Lincoln sale de la cárcel

–Muy bien, papá –indicó Lynn tras haber trepado al brazo del sillón y ponerse en posición, lista para efectuar un gran salto–. Dilo.

–No, no lo voy a decir –replicó el hombre al mirar a su hija, que en esa ocasión vestía con ropas de vaquero en lugar de la deportiva de siempre–. Ni creas que te vamos a apoyar en esto.

–¿Pero por qué no?

–Porque –procedió a explicar Lori–, literalmente, de todas esta es la cosa más estúpida que se te ha ocurrido.

–Si –secundaron su madre y el resto de sus hermanas al unísono.

–Ez una completa eztupidez –reiteró Lisa.

–No puedes entrar al rodeo de este viernes –la amonestó Luan.

–No sabes nada de caballos y es peligroso hasta para ti –terminó de decir Rita.

–Vamos, chicos, será emocionante que practique un deporte diferente –insistió la castaña, pasando a mostrar a todos el renglón subrayado en una pagina de un panfleto de teleguía–. Además, tenemos que seguir el guión que nos dio el staff. Miren, aquí en la programación de esta semana dice: Lynn se lleva más de lo que esperaba cuando se une al rodeo.

–Bien… –accedió su padre de mala gana, tras lo cual se encaminó al pie de las escaleras y se aclaró la garganta para llamar a su hijo–. Ejem… ¡Lincoln, hora de cenar!

Como no hubo respuesta inmediata, a su llamado el señor Lynn añadió:

–¡Hoy hay nuggets de pollo!

Tras haber dicho esto, en la planta alta se oyó un rápido corretear e inmediatamente después el peliblanco bajó las escaleras a toda prisa.

En el momento en que ingresó al estar, Lynn Jr. aprovechó para brincar del sillón y cayó sentada sobre su espalda con las piernas extendidas a ambos lados.

–¡Ay!

–¡Arre, caballito, arre…!

–Oye, ¿Qué…?

–¡Arre…!

En cuanto estuvo montada encima de el, Lynn chocó repetidamente sus talones contra las costillas de su hermano, obligándolo así a saltar frenéticamente por todo el estar. Todo esto al tiempo que con una mano se mantenía sujeta del cuello de su polera. Con la otra se quitó su sombrero de vaquero y empezó a sacudirlo en el aire.

–¡Arre, arre, arre…!

–¡Lynn!, ¡¿qué estás haciendo?! –protestó Lincoln mientras forcejeaba por sacudírsela de su espalda.

–¡Arre, arre…!

–¡Quítate de encima, imbécil!

Pero por mucho que lo intentase, Lincoln tampoco conseguía erguirse, dado que Lynn ejercía el peso de su cuerpo de tal forma que no resultaba tan pesada como para saltar con ella arriba de su lomo, pero si lo suficiente para que a todo momento se viese en la necesidad de mantenerse en cuatro patas.

–Eso, arre… –dijo muy contenta su hermana quien seguía usándolo como montura, ante las miradas de desaprobación y cansancio del resto de la familia–. Arre…

–A ver si nos cancelan de una maldita vez para que ya no nos hagan hacer tonterías como esta –comentó Leni negando con la cabeza.

Finalmente, Lincoln se cansó de luchar y acabó por desplomarse en el suelo, a lo que Lynn se levantó y sacó una cuerda del bolsillo trasero de sus pantalones.

–Oye, ¿qué estás haciendo?… –inquirió el albino otra vez, en cuanto la mayor lo hizo girarse sobre su espalda aprovechando que estaba muy cansado para oponer resistencia y de allí procedió a maniatarlo de pies y manos como a un becerro–. ¡No, espérate…!

–Estoy practicando para el rodeo de este viernes –respondió en lo que terminaba de asegurar el amarre.

Acto seguido, cargó con el alzándolo del amarre mismo y lo llevó hasta la cocina.

Allí lo depositó en el suelo bocabajo y se aproximó a retirar algo de la estufa encendida.

–¿Qué es…? –balbuceó Lincoln, momentos antes de caer en cuenta que aquello que Lynn tenía sujeto por el mango: ¡era una marca de ganadería con dos L forjadascomo iniciales! –. ¿Para… Para que es…?

–Ahora que te domé –respondió su hermana, quien como si no fuese la gran cosa empezó a acercársele con la varilla de hierro calentada al rojo vivo–, tengo que marcarte, eso es todo.

–¡¿Marcarme?! –gritó el chico espantado.

–Si.

–¡Oye, no!

De inmediato y como pudo, Lincoln se tumbó de espaldas y se sacudió desesperadamente haciendo lo posible por repeler a Lynn cuando esta quiso bajarle los pantalones.

–Oye, quédate quieto, apestoso.

–¡NO! ¡MAMÁ, PAPÁ, CHICAS! ¡QUE ALGUIEN DETENGA A ESTA LOCA!

–¿Y ahora que pasa? –exigió saber Luna quien en ese momento entró a la cocina en compañía de las gemelas.

–¡Hey, chicas, alguien deténgala!

–Oigan, sujétenlo, por favor, ¿si? –pidió en cambio Lynn.

–Si –asintieron en sincronía las gemelas, quienes acudieron a retenerlo entre las dos.

–Rápido, que la marca se enfría.

–¡¿Qué?! ¡No, niñas! –gritó Lincoln con desesperación–. ¡No le hagan caso!

–Linky, por favor quédate quieto –pidió Lola al albino que luchaba por soltarse de su agarre.

–¡Luna! –suplicó a la rockera–, ¡ayúdame, por favor!

–Lo siento, hermano –se excusó la otra muy apenada–. Pero es que son ordenes del staff.

–Listo –avisó Lana a Lynn en cuanto pudo quitarle el cinturón a Lincoln.

–¡Por favor, Lynn, no lo hagas! –suplicó este entre gritos a la deportista que apuntó el fierro encandecido en dirección a sus posaderas.

–Ya, no seas llorón –repuso ella–. Soló te dolerá unas tres semanas.

Mas, una vez Luna le dio bajando los pantalones y puso la retaguardia de su hermano al descubierto, tanto Lynn como todas las demás ahí presentes apreciaron que la nalga derecha de Lincoln ya tenía formadas dos cicatrices causadas por una quemadura de segundo grado. Ambas claramente formando las iniciales: RS.

–¿Y eso qué? –preguntó Luna más confundida que nunca.

En eso, la puerta principal de la casa Loud se abrió de golpe y Ronnie Anne Santiago entró cabalgando sobre Lalo que llevaba calzada una silla de montar y unas riendas que tenía sujetadas con sus poderosas fauces de mastín.

Frente al resto de la desconcertada gran familia, el gigantesco can pasó trotando de largo por la sala, ingresó a la cocina y se plantó amenazante ante el grupo de hermanas que hacía unos segundos pretendían marcar al indefenso peliblanco con un fierro ganadero.

–Ese potro, es mi potro, Loud –le reclamó Ronnie Anne a Lynn, señalando sus iniciales marcadas en el trasero de Lincoln.

Y ni bien dijo esto, la hispana sacó una cuerda con la que lazó a su entre comillas "amigo" de pelo blanco, a quien haló con suficiente fuerza para subirlo atrás de ella en el lomo del enorme perro.

Después, con un golpe de sus talones y un efusivo tirón de sus riendas, Ronnie Anne hizo que Lalo se diera media vuelta y echara a correr por donde vino, frente a las expresiones de mayor confusión de todos los integrantes de la casa Loud.

–¿Que rayos fue eso? –tuvo que indagar Rita una vez los intrusos salieron por la puerta principal; pues, hasta donde había visto bien, una niña mexicana montada en un perro acababa de secuestrar a su único hijo varón frente a sus ojos.

–Nha, que más da, mamá –dijo Lynn al volver de la cocina y sin prestarle mayor importancia–. Lo importante aquí, es que estoy lista para el rodeo.


El día viernes como se había anunciado durante toda la semana, se celebró el tan mencionado rodeo en el estadio de Royal Woods.

–Mamá –preguntó Lincoln quien previamente acudió a reunirse con el resto de su familia en las tribunas después de haber estado ausente por más de setenta y dos horas. Ese día su cara y brazos aparecían llenos de moretones, sus ropas estaban todas rasgadas, su pelo alborotado, su oreja izquierda presentaba marcas de dientes, en su cuello tenía formados tres chupetones y en su frente alguien había escrito la palabra LAME-O con marcador permanente pero con un corazón en lugar de O–, ¿cuando es turno de Lynn?

–No lo sé, cariño –contestó preocupada–. Pero todos debemos orar para que tu hermana logré salir ilesa de todo esto.

–¡Ga ga, ga ga! –balbuceó la pequeña Lily con enojo.

–¿Qué dijo? –preguntó Luna a Luan.

–Dijo –empezó a traducir su hermana menor inmediata–: los caballos apestan, y aquí hace calor. Me quedé dormida en el auto y ahora estoy irritable.

–Que espectáculo tan degradante –comentó en voz alta el director Huggins, quien casualmente también se encontraba entre el publico en compañía de su secretaria y más casualmente estaba sentado a la izquierda de Lucy.

–No tiene que decírmelo –secundó la pequeña gótica a su afirmación–. Nada como un montón de adultos molestando a animales por diversión. Es increíble que todavía sea legal. Sólo vine porque la idiota de mi hermana está en el rodeo.

–Nosotros vinimos porque vamos a escribir un articulo para el periódico escolar –explicó el director de su escuela–. Una de las competidoras es la ex estudiante Polly Pain.

–¿En serio?

–Si –afirmó Cheryl quien estaba sentada a la izquierda del director Huggins–. Resulta que es un prodigio de la equitación de doce años. Al parecer montó un toro para abortar y descubrió que tenía talento para esto.

–Ah –se atrevió Lincoln a intervenir en la conversación al oír eso ultimo–. Entonces por eso es que ya no la hemos visto con las otras compañeras de roller derby de Lynn.

–Exacto, pastelito de merengue.

Damas y caballeros –anunció el comentarista a través del altavoz–. Un indiferente aplauso para la nueva jinete de toros: Lynn Loud the Kid.

Ante las ovaciones del publico, Lynn salió a la arena cabalgando sobre un imponente y fiero toro de color alazán con un mechón de pelo blanco en su cabeza… Al que no le costó mucho trabajo sacudírsela de su lomo con un par de brincos muy violentos.

–¡Ay!

Ju, eso tuvo que doler –bromeó el comentarista en cuanto la desafortunada castaña cayó despatarrada sobre el piso de tierra.

Y la cosa no acabaría ahí, en absoluto. De hecho lo feo apenas estaba por empezar.

–¿Sabes lo que soy allá en el rancho? –le habló el animal a Lynn, tras incorporarse sobre sus dos patas traseras–. Soy un semental.

–¿Qué… Qué es eso? –preguntó atemorizada.

–Lo vas a descubrir –respondió el toro de modo sugerente.

Aterrorizada, y con la certeza de que su inocencia estaba en juego, la chica trató de huir, pero el inmenso animal se inclinó a halarla de los pies con sus pezuñas delanteras.

–¿A dónde vas, chiquita? –bramó el toro parlante que ya había empezado a quitarle la ropa mediante violentos golpes de sus pezuñas–. Es hora de divertirnos. ¡Muuu…!

–¡No! –chilló Lynn mientras luchaba por quitárselo de encima.

–¡Muuu…!

–¡No, por favor, sólo soy una niña!

–¡MUUU…!

En las tribunas, todos los de su familia no tuvieron de otra que limitarse a mirar con desagrado y horror como el toro la obligaba a ponerse bocabajo y empezaba a hacer lo suyo, a la espera de que los payasos de rodeo salieran a la arena a intervenir.

O casi todos, ya que Lucy, indiferente al sufrimiento de su hermana mayor, seguía entretenida en su platica con el director Huggins y la secretaria Cheryl.

–¿Y por qué ustedes escriben el artículo? –preguntó–. ¿No se supone que eso lo tienen que hacer los estudiantes?

–Si –afirmó el señor Huggins–. Pero es que nos falta personal y los alumnos ya no se interesan en el periódico escolar desde que ven los videos de Dross y Yoshimitsu.

–Oye, caramelito de regalís negro –quiso sugerir Cheryl–, ¿por qué no te apuntas a trabajar en el periódico? Tu eres muy buena escribiendo.

–Podría ser –asintió Lucy ciertamente interesada con la oferta.

–Me parece una magnifica idea –secundó el director Huggins–. ¿Que tal si nos ayudas con un articulo de la vida cotidiana del chico preadolescente norteamericano promedio?

–Claró, está bien. Cuenten conmigo.

De vuelta en la arena, el toro se quitó de encima de Lynn una vez que terminó su labor, entretanto los incompetentes payasos de rodeo procuraban mantener su distancia de el por miedo a su gran tamaño.

–Tengo una casa en la costa –le comentó el animal a la chica que estaba tumbada en el suelo semidesnuda y temblaba traumatizada para el resto de su vida–. Podrías ir a visitarme.

–Tal vez –asintió Lynn sin dejar de temblar.

–Pues tal vez me avisas con unos días de anticipación para limpiar la casa –amenazó el toro.

–Está bien –accedió la castaña de modo sumiso.

–Y tal vez irás bien vestida para poder ir a más restaurantes.

–Ire bien vestida.


La semana siguiente, Lucy se dedicó por completo a espiar a su hermano Lincoln para ver que hacía durante el día y así anotar todo material que pudiese servirle para el articulo que había prometido escribir para el periódico escolar.

Al principio todo iba relativamente normal. Lincoln hacía típicas cosas de preadolescente como jugar videojuegos en el arcade, leer cómics en su habitación o salir con sus amigos.

Mas, sin embargo, un día lo vio comportarse de un modo inusual cuando, aprovechando el constante alboroto que siempre se desataba en la casa Loud, improvisó una mochila con un par de mudas de ropa y unas cuantas provisiones. Luego se escabulló por la puerta trasera, atravesó el pequeño bosque de atrás de su casa y echó a correr en cierta dirección esperando que nadie lo hubiese visto hacer eso.

Por supuesto que Lucy lo vio desde su escondite y desde luego que le extrañó verlo comportarse así; por lo que rápidamente pidió a Lola que le diese un aventón en su jeep de juguete y así ambas salieron en el vehículo a seguirle el rastro.

–Oye, Lucy –le dijo la una gemela mientras iban por la calle–, que escribas un articulo sobre chicos preadolescentes no significa que tienes que ser una acosadora pervertida y seguir a Lincoln a todas partes.

–Se llama investigación –repuso la gótica–, soy meticulosa. Además, me debes tu ayuda por arruinar mi muñeca. Así que conduce y mira a ver donde se metió.

–Si, ya sé, ya sé… Mira, ahí está.

–¿Dónde?

–Por allá –señaló Lola a la estación de autobuses que quedaba a las afueras del pueblo–. Pero que ra… Acaba de subir a un autobús que va hacia… No alcance a leer, acaba de irse.

–Rápido –indicó Lucy al dar con el autobús en el que iba su hermano–, síguelo antes de que lo perdamos de vista.

–Si –obedeció la menor, a quien ya le dio curiosidad de ver en que andaba Lincoln.


Tras un muy prolongado viaje por carretera, en el que incluso tuvieron que hacer varias paradas para cargar gasolina, Lola y Lucy finalmente vieron que el autobús en el que iba Lincoln se detenía en la parada de una ciudad en la que, desde el horizonte, se observaba un par de torres de refrigeración de una planta de energía nuclear, un lote con una gigantesca pila de neumáticos ardiendo en llamas, entre muchas cosas más.

–¿A dónde diablos va Lincoln? –preguntó Lola impaciente por el cansancio del viaje–. Digo, ¿que lugar es este?

–Bueno… –Lucy levantó la mirada y leyó unas gigantescas letras de madera que se alzaban en lo alto de las montañas–. Parece que estamos en un lugar llamado… Springfield.

–Springfield, ¿eh? ¿En que estado?

–Creo que no podemos decirlo.

–Mira, Lincoln acaba de subir a un taxi.

–Síguelo. Me pregunto para que habrá venido hasta aquí.

Mientras atravesaban la ciudad siguiendo el taxi en el que iba su hermano, en breve, pero sin dejar de concentrarse en su misión, cada vez que podían observaron los sitios de interés de aquel lugar como una tienda de historietas llamada El calabozo del androide, la estatua del centro dedicada a un tal Jeremías, varios restaurantes de comida rápida llamados Hamburguesas Krusty, el ayuntamiento o el juzgado en cuya entrada venía escrita la leyenda: Libertad y Justicia para Algunos. Pero lo que más llamaba su atención, era una muy notoria característica de todos y cada uno de los habitantes de ese sitio.

–Este Springfield es muy bonito –comentó Lola cuando pararon detrás del taxi en un semáforo–. Deberíamos venir con toda la familia alguna vez.

–Eh, no creo que eso pase nunca –dijo Lucy–. Además, recuerda que no estamos a aquí por diversión, sino para ver que está haciendo Lincoln.

–Si, ya lo sé. Tengo que admitir que esto ya se volvió muy extraño.

–Aja. Ah, y hagas lo que hagas, no bebas el agua. Parece que la gente de aquí tiene hepatitis.


Total, y como si la situación no fuese más extraña todavía, Lola y Lucy tuvieron que seguir al taxi aquel hasta un lugar que quedaba casi a las afueras de la ciudad.

–¿Qué es eso, Lucy? –preguntó Lola, señalando al letrero de la entrada de donde vieron que Lincoln se disponía a ingresar–. ¿Qué es un instituto correccional de menores?

–Es una prisión para niños –respondió su hermana.

–Oh… ¿No podían llamarlo así nada más?


Luego de estacionar su vehículo en una zona apartada, Lucy y Lola bajaron y se camuflaron con un matorral para ir hacia la entrada de la correccional, en donde escucharon que Lincoln sostenía una discusión con uno de los guardias.

–Lo siento, hijo –se disculpó este guardia con cierto pesar–, pero es contra el reglamento que dejemos entrar a menores sin compañía de un adulto.

–Por favor, señor –oyeron implorar al peliblanco–. Se lo dije la ultima vez. Vengo de muy lejos para visitar a mi hermana. Los dos somos huérfanos y yo soy la única familia que tiene. Apiádese de este pobre huérfano, por favor.

–¡¿Pero que rayos está…?! –exclamó escandalizada Lola, por lo que Lucy le cubrió la boca esperando que no las hubiesen escuchado.

–Está bien, pequeño –terminó accediendo el guardia, conmovido ante las suplicas de Lincoln–. Pero sólo porque se trata de ti. La próxima vez procura venir con alguien mayor, ¿de acuerdo?

–Desgraciado mentiroso –gruñó Lola cuando desde su escondite vio que su hermano ingresaba a la institución.

Tras esto, y luego de verificar que el guardia volvía a su cabina, Lucy y Lola salieron del matorral y se escabulleron bien por debajo de la ventanilla asegurándose de que no las viera antes de ir tras Lincoln.

Luego, en la entrada de la sala de visitas, las dos se asomaron por el umbral y advirtieron que en una esquina Lincoln le soltaba el mismo discurso a otro guardia que hizo un gesto de asentimiento y se retiró a la puerta que conducía a las celdas.

Al poco rato, el mismo guardia regresó con una chica de cabello negro con un mechón pintado de rosa que era ligeramente más alta que Lincoln y vestía un uniforme anaranjado de reclusa.

–Tienes visitas, Vendetti –indicó el guardia a aquella chica quien se sentó a una mesa junto con Lincoln–. Considérate afortunada de tener un hermano tan cariñoso. Sólo por el hemos hecho estas excepciones.

Una vez el guardia volvió a retirarse, las verdaderas hermanas de Lincoln observaron que este y la joven reclusa se tomaron de las manos y se miraron a los ojos.

–Hola, Gina –saludó Lincoln a la chica del mechón pintarrajeado.

–Hola, Linky –le sonrió esta con calidez.

Las sorpresas del día no acabaron ahí para Lola y Lucy, ya que en cuanto Lincoln y la joven reclusa llamada Gina se aseguraron de que el guardia no miraba y que la cámara de seguridad apuntaba en otra dirección, los dos aprovecharon la ocasión para darse un rápido beso en los labios; cosa por la que ambas hermanas se quedaron boquiabiertas.

–No puede ser –exclamó Lucy que, al igual que Lola, acabó de entenderlo todo–. Lincoln es novio de una presidiaria.

–Que bueno que se lo creyeron todo otra vez, "hermano" –rió Gina al separar sus labios de los de Lincoln.

–Si, pero guarda silencio, amor –susurró este igual de contento de volverla a ver, y de que los guardias de esa correccional de Springfield fueran tan tontos para creerse sus mentiras todo el tiempo–. Recuerda que debemos mantener lo nuestro en secreto.

–Hace tiempo que no venías –sonrió la reclusa–. Me da gusto verte.

–Lo sé, y lo siento, Gina. Es difícil venir sin que nadie lo descubra. ¿Recibiste todas las cartas que te envíe?

–Son las que me mantienen con vida, Linky. Gracias.

–¿Qué te dijeron de tu liberación?

–Nada bueno. Parece que estaré aquí hasta cumplir los dieciocho años.

–Oh, Gina.

–No te pediré que me esperes, Linky.

–No, si te voy a esperar, así tome diez o veinte años. Estaré aquí cuando salgas.

Conmovida por sus palabras, Gina no pudo resistir la tentación de abalanzarse a darle un apasionado beso de lengua a su novio del exterior.

–¡Hey! –se aproximo a amonestarlos el guardia que los pilló en el acto–. ¿Dicen que son hermanos? ¿Pues que clase de hermanos se besan de ese modo?

–Es que somos del estado de Alabama –se le ocurrió responder a Lincoln.

–Ah, bueno, así si –se tranquilizó el guardia con esa respuesta–. Continúen.

–Santo Dios –volvió a decir Lucy quien seguía sin dar crédito a lo que acababa de enterarse–. Nuestro hermano tiene un amorío con una presidiaria.

–Con razón ya no se mete en tantos problemas, ni se ha dejado ver tan seguido últimamente –comentó Lola igual de perpleja–. Parecía que había perdido el protagonismo… De nuestras vidas.


Al día siguiente, de regreso en la casa Loud…

–¡Lola, maldita chismosa! –le reclamó Lincoln a su pequeña hermana justo después de recibir el mayor de los regaños por parte de sus padres–. ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!

–Lo siento Lincoln –repuso Lucy apareciendo súbitamente detrás de el y haciendo que se llevara un gran susto–. Tuvimos que decirles a mamá y papá.

–¡¿Cómo?! ¡¿Tu también, Lucy?!

–No les grites a tus hermanas por esto, jovencito –lo reprendió el señor Loud–. Ellas hicieron exactamente lo correcto al decírnoslo.

–Si –secundó Lori–. ¿No sabes que literalmente estás jugando con fuego al tener como novia a una presidiaria?

–Chicos –insistió el peliblanco a toda su familia ahí presente–, ustedes no entienden. Gina y yo nos conectamos a un nivel profundo. Ella está sola allí y yo estoy solo aquí afuera. En cierto modo, ambos estamos presos.

–Pues, Lincoln –le habló su madre con seriedad–, hay una gran diferencia. Está en prisión por una razón. Rompió la ley.

–Empujó a Blancanieves afuera de un parapeto en Disneylandia, pero porque intentó sobrepasarse con ella.

–Si, de seguro te contó una telenovela muy convincente –dijo Rita cruzándose de brazos.

–No es una telenovela, mamá, es cierto.

–Francamente, no me importa, Lincoln, no quiero que la vuelvas a ver.

–¿Cómo la conociste, hermano? –exigió saber Luna.

–Por un proyecto de correspondencia de la escuela –contestó–. Cuando terminó, Gina y yo nos seguimos escribiendo.

–Pues eso se acabó –declaró el señor Lynn.

–Pero papá, yo la amo.

–¡Que ya se acabó!

–Mamá y papá tienen razón, Linc –tomó la palabra Lynn Jr.–. Debes tener cuidado con quien tienes relaciones románticas.

Ring, ring…Ring, ring…

–¿Hola? –contestó Lynn su móvil.

Tengo antojo de coito –habló el toro del rodeo del otro lado de la linea–, ven para acá.

–No puedo –susurró–. Estoy con mi familia.

Y compra vino en el camino –dijo el toro con indiferencia a sus replicas antes de colgar la llamada.

–Bueno, Margo –fingió Lynn, manteniendo el teléfono en su oreja ante toda la familia–, si soy la única del equipo que lo puede resolver, voy para allá.


Esa noche, Lincoln lloraba desconsoladamente con la cabeza hundida en su almohada, cuando escuchó que alguien golpeaba su ventana por lo que se asomó a mirar.

–Gina –exclamó, asombrado de encontrarse con su novia de la correccional, quien se las había arreglado para trepar hasta allí–. ¿Qué estás haciendo aquí?

–Escapé, Linky –fue lo que respondió–. Escapé porque no soportaba estar un segundo más lejos de ti.

–Por Dios, ¿y cómo saliste?

–Afilé un cepillo de dientes y apuñalé al guardia que tenía más hijos.

–¡¿Qué?!

–Es un chiste.

–Ah… Me tengo que acostumbrar a tu sentido del humor.

–De hecho hubo un motín en el patio y escalé la barda.

–Bueno, entra rápido antes de que alguien te vea.

Lincoln ayudó a entrar a Gina por la ventana y, una vez adentro, los dos se abrazaron y se besaron apasionadamente.

–Hay, Linky –dijo Gina–. Quería hacer esto desde hace mucho tiempo. Y me da gusto hacerlo de frente para variar.

–Ja ja ja… –rió Lincoln–. Bueno, sé que eso fue un chiste.

–Si, claro –asintió disimuladamente la chica.

–Oye, Linky –escucharon a Lola llamando a la puerta, por lo que Gina se apresuró a esconderse debajo de la cama–. ¿Puedo hablar contigo un momento?

–…Ah… Si, pasa –contestó en cuanto se aseguró de que su novia estuviese bien oculta a la vista.

Al oír la afirmativa, Lola ingresó a la recamara de su hermano en compañía de Lana.

–¿Estás bien? –acertó en preguntar la niña.

–Si, si… –respondió el chico sentándose en la cama, a lo que Lana se encaramó a sentarse en su regazo y darle un abrazo para brindarle algo de afecto.

–Escucha –empezó a explicarse Lola por su parte–, siento que debo darte una explicación. Siento haberles dicho a mamá y papá lo que sucedía. Es sólo que… Pues tienes que entender que como tu hermana estaba pensando en tu seguridad y…

¡Achu!

Al oír ese estornudo, Lola calló y Lana salto a la alfombra a ponerse en cuatro patas y gruñirle a la parte de abajo de la cama como si fuera un perro guardián que acababa de detectar a un intruso.

¡Grrrr…!

–Gina, mejor sal de ahí –dijo resignado Lincoln a sabiendas de que la habían descubierto.

–¡Gina! –exclamó Lola cuando la muchacha del mechón pintarrajeado asomó su cabeza abajo de la cama–. ¿Te dejaron salir de prisión?

–No exactamente –respondió la reclusa fugitiva.

–Escapó para verme, niñas –aclaró Lincoln conmovido–. Nos amamos.

–¡Lincoln!, ¡¿estás loco?! –se escandalizó Lola–. ¡Proteger a un fugitivo es un crimen!

–Sólo si alguien se entera –dijo su hermano frunciendo el ceño–. ¿Les vas a decir?, ¿me vas a delatar otra vez?

–Bueno, yo…

Antes de que Lola pudiera decir algo más, Lynn Jr. entró a la habitación con una manopla y una pelota de baseball en mano.

–Hey, Linc –dijo al entrar–, anímate. ¿Que tal si salimos a practicar unos…? Un segundo, ¿quien es esta chica y por qué usa un uniforme de prisión?… Piensa, Lynn, piensa… Esperen.

En breve, la castaña corrió a su habitación y al poco rato regresó con la misma teleguía de la semana pasada.

Jueves, viernes… –leyó conforme pasaba las paginas–. Aquí esta: Lynn se lleva más de lo que esperaba cuando se une al rodeo… No me digas… ¡Y Lincoln sale con una presunta fugitiva!

–Ay, no. ¡Gina, corre! –alertó el albino a su novia, quien salió de abajo de la cama, apartó a Lynn de un empujón y echó a correr escaleras abajo hacia la puerta principal.

–¡Chicas –la deportista entonces sacó su teléfono para contactar a sus amigas–, salgan rápido, ya pasó, una rea fugitiva se metió a mi casa y ahora está cruzando la calle¡

Al tiempo que todo esto sucedía, en la planta baja Gina salió corriendo por la puerta de en frente delante de varios de los Loud y atravesó a toda prisa el jardín delantero.

Allí, las compañeras de roller dervy de Lynn Jr. salieron de entre unos arbustos con su equipo de patinaje puesto y entre las cuatro empezaron a corretear a la fugitiva.

–¡Cómo lo practicamos, chicas! –indicó Margo que era la que dirigía la operación.

–¡No, Gina! –gritó Lincoln al asomarse por la ventana de su cuarto–. ¡No corras cuesta abajo!

En una pendiente, las cuatro patinadoras aprovecharon la bajada para tomar impulso y así entre todas consiguieron embestir a Gina y derribarla a golpes tal como se hacia en el roller derby.

–irás a la cárcel, perra –clamó Margo triunfante una vez la fugitiva quedó tumbada en el asfalto.


Minutos después, una patrulla se hallaba estacionada frente a la casa Loud y dos policías procedían a esposar a Gina y hacer que subiera al vehículo.

–¡No pueden llevársela! –reclamó Lincoln a los oficiales frente a sus padres, sus hermanas y el equipo de roller derby de Lynn.

–Claro que podemos –dijo uno de los policías–. Ella irá a la cárcel.

–Pues si se la llevan a la cárcel, también van a tener que llevarme.

–Lo sé, hijo –asintió el otro policía–, ese es el plan. Quedas arrestado por ayudar a una convicta fugitiva.

–Ah, bueno, eso es lo justo, porque la estaba escondiendo de… ¡¿Quéééé…?!


Como tal, eventualmente Lincoln fue enjuiciado y trasladado a la correccional de menores de Michigan.

Después de que lo sometieran a una humillante revisión de cavidades, lo desnudaran y rociaran con una manguera en el patio y le asignaran su uniforme de presidario, es decir: después de que lo procesaran al igual que a todos los recién llegados, los guardias lo condujeron a su celda asignada.

–Hola… –saludó nervioso a sus compañeros de celda: un par de matones oriundos de Hazeltucky llamados Hank y Hawk.

–¿Por qué estás aquí? –preguntó primeramente Hank.

–Por encubrir a una fugitiva… –respondió Lincoln en tanto los guardias cerraban la puerta de reja tras el y se retiraban del lugar–. ¿Y ustedes?

–Por matar a un tal Dipper –contestó Hawk esta vez–, un chico más o menos de tu edad.

Lincoln ahogó una exclamación y cayó de espaldas contra la reja.

–Descuida, nosotros no vamos a hacerte daño –se apuró a tranquilizarlo Hank–. No hicimos eso sólo porque si.

–Si, no pienses mal –dijo Hawk en su defensa–. Lo que pasa es que ese desgraciado se lo merecía.

–Si, ese asqueroso degenerado estaba teniendo relaciones con su gemela. ¡Con su hermana gemela! ¿Puedes creerlo?

–Si, no podíamos dejar que ese asqueroso depravado siguiera haciendo de las suyas.

–Si hay algo que no toleramos, es a los degenerados errantes, y menos a los que practican el incesto.

Aterrado como nunca en su vida, Lincoln se giró a sacudir los barrotes de su celda con desesperación y pedir ayuda a gritos.

–¡GUARDIA! ¡GUARDIA!…


Seis meses después…

–Bueno, llegó el día –avisó Lori en cuanto acabó de marcar una fecha fijada en el calendario–. Lincoln sale hoy de la cárcel.

–No puedo creer que no nos dejaran visitarlo en todo este tiempo –comentó Luan.

–Si, hermana –secundó Luna–. Eso es lo que pasa cuando la chica a la que asesinó la novia delincuente de tu hermano resulta ser la nieta de un juez corrupto.

–Creo que todos deberíamos ir a buscarlo –sugirió Rita–. Mi pobre bebé debe sentirse muy indefenso y asustado después de todos estos meses allá y de seguro se muere por ver nuestras caras.

De pronto, la puerta de la entrada principal se abrió de golpe y Lincoln volvió a hacer acto de presencia en la casa Loud después de haber cumplido su condena.

–Ya llegué –se anunció con tono amenazante al entrar. Al verlo bien, su familia observó lo mucho que había cambiado en todo ese tiempo. Llevaba una pañoleta roja atada a su cabeza y usaba una camisa negra sin mangas; además de que sostenía un cigarrillo encendido entre sus dientes y su tono muscular había incrementado bastante, principalmente en su abdomen y sus brazos, los cuales estaban cubiertos de tatuajes–. Ahora todos van a ser mis perras.

–… Bueno –se limitó a contestar Luna.

–Lincoln… –exclamó perpleja Lori–. Pero… Literalmente… Que diferente te ves.

–Genial… –dijo Lana, que inocentemente se acercó a contemplar el tatuaje del brazo derecho de su hermano–. Pero creo que se olvidaron de ponerle ropa a esta señorita. No te preocupes, ahorita lo arreglo.

–¿Cómo te fue en prisión? –preguntó Lola, al tiempo que su gemela sacaba un crayón rojo con el que empezó a pintar encima del tatuaje de Lincoln.

–Primera pregunta –habló este fuerte y claro–: ¿quien es el más grande y fuerte en esta casa?

–Bueno, no me gusta ser presumida –se puso a alardear Lynn Jr.–; pero creo que tengo la distinción de ser…

¡CRASH!

Lynn no pudo acabar de responder, ya que antes Lincoln le estrelló una lampara en la cabeza, e inmediatamente la agarró de la cola de caballo para empezar a surtirla de puñetazos en la cara, rodillazos en el abdomen y codazos en el tórax.

–¡Lincoln! –el señor Loud corrió a intervenir mientras que su esposa y el resto de sus hijas miraban incrédulas el violento modo de actuar de aquel chico tan gentil de cabello blanco que conocían de toda la vida–. ¡Deja de golpear a tu hermana!

Mas Lynn Sénior no pudo hacer nada para detenerlo, puesto que su hijo contestó soltándole un puñetazo en los testículos que lo dejó fuera de combate, situación que aprovechó para arrastrarlo de los cabellos hacia el primer escalón, en donde a la fuerza lo obligó a morder el borde, para entonces asestarle un violento pisotón en el lomo provocando que con esto se le rompieran los dientes de la mandíbula superior.

–Ahora es mi casa, perra –amenazó Lincoln a su padre que quedó tendido en el suelo, igual de brutalmente apaleado que Lynn Jr.

Luego volvió a mirar amenazante al resto de las Loud.

–¿Quien es el más gracioso?

Nadie dijo nada… Hasta que Luan cometió la estupidez de levantar la mano y contestar a su pregunta.

–… Yo sé contar chistes.

Grave, gravísimo error de su parte, ya que en respuesta Lincoln arremetió contra ella, la aturdió de un puntapié en el estómago y le machacó la cara a pisotones dañándole los frenos que tanto dinero costó pagar para que pudieran corregirle sus dientes

–¡Ah! ¡No! ¡Ah…!

–¡Por Dios, chicas! –gritó Lucy que estaba tan aterrorizada como todos–. ¡Tengan un poco de dignidad, eso las va a salvar!

–Más vale que haya cerveza en la nevera –amenazó Lincoln, quien se retiró sin mas a la cocina después de que acabó de apalear a Luan.

–¿Pero que le pasó a Linky? –preguntó una Leni muy afligida.

–No lo sé, cariño –respondió su madre.

–Me agradaba más cuando era más predecible –dijo Lori–. Si, literalmente era aburrido, pero estaba bien así.


A partir de ese día, los Loud tuvieron que ir acostumbrándose a la nueva forma de ser de Lincoln recién salido de prisión.

Una mañana, por ejemplo, Luna se duchaba con toda tranquilidad ya que se había levantado bien temprano… Cuando de repente oyó que alguien forzaba el cerrojo de la puerta del baño y se aproximaba a la bañera.

–Hola –se anunció Lincoln al correr la cortina de la ducha y entrar completamente desnudo. En su mano sujetaba firmemente el palo de un destapacaños con una toalla empapada de jabón liquido envuelta a su alrededor.

–¡Hermano! –exclamó la abochornada rockera quien se arrinconó contra la pared cubriéndose el pecho y la entrepierna con las manos–. ¿Qué diablos haces aquí?

–Hora de la ducha.

–Si, la mía, no de… ¿Para que es el estropajo?

–No te preocupes.


–… ¡WAAAAAAAAAHHHH…! –se oyó gritar a Luna al instante en toda la casa–. ¡Me dijiste que no me preocupara por el! ¡Debí preocuparme desde el principio!


Por citar otro ejemplo más, una tarde Lori entró en la habitación de Lincoln con una cesta de ropa recién lavada, y esto fue lo que sucedió entonces…

–Linc –avisó amablemente al entrar–, ya lavé toda tu ropa… ¡Ay, por Dios! ¿Pero a que apesta?

–A mi cubo de popó –respondió el peliblanco que estaba recostado mirando al techo, y señaló el balde situado al lado de su cama.

–¡¿Qué te pasa?!

–Solía ir al baño en mi celda.

–Pero que asco. ¡No! ¡Usa el baño aquí como toda la familia!

–Nop.

–¡Ahg! Dios, pero que horrible huele. ¿Al menos puedes vaciarlo siempre que lo uses?

–Prefiero llenarlo para no tener que hacer muchos viajes.

–¡Válgame Dios! –Lori se inclinó a mirar el cubo repleto de porquería–. Literalmente, ¿estás usando mis blusas como papel higiénico?

–Si, y creo que necesito un poco ahora… –respondió Lincoln, quien se reincorporó al instante y le arrancó un pedazo de la blusa que llevaba puesta a su hermana de un tirón–. Te vas ahora o te quedas y te incomodas. Tu decides, alcaide.


Y cuando volvió a asistir a la escuela, las cosas no mejoraron para nada.

–Oigan, ¿quién es el chico nuevo? –preguntó Chandler a sus amigos cuando vio entrar al peliblanco en la cafetería.

–Es Lincoln Loud –contestó Richie–. Acaba de salir de prisión.

–Oye, Larry –empezó a mofársele Chandler a Lincoln cuando este pasó frente a su mesa y empezó a comprar varias sodas de la maquina que fue metiendo en la funda de una almohada–, ¿por qué te enviaron a prisión? ¿Por ser un perdedor bueno para nada?

–Oye, Lincoln –siguió burlándose Trent–, ¿qué te pasó? ¿Te liberaron porque la cárcel no es para bebés que leen cómics de Ace Savvy?

–Lindos tatuajes –terció Mollie–. ¿También te hicieron trenzas en el vello del trasero?

–¿Qué hiciste? –se mofó Richie–, ¿tallaste una pistola con jabón y no te bañaste con ella? Fuchi.

Sin inmutarse en absoluto con las burlas de Chandler y su grupo de amigos, Lincoln se acercó a la mesa en la que estaban sentados todos ellos una vez acabó de llenar la funda con latas de refrescos.

–Oye, Larry –volvió a burlarse Chandler–, ¿vas a llevar todas esas sodas al centro de ayuda sueño de fuga?

¡KAPOOW!

En respuesta, Lincoln levantó la funda llena de latas y la usó para noquear de un violento golpe a Chandler, luego a Trent y Richie y por ultimo a Mollie, sin darles tiempo siquiera de defenderse.

¡POW! ¡CRASH! ¡POW!

–Ahora yo mando aquí, puta –amenazó halando al malherido pelirrojo de los cabellos una vez acabó–. ¡¿Te quedó claro?!

–Si… –gimió Chandler.

Acto seguido, Lincoln lo puso a la altura de su entrepierna, mientras que con su mano libre procedió a bajarse el zíper del pantalón.

–Ahora, más vale que tengas cuidado con tus dientes si no quieres quedarte sin ellos.


Al otro día, los Loud y sus hijas estaban sentados a la mesa del comedor; todos ellos aturdidos, aterrorizados y agotados de aquella horrible situación.

–Familia, tenemoz que hacer algo –suplicó Lisa con un hilo de voz–. Lincoln fue zuzpendido de la ezcuela.

–Está bien –dijo el señor Lynn, que de todos era el que más le tenía miedo a su propio hijo–, que haga lo que quiera.

–¡Literalmente le abrió la cabeza a tres chicos! –informó una muy escandalizada Lori.

–Y eso no fue lo peor –comentó Lucy con voz aguda–. A un niño llamado Chandler lo obligó a…

–No hace falta que lo expliques –la interrumpió Lynn Jr. quien tenía puesta una escayola en su brazo con la firma de Lincoln y un cuello ortopédico.

–Y que lo digas… –agregó Luna que aun cojeaba por el dolor que le produjo lo del otro día, al grado de que ahora se veía en necesidad de tener atado un cojín a sus adoloridas posaderas–. A mí aun me duele.

–Desde que salió de prisión está completamente descontrolado –chilló Lola.

–¿No ven? –habló Rita–. Eso es lo que hace el sistema penitenciario de este país. Convierte a delincuentes menores en criminales veteranos. Miren a Lincoln; se llevaron a un chico dulce e inocente y lo convirtieron en un monstruo psicópata y sociópata.

–¿Que decías, mamá? –preguntó el propio Lincoln que en ese momento ingresó al comedor.

–Ah, nada –respondió la mujer igual de amedrentada que todos con la sola presencia del peliblanco–. Soló retomé algo que dijo tu padre. ¿Qué decías, querido, de que Lincoln era un monstruo?

–¿Yo? No –negó rápidamente el señor Loud–. Yo no dije nada. Lisa dijo algo de ti con lo que no estuve nada de acuerdo.

–No, no, no, no, no, yo no fui –se excusó la chiquilla–. Fue Leni, te eztaba cargando la mano a ti por algo.

–Si, fue Leni –secundó Lucy.

–Claro que fue Leni –dijeron las gemelas al mismo tiempo.

–Que bien –refunfuñó la segunda mayor–. Culpen a la rubia tonta.

–Mira, Lincoln –se dirigió Lynn padre a su único hijo varón–. Estamos preocupados por ti.

–Olvídalo –respondió este con enfado–. Yo puedo cuidarme solo. Me iré para el fin de semana.

De ahí, Lincoln caminó a donde estaba Luan y le clavó una mirada amenazante.

–Golpéate en la cara –ordenó.

–¿Qué?

–¡Que te golpees en la cara!

Intimidada, Luan rozó su propia mejilla con el puño.

–Hay, si –negó Lincoln con la cabeza–. No sabe lo que hace. ¡Oye, idiota!

–Presente –contestó Lynn padre a su llamado.

–Golpea a tu hija favorita –ordenó señalando a la comediante, a lo que Lily empezó a berrear.

–Pero si no tengo favori…

–¡Que la golpees!

Asustado, el señor Loud derribó a su cuarta hija de un puñetazo en plena quijada por miedo a seguir haciendo enfadar al albino.

–¿Lo hice bien, hijo? –preguntó el atemorizado hombre.

–Cállate –gruñó el muchacho entre dientes, para luego retirarse del comedor sin decir nada más.

–Lo hice bien… –suspiró Lynn padre, aliviado de que la cosa no hubiese empeorado más–. Lo hice bien…


El viernes en la tarde, Lori subió a Vanzilla dispuesta a ir a un entrenamiento de golf, cuando en eso sintió que alguien presionaba el cañón de un revolver contra su sien. Era Lincoln quien había salido de su escondite bajó los asientos para tenderle una emboscada.

–Conduce –amenazó apuntándole con el arma.

–¿En alguna dirección en particular? –preguntó la muchacha, a sabiendas de que debía actuar con prudencia y no intentar hacerse la heroína; pues aunque era su hermano el que la asaltaba, seguía comportándose como un delincuente muy peligroso.

–Hacia allá –señaló Lincoln en una dirección–. Me ayudarás a conseguir dinero para irme de la ciudad.

–Si, lo que digas –obedeció Lori sumamente nerviosa.


Un par de kilómetros más adelante, Lori aparcó la van en Flip´s: Comida y Combustible y Lincoln bajó e ingresó en el mini supermercado.

Adentro, la pequeña Lucy se escondió rápidamente tras uno de los estantes cuando lo vio entrar por las puertas automáticas de la tienda. Lo que era ella, estaba allí porque había preferido pasar por un Flipie de té negro después de la escuela para tranquilizarse; pues no tenía ningún afán en volver a casa por miedo a ir a encontrarse con su hermano mayor que ahora se comportaba como un verdadero delincuente juvenil.

–Hola, muchacho –lo saludó Flip cuando lo vio aproximarse hacia el mostrador–, ¿en que te puedo ayu…?

–¡Las manos arriba, viejo! –amenazó el chico apuntándole con la pistola.

–No puede ser –balbuceó Flip poniendo las manos en alto–. ¿Qué estás haciendo?

–¡Dame todo tu dinero!

–Toma, toma este dinero para los niños con leucemia –obedeció el amedrentado viejo quien dio pasándole al instante una alcancía de caridad que tenía junto a la registradora–. De todas maneras nunca se los doy.

–Lincoln, baja el arma –pidió Lori que entró a intervenir en ese momento, a la vez que Lucy se asomaba discretamente de su escondite a ver como acababa todo.

–¡Lori, regresa al auto! –ordenó Lincoln sin dejar de apuntar con la pistola a Flip.

–Oye, no lo hagas –insistió su hermana mayor–. Tu no eres así, Linc. ¿Que le pasó al chico que conocíamos? Ese del que se enamoró Gina. Al que espera ver cuando salga de prisión en cuarenta años.

–Ya no me interesa Gina –gruñó el peliblanco–, no la necesito. No necesito a nadie.

–Linc, si no bajas esa arma, voy a tener que llamar a la policía.

–Bien, llama a la policía, quiero que lo hagas. Que me importa regresar a prisión. De todos modos aquí nadie me quiere. Los del staff sólo me humillan y ya ni siquiera tengo protagonismo en mi propia serie.

–Te equivocas, Lincoln… –interrumpió la rasposa voz de alguien que se apareció a sus espaldas sin avisar e hizo que se llevara un buen susto, de tal modo que casi se le escapa un tiro.

Era Lucy que decidió arriesgarse a salir de su escondite y se puso a buscar algo en su mochila con cierta precaución, en caso de que Lincoln se alterara y empezara a dispararle y ella tuviera que salir corriendo de allí.

–Ten.

–¿Qué es esto? –preguntó el muchacho cuando la niña le hizo entrega una copia del periódico escolar doblado en cierta pagina.

–Es el articulo que escribí sobre ti.

–¿Escribiste un articulo sobre mí?

–Querían una historia sobre un chico preadolescente típico.

–¿Es Cabeza de Semen, Historia de un Perdedor Preadolescente? –leyó Lincoln.

–Ellos escogieron el título –se explicó Lucy–. Lee el tercer párrafo.

–Esto no es biblioteca –reclamó entretanto Flip–. Compren algo o váyanse.

–… y de frente a todos los retos de un preadolescente –leyó Lincoln sin hacerle caso–, el mira al mundo con ojos de esperanza y mantiene una firmeza poco común que sólo puede admirarse. En este sentido, Lincoln Loud no es un preadolescente típico, el es mucho más tierno y más amable que ellos… Hay, Dios, eso fue muy lindo, Lucy. ¿Lo crees de verdad?

–Por supuesto que si –sonrió su hermana menor inmediata.

–Hay, por Dios –dijo arrepentido–. No puedo creer que haya hecho esto. Es sólo que estaba harto de ser el mandadero de todos y se sintió bien ser el que daba las ordenes.

–Dame el arma, Linc –pidió Lori otra vez con calma, a lo que su hermano obedeció y le entregó la pistola.

–Gracias, chicas, por recordarme quien soy en verdad.

Así, los tres hermanos salieron de la tienda y volvieron a casa, sin que aquel incidente se agravara más.

–Bueno, al menos no me robaron… –suspiró aliviado Flip cuando los niños Loud se retiraron y entraron otros clientes–. ¿Y en que puedo ayudarles el día de hoy, cuatro caballeros negros?


De vuelta en la casa Loud, las cosas al fin volvieron a la normalidad ahora que Lincoln decidió cambiar de actitud y ser nuevamente el de antes.

–Te lo juro, hijo –comentó el señor Lynn a la hora que toda la familia estaba sentada a la mesa para cenar–, me agradas mucho más así.

–También a mí, Linky –le sonrió Leni–. Pobrecito, la cárcel debió ser espantosa.

–Eso no estuvo tan mal –respondió el–. Conocí al sobrino de Wesley Snipes.

–¿De verás? –preguntó Rita.

–Si, ¿y saben que es gracioso? Que era el prisionero cincuenta y siete.

–Eh… No entiendo –dijo Luna.

–El prisionero cincuenta y siete –explicó Lincoln–. Su tío hizo una película llamada: Pasajero 57.

–Oh… I ji ji ji ji ji ji… –rió Luan con sarcasmo–. Que forma tan estúpida de acabar este fanfic.

FIN