N/A: La historia tiene lugar siete años después de los comics, los cuales es necesario haberlos leído para entender el fic. Insisto: si no los habéis leído, hay muchas referencias que no entenderéis. Este fic lo empecé a escribir para saciar mis ganas de Tokka (lo siento, les amo) y sobre todo por resolver varias dudas que quedan abiertas en los comics (no voy a dar más detalles, no quiero hacer spoilers jeje). Dudo tener un horario regular para actualizar, por lo que pido disculpas de antemano. Sin más, ¡espero que disfrutéis de la lectura!
1
Acabando de llenar su bolsa de viaje, preparada para salir, Toph se detuvo con curiosidad al reconocer unas pisadas que llevaba tiempo sin percibir. Iban acompañadas de las de Ho Tun, que guiaba al invitado mientras cruzaban todo el patio de la academia. Pasaron de largo el gimnasio, las aulas, los dormitorios, las zonas comunes… Pronto habían alcanzado la modesta casa que ella misma había alzado en el recinto, algo apartada de todo lo demás y rodeada de árboles. Ho Tun llamó a la puerta educadamente y dijo:
—Sifu Toph, tiene visita.
Había cierta emoción contenida en su voz, como si quisiera sorprenderle con el invitado. Hacía rato que ya sabía de quién se trataba.
—Sokka, haz el favor de entrar —demandó.
La puerta se abrió de par en par y sintió los pasos apresurados de su amigo que se abalanzó sobre ella rodeándola con sus brazos. Instantáneamente sintió la amplitud de su cuerpo, más alto y fuerte de lo que recordaba. Hacía algunos años que toda su constitución había cambiado y no se trataba del muchacho delgado que había conocido en su día. Aquella robustez ya no iba acorde con su carácter afable y alegre; no era consciente de que tanta energía podía llegar a resultar agobiante.
—¡Espíritus, suéltame! —exclamó ella, alegre.
—¡No me digas que no te alegras de verme!
—Técnicamente nunca te he visto —le corrigió, escabulléndose de su cuerpo y dándole un golpe en el brazo—. ¿Dejarás de crecer algún día?
—¿Crecerás tú algún día? —se mofó él, removiéndole el pelo como a una niña pequeña.
Bufó con fingido enfado, arrancándole una carcajada. Se abrazaron, ahora sí, con calma y profundo cariño. No recordaba la última vez que le había visto; debían haber pasado por lo menos un par de años. Aun sin soltarse de él, alargando el reconfortante abrazo, sintió los pasos de Ho Tun aproximándose hasta que le oyó preguntar:
—Sifu Toph, ¿te vas?
No había caído en lo desordenada que debía verse la casa después de su trajinar llenando la bolsa, que se había quedado abierta sobre la cama. Cuando construyó aquello no perdió el tiempo en hacer un dormitorio apartado, sino que la única estancia con la que contaba la casa era el salón-dormitorio-comedor donde en aquellos instantes reinaba el caos.
—Sí, tenía intención de irme —contestó, soltándose de Sokka—. Iba a decírtelo ahora, Ho Tun. No creo que tarde más de unos pocos días, sólo voy a la refinería.
—Justo ahora que acababa de llegar —se lamentó falsamente Sokka.
—Pero Sifu, ¿no acabas de pasar unos días con Satoru? —preguntó Ho Tun, y al instante añadió—. ¡Perdona la indiscreción!
—¿Satoru? —inquirió Sokka a su vez, curioso.
Toph dejó de lado un momento a Sokka para aproximarse hasta Ho Tun y quedar frente a frente.
—Precisamente estos días que hemos pasado juntos me han inquietado un poco —se sinceró—. Por mucho que le pregunto sobre la refinería, no se explaya en las respuestas. Me responde escuetamente y cambia de tema. Me temo que puede haber algún problema…
Y lo que más le preocupaba del asunto era que el sustento financiero de la academia se viera resentido, que la producción no fuera positiva y se estuvieran teniendo pérdidas económicas. Satoru pecaba de ser demasiado sufridor y no querer compartir los problemas con ella. Por eso miles de hipótesis se le pasaban por la cabeza y no quería preocuparse en exceso si luego se trataba de una tontería. Ya que de él no había conseguido extraer información, quería averiguarlo todo por sí misma.
—Espera… ¡¿Estás con Satoru?! —exclamó Sokka. Había sonado especialmente sorprendido.
—¿Tan terrible te parece? —respondió ella con sorna.
—¡No! No. No, no. Perdona. No tenía ni idea, sólo eso.
—Veo que tenéis bastantes cosas que contaros —dijo Ho Tun discretamente— así que voy a dejar que os pongáis al día y vuelvo con los alumnos, que me estarán esperando en clase. En cualquier caso, Sifu Toph, si decides irte ya sabes que aquí sabremos manejarnos bien.
—Gracias, Ho Tun.
Se inclinó con respeto a modo de despedida, saliendo por la puerta y dejándoles a solas. Sintió a Sokka volverse hacia ella alegremente, con un profundo suspiro. Tomó aire probablemente para largarse a preguntar por Satoru y Toph le esquivó grácilmente recogiendo el desastre que tenían a los pies. En su interior, se avergonzaba de tener que hablar de ello con Sokka. Le había tomado años olvidarse de él y pasar página; siempre le había gustado demasiado ese chico. Instantes atrás, abrazada a él, su corazón volvía a acelerarse tontamente. No podía evitarlo. Siempre le pasaba lo mismo.
Lo que fueron unos segundos de silencio, para ella se volvieron una eternidad. Fue ordenando todo de vuelta, asegurándose de haber guardado lo necesario en la bolsa.
—Perdona que me haya presentado sin avisar —le escuchó decir, sintiéndolo volcarse sobre el desorden para ayudarla—. Vengo de visitar a Katara y Aang. Ahora tenía intención de volver al Sur y me ha parecido buena idea pasarme por aquí. Hacía mucho que no nos veíamos.
—Cerca de dos años, ¿puede ser?
—Sí, puede ser.
Le pasó varias prendas de ropa que había desperdigadas por la estancia y Toph las guardó de vuelta en su sitio. Pronto el lugar había quedado recogido. Se dirigió hacia la bolsa y la cerró, convencida de tener cuanto necesitaba. Se sentó entonces en la cama y dio un par de palmadas al colchón, allí a su lado, indicándole a Sokka que la acompañara. Al momento sintió su peso acomodándose junto a ella.
—¿Te retraso en tus planes? —le escuchó preguntar. Su voz había adquirido un tono más maduro y sonaba algo más grave de lo que recordaba.
—No, en absoluto. No tengo prisa.
—¿Seguro? El asunto sonaba serio —insistió él.
—Un poco. Nada de lo que preocuparse. Satoru es así…
—¿Cómo? —Antes de dejarla contestar, añadió—. ¡No puedo creer que estés con él!
—¿Por qué te parece tan raro? —preguntó ella, divertida.
—¡No lo sé! Realmente parecía haber algo entre vosotros desde que os conocisteis, pero por algún motivo no asumo que hayas dejado de ser una niña. Se me hace raro. ¿Cuántos años tienes ya?
—Veintidós.
—Cierto. Nos llevamos tres. —Aquello se lo dijo casi para sí mismo, como si hiciera memoria.
—No podemos pasar tanto tiempo sin vernos, Sokka —concluyó Toph con una pequeña sonrisa—. ¿Qué hay de Suki?
—Oh, Suki… —Por el tono apagado de su voz, Toph pudo hacerse a una idea de lo que seguía a continuación—. Nos separamos, ¿sabes? Fue hace casi un año. Cada uno seguía con sus asuntos y… No solíamos pasar tiempo juntos. Poco a poco la cosa se fue enfriando.
—Lo siento, Sokka…
—¡No pasa nada! —Los ánimos en su voz sonaban completamente fingidos—. Me he volcado muchísimo en el proyecto de Aang y Zuko para la República Unida de Naciones, de ahí en parte la separación. A Suki no le interesaba el asunto... ¡A mí me apasiona! Estoy adoptando el papel de representante de la Tribu Agua del Sur y no me disgusta en absoluto. Creo que tengo buena mano en la política.
—La verdad es que sí. Eres un buen estratega —contestó ella para alegrarle un poco. Pudo sentir a la perfección la sonrisa que se formó en su rostro—. ¿Entonces la República Unida de Naciones va en serio? ¿Es viable?
—Completamente. De hecho, ya hemos pensado en hacer Pueblo Pezgrulla la capital y se me ha ocurrido un nuevo nombre: Ciudad República.
—Muy original, Sokka —dijo ella con sarcasmo.
—¿Algún problema? —repuso él con fingido disgusto—. Ciudad República, capital de la República Unida de Naciones. Reconoce que suena bien.
—Desde luego, suena mejor que "Pueblo Pezgrulla".
—Hace tiempo que dejó de ser un pueblo, de hecho.
—Estamos de acuerdo, entonces —bromeó Toph.
—Completamente. Estoy entusiasmado con ello. Tu escuela pertenecerá al territorio, como Yu Dao.
—No me aguanto de la ilusión —siguió Toph con el sarcasmo, ganándose un golpe en el brazo como los que ella misma propinaba. Se lo sobó riendo por lo bajo y arrancándole una carcajada a Sokka—. Se echaba de menos esto.
—Lo mismo digo. —Tras un pequeño silencio, tierno y sincero, Sokka prosiguió—. Veo que por aquí todo sigue viento en popa. Casi no reconozco la academia cuando he llegado, de tanto que ha crecido. No sabía ni de esta casita. Ho Tun ha tenido que guiarme hasta aquí porque no hubiera sido capaz de encontrarte.
—Es todo gracias al dinero de Industrias Tierra Fuego. Muchos chicos de los que aquí enseñamos acaban teniendo trabajo allí; los diseños de Satoru son meticulosos y requieren mucho detalle a la hora de montarlos. Cuantos más empleados les dé y mejor preparados estén, más se vuelca mi padre en subvencionarnos la academia.
—Parece un trato justo —contestó él—. Aunque sigo sin hacerme a la idea de que estés con Satoru…
—Asimílalo, Sokka: he crecido —dijo ella orgullosamente.
—Ya lo creo. Debéis ser el orgullo de vuestras familias; la alianza perfecta entre "Tierra" y "Fuego" de Industrias Tierra y Fuego.
—Sí, la verdad es que sí —reconoció ella—. No esperaba que mi padre pusiera pegas, pero me sorprendí cuando incluso se emocionó.
Sokka rio por lo bajo y ella le acompañó. Después le preguntó:
—Entonces, ¿qué problema hay?
—Algo debe ocurrir en la refinería que no quiere hablarme de ello. He pasado unos días con él y le he notado esquivo. Me dirijo hacia allí para ver de qué se trata.
—¿De incognito?
—De incognito.
Le notó frotarse las manos con fingida emoción, cual niño travieso.
—¿Cómo en los viejos tiempos? —le preguntó.
—Como en los viejos tiempos —afirmó ella.
Después vino la pregunta que ya se había imaginado hacía rato:
—¡¿Te puedo acompañar?! —Toph rio y se dejó zarandear como una muñeca cuando él la tomó por los hombros con efusividad—. ¡Como en los viejos tiempos! ¡Oh Toph, deja que te acompañe! ¡Voy contigo! ¿Recuerdas el buen equipo que hacíamos? Reconoce que te irían bien un par de ojos.
Eso no se lo había planteado. Tal vez sí sería necesario leer algún documento y ella era completamente inútil en ese aspecto. Llevarse a Sokka implicaba que descubriera algún secreto de la fábrica que no le inmiscuía, por lo que fuera lo que fuese que descubrieran le haría absolutamente cómplice. No estaba segura de si valía la pena arriesgarse de esa manera.
Casi como si le leyera la mente, Sokka añadió:
—No diré nada sobre lo que veamos. Puedes confiar en mí, ya lo sabes. No tengo el menor interés en la gestión ni la contabilidad de esas fábricas. Seré puramente tus ojos y te cubriré las espaldas de ser necesario.
—¿Y el Sur? —preguntó ella, no queriendo interferir en sus planes—. ¿No decías que bajabas al Sur?
—No me urge. Puede esperar. Llevo tiempo esperando una aventura, aunque sea acompañarte para solucionar los problemas con tu novio. —Dicho esto, se echó a reír. Toph le golpeó bien fuerte en el brazo, haciéndole reír aún más alto—. Déjame acompañarte, por favor —insistió ahora seriamente sin perder la sonrisa—. Confía en mí. Por los viejos tiempos. Llevábamos mucho sin vernos.
Toph flaqueó ante el tono de su voz, grave y aterciopelada. Parecía realmente interesado. Temía que lo hiciese por considerarla poca cosa como para manejárselas sola, cuando no le necesitaba en absoluto y llevaba tiempo defendiéndose por su cuenta. "Te cubriré las espaldas de ser necesario", escuchó repetirse su voz en la cabeza. Daba por hecho que le necesitaba. Menudo idiota. Accedió sólo por el asunto de la vista; tal vez le hicieran falta un par de ojos sanos.
—De acuerdo, ven conmigo —dijo por fin.
Sokka se puso en pie de un salto, victorioso. Desenfundó su espada y empezó a hacer distintos katas fingiendo luchar con oponentes imaginarios, arrancándole una sonrisa.
—¡Toph y Sokka! ¡Sokka y Toph! ¡El mejor dúo que se ha visto desde la Guerra de los Cien Años! —exclamaba cual niño juguetón, todo por hacerle reír.
—Lo más probable es que no haya ningún peligro —repuso ella sin inmutarse, muy dignamente. Le encantaba llevarle la contraria—. Se trata de Satoru, la persona más mansa que conozcas. Probablemente le pase algo con los circuitos o los engranajes o sus cosas de ingeniero. Puede tratarse de un viaje muy aburrido.
—Nada puede ser aburrido si es contigo.
La voz de Sokka había sonado tan sincera que Toph no pudo evitar esbozar una sonrisa. Cuando sintió subir su sonrojo, se puso en pie y le dio la espalda con la excusa de acabar de recoger la cama y cargarse la bolsa. Pasó frente a él con el semblante más inexpresivo que pudo fingir y abrió la puerta, dándole paso.
—Vamos, sal —dijo sin más—, nos acercaremos a Yu Dao y cogeremos el ferrocarril.
Todavía no había caído la noche cuando llegaron a la fábrica. El resol se asomaba sobre las montañas y la luz poco a poco iba descendiendo, abriéndole paso a la luna y las estrellas. Según todos los empleados salían por la gran puerta principal, ellos se colaron por una puertecita trasera que conocía Toph. Iba a dar al almacén, donde montones de recursos se apilaban en palés o estanterías metálicas y otros quedaban desperdigados por la nave: bobinas de cableado metálico, cajas provistas de recambios mecánicos, herramientas varias, montacargas…
Sokka se iba quedando rezagado, absorto con toda la maquinaria. Toph tomó su mano y fue tirando de él, insistiéndole en seguirla. Cruzaron a la sala de producción, donde en aquel momento las cintas se mantenían vacías y estáticas. En el mismo momento en el que dudó sobre si aquella había sido la mejor hora para investigar, Sokka pareció leerle la mente y preguntó:
—¿De qué te sirve buscar fallos en la producción si ahora mismo no se está produciendo?
Estuvo a punto de protestar y callarle a golpes cuando, a metros de distancia, percibió la presencia de alguien. Sokka iba a insistirle en su error y le tapó la boca con las manos, atenta a lo que su sentido sísmico le permitía reconocer: Loban, el tío de Satoru, se reunía con su sobrino en su despacho. Era en la otra ala de la fábrica, dos plantas por encima a la que se encontraban. Quedaban algunos operarios sueltos por el edificio, pero sería sencillo esquivarlos con sigilo.
Se acercó al oído de Sokka y susurró:
—Satoru está con su tío en el despacho. Queda un poco lejos, pero podemos llegar allí con cuidado de que no nos vean los operarios que quedan por aquí. Ya se retiran, por suerte. Sería interesante poder escuchar lo que dicen.
—¿Y tu padre?
Toph abrió los ojos sorprendida al percatarse de lo que decía Sokka. Reconocía a algunos empleados, a Loban, a Satoru claramente, pero ni rastro de su padre. Le pareció raro ya que solía ser un hombre que cumplía con el trabajo y acostumbraba a esperarse el último antes de dar la jornada por finalizada. Allí donde intuía su despacho, no percibía a nadie. Como respuesta a Sokka, se encogió de hombros.
—Te propongo una cosa —dijo Sokka—. Si quieres escucharles sin problema y esquivar a los rezagados, calcula si podemos caber en el conducto del aire y nos colamos por allí.
Y era una buena idea. Centrándose en el conducto que quedaba justo sobre sus cabezas, a Toph le pareció factible y sin dudarlo un momento les propulsó desde el suelo hasta el techo, allí donde en pleno aire abrió un boquete en la pieza metálica donde fueron a agarrarse. A Sokka apenas le dio tiempo de procesarlo.
—¡¿Estás loca?! —exclamó conteniendo la voz, colgando a varios metros de distancia del suelo. Le propinó una patada y ella sonrió con cierta maldad.
—Ha sido idea tuya —repuso sin más—. ¿Puedes subir?
—¿Lo dudas acaso?
Haciendo alarde de sus músculos, tirando de bíceps, Sokka fue ascendiendo hasta lograr apoyar una rodilla en la superficie e incorporarse dentro del conducto. Le obligaba a quedar a cuatro patas, pero aun con lo grande que era cabía sin problemas. Le tendió la mano a Toph, que se la aceptó y la ayudó a subir. Una vez estaban los dos dentro, Toph cerró el agujero que había hecho en la chapa y quedaron completamente a oscuras. Allí el aire se notaba sucio, lleno de hollín. No entraba ni un rayo de luz.
—No había calculado que dentro de esta cosa no veríamos nada —suspiró Sokka.
—Habla por ti, tú eres el único que necesita ver. Sígueme y deja de quejarte. Procura no hacer ruido.
Avanzaron en silencio por el conducto, Sokka avergonzado por haber olvidado la ceguera de su amiga. Siguió a Toph sigilosamente, escuchando su respiración como único consuelo en aquel lugar frio, oscuro y sucio. A pesar de eso, se premió internamente por la buena idea que había tenido; desde allí se oían las conversaciones distendidas que mantenían los últimos operarios presentes. Toph se detuvo esperando oír algo de interés, pero no dijeron nada relevante. Retomaron la marcha por el laberintico conducto. Sokka la seguía ciegamente; Toph parecía tener bien claro por dónde ir. Al doblar una esquina, se detuvo y le dijo:
—Vamos a ascender. Agárrate a mí y nos impulsaré hacia arriba.
—Gracias por avisar —dijo él con ironía.
Centrados en el conducto ascendente, se incorporaron hasta quedar de pie y pegaron sus cuerpos. Sokka la envolvió por la cintura con ambos brazos y ella se agarró a su cuello, dejando libre una mano que alzó al aire. Con un simple golpe de pie, dobló la chapa con tanta fuerza que les propulsó dos niveles arriba y ella alcanzó a sujetarles con el simple brazo que había dejado libre. Pronto habían retomado la marcha. Cuando parecía que ya estaban cerca, Toph se detuvo en seco.
—¡Mierda! —masculló en voz baja—. ¡Se largan!
—¿Qué? —Fue lo único que pudo decir él.
—Se van. Joder. Tanto esfuerzo para nada.
—Tranquila, hemos llegado hasta aquí y-
—¡Shhhhh!
Sin poder girarse, a falta de manos, Toph tapó su boca con un pie. Sintió la suciedad contra su piel, allí en los labios, y contuvo la respiración asqueado. Cuando fue a apartárselo y a protestar, escuchó dos voces justo debajo de donde ellos estaban. Satoru y su tío. Dedujo que el despacho quedaba por allí en frente y ahora habían cruzado la puerta y se retiraban. Las voces se dirigieron en dirección opuesta a ellos. Alcanzaron a escuchar:
—¡Y asegúrate de que se localiza el barco!
—Sí, tío…
Allí sus caminos se separaron y se acabó la conversación.
—Loban se dirige hacia la entrada principal. Se va —anunció Toph en un susurro—. Satoru está bajando al almacén.
Por fin liberó su boca.
—¡Como vuelvas a callarme con ese pie inmundo lleno de-!
Y el conducto se abrió debajo de ellos, estampándole contra el suelo. Toph cayó grácilmente, sin perder el equilibrio, y volvió a cerrar el conducto como si no hubiera pasado nada. Él, aún desde el suelo, vio la sonrisa altanera y socarrona que le dedicó. Se incorporó sobándose el golpe en la cabeza y espolsándose el hollín que había ido restregando por su ropa. Por último, y sabiendo que Toph analizaba sus movimientos, se limpió la boca con recochineo sólo para ensanchar aquella dichosa sonrisa.
—Insisto en que fue idea tuya —fue lo único que le dijo.
La vio dirigirse hacia la ostentosa puerta doble del despacho de aquel hombre. Tenía remates en oro y brillantes, un lujo absolutamente innecesario en una fábrica pero que daba una idea del alarde absurdo del propietario. La siguió a regañadientes, arrepintiéndose en primer lugar de haberse ofrecido siquiera a acompañarla. Después dejó ese pensamiento de lado cuando sintió subir la adrenalina al colarse en el lugar. Debía reconocer que le gustaba el riesgo; su vida había sido demasiado tranquila desde hacía demasiado tiempo.
Cerró las puertas tras de sí y al volverse, se encontró con un despacho recargado y lleno de lujos: oro, brillos, muebles robustos de la madera más cara, tapizados de terciopelo y todo tipo de decoraciones absurdas pero caras. Cuadros, jarrones, abanicos y un sinfín de chorradas cuyo precio triplicaba su tamaño. Él quedó ensimismado con tanto lujo, pero Toph no parecía sorprendida; ya lo había analizado todo sin haber encontrado nada interesante.
—Menuda fortuna —susurró.
—Quien más dinero posee, menos necesidad tiene de enseñarlo —contestó ella—. Mi padre gana lo mismo y su despacho no es tan repelente.
—Lo que a ti te parece "repelente" a otros les parece imponente.
—Ese es el efecto que quiere causar en sus trabajadores —dijo Toph—, debe dejarles claro quién manda aquí. Es un imbécil rotundo. Recuerda lo que ocurrió con aquel espíritu gigante. No sé cómo mi padre le permitió seguir aquí… En cualquier caso, ven y busca algún documento que mencione algo de un "barco". Le mandaba a Satoru localizar "el barco". Él no suele ocuparse de la logística, es raro que le pida eso.
Sokka cumplió órdenes y se acercó al gran buró que presidia la estancia. Leyó por encima el papeleo que quedaba a la vista, sin ver nada relevante más allá que cuentas, burocracia y correspondencia. Abrió los dos primeros cajones, inspeccionando con curiosidad, pero nada. Quedaba un tercer cajón que se cerraba con llave y miró a su alrededor buscando algún pequeño escondite por el que empezar a rebuscar, aunque no le hizo falta; escuchó el sonido de la cerradura cediendo y al volver la vista, vio la mano de Toph manipulando el mecanismo con el control del metal. Cogió el tirador y abrió el cajón.
Dentro, un montón de papeleo se acumulaba desordenadamente. Lo sacó todo, se puso cómodo en el suelo y empezó a leer.
—Aquí sólo hay entregas de préstamos y compras de terrenos. Eso sí, no son personales; lo firma con el sello de la empresa, Industrias Tierra Fuego. Son recientes, de hace tres meses. Pide un préstamo y compra un terreno cada mes. Por ahora lleva dos terrenos en la Nación del Fuego y uno en el Reino Tierra.
—Eso no tiene sentido. Loban nunca ha usado la empresa para sus adquisiciones personales, no le hace falta —contestó Toph intrigada. Se mantuvo expectante mientras oía a Sokka con el trajín de hojas—. ¿Qué? ¿Qué lees?
—No son adquisiciones personales, Toph. Son terrenos para construir más fábricas. Aquí están los planos.
—¿Más fábricas? —inquirió ella—. Mi padre no me lo ha mencionado.
—Entonces tendremos que hablar con él, porque un asunto como este no se guarda bajo llave ni se oculta al otro Jefe —respondió Sokka, receloso.
Cuando llegaron a Pueblo Pezgrulla se presentaron en casa de Lao Beifong. Toda la guardia que hacia ronda por los jardines reconoció a la hija del jefe y le saludaron educadamente, escoltándola hasta la puerta. Sokka a veces olvidaba el origen pudiente de su amiga; se quedó a cuadros al ver la calidad de los uniformes de aquellos guardas, la fachada ostentosa, los jardines tan cuidados… Era una casa preciosa. Habían iluminado todo detalladamente ahora que la noche había caído y la calidez de aquellas luces invitaban a entrar y acomodarse. Todo quedaba sumido en un ambiente agradable y tranquilo, silencioso después de que la ciudad alrededor se hubiese recogido.
Cruzaron el gran patio sin prisas, ambos ya pensando en la buena cena que les servirían y las camas acolchadas que les esperaban. Sin embargo, para sorpresa de los dos, el guarda que les acompañaba comentó:
—Sois bienvenidos cuanto tiempo necesitéis hasta la llegada del jefe Lao. Todo el equipo nos encargaremos de vuestro bienestar durante estos días.
—¿Cómo? —inquirió Toph—. ¿Mi padre no está?
—No, señorita —respondió el hombre, parándose educadamente frente a la puerta una vez llegaron a la casa. Les abrió y les dio paso, inclinándose cortésmente—. No podrá tardar mucho, ya lleva fuera una semana. Cuando se trata de negocios, no suele retrasarse mucho más.
—¿Dijo dónde iba? —preguntó Toph. Aunque su semblante se mantenía sereno, el tono de su voz le dio a entender a Sokka que estaba inquieta.
—No especificó ningún lugar. Recibimos una carta remitida desde la fábrica donde nos explicaba que partía indefinidamente por asuntos de la empresa.
—Enséñamela —demandó ella.
El guarda dudó, mirándola con despectiva incredulidad. Sokka le fulminó con la mirada.
—La leeré yo —le dijo al hombre tras leerle la mente, cruzándose de brazos intimidatoriamente.
—¿Y tú eres…? —preguntó el otro, mirándole de arriba abajo con desprecio. Ya se había dado cuenta de la actitud que tenía con él por mucho que tratara de ser respetuoso frente a Toph.
No era la primera vez que Sokka se enfrentaba a desgraciados como aquél. Su tez oscura y su ropa delataban que procedía del Sur, como si aquello automáticamente le convirtiese en un palurdo. Siempre que cruzaba al Reino Tierra o a la Nación del Fuego, debía sufrir aquel racismo absurdo. No solía doblegarse, pero en aquel momento se contuvo por respeto a su amiga. Se limitó a apretar los puños, reteniendo allí la rabia acumulada, y justo cuando abrió la boca Toph se le adelantó diciendo:
—Es un gran amigo, héroe de guerra, y como no le muestres respeto pienso hablar con mi padre para echarte de aquí.
—Entendido, señorita —se limitó a contestarle el guarda, ahora más dócil—. Síganme.
Cuando les dio la espalda y se internó en la casa, ellos permanecieron unos instantes allí parados. Fue cuestión de segundos, pero Sokka agradeció la caricia que Toph le dedicó en el brazo. Bajó hasta su mano, aún hecha un puño, y le dio un apretón a modo de consuelo. Así sin más, sin volverse hacia él y sin más preámbulos, entró también. Sokka suspiró largamente, vaciando sus pulmones de rabia, y la siguió.
Cruzaron pasillos y estancias, siendo seguidos por la mirada curiosa de alguna criada, y llegaron hasta el estudio donde el jefe Lao trabajaba de vez en cuando. Tal y como Toph le había dicho en la fábrica, no era tan ostentoso como el del tal Loban pero sí se intuía la calidad de los muebles y los tejidos. Sobre el buró, grande y de madera maciza, descansaba una carta que el guarda le tendió a él directamente. Le sostuvo la mirada, desafiante, hasta que el hombre se inclinó educadamente a regañadientes. Entonces la abrió y leyó con atención, pendiente de hasta el mínimo detalle.
—¿Y bien? —le apremiaba Toph.
—No concreta el lugar donde se dirige, tal y como ha dicho aquí el "buen" hombre. —Con el retintín de su tono, el guarda le dedicó una mirada cargada de odio. Él le devolvió la más amplia de sus sonrisas—. Pero sí es cierto que está firmada con el sello de la fábrica.
—Mi padre, de tener que hacer un viaje, pasaría por casa antes de partir —dijo Toph, pensativa—. Tú, imbécil. —El guarda se dio por aludido a falta de alguien más—. ¿A nadie os pareció raro que se fuera así sin más?
—No lo sé, señorita… No somos nadie para dudar del Jefe.
Toph suspiró con expresión contrariada. Sokka advirtió su gesto.
—Esto es raro, Sokka —le dijo. Cuando él se disponía a tranquilizarla, ella siguió—. ¿Por qué ha firmado con el sello de la empresa en vez de su propia firma? ¿Estás seguro de que la ha escrito él?
—No puedo estar seguro si no he visto antes su letra —repuso Sokka con lógica aplastante.
—Imbécil —llamó Toph al guarda—, dale otra carta de mi padre.
—Me llamo Wong, señorita.
Ante la respuesta, Toph cogió al hombre por el cuello del uniforme y lo estampó contra la pared más próxima. Incluso Sokka se sobresaltó; Toph podía dar mucho miedo cuando se enfadaba.
—Wong, imbécil, no seas impertinente y dale a mi amigo otra carta. —Lo dijo todo muy mascado, de forma muy amenazante.
El hombre, aun reponiéndose de la súbita fuerza que podía tener una chica tan menuda, asintió medio tembloroso y se acercó hasta el buró para rebuscar en los cajones. Al poco sacaba del primer cajón una carta que tendió a Sokka, esta vez inclinándose servicial y con exagerado respeto. Sokka sonrió divertido y vio a Toph hacer lo mismo como respuesta. Después comparó las dos cartas y se dio cuenta de que la caligrafía no era la misma, aunque habían intentado imitar la misma letra que el jefe Lao.
—Toph, me temo que tus sospechas son ciertas… Esta carta no la ha escrito tu padre.
Debatieron si debían pasar allí la noche, siendo tan tarde y cansados como estaban. Sokka trataba de hacer entrar en razón a Toph, convencerla de que lo mejor era irse a la cama y al día siguiente seguirían investigando, y mientras le hablaba se daba cuenta de que su amiga estaba lejos de allí mentalmente. Absorta, pensaba en sus cosas sin prestarle atención. Una criada les había preparado té de jazmín sabiendo que era el favorito de Toph y aunque la taza de Sokka ya se había vaciado la de ella permanecía intacta.
—¿No te lo vas a beber? —le preguntó con tono distendido, tratando de apartarla de cualquier pensamiento negativo. Ella no respondió. Insistió de nuevo—. Toph, ¿no quieres el té?
—No estoy para beber nada, Sokka…
Le pasó su taza en silencio, arrastrándola sobre la mesa del salón. Se habían acomodado allí después de lo acontecido en el despacho y trataban de poner en orden toda la información obtenida, Sokka con intención de ir relajando el cuerpo hasta que le entrara sueño; Toph no tenía el mismo plan.
—No sé cómo se relaciona todo, pero estoy convencida de que los planos de esas fábricas tienen que ver con la desaparición de mi padre. Loban no es de fiar; nunca me ha caído bien. Y Satoru tiene la manía de defenderle por encima de todo con la puñetera excusa de "la familia" y todo ese rollo.
—¿Qué insinúas? —se aventuró a preguntar él.
—Insinúo que Loban, no sé por qué motivo, se ha hecho con la propiedad de esos terrenos y sabía que mi padre no estaría de acuerdo. Se ha deshecho de él de algún modo. Satoru debe estar al tanto de todo y por eso no ha querido hablarme de la refinería durante estos días. —Según se iba explicando, Sokka la veía encenderse de rabia—. Pero lo que más me duele, Sokka, es que haya tenido el valor de venir a verme como si nada, ocultándomelo.
—Tal vez estás haciendo suposiciones erróneas —tanteó él con delicadeza, atento a sus reacciones. El semblante de Toph no cambiaba—. No puedes estar segura de lo que dices; no puedes acusar en falso.
—A Loban sí —dijo ella duramente—, ese capullo no se merece el respeto que recibe.
—Relájate, Toph.
—No puedo. ¿Dónde está mi padre, Sokka? —Y su voz sonó desesperada, afligida—. No puedo quedarme aquí de brazos cruzados. Quédate tú si quieres, yo voy a inspeccionar la ciudad.
—Pueblo Pezgrulla no es especialmente pequeño…
—No me importa. Cuanto antes empiece, antes acabaré.
Se puso en pie, decidida, y echó a andar hacia la puerta con tanta convicción que a Sokka no le quedó más remedio que seguirla. No quería que fuese sola por si le tocaba enfrentarse a algún peligro.
—No te necesito —le dijo Toph como si le leyera la mente—, me valgo sola.
—Te recuerdo las condiciones de mi compañía: ser tus ojos, lo cual ya he cumplido, y cubrirte las espaldas —repuso él—. ¿Crees que podría dormir sabiendo que estás sola por la ciudad?
—Espíritus… —bufó ella, hastiada—. Haz lo que quieras…
Se dejó seguir, saliendo de la casa y esquivando con gracia a todos los guardas que vigilaban los jardines, tratando de no llamar la atención. Se acercaron hasta el muro más próximo, donde Toph sin grandes esfuerzos les propulsó por los aires con el control de la tierra hasta que cruzaron al otro lado. Esta vez Sokka, que sí se lo esperaba, cayó derecho al suelo al igual que Toph y echaron a andar hacia la ciudad.
