Prologo
Beryl Montrose, conocida en otra vida como la princesa Beredith Bessart de Si lestia, se llevó la mano a la espalda y se la frotó. Era la directora de La Torchére, un complejo turístico isleño al suroeste de Florida, y a principios de mayo la isla debería haber sido un paraíso. Mucha gente se habría considerado afortunada de estar allí, y ella lo sabía, pero Beryl se sentía acabada y ligeramente temerosa. Frunció el ceño y miró a su compañera, Neherenia Bessart Piers, la conserje del complejo.
–Si tenías que echarme una maldición –dijo Beryl–, ¿tenías que convertirme en una vieja arrugada? Creo que ya me empiezan a crujir los brazos.
Neherenia sonrió ligeramente y dijo:
–Como tu madrina, tengo el deber de asegurarme de que, o acabas siendo una buena princesa para tu gente, o no acabas siendo princesa en absoluto. Hubo una razón para la maldición, como bien sabes, y hay una manera de quitártela, como también sabes.
–No hice algo tan malo –dijo Beryl arrugando la nariz–. No merezco parecer y sentirme tan vieja. Neherenia no reaccionó.
–De acuerdo, quizá sí que insulté al príncipe Endy un poco.
–Él era tu novio, e hiciste algo más que insultarlo un poco. Además, eso no fue lo único que hiciste. Beryl se encogió de hombros.
–Supongo que te refieres a ese pequeño incidente, cuando intenté romper el compromiso de mi padre. No fue para tanto.
–Sí fue para tanto. Él es un rey.
–Ella era mayor que mi padre.
–Era su elección, y tú no sólo intentaste sabotear el compromiso, fuiste un paso más allá e hiciste todo lo posible para interferir en la boda. Estabas fuera de control, y eso no debe hacerlo una princesa.
–No lo siento.
– ¿Aunque cada día estés más vieja y desmejorada? Beryl se llevó la mano a la cara.
–De acuerdo, lo siento un poco, y en cuanto a esa manera de quitarme la maldición de la que has hablado, no estoy del todo segura de poder cumplir el plazo. Si no lo hago…
–Siempre serás vieja. Silestia y tus lazos con tu familia formarán parte del pasado.
–Pero queda muy poco tiempo, y la misión es muy complicada. Hacer que veintiuna parejas se enamoren y se casen es casi imposible.
–Sólo te quedan seis.
–Sí, pero menos de un año.
–Perdiste mucho tiempo cuando te eché la maldición. Te di siete años, hasta que cumplieras los treinta, y los dos primeros años no hiciste nada.
–Lo sé –admitió beryl sorprendiéndose a sí misma–. Y una vez que comencé, vi que era muy difícil. Me llevó cuatro años y muchos intentos hacer que las cosas comenzaran a ir bien. Llevo haciendo esto el suficiente tiempo como para ser realista. Un año no es suficiente para asegurarme de que seis parejas se conozcan, se enamoren y se casen. Podrías…
–¿Qué? –preguntó Neherenia con voz firme y ojos amables.
–Darme un poco más de tiempo.
–Una princesa no pediría más tiempo –dijo Neherenia negando con la cabeza.
–Entonces no se puede hacer nada.
–Si te quedas aquí hablando, desde luego. Beryl emitió un suspiro. Observó su cuerpo, que una vez había sido hermoso y ahora estaba ajado por la edad y lleno de dolores que ni los cálidos vientos de aquella isla de Florida podían curar. Tener ese aspecto para siempre y no poder regresar a su maravillosa vida…
–De acuerdo, me pondré con ello –contestó ella–. Sólo tengo que seguir haciendo las cosas paso a paso, una pareja cada vez. Vamos a ver quién va a venir al complejo esta semana –se sentó frente al ordenador y estudió con atención la lista de huéspedes. Un gemido escapó a sus labios y Neherenia miró por encima de su hombro.
–Entiendo lo que quieres decir –dijo Neherenia–. No parece haber nadie muy prometedor en esta remesa. Puede que tengas que esperar a la semana que viene.
Pero la semana siguiente estaría una semana más cerca de perder su juventud, su belleza y su vida para siempre.
–No. Si no hay dos personas en este grupo predispuestas a enamorarse, entonces elegiré a dos personas que no estén predispuestas a enamorarse y utilizaré un poco de magia.
–Sabes que tu magia está limitada.
–Lo sé –contestó Beryl–. Por supuesto que lo sabía. Lo había podido comprobar una y otra vez. Pero lo único que tenía era su magia sutil. Y, bueno, sí que tenía algo más–. Si no encajan, yo haré que encajen –añadió con aire desafiante–. Puede que no tenga mucho, pero tengo decisión. Mira. Ése –dijo poniendo el dedo sobre la pantalla–. Y ésa. Ella ya está aquí, lo cual puede hacer que me sea más fácil persuadirla. Y resulta que los dos ya tienen una conexión.
–No es una conexión positiva –dijo Neherenia cruzándose de brazos–. Se supone que tienen que ser amantes, no adversarios.
Beryl también se cruzó de brazos y miró a su madrina. –Me asignaste una tarea y me dispongo a cumplirla. Puede que quieras que fracase, pero no tengo intención de fracasar, si puedo evitarlo. Ahora, si no te importa, tengo muchas cosas que hacer. Si voy a intentar lo imposible, tendré que estar descansada. Hay que emparejar, les guste o no a los implicados. Tomó aliento y se alejó. Tras ella, Neherenia sonrió y dijo:
–Querida, no quiero que fracases. Espero que tengas éxito, pero estás… bueno, es una tarea difícil. Y has elegido hacerla más difícil tratando de emparejar a dos personas que no apreciarán tus esfuerzos. Por primera vez, incluso yo empiezo a dudar que puedas hacerlo. Suspiró y regresó al trabajo.