El beso del amor
Adaptación sin fines de lucro, es pura diversión, autora Myrna Mackenzie. Los personajes de Sailor Moon le pertenecen a nuestra queridísima Naoko Takeuchi.
El viaje a Chibas Acres no era muy largo, lo cual era algo bueno, pensó Mamoru al día siguiente, tras haber desembarcado del ferry que los había llevado a tierra firme. Porque si había dos personas que pegaran menos para pasar tiempos juntos metidos en una furgoneta, ésos eran Usagi Tsukino y él. El hecho de que aquella mujer no se hubiera echado para atrás al ver una furgoneta con remolque era de por si sorprendente.
Era evidente que no le pegaba aquello. Vestida con un traje de color gris que le llegaba por encima de las rodillas, con el pelo echado hacia atrás y recogido con una coleta con un clip plateado, Usagi era el epitome del refinamiento y el remilgo.
-¿Había montado antes en una furgoneta con remolque? –le pregunto sorprendiéndose a sí mismo.
Usagi lo miro como diciendo que no le gustaba que se rieran de ella.
-Bueno, normalmente solo viajo en calabazas plateadas tiradas por caballos blancos –dijo ella-, pero no se preocupe. Podre aguantar un viaje en furgoneta. Y, para que lo sepa, Señor Chiba, yo no le llamaría a esto una furgoneta con remolque tradicional. Tiene lector de DVD, un GPS, más portavasos de los que cualquier hombre podría necesitar y asientos de cuero. Si estuviéramos en un lugar más frio, apuesto a que tendría calefacción en los asientos –añadió con una sonrisa.
Mamoru no pudo evitar reírse.
-Touche, Señorita Tsukino. Probablemente me lo merecía, pero lo que quiero decir…
-Se lo que quiere decir, Señor Chiba –dijo ella con un suspiro-. No pinto nada en un rancho. Para que lo sepa, me he comprado unos vaqueros y acabare por ponérmelos. Es solo que… voy a conocer a su hija y…
De pronto Mamoru se dio cuenta de que estaba nerviosa, muy nerviosa por ir a conocer a sus bebe. Aquella mujer tan decidida que se había atrevido a desafiarlo a él, un hombre de un metro ochenta con un cuerpo forjado a base de trabajo duro, estaba nerviosa. No había cedido ni una pizca, ni cuando la había presionado o cuando era evidente que la ponía incomoda. Se había mostrado inflexible y rígida, pero se había vestido para impresionar a una niña de un año.
-Bueno, a Serena le gusta el gris –dijo el con una sonrisa y la esperanza de tranquilizarla-, pero sentirá decepcionada al ver que no lleva perlas ni guantes blancos.
Para su sorpresa, ella le devolvió la sonrisa. No fue solo una sonrisa educada, sino una sonrisa brillante que lo dejo casi sin respiración e hizo que un intenso calor se extendiera por todo su cuerpo como una corriente interna.
-Estaba pensando quizá en una diadema de diamantes –contesto Usagi.
-Eso sería genial –convino él. Su súbita reacción ante su sonrisa había sido una advertencia para mantenerse alejado de ella. Estaba harto de implicaciones sentimentales. Había perdido demasiadas cosas, su carrera futbolística, casi su matrimonio y, cuando finalmente había conseguido arreglar las cosas con Rei y había comenzado a albergar la posibilidad de un final feliz, también había perdido a su mujer. Así que, aparte de alguna visita ocasional a otra ciudad y a una mujer que, como el, no quería nada más que una relación física, mantenía la distancia con las mujeres. Hasta el momento no se había sentido tentado, y no iba a ocurrir entonces, sobre todo con una mujer que solo le traería problemas.
-Aquí estamos. Este es mi rancho, Señorita Tsukino –dijo el girando el vehículo a la altura de un cartel que declaraba que ya estaba en Chiba Acres-. Aquí es donde pasara las próximas dos semanas. Creo que puede dejar guardada la diadema.
Mamoru miro a su alrededor y acabo mirándola directamente a los ojos.
-Quizá tengas razón sobre la diadema –dijo ella suavemente-, ¿pero no crees que podrías llamarme Usagi durante las próximas dos semanas? Si vamos a vernos mucho.
-No lo haremos .dijo el de pronto, y entonces se dio cuenta de lo seco que había sonado. Había accedido a sus condiciones. Ser grosero y maleducado no haría sino que todo fuese más difícil-. Solo quería decir que probablemente te interese mas la casa –explico-. Serena pasa ahí la mayor parte del tiempo. Yo no estaré mucho por allí, salvo por las noches, pero si, entiendo lo que quieres decir. Yo no estoy acostumbrándome a que me llame Señor Chiba, así que Mamoru estaría bien.
Continúo conduciendo por la carretera que llevaba a la casa y volvió a mirar a su derecha otra vez. Ella parecía incrédula.
-¿Qué pasa? –pregunto él.
-¿Me dejarías pasar tiempo a solas con Serena? –pregunto Usagi, y por alguna razón parecía un poco indignada.
-¿Eso sería algo malo?
-Es un bebe. Y yo soy una desconocida.
Mamoru detuvo el coche
-Eres un enigma, Usagi. Me obligas a traerte a mi casa durante dos semanas para poder estar con mi hija y ahora te hace la ofendida porque crees que no me preocupo lo suficiente por ella.
-No me hago la ofendida –dijo ella con los brazos cruzados. Entonces Mamoru se detuvo a observas lo que antes no había apreciado bajo su ropa ancha y volvió a levantar la mirada, viendo como se sonrojaba y ponía los brazos mas arriba para cubrirse-. No me hago la ofendida –repitió-
Él no pudo evitar sonreír.
-Claro que sí, y también te avergüenzas. Relájate, Usagi. No suelo asaltar a mis invitadas, y no, no pretendo dejarte sola con mi hija. Tiene una niñera.
-Ah –dijo ella.
-Si, ah. No te ofendas, Usagi, pero no confió a Serena a nadie a quien acabo de conocer. La niñera, la Señora Luna, tuvo que darme cinco referencias personales y cinco profesionales, e hice que un detective la investigara. No me arriesgo cuando se trata de mi hija.
Ella asintió y pregunto:
-¿Has hecho eso conmigo? Contratar a un detective, quiero decir.
No lo había hecho, a pesar de que su abogado se había apresurado a investigar su pasado. No había encontrado nada malo. Ella era la hija mayor de Kenji Tsukino, un rico empresario conocido por cuidar solo de sí mismo. Su madre había muerto y su único pariente aparte de su padre, que estaba siempre ausente, era una hermanastra que era su socia en el negocio. No había más, aunque observando su perfil y las curvas que se dibujaban bajo su vestido, Mamoru se preguntaba si no sería capaz de encontrar algo más. Seguramente habría tenido muchos candidatos dispuestos a ser sus compañeros de cama.
-¿Hay algo que desees decirme, Usagi? –pregunto-. ¿Algún pecado del pasado que quieras confesar, algo que te haga menos merecedora de pasar el tiempo con mi hija?
Ella lo miro durante largo rato y entonces levanto un hombro.
-una vez robe una caja de bombones belgas del vestidor de mi madre. Así que sí, tengo hábitos incurables y terriblemente malos, así como un pasado criminal. Si no me vigilas, puedo convertir a Sere en una adicta al chocolate como yo. Soy una mujer peligrosa, Mamoru.
Lo estaba desafiando a contradecirla. No podía. Aquella sonrisa y aquellos ojos la hacían muy peligrosa. Hacía que un hombre deseara besarla, aunque supiera a bombones robados o simplemente a mujer.
-Entonces te tendré vigilada –dijo él. Y además lo decía serio. No podía ser despreocupado con Sere, incluso aunque quisiera mantener la distancia con esa mujer.
Aparco el coche frente a la casa, una granja de dos pisos con un porche en tres de sus lados.
-Que tono tan bonito de azul –dijo ella refiriéndose al color de la madera-. Aunque es un tanto femenino. No me lo habría imaginado de un hombre que conduce una enorme furgoneta negra.
-El color de la casa fue elección de mi mujer –dijo Mamoru.
-Lo siento –dijo Usagi con solemnidad.
-No lo sientas. Simplemente has preguntado por la pintura. No son las preguntas lo que tienes que sentir.
-Lo sé, pero… ¿Hace mucho que perdiste a tu mujer?
-Murió el día que nació Serena, así que ahora solo estamos mi hija y yo. Y así será siempre –sabía que sus palabras sonaban como si estuviera haciendo una advertencia. Pero las decía más para sí mismo, como recordatorio de que, a pesar de haber llevado a una hermosa mujer a su casa, no estaba allí porque él quisiera.
-Lo comprendo. A mí tampoco me interesan mucho los hombres.
El arqueo la ceja.
Usagui se sonrojo y añadió.
-Quiero decir que no me llevo tan bien con ellos, al menos a largo plazo. Me gusta no tener que dar explicaciones más que a mí misma, y no tengo intenciones de que sea de otro modo. Yo encajo conmigo misma mejor de lo que cualquier hombre podría encajar jamás.
Ah, o sea que ella también tenia barreras. Llevaba tiempo sin estar con ningún hombre y quería seguir así. Eso debería haberle puesto contento.
Sin embargo, le hizo preguntarse exactamente cuánto tiempo habría pasado desde que la habían besado por última vez hasta perder el sentido, y cuanto pasaría hasta que volviese a suceder.
