El beso del amor
Adaptación sin fines de lucro, es pura diversión, autora Myrna Mackenzie. Los personajes de Sailor Moon le pertenecen a nuestra queridísima Naoko Takeuchi.

Usagi estaba mucho más preocupada por su reacción ante Mamoru que por su reacción a su furgoneta. Las furgonetas no hacían que una mujer como ella. Pero cada vez que Mamoru la miraba, ella era increíblemente consciente del hecho de que era mujer, algo que normalmente no le ocurría.

Pero nada de eso era importante en ese momento. En un minuto iba a conocer a la niña que llevaba una parte de ella.

Apretó los dedos mientras Mamoru rodeaba la furgoneta para ayudarla a bajar. Sintió la mano fría en la suya caliente cuando la tocó.

-Es solo un bebé -le recordó Mamoru, y es esa ocasión sus ojos eran incluso amables.

-Nunca he conocido a ningún bebé. ¿Y si no sé lo que hacer?

-Los bebés tienen la habilidad de hacer que dejes de pensar. Simplemente deja que ocurra –sugirió él.

En ese momento, el ruido de neumáticos y la arena volando por los aires anuncio una nueva llegada.

-Ben –fue todo lo que Mamoru dijo, pero el hombre ya estaba saliendo de su furgoneta con cara de preocupacion.

-Ven, Mamoru –dijo el hombre-. Siento llegar así, pero tenemos un pequeño problema. Hoagie estaba haciendo el tonto dando vueltas con el coche en el campo y ha chocado contra la valla de los pastos del sur. Ahora nuestros toros más bravos se han mezclado con las vacas de la Señora Eudial y ya sabes cómo se pone. Cuando vi el polvo de tus neumáticos, dejé a los chicos ocupándose de todo y vine aquí a toda velocidad.

Mamoru murmuro algo en voz baja, una palabra que Usagi estaba segura que jamás utilizaría delante de su hija. La miro y luego miro hacia la casa. Finalmente miro en la dirección de la que había venido Ben. Entonces comprendió que no quería dejarla allí con la niña mientras él se ocupaba de la emergencia.

Probablemente debería de sentirse furiosa, pero tras haber escuchado lo que pensaba sobre dejar a su hija con un desconocido, no podía enfadarse.

-Esperare en la furgoneta –dijo ella.

Él no se detuvo a discutir, solo se aseguró de que se acomodara en el asiento antes de cerrar la puerta y emprender una carrera campo a través de Ben.

-Gracias. Lo siento.

-¿Hay algún peligro?

-Realmente no. Solo que mis toros se aprovechen de las vacas de la Señora Eudial. La Señora Eudial no aprueba que los animales se apareen ilícitamente. Tiene pocas vacas, pero las que tiene las considera como mascotas y las insemina artificialmente. No es que ella pueda detener a la naturaleza, pero... bueno, tiene su parte de razón. Mis animales no pintan nada en su territorio. No es una manera apropiada de comportarse con los vecinos. Si un hombre no puede controlar a su propio ganado, o en este caso a sus propios hombres, no tiene futuro como ranchero.

-Pero si tu ni quiera estabas allí.

-No importa. Yo estoy a cargo. Estoy seguro de que sientes lo mismo con tu negocio. Aunque te hayas ido, las cosas tienen que marchar bien.

Por un segundo, Usagi se preocupó por haber dejado a Mina a cargo de todo. Sabía lo que Mamoru quería decir. En ese momento él detuvo la furgoneta en seco. Había caballos atados a otro vehículo.

-A partir de aquí tengo que ir a caballo. La señora Eudial es una purista, así que no puedo meter un vehículo en su propiedad a no ser que estemos en carretera. No salgas de la furgoneta –le dijo.

-Yo no soy ningún peligro para tu rancho –dijo ella ligeramente furiosa-. No pretendo sabotearte solo porque no me gustes.

-No me preocupa eso –dijo él sorprendido-. Es solo que no quiero que te hagan daño. ¿Tienes idea de lo que pesa un toro o una vaca?

-¿Mucho?

-Sí, mucho es una buena cantidad –dijo él con una sonrisa-. Eres una chica de ciudad. No quiero que te rompas un pie, o algo peor. Puede que la gente piense que te he traído aquí para librarme de ti.

Seguía sonriendo, pero Usagi no estaba segura de sí estaba bromeando. Eligio pensar que sí.

-Me quedare en la furgoneta.

-Sera mejor, chica de ciudad.

Entonces se acercó a uno de los caballos junto con Ben y los dos se alejaron al galope.

Usagi estaba encerrada dentro de una furgoneta, rodeada de nada más que hierba y algunos árboles esparcidos, llevando zapatos de tacón y un vestido. Su bebe no estaba cerca, ni tampoco el hombre que le había llevado hasta allí. Pero en algún lugar, no muy lejos, podía escuchar el sonido que haca algún tipo de ganado. Se preguntaba si tendría cuernos. Mamoru probablemente tuviera razón, ella no encajaba allí en absoluto.

Seguía pensando lo mismo mucho después, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte. Habían pasado horas desde que había comido y desde que había visto a otro ser humano. Había estado a punto de arriesgarse a caminar por el campo en busca de Mamoru, pero había recordado lo que él había dicho sobre el peso de una vaca.

Y cuando una vaca paso junto a la furgoneta, Usagi se quedó quieta.

-Buena chica –dijo ella, y la vaca se agacho, olisqueando el manillar de la puerta. Deseaba poder ser una de esas personas que podían sacar la mano por la ventanilla y apaciguar a un animal, hechizándolo, pero no lo era.

Se preguntaba si se sentiría extraña con la hija de Mamoru. No quería eso. Era importante que aquellos días se convirtiera en algo especial, algo distinto de lo que ella había compartido con sus propios padres. Obviamente, Mamoru adoraba a su hija. Ella también quería ser una madre devota. Por un instante consideró la posibilidad de pedirle que le dejara darle lecciones a la niña, entonces se dio cuenta de que no podría, teniendo en cuenta que lo había obligado a meterla en su vida.

En ese momento levanto la vista y lo vio acercándose a ella, con las nubes tras él pintadas de rojo, naranja y morado. Parecía alto, fornido y cansado, y la persona más familiar que había visto en las últimas horas. Sentía una enorme y absurda necesidad de ir hacia él. Sin embargo, apretó las manos y se quedó quieta mientras Mamoru le daba a la vaca una ligera palmadita que hizo que el animal se alejara.

-¿Es amiga tuya? -pregunto él mientras abrió la puerta.

-Pensé que la habías mandado para que me vigilara.

Él arqueo una ceja y dijo:

-No soy tan malo, aunque esa habría sido una buena idea.

-Bueno –dijo ella mientras él subía a la furgoneta-, ¿ya está todo arreglado?

-Si, Ben y Hoagie van a llevar a los animales de vuelta al establo. ¿Estás segura de que estas bien? Me ha llevado más tiempo del que pensaba.

-Me he quedado en la furgoneta como dijiste. No me he roto nada. Puedes relajarte.

Pero no parecía relajado.

-De acuerdo, iremos a conocer a Serena –dijo él, y por fin Usagi lo comprendió.

Había pasado varias horas trabajando duro y además tenía que llevar a una mujer que no le gustaba a conocer a su hija.

Una vez más, se sintió como una intrusa.

-¿Usagi? -pregunto con voz cálida y tranquila mientras la oscuridad los rodeaba. Ella se preguntó cuántas mujeres se habrían acurrucado contra el en la noche al decir su nombre de aquella manera, lo cual era algo en lo que no debía pensar en absoluto.

-¿Que?

-Gracias por quedarte en la furgoneta. No debería haber sido maleducado con una mujer, sobre todo una que es mi invitada. Mi madre no me lo habría perdonado si supiera que se me ha olvidado como ser un caballero.

-Estabas protegiéndome.

-Estaba enfadado porque no sabía qué diablos hacer contigo –contesto Mamoru, y sus palabras trajeron consigo un antiguo dolor. Nadie en su familia había sabido jamás que hacer con ella-. Debería haberte llevado a casa.

-No, no es verdad –dijo ella, y lo decía en serio-. Cuando Serena nació, a ti te toco protegerla. Eso puede implicar tener que ser maleducado con la gente de vez en cuando. Me gusta el hecho de que te preocupes tanto por ella.

-Todo padre quiere así a su hija.

-No todos los padres.

Y de pronto Usagi sintió que la estaba observando. Deseo poder tragarse las palabras.

-No puedo esperar a ver la sonrisa de tu hija –dijo tratando de cambiar de tema-. ¿No puedes ir más aprisa?

-No te preocupes, llegaremos pronto a casa –dijo él, y era evidente a juzgar por el tono de su voz, que adoraba su casa.

Ella nunca había tenido una casa de verdad, un hogar, pero no quería pensar en eso. Y no quería que Mamoru volviese adoptar esa mirada de nuevo, esa mirada que le decía que iba a desenmascarar todos sus secretos y a descubrir sus debilidades.

-¿Esta vez vas a dejarme pasar? -pregunto ella tomándole el pelo

-Esta vez sí. Vamos dentro –dijo él tras detener la furgoneta, y la mirada de sus ojos ocultaba más cosas de las que decía. Usagi estaba segura de que cualquier mujer habría desfallecido de deseo si Mamoru Chiba la hubiera invitado a entrar en su casa.

Pero ella sabía que no era una invitada que fuese bienvenida. Ella tenía una razón para estar allí.

-Vamos a comenzar nuestro tiempo juntos –dijo ella-. El reloj ha empezado a correr.