¡Buenas!
Es la primera vez que escribo notas, porque hasta ahora creía que estaba escribiendo el fic solo para mí y que nadie lo leería, pero puesto que ha aparecido algún que otro lector, creía oportuno dejar una notita agradeciendo vuestro tiempo para leer las ideas que van saliendo de mi cabeza. Espero que siga gustándoos lo que voy escribiendo y que no se os hagan tediosas algunas partes.
¡Hasta el próximo capítulo!
Capítulo 4: La alianza.
Un joven de tez blanca y cabello tan oscuro como la noche se paró frente a una puerta doble y esperó después de haber llamado un par de veces.
—Adelante —dijeron desde dentro, y el chico entró en la estancia.
La habitación era espaciosa, con grandes ventanales para que entrara suficiente luz durante el día. Tenía un gran escritorio de madera de roble justo en el centro. A la izquierda, unos sofás y un sillón de cuero se disponían alrededor de una mesa de cristal. A la derecha, habían montado una pequeña barra y un botellero abastecido con carísimos vinos y bebidas alcohólicas.
Junto a una de las ventanas, Arata contemplaba la noche de Shinjuku. Las luces de los carteles luminiscentes de los negocios nocturnos se colaban en la habitación y brillaban en su rostro de hombre maduro. Arata se volvió hacia él y mostró una sonrisa amable.
—Yukio, me alegro de verte —dijo en un tono que provocó escalofríos en el joven y señaló hacia los sofás—. Toma asiento, por favor.
El chico obedeció a la mayor brevedad, sentándose en el filo del sofá más cercano. Arata caminó hacia él con parsimonia y se dejó caer en el sillón. Abrió una pequeña caja de madera que había encima de la mesa y sacó un puro de excelente calidad. Cruzó las piernas de forma despreocupada y lo encendió. El olor inundó la habitación de inmediato. Le ofreció uno al joven, pero este lo rechazó con la mano.
—¿Querías verme, Arata? —preguntó el chico, intentando mostrar seguridad en la voz.
—Sí, Yukio —respondió. El chico se estremeció. Arata era el único que lo llamaba por su nombre en lugar de su apellido. —Te he llamado porque hay algo que me inquieta, y creo que tú podrías ayudarme.
—¿He hecho algo malo? —preguntó Yukio con cautela.
Arata negó con la cabeza a la vez que expulsaba el humo del puro por la boca.
—No, no eres tú el que me preocupa. Es Katsuki.
—¿Bakugo? —preguntó, sorprendido.
—Sí, últimamente está muy raro… Aunque quiera ocultármelo, sé que hay algo que no anda bien y quiero saber qué es. ¿Has visto algo extraño o poco habitual en él últimamente?
Yukio intentó hacer memoria, pero últimamente no se había relacionado demasiado con Katsuki. Usualmente, aquel rubio explosivo solía buscarlo durante algunas noches en su habitación para calmar su apetito sexual, pero hacía ya casi dos semanas que no tocaba a su puerta, y él tampoco había querido preguntar. Katsuki le había dejado muy claro la primera vez que se habían acostado que siempre sería él el que tomara la iniciativa y que no quería que lo molestaran en su habitación.
«Si no vengo, es porque no me apetece», le había dicho. «Si alguna vez no te apetece a ti, simplemente dímelo y me largaré».
—No he hablado demasiado con él últimamente —respondió Yukio—. La última vez que lo vi fue hace un par de días en una fiesta, pero ni siquiera cruzamos palabra.
Arata enarcó una ceja.
—¿Y no viste nada extraño en la fiesta? ¿Algo fuera de lo normal?
Yukio negó con la cabeza.
—Nada fuera de lo habitual. Bebió, bailó, ligó con un chico… Lo de siempre. Quizás sus amigos puedan decirte algo más. Kirishima es muy cercano a él.
Arata se incorporó en el sillón y apagó el puro en un cenicero de cristal.
—Precisamente por eso no me dirá nada si pasa algo malo con Katsuki. No. Necesito que seas tú el que investigue. Acércate a ellos, sonsácales qué es lo que está ocurriendo. Katsuki es una de mis mejores armas, y no quiero perderla por nada del mundo.
Cuando salió de la habitación, Yukio se sintió algo mareado. A pesar de que llevaba años trabajando para Arata, nunca había terminado de acostumbrarse a quedarse a solas con él. Sabía que esa aparente amabilidad que mostraba con todo el mundo no era más que una fachada, una mentira edulcorada que escondía al hombre más peligroso que había tenido la oportunidad de conocer en sus veintidós años de vida.
Conocía perfectamente el poder de Arata y lo que era capaz de hacerle a aquellos que no cumplieran sus deseos. Lo había visto muchísimas veces. Demasiadas. Y no estaba dispuesto a convertirse en una de sus víctimas, como lo habían sido otros tantos como Bakugo y sus amigos. No. Por ello, cuando Arata había enviado a sus hombres a su casa hacía cuatro años para "pedirle" que se uniera a ellos, claramente atraído por su quirk, no había podido rechazar la oferta. La amenaza había sido clara: «o vienes por voluntad propia o lo haremos por las malas».
Unirse a una de las bandas criminales más peligrosas de todo el país no había sido lo que habría querido para su futuro, pero ya que no tenía otra opción, prefería ver el lado bueno de las cosas: Arata lo trataba bien, siempre que cumpliera sus órdenes; ganaba mucho más dinero de lo que hubiera podido soñar, y brindaban protección a su familia. Arata incluso había dispuesto para ellos una casa mucho más grande que el triste apartamento de dos dormitorios donde solían vivir. Le gustaba tener contentos a sus empleados, o eso solía decir. Y a esas alturas, ¿para qué quejarse? Vivía bien y se había acostumbrado a estar fuera de la ley.
Bajó a la sala de estar para empezar con el trabajo que le había mandado Arata, pero no encontró allí a nadie. Sabía que el grupo de Bakugo solía reunirse durante las noches para jugar a las cartas y beber. Sin embargo, desde que Arata los había descubierto causando problemas en Shinjuku sin su consentimiento, parecían haber adoptado un perfil bajo para no llamar demasiado la atención del jefe.
Volvió a tomar el ascensor y subió a la tercera planta. Si tenía que sonsacar información, tendría que ir a por el más ingenuo del grupo. Llamó a una de las puertas y esperó. Segundos más tarde, Kaminari lo recibía con una sonrisa.
—¡Ey, Sato-kun! —lo saludó—. Hacía tiempo que no coincidía contigo. ¿Qué necesitas?
Yukio se encogió de hombros mostrando una sonrisa afable.
—Estaba aburrido y me preguntaba si habrías conseguido algún videojuego nuevo.
La cara de Denki se iluminó y abrió más la puerta para dejarle entrar.
—¡Claro, pasa!
Yukio entró a una habitación decorada con un gusto espantoso, con las paredes llenas de estampados que no casaban entre sí, posters de ídolos musicales y una gran alfombra de pelo. Denki se apresuró a encender la videoconsola e introdujo uno de los juegos que había conseguido recientemente. Tomó asiento en la alfombra y palmeó la zona de su lado izquierdo para que Yukio se sentara junto a él.
Jugaron durante largo rato en el que Yukio no hacía más que ganarse la confianza de Denki con una conversación distendida en la que iba introduciendo bromas cada cierto tiempo. El reloj marcaba las once de la noche cuando Denki pausó el juego y se levantó para ir a por unos refrescos al minibar que tenía junto a la cama. Le tendió uno a Yukio y bebieron como si se conocieran de toda la vida.
—Gracias, Kaminari —le dijo Yukio—. Me lo estoy pasando muy bien. Últimamente me sentía un poco solo por las noches. Bakugo solía visitarme alguna que otra vez, pero hace dos semanas que está un poco raro. Me pregunto si estará enfadado conmigo por algo.
Acompañó sus palabras con una fingida mueca de tristeza. Realmente, le importaba poco o nada si Bakugo decidía buscarlo o no. Ambos tenían muy claro que su relación era puramente sexual y que jamás ocurriría nada serio entre ellos. Sin embargo, Kaminari lo interpretó justo como él quería que lo hiciera: como un joven enamorado al que su explosivo amigo le estaban rompiendo el corazón con su actitud indiferente.
—¡No, no es nada de eso! —aclaró rápidamente.
Yukio alzó la mirada, fingiendo interés.
—¿Tú sabes algo? ¿Acaso le ocurre algo a Bakugo?
—A Bakugo lo que le pasa es que está fastidiado porque ha conocido a un héroe que ha sido capaz de plantarle cara.
—¿Un héroe?
—Sí, un héroe nuevo al que asignaron esta zona. Se llama Deku. Al parecer es muy fuerte y a Bakugo le molestó que pudiera enfrentarse a él y detenerlo. La noche que salimos para crear follón fue para llamar la atención de ese héroe en particular. Bakugo quería terminar su pelea con él.
—¿Y qué ocurrió? ¿Ganó?
Denki negó con la cabeza, divertido.
—No, no tuvo tiempo. Detuvimos la pelea entre ambos porque Arata se enteró de todo lo que había ocurrido y se enfadó muchísimo. Por eso ahora estamos de vacaciones obligadas todo el grupo.
—¡Vaya! —resopló Yukio—. Es un alivio saber que no tiene nada contra mí.
—Claro que no. No te agobies. Ya sabes que Bakugo siempre hace lo que le da la gana. Si no ha ido a verte es porque ese héroe lo ha tenido entretenido durante este tiempo. ¿Puedes creer que lo encontramos en la fiesta?
—¿En la fiesta de hace un par de días?
—¡Sí! ¿No viste a Bakugo bailando con un chico? ¡Era él! No quiso contarnos qué hacía ese héroe allí y tampoco quisimos preguntarle porque nos miraba como si nos quisiera matar.
Yukio hizo memoria y lo recordó al momento. Era el joven con el que Bakugo había estado bailando durante varios minutos: un chico de cabello rizado y ojos verdes. Todo el mundo había creído que era una nueva conquista de Bakugo, o al menos eso había hecho parecer cuando lo había agarrado descaradamente del culo y este le había propinado una sonora bofetada delante de todo el mundo.
Una pequeña sonrisa escapó de su rostro. En su mente, todo cobró sentido. Ya tenía la respuesta que Arata necesitaba.
Se levantó lentamente y agradeció a Kaminari el refresco y su compañía. Denki le pidió que se quedara un rato más a jugar, pero Yukio se excusó explicando que estaba muy cansado y que al día siguiente Arata le había mandado un trabajo de última hora. Lejos estaba Yukio de saber que su jefe realmente tendría un trabajo para él una vez que le contara todo lo que había descubierto.
La tarde caía sobre Shinjuku al día siguiente cuando la agencia de héroes en la que trabajaba Izuku recibió una llamada de auxilio. Un viejo edificio se había venido abajo sin previo aviso y varias personas habían quedado sepultadas bajo los escombros. Entre ellas, había un grupo de niños que había estado jugando al escondite en el sótano del edificio. El padre de uno de ellos, que había salido para comprar la cena, se había encontrado con el desastre al regresar y había dado la voz de alarma.
Rápidamente, varios héroes entre los que se encontraba Deku fueron a la misión de rescate. El edificio se encontraba en una de las zonas más pobres de Shinjuku y era tan viejo que el ayuntamiento había destinado una partida de dinero para su rehabilitación. Sin embargo, esta había llegado tarde y aquellos muros no habían podido soportar el paso de los años.
De entre los escombros sacaron a varias personas que habían salido milagrosamente ilesas del accidente. Otras, aún con heridas de todo tipo, habían conseguido salir con vida. Sin embargo, también tuvieron que sacar varios cuerpos de entre los muros caídos. Deku tuvo que contener las lágrimas ante el cadáver de una niña que le recordó dolorosamente a Eri, la pequeña a la que habían rescatado durante su primer año de academia de las garras de uno de los criminales más peligrosos a los que se había tenido que enfrentar: Overhaul.
Aquella imagen le dolió tanto que se ofreció como voluntario para recorrer el sótano del edificio donde debían encontrarse otros tres niños. Utilizó el One for all para separar las piedras y hacerse un hueco por el que poder acceder al sótano y se introdujo por él sin perder tiempo. Resopló aliviado al comprobar que aquel lugar había conseguido soportar el derrumbe del edificio al encontrarse bajo tierra. Apenas se podían ver algunos tramos en los que el techo había cedido, pero por lo general el lugar seguía manteniendo su estructura inicial.
Allí abajo, la oscuridad era densa y se escuchaba el sonido del agua que caía al suelo desde alguna tubería rota. Activó el One for all y consiguió iluminar levemente el espacio. Caminó llamando a los niños e intentando percibir algún movimiento o sonido dentro de aquella oscuridad infinita. Pronto escuchó el llanto de los pequeños y corrió hacia el punto en el que los había oído.
—¿Hola? ¿Podéis oírme? ¡No tengáis miedo! ¡He venido a ayudaros! —exclamaba.
Los niños seguían llorando, pero no contestaban. Cada paso lo acercaba más a ellos. Finalmente, pudo ver la silueta de uno de los pequeños y corrió hacia él. El chiquillo se encontraba agachado junto a una pared con las manos en la cara. Lo tomó del hombro y le sonrió tan pronto como alzó la mirada.
—Tranquilo. He venido a salvaros. ¿Dónde están los demás? —le preguntó, pero el niño no respondió. Su rostro mostraba auténtico pánico. —Tranquilo, no voy a haceros daño —le dijo, y entonces se dio cuenta de algo: el niño no lo miraba a él, sino a alguien que estaba a su espalda.
Recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo caer hacia un lado. Se llevó la mano a la sien, dolorido. No tuvo tiempo a reaccionar cuando alguien lo agarró del cuello y lo golpeó contra la pared. Intentó activar el One for all, pero fue inútil. Quiso mover sus manos, sus brazos, sus piernas, pero nada. Su cuerpo no respondía. ¿Por qué? ¿Por qué no se podía mover?
—No te esfuerces —le dijo una voz masculina. Alzó la mirada, pero en aquella densa oscuridad solo pudo adivinar la silueta del chico que lo había golpeado—. Mi quirk, parálisis, inmoviliza a todo aquel que he tenido la oportunidad de tocar. Por más que lo intentes, no podrás mover ni un músculo a menos que yo te lo permita.
Deku quiso responder, preguntarle quién era y qué quería, pero su boca tampoco obedecía a sus órdenes. Solo podía mover los ojos para ver alternativamente a su atacante y al niño que seguía llorando a sus pies.
Notó movimiento por el rabillo del ojo y se dio cuenta de que no estaban solos. Varias siluetas se movían entre las tinieblas de aquel sótano. Sin duda, aquello era una emboscada. Le habían tendido una trampa.
—Tengo un mensaje para ti de parte de mi jefe —pronunció aquel hombre que, por su voz, podía suponer que sería de una edad parecida a la suya propia.
Le hizo una señal a uno de sus acompañantes y este se acercó a Deku para propinarle un fuerte puñetazo en la cara y otro en el estómago. Quiso doblarse del dolor, pero el quirk de ese chico no se lo permitía.
—No eres bienvenido en Shinjuku —continuó el chico con un tono impersonal y desapasionado—. Mi jefe quiere que te largues de aquí cuanto antes y que dejes de meterte en asuntos que no te incumben.
¿Qué asuntos?, se preguntó Deku. ¿De qué hablaba ese chico? ¿Quién era su jefe? Quería hacerle tantas preguntas y simplemente no podía hablar…
—Esto es solo una advertencia amistosa. Pero si tenemos que volver a por ti, no tendrás ninguna oportunidad. Te aconsejo que recojas tus cosas y te marches de esta ciudad cuanto antes. Arata no da segundas oportunidades.
Arata… Deku grabó ese nombre en su mente.
Volvió a notar movimientos por el rabillo del ojo y supuso que aquellos hombres empezaban a retirarse. El chico también se perdió entre las sombras y su quirk se detuvo. Deku cayó al suelo de rodillas agotado y con los músculos doloridos por la tensión que había estado recorriendo su cuerpo. Quiso correr detrás de ellos, pedirles explicaciones, pero el niño seguía llorando desconsolado a su lado y no podía dejarlo solo.
—Tranquilo, tranquilo —le dijo, tomándolo entre sus brazos—. ¿Dónde están los demás?
Unos minutos más tarde, Deku salía de las ruinas de aquel edificio con un niño a la espalda, otro entre los brazos y un tercero agarrado de su cinturón.
Una vez en su casa, se deshizo de su traje de héroe y se metió en la ducha para quitarse los rastros de polvo y sudor del cuerpo. Al salir, el espejo le devolvió una imagen de derrota que le dolió en el orgullo. El contorno del ojo en el que le habían golpeado había empezado a adquirir tonos rojos y violetas y tenía un gran hematoma en el abdomen. Le dio rabia pensar que ni siquiera había tenido la oportunidad de defenderse o de hacer preguntas.
Esa noche ni siquiera cenó. Se tiró sobre la cama y estuvo despierto hasta las tantas de la madrugada dándole vueltas a todo aquel asunto que olía tan mal. Había algo extraño en todo aquello. ¿Por qué ese tal Arata tenía tanto interés en que se largara de Shinjuku? ¿A qué asuntos se había referido aquel chico cuando había dicho que se estaba metiendo donde no le llamaban?
Su mente fue conectando ideas poco a poco. Que él supiera, ninguno de los otros héroes había recibido una amenaza similar. Ese tal Arata solo se había interesado por él a pesar de que, desde que había llegado a la ciudad, solo había participado en un par de misiones, entre las cuales se encontraba la de enfrentarse a Bakugo Katsuki.
¿Acaso ese tal Arata quería alejarlo de Bakugo? No lo entendía. Él no era el único héroe encargado de frenar a aquel criminal. Entonces, ¿por qué lo amenazaba a él y no a los demás?
El sueño que había tenido hacía un par de noches regresó a su memoria, al igual que la sensación de que conocía a Bakugo de antes. Se preguntó si todo aquello tendría relación con el hecho de que aquel villano quisiera expulsarlo cuanto antes de la ciudad. ¿Habría algo que no quisiera que él descubriera? ¿O tal vez sería algo que no quisiera que Bakugo descubriera?
Frunció el ceño y se dio la vuelta en la cama. Fuera como fuera, no pensaba largarse. Él nunca había sido un cobarde y no pensaba dejarse amedrentar. El encuentro de esa noche solo había servido para alimentar su curiosidad hacia Bakugo Katsuki y todo lo que lo rodeaba. Y si había algo que no querían que supiese, él pensaba descubrirlo.
Al día siguiente, habló con uno de sus superiores y le explicó la situación. El hombre, un héroe al borde de la edad de jubilación, se puso pálido al escuchar la historia y quiso enviarlo de vuelta a Musutafu, pero Izuku lo detuvo antes de que pudiera rellenar el informe de traslado.
—No quiero regresar. Quiero saber lo que está pasando —le dijo.
—Mira, chico, sé que esta situación puede haberte herido el orgullo, pero créeme cuando te digo que no merece la pena. Arata es uno de los criminales más peligrosos y poderosos de Japón. La única razón por la que Shinjuku es una ciudad relativamente segura es por el trato que realizó hace años con la policía. No sé lo que habrás hecho para que Arata ponga su objetivo en ti, pero si quiere ir a por ti, no parará hasta acabar contigo. Como héroe profesional, te recomiendo que regreses a casa. De otra manera, no puedo garantizar tu seguridad.
Izuku dio un golpe en la mesa.
—De ninguna manera. No puedo irme sin saber qué es lo que está ocultando o por qué me quiere fuera de Shinjuku.
—Midoriya…
—No, no insista —dijo—. No me voy a ir.
Su jefe suspiró y se levantó del sillón donde había estado sentado.
—Está bien, si estás seguro de ello, a partir de ahora te mandaré misiones en las que puedas mantener un perfil bajo para no llamar la atención de Arata. Eso sí, si estás dispuesto a investigar, tendrás que ir por tu cuenta. Los demás no podemos ayudarte.
Izuku apretó los puños.
—No se preocupe. No haré nada que pueda meterlos en problemas.
—Bien.
Izuku salió del despacho con una sensación amarga en el pecho y en el estómago. No había esperado demasiado al contarle a su jefe todo lo que había pasado. Realmente, solo quería mantenerlo informado de la situación para que actuara en consecuencia, pero lo que no había esperado era que le dieran la espalda de aquella manera y le dijera que se rindiera.
Pensó en contarle lo que había ocurrido a sus amigos o a su madre por el simple hecho de desahogarse, pero se dio cuenta de que solo traería preocupación a sus seres queridos, y optó por cerrar la boca. Por primera vez desde que había llegado a Shinjuku se sintió terriblemente solo.
Ese día, su jefe prefirió que no hiciera patrulla por si los hombres de Arata estaban al pendiente y le mandó a trabajar en la oficina rellenando papeleo. A la hora de la comida, bajó la cafetería de la agencia de héroes y se sentó solo a comer con desgana.
Cuando estaba a punto de terminar, alguien se sentó frente a él sin pedirle permiso previamente. Izuku se sorprendió al ver a una joven heroína con la que apenas había cruzado un par de palabras cuando había llegado a Shinjuku. Se llamaba Suzuki Akina y su nombre de heroína era Gossip.
—Buenas tardes, Midoriya.
—Buenas tardes, Suzuki-san —le dijo—. Vienes muy tarde a comer.
—He estado entretenida con las patrullas.
—¿Alguna novedad?
—Nada, hoy parece que el día está tranquilo. Pero dejémonos de formalismos y vayamos al grano. He escuchado que te has metido en un buen lío.
Izuku se sintió algo intimidado ante lo directa que resultaba aquella chica, razón por la cual no caía bien a varios integrantes de la agencia. Con su quirk, resonancia, podía captar las ondas sonoras de las conversaciones que estaban teniendo lugar en un radio de cinco kilómetros e interpretarlas para entender las palabras que se estaban diciendo. La espía perfecta.
—Sí, así es.
—Midoriya, he escuchado también que piensas quedarte. Me parece muy valiente de tu parte, aunque también un poco estúpido. Sea como sea, me gustaría ayudarte.
Los ojos de Izuku se ensancharon y soltó los palillos sobre la mesa.
—¿Puedes ayudarme? ¿Cómo?
—Escucha, Midoriya, no hay que ser un lince para darse cuenta de que Arata no quiere que te acerques a su preciado Bakugo Katsuki —dijo, corroborando lo que ya Izuku había pensado—. Es demasiado obvio. No has estado involucrado en nada lo suficientemente importante como para que Arata quiera quitarte de en medio. Si no fuera por tus peleas con Bakugo, ni siquiera se hubiera enterado de tu existencia.
—¡Eso mismo he pensado yo!
—Todo lo que rodea a ese Bakugo es un misterio. ¿Sabías que no hay datos sobre él antes de hace tres años? Ni un acta de nacimiento, ni quiénes son sus padres, ni si tiene hermanos…
—¿Nada?
—¡Nada! ¿No lo ves muy raro? Un chico sin pasado al que Arata utiliza como le viene en gana. Muchísimos héroes se han enfrentado a él y Arata nunca ha dicho ni mu. Llegas tú y te manda unos matones para espantarte. Aquí hay algo que Arata no quiere que se sepa y tú pareces ser un problema para él.
—Suzuki-san, quiero acercarme a Bakugo Katsuki para investigar más —le dijo en voz baja—. Llevo pensándolo desde ayer. Pero no sé cómo localizarlo.
Akina sonrió y se acercó más a él para que nadie la escuchara.
—Oficialmente, nadie lo sabe, pero es un secreto a voces que Arata mantiene a todos sus "trabajadores" en un hotel que ha reformado a modo de vivienda en la zona de Kabukicho, donde se mueve la mayor parte del ocio nocturno de Shinjuku.
Izuku mantuvo la respiración por unos segundos.
—¿Sabes qué hotel es?
Eran las diez de la noche cuando Katsuki regresó a su habitación después de haber salido a cenar con Kirishima y los demás y haberse quedado tomando unas copas en un karaoke en el que Kaminari y Ashido casi le habían destrozado los tímpanos.
Se descalzó junto a la puerta sin encender la luz y dejó la cartera y las llaves en una mesilla que tenía junto a la puerta. Se quitó la camiseta camino del baño y empezó a desabrocharse los pantalones para meterse en la ducha.
—Bakugo.
Katsuki respingó y se dio la vuelta preparando una explosión con la mano.
—¡Para, para! ¡Soy yo! —exclamó Deku.
Katsuki detuvo la explosión justo a tiempo con una expresión de sorpresa que pronto se tornó en una de furia. ¿Qué hacía ese estúpido allí con su también estúpido traje de héroe?
Lo agarró violentamente por el cuello del traje y lo atrajo hacia sí. Deku todavía llevaba la capucha puesta y con la luz apagada era muy difícil verle la cara.
—¿Qué mierda haces aquí? ¿Te has vuelto loco? —quiso, intentando controlarse para no gritar—. ¿Sabes en el lío que me puedes meter?
—Tengo que hablar contigo urgentemente —se excusó Deku.
—¿Y tiene que ser aquí? ¿En el jodido mayor refugio de villanos de todo Shinjuku? ¡Y vestido de héroe!
—¡No sabía cómo encontrarte en otro lugar!
—Baja la voz —le ordenó.
De repente, Katsuki tensó su cuerpo y se quedó completamente quieto. Escuchó pasos que se acercaban por el pasillo del hotel y pidió a Dios o a cualquier ente divino que pudiera escucharlo que esos pasos no se pararan junto a su puerta, pero no valió para nada. Segundos más tardes, alguien llamaba a su habitación.
—Mierda —masculló, buscando rápidamente algún lugar donde esconder a Deku—. Al armario —decidió.
—¿Qué?
—Que te metas en el jodido armario y no abras la boca ni salgas hasta que yo te diga —le dijo, abriendo la puerta del armario empotrado y lanzando a su interior a Deku sin ningún cuidado.
Caminó hasta la entrada de la habitación, encendiendo la luz a su paso. Abrió la puerta dispuesto a echar con malas palabras a quien fuera necesario, pero la persona que se encontraba al otro lado de la puerta era el único al que debía un mínimo de respeto.
Arata mostró su acostumbrada falsa sonrisa y pidió permiso para entrar. Katsuki no tuvo más remedio que hacerse a un lado y dejar que pasara a la habitación.
—He escuchado ruidos y me he preocupado —dijo Arata echando un vistazo a su alrededor.
—Sería la televisión. Tenía el volumen un poco alto.
Arata lo miró de arriba abajo. Ya no recordaba que se encontraba a medio desvestir.
—¿Qué? —le espetó—. Estaba a punto de meterme en la ducha.
—¿Enciendes la televisión para meterte en la ducha? —preguntó Arata, escéptico.
—Me gusta escucharla, aunque sea de fondo —replicó con el ceño fruncido.
Arata pareció aceptar su respuesta y se acercó a uno de los ventanales de la habitación, que se había quedado abierto. Echó un vistazo a la calle y cerró la ventana.
—¿Te has sentido bien últimamente? —le preguntó el hombre sin volverse hacia él.
—Perfectamente —escupió, cada vez más impaciente y cabreado por su presencia en la habitación. Miraba de reojo una y otra vez al armario, esperando que Deku no moviera un solo músculo ni hiciera ningún ruido que pudiera delatar su posición—. ¿Por qué habría de sentirme mal? Tengo una salud de hierro.
—Lo sé —respondió Arata—. Sé que eres joven y saludable, pero me preocupaba la crisis que tuviste hace un par de semanas. Me preguntaba a qué se habría debido.
Katsuki se cruzó de brazos. Arata se refería al día en que había seguido a Deku, interesado por sus numerosos quirk, y una extraña sensación había recorrido todo su cuerpo hasta dejarle sin respiración. Lo que Arata no sabía —o al menos eso pensaba él— era la razón por la que había tenido esa "crisis". Entrecerró los ojos. Su jefe estaba intentando sacarle información, pero con él no sería tan fácil.
—¿Has vuelto a tener alguna crisis? —tanteó Arata al ver que Katsuki no respondía.
—No —respondió tajante—. Aquello fue una estupidez. Seguramente fue por estrés o por falta de sueño.
Arata volvió a sonreír y le puso una mano en el hombro de forma amistosa.
—Seguramente fue eso. Por lo menos, estas vacaciones te vendrán bien. De todas formas, si vuelves a sentirte mal, sabes que puedes contármelo. No estoy aquí solo para daros órdenes, sino para velar por vuestro bienestar.
Katsuki mostró una sonrisa cínica y respondió con un simple: "por supuesto". Arata se vio satisfecho y salió de la habitación deseándole buenas noches.
Tan pronto como su jefe hubo abandonado la habitación, dejó escapar un resoplido de alivio. Corrió al armario y lo abrió de golpe. Deku se encontraba en la misma posición en la que lo había dejado: tirado de cualquier manera encima de su ropa y de diferentes cajas. No se había atrevido a moverse.
Volvió a agarrarlo de la camiseta y lo jaló hasta la ventana de la habitación.
—Tienes que largarte ya —le dijo.
—Te he dicho que tengo que hablar contigo —insistió Deku.
—No tenemos nada de qué hablar. Ahora, lárgate —le espetó, empujándolo por la ventana.
Deku utilizó su látigo negro para agarrarse del edificio de enfrente para no caer al vacío. Se volvió hacia Katsuki y volvió a lanzar su látigo antes de que el rubio pudiera cerrar la ventana de su habitación. Lo ató y tiró de él sin que pudiera hacer nada para zafarse. Cuando lo tuvo bien sujeto entre su brazo izquierdo, usó el derecho para huir de allí.
—¿Qué haces, maldito nerd? ¡Suéltame!
—Cállate, no podemos llamar la atención —le dijo Deku mientras avanzaba por el aire con dificultad por el peso de Katsuki—. Si colaboras, esto terminará rápido. ¿Dónde podemos hablar donde estemos solos?
—Tch, ¿quieres que estemos solos en uno de los barrios más concurridos de Shinjuku? Definitivamente, eres un idiota.
—¡Entonces dime a dónde tengo que dirigirme! —exclamó Deku.
—Gira a la izquierda por esa calle, nerd —masculló Katsuki—. ¡No, esa no! ¡La otra!
—¿Cuál otra?
—¡La que tenía un bar de en la esquina!
—¿Te estás burlando de mí? ¡Todas tienen bares en las esquinas!
—¿Por qué mejor no me sueltas y dirijo yo el camino? —sugirió Katsuki.
Deku dudó por unos instantes, pero se le empezaban a cansar los brazos.
—Está bien, pero no vayas a huir, Bakugo. Huir es de cobardes —le dijo.
Katsuki sonrió. Ese maldito idiota sabía perfectamente lo que decir para conseguir que se quedara.
—¡Yo nunca huyo, nerd de mierda!
Lo guio durante varios minutos por calles abarrotadas de personas que disfrutaban de la noche de Shinjuku hasta que llegaron a calles mucho menos concurridas o incluso completamente solitarias.
—A estas horas, todo el mundo se concentra en la zona de Kabukicho —dijo, volviéndose hacia él cuando se encontraron en una calle por la que no pasaba ni un alma a esa hora—. Ahora, escúpelo, ¿qué cojones quieres?
Deku se bajó la capucha por primera vez y dejó ver un horrible ojo morado. Katsuki frunció el ceño. Se preguntó qué le habría pasado, pero supuso que ese tipo de golpes serían el día a día de un héroe. Lo que no se esperó fue lo que dijo a continuación:
—Tu jefe envió a unos hombres a buscarme. Me tendieron una trampa mientras estaba en una misión. Un chico usó su quirk para inmovilizarme y me amenazaron. Dijeron que esto —señaló a su ojo—sería una tontería comparada con lo que me podrían hacer si no me voy de inmediato de Shinjuku.
A la mente de Katsuki vino rápidamente la imagen de Sato Yukio, el único entre las filas de Arata con el quirk de la inmovilización. Frunció los labios y se preguntó por qué Arata se habría tomado tantas molestias para echar de Shinjuku a Deku. Nunca había mostrado mayor preocupación por los héroes que llegaran a la ciudad mientras siguieran el pacto. Que él supiera, Deku no había hecho nada fuera de lo común dentro del trabajo de héroe. Nada excepto…
—¿Lo entiendes, Bakugo? —le preguntó Deku—. Tu jefe quiere deshacerse de mí porque me he acercado a ti.
—Eso… no tiene sentido —masculló Katsuki.
—No tiene sentido, pero es así. Si no, ¿por qué si no iría contra mí? He realizado el mismo trabajo que cualquier otro héroe, con la diferencia de que tú y yo hemos entrado en contacto más veces. No hay otra razón. Hay algo que Arata no quiere que sepamos.
En la mente de Katsuki sonó la voz de alarma. Una voz de alarma que gritaba la palabra "problemas". Sabía que todo aquello no podía traer nada bueno. Todo estaba relacionado: su crisis, la repentina preocupación de Arata por su salud mental, las amenazas a Deku… Quizás lo que para él había empezado como un simple juego de "tú la llevas" con ese héroe para Arata significaba mucho más, algo peligroso que no le convenía. Entonces Katsuki lo supo: estaba metiéndose en graves problemas.
—Si todo eso es verdad, lo mejor será que te vayas —le dijo seriamente.
—¿Qué? —preguntó Deku sorprendido.
—Arata no se anda con tonterías. Si ha dicho que iría a por ti, lo hará.
—Pero, ¿nos vamos a quedar sin hacer nada?
Katsuki soltó una risilla de frustración.
—¿Y qué pretendes hacer? Tú no conoces a Arata como yo. Es un jodido psicópata. Un sádico de la peor calaña. A ninguno de los dos nos conviene meternos donde él no quiere que nos metamos.
—¿Y ya está? ¿Eso es todo? Pensaba que querrías descubrir la verdad.
—¿La verdad? ¿Qué verdad, Deku? Ni tu vida ni la mía cambiarían en nada descubriésemos lo que descubriésemos.
—Eso no lo sabes.
Katsuki gruñó ante la cabezonería de aquel héroe.
—Joder, ¿por qué te importa tanto? No es para tanto. Hace dos semanas ni siquiera nos conocíamos. Vuelve a tu maldita ciudad, sigue con tu estúpida vida y olvídate de mi jodida existencia.
Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse, pero Deku lo agarró del brazo con fuerza.
—¡Espera! —exclamó.
—¡Suéltame, Deku! —gritó, intentando librarse del agarre del chico.
—¡No!
—¡Que me sueltes!
—¡No te voy a soltar! ¡Hay algo que está mal! ¡Hay algo que está muy mal y necesito saber qué es!
—¡Eso no lo sabes, maldito nerd! —gritó Katsuki, librándose por fin de Izuku y comenzando a andar en dirección contraria.
—¡Si de verdad crees que no pasa nada, ¿por qué estás tan alterado?! —gritó Deku en un intento por retener al rubio—. ¡Sé que tú también sientes que algo va mal! ¡Estoy seguro de ello! ¡Espera! ¡Espera, Kacchan!
Katsuki paró de golpe. Un pinchazo recorrió su cabeza y un escalofrío bajó por su espalda. Aquella voz infantil que había resonado en su cabeza durante la segunda pelea contra Deku volvió a aparecer.
Kacchan, Kacchan…
Se dio la vuelta despacio. Por la expresión de su cara, parecía que había visto a un fantasma.
—¿Cómo me has llamado? —preguntó con cautela.
Deku mantuvo la distancia. Su rostro estaba casi tan angustiado como el de Katsuki. El héroe ignoró su pregunta y continuó:
—Desde que llegué a Shinjuku han estado pasando cosas muy raras. Cosas que tienen que ver contigo. Desde la primera vez que nos encontramos tuve esa extraña sensación. Y se ha estado repitiendo una y otra vez, cada vez con más intensidad.
—¿Qué sensación? —preguntó con miedo en su voz.
—La sensación de que ya nos conocíamos de antes —dijo, y a Katsuki se le cayó todo su mundo a los pies—. Cada vez que nos encontrábamos, lo sentía. Incluso el hecho de llamarte por tu apellido se me hacía extraño. Y entonces soñé contigo, y en el sueño te conocía de muchos años antes. Y te llamaba Kacchan. Cuando desperté, esa sensación se mantuvo conmigo todo el tiempo, y en mi mente continué llamándote Kacchan.
Una vez más, el corazón de Katsuki se aceleró hasta parecer que iba a salirse del pecho. Hasta ese momento, había pensado que se estaba volviendo loco, que se estaba comportando como un paranoico, pero no. Deku también había sentido lo mismo. La misma sensación había recorrido su cuerpo. Deku tenía razón. Había algo que andaba mal, pero que muy mal.
—Tú también lo has sentido, ¿no es así? —le preguntó Deku—. Puedo verlo en tus ojos.
Katsuki apretó los puños e intentó dominar su respiración agitada. Necesitaba pensar. Necesitaba pensar con tranquilidad, pero la cabeza le iba a estallar en ese momento.
—Está bien —le dijo finalmente—. Investigaremos, pero tenemos que ir con cuidado. Para empezar, deja de buscarme. Debemos perder el contacto durante al menos un par de semanas para que Arata no sospeche. Diles a tus jefes que durante este tiempo te manden trabajo de oficina. No conviene que nadie que tenga contacto con Arata te vea rondando por Shinjuku. Lo mejor será que piense que te has marchado.
Deku asintió.
—Vale. ¿Y cómo sabré cuándo podemos volver a vernos?
—Yo me pondré en contacto contigo cuando compruebe que no hay peligro. Hasta entonces, ni se te ocurra hacer nada estúpido ni investigar por tu cuenta. ¿Me has entendido?
—Sí, lo he entendido —confirmó Deku. Parecía satisfecho de haber logrado la colaboración de Katsuki.
—Bien, vámonos antes de que alguien nos vea. Ya sabes. Al menos, dos semanas.
—Sí, estaré atento a cualquier señal que puedas enviarme.
—Tch, señal… Ni que fuera el jodido Batman. Te enviaré un mensaje al móvil.
—Dijiste que no me molestarías mandándome mensajes al móvil —le recordó con una sonrisilla.
—Eso fue antes de que me vinieras con esas teorías conspiranoicas, maldito nerd.
Deku rio.
—Está bien. Entonces esperaré a un mensaje, Kacchan.
Otro escalofrío recorrió la espalda de Katsuki.
—Me da mal rollo que me llames Kacchan.
—¿Prefieres que te siga llamando Bakugo? —preguntó Deku.
Katsuki lo pensó por un momento y llegó a la conclusión de que Deku tenía razón. No sabía por qué, pero también le resultaba extraño que el chico le llamara por su apellido.
—No… Kacchan está bien.
Deku volvió a sonreír y Katsuki volvió la mirada hacia otro lado.
—Bien, Kacchan.
Continuará...
