hospital! ¡Odio los hospitales! ¡No quiero!

Se revolvió contra la nada, como si alguien la sujetara, así que el paramédico se agachó un poco y extendió hacia ella las manos como signo de buena fe.

—Está bien, está bien. Tranquila. No vamos a llevarte al hospital.

Ella se detuvo. Se volvió hacia él, desconfiada y dudosa.

—¿No…?

—No —le aseguró él con una sonrisa—. Si quieres, traeré aquí el material, te examinaré y luego puedes ir con Recovery Girl. ¿Vale?

Ella relajó un poco el cuerpo y se inclinó hacia él.

—¿Solo tú?

—Solo yo.

Ella titubeó. Acabó, sin embargo, sentándose en el suelo con un largo suspiro de cansancio.

—Vale.

Él sonrió, aliviado, y tras marcharse a buscar su equipo se aseguró de volver con una piruleta para ella. Porque había sido muy valiente.

Pocas calles más allá, y sin saber que su hermano se encontraba tan estremecedoramente cerca de ella, Amelia volvía a paso rápido del apartamento en el que se había estado viendo con Hawks.

Ella recordaba poco de aquella primera vez que había acudido a él. Su memoria le mostraba solamente imágenes borrosas de una cama blanda, el olor a apartamento limpio, el rostro de él surcado de preocupación mientras le curaba las heridas sin atreverse a hablar. Le había dado agua, la había curado y la había ayudado a colocar la cabeza en una posición que le permitiera dormir. Si algo no lograba sacarse ella de la memoria, eran aquellos dedos enredados en su pelo: aquel gesto mientras la ayudaba a tumbarse estaba cargado de un sentimiento que la mujer no había sentido nunca. Era muy cercano, tal vez, a cuando Shigaraki le había hecho las curas en la mano aquella noche; pero este era mucho más descarnado, auténtico y desnudo, tanto que provocaba en ella incluso un violento rechazo.

La sirena sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos.

La mañana siguiente a su incidente, Hawks ya se había ido cuando ella había despertado. Seguramente ni siquiera pasara la noche allí, a juzgar por lo intacto del apartamento. Tal vez fuera un error, se decía Amelia, relacionar también con él los sentimientos que vivió aquella mañana: él le había dejado un desayuno caliente junto a la cama, pero ella, famélica ya de forma permanente tras años de hambre, había ido descalza a la cocina y se había podido preparar algo más. Comida caliente, recién hecha. Si sabía mejor o peor, no era lo importante.

Caliente era también el agua en la que se había podido bañar. Limpia, sobre todo, y con uno de aquellos jabones de hotel que olían a los que tenían una mejor vida que ella. Se había podido limpiar las escamas como pocas veces antes, que ahora relucían como hechas de seda. Tal vez debiera guardarle algo de jabón al resto de la Liga, pensó para sí con una carcajada cruel. Pero no iban a molestarse en buscar un lugar donde usarlo. Se aseaban siempre donde podían, como podían, y a menudo solamente si querían.

Estaba bien, por una vez, no oler a agua estancada… y a las cenizas y el cuero de Dabi.

Aquella fatídica noche, Hawks le había pedido que volviera un par de veces más para controlar la fea quemadura que le comía la mandíbula. Así que ella había obedecido sin rechistar demasiado. El procedimiento aquellas veces había sido el mismo: él le hacía curas, sin hablar mucho. Luego él hacía algo para sí mismo, como ducharse o hacerse algo de cenar, y se marchaba.

Ella había pagado su hospitalidad llevándose comida de las alacenas, pero él no le dijo nunca nada al respecto y, en su lugar, ella se había encontrado con que él compraba más; no solo más cantidad, sino que había ido sustituyendo lo que había podido por alimentos más nutritivos. Ella odiaba aquella caridad, pero al menos él no la obligaba a reconocerla hablándolo en voz alta.

De hecho, para llenar el rato él hablaba de cosas de lo más banales. Se quejaba de sus superiores, hablaba de su trabajo —y de un tal Tsukuyomi del que parecía del todo enamorado—, charlaba sobre nueva música que había oído en la radio o simplemente se quedaba en silencio. Solamente una vez se había atrevido a pedir que ella le respondiera. Se había quedado callado un rato, pero esta vez con una expresión turbada algo inusual, cuando había visto moretones nuevos en su cuello y sus muñecas.

—¿Has vuelto con él?

A ella se le había escapado una carcajada sarcástica.

—Claro.

¿Qué iba a hacer si no? ¿Qué tipo de libertad, de lujo, era aquel de poder separarse de alguien que formaba parte del único colectivo que le iba a dar de comer? Y aunque acudiera a Giran para buscar un nuevo grupo, nadie la protegería de las consecuencias. Ella no podía ir a comisaría a denunciar que un villano no la trataba como tal vez mereciera. Su novio le quemaba la cara. Bueno.

No podía pedir más.

Hawks no había respondido. Había suspirado quedamente, pero había seguido haciendo su trabajo sin atreverse a añadir nada más. Como de costumbre, había dejado parte del botiquín a la vista para que ella se lo llevara, se había puesto la chaqueta, los auriculares y las gafas y se había marchado a trabajar.

Ella se había bañado de nuevo. Primero, porque ahora detestaba su propio olor después de haber logrado eliminarlo por primera vez en tanto tiempo. Y segundo porque, aunque Dabi era de lo más paranoico, Amelia confiaba en que poco iba a notar la fragancia del gel de baño por encima de su propio hedor. Y, si él llegara a quejarse, ella bien podía invitarlo a probarlo también.

Aquel pensamiento la hizo reír. Solamente la vibración de su teléfono la sacó de sus cavilaciones; se lo sacó del bolsillo y se lo llevó a la oreja sin decir nada. Era una regla importante: era quien llamaba quien hablaba primero.

—Eh, tú —se ocupó de decir con voz ronca la mujer tras el aparato—. ¿Eres el contacto de Giran?

—Depende de para qué —respondió ella despacio, mirando cautelosamente alrededor.

—Mira, me encargó que vigilara a ese niñato albino. Él no me responde al teléfono, así que te llamo a ti.

Ella se humedeció los labios y se escurrió por una callejuela.

—Cuéntame.

Por último, en el despacho de su elegante oficina, Kitai hacía su habitual papeleo. Se había quedado trabajando hasta tarde, así que tanto su propio becario como el resto de sus empleados se habían marchado ya. De hecho, el último de todos se despedía ya de él cuando el hombre levantó la mirada a la figura acristalada de una mariposa que decoraba una de las esquinas de su mesa lacada. La exquisita obra contrastaba, sin embargo, grandiosamente con el entorno elegante y robusto de la sala con su frágil sofisticación.

Fue entonces cuando la tos volvió a acosarlo. El sabor de la sangre le salpicó la garganta, pero Hanibaru había empezado a acostumbrarse a aquel tipo tan singular de dolor. Se dobló hacia un lado, solamente para no manchar sus documentos, y procedió a quitarse la máscara del rostro. Con un gesto ya más practicado que elegante, escupió los pétalos que le habían inundado la boca en un pañuelo y masticó con disgusto uno de ellos mientras exhalaba una exasperada bocanada de vapor.

—Mari —dijo—. Sabes que no me gusta que me observen mientras trabajo.

Una risa onduló la superficie de un enorme espejo a su espalda. El cristal cambió y se transformó tras un hombre que no lo miraba mientras volvía a colocarse la máscara. La figura de una mujer se hizo nítida en el reflejo, y Miss Mirror atravesó el espejo con paso resuelto.

—Ah, Kitai, no seas arisco. ¡Iba a llamarte!

Él no despegó la mirada de su trabajo. Una vez colocada de nuevo la máscara, jadeó una última voluta de vapor y volvió a sus documentos aclarándose la garganta.

—¿Qué quieres?

Ella lo observó trabajar bajo unas gafas de sol que desentonaban de la peor forma en el ambiente recatado de la oficina. Siempre se había preguntado por qué aquel hombre hacía todas sus gestiones a mano. Pero, al fin y al cabo, era sabido que los ricos eran por excelencia raros, y de todas maneras tenía los recursos para pagar a becarios que se lo imprimieran y después transcribieran todo. Al menos hacía buena letra. Mari se miró las uñas plateadas y su expresión se volvió algo más seria.

—Tengo a varios villanos en movimiento para atrapar a tu querido pececito.

—¿Pero?

Ella inspiró profundamente y fue a apoyarse sobre la mesa de madera oscura. A pesar de la cercanía de ella, él no desvió su atención de su tarea.

—Estamos empezando a entrar en conflicto con Giran. En cualquier esquina está él, la Liga de Villanos o la sirena.

—¿Y?

—No puedo correr ese riesgo. Giran y tú tendréis vuestros problemas, pero si siquiera me rozo con alguno de ellos por ti, te quedarás solo en esto.

Él suspiró. Se llevó una mano a las sienes, que se masajeó con el ceño fruncido.

—Está bien. Tú haz tu trabajo bien, y eso no llegará a pasar.

Ella, satisfecha, dio un paso atrás y le dedicó una inclinación.

—Por supuesto, señor Lecter.

Y, con estas palabras, se inclinó en una exagerada reverencia y se retiró de nuevo al interior del espejo.


Snakebite y Miss Mirror

Notas de autor

Snakebite, o Hitokuchi "Kush" Kushidaki, es un personaje creado por mí, pero que no tengo intención de utilizar en el fic más allá de la aparición de este capítulo.

Su singularidad le permite controlar su saliva de forma similar a la de Vlad King con su sangre. Tiene una mutación en la boca: tiene la boca grande, glándulas salivares externas, agujeros bajo los labios (de donde viene su nombre de héroe) y una lengua inusualmente larga.

Es no binarie y utiliza pronombres neutros o masculinos.

Mari, o Miss Mirror, no es un personaje mío. Pertenece a Lukken, un compañero de un servidor de rol en el que Kitai y ella han tenido la oportunidad de conocerse

Toda su implicación en el fic está supervisada por él.

El don de Miss Mirror le permite ver a través de espejos como si fueran cámaras (y para Kitai, por ejemplo, utiliza los reflejos de la figura de la mariposa) e incluso convertirlos en puertas o portales

Por suerte para nuestros protagonistas, Mari no se ata a nadie, y no se meterá con instituciones que puedan poner su integridad o su identidad en peligro salvo que se le den los medios para ello. Kitai sabe que la lealtad de Miss Mirror hacia él termina en cuanto se comprometen sus objetivos personales.