Situado en Encanto / Angst.

—¡Mirabel!

Julieta suspiró de alivio cuando por fin vio a su hija a salvo entre los destrozos.

—¿Mirabel, te hiciste daño? —preguntó su madre, tomando su cara delicadamente con sus manos—. ¿Mirabel?

—¡Julieta, ven rápido! —se escuchó una voz desesperada a lo lejos—. ¡JULIETA!

—No te muevas, vuelvo en un minuto —le indicó a Mirabel, quien se notaba bastante aturdida. Ella permaneció ahí, entre los restos de Casita.

—Uno, dos...

Félix, Agustín y Luisa estaban tratando de mover un gran bloque de escombro. El más pequeño de los Madrigal había quedado atrapado entre dos paredes colapsadas luego del derrumbe. Félix lo había protegido todo el tiempo de los muebles que amenazaban con caer sobre él, pero su hijo se había escapado para intentar salvar a un capibara que se rehusó a moverse un centímetro. Lamentablemente dos muros cayeron sobre él antes de que pudiera escapar.

—¡...TRES! —Gritó Luisa, seguido de un quejido de esfuerzo. Puede que su don ya no funcionara, pero seguía siendo la más fuerte de la familia y seguramente también del pueblo. Sus músculos no eran un regalo mágico, sino el resultado de mucho entrenamiento y trabajo duro.

Pepa y Félix se acercaron en cuanto lograron mover uno de los muros. Toñito yacía en el suelo, inmóvil y cubierto en polvo, imagen que les hizo dar un grito ahogado. Ambos se hincaron en el piso y su padre lo cargó con cuidado en sus brazos, aún sin ponerse de pie. No quería moverlo demasiado por miedo a lastimarlo más o causarle algún dolor.

—¡¿Dónde está Julieta?! —preguntó Pepa, buscándola con la mirada. Después se dio cuenta de que ya estaba tras ella, igual de asustada—. Julieta, necesito algo que hayas preparado, ¡una arepa, un poco de jugo! ¡Debe quedar algo en la cocina! —gritó de una forma histérica.

—¡Pero ya no hay magia! —recordó Camilo, quien estaba solo lo suficientemente lejos para no estorbar. No quería ser pesimista, pero no había que ser muy inteligente para notar que no funcionaría. Si el Encanto aún estuviera vivo ya habrían sido arrastrados por un huracán.

—Hay que intentarlo —le dijo Dolores, colocando una mano en su hombro.

—Por favor—le suplicó Pepa. Sus ojos se habían vuelto vidriosos y no podía dejar de temblar. No había otra opción, necesitaban intentarlo todo.

Julieta asintió con la cabeza, y se dirigió rápidamente a donde solía estar la cocina, esperando encontrar algo más que una arepa empolvada.

—Toñito, campeón —le habló su papá, limpiando con cuidado su cara y tratando que su voz no se entrecortara—, ¿me escuchas?

El niño pequeño tosió e hizo un par de muecas de dolor. Con mucho esfuerzo abrió los ojos.

Pepa sintió que por fin pudo respirar.

—Ya estás bien, estás con nosotros —dijo ella, limpiándose las lágrimas con la parte posterior de su mano.

—Simba —pronunció Antonio con dificultad.

Simba era el nombre que le había dado a su capibara favorito y con el que ya había compartido conversaciones profundas; o al menos lo más profundas posible para un niño de cinco años. Entre las más interesantes estaba el cuestionamiento de si la Luna estaba hecha de queso fabricado con la leche de los burros que cargaba Luisa.

—Lo salvaste —le informó Félix, sabiendo que eso lo pondría contento.

—¿Lo-salvé? —repitió Antonio, sonriendo débilmente. Por un momento recuperó el brillo en sus ojos que lo caracterizaba. Su padre asintió con la cabeza, orgulloso de él.

El cariño que tenía por los animales no se podía medir. Nadie podía regañarlo por intentar salvarlo, pues gracias a su (ahora antiguo) don, había logrado una conexión especial con ellos como si los conociera de toda la vida y fueran uno más de la familia.

—¿Toñito qué te duele? ¿Dónde te lastimaste?

Sus padres estaban desesperados por más información. Antonio no estaba llorando ni quejándose demasiado, lo cual les preocupaba bastante. Fue entonces que Félix le levantó un poco del cabello rizado que le cubría la cara, revelando una herida en la frente de la que ya había escurrido sangre.

Pepa y Félix intercambiaron miradas, ambas llenas de miedo y consternación. Además, se dieron cuenta que Toñito estaba adormilándose, pues sus parpadeos duraban cada vez más y le costaba tener los ojos abiertos.

—Papito despierta, no te duermas —le pidió Pepa con la voz quebrada, tocando su mejilla y moviéndolo un poco—. ¿Puedes hacer eso por mami?

—Pepa —la llamó Julieta, ofreciéndole una botella con un jugo que había preparado esa misma mañana. Era una de las pocas cosas que seguían intactas.

Pepa se la arrebató. Giró su mano lo más rápido que le permitió su muñeca para quitarle la tapa.

—¡Bebe esto! —le exigió desesperada, acercándole la botella a la boca—. ¿Antonio?

No respondió.

—Antonio, ¡Antonio! —Gritó Félix, intentando despertarlo.

Pero su pequeño hijo no abrió los ojos de nuevo.

—No —dijo Pepa en un suspiro, negando con la cabeza mientras lágrimas empezaban a brotar de sus ojos verdes—. No, no, no.

Camilo quiso acercarse con ella, pero Dolores lo detuvo tomándolo del brazo. Él la miró a los ojos, desesperado por liberarse, pero ella no lo permitió. Se quedaron cruzando miradas, hasta que ninguno de los dos pudo más y las lágrimas comenzaron a escaparse sin control. Ambos se abrazaron, buscando fuerza en el otro.

Desde que nació su hermanito, Camilo había sido mucho más feliz y había cambiado su comportamiento para bien. Tenía planeadas mil y una aventuras para ambos, en las que planeaba verlo crecer. Quería jugar con él, acompañarlo a su primer día de escuela, quizás hacerle una broma al profesor y que su mamá los castigara a ambos. Lo que sea, pero juntos.

—¿Por qué? —habló Camilo entre sollozos, empapando la ropa de Dolores.

Ella no pudo contestar. No tenía la respuesta y simplemente le fue imposible por el nudo que sentía desde la garganta al estómago. Al menos su don no le funcionaba en ese momento, pues no hubiera soportado escuchar cómo los latidos de Antonio disminuían hasta simplemente dejar de escucharse. Lo único que pudo hacer fue abrazar a su hermano más fuerte.

Isabela y Luisa tuvieron que ayudar a su abuela a sentarse sobre una roca, entre más escombros. Tenían miedo de que en cualquier momento se desmayara o algo peor. Había vivido ya bastantes momentos traumáticos, pero nunca se estaba preparado para presenciar otro, y menos dos en cadena. Era demasiado por procesar en poco tiempo.

Mirabel se alarmó al escuchar sollozos, así que fue corriendo en seguida desde donde estaba. Se desconcertó al notar que varios animales se estaban yendo a la misma dirección, incluso un tapir se enredó en su falda. Logró ver las expresiones de su familia, y eso solo la preocupó más. Algunos estaban llorando, otros en un abrazo... Y fue entonces que vio a Félix, cargando en sus brazos a Toñito.

—Antonio —murmuró Mirabel.

Pepa escuchó su voz y se fue furiosa contra ella.

—¡POR TU CULPA MI HIJO ESTÁ MUERTO! —Gritó tan fuerte que se lastimó la garganta.

Mirabel se quedó en shock.

Pepa sé quedó inmóvil por algunos segundos, haciendo contacto visual con su sobrina, solo su pecho se movía arriba y abajo por su respiración tan agitada. De un momento a otro su mirada se perdió, postrándose en todos lados. No había podido digerir la noticia hasta que se escuchó a sí misma en voz alta. Dio lentamente un paso hacia atrás negando con la cabeza y su cara se transformó en un puchero.

Julieta la sostuvo en cuanto notó que estaba a punto de quebrarse y dejarse caer al suelo. Pepa empezó a llorar de una forma desgarradora en su hombro, lamentándose una y otra vez por no haber podido hacer más para salvarlo. Julieta miró a su hija a los ojos por unos instantes, y con todo el dolor de su corazón, movió la cabeza, indicándole que se fuera.

Sabía que Mirabel no tenía la culpa de nada, y seguramente en el fondo Pepa también, pero en ese momento podía decir cualquier cosa por tanto dolor.

Mirabel tenía tantas preguntas y emociones que se bloqueó totalmente.

Antonio.

Toñito, su primo favorito.

Sus ojos se llenaron tan rápido de lágrimas que su vista se tornó tan borrosa como si no trajera sus gafas puestas. De nuevo miró a Félix, quien seguía con su hijo en brazos sin parar de lamentarse, mientras Agustín tenía una mano en su espalda tratarlo de consolarlo. Era una escena demasiado dolorosa.

Se dio la media vuelta y empezó a caminar en dirección contraria, sintiendo sus pies tan pesados como si estuvieran encadenados a un ancla.

Quizás si no hubiera tenido esa última discusión con su abuela Casita seguiría en pie. Quizás todos aún tendrían sus dones. Y lo más importante, seguro Antonio seguiría con vida.

¿Por qué su primo de cinco años que apenas hace dos días estaba tan feliz de haber recibido su don?

¿Por qué la persona con el corazón más puro que conocía?

Ahora ese corazón había dejado de latir para siempre.

No sé por qué escribí esto. Me gusta ponerme triste yo sola, supongo. La primera vez que vi Encanto y escuché el grito de Pepa en esa escena, me imaginé lo peor, así queeeee