El beso del amor
Adaptación sin fines de lucro, es pura diversión, autora Myrna Mackenzie. Los personajes de Sailor Moon le pertenecen a nuestra queridísima Naoko Takeuchi.
Serena estaba en el suelo, sentada entre una pila de bloques de plástico, uno de los cuales se pasaba de mano a mano. Levantó la cabeza cuando Mamoru y Usagi se aproximaron, e inmediatamente sus ojos se iluminaron.
Levanto los brazos y dijo:
-¡Pa!
Él se agacho y la tomo en brazos.
-Hola, calabacita –dijo Mamoru dándole un suave beso en la cabeza-. Te he echado mucho de menos, cariño
Serena balbuceo, lo miro con sus enormes ojos azules y entonces centro su atención en Usagi. Inmediatamente se puso en alerta y su cuerpo se tensó ligeramente.
-Oh, eres absolutamente maravillosa –dijo Usagi con un susurro casi inaudible. No trato de acercarse no tocar a Sere.
-Buh –dijo Sere, y Usagi miro a Mamoru extrañada. Él observo que el azul de sus ojos era casi idénticos a los de su hija. Rei, su esposa, habría estado feliz. Quería que su hija tuviera ojos azules. Quería muchas cosas, pero él no siempre había sido capaz de estar a la altura.
-¿Buh? -Pregunto Usagi imitando el tono de la niña, y Mamoru sonrió y se encogió de hombros.
-No sé. Es una palabra que sirve para todo y que utiliza con cualquier cosa o persona nueva.
-De acuerdo –dijo Usagi aun susurrando. Y de pronto le tocó la manga-. Me daba miedo que se pusiera a llorar. Al menos no ha llorado, Mamoru.
-Usagi, no serás una mujer asustadiza -dijo él.
-Dijiste que era dura –contestó ella con voz casi inaudible.
-Lo eres. No es un insulto. ¿No te lo había dicho nunca nadie?
Le observó la melena rubia y sedosa y, en ese momento, ella levanto la mirada durante un instante, antes de volver a centrar su atención en Sere.
-La mayor parte de la gente cree que es fácil tratar conmigo –admitió ella.
-¿Contigo?
-Si. Suelo dejarme llevar para llevarme bien.
-Entonces yo debo despertar algo muy malo en tu interior –dijo él carcajeándose.
Ella volvió a mirarlo con preocupación en los ojos-. Relájate. No me importa tener algunas confrontaciones. Solía jugar al futbol.
-Apuesto de que se te deba bien –dijo Usagi, miro sus bíceps e inmediatamente Mamoru sintió la absurda y masculina necesidad de demostrarle lo fuerte que era haciendo algún gesto.
Sin embargo, simplemente arrugo la nariz y dijo:
-Eso fue hace mucho tiempo.
Había tenido muchos sueños fallidos desde entonces.
-¿Buh? -dijo Sere acurrucándose contra el pecho. Él aspiro su fragancia de bebe.
-Pequeña tirana –dijo él, y Sere se rió y le dio un extraño beso sobre la camisa, dejando una mancha húmeda sobre la tela.
Mamoru oyó un sonido y bajo la mirada, viendo que Usagi tenía los ojos llorosos. Pero no había intentado tocar a Sere. No había hecho ningún intento de comunicarse con la niña.
-Sere, cariño, esta es... la señorita Tsukino –el nombre sonaba demasiado formal para una niña de un año, ¿pero cómo diablos iba a presentarle a Usagi a su hija?
Usagi miro a la niña como embobada, como si nunca hubiera visto nada tan precioso en su vida.
Por alguna razón que no alcanzaba a comprender, él le entregó a la niña.
-No muerde –dijo-. Al menos no con frecuencia.
Usagi lo miró como si le estuviera regalando diamantes, o un castillo lleno de rosas. Quizás un garaje lleno de rosas. Quizás un garaje lleno de Ferraris.
-¿Estás seguro?
-No creo que vayas a hacer nada drástico conmigo aquí al lado.
Usagi sonrió y estiró los brazos. Sere fue directa a ella. Era evidente que Usagi ya había tomado en brazos a un bebé con anterioridad, pero no con frecuencia. Tenía la posición correcta, pero seguía pareciendo extraña. Aunque nada de eso importaba, porque parecía una mujer teniendo una experiencia sumamente placentera.
Hasta que Sere empezó a llorar.
-Oh, no. La he asustado, Mamoru –dijo Usagi mirándolo con ojos tan asustadizos como los de la niña.
Y era lógico, porque Sere había comenzado a gritar desesperadamente.
Usagi estiró los brazos para devolverle a la niña. ¿Qué otra cosa podría hacer él? Tomó al bebé en brazos y le acaricio la espalda para tranquilizarla.
-No pasa nada –dijo él, y se preguntó si estaba hablándole a su hija o a la mujer preocupada que tenía a su lado con labios temblorosos.
Pero no parecía que Usagi se tranquilizara con sus palabras de ánimo. Luchó contra aquello que la estuviera inquietando y consiguió sonreír, aunque sus ojos se seguían viendo la tristeza.
-Supongo que es hora de que Sere se vaya a la cama –dijo él, y abrazo a la niña con fuerza. Luego se la entregó a la señora Luna, la niñera, una mujer delgada y estirada a la que le encantaba la niña.
Sere se fue con ella sin quejarse y Mamoru se giró hacia Usagi cuando los dos se quedaron solos.
-Llevará tiempo –dijo él. Pero los dos sabían que tiempo no era algo de lo que dispusiera.
Mas tarde aquella noche, Mamoru se despertó al oír a alguien moviéndose por la casa. Se puso unos vaqueros, se levantó y se dirigió al salón.
Usagi estaba sentada en el sofá con una bata azul de cuello alto cubriéndola del cuello a los pies. Tenía el pelo suelto alrededor de la cara y parecía muy joven, mucho más joven que los treinta y un años que el informe de su abogado decía que tenía.
Sobre el regazo tenía un álbum de fotos abierto. Un álbum que contenía todas las fotos que él le había sacado a Sere durante el último año. Cuando dio un paso al frente y el suelo de la vieja casa crujió, ella levantó la mirada
-Lo siento. ¿Te he despertado? -pregunto
Él negó con la cabeza y dijo:
-Normalmente me doy una vuelta a esta hora de la noche para asegurarme de que todo está tranquilo y de que Sere está bien.
-Yo solo estaba... -Usagi señaló el álbum sobre su regazo-. Usagi señalo el álbum sobre su regazo-. Parece un bebé muy feliz.
-Sonríe todo el rato. Relájate, Usagi. Es un bebé. Le lleva tiempo acostumbrarse a la gente. No le has causado ningún daño permanente a la gente. De hecho, apuesto a que ahora mismo, mientras duerme, está sonriendo. ¿Quieres venir a ver?
A Usagi se le ilumino la cara y adoptó una mirada ansiosa.
-Por favor.
¿Y qué podía hacer él si no darle la mano? ¿Y qué podía hacer ella si no aceptar lo que él le ofrecía?
Su piel era suave y tersa bajo sus dedos. Hacía mucho tiempo que no le daba la mano a una mujer de esa forma. La llevo al dormitorio de su hija y abrió la puerta silenciosamente.
Los dos entraron de puntillas. Sere no estaba exactamente sonriendo, pero con su pijama rosa, sus pestañas oscuras y sus rizos, y sus labios sonrosados y apretados, parecía un ángel en la tierra. Su respiración era tranquila y firme, y Mamoru sintió una punzada en el corazón al mirarla y saber que era suya.
Miró a su lado. Iluminada por la leve luz que provenía de la puerta y por la pequeña lampara con la forma de conejitos, Usagi también parecía un ángel. Pero un ángel maduro con cuerpo de mujer. Ella miraba a la niña con ojos brillantes, pero cuando lo miro a él, Mamoru pudo ver el dolor en ellos.
Se retiraron de la habitación y cerró la puerta.
-Quiero una –susurro ella riéndose en voz baja-. Que afortunado eres. Se me derrite el corazón solo con mirarla.
Él arqueó una ceja y preguntó:
-¿Y yo he dicho que eres una mujer dura? Quizá no sea cierto del todo.
Ella levantó la barbilla y le dirigió aquella mirada que hacía que todas sus necesidades desaparecieran de sus ojos, como él pretendía.
-Ya te he dicho que no soy dura en absoluto. Y, para que lo sepas, nunca nadie más que tú me había llamado eso.
-Oh, sí, me dijiste que era fácil llevarse bien contigo –dijo él sacudiendo la cabeza con incredulidad.
-A veces la gente incluso me llama malvavisco –Contesto Usagi frunciendo el ceño.
-A mí me suena a mentira piadosa –agregó Mamoru riéndose.
-Es cierto. Casi nunca discuto. No soy una luchadora.
-Te lo estás inventando.
-No es cierto –dijo ella, y lo miró indignada.
-Creo que eres una luchadora cuando realmente importa –y por alguna razón que no quería analizar, se acercó a ella.
Ella se quedó con la boca abierta.
Mamoru estiró la mano y le acarició la barbilla con los dedos.
.¿Qué estás haciendo? -preguntó Usagi con voz temblorosa, pero aun así desafiando. Sus labios eran carnosos y sonrosados, e increíblemente apetecibles.
Mamoru levantó la cabeza y frunció el ceño.
-Usagi, se suponía que decirme que parase. Quizá incluso darme un pisotón en el empeine o un puñetazo en el estómago.
-¿Me has besado con la intención de que yo te atacará? Preguntó ella boquiabierta.
Mamoru se pasó la mano por el pelo revuelto y dijo:
-Hasta ahora no has dejado que me salga con la mía en nada. Solo quería asegurarme de que no eras un malvavisco ni una persona fácil cuando se trata de cosas importantes, en los momentos en los que tienes que ser dura e inflexible –se le ocurrió que Usagi era mucho más deliciosa y apetecible que cualquier malvavisco que jamás hubiera probado.
-Ya entiendo. Entonces... si vuelve a ocurrir...
Mamoru esperaba que no ocurriera, porque su cuerpo le estaba pidiendo algo más que unos simples besos, y eso no podría pasar.
-No dudes la próxima vez –dijo el-. Simplemente pégame un puñetazo. Aunque no pretendo dejar que vuelva a ocurrir.
-No, por supuesto que no. Solo estabas tratando de demostrar algo.
Él dejó estar la mentira.
-Debes de haberme pillado con la guardia baja –dijo ella mordiéndose el labio-. No tengo mucha experiencia besando y estaba distraída. Así que si, te prometo pegarte con fuerza si alguna vez tratas de volver a besarme.
-Bien. Cuento con eso –dijo él.
Pero cuando ella se fue a la cama. Mamoru no pudo evitar pensar que valdría la pena soportar algunos golpes con tal de volver a saborear sus labios.
Lo primero que hizo Usagi al despertarse a la mañana siguiente fue tocarse los labios. Aún seguía sin poder creer que Mamoru la hubiera besado. Se preguntaba porque lo habría hecho.
¿Habría sido un castigo por haberlo obligado a aceptarla en su familia? Pero lo dudaba, porque él le había dicho que esperaba que ella se echara hacia atrás y lo golpeara. Quizá solo la estuviera poniendo a prueba. Solo podía esperar que él jamás descubriese que había disfrutado con el beso. Había sido corto, pero ella había estado a punto de echarse hacia delante y rodearle el cuello con los brazos, presionadose contra su cuerpo.
Si él se daba cuenta... bueno, ya era suficientemente horrible el hecho de que ella lo supiera, y no iba a pensar en ello.
Mamoru le había dicho que no volvería a pasar. Ella había prometido que lo golpearía si sucedía. Fin de la historia. Simplemente había tratado de demostrar una cosa, y estaba claro que no tenía interés en volver a tocarla.
Además, todo había sucedido en mitad de la noche, cuando todo parecía tan surrealista. Pero por la mañana llegó un nuevo día. Iba a tratar por todos los medios de ganarse al bebé. Requería paciencia y muchas horas de espera. Tenía experiencia con ambas cosas.
Con una sonrisa, Usagi salió de la cama, se duchó y se vistió. Se miró en el espejo y se sorprendió al verse algo de color en las mejillas. Por alguna razón eso la puso nerviosa. Hacía que pareciese una persona diferente de lo que era habitualmente.
-Tonta –se dijo a sí misma-. Probablemente estuviste demasiado tiempo al sol ayer por la mañana. Tendrás que tener cuidado aquí, estando en un sitio abierto.
Se dirigió a la cocina y, cuando llegó, Mamoru estaba sentado a la mesa desayunando.
Usagi parpadeo y miro el reloj.
-¿Los rancheros no tienen que levantarse de noche para hacer... lo que sea que hagan? -preguntó.
-He estado despierto haciendo lo que sea que hago –dijo él-. Ahora estoy desayunado. Luego me iré y seguiré haciendo cosas.
-Ah, eso está bien –dijo ella con una sonrisa. No quería que pensara que quería pasar tiempo con él. O que tenía esperanza por poder estar a solar -gruñó él.
-Oh, sí -convino Usagi-. Lo estoy. Tengo un plan.
-¿Un plan? -preguntó Mamoru dejando de comer.
-Para ganarse a Sere. Todo va a salir a la perfección, creo. Tú simplemente vete a hacer...
Lo que sea que hago –concluyó él, y se levantó de la mesa.
Usagi lo observó mientras él se estiraba y se fijó en todos sus músculos. Fingió no advertir el cosquilleo que recorría todo su cuerpo y que hacía que todas sus terminaciones nerviosas se pusieran en alertas.
-Que tengas un buen día –dijo Mamoru-. Sere aún está dormida, pero la señora Luna está por aquí. Estoy seguro de que te servirá de compañía.
Entonces se puso una gorra de béisbol en la cabeza y abandonó la casa, haciendo que la malla metálica de la puerta rebotara a su paso.
Usagi sintió cómo su sonrisa se esfumaba. Era como si Mamoru tuviese una cuerda atada al sol y se lo llevase consigo.
La señora Luna entró en la cocina en ese momento con una expresión amarga en el rostro.
-No estoy aquí para hacerlo todo por usted. Vamos a fregar los platos antes de que el huevo se quede pegado. Y no haga ruido o despertara al bebé. Al señor Chiba no le haría ninguna gracia. No le gusta que nadie le cause problemas a él ni a su hija. Probablemente usted debería saberlo. Si yo fuera usted, pensaría en marcharme cuanto antes.
Usagi miro a la mujer, que tenía el ceño fruncido. Genial, otra persona que no la quería allí. Definitivamente, iba a ser un día lleno de diversión.
