Emma llegó más dormida que despierta a la tienda de antigüedades a eso de las siete de la mañana. Las luces apagadas y el letrero de "Cerrado" le parecían una clara burla. La molestia la hizo intentar abrir con brusquedad. La puerta cedió y la campana colgante hizo lo suyo. Alcanzó a aferrarse bien de la perilla evitando la caída.
—Señorita Swan —dijo Gold entre dientes entrando por las cortinas que separan la tienda con el cuarto de dentro—. Le aconsejo que no rompa nada —la vio reincorporarse.
—No lo haré —replicó cerrando tras de sí lo más digna que pudo—. ¿Qué hay? —Se acercó metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta roja. Gold sonrió de medio lado, burlón pues, a su parecer, los modales de Emma Swan dejaban mucho qué desear—. ¿Qué te hizo llamar a altas horas de la noche y obligarme a venir a horas que no deberían ser legales? —exageró, expresando su descontento.
El hombre, sin cambiar la expresión, puso la bola de cristal sobre el mostrador.
—¿Vamos a adivinar mi futuro?
—Su futuro no es algo que me quite el sueño, señorita Swan. —La rubia alzó ambas cejas y giró los ojos hacia un lado. Puso una mano sobre la bola de cristal con fuerza y se agazapó hacia el frente. Emma se espantó al ser tomada desprevenida y retrocedió un poco—. Escuche bien lo que le voy a decir.
Regina despertó tan pronto como los rayos del sol empezaron a colarse por las cortinas mal cerradas. Miró hacia su derecha y ahí estaba David, reafirmando lo sucedido entre ellos. Se veía sumamente apuesto con las facciones relajadas, la boca entreabierta y la respiración apacible. Descansaba como si no existiera preocupación alguna en el mundo. Como si no estuvieran encerrados porque era posible que se hubieran contagiado del virus ese que hasta podía matarlos.
Torció los ojos. Era tan extraño que de pronto existiera una amenaza como esa en la tierra sin magia. Cada día que pasaba, en las noticias, parecía como si hablaran de una película apocalíptica.
Inspiró hondo, lo más que pudo y soltó el aire hasta que los pulmones se le vaciaron. Volvió a ver al príncipe que a pesar de estar ahí estaba ausente. Se mordió el labio inferior al recordar el buen sexo. Nunca pensó que se sentiría tan bien hacerlo con él. Debía admitir que fue mucho, mucho mejor que el sexo con Graham.
—¿Qué ganas con esto? —preguntó Emma, desconfiada después de escucharlo.
—Por si no lo has razonado, Neal vive en New York. Dudo que entre tus planes este dejar a Henry sin padre —puntualizó amenazante, siseando entre dientes.
Un escalofrío recorrió la columna de la rubia cuando Gold dijo eso. No por sus palabras, sino la forma en que lo hizo. En definitiva, era una amenaza disfrazada.
—Bien —accedió a regañadientes. Al menos el Oscuro tenía un motivo válido—. Tengo muchas dudas. —El Oscuro la miró con fastidio—. ¿Con quién hablaron ellos? ¿Por qué David y Regina precisamente? —Le bombardeó con la premura de obtener información para saciar dichas dudas.
—Nuestro valiente príncipe es importante más no la pieza clave. Es Regina —aclaró limpiando la bola de cristal con un pequeño pañuelo especial para ello.
—¿Qué tiene Regina? —insistió—. Por cierto, el que esa cosa brille cuando lo hacen te convierte en un pervertido. ¿Lo sabías? Podría arrestarte por eso.
—Enfóquese, Swan —la reprimió. Soltó el aire por la nariz ruidosamente—. Regina es un ser mágico único. Pensé que era como Cora, pero no es así —se fijó que Emma le miraba con tanta atención que tenía el ceño fruncido—. Es capaz de amar verdaderamente aun sin su corazón. ¿Sabes lo que es eso?
Emma se espantó al ver el extraño brillo en los ojos de Gold. Sin embargo, hizo su mejor esfuerzo por disimularlo. A decir verdad, no le tenía miedo. Se podía defender de él. Lo que le preocupaba era que ese hombre siempre movía hilos para obtener lo que quería a costa de lo que fuera.
—Pensé que yo era el ser mágico único —dijo, ofendida hasta cierto punto y para aligerar el ambiente tenso que se creó—. Ya sabes, por ser el producto del amor verdadero.
—Lamento romper tus ilusiones, pero, en estos términos mágicos, eres ordinaria. En cambio Regina… Ella es genuinamente asombrosa —habló ausente, pero Emma notó la fascinación que lo acaparaba al hablar de la reina. Lo sabía y estaba segura de ello porque su superpoder nunca mentía.
David se estiró desperezándose. Una sincera sonrisa se formó en sus labios al ser consciente que la noche anterior tuvo sexo con Regina hasta que ninguno de los dos pudo más. Se colocó de lado para verla y se llevó la mayor de las decepciones al no encontrarla ahí.
Se sentó con las piernas un poco recogidas y abiertas, abrazándose las rodillas. Resopló, seguro de que Regina seguiría montada en ese maldito orgullo que levantaba un muro gigantesco a su alrededor y que se negaría a hablar de lo sucedido.
Negó con la cabeza mientras pasaba la lengua tentativamente por el lado derecho de su labio inferior. Se levantó, dejando que los rayos de sol dieran de lleno en su desnudo cuerpo y se dirigió al baño para ducharse. Mientras lo hacía notó las marcas de las uñas de Regina en su abdomen. Pasó su mano por ahí y se abandonó a los recuerdos de la noche, con la bella reina ardiendo de deseo junto con él.
El sonido del timbre le hizo ser consciente de que se había levantado muy tarde. Salió trastabillando de la ducha y, mientras corría para cambiarse de ropa, se secaba el cuerpo lo mejor que podía.
Bajó de prisa y se fue sobre la puerta, pero un carraspeo lo hizo voltear antes de abrir: Regina estaba sentada en el comedor, impecablemente vestida. Tenía la mirada fija en él mientras desayunaba, elegante como siempre.
—Me quedé dormido. —Se disculpó, caminando hacia el comedor.
—Evidentemente —espetó siguiendo los movimientos del príncipe al sentarse.
—¿Por qué no me despertaste? —preguntó con curiosidad.
—¿Esperabas verme a tu lado como si fuéramos una adorable pareja? —sonrió de medio lado, con ligera burla.
David se relamió los labios y sonrió. Esperaba eso. Así que no estaba sorprendido. Por el contrario, estaba preparado.
—No puedes negar que fue bueno —le retó, empezando con su desayuno.
—No lo niego —negó con la cabeza—. Pero no se volverá a repetir —le alzó una ceja al decir eso, enviando un claro mensaje de advertencia.
El príncipe entornó los ojos. La vio acomodarse un mechón de cabello tras la oreja. Si pensaba que sería tan sencillo, estaba muy equivocada.
—Bien —respondió despreocupado y siguió comiendo. La miró de soslayo, notando con satisfacción que la reina frunció el ceño, extrañada por la simpleza de su reacción.
Inconscientemente la respiración de Regina se empezó a acelerar. No entendía por qué le molestaba que David estuviera de acuerdo con dejar las cosas así. Que no insistiera, que no debatiera, que no… Cerró los ojos e inspiró hondo.
—Estaré trabajando en la biblioteca. —Se puso de pie, arrojando con coraje la servilleta sobre el plato desechable del resto de su desayuno y se retiró.
David sonrió triunfal, disfrutando del sonido de los altos tacones alejándose. Le parecía de cierto modo excitante. Siguió desayunando, dejando que su imaginación corriera libre.
A Regina le resultó imposible concentrarse en el trabajo. Estaba enojada consigo misma por estar molesta por la indiferencia de David ante su propia decisión. Si pensaba que fue bueno, ¿por qué no insistió? ¿Es que acaso no lo quería hacer de nuevo?
—Basta, Regina. Basta —se reprendió a sí misma. Ni siquiera estaba segura de querer ella hacerlo de nuevo con él y ahí estaba, con la mente nublada por pensamientos sin sentido.
Maldijo el no poder usar magia. Necesitaba agua y eso significaba que debía salir de la biblioteca. ¿Pero qué demonios?, pensó. No era una prisionera en su propia casa. En todo caso el intruso era él. Se puso de pie, rodeó el escritorio y llegó a la puerta. Esa puerta contra la que David le había hecho sexo oral...
Recobrando la compostura salió a paso muy decidido hacia la cocina y para su decepción no se encontró con el príncipe por ningún lado. Con el vaso lleno de agua en la mano se paró frente a la puerta del sótano, casi segura de que estaba ahí abajo. Sintió el impulso de bajar, pero al final, se arrepintió.
A la hora de la comida estuvieron reunidos de nuevo en el comedor. Regina seguía aferrada a su molestia que se incrementaba al ver que David comía como si nada pasara. Como si no hubieran tenido sexo durante la noche.
—Visité el ático —habló después de tragar—. Es un departamento lo que tienes allá arriba. ¿Alguna vez has pensado en alquilarlo? —preguntó.
—Seguro que tener a un extraño viviendo en el ático es lo más sensato.
—La vista es espectacular —comentó, amable y despreocupado, consciente de que a él le agradaría vivir en ese sitio. Sin embargo, entendía el punto de Regina. Para vivir ahí, había qué vivir con ella. Aunque eso a él no le molestaría porq… ¿qué? frunció el ceño.
La reina siguió degustando del pescado a la plancha que Eugenia muy amablemente preparó para ellos. Le llamó la atención que David no se quejara del platillo que era mucho más saludable de lo normal.
El príncipe se relamió los labios. Después, meditó un poco lo siguiente que diría:
—He de agradecerte por no desterrarme al ático durante estos días.
—No me des ideas.
Se mordió la lengua para no responderle. Estaba decidido a no caer en las provocaciones de Regina (al menos no en esas, porque sí que estaba interesado en otras). Aún quedaban bastantes días de aislamiento y sería paciente. La paciencia es una virtud solía decir su madre.
—La comida está deliciosa —exclamó, siguiendo en su postura natural y despreocupada.
Para Regina, eso empezaba a convertirse en una tortura.
—Eso no sucede de la noche a la mañana, ¿cierto? No es cuento de hadas. —Cerró los ojos. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: —Bueno sí, son gente de los cuentos, pero…
—Somos personas reales, incluida tú. No olvides que naciste en el bosque encantado —le recordó Snow. Se puso de pie tomando los platos de ambas. Se dirigió hacia el fregadero.
—Sí, sí, ya sé —se apresuró a decir. Evitaba pensar en ello porque aún no era capaz de asimilarlo si lo pensaba.
—Y sí sucede —abrió el grifo para lavar los platos.
—Pero ¿David y Regina?¡No tiene sentido! —exclamó yendo hasta donde su madre para dejar los vasos que usaron.
—Que nadie se haya dado cuenta no significa que no tenga sentido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, secando con un trapo los platos recién lavados.
—No fue de la noche a la mañana. Soy una apasionada del tema y no olvides que Gold ve el futuro —le recordó. Enjugó con cuidado los vasos de cristal.
—No entiendo nada —se quejó, desesperada.
—Emma, no por nada le pedí a tu padre que acompañara a Regina a New York. —Le sonrió a su hija mientras esta abría los ojos grandes en señal de comprensión.
Pasadas las horas, la reina se rindió después de avanzar lo mínimo con el trabajo. Se puso de pie y se sirvió un poco de sidra. Cerró los ojos degustando el sabor al momento de tragar. Era deliciosa, dulce. Tenía un toque de seducción que le encantaba. Bebió un poco más, deseando que la sidra borrara la punzada en el pecho que insistía en recordarle la indiferencia de David.
No era porque hubiera esperado que el haberse acostado con él significara algo. Era un extraño sentimiento de coraje porque para ella el sexo había sido la más letal de sus armas por años y parecía no haber funcionado con el príncipe. El efecto siempre era lo contrario a lo que estaba pasando. Lo cual era extraño, porque él fue quien la besó primero.
¿Cómo pasaba de decirle que la había deseado desde siempre, que no dejaba de pensar en ellos teniendo sexo desde la noche de la lasaña, a que le diera igual que ella dijera que no pasaría nada más entre ellos? ¿Era que el príncipe tuvo lo que quiso y ya?
Bebió otro poco más con la intención de ahuyentar ese pensamiento de adolescente despechada. Si era así, ¿qué más daba? Eran dos adultos libres que podían elegir con quién tener sexo y hacerlo sin compromiso. No había nada de malo en ello. Pero entonces, ¿por qué la punzada en el pecho y el coraje amenazando con hacerle hervir la sangre?
Dejó el vaso vacío sobre la mesita. Caminó hacia la ventana para asomarse y entonces lo vio: David podaba su césped. Sin su autorización.
Salió veloz de la biblioteca, con dirección al comedor del cual pasó de largo hasta las puertas estilo francés que daban al jardín. Tomó las perillas, pero se detuvo al verlo de más cerca: Llevaba jeans y solo la camisa interior. Se estaba quitando el sudor de la frente, luciendo unos brazos musculosos que también brillaban por el sudor.
Sacudió la cabeza, abrió y se dirigió amenazante a él mientras preguntaba:
—¡¿Qué demonios haces?!
—Podando el césped. Estaba algo crecido —explicó, sin perderse la forma intimidante en que Regina lo miraba. Se veía muy molesta, irradiaba fuego, de ese que a David le resultaba ardiente y seductivo.
—No es cierto —le contradijo—. Si supieras algo de jardinería sabrías que está en perfecto estado. Cuido muy bien de mis jardines.
—Me consta —esbozó una media sonrisa engreída y alzó una de sus cejas enviando con ello un mensaje sugestivo.
—Idiota. —Apretó dientes, manos y labios intentando contener la rabia por el descaro del comentario. Prefirió regresar al interior de la Mansión. Sentía que estaba perdiendo el control. David la hacía perder el control y eso la descolocaba. La hacía sentirse en un lugar poco seguro.
Cruzando el umbral fue alcanzada por el príncipe. La giró hacia él encontrándose con el bello rostro, enojado, quizá ofendido, pero lo que le encantó es que estaba sonrojado. Tenía las mejillas adorablemente encendidas.
—Suéltame. Estás todo sudado —hizo una mueca de desagrado, pero en realidad quería que la dejara ir porque no quería ser ella quien doblegara su orgullo.
—Anoche no te quejaste de eso. —Bajó la mirada y la subió recorriendo con rapidez el cuerpo perfecto que tuvo la fortuna de tocar y besar hacía menos de veinticuatro horas.
—Olvida lo de anoche, encantador. —¿Era eso lo que quería? No, pero su maldito orgullo no le permitía ceder. Contuvo el aliento cuando David se acercó. El apuesto rostro estaba frente al suyo y hasta podía sentir la respiración sobre ella.
Los dos se miraban desafiantes mientras el deseo incrementaba amenazando con quemarles. El ardor se hacía presente en la entrepierna de ambos y sin embargo ninguno de los dos sucumbía al deseo por el otro.
El príncipe contenía las ganas. Ahora no tenía duda de lo mucho que la deseaba, que ansiaba volver a probar esa tentadora boca, tenerla entre sus brazos y tomarla con ese fuego y esa pasión que sentía por dentro para demostrarle que no era verdad que no quería que se volviera a repetir. El impulso por besarla amenazaba con hacerle perder la partida y no lo iba a permitir. No podía. Sabía que al final él sería el que suplicaría, pero aún no.
—Es una lástima que no quieras que se vuelva a repetir, porque en este momento no dudaría en subirte al comedor y hacértelo hasta que no puedas más —le habló justo sobre la apetitosa boca y gozó como nada verla entrecerrar los ojos.
Regina abrió los ojos cuanto el cálido aliento dejó de sentirse sobre su rostro y la soltó. La dejó ahí con el aire que se colaba por las puertas abiertas recorriendo dándole de lleno haciéndola consciente de que su piel ardía al sentir el frío contraste.
Cuando la hora de la cena llegó, la reina hizo su aparición en el comedor para tomar sus alimentos e irse.
—¿A dónde vas? —preguntó David con una risa de por medio. Eso se comenzaba a tornar absurdo y se preguntaba si Regina ahora temía que cumpliera con su palabra de tomarla sobre el comedor donde usualmente compartían los alimentos y esa era la razón por la que se iba.
Por supuesto que la reina no respondió. Solo escuchó el seductor taconeo que desencadenó con un fuerte golpe de la puerta de la biblioteca. No le quedó de otra más que cenar en aparente soledad, pues en su mente, todo era muy diferente.
Y así, la hora de dormir llegó, con Regina y David, cada uno en su habitación, esperando con ansias que el otro entrara por la puerta.
Al príncipe no le cabía en la cabeza lo orgullosa y obstinada que era Regina. Le parecía increíble la postura que tomó y mantuvo durante el día. IN-CRE-I-BLE dada la noche que pasaron, donde se confesaron que se deseaban el uno al otro. No quería creer que eso no significó absolutamente nada para la reina.
Dios, ¿a quién quería engañar? Regina era precisamente eso que su nombre significaba: una reina. Era imposible que viera algo más en él que un intento de príncipe, un simple pastor, el ex amor verdadero de su peor enemiga. ¿Tenía algo que ofrecerle? Sí. Todo si ella así lo quería.
Se sentó de golpe en la cama pues el pensamiento lo tomó por sorpresa. La luz de la luna le dio en el pecho, trayendo al presente el recuerdo de Regina desnuda, con la misma luz iluminándola. Cerró los ojos intentando que la imagen fuera más vívida mientras los recuerdos se agolpaban en su mente. Ellos, en el bosque intentando matarse. en Storybrooke antes y después de la Maldición. Regina ayudándole a traer de vuelta a Snow y a Emma. Él siendo testigo del amor y cuidado de la reina hacia Henry. La extraña sensación que lo invadió cuando la levantó en brazos y la llevó al apartamento después de haber sido torturada hasta casi morir. La hermosa sonrisa y la alegría que dejó ver cuando detuvieron el diamante en la mina.
Además de esas recordaba muchas cosas más, pero lo que más atesoraba era la relación que forjaron después de que el peligro dejó de estar latente en Storybrooke. Se podría decir que eran una especie de amigos que gustaban de fastidiarse el uno al otro y eso era algo que David amaba en secreto. Fue por eso que aceptó subirse al auto sin siquiera preguntar para ir con ella a New York. Era curioso pensar en lo dispuesto que estaba a seguirla a donde quiera que ella fuera...
Y mientras David se perdía en sus propios pensamientos sobre lo que le pasaba con Regina, ella se paseaba furiosa por su habitación. Seguía inconforme con la reacción del príncipe ante la situación. Se sentía indignada por la poca importancia que le dio a que se hubieran ido a la cama. Y después se le retorcía el estómago del coraje porque en vez de decirle que la tomaría sobre el comedor debió haberlo hecho. Pero no. El muy maldito lo hizo para provocarla.
Impulsada por ese mismo coraje que le tenía la adrenalina corriendo por las venas con rapidez, se apresuró hacia la puerta que abrió encontrándose de frente con David quien al parecer intentaba entrar.
El coraje se esfumó mientras veía los ojos azules mirarle tan fijo que Regina sentía como si David se estuviera apoderando de ella, haciéndola suya sin siquiera tenerlo dentro. No se pudo contener. Alargó las manos tomándole del rostro y lo acercó hacía sí para besarlo, siendo ella quien se apoderó de la boca del príncipe quien también la tomó del rostro y le introdujo la lengua acariciando con ímpetu la de ella. Regina respondió del a misma forma, de tal modo que ninguno de los dos cedió el dominio hasta que el aliento les hizo falta.
—Dijiste que no se volvería a repetir —replicó jadeante, no porque se estuviera quejando, sino porque al parecer la reina estaba dejando su jodido orgullo de lado y quería resaltarlo.
—Y tú que te parecía bien —reviró con reproche. David le miró con seriedad sin dejar de jadear.
—Pues no, no me parece bien. —Estampó de nuevo sus labios con los de ella y esta vez le devoró la boca.
Regina respondió de la misma forma, retrocediendo cuando él empezó a avanzar. De inmediato se apresuró a deshacerse de la camisa interior del príncipe y él tomó su camisón corto de seda gris plata sacándoselo con facilidad por encima de la cabeza, dejándola sólo en bragas que eran del mismo color.
Mientras la reina se acomodaba sobre la cama, David se sacaba el pantalón del pijama junto con la ropa interior quedando desnudo, con su miembro bastante despierto. Se erguía apuntando hacia el frente.
Trepó por la cama con la hermosa mirada de Regina fija en la suya. Con sus manos agarró la delicada tela de la única prenda que cubría el espectacular cuerpo de la reina, y la deslizó por las esbeltas y firmes piernas. Las arrojó sin importarle dónde fueran a terminar. Luego la tomó de las caderas urgiendo a que se pusiera de cara contra el colchón. Le agarró del hermoso trasero y le empujó hacia arriba, indicando con ello que lo dejara en alto. La reina se colocó con los antebrazos apoyados en el suave colchón de su cama y sobre sus rodillas, abriendo las piernas para permitirle acceso.
David mojó sus dedos con algo de saliva mientras la veía tomar esa posición. La vio jalar una almohada que puso bajo su pecho. Entonces se posicionó tras ella llevando sus húmedos dedos hasta el sexo de Regina quien gimió bajito cuando le acarició. Se encorvó sobre ella, sosteniéndose con una mano mientras le besaba la espalda con erotismo.
Viajó de un lado a otro con sus labios. Regina volteó el rostro y se retorció un poco cuando le introdujo un dedo y la penetró por unos momentos con él. Después metió un segundo y la reina enterró el rostro en la almohada que tenía aferrada. Onduló las caderas con sensualidad. David estaba seguro que la reina buscaba aumentar el placer y si no estuviera tan excitado se habría burlado de ella, por orgullosa, por terca, por decirle que no volvería a suceder cuando tenía tantas ganas como él de repetir.
Sin darse cuenta acariciaba con los labios la suave piel que se estaba esmerando en recorrer con lentitud. Como si quisiera que ese momento quedara para siempre en su memoria.
—David —le llamó y casi lloriquea cuando el aludido retiró los dedos de su interior dejándola vacía. Iba a erguirse, pero una mano sobre su espalda baja le dejó en claro que no se moviera. Y fue entonces cuando los dedos, llenos de saliva otra vez, volvieron a acariciar su sexo ardiente. Empujó hacia atrás, buscando más contacto, más de esa estimulación que la hacía mojarse por la excitación que endurecía su clítoris y sus pezones que de pronto rozaban la almohada.
Se agachó, pegando su cuerpo casi al colchón cuando volvió a ser penetrada por los gruesos dedos que se curvaron a fin de estimular su punto G. Los besos en su espalda se tornaron ardientes con algunos roces de dientes.
—Oooh, oh Dios —gimió Regina con sensualidad al tiempo que bajaba la cabeza y abría más las piernas. David se esmeró en el trabajo que hacía por lo que pronto la necesidad en su bajo vientre comenzó a incrementar, indicando con ello que el orgasmo empezaba a construirse.
Los dedos la abandonaron de nuevo y fueron reemplazados por la cabeza del miembro que sin demora empezó a adentrarse en ella. Se mordió los labios para que la palabra "por favor" no abandonara su boca, la cual se abrió al sentir como poco a poco y con dulzura la iba penetrando. El miembro era de proporciones muy generosas y Regina lo agradecía en el alma. No había nada que gozara más que ser embestida por un pene de buen tamaño. Con el grueso suficiente para hacerla consciente del grosor, hacerla sentir ensanchada y llegando hasta lo más profundo, pero sin lastimarla.
Se alzó, estirando los brazos y quedando apoyada con las manos cuando lo tuvo dentro por completo. Apretó su centro y David le gimió ronco al oído.
—Jodeeer —gruñó bajito al sentir los apretones que Regina le daba sobre el miembro. Llevó una mano hasta los perfectos senos que acarició junto con los pezones que apretó poquito. Se apoyó con ambas manos sobre el colchón como ella lo hacía y, mientras empezaba las penetraciones, le besaba la nuca —. Sí, Regina. Así. —La alentó cuando la reina empujó hacia atrás cuando él se retiraba, como si no quisiera dejar de sentir su miembro dentro y era tan jodidamente caliente que no lo pudo resistir.
Se alzó, la tomó de la estrecha cintura para penetrarla con firmeza, arrancando pequeños gemidos ahogados de la hermosa boca que de momento no podía besar. La reina gemía con cada embestida. Le puso una mano en la nuca mientras ella giraba un poco el torso y llevaba una mano hasta su cadera, casi llegando hasta su nalga izquierda.
Empujó pegando su cadera al perfecto trasero y Regina soltó un gemido sorpresivo porque le enterró el miembro hasta lo más profundo. Se fue sobre ella volviendo a besarle la espalda. Se irguió, pero ella no se alzó de nuevo. Siguió con penetraciones cortas y rápidas, sintiendo que el interior de la reina se estrechaba de pronto sobre él. Volvió a inclinarse, esta vez le besó en la mejilla izquierda y después en el cuello. Regina gemía con gusto, haciéndole saber que le gustaba.
Fue entonces que se volvió a erguir, la tomó de la cintura con firmeza y ahora sí, la empezó a embestir con fuerza. Entrando y saliendo de ella con rapidez, provocando que se estremeciera y que gimiera con más frecuencia, con más volumen. Inundando la habitación con la humedad y el golpeteo de sus caderas contra el apetitoso trasero que rebotaba cuando colisionaba con él.
Regina se agachó más y aferró con sus manos la almohada. Se sentía muy cerca, sabía que estaba a nada de llegar, solo necesitaba un poco más. Solo…
—Sí. Sí. Vente, Regina. Vente sobre mi miembro —pidió.
—Ah-Aaaaaaah. —Se vino con fuerza. Las grandes manos en su cintura la mantuvieron en posición y el grueso miembro no dejó de moverse en su interior mientras el orgasmo la azotaba.
—Dios, como aprietas —siseó gustoso, enterrando el rostro en la espalda que no dejaba de estremecerse con el temblor del bello cuerpo.
Pasaron un par de minutos en lo que Regina se recuperó. Exhaló largamente y después David le sacó el miembro. Pudo sentir el fluido que salió de su sexo con el acto. Hizo que el príncipe se recostara y lo montó, empalándose ella misma en el grueso miembro. Se empezó a mover de inmediato. Esta vez fue ella quien apoyó sus manos en el respaldo de la cama y le cabalgó con fuerza.
—Oh, Dios. Lo haces tan bien. —La elogió, porque era verdad. En su vida una mujer lo había montado de esa forma tan sensual, tan arrebatada que hacía que su miembro diera tirones, que se estremeciera y que se sintiera increíblemente hinchado.
—Joder —gimió la reina con dientes apretados cuando los dedos de la mano derecha de David se fueron sobre su clítoris. Estimulándolo sin delicadeza, de la misma forma en que ella se lo follaba.
Al primer apretón fuerte sobre su miembro supo que Regina estaba de nuevo cerca y que él no aguantaría más. La dejó un poco más, porque se sentía como nada el ser poseído por la majestuosa reina, pero luego la sostuvo con fuerza para que no volviera a penetrarse en su miembro. Lo sacó y la recostó hacia el frente. Se movió con rapidez sobre ella para que no se moviera. La besó y restregó su miembro en el vientre de Regina donde se empezó a descargar con fuerza.
Llevó de inmediato una mano hasta el ardiente y húmedo sexo, la penetró con sus dedos. Las uñas se le clavaron en la espalda y le rasguñaron haciéndole sisear por la dolorosa sensación mientras Regina se arqueaba y gritaba de placer al venirse otra vez.
Le agarró el bello rostro con la mano izquierda sin dejar de besarla ni penetrarla con sus dedos. Ahora lo hacía con dulzura, con la única intención de hacer que el placer para ella durara lo más posible. Los sacó después para acariciarle por fuera y la reina giró el rostro hacia un lado, con los ojos cerrados, la boca entreabierta, jadeando y las mejillas encendidas. Era increíble la belleza que Regina poseía. Parecía casi irreal…
De pronto la reina le empujó un poco, lo suficiente para salir de debajo de él y se fue al baño. David aguardó. No se iba a ir. Ya no estaba dispuesto a seguir con ese absurdo juego que no les llevaba a ningún lado. Lo que tuvieron no fue solo sexo vacío, fue algo más, o al menos él quería que fuera algo más.
Regina se aseó lo mejor que pudo y se tardó lo suficiente como para que el príncipe se fuera de su habitación. Tomó una bata de baño en la cual se envolvió y salió, solo para darse cuenta que seguía ahí. Le miró un segundo y después se dirigió hacia la puerta
—No te vayas —pidió él.
—David…
—No lo hagas. Quédate —insistió desde la cama —. Esto es absurdo, Regina. Para empezar, es tu habitación y es más que claro que no es verdad que no quieres que esto pare.
—Tienes razón. —Se volvió hacia él y lo vio sonreír—. Eres tú quien debe irse. —La sonrisa se esfumó, dando paso a una seriedad que jamás había visto en él.
—Ya fue suficiente de esto. —Se puso de pie, la alcanzó, la tomó de ambos brazos y la acercó hacia sí. —¿A qué le tienes miedo? —preguntó, sin saber que hacía la pregunta correcta.
